La Utopía y la Red
Ignazio Licata
Traducción:
Diego L. Sanromán.
Ignazio Licata. Profesor de Física Teórica en el Institute for
Basic Research de Palm Harbor (Florida), fundador del Instituto de Cibernética
Non-Lineare per lo Studio dei Sistemi Complessi. Sus investigaciones se centran
en los fundamentos de la mecánica cuántica, la teoría de campos, las dinámicas
no lineales y en un acercamiento sistémico-informacional al estudio de la
complejidad.
Virtual: aquello que no es actual, potencia y fuerza
suspensas en las infinitas posibilidades de su realización.
Aristóteles
y también filósofos de la Escolástica como Santo Tomás de Aquino tenían bien
claro el sentido preciso de un concepto que hoy tiende a traducirse como
realidad ‘ficticia’, paralela, cuando no alternativa al mundo ‘concreto’. El
término ‘virtual’ ha sufrido en el uso común una parábola semántica
descendente, análoga a la experimentada por la noción de ‘amor platónico’, que
pasó de su inicial riqueza filosófica a indicar el deseo sin ‘consumación’
sexual. Algo, en suma, que poco o nada tiene que ver con la capacidad de
mostrar y actualizar nuestras intenciones en el tejido de las relaciones de
fuerza individuales y sociales. Si esto ocurre, naturalmente, es porque se
corresponde con el modo de proponer y usar la Red que hoy se quisiera
dominante. Utilizaremos, pues, la etimología como instrumento para redefinir y
reabrir la cuestión de las posibilidades ‘políticas’ de la Red. El polo
dialéctico de lo virtualis no es la realidad material, sino la actualización
material de lo inminente y posible a partir de la dimensión extrema de la
exploración conceptual de los modelos y los esquemas del juego. Lo virtual
emerge de las estructuras de energía-materia del espacio-tiempo, el hardware
del mundo, no para construir un simulacro alternativo, sino para dar voz y vida
multiplicadas e interactivas al pensamiento del mundo.
El proceso
de virtualización ha acompañado cada paso significativo de la humanidad. El
lenguaje, la cultura, la tecnología y las relaciones sociales son todos
ejemplos de entidades virtuales. Por ejemplo, cuando una relación social queda codificada
de algún modo, ésta funciona como norma abstracta, como regulador de todas
aquellas circunstancias en las cuales es necesario disponer de una fórmula
definida que ha de ‘implementarse’ en una situación concreta. El lenguaje es un
recurso colectivo al que todos podemos acceder para comunicarnos y que, al
mismo tiempo, define nuestra ‘sustancia’ social. Un libro es una narración en
condiciones de implementación continua. También una manufactura ‘material’
tiene un componente de ‘virtualidad’.
El acto de
calmar la sed o de beber está virtualmente fijado en la forma de un vaso, por
ejemplo. Podemos, pues, definir el proceso de virtualización como aquel proceso
que sustrae al ‘aquí’ y al ‘ahora’ un acontecimiento para hacerlo disponible a
cualquier ‘aquí’ y cualquier ‘ahora’ posibles: es posibilidad permanente.
La Red es
hoy el más potente instrumento de virtualización que la humanidad haya conocido
jamás.
El
Ciberespacio permite compartir información descentralizada con un tiempo de
transferencia despreciable, prácticamente próximo a cero desde el punto de
vista del usuario. Si imaginamos una topología del espacio de las
comunicaciones, la Red realiza algo diferente de los otros media, porque su
naturaleza tecnológica tiende a modelarse con relación a su propia vocación de
área activamente compartida. Aun con todos sus problemas irresueltos, el Open
Source y el peer-to-peer de Richard Stallman y Linus Torwald forman parte de la
fisonomía genética de la Red. La televisión, por ejemplo, es un atractor de punto
fijo que convoca a los usuarios, pasivamente, a una interfaz cognitiva única,
que, como mucho, puede ofrecer la posibilidad del rechazo.
Es todavía expresión
de una forma centralizada de la autoridad y de la autoría, que se difunde hacia
los receptores, por otro lado, fragmentados y aislados. No es casualidad que
los ‘salones de la política’ sean televisivos por naturaleza y tengan una pésima relación con Internet. La Red, por el contrario,
expresa la tendencia hacia un sistema complejo de auto-organización dinámica
centrada en nuevas posibilidades de relación participativa entre los usuarios.
