Por Byung Chul Han
"El
dinero es un mal transmisor de identidad. Sin embargo, puede reemplazarla, pues
el dinero proporciona a quien lo posee al menos una sensación de seguridad y de
tranquilidad. Por el contrario, quien ni siquiera tiene un poco de dinero no
tiene nada: ni identidad ni seguridad."
A la globalización le es inherente
una violencia que hace que todo resulte intercambiable, comparable y, por ende,
igual. La comparación igualatoria total conduce, en último término, a una
pérdida de sentido. El sentido es algo incomparable. Lo monetario no otorga por
sí mismo sentido ni identidad. La violencia de lo global como violencia de lo
igual destruye esa negatividad de lo distinto, de lo singular, de lo
incomparable que dificulta la circulación de información, comunicación y
capital. Donde dicha circulación alcanza su velocidad máxima es precisamente
donde lo igual topa con lo igual.
Ese violento poder de lo global que
todo lo nivela reduciéndolo a lo igual y que erige un infierno de lo igual,
genera una contrafuerza destructiva. Jean Baudrillard señaló que la vesania de
la globalización engendra terroristas a modo de dementes. Según eso, el penal
de Guantánamo sería el equivalente a los manicomios y las cárceles de aquella
sociedad disciplinaria y represiva que, por su parte, engendra delincuentes y
psicópatas.
Con el terrorismo ha sucedido algo
que, yendo más allá de la intención inmediata de los actores, apunta a unas
convulsiones sistemáticas. Lo que mueve a los hombres al terrorismo no es lo
religioso en sí, sino más bien la resistencia del singular frente al violento
poder de lo global. Por eso, esa lucha contra el terrorismo que se centra en
determinadas regiones y en determinados grupos de personas es una desesperada
acción sustitutiva. Incluso la expulsión del enemigo encubre el verdadero
problema, que tiene una causa sistemática. Lo que engendra el terrorismo es el
terror de lo global mismo.
El violento poder de lo global barre
todas las singularidades que no se someten al intercambio general. El
terrorismo es el terror del singular enfrentándose al terror de lo global. La
muerte, que no se somete a ningún intercambio, es lo singular por antonomasia.
Con el terrorismo, la muerte irrumpe brutalmente en el sistema, en el cual la
vida se totaliza como producción y rendimiento. La muerte es el final de la producción.
La glorificación de la muerte por parte de los terroristas y esa actual
histeria con la salud que trata de prolongar la vida como mera vida a cualquier
precio se suscitan mutuamente. Sobre esta conexión sistemática repara la
sentencia de AlQaeda: «Vosotros amáis la vida, nosotros amamos la muerte».
Baudrillard señala la peculiaridad
arquitectónica de las Torres Gemelas, que ya en 1993 fueron el objetivo de
atentados terroristas islámicos. Mientras que los rascacielos del Rockefeller
Center reflejan la ciudad y el cielo sobre sus fachadas de vidrio y acero, las
Torres Gemelas no implicaban ninguna referencia externa, ninguna relación con
lo otro. Los dos edificios gemelos, iguales entre sí y que se reflejan
mutuamente, constituyen un sistema cerrado en sí mismo. Imponen lo igual,
excluyendo por completo lo distinto. El atentado terrorista abrió brechas en
este sistema global de lo igual.
El nacionalismo que hoy vuelve a
despertar, la nueva derecha o el movimiento identitario son asimismo reacciones
reflejas al dominio de lo global. Por eso no es casualidad que los seguidores
de la nueva derecha no solo sean xenófobos, sino también críticos del
capitalismo. Tanto esa alabanza nacionalista y romántica de la frontera como el
terrorismo islámico obedecen al mismo esquema de reacción en vista de lo
global.
El neoliberalismo engendra una
injusticia masiva de orden global. La explotación y la exclusión son
constitutivas de él. Construye un «apóptico», una construcción basada en una
«óptica excluyente» que identifica como indeseadas y excluye por tales a las
personas enemigas del sistema o no aptas para él. El panóptico sirve para el
disciplinamiento, mientras que el apóptico se encarga de la seguridad. Incluso
dentro de la zona de bienestar occidental el neoliberalismo recrudece la
desigualdad social. En último término, elimina la economía de mercado social.
Alexander Rüstow, quien acuñó el
concepto de «neoliberalismo», constató que si la sociedad se encomienda
únicamente a la ley mercantil neoliberal se deshumaniza cada vez más y genera
convulsiones sociales. Por eso señala que hay que completar el neoliberalismo
con una «política vital» que siembre solidaridad y civismo. Sin esta
rectificación del neoliberalismo a cargo de la «política vital» surgen unas
masas inseguras, que actúan movidas por el miedo y que se dejan captar
fácilmente por fuerzas nacionalistas étnicas.
El miedo por el futuro propio se
trueca aquí en xenofobia. El miedo por sí mismo no solo se manifiesta como
xenofobia, sino también como odio a sí mismo. La sociedad del miedo y la
sociedad del odio se promueven mutuamente.
