Terrorismo y crimen organizado:
Contrastes y Similitudes
Stéphane Leman-Langlois
Artículo publicado originalmente en francés, en C.P. David et B. Gagnon, Repenser le terrorisme, Québec, Presses de
l’Université Laval. Disponible en acceso abierto en francés en la página web: http://www.crime-reg.com/
(Crime et régulation sociale).
Este artículo compara las características generales del
fenómeno del crimen organizado con las del terrorismo. Básicamente, la
diferencia principal radica en las intenciones de los actores. Esta distinción
es fundamental y sobrepasa ampliamente las preocupaciones semánticas o léxicas,
ya que tiene repercusiones sobre el conjunto de los individuos comprometidos en
uno u otro tipo de actividad y determina las estrategias empleadas y, por
tanto, las probabilidades de éxito de los diversos medios de prevención o de
represión.
Palabras clave: terrorismo, Canadá, crimen organizado,
seguridad
Equipo de investigación sobre
terrorismo y antiterrorismo: ERTA
http://erta-tcrg.org),
Escuela de servicio social, Universidad Laval
Introducción
En algunos aspectos, el terrorismo se parece al crimen organizado y se lo
confunde con éste. Por ejemplo, muchos de los medios para protegerse del
terrorismo protegen también del crimen organizado. Sin embargo, en ciertos
casos, esto equivale a confundir una pelota de tenis y un automóvil con el
pretexto de que a ambos se los puede detener con una pared de ladrillos. Es
esta una primera confusión, fundada en los medios policiales. Una segunda,
fundada en los daños, podría enunciarse así: es evidente que quienes mueren a
manos de terroristas o de criminales organizados no están más o menos muertos
ni sus familiares están más o menos entristecidos según la identidad o los
motivos de su agresor. Una última fuente de confusión procede de la idea de que
existe una “cooperación” entre grupos criminales y grupos terroristas -lo que
tiene algo de anecdótico y de actividad policial a la vez (por ejemplo, cuando
unos estafadores o un agente policial se hace pasar por un terrorista para
adquirir armas de un grupo criminal).
Estas tres formas de confusión, omnipresentes en los medios de información,
también se suelen encontrar en la literatura erudita. Recientemente, la moda de
análisis de las redes (Sageman, 2002; Kenney, 2003; Zanini et Edwards, 2001) ha
mostrado también la existencia de similitudes en la organización de los grupos
criminales y de los grupos terroristas. Solo que, si se divide el número de
organizaciones de una sociedad por el número de modelos de redes posibles, se
advierte rápidamente que esta similitud es compartida por franquicias de venta
callejera de helados y por grupos fiduciarios familiares. Una red terrorista es
terrorista y no sólo una red. Por tanto, estaría bien seguir a Aristóteles y
volver a “esculpir la naturaleza de las coincidencias” más que detenerse en
similitudes accidentales.
Para hacerlo, parece imperativo fijar cierto número de definiciones. Sucede
en este nivel que cada uno de los objetos que nos
interesan van acompañados de dificultades diversas. Así, si nos manejamos con
un vocabulario demasiado amplio, el terrorismo es una forma de crimen
organizado: la mayoría de los actos terroristas están descritos en el Código
penal de Canadá y son cometidos por personas que actúan concertadas (aunque
haya asimismo algunos ejemplos de individuos que actúan solos). Se impone, por
tanto, una mejor discriminación de los conceptos.
Las dificultades para definir el terrorismo son conocidas pero el concepto
de criminalidad organizada no está en mejor posición (Woodiwiss, 2003). Si se
quiere evitar las tautologías y los escollos que se presentan cuando se desea
establecer una distinción sólida entre el nivel de “organización” de un grupo
de jóvenes grafiteros y el de la cosa nostra, es necesario utilizar una
definición más sociológica, como la utilizada por par Kostioukovski (2003): “un
conjunto coherente de interacciones sociales unidas por una voluntad de
provecho ilícito”.
En cuanto al terrorismo, hay multitud de definiciones
(Schmid et Jongman, 1988, han hecho una recensión magistral), pero para las necesidades
de esta contribución podemos simplificar, describiéndolo como la aplicación de
violencia coercitiva con una finalidad política. La diferencia, entonces,
parece tener motivos: de un lado el provecho y del otro, un abanico de
racionalizaciones políticas variadas al infinito.
Dicho esto, es posible que estas definiciones, que siguen siendo
arbitrarias aunque están basadas en observaciones rigurosas, introduzcan un
abismo al fin de cuentas artificial entre los dos tipos de actividad. También
es necesario contemplar la posibilidad de que esta diferencia de motivo sea, en
la práctica, menos significativa de lo que parece inicialmente. Son éstas las
cuestiones que sustentarán este artículo.
Quedan aún por introducir dos precisiones. La primera es que, en los dos
casos, son las actividades reales las que fundamentan la identificación, y no
la identidad de las personas o los grupos. Los grupos o los individuos no son
terroristas sino en la medida en que lo son sus actividades. Igualmente, sería
inútil identificar a un grupo como grupo criminal organizado sin que ninguno de
sus miembros se dedicara a actividades criminales organizadas. Esto puede
parecer evidente pero se trata de una consecuencia. Por ejemplo, muchos grupos
considerados “terroristas” son de hecho grupos guerrilleros que se dedican
ocasionalmente a actividades terroristas (no está aquí sobrentendido de ninguna
manera que sea moralmente preferible ser guerrillero que terrorista -o mafioso:
mi argumentación quiere ser lo más amoral posible). La mayor diferencia entre
estos grupos y los que están más claramente orientados hacia el terrorismo es
el control de un territorio, que hace del grupo de guerrilla típico una
organización cuasi estatal, que aplica cierto control social generalizado,
cobra sin duda “impuestos revolucionarios”, efectúa operaciones financieras a
gran escala, a menudo está equipada de una burocracia más o menos desarrollada,
y está comprometida en un conflicto militar abierto con las autoridades
oficiales.
