lunes, octubre 16, 2023

Filósofos Presocráticos

  

1. ¿Qué planteó Critias sobre la religión?

2. ¿Qué planteó Critias sobre los dioses?

3. ¿Qué planteó Gorgias sobre el ‘conocimiento’?

4. ¿Cómo describieron Leucipo y Demócrito los átomos?

5. ¿Qué demostró Zenón de Elea a través de 40 paradojas?

6. ¿Por qué fue condenado Anaxágoras por la corte de Atenas?

7. ¿Cuál es considerada la principal obra que escribió Sócrates?

8. ¿Cómo planteó Heráclito que todo está en continuo movimiento?

9. ¿Cuál es el concepto central en la visión pitagórica de la creación?

10. ¿Cuál es considerada como la principal obra que escribió Pitágoras?

11. ¿Cuáles fueron las dos ‘causas eficientes’ qué postuló Empédocles?

12. ¿Qué argumentaba Parménides sobre la interpretación de la realidad?

13. ¿De qué manera Pitágoras planteó que se puede lograr la salvación del alma?

14. ¿Qué pretende demostrar Zenón de Elea a través del planteamiento de sus paradojas?

15. ¿Cuál concepto pitagórico influyó en la concepción de Platón sobre la inmortalidad del alma?

16. ¿Qué significado podría tener la afirmación de Protágoras «el hombre es la medida de todas las cosas»?

17. ¿Cuáles argumentos propuestos por los sofistas fueron desarrollados posteriormente por otros filósofos occidentales?

18. Cuál de los filósofos presocráticos afirmó que «Ningún elemento natural podría ser la primera causa» creadora.

19. Según Aristóteles, ¿Cuál de los filósofos presocráticos fue el primero en preguntar: «¿Cuál es la materia básica del universo?».

20. ¿Cómo logró plantear Jenófanes su idea o propuesta de carácter monoteísta sin ser sancionado por las autoridades por tal concepto?
  

domingo, octubre 15, 2023

 

¡Que vienen los bárbaros!


El abismo de la pérdida del sentido según Baricco             

“¡Que vienen los bárbaros!” es la idea que subyace en el libro de Alessandro Baricco. Es un grito de pánico y miedo –según el autor muy extendido hoy- ante una presunta invasión que acabaría con “nuestra civilización”. “Un miedo a ser derrotados y destruidos por hordas bárbaras y que es tan viejo como la historia de la civilización. Imágenes de desertización, de jardines saqueados por nómadas y de edificios en ruinas en los que pastan los rebaños son recurrentes de la decadencia, desde la antigüedad hasta nuestros días”. 

Pero ¿Quiénes son esos bárbaros? 

¿Cuál es nuestra civilización? 

¿Qué destrucción tememos? 

¿Qué principios y valores perderíamos si sucumbimos ante la invasión? Y, ¿Qué podemos hacer ante esta invasión?

Los bárbaros, son todos aquellos, jóvenes o no, que no respetan los modos ni los principios de nuestro arte, nuestra cultura, nuestra filosofía… No respetan ni el buen gusto, ni la elegancia, ni el sentido de nuestra cultura. No distinguen entre las obras de arte y el kitsch –más bien para ellos todo debería ser kitcsh ((voz alemana,  objeto de tener mal gusto). No respetan las diferencias entre la buena comida y el buen vino y la comida basura y el vino “light”. No entienden de “buen fútbol” –el de la genialidad individual del jugador insustituible. No leen literatura ni libros profundos, sino sólo best-seller que provienen del cine o de los videojuegos o que acaban fácilmente en ellos. Pasan por los acontecimientos superficialmente, sin penetrar su sentido. No conocen las ideologías sino las “gestualidades” políticas. No hablan correctamente sino que balbucean. “Utilizando términos románticos, y por tanto, plenamente nuestros: es como si la idea de belleza fuera sustituida por la espectacularidad; es como si se privilegiara la técnica frente a la inspiración, el efecto frente a la verdad. 

Podríamos encontrar un resumen de todo este fenómeno: los nuevos bárbaros no creen en el sentido, ni en que para alcanzarlo se necesita la constancia, el esfuerzo, y la profundidad. Niegan, así, el principio del “ascetismo” artístico, científico o creativo que ha constituido el principio básico de “nuestra civilización”, ese principio que nos enseñaba que en un nivel profundo de la vida existe un “alma” y que llegar a ese “alma” es lo que nos otorga sentido. Pues bien, para estos nuevos bárbaros, lo que no tiene sentido es ese “alma”; sencillamente, la niegan.                                  

Repitamos el contraste de valores que presenta Baricco:

 

Belleza

Espectacularidad

Razón

Emoción

Técnica

Inspiración

Verticalidad jerárquica

Horizontalidad

Valor de uso

Valor de cambio (comercialidad)

Lenguaje profundo

Lenguaje claro

Original (auténtico)

Serie (copia)

Complejo

Simple

Paciencia

Prisa

Comprensión

Experiencia

 Este conflicto de los valores “de siempre” y los valores “bárbaros” se puede apreciar en muchos aspectos de la vida y con mucha más fuerza en aspectos de la vida cotidiana. Cita, de un modo muy

pedagógico, como el connaisseur auténtico del mundo del vino está siendo sustituido por un amante del vino californiano, el mejor ejemplo, de la fabricación de un producto simple, light industrial y  comercial.  O cómo  el  gusto  por la calidad individual del futbolista y la apreciación de su “arte” está siendo invadida por el gusto por el fútbol total, tosco y acelerado. O cómo la lectura de obras literarias clásicas y de auténtico valor artístico está siendo sustituida por la lectura apresurada de bestsellers que no valen nada por sí mismos, sino que son la prolongación –en una secuencia compleja de experiencias de consumo- de un acontecimiento, de una noticia, de una película o de un videojuego.

Luego, nos recuerda que buena parte de estos valores son reliquias de la burguesía del XIX, que admitió sin crítica la confianza en el progreso y la cultura del esfuerzo. Pero que quedó desacreditada por los totalitarismos asesinos del XX –fundados en muchos de los principios heroicos del momento- y, añadimos nosotros, por “la cultura de la facilidad” que impuso la sociedad de consumo.


La lógica de los hechos. 

