jueves, marzo 24, 2016

 La Utopía y la  Red    


Ignazio Licata

                 Traducción: Diego L. Sanromán.

Ignazio Licata. Profesor de Física Teórica en el Institute for Basic Research de Palm Harbor (Florida), fundador del Instituto de Cibernética Non-Lineare per lo Studio dei Sistemi Complessi. Sus investigaciones se centran en los fundamentos de la mecánica cuántica, la teoría de campos, las dinámicas no lineales y en un acercamiento sistémico-informacional al estudio de la complejidad.


Virtual: aquello que no es actual, potencia y fuerza suspensas en las infinitas posibilidades de su realización.

Aristóteles y también filósofos de la Escolástica como Santo Tomás de Aquino tenían bien claro el sentido preciso de un concepto que hoy tiende a traducirse como realidad ‘ficticia’, paralela, cuando no alternativa al mundo ‘concreto’. El término ‘virtual’ ha sufrido en el uso común una parábola semántica descendente, análoga a la experimentada por la noción de ‘amor platónico’, que pasó de su inicial riqueza filosófica a indicar el deseo sin ‘consumación’ sexual. Algo, en suma, que poco o nada tiene que ver con la capacidad de mostrar y actualizar nuestras intenciones en el tejido de las relaciones de fuerza individuales y sociales. Si esto ocurre, naturalmente, es porque se corresponde con el modo de proponer y usar la Red que hoy se quisiera dominante. Utilizaremos, pues, la etimología como instrumento para redefinir y reabrir la cuestión de las posibilidades ‘políticas’ de la Red. El polo dialéctico de lo virtualis no es la realidad material, sino la actualización material de lo inminente y posible a partir de la dimensión extrema de la exploración conceptual de los modelos y los esquemas del juego. Lo virtual emerge de las estructuras de energía-materia del espacio-tiempo, el hardware del mundo, no para construir un simulacro alternativo, sino para dar voz y vida multiplicadas e interactivas al pensamiento del mundo.

El proceso de virtualización ha acompañado cada paso significativo de la humanidad. El lenguaje, la cultura, la tecnología y las relaciones sociales son todos ejemplos de entidades virtuales. Por ejemplo, cuando una relación social queda codificada de algún modo, ésta funciona como norma abstracta, como regulador de todas aquellas circunstancias en las cuales es necesario disponer de una fórmula definida que ha de ‘implementarse’ en una situación concreta. El lenguaje es un recurso colectivo al que todos podemos acceder para comunicarnos y que, al mismo tiempo, define nuestra ‘sustancia’ social. Un libro es una narración en condiciones de implementación continua. También una manufactura ‘material’ tiene un componente de ‘virtualidad’.

El acto de calmar la sed o de beber está virtualmente fijado en la forma de un vaso, por ejemplo. Podemos, pues, definir el proceso de virtualización como aquel proceso que sustrae al ‘aquí’ y al ‘ahora’ un acontecimiento para hacerlo disponible a cualquier ‘aquí’ y cualquier ‘ahora’ posibles: es posibilidad permanente.

La Red es hoy el más potente instrumento de virtualización que la humanidad haya conocido jamás.

El Ciberespacio permite compartir información descentralizada con un tiempo de transferencia despreciable, prácticamente próximo a cero desde el punto de vista del usuario. Si imaginamos una topología del espacio de las comunicaciones, la Red realiza algo diferente de los otros media, porque su naturaleza tecnológica tiende a modelarse con relación a su propia vocación de área activamente compartida. Aun con todos sus problemas irresueltos, el Open Source y el peer-to-peer de Richard Stallman y Linus Torwald forman parte de la fisonomía genética de la Red. La televisión, por ejemplo, es un atractor de punto fijo que convoca a los usuarios, pasivamente, a una interfaz cognitiva única, que, como mucho, puede ofrecer la posibilidad del rechazo. 

Es todavía expresión de una forma centralizada de la autoridad y de la autoría, que se difunde hacia los receptores, por otro lado, fragmentados y aislados. No es casualidad que los ‘salones de la política’ sean televisivos por naturaleza y tengan una pésima relación con Internet. La Red, por el contrario, expresa la tendencia hacia un sistema complejo de auto-organización dinámica centrada en nuevas posibilidades de relación participativa entre los usuarios.