La segunda precisión trata sobre las actividades de sostenimiento del
terrorismo: ayudar a los individuos, escondiéndolos, haciéndoles pasar las
fronteras, etc.; reclutar nuevos miembros; formar, educar a esos miembros;
financiar las actividades del grupo; adquirir el material necesario (cuya
posesión suele ser ilícita o controlada). A estas actividades les llamamos
“actividades secundarias”, mientras que las actividades violentas que entran en
nuestra definición de terrorismo son las “actividades primarias”. Algo
importante, los datos sobre estas actividades revelan que generalmente están
circunscritas en zonas geográficas precisas y relativamente constantes en el
tiempo. Canadá es una zona de actividades secundarias para aquellos que están
comprometidos en las actividades terroristas internacionales y prácticamente
nunca ha sido blanco de actividades primarias. Como veremos, las actividades
secundarias se suelen parecer a las actividades típicas de los grupos
criminales y se las confunde con ellas.
El texto que sigue se apoya en cierto número de documentos oficiales y en
una base de datos de sucesos que cubre los actos terroristas y las principales
actividades antiterroristas que se han desarrollado en Canadá desde 1973,
construida y mantenida por el Equipo de investigación sobre el terrorismo y el
antiterrorismo (ERTA, www.erta-tcrg.org). Creemos que un análisis científico
riguroso debe evitar el proceder mediante anécdotas o casos figurados, a menudo
seleccionados de manera poco cuidadosa. Si bien siempre se puede encontrar un
caso que ilustre una tesis u otra, es más racional concentrarse en los casos
que ilustran la normalidad estadística.
Veremos, en primer lugar, las principales similitudes entre los terroristas
y los criminales organizados, para dedicarnos después a los contrastes. Una
tercera sección estudiará los diversos tipos de deslizamientos conceptuales que
contribuyen a borrar los contrastes y a crear similitudes artificiales.
1.
Similitudes
El primer aspecto en que aparecen similitudes
entre los grupos terroristas y los grupos criminales es el de las tácticas
empleadas (Chaliand, 1999). La violencia es una parte intrínseca de las dos
esferas de actividades y sus instrumentos tienden mucho a converger en las
armas de fuego y los productos explosivos. Durante la “guerra de los
motoristas” en Canadá, los atentados con armas de fuego y con coche-bomba (de
hecho la técnica preferida no era poner el explosivo dentro sino deslizar
debajo del coche una bomba accionada a distancia) eran moneda corriente. Por
supuesto, a excepción de los “daños colaterales” ocasionales, los ingenios
explosivos eran de potencia relativamente escasa, destinados a unos pocos
individuos o a uno solo.
Así, la “guerra de los motoristas” no transformó
Montreal en Beirut o en Bagdad. Sin embargo, como hemos mencionado, los grupos
que utilizan tácticas terroristas en el extranjero se dedican también a
actividades secundarias en Canadá, algunas de las cuales pueden ser violentas
como la extorsión, el castigo o la neutralización de disidentes internos o
externos al grupo, etc. Los extremistas sijs de la Columbia Británica y los
Tigres Tamules de Toronto han arreglado muchas cuentas de la misma manera que
los motoristas (Bell, 2004; HRW, 2006). Aparte de la violencia, señalemos que
todos usan diversos instrumentos. Aquí es fácil exagerar las similitudes, como
hacen algunos expertos (Denning et Baugh, 2000), y amalgamar una infinidad de
actividades criminales y terroristas con el pretexto, por ejemplo, de que se
han utilizado ordenadores (“cibercrimen” y “ciberterrorismo”). La lista de las
tecnologías que son utilizadas por los terroristas, por el crimen organizado y
por la mayoría de los ciudadanos comunes es prácticamente infinita y no
demuestra en absoluto la presencia de relación alguna.
Un segundo tipo de similitudes
se centra en torno al tema de la financiación. En todo tipo de grupo, las
organizaciones deben recoger ciertas sumas para poder funcionar. Sin embargo es
necesario señalar que las necesidades del terrorismo son muy poco elevadas. El
peor caso de ataque terrorista en Canadá, el atentado con bomba del vuelo 182
de Air India, y el ingenio que explotó prematuramente en el aeropuerto Narita
de Tokio fueron realizados con unos cientos de dólares, incluyendo el precio
del billete de avión; el de Madrid en marzo de 2004 y el de Londres en julio de
2005 fueron menos costosos aún. A pesar de todo, las autoridades de la mayoría
de los países del mundo, sobre todo por las presiones de los EU (Naylor, 2004),
parecen haber decidido luchar contra el terrorismo pasando por la pista de las
transacciones financieras. Por ejemplo, la Ley antiterrorista (C36 de
diciembre de 2001) modificó la Ley sobre el reciclaje de los productos de la
criminalidad y el financiamiento de las actividades terroristas, tratando
los dos tipos de organización sin distinción. Ahora bien, pese a toda la tinta
que ha corrido con respecto a la muy groseramente sobrevalorada fortuna de
Osama bin Laden, el terrorismo es una actividad que no necesita ninguna
transacción financiera de envergadura.