Baricco nos advierte unas cuantas cosas ante este fenómeno de miedo a los bárbaros: tenemos que reconocer que es un “pánico” antiguo y repetido, que se ha dado siempre que un poder constituido, un estilo o un modo de vida, ha sido asediado o amenazada por otro poder. Por tanto, estaremos asustados, parece decir Baricco, pero no somos los únicos a lo largo de la historia. En este caso, pierden los valores burgueses, se imponen los de la nueva cultura de la sociedad globalizada. Es obvio que, a la larga, no hay poder que resista y que las más altas ciudadelas o las más fuerte murallas, acaban sucumbiendo. Por tanto, parece indicar Baricco, conformémonos y asumamos que los valores burgueses perderán.

¿Y si tratamos de comprender antes que aterrorizarnos? Para ello habría que pensar que nos conviene, antes que asustarnos y huir, entender qué está pasando. Pues bien, para Baricco, el esquema de comprensión es el siguiente: Lo que está siendo asediado es el mundo de valores propio de la burguesía y un estilo artístico y filosófico, el romanticismo -que aún reside en nuestras mentes como el único esquema capaz de proporcionarnos sentido y “alma”-. ¿Cuáles son los valores de la burguesía? Pues los consabidos: el esfuerzo para obtener el beneficio, la profundidad para ser capaz de llegar al alma recóndita de las emociones; la autenticidad y el valor de lo local y originario (el alma del pueblo, la nación, el ethos auténtico); la constancia y la laboriosidad frente a la ociosidad; el ascetismo y el ahorro frente al dispendio; etc. 

Es una batalla de poder: el poder burgués empieza a sucumbir ante el poder “democrático” de las masas. El autoritarismo jerárquico de la burguesía cede ante la explosión anárquica de las multitudes. 

Tiene una lógica que se funda en los siguientes principios: a) Llega, primero, una innovación tecnológica que priva al viejo poder de la “posesión” de algún bien preciado, y concede este bien a un público más amplio. En este caso, es la burguesía la que pierde el dominio sobre la cultura y es Internet –y las multitudes- quien le arrebata el privilegio –podríamos añadir que es el discurso audiovisual el que priva de poder al discurso escrito; b) Se impone la mayor fuerza de comercial de lo nuevo, es decir, produce más beneficios económicos y mayor acumulación de capital lo nuevo que lo viejo; c) se funda en un lenguaje moderno, es decir, una nueva lengua franca, más sencilla, más accesible y menos fundada en la “jerga de la secta” del viejo poder. Lo que vencerá es el nuevo “demos”: una democracia que no respetará el liderazgo, ni el carisma de los “conductores” y que se afirmará a sí mismo como masa y multitud. 

Los que se impondrán son los valores “modernos”: es decir, todos aquellos que nos imponen las hordas “bárbaras”.  

El poder de Google. 

Lo que se impone es “el modelo Google” de conocimiento y comunicación. A saber: encuentre usted todo lo que pida, y de inmediato. Navegue acelerada y sencillamente por experiencias breves, pero intensas. Sienta la emoción de la navegación, de la secuencia anárquica de experiencias –no importa la comprensión, sino la sensación (“experiencia”, dice Baricco). Obtenga energía propia en cada nodo; fuerza para dar un salto adelante. Adquiera la técnica del surf, es decir, aproveche los vientos de superficie y el movimiento de las olas. Déjese llevar: el camino importa más que el rumbo o el puerto de llegada. Mejor. No hay puerto de llegada, hay movimiento. Su energía crecerá con la de las olas. Y las olas son más fuertes cuantas más multitudes las apoyan. Sepa estar en la cresta de ellas. Si debajo de usted hay un mar insondable, no se preocupe, lo que interesa es la superficie, y flotando no se hundirá.

¡Esta es la filosofía Google! Y esta es la que expresa el nuevo sentido de los bárbaros. Bárbaros que no buscan profundidades ni comprensiones, sino que en cada nodo de la red recargan energía, fuerza para seguir adelante, una descarga de información que les impulsa a buscar más información.

La ambivalencia del fenómeno. 

Baricco se enfrenta al fenómeno que el mismo describe como “invasión de los bárbaros” con algunas metáforas y una cierta ambivalencia.

La metáfora es la de la Muralla china –explicada en unas bellas páginas al final de su libro-. Como la muralla china expresa en su realidad histórica –y como tantas otras murallas- nada pudo ni puede en la actualidad contener a las hordas de bárbaros. Las murallas sólo ofrecen una sensación falsa de seguridad y, en realidad, señalan –y abren el camino de la invasión-. Hay fenómenos que no se pueden contener. Y así sucede con estos bárbaros actuales del sentido. La ambivalencia, es la siguiente: Baricco tiene páginas de crítica y denuncia de las “barbaridades” y páginas en las que –en un esfuerzo de comprensión- expresa su seducción por los nuevos valores.

La conclusión es, visto el conjunto de la obra, claro. Los bárbaros –este nuevo estilo de consumo de información y de vida- no son un fenómeno ni pasajero ni al que se le pueda oponer resistencia. Tampoco se trata de un fenómeno externo a nosotros. Más bien, insiste el autor, es un fenómeno de mutación: somos nosotros mismos –o, al menos, los nuestros- los que están mutando. Y, por ambas razones, conviene conformarse y adaptarse a que el paisaje del futuro será más bárbaro que otra cosa.

Post-modernismo, conformismo, adaptación. 

El debate que se plantea ha tenido otras ocasiones históricas, es el que se planteó en relación a la cultura de masas y que Eco describió en un célebre artículo –“Apocalípticos e integrados”-; es el que se refleja en obras tan reconocidas como La industria cultural de Horkheimer y Adorno –críticos con la cultura de masas- o la más comprensiva de Morin, El espíritu del tiempo… Y tantas otras. Por un lado, hay valores y principios que se degradan, pierden solidez y amenazan con el hundimiento de un estilo; por otro, hay valores que progresan se imponen como modernos y avanzan con una fuerza incontenible. ¿Cómo valorarlo? ¿Qué posición adoptar? Si se acepta la novedad como tal, se aporta poco, es sólo un fenómeno acrítico de adaptación. Si, en cambio, se plantea una resistencia numantina al cambio, el anquilosamiento es seguro.

La obra de Baricco oscila –al menos desde el punto de vista retórico- entre las dos posiciones. Se plantea la resistencia, pero, a la vez, ve indefectible la adaptación. No toma posición alguna más allá de la apelación genérica a que hay que intentar explicar y comprender el fenómeno.

