Por: Marta Ruiz
¿A quién le interesa que haya buena educación si ésta redundaría en mayor equidad y movilidad social? En todo caso no a nuestra clase dirigente.
Revista Semana.com
Hace unas
semanas me reuní con profesores de Córdoba y Bolívar. Estaban preocupados
porque en los colegios rurales la educación la brindan ahora oferentes que
aparecieron de la nada; ONG de garaje, contratadas por gobernaciones y
municipios, bajo la impune vigilancia del Ministerio de Educación. La educación
de los niños y los jóvenes del campo está en manos de terceros, como se dice
ahora, y esos terceros suelen ser los políticos que usan estos contratos para
hacer politiquería.
Es así
como el año pasado las clases comenzaron en abril o mayo. Téngase en cuenta que
en casi todas las zonas rurales la comida más segura que tienen los muchachos
es la que hacen en el colegio. Si no hay clase, no comen.
Muchos profesores nunca llegaron porque se trata a lugares donde hay una
presión permanente de las Bacrim, que les quitan parte de su sueldo. Las clases
son irregulares. En lugares como Tierralta o Montelíbano basta una lluvia para
que los maestros no puedan entrar a las veredas a dictar sus clases, pues las
carreteras se los impiden. En el mejor de los casos, dan clase tres días a la
semana, y en el peor, los muchachos han sido promovidos sin haber visto
asignaturas como matemáticas o español porque no hubo maestros que se le
midieran a la educación rural. Por no hablar de los cambios que hacia finales
del año se empezaron a dar en la planta docente, contratada a destajo en
pésimas condiciones, para cumplir muy seguramente con compromisos políticos
electorales.
La ministra de Educación, tan interesada como parece de comprar tierrita,
debería pasarse por algunos de estos municipios, que por cierto son
considerados zonas de consolidación por el gobierno, para que vea como se están
educando estas nuevas generaciones rurales. Para que rasgue el velo de la
cacareada cobertura universal en educación y se dé cuenta que aunque la calidad
de la educación es mala en todo el país, para los jóvenes rurales que viven en
zonas de conflicto es pésima y que éstos difícilmente podrán acceder a las
universidades en las actuales condiciones.
Este es un aspecto más, no el único, que habrá incidido en que Colombia
retrocediera en las pruebas Pisa, que mide las competencias básicas de los
estudiantes colombianos, y que es el rasero para ubicarnos en la ruta del
desarrollo y el progreso, o en el del estancamiento. Haber quedado de 62 entre
65 no es una catástrofe. No es una sorpresa ni un fiasco ni algo que ocurrió de
repente. Es el resultado de una decisión política, de una manera de concebir el
país, de concebir su crecimiento y de apostar por él.
La educación no ha sido el camino elegido por nuestra clase dirigente para
llevarnos por la senda de la anunciada prosperidad. El gobierno pasado apostó
por convertirnos en una potencia militar con el mayor gasto bélico de la
región, y dejándonos de herencia un pie de fuerza cercano al medio millón de
soldados y policías. Y Santos apuesta a seguir creciendo económicamente a punta
de exportar minerales y materias primas. ¿Educación como prioridad? Claro que
no. ¡Que tal y eso genere movilidad social, mayor equidad, una clase media
deliberante!
No existe
la decisión de educar, o mejor, de democratizar a través de la educación. No
hay voluntad, por lo menos en los dirigentes de hoy, de generar otros
equilibrios sociales a partir de la ciencia, la cultura, el talento y el
conocimiento. Como bien lo dijo Armando Montenegro hace unas semanas en su
columna de El Espectador, ni a la derecha, ni la izquierda están en eso. Otros
fueron los tiempos en los que el magisterio y sus sindicatos daban la pelea por
el modelo pedagógico.
Otros los que el movimiento de estudiantes se preocupaba por los contenidos de
la educación.
Que educar es una decisión política lo está demostrando Ecuador, país al que
los colombianos solíamos mirar en el pasado por debajo del hombro. La revista
Arcadia destaca en su más reciente editorial (citando a la revista Dinero) la
gran apuesta que está haciendo Rafael Correa en esta materia: “Ha invertido 30
veces más que los últimos siete gobiernos juntos en este frente. Decretó el cierre
de 14 universidades por falta de calidad académica y becó a más de 5.000
estudiantes para que estudiaran en las mejores universidades del mundo. Como si
fuera poco, ayudó a bajar la tasa de interés del crédito educativo de 12% a
4,6% y eliminó la deuda por mérito académico.
Correa, además, implementó el Sistema Nacional de Nivelación y Admisión, que ha
permitido duplicar la matrícula de ciudadanos afrodescendientes, indígenas y de
las personas pertenecientes a los estratos más pobres del Ecuador (…) Ecuador
es el país con mayor participación de pobres en educación superior en América
Latina (26%), por encima de Chile y Argentina”.
En Colombia mientras tanto la educación sigue siendo manejada como una Cámara
de Comercio, nos traman con cifras de cobertura que aparentan ser excelentes, y
recibimos del gobierno palmaditas en la espalda ante el bajo desempeño de la
educación, como queriéndonos decir que si nos fue mal esta vez, fue cuestión de
suerte.
Pero el azar no tiene nada que ver en esto. Educar es una decisión política.
Brindar una pésima educación también lo es.
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