Las inseguridades sociales, unidas a
la desesperación y a un futuro sin perspectivas, constituyen el caldo de
cultivo para las fuerzas terroristas. El sistema neoliberal cultiva
directamente estos elementos destructivos, que solo a primera vista parecen
opuestos a él. En realidad, el terrorista islámico y el nacionalista étnico no
son enemigos, están hermanados, pues comparten una genealogía común.
El dinero es un mal transmisor de
identidad. Sin embargo, puede reemplazarla, pues el dinero proporciona a quien
lo posee al menos una sensación de seguridad y de tranquilidad. Por el
contrario, quien ni siquiera tiene un poco de dinero no tiene nada: ni
identidad ni seguridad. Así, forzosamente se evade a lo imaginario, por ejemplo
a la idiosincrasia de un pueblo, la cual pone rápidamente a disposición una
identidad. Al mismo tiempo se inventa un enemigo, por ejemplo el islam. Es
decir, a través de unos canales imaginarios levanta unas inmunidades para
alcanzar una identidad que otorga sentido. El miedo por sí mismo hace que
inconscientemente se provoque la nostalgia de un enemigo. El enemigo es, aunque
de forma imaginaria, un proveedor de identidad: El enemigo es nuestra propia
pregunta como figura. Por este motivo tengo que confrontarme con él
combatiendo, para así obtener mi medida propia, mi frontera propia, mi figura
propia.
Lo imaginario compensa una carencia
en la realidad. También los terroristas habitan lo imaginario. Lo global hace
que surjan unos espacios imaginarios que promueven una violencia real.
El violento poder de lo global
debilita al mismo tiempo las defensas inmunitarias, pues estas estorban la
circulación global acelerada de información y de capital. Precisamente ahí
donde los umbrales inmunitarios son muy bajos el capital fluye mucho más
rápido.
Dentro de ese orden de lo global que
hoy es hegemónico y que totaliza lo igual en realidad solo existen más iguales
u otros que son iguales. No es en esas vallas fronterizas que se han levantado
recientemente donde se despierta la imaginación creadora de fantasías referidas
a otros. Ante tales vallas, la imaginación se queda estupefacta y sin habla.
En realidad, los inmigrantes y los
refugiados no nos resultan distintos, no nos resultan ajenos, no son unos
extraños a causa de los cuales se sienta una amenaza real, un verdadero miedo.
Ese miedo solo existe en la imaginación. Los inmigrantes y los refugiados se
perciben más bien como una carga. Lo que se siente hacia ellos cuando se los
considera como posibles vecinos es resentimiento y envidia, unos sentimientos
que, a diferencia del temor, el miedo y el asco no son una auténtica reacción
inmunológica. Las masas xenófobas están contra los norteafricanos, pero luego
pasan las vacaciones con todos los gastos pagados en sus países.
Para Baudrillard, la violencia de lo
global es carcinomatosa. Se propaga como «células cancerígenas […] a través de
una proliferación inacabable de pólipos y de metástasis». Baudrillard explica
lo global con ayuda del modelo inmunológico: «No es casualidad que hoy se hable
tanto de inmunidad, de anticuerpos, de trasplante y de rechazo». El virulento
poder de lo global es una «violencia viral, la violencia de las redes y de lo
virtual». La virtualidad es viral. Resulta problemática esta descripción
inmunológica de la interconexión. Las inmunidades ocluyen la circulación de
información y comunicación. El «me gusta» no es una reacción inmunológica. El
virulento poder de lo global, en cuanto violencia de la positividad, es
posinmunológico. Baudrillard no se da cuenta de este cambio de paradigma
constitutivo del orden digital y neoliberal. Las inmunidades forman parte del
orden terrenal. La sentencia de Jenny Holzer «protegedme de aquello que quiero»
hace ver justamente el carácter posinmunológico de la violencia de la
positividad.
El «contagio», la «implantación», la
«expectoración» y los «anticuerpos» no explican el exceso actual de la
hipercomunicación y de información. La demasía de lo igual puede provocar
vómitos, pero la regurgitación no proviene de una sensación de asco que se
refiera al distinto, al extraño. El asco es un «estado de excepción, una crisis
aguda de autoafirmación frente a una alteridad inasimilable».
Es precisamente la falta de
negatividad de lo distinto lo que provoca síntomas como la bulimia, los
«atracones de series» o la «sobreingesta compulsiva». No son virales. Más bien
se explican en función de esa violencia de la positividad que es inasequible a
toda defensa inmunitaria.
El neoliberalismo es cualquier cosa
menos el punto final de la Ilustración. No lo guía la razón. Precisamente su
vesania provoca unas tensiones destructivas que se descargan en forma de
terrorismo y nacionalismo. La libertad de la que hace gala el neoliberalismo es
propaganda. Lo global acapara hoy para sí incluso valores universales. Así,
incluso se explota la libertad. Uno se explota voluntariamente a sí mismo
figurándose que se está realizando. Lo que maximiza la productividad y la
eficiencia no es la opresión de la libertad, sino su explotación. Esa es la
pérfida lógica fundamental del neoliberalismo.