Se enmarca así en ese estilo post-modernista que desde la asunción de que el modelo del progreso está finiquitado, entabla un diálogo continuo con las nuevas proposiciones sentimentales y estilísticas. Pero la cuestión no es ni la existencia de ese diálogo –que me parece de todo punto de vista exigible- ni la negación -¿cómo podría ser?- del necesario esfuerzo de comprensión hacia los fenómenos culturales contemporáneos. De lo que se trata es de saber si la única opción es la resistencia o la adaptación;  el diálogo crítico y la acción propositiva y de cambio es una actitud intermedia. No se trata ya sólo de resistir o comprender, sino de comprender para construir. Esa construcción, obviamente, es hipotética y arriesgada.

No tenemos certeza de que sea posible y alcanzable, pero hay que intentarla. Porque la simple adaptación me parece una actitud acomodaticia a los impulsos comerciales –simplemente comerciales, habría que decir- de la actual industria cultural. Y la actitud de simple resistencia, la veo como una nostalgia del pasado.

Diálogo crítico significa, desde mi punto de vista, debate de valores y de objetivos –también de criterios y de juicios-. Actuación propositiva, de otro lado, significa construir y apostar por determinados valores aunque éstos vayan a contracorriente del flujo dominante. Traducido a la cuestión de los “bárbaros” el diálogo crítico y la acción constructiva significan debate, análisis, lecturas críticas y, al mismo tiempo, hacer lo posible porque valores alternativos se vayan configurando y consolidando.

Por eso ese “fatalismo” que me parece adivinar en algunas –no en todas- las páginas del libro de Baricco parecen contraproducentes. Parece, incluso, injusto. Es cierto que la fragmentación, la sentimentalidad, la sustitución de la superficialidad por la profundidad es un hecho constatable en nuestra cultura actual. Pero también es una realidad que esta nueva cultura-red deja espacio para nuevas profundidades, para diálogos más profundos, para comprensiones más amplias. 

Son dos polos de una misma realidad que se tensan entre sí, se discuten espacios e, incluso, pueden, en ocasiones, llegar a sinergias e hibridaciones dignas de reconocimiento. Pero como tales polos cobran su valor de su capacidad de atracción en sentido contrario, y no dejan de disputarse espacios. Es verdad, por tanto, que los bárbaros están ahí, a las puertas de una imaginaria muralla que en teoría nosotros tampoco tenemos muchas razones para defender. Pero lo importante es que para mantenernos en pie, con proyectos y futuro, no podemos, simplemente, dejarnos invadir alegremente, hemos de señalar un rumbo y viajar –o navegar con él.

Baricco tiene la virtud de enfrentarnos con todos estos problemas básicos de nuestra cultura actual. Ofrece algunas intuiciones iluminadoras y una narración atractiva y pedagógica. Permite, el debate y la reflexión en una discusión sobre las ideas de Baricco, Claudio Magris observa preocupado la amenaza de los bárbaros, menos complaciente con su “triunfo” y más decidido a anteponer los valores clásicos al vendaval de “superficialidad” contemporánea. 

http://www.jmpereztornero.eu/2009/12/31/que-vienen-los-barbaros-el-abismo-de-la-perdia-del-sentido-segun-baricco/#:~:text=El%20abismo%20de%20la%20p%C3%A9rdida%20del%20sentido%20seg%C3%BAn%20Baricco,-31%20diciembre%2C%202009&text=%E2%80%9C%C2%A1Que%20vienen%20los%20b%C3%A1rbaros!,acabar%C3%ADa%20con%20%E2%80%9Cnuestra%20civilizaci%C3%B3n%E2%80%9D.

 

Anexo

Complemento

Los bárbaros

Ensayo sobre la mutación

Alessandro Baricco

Un auténtico «ensayo por entregas» dedicado a la presencia de los nuevos bárbaros en nuestra sociedad. El autor afronta con perspicacia y amenidad la existencia de quienes han contribuido al declive de la cultura burguesa occidental. Tras visitar tres ámbitos particulares (el vino, el fútbol y la industria del libro), el autor se detiene en Google, un avance tecnológico que es el campamento de los bárbaros, ya que refleja su forma de entender la cultura como navegación rápida por la superficie... En cambio, el alma burguesa, representada por la obra de Ingres o Beethoven, aboga por una cultura del esfuerzo que choca con el ansia de experiencias veloces. En el epílogo, la Gran Muralla china sirve para delimitar este proceso: todo muro se levanta no tanto para contener como para trazar las diferencias entre identidades opuestas, sin percatarse de que los bárbaros ya están aquí. «No sé si lo que sostiene (la mutación sociológica en acto en Occidente) es cierto de entrada, pero al final, gracias a esa mezcla, llega a serlo» (Sandro Veronesi). 

https://www.anagrama-ed.es/libro/argumentos/los-barbaros/9788433962737/A_378





Respuestas 'Colombia: Paradoja y distopía de una compleja realidad'

 





¿Debemos juzgar a la razón?

 

"...a fines del siglo XVIII, la burguesía, con las nuevas exigencias de la sociedad industrial, con una mayor subdivisión de la propiedad, ya no puede tolerar las ilegalidades populares. Busca nuevos métodos de coacción del individuo, de control, de encuadramiento y de vigilancia".     

El título suena pretencioso, lo sé. Pero la razón de ello es precisamente su propia excusa. Desde el siglo XIX, el pensamiento occidental jamás ha cesado en la tarea de criticar el papel de la razón -o de la ausencia de razón- en las estructuras políticas. Resulta, por lo tanto, perfectamente inadecuado acometer una vez más un proyecto tan amplio. La propia multitud de tentativas anteriores garantiza, sin embargo, que toda nueva empresa alcanzará el mismo éxito que las anteriores, y en cualquier caso la misma fortuna.

Heme aquí, entonces, en el aprieto propio del que no tiene más que esbozos y esbozos inacabables que proponer. Hace ya tiempo que la filosofía renunció tanto a intentar compensar la impotencia de la razón científica, como a completar su edificio.

Una de las tareas de la Ilustración consistió en multiplicar los poderes políticos de la razón. Pero muy pronto los hombres del siglo XIX se preguntaron si la razón no estaría adquiriendo demasiado poder en nuestras sociedades. Empezaron a preocuparse de la relación que adivinaban confusamente entre una sociedad proclive a la racionalización y ciertos peligros que amenazaban al individuo y a sus libertades, a la especie y a su supervivencia.

