Las
teorías de Platón o Aristóteles
La
pregunta por el fin de todo lleva con nosotros desde el inicio de la historia.
¿Cómo se imaginaban Platón o Aristóteles el último día? ¿Tenían realmente
esperanza?
Por
E. Zamorano
Los
malos augurios están viviendo un boom, sobre todo desde la pandemia. No son
pocas las series, las películas y los libros publicados en los últimos años que
ofrecen su propia receta del apocalipsis, generalmente protagonizado por
epidemias (el escenario más realista, sin duda, a raíz de lo sucedido), fallos
en las telecomunicaciones y crisis energéticas (como El Colapso), desastres
climáticos (otra de las causas más plausibles) y hasta invasiones
extraterrestres. Y, de alguna forma, la ficción de nuestro tiempo siempre
refleja los conflictos más acuciantes a los que se enfrenta la humanidad en el
momento presente, conflictos que plantean preguntas, pues siempre hay algo que
se avecina y para lo que tenemos que estar preparados si queremos sobrevivir. Y
estas preguntas, evidentemente, las hace la filosofía. En un mundo cada vez más
secularizado, la filosofía puede formularlas desde un punto de vista objetivo
que varía de lo más profano a lo más catedrático, de los autores más elevados a
los más propios del género de la autoayuda, casi a modo de 'coach'. Y, en este
sentido, cabe dirigir la mirada hacia los pensadores clásicos para saber cómo
ha cambiado esa visión del apocalipsis, no solo para descubrir si dista mucho
de la de ahora, sino para conocer de primera mano cómo veían y qué opinaban los
padres del pensamiento occidental sobre la hora postrera. "A diferencia de
la tradición bíblica, los antiguos filósofos griegos y romanos veían el final
como proceso natural que formaba parte del cosmos" Apocalipsis ha habido
muchos a lo largo de la historia.
El
final de la Antigua Grecia o del Imperio Romano, sin ir más lejos; si no, no
habríamos dado grandes pasos en la historia. A un final siempre le sigue un
inicio, e incluso aunque nos extinguiésemos de repente de la faz de la Tierra,
el mundo seguiría sin nosotros. Tal vez este sea uno de los mayores errores de
nuestro tiempo, que no descartan los pensadores de la corriente del realismo
especulativo: el extremo antropocentrismo que rige nuestra cosmovisión y nos hace
situarnos en el centro de la creación, una naturaleza (natural y artificial)
que es muy diversa y podría tener distintos niveles de conciencia opuestos a la
nuestra. En definitiva, no le importamos al universo tanto como creemos. Esta
sin duda es una posición muy atractiva y poderosa, pero a la vez puede pecar de
negativa o nihilista en comparación con otras. Ello no quiere decir que esta
corriente pueda usarse en un sentido positivo, pero lógicamente pocas
esperanzas quedan para nosotros si estamos seguros de que nuestros avances
científicos y tecnológicos no sirven para parar el fin del mundo o, en su
defecto, podrían jugar en nuestra contra.
Los
Cuatro Jinetes (y alguno más)
¿Qué
opinaban los antiguos sobre esto? Podríamos intuir que muchos de los riesgos
existenciales que ahora amenazan con llevarse todo por delante no existían, ya
que no había tantos avances médicos, científicos o tecnológicos. La propia
palabra "apocalipsis" tiene una connotación cristiana que nos lleva,
precisamente, a la Biblia. Cuando pensamos en los Cuatro Jinetes, ninguna es
una pandemia (aunque sí que se suele asociar uno de ellos a la peste), ya que
por aquel entonces no se conocían las causas de que tantas personas en tan poco
tiempo enfermaran hasta la muerte. Pero sí que está el de la Guerra, el Hambre
y la Muerte. Estos bien podrían ser los grandes temores que se cernían sobre la
humanidad cuando la fe cristiana comenzó a extenderse por el mundo, pero antes
de ellos había muchos más, sobre los que incidieron especialmente los griegos.
