"El discurso ideológico de la globalización busca ocultar que ella viene robusteciendo la riqueza de unos pocos y verticalizando la pobreza y la miseria de millones. El sistema capitalista alcanza en el neoliberalismo globalizante el máximo de eficacia de su maldad intrínseca" Paulo Freire
Texto del pedagogo y filósofo brasileño, Paulo Freire,
publicado por primera vez en su libro "Pedagogía de la
autonomía"
El saber que se refiere a la fuerza, es a veces mayor
de lo que pensamos. La ideología, es igualmente indispensable para la práctica
educativa del profesor o de la profesora. Es el que nos advierte de sus mañas,
de las trampas en que se nos hace caer. Es que la ideología tiene que ver
directamente con el encubrimiento de la verdad de los hechos, con el uso del
lenguaje para ofuscar u opacar la realidad al mismo tiempo que nos vuelve
"miopes".
Sabemos que hay algo enclavado en la penumbra pero no
lo vemos bien. La propia "miopía" que nos asalta dificulta la
percepción más clara, más nítida de la sombra. Es todavía más seria la
posibilidad que tenemos de aceptar dócilmente que lo que vemos y oímos es lo
que en verdad es, y no la ver- dad distorsionada. La capacidad que tiene la
ideología de ocultar la realidad, de hacernos "miopes", de
ensordecernos, hace, por ejemplo, que muchos de nosotros aceptemos con
docilidad el discurso cínicamente fatalista neoliberal que proclama que el
desempleo en el mundo es una fatalidad de fin del siglo. O que los sueños
murieron y que lo válido hoy es el "pragmatismo" pedagógico, es el
adiestramiento técnico-científico del educando y no su formación, de la cual no
se habla más. Formación que, al incluir la preparación técnico-científica, la
rebasa.
La capacidad de "ablandarnos" que tiene la
ideología nos hace a veces aceptar mansamente que la globalización de la
economía es una invención de ella misma o de un destino que no se podría
evitar, una casi entidad metafísica y no un momento del desarrollo económico,
sometido, como toda producción económica capitalista, a una cierta orientación
política dictada por los intereses de los que detentan el poder. Sin embargo,
se habla de la globalización de la economía como un momento necesario de la
economía mundial al que, por eso mismo, no es posible escapar. Se universaliza
un dato del sistema capitalista y un instante de la vida productiva de ciertas
economías capitalistas hegemónicas como si Brasil, México, o Argentina,
debieran participar de la globalización de la economía de la misma manera que
Estados Unidos, Alemania o Japón. Se toma el tren en marcha y no se discuten
las condiciones anteriores y actuales de las diferentes economías. Se pone en
un mismo nivel los deberes entre las distintas economías sin tomar en cuenta
las distancias que separan a los "derechos" de los fuertes y su poder
de usufructuarlos de la flaqueza de los débiles para ejercerlos. Si la
globalización significa la superación de las fronteras, la apertura sin
restricciones al libre comercio, que desaparezca entonces quien no pueda
resistir. No se indaga, por ejemplo, si en momentos anteriores de la producción
capitalista las sociedades que hoy lideran la globalización eran tan radicales
en la apertura que ahora consideran una condición indispensable para el libre
comercio. Exigen, en la actualidad, de los otros, lo que no hicieron con ellas
mismas. Una de las destrezas de su ideología fatalista es convencer a los
perjudicados de las economías subordinadas de que la realidad es eso, de que no
hay nada que hacer sino seguir el orden natural de las cosas. Pues la ideología
neoliberal se esfuerza por hacemos entender la globalización como algo natural
o casi natural y no como una producción histórica.
El discurso de la globalización que habla de la ética
esconde, sin embargo, que la suya es la ética del mercado y no la ética
universal del ser humano, por la cual debemos luchar arduamente si optamos, en
verdad, por un mundo de personas. El discurso de la globalización oculta con
astucia o busca confundir en ella la reedición intensificada al máximo, aunque
sea modificada, de la espeluznante maldad con que el capitalismo aparece en la
Historia. El discurso ideológico de la globalización busca ocultar que ella
viene robusteciendo la riqueza de unos pocos y verticalizando la pobreza y la
miseria de millones. El sistema capitalista alcanza en el neoliberalismo
globalizante el máximo de eficacia de su maldad intrínseca.
Yo espero, convencido de que llegará el momento en
que, pasada la estupefacción ante la caída del muro de Berlín, el mundo se
recompondrá y rechazará la dictadura del mercado, fundada en la perversidad de
su ética de lucro.
No creo que las mujeres y los hombres del mundo,
independientemente si se quiere de sus opiniones políticas, pero sabiéndose y
asumiéndose como mujeres y hombres, como personas, dejen de profundizar esa
especie de malestar ya existente que se generaliza ante la maldad neoliberal.
