Cuentan que la conferencia que iba a impartir en Nueva York el filósofo francés y premio Nobel de Literatura 1927 Henri Bergson (1859-1941) generó tanta expectación entre el público que paralizó el tráfico en los alrededores de la calle Broadway.
Bergson tenía fama
de buen orador y atraía enormes audiencias. Este no es un fenómeno frecuente,
porque a los filósofos se les considera sesudos e inteligentes, pero más bien
aburridos. Sin embargo, cuando son entretenidos su capacidad de convocatoria es
extraordinaria.
Santiago Iñiguez de
Onzoño, IE University
La risa y la filosofía
Posiblemente, Sócrates también fuese
ameno, como lo es hoy Michael Sandel, que llena grandes auditorios. Le sucedía
también al catedrático de Derecho Ronald Dworkin, mi tutor en Oxford
University, cuyas clases estaban siempre abarrotadas.
Una de las obras más curiosas de
Bergson es La risa: ensayo sobre el significado de la comicidad, pero no fue el
primer filósofo en hablar de la risibilidad. En su Política, Aristóteles
señala: “No se debe educar a los jóvenes con el fin de divertirles sino de
acompañarles en el sufrimiento”. Por su parte, Immanuel Kant decía: “La risa
proviene de una espera que desemboca súbitamente en nada”.
En la frontera entre la filosofía y
la psicología, Sigmund Freud dedicó todo un libro al buen humor. En El chiste y
su relación con el subconsciente, analiza la esencia de las gracias, sus clases
y su relación con los sueños. Una observación: los ejemplos que utiliza no son
muy graciosos. Como explica: “Un nuevo chiste se considera casi como un
acontecimiento de interés general y pasa de boca en boca como la noticia de una
recientísima victoria”. Algo parecido a lo que sucede en nuestros días en las
redes sociales.
Por otro lado, su consideración de
que los chistes verdes son agresiones sexuales verbales, y que los que ríen
estas gracias se comportan como espectadores de esa agresión, da que pensar.
En un intento de síntesis, Freud
define el chiste como: “Un juicio juguetón, apareamiento de lo heterogéneo,
contraste de representaciones, el sentido de lo desatinado, la sucesión de
asombro y esclarecimiento, el descubrimiento de lo escondido y peculiarmente
breve”.
Más recientemente, académicos
estadounidenses han formulado una definición más canónica y académica, aunque
no sé si la suscribirían los profesionales de la comedia: “El humor se produce
cuando una suposición epistemológica, aceptada como estado mental, resulta ser
una equivocación”.
En general, los libros serios sobre
el humor generan poca gracia. Es algo parecido a lo que le sucedió a una
periodista cuando le preguntó a Chris Rock qué es divertido. La respuesta del
humorista fue: “¿Sabes lo que no es gracioso? Reflexionar sobre ello”. Ya lo
dijo E. B. White: “Analizar el significado del humor es como diseccionar una
rana: poca gente está interesada y, mientras, la rana se muere”.
Risa y conocimiento
personal
El libro de Bergson es más
entretenido y útil que la media para entender cómo funcionan los chistes. El
filósofo francés no proporciona una definición específica de humor. Su
filosofía prima la intuición sobre la conceptualización. En cambio, proporciona
múltiples ejemplos y ofrece categorías de lo que es humorístico. Creo, sin
embargo, que hay dos afirmaciones en las que Bergson no acierta.
La primera, cuando afirma: “No hay
comicidad fuera de lo propiamente humano”. La zoología muestra que los primates
tienen sentido del humor y se especula acerca de la risibilidad en otras
especies. También vemos a humanos que se ríen con sus mascotas y estas parecen
seguirles la broma.
El segundo error es sostener que
siempre se ríe en grupo, que la risa necesita de eco y de socialización. Si
bien la risa es contagiosa y empática, siempre que las bromas sean buenas
también es posible, y diría que hasta aconsejable, divertirse en solitario.
Reírse con uno mismo permite que nos
conozcamos mejor y nos proporciona recursos para mantener el buen ánimo. Una
buena lectura con pasajes entretenidos o ver una película cómica pueden generar
momentos de genuina diversión. Tendrá que probar qué autores son los que más le
reconfortan.
Hay dos clásicos del cine que a mí no
me fallan: Una noche en la ópera, de los Hermanos Marx, y La fiera de mi niña,
de Howard Hawks.
Con todo, como explicaba Adam Smith,
“la sociedad y la conversación son los remedios más poderosos para restituir la
tranquilidad a la mente (…) y también son la mejor salvaguardia de ese uniforme
y feliz buen humor que tan necesario es para la satisfacción interna y la
alegría”.
La comicidad, una
habilidad social
Hay dos grandes tipos de comicidad,
según Bergson. La comicidad verbal, mediante el uso del lenguaje, y la de
situación, mediante la creación de unos personajes y circunstancias adecuados.
La comicidad verbal es la
consecuencia del ingenio, de la capacidad de utilizar el lenguaje para provocar
la risa, ya sea aparentando decir lo que no se quería decir, jugando con el
significado o con la pronunciación de las palabras, o incurriendo en los llamados
“lapsus freudianos”.