Una tercera similitud reside en el carácter
transnacional de las actividades criminales y terroristas. Esta similitud
considera exclusivamente el terrorismo internacional en Canadá y la manera en
la que éste se integra en una red extendida por varios países. Esto se sostiene
sobre todo del pleonasmo, ya que por supuesto hay que contar con que el
terrorismo internacional implica muchos Estados; de hecho, la
“transnacionalidad” no es más una característica fundamental del terrorismo que
del crimen organizado. Dicho esto, muchas actividades típicas tanto de los
grupos criminales como de los grupos terroristas atraviesan las fronteras
nacionales por tres tipos de razones. La primera es simplemente que algunos
productos, armas u otros materiales no están disponibles o son más difíciles de
obtener en determinados países. La segunda es que el cambio (o mejor aún,
muchos cambios sucesivos) de jurisdicción estatal puede contribuir a disimular
las actividades, las personas, los fondos y las transacciones. En este aspecto,
señalemos que existe una diferencia importante en las razones para disimular
fondos y transacciones financieras: para el crimen organizado, el blanqueo
de dinero consiste en hacer desaparecer la fuente criminal de los fondos a fin
de poder utilizarlos en el mercado legal. Para el grupo terrorista, la fuente
de los fondos poco importa; a menudo ésta es legal (obras de caridad, colectas,
donaciones), pero inclusive si no es éste el caso, como la transferencia es ya
ilegal a causa de su destinación, el blanqueo es inútil. Así, de lo que
hay que hablar es de un “ennegrecimiento” del dinero, que consiste en
hacer desaparecer no su procedencia sino su uso eventual; y esto, dejando de
lado que las cantidades que necesita el terrorismo son irrisorias. Una primera
razón de la internacionalización es que en ocasiones los miembros de grupos
locales emigran, por múltiples razones, y reproducen en el país de acogida el
conflicto que existía en aquel que abandonaron.
La transnacionalidad de las actividades
terroristas y criminales adquiere una importancia desproporcionada a causa de sus
implicaciones para la organización del control social oficial. Por una parte,
permite a organizaciones convencionalmente dirigidas a las amenazas a la
seguridad desde el exterior, como por ejemplo el Servicio Canadiense de
Investigación de la Seguridad (SCRS) o al Ejército
Canadiense (FC), consolidar su papel frente a la amenaza.
Por otra parte, permite a las organizaciones
policiales explicar en parte sus dificultades o fracasos subrayando lo límites
legales de su poder en la escena internacional (ver GRC, 2005). La
“transnacionalización” de formas de conducta indeseables sirve también de
justificación para la creación de instancias supranacionales de policía,
frecuentemente exteriores al proceso democrático de vigilancia (Sheptycki,
2002).
El cuarto y último punto de comparación entre el
terrorismo y el crimen organizado es la gravedad que se percibe en ello y su
tratamiento mediático, dos elementos que por supuesto están íntimamente ligados.
En los dos casos, los medios de información se detienen en los aspectos
espectaculares de los acontecimientos y ofrecen de éstos un tratamiento
simplista y sensacionalista. Este tipo de aproximación está por fuerza ligado a
la visibilidad, a la “mediagenia” de los hechos; los ataques espectaculares, la
destrucción del lugar, edificios o cuerpos humanos deben ser visibles para que
cobren relieve (Jenkins, 2003). El atentado contra el vuelo 182, ocurrido sobre
el Atlántico, deja pocas huellas evidentes y marca así bastante poco el
imaginario colectivo canadiense, contrariamente al 11 de setiembre que, sin
ningún aspecto canadiense, tiene una visibilidad sin precedentes. Por supuesto,
otro elemento también entra en juego: la distancia sociocultural que separa a
las víctimas (sobre todo de origen étnico indio) del canadiense medio. Para el
crimen organizado, la visibilidad juega igual, los medios de información se
detienen mucho en las intervenciones-espectáculo y en los daños espectaculares (otro
caso, más raro no obstante: cuando un atentado se dirige a un periodista). Una
diferencia notable es el tratamiento a menudo glamuroso reservado a
algunos personajes del crimen organizado, por ejemplo el líder de
los Nomads, Maurice “Mom” Boucher. Si bien en la década de 1970 algunos
terroristas eran considerados como héroes y heroínas de novela (Leila Khaled, por e.), este fenómeno parece desaparecido actualmente.
Idea Clave 1
Para
concluir esta primera sección, subrayemos hasta qué punto las similitudes entre
el terrorismo y el crimen organizado deben matizarse, son pasajeras o fruto de
coincidencias y, en general, se sitúan sobre todo en la superficie de
diferentes aspectos de los dos objetos de estudio. Son similitudes que surgen
más de la conceptualización de los observadores que de características
fundamentales de las categorías observadas.
Al mismo
nivel de análisis, el tiburón es imposible de distinguir del delfín: los dos
son grises, viven en un medio acuático y se alimentan de peces. Aunque estas comparaciones sean válidas, no revelan
sino que esconden la naturaleza de las cosas.
2.
Contrastes
El contraste
más importante, del cual derivan muchos otros, corresponde a la intención de
los autores. Dicho de manera sencilla, salvo excepciones, el objetivo último
del terrorista es político mientras que el del miembro de una organización
criminal es económico (Shelley et Picarelli, 2002).
Idea Clave 2
Esta
diferencia no es una simple cuestión de contenido;
señalemos de entrada que si bien las finalidades políticas en principio pueden
satisfacerse y entonces su realización marcaría un punto final, el fin que
consiste en enriquecerse nunca puede realizarse definitivamente y continúa
imponiéndose hasta el infinito. En efecto, el objetivo de tal organización es
continuar existiendo, mientras que el grupo terrorista apunta a volverse inútil
lo más rápidamente posible.