Esta Mente Global trabaja incesantemente y vive una vida propia gracias a la actividad interactiva de los millones de neuronas-usuarios que la constituyen.

El Ser Colectivo que viene así a la existencia, ‘vive’, ‘recuerda’, ‘piensa’, ‘imagina’ y ‘sueña’, muestra ‘comportamientos’ y ‘tendencias’, expresa al mismo tiempo las reglas, los códigos y su violación, inteligencia y banalidad.

Es mercado y ágora a la vez. No existen ‘cinturones de seguridad’ que no sean los del interés, la afinidad y el acceso. El modelo centralizado queda superado por una descentralización dinámica, y en consecuencia no fragmentaria, no identificable con ‘partículas’ con un rol predefinido dentro del juego de los flujos informativos. Lo esencial aquí es comprender que el modelo mediático centralizado es un modelo de alta previsibilidad asintótica: la información se crea en la fuente para pasar a un nivel máximo de distribución, donde finalmente se agota y degrada.

La Red es un sistema amplificador de informaciones, donde el ‘mensaje’ se modifica y acrecienta a cada paso, y retorna continuamente en un círculo enriquecido de conexiones que representan otros tantos modos de entenderlo y desarrollarlo. Es posible un efecto mariposa: la información puede explotar exponencialmente de una manera incontrolada y desconocida para los otros media. Este hecho está vinculado directamente a la posibilidad de poner en juego más interfaces cognitivas de forma contemporánea, incorporando a la Red la pluralidad de connotaciones culturales, estéticas y emotivas que antes eran propias tan sólo de la contigüidad ‘real’ entre las personas, pero aquello que pueda perderse en términos de comunicación biológica directa, puede también reencontrarse como capacidad de liberación del propio rol social inmediato.

El Ciberespacio no está poblado por personas unidimensionales ‘reales’, confinadas en ese espacio-tiempo que ya era el de Newton y de Einstein, sino que más bien lo atraviesan nubes cambiantes de significados vivientes.

Como un astronauta, un guerrero o un payaso, el cibernauta debe ponerse un vestido-máscara para las altas virtualidades, su avatar, su proyección en el reino de lo posible. Se trata de criaturas pluridimensionales, polimórficas, asexuadas y eróticamente permeantes, capaces de repensar y multiplicar su comunicación social y sexual en una multiplicidad de roles que trastoca toda categoría tradicional en un espacio sin lugares y en un tiempo sin límites. E igual que ocurre con la identidad personal, también el concepto de ‘privado’ está destinado a sufrir en la Red profundas modificaciones y una erosión de los significados tradicionales.

Alan Turing definió su modelo de computación universal, la Máquina de Turing, como un autómata polivalente sobre una cinta infinita de memoria. Espacio y tiempo infinitos, eternos, no-vivientes. Posibilidad seductora y extrema, peligro, en consecuencia: ausencia de confines, de roces, exasperación puramente mental de toda sensación, ausencia de dolor concreto y directo.

El problema de la incorporeidad del cibernauta es también su mayor peligro durante la navegación. El filósofo Robert Nozick proponía la hipótesis de la ‘máquina de los deseos’, que puede ayudarnos a comprender este punto.

Imaginemos poder entrar en una máquina que crease la realidad tal como nosotros la deseamos. ¿Cómo podríamos comprender que esta ‘realidad’ no es la Realidad? Sencillo, responde Nozick: la ausencia de cualquier tipo de ‘rozamiento’ o ‘resistencia’ en las situaciones, en los interlocutores, en los hechos. Faltaría no sólo la contradicción, sino incluso la desdicha, el malheur, el signo tangible de que cada uno de nuestros planes debe tener en cuenta los planes de los demás, y el hecho de que se intersecan de un modo complejo.

La Red se encuentra hoy suspendida entre dos escenarios en equilibrio inestable: por un lado, la vitalidad de los recursos colectivos, la virtualidad ‘virtuosa’, el intercambio y el desarrollo de los conocimientos y los proyectos; por otro, el ‘congelamiento’ de la virtualidad como vida ‘artificial’, paralela, alternativa e inconclusa en sí misma, la virtualidad sin vitalidad de la máquina de los deseos. El futuro político de la Red se decide justamente con relación al predominio de una de estas dos posibilidades. O, en todo caso, de la mezcla en la que al menos una de ellas consiga mantenerse como una práctica posible.

