Neoliberalismo
Controles, regulaciones, no. Este país es el
paraíso del mercado que soñaron Thatcher y Reagan. ¿Supervisión? Aquí no hay
nada de eso.
SEMANA.COM
Ahora salen los de las Farc con que la venta
de Isagén que acaba de hacer el gobierno va en contra del espíritu de
reconciliación que se busca, o se dice que se busca, en las conversaciones de
La Habana. ¿De qué se sorprenden? De entrada estaba claro que Juan Manuel
Santos con toda su retórica (“traidor de clase”, “que lloren los ricos”,
etcétera) no pretendía cambiar el sistema, sino simplemente hacer la paz.
Eso
era lo sorprendente. Y solo por eso lo hemos apoyado muchos, que discrepamos de
él en todo lo demás y de él esperábamos -o temíamos- todas las demás cosas que
está haciendo, aunque sean contrarias al espíritu de la paz: la venta de
Isagén, las Zidres, etcétera. Muy cerrados de mollera tienen que ser los de las
Farc si les ha tomado cinco años de charla descubrir que Santos es neoliberal
desde su niñez.
Santos
es neoliberal, como lo han sido todos sus predecesores en los gobiernos de
Colombia desde César Gaviria: aquel del sarcástico “bienvenidos al futuro”. Y
aún desde antes de que se inventara la palabra: neoliberalismo era el
“desarrollismo” que predicaba Álvaro Gómez y aplicó López Michelsen.
Tal
vez solo Lleras Restrepo no haya sido neoliberal ferviente, sino partidario del
intervencionismo del Estado para estructurar la economía nacional; pero su
sucesor Misael Pastrana borró con el codo lo que Lleras firmó con la mano,
empezando por la incipiente y frustrada Reforma Agraria que nos hubiera librado
de tantos males. Porque el principio cardinal del neoliberalismo, su
fundamental artículo de fe, es la no intervención del poder público en los
terrenos propios del mercado. Y su corolario: la consiguiente privatización de
todos los bienes públicos (pronto llegaremos a la privatización del aire de
respirar, como estamos ya en la del agua de beber). Lo que hace 40 años López
Michelsen llamaba con un dejo de envidia “la sabiduría económica de las
dictaduras del Cono Sur”. Una sabiduría que, paradójicamente, requiere para
imponerse una mano dura en el intervencionismo político: una mano antiliberal.
Esa es la mano dura
que Santos no tiene, ni tampoco usó López Michelsen en exceso en sus tiempos, a
diferencia, digamos, de la férrea conser-vadora señora Thatcher o del
sanguinario fascista general Pinochet. Así sea a regañadientes, Santos es, como
lo era a regañadientes López, liberal en lo político.
Mezclando
una cosa y otra sigue Santos la incoherente y contradictoria Tercera Vía de su
amigo Tony Blair (asesor, dicho sea de pasada, de la empresa canadiense de intereses
varios que acaba de comprar Isagén en una subasta sin concurrentes: bello
ejemplo tercerviesco de competencia entre privados). Así que no impone su
voluntad por la fuerza, sino que compra el consenso a precios de mercado. Eso
es lo que sus críticos llaman la mermelada, o (en el caso del resbaloso
procurador Ordóñez) la vaselina.
Por
eso, enredados como están en las contradicciones de la Tercera Vía, el
presidente Santos y su ministro Mauricio Cárdenas dejan de lado la pura
doctrina del neoliberalismo para prometernos que, al lado de la libertad de
mercado “hasta donde sea posible” habrá también regulación severa del Estado
“hasta donde sea necesario”. Regulación. La prometen a sabiendas de que aquí
nunca ha existido semejante entelequia, ni existirá con ellos. ¿Ha sido
regulada acaso, por ejemplo, la salud privatizada de las EPS? ¿Alguien reguló o
controló los abusos de las multinacionales de la minería o del petróleo? ¿Qué
control estatal evitó que las eléctricas se quedaran con el llamado “cargo por confiabilidad”
que les pagaron los usuarios durante 20 años, sin responder con él cuando llegó
la crisis? ¿Alguna vez se ha castigado por sus excesos a los grandes grupos
económicos, a Ardila, a Santo Domingo, a Sarmiento? Ahora se ha descubierto,
como de la nada, que los grandes ingenios azucareros se conchaban para hacer
trampa con los precios. ¿Nadie se había dado cuenta nunca de que en Colombia
los privados no compiten entre sí, como manda (¿manda?) la teoría neoliberal,
sino que se compinchan y se cartelizan? ¿Cuántas veces han sido rescatados con
dinero público los bancos de sus quiebras fraudulentas?
Controles,
regulaciones, no. Este país es el paraíso del mercado que soñaron Margaret
Thatcher y Ronald Reagan. ¿Supervisión? Aquí no hay de eso. Y cuando alguna vez
algún funcionario impertinente ha pretendido investigar algún latrocinio
especial-mente escandaloso, ha sido prontamente destituido, y el investigado ha
entablado un pleito millonario que ha perdido el Estado.
Dice el ministro Cárdenas
que lo de Isagén es insignificante, porque la empresa “no representaba ni el 1
por ciento de los ingresos de la Nación”. Lo veo venir: va a vender mañana
mismo, por insignificantes para la Nación pero lucrativos para los
inversionistas privados, el Museo del Oro, el Trapecio Amazónico, la Virgen de
Chiquinquirá, las murallas de Cartagena, el Consejo de Estado ( si es que no
está vendido y comprado ya). Y va a lanzar en serio su candidatura a la Presidencia
de la República.
http://www.semana.com/opinion/articulo/antonio-caballero-neoliberalismo/456766-3
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