Sin
mencionar que, en muchos casos, el objetivo político de diversos grupos
terroristas es políticamente irrealizable, inclusive no realista, o absurdo a
nuestros ojos de observadores. De igual manera, es probable que
en ocasiones incluso los terroristas mismos tengan poca esperanza de triunfar y
continúan por rutina, porque ya no pueden imaginar otro camino o porque
consideran que, a pesar de sus escasas posibilidades de éxito, continuar
intentándolo es un imperativo religioso o moral (para un
testimonio interno, ver Hansen, 2001: 471; Stern, 2003). No
obstante, en conjunto, la mayoría de los discursos terroristas hacen
referencia a una finalidad en el tiempo, y la más cercana posible. Esto implica
cierto número de consecuencias sin equivalentes del lado de la criminalidad
organizada. Primero, que la percepción por parte de los miembros de una falta
de progreso o de insuficiencia de los efectos de las acciones emprendidas puede
dar lugar a una escalada o intensificación de las tácticas (Direct
Action pasó del pequeño vandalismo al cóctel molotov y después a la dinamita,
por ejemplo; Hansen, 2001). En un grupo criminalizado,
las actividades criminales son evaluadas según su capacidad apropiada para
producir ganancias satisfactorias y no por un estándar futuro idealizado.
Si un chantaje deja de ser suficientemente provechoso (por ejemplo,
si las tasas percibidas sobre un producto para el que se ha desarrollado un
mercado negro se rebajan súbitamente, o si un bien prohibido es súbitamente
legalizado) se lo reemplazará por otro.
Finalmente,
la existencia del grupo terrorista está sujeta a la evolución sociopolítica de
su entorno. Los cambios políticos y legales pueden minar la legitimidad o la
apariencia de necesidad urgente de un objetivo político. Inclusive si los
miembros del grupo no experimentan o rechazan ese cambio, la intensidad del
sostén que encuentran en el público en general puede verse muy disminuida y
hasta aniquilada. Es lo que le sucedió al FLQ en los años 1970. Esto implica
que se puede atacar a la actividad terrorista mediante el cambio y la
negociación política, porque uno de los medios de reducirla es convertir en
caducas las reivindicaciones políticas que la justifican.
Contrariamente,
no se puede convertir en caduca la búsqueda de provecho (a menos que se
abandone el capitalismo, por supuesto -señalemos al pasar que esto tiende a ser
una demanda de grupos terroristas, y no de grupos criminales). El segundo
contraste tiene que ver con el uso de la violencia como táctica. Evidentemente,
el terrorista utiliza en ocasiones la violencia para efectuar cierto control
social, igual que los grupos criminales. En Canadá los terroristas sijs
eliminaron muchos opositores y críticos, especialmente con el asesinato en 1998
del editor Tara Singh Hayer (que en esa época se desplazaba en silla de ruedas
después de un atentado fallido algunos años antes). Lo que define al
terrorismo, no obstante, es el uso sistemático de una violencia directamente
aplicada al cambio político.
Idea Clave 3
En este tema, la diferencia puede resumirse así: los terroristas utilizan
la violencia tanto como sea posible, mientras que los grupos criminales la utilizan lo menos posible.
El terrorista utiliza el máximo de violencia que
cree poder justificar ante su público; si éste es absolutista y belicoso, el
límite prácticamente desaparece. Por el contrario, una organización criminal
que utiliza demasiada violencia se arriesga a maximizar las emboscadas policiales que perjudicarían la rentabilidad
de sus empresas. Agreguemos también que la violencia de las organizaciones criminales está casi exclusivamente reservada a los competidores
y a los miembros delincuentes de la organización, mientras que los terroristas
apuntan mucho más lejos.
Tercer contraste: la posición moralizante de los
discursos terroristas es a menudo un punto de fricción con los grupos
criminales. En casi todos los casos, la utopía terrorista está libre de toda
criminalidad, y sobre todo de criminalidad organizada. Para un grupo
terrorista, aceptar la criminalidad equivale a perder una parte de su
legitimidad ante su público. El discurso del Provisional Irish Republican
Army (PIRA) respecto del kneecapping (tiro de bala en las rodillas)
de los dialers de Belfast es especialmente revelador. Adoptada también
por Ulster Defense Association (UDA), rival unionista del IRA, la
práctica del kneecapping es un medio de mantener el orden en ausencia de
una fuerza estatal eficaz. Es asimismo una denuncia de la criminalidad
(organizada o no) como cáncer social, e indirectamente del gobierno por haber
abandonado la sociedad a los depredadores criminales.
Los dos tipos de organización se diferencian
igualmente por la naturaleza de su relación con el
Estado. Excluyendo los casos de vigilantismo, por otra parte muy raros en
Canadá, los grupos terroristas se enfrentan fundamentalmente a dos grandes
tipos de blanco: los gobiernos y las empresas privadas. Esta oposición no debe concebirse como una forma de rapiña
económica parasitaria, que es característica de los grupos criminales
organizados.
El grupo terrorista, mediante su acción, intenta
destruir la capacidad del Estado para gobernar, demostrar la incompetencia o
impotencia de éste, castigar al Estado (en tanto entidad activa) o a los
ciudadanos (se amalgama fácilmente el Estado, sus representantes y los
ciudadanos en general), forzar a la administración a adoptar o abandonar
determinadas políticas o leyes, incluso hasta reemplazar a la administración en
una revolución abierta de tipo marxista, maoísta o fascista
(discursos extremadamente escasos en Canadá).
En contraste casi total, el entorno que maximiza la eficacia
de las organizaciones criminales consiste en una administración política
estable, un sistema legal constante y previsible,
un Estado capaz de mantener eficazmente los servicios básicos, en especial las
infraestructuras esenciales para la realización de actividades comerciales
(legales o no) y una paz social generalizada. El otro caso típico, del que la mafia siciliana es
la ilustración perfecta, es la instauración de una organización en ausencia de
un Estado funcional, como en la Sicilia de mediados del siglo XIX.
