lunes, febrero 09, 2009

a cuatro años del tercer milenio...

... a cuatro años del Tercer Milenio

“Cuando uno se percibe existir, se experimenta la sensación de un demente maravillado que sorprende su propia locura y se empecina en vano en darle un nombre”. Ciorán. 

Aprovecharé ésta agradable sensación que me invade, para escribir estas incoherentes y esquizoides notas. Sensación que me permite lo prohibido; disfrutar de la caída a la tentación, olvidar mi condena y sentir la locura que se apodera lentamente de mí.

Locura que me proporciona una efímera poesía de felicidad, una ínfima chispa de rebeldía y un poco de expulsión imaginativa que en ocasiones me arrastra por laberintos de los que nunca puedo salir. Además de una oxigenación que me ayuda a soportarme, logrando un alivio en esta mendicidad de subsistencia malograda. 

He aquí mi anarquía...
Me despojo y desnudo recorro los caminos solitarios y sedientos, aprovechando el único pozo de salvajismo para beber un sorbo de este y así obtener un poco de libertad. 

Muy cerca la desolación, seguida del simbolismo extraviado, envuelto en las sombras de la sospecha, y a un paso la discordia aguarda su oportunidad. 

Es mi condena, aquella que se cumple cada noche y cada día, inexorable, me atrapa, juega conmigo, me reatrapa arrojándome a la húmeda oscuridad mental, me despierta a bofetadas y nuevamente me acorrala hasta aplastarme, dejándome moribundo, y burlón se retira para esperar el nuevo día y repetir con extremada severidad el tormento.

Estoy en medio de una de aquellas crisis malditas, en las cuales se siente ese mórbido placer sadomasoquista de mandarlo todo a la mierda, abandonarse así mismo, sentir el preámbulo a la muerte y gozarlo plenamente.

Reírse de la existencia humillando a la vida y ser consciente de la angustia que le produce mi indiferencia.

Observar los rostros y sin huir de las miradas, decirles que no entendí, seguir caminando y continuar la búsqueda intentando encontrar la máxima satisfacción... marcharnos sin despedidas lerdas ó afanosas ó tristes, ni adioses hipócritas ni etéreos. 

Dejarse contaminar lentamente, disfrutando cada instante del encanto del proceso putrescente. Alcanzar un clímax inigualable cuando me devoren los voraces necrófagos.

Me encuentro inevitablemente perdido y me regocijo revolcándome en el fuego existencial, en el fango cotidiano.

Me refugio en las sombras, agazapándome como hambriento antropófago al acecho.
Blasfemo herido de vida, grito inútilmente y siento milímetro a milímetro, segundo a segundo, el dolor producido por el monstruo interno que me consume, destrozándome como el Águila a Prometeo. 

Es lo que me tortura sin descansar, sin apagarse; nos convierte en hienas, nos hincha de rencor.

IX FRAGMENTO

La Miseria siempre ha estado aquí; ¿Para qué ignorarla?

Mis achaques se manifiestan continuamente, ahora son crónicos. Mi estado febril, las convulsiones, el fiel insomnio y esta infatigable misoginia. 

Hizo el día su presencia grisácea con toda la androfonomanía reprimida en mí, y con él la rutinaria jornada, asquerosa y vulgar como siempre; y así volver a respirar el amargo aroma infeccioso del estúpido contacto con la muchedumbre envilecida y enfermiza. 

Intenté con mi mutismo enviar un mensaje de mi estado depresivo, turbio y ausente; en vano, la incomprensión fue latente; tu monólogo llegó inevitable, hiriente, avasallador, impulsivo, con toda la habitual brusquedad, que degeneró en una sucia discusión, quedando demostrada la fragilidad de nuestra ambivalente amistad. 

Cayó la máscara que ocultaba la verdad y exhibió las sinceras intenciones de ambos. 
Aparecieron esas pequeñas-inmensas diferencias conceptuales y prácticas que agrietan aún más la intimidad. Y ahí empezó Troya.

IV FRAGMENTO

Nos despedazamos, nos volvemos seres indómitos, irreconocibles y cada cual saborea ese estúpido enfrentamiento, en el que cada palabra es una flecha envenenada dirigida al ego del ya, antagonista; a su despreciable amor, a sus obtusos sentimientos que se van transformando horriblemente en algo deforme y extremadamente contagioso. 