La identidad de un individuo, su posibilidad de realizarse como persona, depende enteramente de los recursos sociales, de los cuales obtenemos no sólo alimento físico, sino sobre todo cultural. Debemos entonces preguntarnos qué significado dar a la dimensión ‘otra’ y ‘paralela’ de lo virtual, sabiendo que este proceso no puede tener más reglas que las que tolera la actividad imaginativa misma, pero conscientes de que se necesitaría cuando menos intentar la conjugación desesperada de la imaginación con el proyecto, y de este último con la realidad. El Ciberespacio asume de modo natural las características de la Utopía, el no-lugar desde el que observar críticamente el mundo, desde el que hablar de él mediante metáforas y modelos, en la confianza esencial en nuestra capacidad de querer cambiarlo.

Pero todas las utopías concebidas hasta el día de hoy, de la República de Platón a la Ciudad del Sol de Campanella, de la isla homónima de Tomás Moro a la Nueva Atlántida de F. Bacon, y hasta los proyectos del socialismo ‘utópico’ de principios del siglo XIX, contienen un riesgo que podríamos definir como estructural: el de cristalizar la visión crítica y el proyecto en sueño, fuga o prisión ideológica.

Así ocurrió con las geniales intuiciones románticas sobre la ‘modernidad’ de Blake y de Shelley, ricas en intencionalidad de cambio social, que acabaron transformándose en la complacencia egocéntrica del dandismo; o que proyectos para pensar el mundo de una manera nueva se trasmutasen en ovillos de alambre espinado. La Palabra del Libro se fijaba en un Proyecto, mediado por exegetas y catalizado por realizadores. El resultado final se confrontaba después con el modelo originario. Siempre era posible una interpretación a posteriori capaz de garantizar la concordancia entre modelo e implementación. El esquema hegeliano-marxista de la utopía presupone de hecho la ‘cientificidad’ del modelo, establecido de una vez por todas a través de una epistemología maximalista y totalitaria que define los problemas y sugiere las soluciones con un esquema fijo y lineal. De esta manera, el conocimiento aparece como una producción a-histórica y unívoca, y los modelos del mundo como imágenes perfectas, científicas e imposibles de un mundo ineluctablemente ‘imperfecto’.

En el pensamiento moderno, la utopía ha conocido una nueva y más fértil acepción, ligada a la herencia de J. J. Rousseau y de I. Kant, y desarrollada, entre otros, por la dialéctica negativa de T. Adorno y por el ‘principio esperanza’ de E. Bloch. Según esta concepción, la fuerza de la utopía no consiste en su ‘cientificidad’ ideal, sino más bien en la capacidad de sugerir contrastes y ausencias, deseos y necesidades, estimulando la actitud crítica y proponiendo continuamente la necesidad de nuevos criterios de lectura de lo real, conforme a una epistemología de la complejidad capaz de construir propuestas en torno a la naturaleza específica del problema, utilizando de modo desenvuelto una pluralidad dinámica de modelos y perspectivas. La utopía no es, pues, algo definido de una vez por todas, sino más bien una actitud del pensamiento. La gran oportunidad de la Red consiste precisamente en esta capacidad suya para ser instrumento permanente de elaboración utópica colectiva y compartida, capaz de responder de forma adecuada a un problema en tiempo ‘real’, que es, después de todo, el único tiempo posible para la libertad y para la paz.

La actual colonización del Ciberespacio avanza, sin embargo, a grandes pasos en una dirección exactamente opuesta, hacia la realización del Imperio Perfecto y Global, un sistema en el que, quien regula los parámetros, promete como bien supremo la satisfacción virtual de las necesidades inmateriales de expansión, no de la conciencia, sino del Ego infinito del usuario-consumidor. Construid vuestro mundo paralelo y olvidaos del real, sustituidlo por una realidad indolora y sin límites. Nadie se dará cuenta de nada, no hay efectos colaterales. De este modo, la utopía se transforma en la más pura y refinada droga mental, la droga total buscada en vano en los laboratorios de química criminal. Paraísos artificiales digitales como simulaciones de la máquina de los deseos. 