Idea Clave 4
En los dos casos, la organización criminal siempre se propone minimizar
sus contactos con las autoridades, mientras que estas últimas son el blanco de
las actividades terroristas.
Como hemos visto, Canadá, en tanto zona de
actividades secundarias de algunos grupos terroristas internacionales,
tiene en su territorio unos individuos que se dedican a actividades de
sostenimiento del terrorismo y que evitan también el contacto con las
autoridades locales, para atacar mejor a las administraciones en sus zonas de
actividades primarias. La zona secundaria es aquella en la que se intenta maniobrar
“bajo el radar” de las autoridades; si se considera además el tipo de
actividades en cuestión -que suelen incluir fraude, extorsión, robo, chantaje,
etc.- es comprensible que se pueda confundir las actividades terroristas
secundarias con el crimen organizado. Salvo que las primeras no tienen ninguna
razón de existir sin las actividades principales que definen el terrorismo,
mientras que las segundas se sostienen en sí mismas.
Las dos próximas zonas de contraste son
corolario una de la otra. La primera es la manera en que las organizaciones se
posicionan frente al público. En la mayoría de casos, los miembros del público
son tanto el blanco físico como el auditorio del acto terrorista. A
excepción del terrorismo “restaurador” (Leman-Langlois et Brodeur, 2005), para el
cual el número de víctimas es una medida del éxito, la mayoría de los actos
terroristas en Canadá intentaron destruir la propiedad privada de empresas variadas y grupos o individuos
que simbolizaban las posiciones políticas, sociales o económicas condenadas.
El objetivo era presionar al gobierno i) imponiendo una causa en la agenda
mediática; ii) movilizando a la
población o como mínimo a algunos grupos de interesados. Si bien hay ocasiones
en que un grupo criminal intenta intimidar a miembros del gobierno, esto sigue
siendo algo raro y en la periferia de sus actividades. Atacar a simples
ciudadanos no tiene ningún interés. La segunda es la relación con los medios de
información. Se ha dicho a menudo que el terrorismo no podría subsistir sin la
atención de los medios de información ya que el terrorismo es básicamente una
actividad de comunicación (Crelinsten, 1997).
Idea Clave 5
En
resumen, sin ellos, el terrorismo sólo aterroriza a sus víctimas inmediatas y,
sin difusión, este terror queda sin impacto social. Para la organización
criminal, toda presencia en los medios de información es factor de atención
política y policial indeseable.
Para
concluir esta sección hay que agregar una última diferencia: estadísticamente,
el terrorismo no existe en Canadá, mientras que el crimen organizado, en todas
sus formas, es un motor importante de actividad ilegal.
3.
Deslizamientos
Como toda
categorización criminológica, la que separa el crimen organizado del terrorismo
sigue siendo porosa y se ven muchos deslizamientos. Éstos proceden a veces de
los propios actores pero una gran parte es del discurso y de las actividades
políticas y policiales.
En primer
lugar, es posible que un grupo pierda su dominante terrorista para
comprometerse cada vez más en actividades más tradicionalmente criminales.
Como hemos
visto, muchos grupos guerrilleros siguen más o menos ese camino. Incluso en ese
caso, la relación entre las actividades criminales, la guerrilla y el
terrorismo puede ser exagerarse mucho. P. e., el famoso “narcoterrorismo” que
designaría, entre otras, las actividades de Sendero Luminoso (Perú) y de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), así como muchos otros
grupos ligados al tráfico de cocaína.
Designar el
funcionamiento de las FARC con ayuda del concepto de “narcoterrorismo” se funda
en la simplificación a ultranza y no es más que la adopción servil de un
discurso político como descripción objetiva de lo real (Miller et
Damask, 1997; Naylor, 2004). En los hechos, es claramente
abusivo utilizar un concepto unificador para describir una realidad al mismo
tiempo muy influida por la organización de la represión militar del
narcotráfico y de la guerrilla. Sin tomar en cuenta que la organización
de los guerrilleros, los productores de coca y
sus interacciones (a menudo antagonistas) se
simplifican así más allá de cualquier utilidad teórica.
Sea como
fuere, el número de grupos terroristas que evolucionan hacia un predominio
criminal es bastante escaso. En Canadá no existe ningún caso. El ejemplo
que se da generalmente es el del Grupo Abu Sayyaf (GAS), grupo de extremistas
separatistas filipinos. Parece que el deceso de su fundador y el reemplazo por
su hermano menor en 1998 fue determinante para este grupo. Después de esa
época, las proezas del GAS son esencialmente del campo del kidnapping y de la
extorsión. El segundo caso es el del PIRA, que a través de los años parece
haberse envilecido en múltiples chantajes de financiación y de control local a
medida que el proceso de paz se hacía cada vez más prometedor. En resumen, a
partir de casos de excepción no se puede concluir una característica general de
los grupos.
A la inversa, parece que
los grupos criminales recurren en ocasiones a tácticas terroristas. El
asesinato, por los motoristas criminalizados, de dos guardias de prisión en Quebec
en 1997 es un caso clásico de intento de intimidación a las autoridades y los
funcionarios. Las dos víctimas, elegidas al azar, fueron ejecutados no por un
arreglo de cuentas convencional sino en un esfuerzo de comunicación, elemento
central del terrorismo.
Un caso más
flagrante aún es el de los Ufizzi de Florencia, gravemente dañado en 1993 por
la mafia italiana. Este ataque a un bien público, una especie de chantaje
contra la cultura misma, queda como el ejemplo más espectacular del
desbordamiento de un grupo criminal hacia el terrorismo.