Esta Mente
Global trabaja incesantemente y vive una vida propia gracias a la actividad
interactiva de los millones de neuronas-usuarios que la constituyen.
El Ser Colectivo que viene así a la existencia, ‘vive’, ‘recuerda’, ‘piensa’, ‘imagina’ y ‘sueña’, muestra ‘comportamientos’ y ‘tendencias’,
expresa al mismo tiempo las reglas, los códigos y su violación, inteligencia y
banalidad.
Es mercado
y ágora a la vez. No existen ‘cinturones de seguridad’ que no sean los del
interés, la afinidad y el acceso. El modelo centralizado queda superado por una
descentralización dinámica, y en consecuencia no fragmentaria, no identificable
con ‘partículas’ con un rol predefinido dentro del juego de los flujos
informativos. Lo esencial aquí es comprender que el modelo mediático
centralizado es un modelo de alta previsibilidad asintótica: la información se
crea en la fuente para pasar a un nivel máximo de distribución, donde finalmente
se agota y degrada.
La Red es
un sistema amplificador de informaciones, donde el ‘mensaje’ se modifica y
acrecienta a cada paso, y retorna continuamente en un círculo enriquecido de conexiones que representan otros tantos modos
de entenderlo y desarrollarlo. Es posible un efecto mariposa: la información
puede explotar exponencialmente de una manera incontrolada y desconocida para
los otros media. Este hecho está
vinculado directamente a la posibilidad de poner en juego más interfaces
cognitivas de forma contemporánea, incorporando a la Red la pluralidad de
connotaciones culturales, estéticas y emotivas que antes eran propias tan sólo
de la contigüidad ‘real’ entre las personas, pero aquello que pueda perderse en
términos de comunicación biológica directa, puede también reencontrarse como
capacidad de liberación del propio rol social inmediato.
El
Ciberespacio no está poblado por personas unidimensionales ‘reales’, confinadas
en ese espacio-tiempo que ya era el de Newton y de Einstein, sino que más bien
lo atraviesan nubes cambiantes de significados vivientes.
Como un
astronauta, un guerrero o un payaso, el cibernauta debe ponerse un
vestido-máscara para las altas virtualidades, su avatar, su proyección en el
reino de lo posible. Se trata de criaturas pluridimensionales, polimórficas,
asexuadas y eróticamente permeantes, capaces de repensar y multiplicar su
comunicación social y sexual en una multiplicidad de roles que trastoca toda
categoría tradicional en un espacio sin lugares y en un tiempo sin límites. E
igual que ocurre con la identidad personal, también el concepto de ‘privado’
está destinado a sufrir en la Red profundas modificaciones y una erosión de los
significados tradicionales.
Alan Turing definió su modelo de computación universal, la Máquina de Turing, como un autómata
polivalente sobre una cinta infinita de memoria. Espacio y tiempo infinitos, eternos, no-vivientes.
Posibilidad seductora y extrema, peligro, en consecuencia: ausencia de
confines, de roces, exasperación puramente mental de toda sensación, ausencia
de dolor concreto y directo.
El
problema de la incorporeidad del cibernauta es también su mayor peligro durante
la navegación. El filósofo Robert Nozick proponía la hipótesis de la ‘máquina
de los deseos’, que puede ayudarnos a comprender este punto.
Imaginemos
poder entrar en una máquina que crease la realidad tal como nosotros la
deseamos. ¿Cómo podríamos comprender
que esta ‘realidad’ no es la Realidad?
Sencillo, responde Nozick: la ausencia de cualquier tipo de ‘rozamiento’ o ‘resistencia’
en las situaciones, en los interlocutores, en los hechos. Faltaría no sólo la
contradicción, sino incluso la desdicha, el malheur, el signo tangible de que
cada uno de nuestros planes debe tener en cuenta los planes de los demás, y el
hecho de que se intersecan de un modo complejo.
La Red se
encuentra hoy suspendida entre dos escenarios en equilibrio inestable: por un
lado, la vitalidad de los recursos colectivos, la virtualidad ‘virtuosa’, el
intercambio y el desarrollo de los conocimientos y los proyectos; por otro, el
‘congelamiento’ de la virtualidad como vida ‘artificial’, paralela, alternativa
e inconclusa en sí misma, la virtualidad sin vitalidad de la máquina de los
deseos. El futuro político de la Red se decide justamente con relación al
predominio de una de estas dos posibilidades. O, en todo caso, de la mezcla en
la que al menos una de ellas consiga mantenerse como una práctica posible.