Malestar que terminará por consolidarse en una nueva rebeldía en que la palabra
crítica, el discurso humanista, el compromiso solidario, la denuncia vehemente
de la negación del hombre y de la mujer y el anuncio de un mundo "personalizado"
serán armas de alcance incalculable.
Hace un siglo y medio Marx y Engels pregonaban en
favor de la unión de las clases trabajadoras del mundo contra la explotación.
Ahora se hace necesaria y urgente la unión y la rebelión de la gente contra la
amenaza que nos acecha, la de la negación de nosotros mismos como seres humanos
sometidos a la "fiereza" de la ética del mercado.
En este sentido nunca abandoné mi preocupación
primera, que siempre me acompañó, desde los comienzos de mi experiencia educativa.
La preocupación con la naturaleza humana
a la que debo mi lealtad siempre proclamada. Antes incluso de leer a
Marx yo ya me apropiaba de sus palabras: ya fundaba mi radicalismo en la
defensa de los legítimos intereses humanos. Ninguna teoría de la transformación
político-social del mundo consigue siquiera conmoverme si no parte de una
comprensión del hombre y de la mujer en cuanto seres hacedores de Historia y
hechos por ella, seres de la decisión, de la ruptura, de la opción. Seres
éticos, capaces incluso de transgredir la ética indispensable, algo de lo que
he "hablado" insistentemente en este texto. He afirmado y reafirmado
cuánto me alegra realmente saberme un ser condicionado pero capaz de superar el
propio condicionamiento. La gran fuerza sobre la que se apoya la nueva rebeldía
es la ética universal del ser humano y no la del mercado, insensible a todo
reclamo de las personas y sólo abierta a la voracidad del lucro. Es la ética de
la solidaridad humana.
Prefiero ser criticado de idealista y soñador
inveterado por continuar, sin vacilar, apostando al ser humano, batiéndome por
una legislación que lo defienda contra las embestidas agresivas e injustas de
quien transgrede la propia ética. La libertad del comercio no puede estar por
encima de la libertad del ser humano. La libertad de comercio sin límite es el
libertinaje del lucro. Se hace privilegio de unos cuantos que, en condiciones
favorables, robustece su poder contra los derechos de muchos, incluso el
derecho de sobrevivir.
Una fábrica textil que cierra porque no puede competir
con los precios de la producción asiática, por ejemplo, significa no sólo el
colapso económico-financiero de su propietario que puede o no haber sido un
transgresor de la ética universal humana, sino también la expulsión de centenas
de trabajadores y trabajadoras del proceso de producción. ¿Y sus familias?
Insisto, con la fuerza que tengo y con la que puedo reunir, en mi vehemente
rechazo a determinismos que reducen nuestra presencia en la realidad
histórico-social a una pura adaptación a ella. El desempleo en el mundo no es,
como dije y repito, una fatalidad. Es ante todo el resultado de una
globalización de la economía y de avances tecnológicos a los que les viene
faltando el deber ser de una ética realmente al servicio del ser humano y no
del lucro y de la voracidad desenfrenada de las minorías que dirigen el mundo.
El progreso científico y tecnológico que no responde
fundamentalmente a los intereses humanos, a las necesidades de nuestra
existencia, pierde, para mí, su significación. A todo avance tecnológico
debería corresponder el empeño real de respuesta inmediata a cualquier desafío
que pusiera en riesgo la alegría de vivir de los hombres y de las mujeres. A un
avance tecnológico que amenaza a millares de mujeres y de hombres de perder su
trabajo debería corresponder otro avance tecnológico que estuviera al servicio
de la atención a las víctimas del progreso anterior. Como se ve, ésta es una
cuestión ética y política y no tecnológica.
El problema me parece muy claro. Así como no puedo
usar mi libertad de hacer cosas, de indagar, de caminar, de actuar, de criticar
para sofocar la libertad que los otros tienen de hacer y de ser, así también no
podría ser libre para usar los avances científicos y tecnológicos que llevan a
millares de personas a la desesperación. No se trata, agreguemos, de inhibir
las investigaciones y frenar los avances sino de ponerlos al servicio de los
seres humanos. La aplicación de los avances tecnológicos con el sacrificio de
millares de personas es más un ejemplo de cuánto podemos ser transgresores de
la ética universal del ser humano y lo hacemos en favor de una ética pequeña,
la del mercado.
Entre las transgresiones a la ética universal del ser
humano, sujetas a penalidades, debería estar la que implicara la falta de
trabajo de un sinnúmero de personas, su desesperación y su muerte en vida.