La característica principal de estos dos tipos
de deslizamiento es justamente que son atípicos, que es su rareza la que los
hace interesantes. El análisis más eficaz de estos fenómenos implica por otra
parte identificar las transformaciones de los actores, los grupos y las estrategias
y, en consecuencia, identificar las fuentes en el contexto local sociocultural
y geopolítico. Un análisis de este tipo
está entonces fundado, justamente, en una diferenciación entre las actividades
criminales y las actividades terroristas. Sin esta discriminación, el analista
que se obstinara en amalgamar todas estas conductas quedaría desarmado ante
este fenómeno, incapaz de dar cuenta de manera inteligente.
Existen, por supuesto, muchas razones que
explican estos deslizamientos hacia el amalgamiento cada vez más sistemático de
actividades no obstante diferentes, que tiene diversas utilidades políticas.
Primero, asimilar grupos subversivos o insurgentes (o simplemente
contestatarios) con organizaciones criminales es un potente discurso público de
deslegitimación, que pretende reducir por parte de la población el soporte del
que se benefician los movimientos sediciosos (Bonner, 1993: 189-190). Al contrario, puede ser
igualmente útil asimilar los grupos criminales al terrorismo cuando se quiere
justificar una intervención militar en el extranjero, como es el caso para los
“carteles” de la droga sudamericanos, contra los cuales se despliegan enormes recursos militares,
con la ayuda de los Estados Unidos (Naylor, 2004). También
muchas conductas ilegales pero juzgadas por el público como poco graves se ven
asociadas al terrorismo en un discurso que apunta a cambiar las actitudes. Es
el caso, por ejemplo, de las violaciones del copyright (CNET, 2005) y de la
venta de artículos de moda falsificados (AP, 2005).
Una variante interesante de este discurso se
reconoce en ciertos grupos de presión para la legalización de las drogas, como
la Canadian Foundation for Drug Policy (CFDP, 2005). En su declaración ante el
comité senatorial sobre las drogas ilegales, la CFDP argumentó que la
prohibición de las drogas financia al terrorismo, porque la criminalización de
los productores y traficantes de cocaína, por ejemplo, hace que estos últimos
se encuentren del lado de los grupos insurgentes. En el contexto de las
organizaciones y de las actividades policiales, la confusión entre terrorismo y
criminalidad organizada está también muy extendida.
Idea Clave 6
La inmensa mayoría de los casos de “conexiones” entre un grupo terrorista
y un grupo criminal son francamente invenciones producidas por el modo de funcionamiento de las organizaciones de información, especialmente las
operaciones de compras controladas (“sting”).
El escenario típico es el de Naji Antoine Abi
Khalil, ciudadano canadiense que fue arrestado por el FBI por haber intentado
enviar armas y material a Hezbolá. Las conexiones de Khalil con Hezbolá son
dudosas, inclusive fantasiosas, y por otra parte el FBI no ofreció ninguna
prueba al respecto.
Señalemos además que Khalil es cristiano
maronita y no musulmán, lo que hace imposible su supuesta pertenencia a una
organización islámica.
Finalmente, sus antecedentes son todos de
“import-export salvaje” y asuntos dudosos, y no hay ninguno de conexión con el
terrorismo o el Islam fundamentalista, por cierto.
En efecto, todo el asunto se inició cuando el
FBI de Arkansas lo consideró sospechoso de blanquear dinero con ayuda de la
banca Al-Madina de Beirut, en particular para grupos criminales rusos. Por toda
evidencia, los agentes del FBI se presentaron como miembros de Hezbolá
simplemente para poder acusar a Khalil de terrorismo, lo que tiene la doble
ventaja de ser más grave y de demostrar que el FBI se dedica a descubrir
terroristas en América del Norte. Tales ejemplos literalmente abundan, y
últimamente se ha “conectado” el terrorismo y la piratería logicial (CNET,
2005), la venta de relojes de lujo falsificados y todo tipo de otros chantajes
menores (en este último caso, la “conexión” era que el revendedor de Rolex
falsos tenía en su apartamento unas banderas de Hezbolá; ver AP, 2005).
Un último caso, un clásico de la mitología
terrorista, es el de los hermanos Hammoud y sus 16 cómplices, contrabandistas de
cigarrillos y financieros terroristas extraordinarios (Washington Post, 2004),
que fue presentado como la prueba incontestable de un acercamiento generalizado
del crimen organizado y del terrorismo por el Ministerio de Justicia
estadounidense y por el FBI (por ejemplo, por el asistente
del Procurador General C. Wray [2004], o por G. Bald, asistente de la división
antiterrorista del FBI, [2004]). Muchos investigadores cayeron también en la
trampa (por ejemplo Dishman, 2005). Sin embargo, esta prueba no
resiste simplemente al análisis, a pesar de la sentencia de 155 años impuesta a
Mohammad Hammoud en 2005 por haber dado soporte a una organización terrorista
(incidentalmente, una parte de la prueba consistía en interceptaciones
electrónicas hechas por el Centro de Seguridad de las Telecomunicaciones de
Canadá (CST), organismo militar de información de seguridad, socio de EU y del
RU en el programa Echelon). En primer lugar mencionemos que la prueba contra él
era relativamente débil: se encontró
en su domicilio una carta recibida por Hammoud y que le solicitaba
contribuir financieramente con Hezbolá, una foto que le mostraba, adolescente,
en un campo de Hezbolá en Líbano y vídeos “anti-Israel” y “antiamericanos”. En
segundo lugar, como demuestra Naylos (2004), inclusive si se acepta la cifra de
7,5 millones de dólares como valor de los cigarrillos vendidos, los montos disponibles
para ser enviados a Hezbolá (no existe una cifra que indique el monto real) son
mínimos, incluso insignificantes: 3.500 USD (es necesario elevar el precio de
venta de los cigarrillos, el número de años cubiertos, dividir en 18 partes y
retirar el costo de vida). Una cosa está clara: Hammoud no levantó su sistema
para financiar a Hezbolá. Un empleo con salario mínimo habría sido más eficaz y
mucho menos peligroso.