Con otras palabras, desde Kant el papel de la filosofía ha sido el de impedir que la razón sobrepase los límites de lo que está dado en la experiencia; pero desde esta época -es decir, con el desarrollo de los Estados modernos y la organización política de la sociedad -el papel de la filosofía también ha sido el de vigilar los abusos del poder de la racionalidad política, lo cual le confiere una esperanza de vida bastante prometedora.

Nadie ignora hechos tan banales. Pero el que sean banales no significa que no existan. En presencia de hechos banales nos toca descubrir -o intentar descubrir- los problemas específicos y quizás originales que conllevan.

El lazo entre la racionalización y el abuso de poder es evidente. Tampoco es necesario esperar a la burocracia o a los campos de concentración para reconocer la existencia de semejantes relaciones. Pero el problema, entonces, consiste en saber qué hacer con un dato tan evidente.

¿Debemos juzgar a la razón?

A mi modo de ver nada sería más estéril. En primer lugar, porque este ámbito nada tiene que ver con la culpabilidad o la inocencia. A continuación, porque es absurdo invocar «la razón» como entidad contraría a la no razón. Y por último porque semejante proceso nos induciría a engaño al obligarnos a adoptar el papel arbitrario y aburrido del racionalista o del irracionalista.

¿Nos dedicaremos acaso a investigar esta especie de racionalismo que parece específico de nuestra cultura moderna y que tiene su origen en la Ilustración? Esta fue, me parece, la solución que escogieron algunos miembros de la escuela de Fráncfort. Mi propósito no consiste en entablar una discusión con sus obras, que son de lo más importante y valioso. Yo sugeriría, por mi parte, otra manera de estudiar las relaciones entre racionalidad y poder:

1. Pudiera resultar prudente no considerar como un todo la racionalización de la sociedad o de la cultura, sino analizar este proceso en diferentes campos, fundado cada uno de ellos en una experiencia fundamental: locura, enfermedad, muerte, crimen, sexualidad, etc.

2. Considero que la palabra «racionalización» es peligrosa. El problema principal, cuando la gente intenta racionalizar algo, no consiste en buscar si se adapta o no a los principios de la racionalidad, sino en descubrir cuál es el tipo de racionalidad que utiliza.

3. A pesar de que la Ilustración haya sido una fase muy importante de nuestra historia y del desarrollo de la tecnología política, pienso que debemos referirnos a procesos mucho más alejados si queremos comprender cómo nos hemos dejado atrapar en nuestra propia historia.

Tal fue la «línea de conducta» de mi trabajo anterior: analizar las relaciones entre experiencias como la locura, la muerte, el crimen, la sexualidad y diversas tecnologías del poder. Actualmente trabajo sobre el problema de la individualidad, o más bien debería decir sobre la identidad referida al problema del «poder individualizante».

Texto de Michel Foucault
Publicado en el libro "Tecnologías del yo".
Paidós, Barcelona, 1990.

La explotación de la libertad

 

Byung Chul Han

La libertad ha sido un episodio. «Episodio» significa «entreacto». La sensación de libertad se ubica en el tránsito de una forma de vida a otra, hasta que finalmente se muestra como una forma de coacción. Así, a la liberación sigue una nueva sumisión. Este es el destino del sujeto, que literalmente significa «estar sometido».

Hoy creemos que no somos un sujeto sometido, sino un proyecto libre que constantemente se replantea y se reinventa. Este tránsito del sujeto al proyecto va acompañado de la sensación de libertad. Pues bien, el propio proyecto se muestra como una figura de coacción, incluso como una forma eficiente de subjetivación y de sometimiento. El yo como proyecto, que cree haberse liberado de las coacciones externas y de las coerciones ajenas, se somete a coacciones internas y a coerciones propias en forma de una coacción al rendimiento y la optimización.

Vivimos una fase histórica especial en la que la libertad misma da lugar a coacciones. La libertad del poder hacer genera incluso más coacciones que el disciplinario deber. El deber tiene un límite. El poder hacer, por el contrario, no tiene ninguno. Es por ello por lo que la coacción que proviene del poder hacer es ilimitada. Nos encontramos, por tanto, en una situación paradójica. La libertad es la contrafigura de la coacción. La libertad, que ha de ser lo contrario de la coacción, genera coacciones. Enfermedades como la depresión y el síndrome de burnout son la expresión de una crisis profunda de la libertad. Son un signo patológico de que hoy la libertad se convierte, por diferentes vías, en coacción.

El sujeto del rendimiento, que se pretende libre, es en realidad un esclavo. Es un esclavo absoluto, en la medida en que sin amo alguno se explota a sí mismo de forma voluntaria. No tiene frente a sí un amo que lo obligue a trabajar. El sujeto del rendimiento absolutiza la mera vida y trabaja. La mera vida y el trabajo son las caras de la misma moneda. La salud representa el ideal de la mera vida. Al esclavo neoliberal le es extraña la soberanía, incluso la libertad del amo que, según la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel, no trabaja y únicamente goza. Esta soberanía del amo consiste en que se eleva sobre la propia vida e incluso acepta la muerte. Este exceso, esta forma de vida y de goce, le es extraño al esclavo trabajador preocupado por la mera vida. Frente a la presunción de Hegel, el trabajo no lo hace libre. Sigue siendo un esclavo. El esclavo de Hegel obliga también al amo a trabajar. La dialéctica del amo y el esclavo conduce a la totalización del trabajo.

El sujeto neoliberal como empresario de sí mismo no es capaz de establecer con los otros, relaciones que sean libres de cualquier finalidad. Entre empresarios no surge una amistad sin fin alguno. Sin embargo, ser libre significa estar entre amigos. «Libertad» y «amigo» tienen en el indoeuropeo la misma raíz. La libertad es, fundamentalmente, una palabra relacional. Uno se siente libre solo en una relación lograda, en una coexistencia satisfactoria. El aislamiento total al que nos conduce el régimen liberal no nos hace realmente libres. En este sentido, hoy se plantea la cuestión de si no deberíamos redefinir, reinventar la libertad para escapar a la fatal dialéctica que la convierte en coacción.

El neoliberalismo es un sistema muy eficiente, incluso inteligente, para explotar la libertad. Se explota todo aquello que pertenece a prácticas y formas de libertad, como la emoción, el juego y la comunicación. No es eficiente explotar a alguien contra su voluntad. En la explotación ajena, el producto final es nimio. Solo la explotación de la libertad genera el mayor rendimiento.