La
identidad de un individuo, su posibilidad de realizarse como persona, depende
enteramente de los recursos sociales, de los cuales obtenemos no sólo alimento
físico, sino sobre todo cultural. Debemos entonces preguntarnos qué significado
dar a la dimensión ‘otra’ y ‘paralela’ de lo virtual, sabiendo que este proceso
no puede tener más reglas que las que tolera la actividad imaginativa misma,
pero conscientes de que se necesitaría cuando menos intentar la conjugación
desesperada de la imaginación con el proyecto, y de este último con la
realidad. El Ciberespacio asume de modo natural las características de la
Utopía, el no-lugar desde el que observar críticamente el mundo, desde el que
hablar de él mediante metáforas y modelos, en la confianza esencial en nuestra
capacidad de querer cambiarlo.
Pero todas
las utopías concebidas hasta el día de hoy, de la República de Platón a la
Ciudad del Sol de Campanella, de la isla homónima de Tomás Moro a la Nueva
Atlántida de F. Bacon, y hasta los proyectos del socialismo ‘utópico’ de
principios del siglo XIX, contienen un riesgo que podríamos definir como
estructural: el de cristalizar la visión crítica y el proyecto en sueño, fuga o
prisión ideológica.
Así
ocurrió con las geniales intuiciones románticas sobre la ‘modernidad’ de Blake
y de Shelley, ricas en intencionalidad de cambio social, que acabaron
transformándose en la complacencia egocéntrica del dandismo; o que proyectos
para pensar el mundo de una manera nueva se trasmutasen en ovillos de alambre
espinado. La Palabra del Libro se fijaba en un Proyecto, mediado por exegetas y
catalizado por realizadores. El resultado final se confrontaba después con el
modelo originario. Siempre era posible una interpretación a posteriori capaz de
garantizar la concordancia entre modelo e implementación. El esquema
hegeliano-marxista de la utopía presupone de hecho la ‘cientificidad’ del
modelo, establecido de una vez por todas a través de una epistemología
maximalista y totalitaria que define los problemas y sugiere las soluciones con
un esquema fijo y lineal. De esta manera, el conocimiento aparece como una
producción a-histórica y unívoca, y los modelos del mundo como imágenes
perfectas, científicas e imposibles de un mundo ineluctablemente ‘imperfecto’.
En el
pensamiento moderno, la utopía ha conocido una nueva y más fértil acepción,
ligada a la herencia de J. J. Rousseau y de I. Kant, y desarrollada, entre
otros, por la dialéctica negativa de T. Adorno y por el ‘principio esperanza’
de E. Bloch. Según esta concepción, la fuerza de la utopía no consiste en su
‘cientificidad’ ideal, sino más bien en la capacidad de sugerir contrastes y
ausencias, deseos y necesidades, estimulando la actitud crítica y proponiendo
continuamente la necesidad de nuevos criterios de lectura de lo real, conforme
a una epistemología de la complejidad capaz de construir propuestas en torno a
la naturaleza específica del problema, utilizando de modo desenvuelto una
pluralidad dinámica de modelos y perspectivas. La utopía no es, pues, algo
definido de una vez por todas, sino más bien una actitud del pensamiento. La
gran oportunidad de la Red consiste precisamente en esta capacidad suya para
ser instrumento permanente de elaboración utópica colectiva y compartida, capaz
de responder de forma adecuada a un problema en tiempo ‘real’, que es, después
de todo, el único tiempo posible para la libertad y para la paz.
La actual
colonización del Ciberespacio avanza, sin embargo, a grandes pasos en una
dirección exactamente opuesta, hacia la realización del Imperio Perfecto y
Global, un sistema en el que, quien regula los parámetros, promete como bien
supremo la satisfacción virtual de las necesidades inmateriales de expansión,
no de la conciencia, sino del Ego infinito del usuario-consumidor. Construid
vuestro mundo paralelo y olvidaos del real, sustituidlo por una realidad
indolora y sin límites. Nadie se dará cuenta de nada, no hay efectos
colaterales. De este modo, la utopía se transforma en la más pura y refinada
droga mental, la droga total buscada en vano en los laboratorios de química
criminal. Paraísos artificiales digitales como simulaciones de la máquina de los
deseos.