Nos batimos como acérrimos enemigos que luchan ferozmente por ver caer al adversario herido de muerte y suplicante. 

Derrochamos palabras, intentando vencer al otro, infructuosamente de convencerlo de su “pequeña equivocación”, de la errática visión que tiene de los hechos.

Gesticulamos ridículos y torpes, convencidos de nuestra razón, del supuesto triunfo, sabiendo de antemano que aquello no es más que una derrota, nuestra propia mentira convertida en verdad a fuerza de ignorancia. 

Olvidamos los hermosos y agradables momentos vividos, aquellos que compartimos con mutua satisfacción; al parecer ya no tienen valor alguno. 

VI FRAGMENTO

“Diminutos e inmensos, incomprensibles, anhelantes de libertad, diferentes, distantes e insolubles... Eso somos”. 

Transformada en Escila, solo querías devorarme, y yo el malvado salvaje que como tú, creía en una causa, (que obviamente no era común)... “existe un arte de hacer que las cosas ocurran de tal modo que el pecado que cometemos sea en conciencia virtuoso”. 

Reprochaste mi fetichismo, mi estado frenético, mi tendencia asocial y mi escepticismo. Me acusaste de ser empedernido, huidizo y hermético.

Al cabo del tiempo recriminas mis gestos, mis actuaciones y mis pensamientos y ésta profunda apatía que siento por la vida y mis congéneres. Rechazaste todo lo que supuestamente admirabas en mí.

Estabas delirante, ansiosa, histérica, irreconocible; en un estado metamorfoseado donde encarnabas una guerrera Amazona, tenebrosa y vengativa. 

¿Quién puede contra tu selecto y sistemático eclecticismo?
¿Se esfumaron los espacios de libertad, los instintos y deseos?

“Expresión de nuestra posición híbrida, que se rodea de un aparato de beatitudes y de tormentos, gracias al cual encontramos en otro un sustituto de nosotros mismos”. 

II FRAGMENTO

“Intento no caer al abismo, a ese que quieres arrojarme”.

Es posible que un hecho aparentemente insignificante, degenere en algo violento, que sin premeditarlo ni pretenderlo, destruya intenciones y actos que pensábamos sólidos, estructurados y cautivantes. 

¿Es la nuestra una relación tan vulgar?
Son tan ordinarios nuestros actos y despreciables nuestras intenciones, que llegamos al fondo del foso sin intuirlo ni entenderlo.

Por enésima ocasión convinimos romper en forma total y definitiva los vínculos que unen nuestra relación.

Recordé lo expresado por el maestro Estanislao Zuleta; que una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte, y por lo tanto sin carencias y sin deseos, no valía la pena.

Hay que desear una relación inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, a salir del enclaustramiento que han establecido personas ajenas y extrañas a nuestros ideales. Rechazar la certeza de un idilio sin sombras y sin peligros.

Adán y Eva nos liberaron del monótono y apacible Paraíso y en nuestra ignorancia pretendemos volver a él, perder todo lo que hemos logrado hasta hoy.

Pagamos un alto precio por y al enamorarnos y somos malditos Epimeteos, sabiendo de antemano que cada amor trae consigo adherido en su interior una hermosa y perversa Pandora. 

Nuestra miopía nos sirve de excusa para pretender ignorar la certeza de los hechos, que el amor se acaba, se desvanece, se desvirtúa con el paso inflexible del tiempo.
Todo muere, nada perdura en la eternidad, nada se resiste.

Y ahí está ella, la divina Pandora en su desgastado y erosionado pedestal, pero sin lograr arrancarse las amargas escamas de la desesperación y la desdicha que la hacen infeliz, además de ser la portadora (medio voluntaria-medio involuntaria), de la maldición que no puede quitarse de encima, y que por lo tanto también se convierte en su propia maldición.

Se transforma en prisionera de sí misma, sin libertad, como si no viviera su propia realidad. Así que en ocasiones se siente culpable. No es fácil liberarse.

El peso de la historia y sus leyendas, es demasiado severo.