Curiosamente, también Marx define la libertad como una relación lograda con el otro:

“Solamente dentro de la comunidad con otros todo individuo tiene los medios necesarios para desarrollar sus dotes en todos los sentidos; solamente dentro de la comunidad es posible, por tanto, la libertad personal”

En consecuencia, ser libre no significa otra cosa que realizarse mutuamente. La libertad es un sinónimo de libertad lograda.

La libertad individual representa para Marx una astucia, una trampa del capital. La «libre competencia», que descansa en la idea de la libertad individual, es solo «la relación del capital consigo mismo como otro capital, vale decir, el comportamiento real del capital en cuanto capital».  El capital realiza su reproducción relacionándose consigo mismo como otro capital por medio de la competencia. El capital copula con el otro de sí mismo por mediación de la libertad individual. Mientras se compite libremente, el capital aumenta. La libertad individual es una esclavitud en la medida en que el capital la acapara para su propia proliferación. Así, para reproducirse, el capital explota la libertad del individuo: «En la libre competencia no se pone como libres a los individuos, sino que se pone como libre al capital».

Por mediación de la libertad individual se realiza la libertad del capital. De este modo, el individuo libre es degradado a órgano sexual del capital. La libertad individual confiere al capital una subjetividad «automática» que lo impulsa a la reproducción activa. Así, el capital «pare» continuamente «crías vivientes». La libertad individual, que hoy adopta una forma excesiva, no es en último término otra cosa que el exceso del capital.


Respuestas La Investigación Filosófica

 








Premiar sólo la memorización hace un flaco favor al alumno

 

 

Sáenz de Cabezón, matemático: "Premiar sólo la memorización hace un flaco favor al alumno"

"El buen profesor o profesora es el que encuentra la forma de contagiar el amor por el conocimiento a los estudiantes"/ "Las 'mates' inculcan valores, sacar raíces cuadradas a mano entrena el rigor".

Paolo Fava


Eduardo Sáenz de Cabezón (Logroño, 1972) es un elemento poliédrico, indefinible y en constante transformación en el escenario de la ciencia española. Conjuga su trabajo de investigador en el área del álgebra computacional en el Departamento de Matemáticas y Computación de la Universidad de la Rioja con su faceta de divulgador con centenares de miles de seguidores, humorista de monólogos científicos y presentador de Órbita Laika en La 2. Transmitir su apetito insaciable por el conocimiento y los métodos que guían su mente siempre inquieta es lo que ha motivado su último libro, Invitación al aprendizaje [Penguin].

De formarse en ciberseguridad a aprender a bailar salsa, pasando por conocer la historia de Al-Ándalus, Sáenz de Cabezón se marcará unos objetivos personales que nos acompañarán por el camino. "Los aprendizajes que ejercemos como personas no se quedan en lo individual. Una sociedad en la que sus miembros se interesan por aprender es mejor. Y es una bonita contribución al bien común", valora el matemático, al que pronto volveremos a ver en antena. "Me da mucha alegría ver contenidos que pueden contribuir a nuestro crecimiento personal y colectivo teniendo éxito en televisión".

¿Está confirmado que elevar nuestro nivel educativo y practicar la capacidad cognitiva ayuda a mantener la salud toda la vida?

Sí, y cito varios estudios, como uno muy famoso que se lleva realizando con monjas en Estados Unidos desde hace más de 40 años. Se ha visto que llevar una vida intelectualmente activa se correlaciona con una resistencia a los síntomas del alzhéimer. No basta para evitarlo, pero lo puede ralentizar entre 5 y 10 años. Y cada vez es más evidente que puede ayudarnos a evitar enfermedades crónicas, viviendo más años con mejor salud.

Podría decirse que todo comienza con la salud cognitiva, y lo demás viene después.

Sí, porque favorece que tomes conciencia y te comprometas con tu salud físico-mecánica, aunque sea salir a pasear un ratito todos los días. Las instituciones son cada vez más conscientes de la importancia de fomentarlo de forma continua y estructurada. Casi todas las universidades en España ya ofertan lo que se viene a llamar "universidad de la experiencia", "aulas de mayores"... Formación para personas más allá de la edad de jubilación, con muchísimo éxito, que la gente vive con mucha alegría e interés.

El reverso dramático sería el de los jóvenes que fracasan en los estudios y sienten que no valen para aprender para el resto de su vida.

Sí, esa es la trampa que encierra el fracaso en nuestros procesos de enseñanza, por el motivo que sea. Nos hace pensar que nosotros somos los incapaces y es raro el caso en el que realmente exista una incapacidad. Puede ocurrir, igual que hay personas que tienen dificultades extremas en su movilidad, pero son casos muy puntuales. La realidad es que tendemos a ejercer nuestras capacidades de aprendizaje un poco por debajo de lo que realmente podrían ser. Creo que el ambiente familiar es determinante en edades tempranas, dando a nuestros hijos suficientes estímulos. Y, sobre todo, es muy importante conversar sobre nuestros procesos de aprendizaje.

¿Cómo influye la "ansiedad" en el aprendizaje? Unos nos sentimos incapaces para las matemáticas, por ejemplo, mientras que para otros son "belleza".

Bueno, muchísimas personas no solo ven la puerta de las matemáticas cerrada, además la ven con pinchos por fuera y una señal de peligro. Seguramente tiene que ver con cómo hemos vivido las matemáticas en la etapa escolar. Pero no podemos reducirlo a esa frase tan manida de que "las matemáticas se enseñan mal". Quizás estamos demasiado basados en el resultado y no tanto en el proceso. Eso, unido a esta creencia social que tenemos de que las matemáticas son "complicadas", para "listos", nos genera este tipo de ansiedades que se retroalimentan.

El libro defiende algo que es un tanto anatema hoy en día: memorizar. ¿Es una herramienta educativa imprescindible?

Claro, es una herramienta muy válida. Nos facilita mucho los procesos. Cada vez que tengo que multiplicar 7 por 5, no tengo que andar sumando siete veces cinco, lo manejo de forma casi inmediata. Pero no podemos confundir memorización con comprensión. Y ahí viene algo que considero muy importante: cómo planteamos la evaluación. Si premiamos exclusivamente o de forma privilegiada la memorización, flaco favor hacemos a los estudiantes. Por otra parte, a la hora de elaborar conceptos creativos, el material que vamos a utilizar es el que tenemos almacenado en la memoria.