Por eso mismo, la preocupación con la formación
técnico-profesional capaz de reorientar la actividad práctica de los que fueron
puestos entre paréntesis, tendría que multiplicarse.
Me gustaría dejar bien claro que no sólo imagino, sino
que sé cuán difícil es la aplicación de una política de desarrollo humano que,
así, privilegie fundamentalmente al hombre y a la mujer y no sólo al lucro.
Pero también sé que, si pretendemos superar realmente la crisis en que nos
encontramos, el camino ético se impone. No creo en nada sin él o fuera de él.
Si, de un lado, no puede haber desarrollo sin lucro, éste no puede ser, por
otro, el objetivo del desarrollo, en cuyo caso su fin último sería el gozo
inmoral del inversionista.
De nada vale, a no ser de manera engañosa para una
minoría que terminaría pereciendo también, una sociedad eficazmente operada por
máquinas altamente "inteligentes", que sustituyeran a mujeres y
hombres en actividades de las más variadas, y millones de Marías y Pedros sin
tener qué hacer, y éste es un riesgo muy concreto que corremos.
Tampoco creo que la política que debe alimentar este
espíritu ético pueda jamás ser la dictatorial, contradictoriamente de izquierda
o coherentemente de derecha. El camino autoritario ya es de por sí una
contravención a la naturaleza inquietamente inquisidora, de búsqueda, de
hombres y de mujeres que se pierden al perder la libertad.
Es exactamente por causa de todo esto por lo que, como
profesor, debo estar consciente del poder del discurso ideológico, comenzando
por el que proclama la muerte de las ideologías. En realidad, a las ideologías
sólo las puedo matar ideológicamente, pero es posible que no perciba la
naturaleza ideológica del discurso que habla de su muerte.
En el fondo, la ideología tiene un poder de persuasión
indiscutible. El discurso ideológico amenaza anestesiar nuestra mente,
confundir la curiosidad, distorsionar la percepción de los hechos, de las
cosas, de los acontecimientos. No podemos escuchar, sin un mínimo de reacción
crítica, discursos como éstos:
"El negro es genéticamente inferior al blanco. Es
una lástima, pero es lo que nos dice la ciencia."
“¿Qué podríamos esperar de ellos, unos alborotadores,
invasores de tierras?"
"Esa gente es siempre así: les das la mano y se
toman el pie."
"Nosotros ya sabemos lo que el pueblo quiere y
necesita. Preguntarle sería una pérdida de tiempo."
"El saber erudito que será proporcionado a las
masas incultas es su salvación."
"María es negra, pero es bondadosa y
competente."
"Ese individuo es un buen tipo. Es nordestino,
pero es serio y solícito."
En el ejercicio crítico de mi resistencia al poder
tramposo de la ideología, voy generando ciertas cualidades que se van haciendo
sabiduría indispensable a mi práctica docente. La necesidad de esa resistencia
crítica, por ejemplo, me predispone, por un lado, a una actitud siempre abierta
hacia los demás, a los datos de la realidad, y por el otro, a una desconfianza
metódica que me defiende de estar totalmente seguro de las certezas. Para
resguardarme de las artimañas de la ideología no puedo ni debo cerrarme a los
otros ni tampoco enclaustrarme en el ciclo de mi verdad. Al contrario, el mejor
camino para guardar viva y despierta mi capacidad de pensar correctamente, de
ver con perspicacia, de oír con respeto, y por eso de manera exigente, es
exponerme a las diferencias, es rechazar posiciones dogmáticas, en que me
admita como propietario de la verdad. En el fondo, ésta es la actitud correcta
de quien no se siente dueño de la verdad ni tampoco objeto adaptado al discurso
ajeno que le es dictado autoritariamente. Es la actitud correcta de quien se
encuentra en disponibilidad permanente para estimular y ser estimulado, para
preguntar y responder, para concordar y discordar. Disponibilidad hacia la vida
y sus contratiempos. Estar disponible es ser sensible a los llamados que se nos
hacen, a las señales más diversas que nos invocan, al canto del pájaro, a la
lluvia que cae o que se anuncia en la nube oscura, al río manso de la
inocencia, a la cara huraña de la desaprobación, a los brazos que se abren para
abrigar o al cuerpo que se cierra en el rechazo. Es en mi disponibilidad
permanente a la vida a la que me entrego de cuerpo entero, pensar crítico,
emoción, curiosidad, deseo, es así como voy aprendiendo a ser yo mismo en mi
relación con mi contrario. Y mientras más me entrego a la experiencia de lidiar
sin miedo, sin prejuicio, con las diferencias, tanto más me conozco y construyo
mi perfil.
https://www.bloghemia.com/2023/03/la-educacion-es-ideologica-por-paulo.html?m=1
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