El ingenio es esa facultad para
discurrir o inventar con prontitud y facilidad la chispa para ver el lado
gracioso de las cosas. Esta facultad no es innata sino adquirida, mediante el
ejercicio de dos capacidades: la inteligencia social y los recursos de la
memoria.
La inteligencia social tiene que ver
con la facilidad con la que nos desenvolvemos con los demás y es una forma de
inteligencia emocional que requiere de una actitud proactiva, no simplemente de
dejarse llevar por la propia sociabilidad, si es que se tiene.
Quizás haya tratado a algún cómico
fuera del escenario, y le habrá chocado que no están bromeando durante todos
los momentos de su día. Es lógico que les apetezca descansar cuando no están
actuando, e incluso adoptar actitudes distintas. Pero esto muestra que, hasta
cierto punto, bromear es una faceta del comportamiento en el que hay que
emplearse, e incluso prepararse.
Si quiere hacer gracia en alguna
reunión o en alguna conferencia, además de improvisar con recuerdos, chistes y
bromas, siempre es útil pensarlo de antemano.
Escena del camarote de ‘Una noche en
la ópera’
‘Y dos huevos duros’
En relación con la comicidad de
situación, Bergson identifica tres recursos principales.
La repetición, que se apoya en lo divertido
de la insistencia o la iteración. Recordará la famosa escena del camarote de
Una Noche en la Ópera, que incluso se ha convertido en expresión para designar
los lugares pequeños donde no cabe un alfiler. En esa situación, cuando Groucho
está realizando la comanda del desayuno, se oye la voz de Chico que añade a
cada plato “y dos huevos duros”, petición que secunda Harpo con un bocinazo y
que confirma el propio Groucho, así hasta cuatro veces. Esta repetición es
risible, y quizás se ha visto usted mismo diciendo en alguna ocasión “y dos
huevos duros” cuando alguien le pide algo.
La inversión, cuando una situación da
un giro repentino o se invierten los papeles de forma inopinada. La
suplantación es una forma de inversión muy recurrente, y de nuevo la película
de los hermanos Marx nos sirve de referencia. Harpo, Chico y Ricardo, que
viajan como polizones en un barco a Nueva York, suplantan a tres famosos
aviadores y solo son descubiertos cuando tienen que pronunciar sus discursos
ante las autoridades. Las largas barbas y los uniformes que les sirven de
disfraz resultan ser el mejor aporte cómico al gag.
La interferencia de las series, más
conocida como enredos, es cuando una situación pertenece a dos series de
acontecimientos distintos que convergen generando la broma. Al comienzo de Una
Noche en la Ópera (¡de nuevo los hermanos Marx!), la millonaria encarnada por
la inefable Margaret Dumond espera impaciente en su mesa de un lujoso
restaurante a Groucho, que ya se ha retrasado demasiado. Cuando pide que canten
su nombre para localizarlo, resulta que lleva una hora cenando animadamente con
otra joven, justo en la mesa de detrás.
Más allá de las categorías de
recursos que formula Bergson para entender las bromas, y dado que el humor
tiene fuentes variadas y sofisticadas, que van de lo inocuo a lo cruel, creo
que hay tres consejos pertinentes:
El primero, tomado de Freud: “Son más
valiosos los chistes inocentes que los tendenciosos, y los faltos de contenido
más que los profundos”.
El segundo, tomado de las palabras
que Shakespeare pone en boca del charlatán Polonio en Hamlet: “Como la brevedad
es el alma del ingenio y la prolijidad su cuerpo y ornato exterior, he de ser
muy breve”. En una línea parecida, está la máxima de Baltasar Gracián: “Lo
bueno, si breve, dos veces bueno”.
El tercero, tomado de la experiencia
propia: para ser gracioso, sé amable con los demás. Las personas que tratan a
sus amigos o colegas con tacto y con amabilidad tienen más probabilidades de
causar risa cuando lo buscan deliberadamente que los menos queridos. Si tiene
responsabilidades de liderazgo no abuse del humor, porque el riesgo es que la
gente le ría las gracias por ser quien es.
Una actividad cerebral
La risa –ejercitarla u observarla–
activa múltiples regiones del cerebro: la corteza motora, que controla los
músculos; el lóbulo frontal, que ayuda a entender el contexto; y el sistema
límbico, que modula las emociones positivas. Encender todos estos circuitos
fortalece las conexiones neuronales y ayuda a un cerebro saludable a coordinar
su actividad.
Estas observaciones han llevado a
psicólogos, asesores y educadores a recomendar la risa como ejercicio habitual,
diario, por todos sus beneficios sobre el cuerpo y la mente. No deje que se le
escapen situaciones en las que se pueda divertir o pueda bromear con los demás:
es tan sano como hacer deporte.
Mi profundo agradecimiento a los
hermanos Marx por alegrar nuestra existencia.
https://www.cambio16.com/el-filosofo-henri-bergson-la-risa-y-el-bienestar-personal/
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