Cuánto más combustible tengamos, mayores oportunidades.

¿Qué respondería al reproche habitual de "para qué necesitamos enseñar a hacer raíces cuadradas, si la mayoría no lo necesitará nunca"?

Lo mismo podríamos del análisis sintáctico de una oración, ¿verdad? Usamos complementos directos, indirectos, circunstanciales, etc., a diario, pero no estamos pensando en la terminología que se usa en la escuela. Y es que no todo lo que aprendemos tiene por qué tener una aplicación directa para todo el mundo. Además, muchas de esas enseñanzas son instrumentales. Nos permiten estructurar la cabeza. Una operación tan compleja como sacar raíces cuadradas a mano nos entrena en el rigor, en la meticulosidad, en la capacidad de revisar nuestros errores, etcétera. Son valores positivos que utilizamos todos los días, y más nos vale. Las matemáticas son un lugar privilegiado para ello porque la verdad de los resultados no depende de quién la diga, tienen cierto sentido de la justicia.

Entonces, ¿lo que puede estar fallando en la enseñanza es que no se transmite que nos están inculcando un método para descifrar la realidad?

Sí, yo creo que es importante poner el foco en el proceso más allá en el resultado. Nos haría ser conscientes de las ventajas de muchas de las cosas que aprendemos en la escuela. Las matemáticas pueden ser más sensibles a esto, porque pocas veces nos las encontramos en nuestra vida fuera del aula. Están ocultas detrás del funcionamiento de nuestro móvil, de las contraseñas, etcétera.

Y sin embargo, vivimos sumergidos en un mundo de algoritmos que influencian nuestra vida sin que reparemos en ello.

Totalmente, estamos en un mundo cada vez más informático. Y una sociedad no puede permitirse una generación que desconozca el funcionamiento al menos básico de los algoritmos. Si no, quedamos a merced de quien sí los conoce. Es como cuando hace cuatro siglos sólo los ricos o los intelectuales aprendían a leer. Hoy sabemos que eso te hace muchísimo más manejable, más manipulable. Y yo creo que esta alfabetización tecnológica también es una alfabetización científica. Si conoces el funcionamiento básico de las redes sociales, sabes que la realidad no es lo que parece.

¿Sufre España, como se suele decir, de anumerismo?

¿Tenemos una menor capacidad matemática que otros países?

No, no diría que el anumerismo es más grave que en los países de nuestro entorno. Nosotros tenemos un muy buen nivel de educación obligatoria. Es verdad que los ranking de tipo PISA nos colocan a veces más abajo, pero esta es otra de las razones para tener alfabetización matemática, para entender bien los datos: si España saca un 9,7 pero está detrás de los que han sacado un 10, sigue siendo un buen resultado.

Escribe que "el profesor más divertido no es forzosamente el mejor". Es llamativo, siendo usted precisamente un humorista y divulgador viral.

El humor es una herramienta muy buena para comunicar, introduce un componente emocional bastante útil a la hora de fijar conocimientos. Pero existen muchísimas herramientas, técnicas y recursos a la hora de enseñar. Y lo que dicen los estudios es que lo que realmente importa es la implicación de las personas. El buen profesor o profesora es el que encuentra la forma de contagiar el amor por el conocimiento a los estudiantes. Si lo hace a través del humor, estupendo, si es con otros mecanismos, también. Es el mayor tesoro que podemos llevarnos de nuestra etapa escolar, algo que nos va a servir toda la vida.

También subraya que, incluso cuando aprendemos por placer, necesitamos criterios de evaluación para marcar el progreso.

Sí, y además su carencia puede producirnos frustración. Cuando afrontamos en serio el aprendizaje, tenemos que ser capaces de pasar el conocimiento en "forma densa", digamos, por nuestro cerebro, y conseguir que se esfuerce en asimilarlo. Si no aplicamos la autoexigencia, el proceso pasa de una forma más liviana. Y si trato de aprender, pero se me olvida todo, no significa que ya no valgo para estudiar, sino que probablemente no me lo he tomado en serio. Y tenemos que pasar por este tipo de evaluaciones, exámenes o esfuerzos.

¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra capacidad para aprender cuando dejamos de ser jóvenes y sentimos que nos cuesta?

Intervienen muchísimos factores. La plasticidad neuronal es uno, y no es igual toda la vida. Pero tampoco decae tantísimo como nos pensamos. La capacidad a los 20 años no es la misma que a los 70, pero por otro lado hay otro factor que es muy ventajoso: los aprendizajes previos. Si una persona de 50 años empieza a estudiar historia de Al-Andalus, como hice yo, lo tiene mucho más fácil que un niño de nueve porque tiene muchas más referencias. Ha podido visitar Andalucía, conoce parte de la historia de España, tiene muchos más lugares donde anclar el conocimiento nuevo.

También advierte sobre la capacidad de dudar: si la curiosidad es beneficiosa, dudar de todo y por sistema es la base del conspiracionismo.

Sí y es muy peligroso. Es negar todo el conocimiento que tanto tiempo y tanto esfuerzo ha costado conseguir, y que además se asienta en bases muy sólidas. Y además parece colocarte en una especie de superioridad intelectual, incluso moral, frente a los otros que se dejan engañar. Pero el método científico tiene siglos de antigüedad. La duda nos tiene que servir como método de aprendizaje, no como invalidación del conocimiento. Eso es absolutamente ridículo. Estamos viviendo en una época de duda interesada, una especie de protesta contra el sistema del que el conocimiento científico formaría parte. Confundimos opciones políticas y soluciones sociales con conocimiento científico, y no tiene nada que ver. La ley de la gravedad no depende de qué partido gobierna.

¿A qué atribuye la explosión de negacionismo científico en redes en los últimos años?

Creo que viene de una especie de desencanto con el sistema, que extrapolamos a todo lo que identificamos como "la voz de los poderosos". Eso tiene derivadas psicológicas, porque hay personas que se sienten reafirmadas en su valor personal cuando disienten, cuando su opinión es contracorriente. La individualidad y la originalidad del pensamiento están bien, pero eso no quiere decir que no seamos capaces de compartir el conocimiento común.

Desde el existencialismo

 



















«¿Cuánta verdad necesita el hombre?»