Como
materia esencial para la vida, les inquietaba que en algún momento una gran
sequía secase los mares y ríos, dejando el mundo entero yermo y estéril. Algo
llamativo, ya que se contrapone con el mito bíblico del diluvio universal, el
cual es justamente lo opuesto: basándose en un principio moral de que los seres
humanos se corrompieron, Dios inunda todo lo habido y por haber. No había
principio moral en los griegos, ya que pensaban que, si un final había de
llegar, era debido al puro antojo de las fuerzas cósmicas, como relata
Christopher Star, profesor de Cultura Clásica en el Middlebury College de
Vermont, en un artículo reciente de Aeon que explora esta temática.
"A
diferencia de la tradición bíblica, que comprende el fin del mundo como un día
de ira y juicio divino en el que los elegidos se salvan y el resto muere
condenado, los antiguos filósofos griegos y romanos veían el final como un
proceso natural que formaba parte del funcionamiento regular del cosmos",
asegura. "En su mayoría, postularon que el desarrollo humano es limitado y
que la humanidad y la catástrofe están inexorablemente unidas, como si la
naturaleza pusiera unos límites fijos al crecimiento y desarrollo humano".
Una idea bastante actual, para nada demodé, ya que muchos de los fenómenos
atmosféricos adversos vienen agravándose por culpa del calentamiento global
impulsado por los humanos, como no dudan en recordar los científicos de nuestra
época, y que también conecta con la creencia pagana en Gaia, aquel ente sagrado
que precisamente proviene de la mitología griega y que viene a recordarnos que,
si osamos ofender o estropear el orden natural, ella nos los devolverá con
creces. Como decíamos anteriormente, la idea de que no hay un final definitivo,
sino que el tiempo es cíclico, no es nada nueva, y ya está presente en Platón y
su discípulo, Aristóteles. Como repasa Star, para estos dos filósofos, "el
mundo nunca se destruye y persiste indefinidamente", pero "no explican
qué causa estos ciclos". Sobre esto también meditaban los estoicos,
quienes abogaron por el eterno retorno (que más tarde recuperarían filósofos
contemporáneos como Nietzsche). Al parecer, estaban del lado de Platón y
Aristóteles porque pensaban que los períodos de destrucción se sucedían en el
tiempo, provocados y avivados por el fuego (a diferencia de lo que pensaban los
ya citados Anaximandro y Jerófanes) en un proceso al que se referían por el
término "ekpyrosis".
En
el caso de Demócrito, "pensaba que la destrucción total llegaba como fruto
del choque de un mundo contra otro" En contraposición, otros como
Demócrito y Epicuro, pensaban que sí que había un solo final, y obviamente era
definitivo. "Si bien ambos argumentaron que hay múltiples mundos formados
por átomos", repasa Star, algo que congratularía a los físicos cuánticos
defensores de los multiversos, "todos los mundos se dirigen hacia un final
definitivo".
Imposible
no acordarse del final de los dinosaurios, y de lo a merced que nos encontramos
de meteoritos y demás cuerpos celestes que viajan allí arriba, en el espacio
estelar. Un mundo contra otro bien puede ser un mundo cargado de vida (la Tierra)
contra un mundo inanimado (un meteorito). Y, si fuéramos más allá, recuperando
la teoría de la panspermia, a veces el choque de dos mundos puede dar lugar a
un principio y no un final. Sea como sea, la pregunta por el fin del mundo
sigue siendo una incógnita. La propia física más avanzada está dividida en
torno a distintas posiciones sobre si realmente el Universo se volviera a
contraer después de tanto expandirse, o poco a poco las estrellas se apagarán
como fruto de la erosión de la gravedad y del tiempo. Nosotros no estaremos
allí para verlo (ni este propio artículo para ser leído). Es lo que sucede con
las grandes preguntas, las cuales suscitan dudas universales que ni los mejores
filósofos, de ahora o del pasado, pueden resolver.
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