En vista del virulento poder de lo
global se trata de proteger lo universal para que no quede acaparado por lo
global. Por eso es necesario hallar un orden universal que también se abra a lo
singular. Aquello singular que irrumpe con violencia en el sistema de lo global
no es el otro distinto, el cual permitiría un diálogo. En esa imposibilidad de
dialogar que constituye el terrorismo radica su carácter diabólico. Lo singular
renunciaría a su carácter diabólico únicamente en un estado reconciliado en el
que lo lejano y distinto se quedara en una cercanía otorgada.
La «paz perpetua» de la que habla
Kant no es otra cosa que un estado de reconciliación. Se basa en valores
universales que la razón se asigna a sí misma. Según Kant, se puede forzar a
instaurar la paz también mediante aquel «espíritu comercial» que «es
incompatible con la guerra y que, más tarde o más temprano, se acaba apoderando
de todo pueblo. Pero tiene un plazo fijado y no es eterno. Lo único que por sí
mismo puede forzar a instaurar la paz es el «poder del dinero». Pero el
comercio global es una guerra con otros medios. Ya en el Fausto de Goethe se
dice: «Preciso fuera que nada supiese yo de navegación: / guerra, comercio y
piratería son tres cosas en una, / imposibles de separar».
El virulento poder de lo global
provoca que haya muertos y refugiados como si fuera una auténtica guerra
mundial. Esa paz que el espíritu comercial fuerza a instaurar no solo tiene
fijado un plazo, también está delimitada espacialmente. La zona de bienestar,
es más, la isla de bienestar, siendo un apóptico o una construcción basada en
una óptica excluyente, está rodeada de vallas fronterizas, de campos de refugiados
y de escenarios bélicos. Kant no se dio cuenta del carácter diabólico, de la
irracionalidad del espíritu comercial. Su enjuiciamiento resultó tenue. Suponía
que dicho espíritu comercial instauraría una paz «prolongada». Pero esta paz no
es más que una apariencia. El espíritu comercial solo está dotado de un
entendimiento calculador. Carece de toda razón. Por eso es irracional aquel
sistema al que solo domina el espíritu comercial y el poder del dinero.
Precisamente la actual crisis de los
refugiados revela que la Unión Europea no es más que una unión económica
comercial que busca el provecho propio. La Unión Europea como zona europea de
libre comercio, como comunidad contractual entre los gobiernos con sus
respectivos intereses estatales y nacionales, no sería para Kant una
construcción racional, una «alianza de los pueblos» guiada por la razón que se
comprometiera a defender valores universales como la dignidad humana.
La idea kantiana de una paz perpetua
fundada por la razón alcanza su punto culminante con la exigencia de una
«hospitalidad» sin condiciones. Con arreglo a eso, todo extranjero tiene
derecho de estancia en otro país. Puede pasar un tiempo ahí sin sufrir
reacciones xenófobas «mientras se comporte pacíficamente en su sitio». Según
Kant, nadie tiene «más derecho que otro a estar en un lugar de la Tierra». La
hospitalidad no es una noción utópica, sino una idea vinculante de la razón:
Como en los artículos anteriores, aquí no se está hablando de filantropía, sino
de derecho, y entonces hospitalidad (ser acogedor) significa el derecho que un
extranjero tiene a que los demás no lo traten xenófobamente por el hecho de
haber llegado a sus tierras. La hospitalidad no es una manera fantasiosa ni
exagerada de imaginarse el derecho, sino una aportación necesaria que viene del
código no escrito para completar tanto el derecho estatal como el derecho
internacional convirtiéndolos en derecho humano público, para de este modo
instaurar la paz perpetua, y solo bajo esta condición uno puede gloriarse de hallarse
en una continua aproximación a ella.
La hospitalidad es la máxima
expresión de una razón universal que ha tomado conciencia de sí misma. La razón
no ejerce un poder homogeneizador. Gracias a su amabilidad está en condiciones
de reconocer al otro en su alteridad y de darle la bienvenida. Amabilidad
significa libertad.
La idea de hospitalidad ostenta
también algo universal más allá de la razón. Para Nietzsche es expresión del
alma «sobreabundante». Está en condiciones de albergar en sí todas las singularidades:
¡Y que aquí me sea bienvenido todo lo que está en devenir, lo que anda errante,
lo que va buscando, lo que es fugaz! De ahora en adelante la hospitalidad será
mi única amistad.
La hospitalidad promete
reconciliación. Estéticamente, se manifiesta como belleza: Siempre acabaremos
siendo recompensados por nuestra buena voluntad, por nuestra paciencia, por
nuestra equidad, por nuestra ternura hacia lo extraño, despojándose lo extraño
lentamente de su velo y presentándose como una nueva belleza indecible: ese es
su agradecimiento por nuestra hospitalida.
La política de lo bello es la
política de la hospitalidad. La xenofobia es odio y es fea. Es expresión de la
falta de razón universal, un indicio de que la sociedad todavía se encuentra en
un estado irreconciliado. El grado civilizatorio de una sociedad se puede medir
justamente en función de su hospitalidad, es más, en función de su amabilidad.
Reconciliación significa amabilidad.
https://www.bloghemia.com/2023/04/el-virulento-poder-de-lo-global-por.html
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