 



El ensayista alemán Rüdiger Safranski   analiza las complejas relaciones entre vida y pensamiento, entre verdades individuales o culturales y verdades 

 

Por Ángel Vivas

Rudiger Safranski (Rottweil, 

Alemania, 1945) es filósofo y escritor. Autor de biografías de Goethe, Nietzsche, Heidegger o Schopenhauer, y de ensayos como Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, El mal o Ser único. Un desafío existencial, traducidos a más de veintiséis idiomas. Junto a Peter Sloterdijk, moderó durante años un programa televisivo dedicado a la filosofía. Ha recibido numerosos premios.


Avance

En este libro de 1990 Safranski se plantea ya cuestiones a las que seguirá refiriéndose en títulos posteriores: esencialmente, las relaciones entre pensamiento y vida, y cómo estas se desarrollan conflictivamente en algunos «seres únicos» singularmente filósofos y escritores, cuya acentuada conciencia de sí mismos los lleva a «residir en lo extraño» y encajar mal en el mundo real. La locura de Nietzsche, el suicidio de Heinrich von Kleist, la inadaptación de Kafka, el nazismo de Heidegger, son ejemplos destacados. La cuestión es deslindar claramente lo que -quizá inevitablemente, dada su singularidad- hay de irracional en el individuo de lo que es política y convivencia. Es peligroso hacer política con las verdades de los filósofos y los poetas, dice Safranski.

La cultura (individual) es fantasiosa, creativa, metafísica, experimental, entusiástica y abismal, admite lo trágico, la violencia y el sufrimiento, y no requiere de consenso ni de utilidad. La política (colectiva), por el contrario, debe ser razonable, objetiva, prosaica, pragmática y ha de estar al servicio de la sociedad y de la vida. Saber vivir consistiría en mantener separados esos dos ámbitos; sentir la intensidad de la vida sin renunciar a la arriesgada empresa de vivir en sociedad.

Artículo

Conocido probablemente más por sus biografías que por sus ensayos filosóficos, Rüdiger Safranski muestra una notable coherencia en sus preocupaciones. En alguna ocasión ha dicho que lo que une a los protagonistas de sus biografías (género en el que ha destacado, ocupándose de nombres de primera fila como Goethe, Schiller, Heidegger, Nietzsche, Schopenhauer o Hölderlin) es «cómo se produce el equilibrio entre pensamiento y vida»; y su reciente ensayo Ser único. Un desafío existencial trata de una serie de «seres únicos» de la cultura occidental. Pues bien, esas cuestiones estaban ya presentes en ¿Cuánta verdad necesita el hombre?, ensayo de 1990, que ahora se reedita en España. En él, Safranski se ocupa de las diferencias y del necesario equilibrio entre pensamiento y vida; o, como dice su subtítulo: lo que se puede pensar y lo que se puede vivir. Recoge, por ejemplo, una cita de Gottfried Benn: «lo que vive es otra cosa que lo que piensa, este es un hecho fundamental de nuestra existencia que tenemos que aceptar»; y él mismo afirma que «saber vivir consistiría en ser capaz de mantener una separación entre lo pensable y lo vivible».

En cuanto a los «seres únicos», este trabajo se ocupa también de algunos. Destacadamente, de Rousseau (que también estaba en Ser único), Heinrich von Kleist, Nietzsche y Kafka, además de otros como Heidegger, incluso Hitler y Goebbels. Todos ilustran el citado (des)equilibrio entre pensamiento y vida; o, como dice uno de sus capítulos, la contraposición entre la verdad del yo y el resto del mundo, que no otro es el «desafío existencial» que trata en el libro de ese título.

Así, Rousseau, Kleist y Nietzsche se abstrajeron del mundo de los otros y se encerraron en el mundo que ellos mismos habían creado. «Quieren ser su propia obra y ello les impide seguir perteneciendo a este mundo», dice Safranski. Los tres «se apropian de sí mismos cayendo dentro de sí mismos, hasta el punto de poder despojarse del mundo de manera apacible y elegíaca o muy violenta, según el caso». «Y lo que hace que el destino de estos tres hombres resulte fascinante es que en ellos el espíritu de autoinversión se torna existencial, es decir, que no se limita a correr paralelo a la vida como mera posibilidad de la imaginación, sino que la somete. Lo pensable se vuelve destino para la vida». Es, según la expresión de Nietzsche, un «parirse a sí mismos». «No quieren deberle nada al mundo, ya que este no es fiable, sino solo a sí mismos». No se sienten de este mundo y se retiran de él.

Nietzsche, en concreto, «quiso encontrar la vida con ayuda del pensamiento, y lo que halló fue un pensamiento aniquilador de la vida». Su defensa de lo dionisiaco le hace llevar al extremo la antítesis de vida y conocimiento, convencido de que donde el conocimiento se impone como impulso vital, la vida pierde su pujanza y su profundidad, de que, «si se pretende ser uno con la vida, hay que soltar el lastre de querer conocerlo todo». Su contradicción era, como señala Safranski, estar corroído por el conocimiento, poseído por la curiosidad teórica.

El jugoso capítulo dedicado a Kafka y su proceder literario («en el que las historias más sencillas abren un abismo de posibilidades interpretativas… un fragmento minúsculo de realidad ya encierra para él una inagotable plétora de posibilidades interpretativas») tiene un título suficientemente elocuente: Kafka o el arte de residir en lo extraño.

En cuanto a Heidegger, al abrazar el nazismo, doctrina en la que cree ver «la disolución de la diferencia entre lo pensable y lo vivible», muestra a su modo el peligro de no separar ambos ámbitos. Porque la verdad, «siempre que toma el poder, se torna amenazante».

Más de dos mil años de metafísica

El libro de Safranski -que tiene una continuidad de fondo, pero una cierta heterogeneidad entre sus distintos capítulos (¿estamos ante una recopilación de trabajos dispersos?)- procede a un recorrido a vista de pájaro por más de dos mil años de metafísica, en el que ofrece una suerte de premisa para entender a esos «seres únicos» enfrentados al mundo: «Existe la metafísica porque la física de la vida conlleva dolor, miedo y muerte. La metafísica explica la realidad en la que sufrimos como superficie, como apariencia, y propone echar un vistazo al fondo, a la esencia de lo real». En otras palabras, «los hombres encontraron o, si se quiere, inventaron la metafísica por temor a un mundo incierto plagado de guerras, catástrofes naturales y muerte”.

