domingo, abril 09, 2023

No hay que recibir todo lo que quieran darte

 

En los días que corren es conveniente  brindar un espacio a esta  alegoría budista que transcribe Paulo Coelho y que hará pensar a muchos.

Cerca de Tokio vivía un gran samurái, ya anciano, que se dedicaba a enseñar el budismo zen a los jóvenes.  A pesar  de su edad, corría la leyenda de que era capaz de vencer  a cualquier adversario.

Cierto día un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos pasó por la casa del viejo. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación esperaba que el adversario hiciera su primer movimiento y, gracias a su inteligencia privilegiada para captar los errores, contra atacaba con velocidad fulminante.

El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una batalla.  Conociendo la reputación del  viejo samurái,  estaba allí  para derrotarlo y aumentar aún más su fama.

Los estudiantes de zen que se encontraban presentes se manifestaron contra la idea, pero el anciano aceptó el desafío. Entonces fueron todos a la plaza de la ciudad, donde el joven empezó a provocar al viejo. Arrojó algunas piedras en su dirección, lo escupió en la cara y le gritó todos los insultos conocidos,  ofendiendo incluso a sus ancestros.  Durante varias horas hizo todo lo posible para sacarlo de casillas, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró de la plaza.

Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:

-¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad?

¿Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podría perder la lucha, en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros?

El  viejo samurái repuso:                                                                                                                              

-Si alguien se acerca a ti con intenciones de darte algo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?

-Por supuesto, a quien intentó entregarlo -respondió uno de los discípulos.

-Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos añadió el maestro-.   Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.

Nadie nos agrede o nos hace sentir  mal: somos los que decidimos cómo sentirnos.  No culpemos a nadie por nuestros sentimientos.

Somos los únicos responsables de ellos. 

Eso es lo que se llama asertividad.

Tomado de: La culpa es de la vaca.


Responder y argumentar

1. ¿Brinda usted lo mejor de sí a los demás?

2. ¿Evita dar actitudes y energías negativas?

3. ¿Se esfuerza por no recibir regalos indeseables?

 

  

 

 

 

 

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