3.
Deslizamientos
Como toda
categorización criminológica, la que separa el crimen organizado del terrorismo
sigue siendo porosa y se ven muchos deslizamientos. Éstos proceden a veces de
los propios actores pero una gran parte es del discurso y de las actividades
políticas y policiales.
En primer lugar, es posible que un grupo pierda
su dominante terrorista para comprometerse cada vez más en
actividades más tradicionalmente criminales. Como hemos visto, muchos grupos
guerrilleros siguen más o menos ese camino. Incluso en ese caso, la relación
entre las actividades criminales, la guerrilla y el terrorismo puede ser
exagerarse mucho. P. e., el famoso “narcoterrorismo” que designaría, entre
otras, las actividades de Sendero Luminoso (Perú) y de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC), así como muchos otros grupos ligados al
tráfico de cocaína.
Designar el funcionamiento de las FARC con ayuda
del concepto de “narcoterrorismo” se funda en la simplificación a ultranza y no
es más que la adopción servil de un discurso político como descripción objetiva
de lo real (Miller et Damask, 1997; Naylor, 2004). En los hechos, es claramente
abusivo utilizar un concepto unificador para describir una realidad al mismo
tiempo muy influida por la organización de la represión militar del
narcotráfico y de la guerrilla. Sin tomar en cuenta que la organización
de los guerrilleros, los productores de coca y sus interacciones (a menudo
antagonistas) se simplifican así más allá de cualquier utilidad teórica.
Sea como fuere, el número de grupos terroristas
que evolucionan hacia un predominio criminal es bastante escaso. En Canadá no
existe ningún caso. El ejemplo que se da generalmente es el del Grupo
Abu Sayyaf (GAS), grupo de extremistas separatistas filipinos. Parece que el
deceso de su fundador y el reemplazo por su hermano menor en 1998 fue
determinante para este grupo. Después de esa época, las proezas del GAS son
esencialmente del campo del kidnapping y de la extorsión. El segundo caso es el
del PIRA, que a través de los años parece haberse envilecido en múltiples
chantajes de financiación y de control local a medida que el proceso de paz se
hacía cada vez más prometedor. En resumen, a partir de casos de excepción no se
puede concluir una característica general de los grupos.
A la inversa, parece que los grupos criminales
recurren en ocasiones a tácticas terroristas. El asesinato, por los motoristas
criminalizados, de dos guardias de prisión en Quebec en 1997 es un caso clásico
de intento de intimidación a las autoridades y los funcionarios. Las dos
víctimas, elegidas al azar, fueron ejecutados no por un arreglo de cuentas
convencional sino en un esfuerzo de comunicación, elemento central del
terrorismo. Un caso más flagrante aún es el de los Ufizzi de Florencia,
gravemente dañado en 1993 por la mafia italiana. Este ataque a un bien público,
una especie de chantaje contra la cultura misma, queda como el ejemplo más
espectacular del desbordamiento de un grupo criminal hacia el terrorismo.
La característica principal de estos dos tipos
de deslizamiento es justamente que son atípicos, que es su rareza la que los
hace interesantes. El análisis más eficaz de estos fenómenos implica por otra parte identificar las transformaciones
de los actores, los grupos y las estrategias y, en consecuencia, identificar
las fuentes en el contexto local sociocultural y geopolítico. Un análisis de
este tipo está entonces fundado, justamente, en una diferenciación entre las
actividades criminales y las actividades terroristas. Sin esta discriminación,
el analista que se obstinara en amalgamar todas estas conductas quedaría
desarmado ante este fenómeno, incapaz de dar cuenta de manera
inteligente.
Existen, por supuesto, muchas razones que
explican estos deslizamientos hacia el amalgamiento cada vez más sistemático de
actividades no obstante diferentes, que tiene diversas utilidades políticas.
Primero, asimilar grupos subversivos o insurgentes (o simplemente
contestatarios) con organizaciones criminales es un potente discurso público de
deslegitimación, que pretende reducir por parte de la población el soporte del
que se benefician los movimientos sediciosos (Bonner,
1993: 189-190). Al contrario, puede ser igualmente útil asimilar los grupos
criminales al terrorismo cuando se quiere justificar una intervención militar
en el extranjero, como es el caso para los “carteles” de la droga sudamericanos, contra los
cuales se despliegan enormes recursos militares, con la ayuda de los Estados
Unidos (Naylor, 2004).
También muchas conductas ilegales pero juzgadas
por el público como poco graves se ven asociadas al terrorismo en un discurso
que apunta a cambiar las actitudes. Es el caso, por ejemplo, de las violaciones
del copyright (CNET, 2005) y de la venta de artículos de moda falsificados (AP, 2005).
Una variante interesante de este discurso se
reconoce en ciertos grupos de presión para la legalización de las drogas, como
la Canadian Foundation for Drug Policy (CFDP, 2005). En su
declaración ante el comité senatorial sobre las drogas ilegales, la CFDP
argumentó que la prohibición de las drogas financia al terrorismo, porque la
criminalización de los productores y traficantes de cocaína, por ejemplo, hace
que estos últimos se encuentren del lado de los grupos insurgentes. En el contexto
de las organizaciones y de las actividades policiales, la confusión entre
terrorismo y criminalidad organizada está también muy extendida.