Ese recorrido, que pasa por los griegos, el cristianismo y la metafísica medieval, el racionalismo de Descartes, la crítica de Kant, el idealismo alemán y el vitalismo, culmina en el antimetafísico Freud, que mina la fe en la cultura y para quien «el propósito de que el hombre sea feliz no está contemplado en el plan de la creación». Pero el propio Hitler tiene una concepción del mundo que, aunque bárbara, constituye una metafísica, «metafísica que cobra realidad convirtiéndose en crimen monstruoso».

«Las imágenes del mundo de los dos grandes totalitarismos de nuestro siglo se instalan en una tradición metafísica que pervierten atrozmente. Son imágenes metafísicas porque se arrogan la posibilidad de captar en su totalidad la verdadera esencia de la naturaleza y de la historia. Son sistemas metafísicos porque aspiran nada menos que a una comprensión de lo que el mundo guarda en lo más profundo». La promesa de la metafísica totalitaria reza así: «El conocimiento de la ley histórica tiene que ir acompañado de su realización, solo así puede la realidad liberar su verdadera esencia», escribe Safranski.

¿Qué tiene todo esto que ver con la verdad que aparece en el título (tomado de Nietzsche)? Nuestro anhelo de verdad, dice el autor, no es sino la búsqueda de algo que nos ayude a orientarnos en la realidad; quien pregunta por la verdad quiere familiarizarse con el difícil terreno de la vida, y tiene como meta, manifiesta o secreta, cierta coincidencia entre él mismo y su mundo. Las expectativas vinculadas a la verdad pueden resumirse en que la verdad nos hará libres. Nuestra verdad es nuestra verdadera naturaleza y la buscamos como si se encontrara oculta en nosotros mismos; el psicoanálisis es un ejemplo claro. Y si creemos en una verdad independiente de nosotros mismos es por el miedo a la libertad.

«El miedo a la libertad ha generado un amplio repertorio de formas de pensamiento destinadas a ocultar el abismo de la libertad… Deseamos ser libres para hacer lo que queramos, para dar vía libre a la satisfacción de nuestras necesidades, más cuando las cosas empiezan a torcerse, cuando hay que cargar con las consecuencias, llega la hora de los discursos que niegan la libertad». El individuo, por distinto y por más complejo, no coincide con la verdad que pretende representar al común de los hombres. Popper ha señalado cómo algunos tipos de misticismo han trasladado a otro dominio el sentimiento de irracionalidad propio de la singularidad del individuo y de las relaciones entre individuos, el dominio de los conceptos generales y abstractos, como el alma del pueblo, la conciencia de clase o la ley de la historia, «todos esos grandes modelos de verdad en los que huyendo de la propia libertad quisiéramos desaparecer».

Contra esos peligros, el autor se muestra contundente en las últimas páginas del libro: «Si se quiere evitar la violencia en el proceso de socialización de las ideas no hay más remedio que renunciar a universalizar las verdades concretas e individuales; los proyectos, las invenciones, las creaciones de los filósofos y de los poetas, por su alto grado de singularidad, difícilmente son susceptibles de semejante socialización, aun cuando ellos las hayan experimentado en sí mismos. Así lo prueban los ejemplos de Rousseau, Kleist, Nietzsche, Benn o Heidegger. La historia, especialmente la de Alemania, nos enseña lo peligroso que puede llegar a ser hacer política con las verdades de los filósofos y los poetas; verdades como las del platonismo, las de la metafísica, las del romanticismo, las de Hegel, Nietzsche o Spengler, trasladadas a la política, han ocasionado estragos».

A favor de una política insípida

«Son necesarias en política, por el contrario -sostiene Safranski-, las ideas que, dicho filosóficamente, se ciñan a lo trascendental para la convivencia, es decir, que se refieran exclusivamente a las condiciones de posibilidad de una convivencia libre y pacífica. Se trata de universales que hacen abstracción de todas las verdades concretas elegidas o inventadas por el individuo para confeccionar su propia vida». «Lo que necesitamos es una política de verdades insípidas; una política que no ambicione dar sentido a la existencia; una política sin alma… una política que permita al individuo buscar su verdad sin el pathos de una filosofía de la historia ni el trémolo de una visión del mundo. Una política que en virtud de esa parquedad tan útil para la vida pueda llegar a resultar aburrida».

 

«La política –añade– es la negociación del restablecimiento de la paz en el campo de batalla de las verdades, restablecimiento que no puede ser guiado por ninguna verdad trascendente salvo por aquella que garantice unas condiciones de vida dignas para el hombre. Su contribución capital ha de ser la vigilancia del respeto a las reglas del juego que permiten a cada uno descubrir o incluso inventar su verdad vital».

«Deberíamos ser tan libres como para poder vivir simultáneamente en dos mundos y poder dar validez a dos ámbitos de verdad separados. El primer ámbito es, llamémosle así para simplificar, el cultural. En él se inscriben las invenciones y creaciones individuales, así como las interpretaciones del mundo y los grandes proyectos cósmicos… Dicho ámbito es fantasioso, creativo, metafísico, experimental, entusiástico y abismal… No ha de someterse a consenso ni ser útil para la sociedad, ni siquiera tiene que estar al servicio de la vida. Puede incluso consistir en el deseo de muerte» (el ejemplo aquí es el de Heinrich von Kleist). «El otro ámbito de verdad incorpora el reconocimiento de la insuperable alteridad del otro y el respeto por su libertad, por lo que puede denominarse político. Este ámbito de verdad ha de someterse a consenso, debe ser razonable, objetivo, prosaico, pragmático y ha de estar al servicio de la sociedad y de la vida».

«La cultura puede lanzarse en busca de lo trágico, del sufrimiento más intenso; la política debe, por contra, partir del principio de eliminación o atenuación del dolor. En la cultura a menudo entra en escena el deseo de violencia; en política la violencia debe ser evacuada; la cultura no aspira a la paz sino a la pasión, por el contrario, para la política la paz es un deber; la cultura anhela amor y salvación, la política se preocupa, en cambio, por la justicia y el bienestar».

«Necesitamos las verdades intrépidas de la cultura a la par que las frías y útiles verdades de la política. De no mantener separadas ambas esferas corremos el peligro de padecer una política intrépida o una cultura insípida o, en el peor de los casos, ambas».

«Ambas verdades, la cultural y la política, deben permanecer separadas… Vivir en dos mundos con distintos ámbitos de verdad; sentir la intensidad de la vida sin renunciar a la arriesgada empresa de vivir en sociedad. En eso consistiría saber vivir». 

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