En este escenario, se apunta a la dicotomía real / virtual y se trata de canalizar hacia un colector-lager fantástico los recursos creativos y las necesidades de la gente. La lógica de ‘simpática’ y eficiente tecnología ‘friendly’ de los grandes portales, el caldero ‘espiritual’ de la new-age y el paraíso perverso del pedófilo terminan por constituir así las muchas caras de una misma medalla, la de la nueva ‘normalidad’ virtual, la gran feria de públicas virtudes mediáticas y vicios privados con código de acceso. Según esta visión, naturalmente, la diferencia entre piratería informática, atentado contra el orden constituido y movimiento hacker es prácticamente nula, y de aquí al rechazo de todo aquello que no está regulado por los ordenadores globales hay sólo un pequeño paso.

Se trata, en la práctica, de una reproposición del modelo televisivo culturalmente centralizado, pero oportunamente ‘adaptado’ al usuario. Gran parte de la Red es ya hoy inmóvil y pasiva, miembro paralizado y posibilidad perdida.

No es esto lo que queremos. Nada de creación de mundos imaginarios, nubes distópicas con roles ‘concretamente’ aun más rígidos, sino imaginación y simulación de posibilidades para el mundo real, aumento de las anomalías y de la conciencia, lucha creativa contra el aplanamiento de la comunicación, laboratorio de proyectos que aguardan una realización política. Ya hoy sabemos que el tam-tam de la Red contiene in nuce un modelo diverso de lucha política y de contra-información, como han demostrado las experiencias del movimiento no-global y los hechos del 11 de septiembre y de Génova. En la ex -URSS y hoy en China, la difusión del PC y del número de conexiones nivela reticularmente la estructura del poder, volviendo impotentes las viejas arquitecturas piramidales. El ‘grupo de afinidad’ anarquista encuentra en la Red su expresión más natural, favoreciendo el nacimiento de espacios de interés y de propósito más allá de las barreras geográficas y de las relaciones materiales de fuerza. En este sentido, todo por explorar todavía, la utopía emerge de la Red por la naturaleza misma de su ser colectivo. La Red es vocacionalmente lugar de producción utópica y, al mismo tiempo, de verificación constante, laboratorio de democracia conectiva en tiempo real. Y el gesto hacker es práctica zen de utopía conectiva, manifestación de una percepción diversa del poder. 

La Red promueve la Palabra y el Libro, pero les elimina cualquier inútil oropel de sacralidad: en la proyectualidad de la Red estamos todos llamados a ser teóricos y experimentadores, críticos y, a la vez, partícipes. Complejidad y Utopía son características esenciales de la Red, constituyen respectivamente su vida real y su destino natural. No pueden ser removidas sin modificar su naturaleza profunda. Por demasiado tiempo, los cibernautas han navegado por rutas de mundos ilusorios. Es momento de que lleven su bagaje y sus conocimientos hacia embarcaderos concretos de cambio real.

La Utopía Virtual puede ser -y, en consecuencia, debe ser- la creación de nuevas vías neuronales por las que trascurran las ideas de aquellas comunidades que, dentro y fuera de la red, buscan un modo distinto de producir la conciencia, de superar las barreras, de participar en el juego de las reglas del mundo.


Bibliografía:

·      Pierre Lévy , L’Intelligenza Collettiva .Per un’antropologia del cyberspazio, InterZone, Feltrinelli, Milano,1996.G. Minati, Esseri Collettivi, Apogeo, Milano, 2001
·      I. Licata, Verso un’Epistemologia della Complessità, in Informazione & Complessità, Quaderni di Filosofia Naturale, Andromeda, Bologna, 1998
·      A. Negri & M.Hardt, Impero, Rizzoli,Milano, 2002.
·      W. Burroughs, La Rivoluzione Elettronica, in E’ Arrivato Ah Pook, SugarCo, Milano, 1980.

https://colaboratorio1.wordpress.com/2007/10/09/la-utopia-y-la-red-ignacio-licata/


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