Conclusión: dos mundos poco compatibles
Una de las
conclusiones más evidentes es que el concepto de
“conexión” entre el terrorismo y el
crimen organizado es vago, instrumentalizado por los
actores en función de sus necesidades y
poco eficaz analíticamente hablando. Un acercamiento riguroso al tema requiere una
definición rigurosa: una conexión no puede ser una simple proximidad simbólica,
como el hecho de tener una bandera. Estrictamente hablando, que terroristas
hipotéticos adquieran armas a un traficante ya no es una conexión.
Idea Clave 7
Se acepta este género de interacción como una
conexión al precio de la pérdida de significación del término, que se vuelve
inutilizable ya que no discrimina entre los hechos observados: en este sistema
casi todo está conectado con casi todo. Para ser significativa, la conexión
debería implicar cierta consistencia en el tiempo y coincidencia explícita de
objetivos (no una coincidencia que aparecería después del trabajo de uno o dos
analistas).
Aparte
de las diversas conexiones, la idea cada vez más extendida de que las
actividades criminales y las de los terroristas tienden a converger es
igualmente problemática. Acabamos de revisar algunas de las razones más
importantes para creer que esta idea es falsa. Estas razones, por lo demás, se
ajustan a la observación empírica, que sencillamente no muestra esta
convergencia. Lo que se observa en el mejor caso es una similitud epidérmica
entre algunas actividades-límite de ciertos grupos (motoristas
criminalizados que intentan “aterrorizar”, grupos de apoyo que se dedican a
extorsionar).
Parece absolutamente
claro que esta confusión procede sobre todo de fuentes oficiales, que las
suelen utilizar para alabar sus actividades.
Provienen también de
cierto número de aproximaciones analíticas dudosas. Una de ellas es la aplicación
de conceptos relacionados con la Guerra Fría al estudio de la “guerra contra el
terrorismo”, en especial la idea, relativamente extendida en aquella época, de
una internacional terrorista dirigida desde el Kremlin. El tratamiento reservado a las sutilezas de la estructura de los
carteles, mafias
y otras plagas ha sido la misma, con la
apisonadora de la “organización” en sentido jerárquico, determinista y de una
eficacia criminal racionalizada y maximizada. La moda del estudio de las
“redes” casi ha aplastado esta jerarquía, si no la hecho desaparecer, pero
instala siempre al analista en el surco de la organización deliberada, eficaz,
racional y maximizada; es decir, la
convicción de que la red está naturalmente impulsada hacia la ampliación
planetaria y las conexiones infinitas con otras redes (Dishman, 2001).
Otra fuente de
confusión es la fascinación que ejercen las tácticas empleadas
y sobre todo las
tecnologías de punta como Internet, la telefonía satelital, el ciframiento,
etc. Esto se debe en parte a que estas tecnologías ofrecen un ángulo de ataque
a las autoridades. En la medida en que dos personas se dedican a actividades
ilegales con ayuda de una misma herramienta, por ejemplo Internet, se llega
fácilmente a la conclusión de que un mejor control o vigilancia de Internet
podrá, en los dos casos, producir una represión eficaz de las dos actividades
(incluso si en los hechos esto es poco probable). Así, estratégicamente
hablando, se puede tratar las dos actividades como una sola ya que tratamos de
ir de prisa respecto de ellas de la misma manera. Desde un punto de vista
criminológico, por el contrario, esta conclusión procede de un non
sequitur evidentemente
insostenible. Retengamos aún el mismo ejemplo.
Idea Clave 7
No creo que sea controvertido afirmar que la
prioridad verdadera no es impedir el uso de Internet para fines criminales
variados; la prioridad es, por supuesto, la prevención de las actividades
mismas. En este sentido, no es la retahíla de las herramientas utilizadas lo
que debe dominar el análisis sino un conocimiento en profundidad de la
naturaleza propia de las actividades estudiadas.
Desde
un punto de vista estrictamente estratégico, se podría argumentar que el que
hace las leyes no tiene necesidad de saber si una cerca más alta o más sólida
detendrá a terroristas o criminales; lo que cuenta es que nadie pueda entrar y
la comprensión de los fenómenos desbaratados no añadiría nada (es la posición
de Clarke y Newman, 2006). Creo que esta concepción de la prevención,
reducida a lo inmediato, es peligrosa y ha mostrado ya su ineficacia (Della
Porta, 1993: 164). A medio y largo plazo, una prevención eficaz no es una
simple cuestión de barreras, de “endurecimiento” de los blancos -no obstante la
montaña de objeciones éticas democráticas que se le podría hacer también y al
mismo tiempo el hecho evidente de que una infinidad de blancos simplemente no
son compatibles con ese endurecimiento, entre ellos, por ejemplo, los
transportes públicos. Conceptualizar el crimen organizado y el terrorismo más
allá de las vallas requiere comprender sus diferentes fuentes.
Resumen
Se compara en este artículo las características generales del fenómeno
del crimen organizado con las del terrorismo. La diferencia principal se
encuentra, básicamente, en las intenciones de los actores. Esta distinción, que
a primera vista puede parecer menor, tiene repercusiones sobre el conjunto de
los individuos comprometidos en uno u otro tipo de actividad, en todos los
niveles de actuación. Dicha distinción es fundamental y sobrepasa ampliamente
las preocupaciones semánticas o léxicas, ya que determina las estrategias
empleadas y, en consecuencia, las probabilidades de éxito de los diversos
medios de prevención o de represión.
http://www.etextos.com/textos/160-terrorismo_crimen%20_organizado/index.html
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