En este escenario, se apunta a la dicotomía real / virtual y se trata
de canalizar hacia un colector-lager fantástico los recursos creativos y las
necesidades de la gente. La lógica de ‘simpática’ y eficiente tecnología
‘friendly’ de los grandes portales, el caldero ‘espiritual’ de la new-age y el
paraíso perverso del pedófilo terminan por constituir así las muchas caras de
una misma medalla, la de la nueva ‘normalidad’ virtual, la gran feria de
públicas virtudes mediáticas y vicios privados con código de acceso. Según esta
visión, naturalmente, la diferencia entre piratería informática, atentado
contra el orden constituido y movimiento hacker es prácticamente nula, y de
aquí al rechazo de todo aquello que no está regulado por los ordenadores globales
hay sólo un pequeño paso.
Se trata,
en la práctica, de una reproposición del modelo televisivo culturalmente
centralizado, pero oportunamente ‘adaptado’ al usuario. Gran parte de la Red es
ya hoy inmóvil y pasiva, miembro paralizado y posibilidad perdida.
No es esto
lo que queremos. Nada de creación de mundos imaginarios, nubes distópicas con
roles ‘concretamente’ aun más rígidos, sino imaginación y simulación de
posibilidades para el mundo real, aumento de las anomalías y de la conciencia,
lucha creativa contra el aplanamiento de la comunicación, laboratorio de
proyectos que aguardan una realización política. Ya hoy sabemos que el tam-tam
de la Red contiene in nuce un modelo diverso de lucha política y de
contra-información, como han demostrado las experiencias del movimiento
no-global y los hechos del 11 de septiembre y de Génova. En la ex -URSS y hoy
en China, la difusión del PC y del número de conexiones nivela reticularmente
la estructura del poder, volviendo impotentes las viejas arquitecturas piramidales.
El ‘grupo de afinidad’ anarquista encuentra en la Red su expresión más natural,
favoreciendo el nacimiento de espacios de interés y de propósito más allá de
las barreras geográficas y de las relaciones materiales de fuerza. En este
sentido, todo por explorar todavía, la utopía emerge de la Red por la
naturaleza misma de su ser colectivo. La Red es vocacionalmente lugar de
producción utópica y, al mismo tiempo, de verificación constante, laboratorio
de democracia conectiva en tiempo real. Y el gesto hacker es práctica zen de
utopía conectiva, manifestación de una percepción diversa del poder.
La Red
promueve la Palabra y el Libro, pero les elimina cualquier inútil oropel de
sacralidad: en la proyectualidad de la Red estamos todos llamados a ser teóricos
y experimentadores, críticos y, a la vez, partícipes. Complejidad y Utopía son
características esenciales de la Red, constituyen respectivamente su vida real
y su destino natural. No pueden ser removidas sin modificar su naturaleza
profunda. Por demasiado tiempo, los cibernautas han navegado por rutas de
mundos ilusorios. Es momento de que lleven su bagaje y sus conocimientos hacia
embarcaderos concretos de cambio real.
La Utopía
Virtual puede ser -y, en consecuencia, debe ser- la creación de nuevas vías
neuronales por las que trascurran las ideas de aquellas comunidades que, dentro
y fuera de la red, buscan un modo distinto de producir la conciencia, de
superar las barreras, de participar en el juego de las reglas del mundo.
Bibliografía:
·
Pierre Lévy , L’Intelligenza
Collettiva .Per un’antropologia del cyberspazio, InterZone, Feltrinelli,
Milano,1996.G. Minati, Esseri Collettivi, Apogeo, Milano, 2001
·
I. Licata, Verso
un’Epistemologia della Complessità, in Informazione & Complessità, Quaderni
di Filosofia Naturale, Andromeda, Bologna, 1998
·
A. Negri & M.Hardt,
Impero, Rizzoli,Milano, 2002.
·
W. Burroughs, La Rivoluzione
Elettronica, in E’ Arrivato Ah Pook, SugarCo, Milano, 1980.
https://colaboratorio1.wordpress.com/2007/10/09/la-utopia-y-la-red-ignacio-licata/
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