jueves, marzo 24, 2016

Terrorismo y  crimen organizado: 
Contrastes y Similitudes 
Stéphane Leman-Langlois


Artículo publicado originalmente en francés, en  C.P. David et B. Gagnon, Repenser le terrorisme, Québec, Presses de l’Université Laval. Disponible en acceso abierto en francés en la página web: http://www.crime-reg.com/ (Crime et régulation sociale).

Este artículo compara las características generales del fenómeno del crimen organizado con las del terrorismo. Básicamente, la diferencia principal radica en las intenciones de los actores. Esta distinción es fundamental y sobrepasa ampliamente las preocupaciones semánticas o léxicas, ya que tiene repercusiones sobre el conjunto de los individuos comprometidos en uno u otro tipo de actividad y determina las estrategias empleadas y, por tanto, las probabilidades de éxito de los diversos medios de prevención o de represión.

Palabras clave: terrorismo, Canadá, crimen organizado, seguridad

Equipo de investigación sobre terrorismo y antiterrorismo: ERTA
http://erta-tcrg.org), Escuela de servicio social, Universidad Laval

Introducción

En algunos aspectos, el terrorismo se parece al crimen organizado y se lo confunde con éste. Por ejemplo, muchos de los medios para protegerse del terrorismo protegen también del crimen organizado. Sin embargo, en ciertos casos, esto equivale a confundir una pelota de tenis y un automóvil con el pretexto de que a ambos se los puede detener con una pared de ladrillos. Es esta una primera confusión, fundada en los medios policiales. Una segunda, fundada en los daños, podría enunciarse así: es evidente que quienes mueren a manos de terroristas o de criminales organizados no están más o menos muertos ni sus familiares están más o menos entristecidos según la identidad o los motivos de su agresor. Una última fuente de confusión procede de la idea de que existe una “cooperación” entre grupos criminales y grupos terroristas -lo que tiene algo de anecdótico y de actividad policial a la vez (por ejemplo, cuando unos estafadores o un agente policial se hace pasar por un terrorista para adquirir armas de un grupo criminal).

Estas tres formas de confusión, omnipresentes en los medios de información, también se suelen encontrar en la literatura erudita. Recientemente, la moda de análisis de las redes (Sageman, 2002; Kenney, 2003; Zanini et Edwards, 2001) ha mostrado también la existencia de similitudes en la organización de los grupos criminales y de los grupos terroristas. Solo que, si se divide el número de organizaciones de una sociedad por el número de modelos de redes posibles, se advierte rápidamente que esta similitud es compartida por franquicias de venta callejera de helados y por grupos fiduciarios familiares. Una red terrorista es terrorista y no sólo una red. Por tanto, estaría bien seguir a Aristóteles y volver a “esculpir la naturaleza de las coincidencias” más que detenerse en similitudes accidentales.

Para hacerlo, parece imperativo fijar cierto número de definiciones. Sucede en este nivel que cada uno de los objetos que nos interesan van acompañados de dificultades diversas. Así, si nos manejamos con un vocabulario demasiado amplio, el terrorismo es una forma de crimen organizado: la mayoría de los actos terroristas están descritos en el Código penal de Canadá y son cometidos por personas que actúan concertadas (aunque haya asimismo algunos ejemplos de individuos que actúan solos). Se impone, por tanto, una mejor discriminación de los conceptos.

Las dificultades para definir el terrorismo son conocidas pero el concepto de criminalidad organizada no está en mejor posición (Woodiwiss, 2003). Si se quiere evitar las tautologías y los escollos que se presentan cuando se desea establecer una distinción sólida entre el nivel de “organización” de un grupo de jóvenes grafiteros y el de la cosa nostra, es necesario utilizar una definición más sociológica, como la utilizada por par Kostioukovski (2003): “un conjunto coherente de interacciones sociales unidas por una voluntad de provecho ilícito”. 

En cuanto al terrorismo, hay multitud de definiciones (Schmid et Jongman, 1988, han hecho una recensión magistral), pero para las necesidades de esta contribución podemos simplificar, describiéndolo como la aplicación de violencia coercitiva con una finalidad política. La diferencia, entonces, parece tener motivos: de un lado el provecho y del otro, un abanico de racionalizaciones políticas variadas al infinito.

Dicho esto, es posible que estas definiciones, que siguen siendo arbitrarias aunque están basadas en observaciones rigurosas, introduzcan un abismo al fin de cuentas artificial entre los dos tipos de actividad. También es necesario contemplar la posibilidad de que esta diferencia de motivo sea, en la práctica, menos significativa de lo que parece inicialmente. Son éstas las cuestiones que sustentarán este artículo.

Quedan aún por introducir dos precisiones. La primera es que, en los dos casos, son las actividades reales las que fundamentan la identificación, y no la identidad de las personas o los grupos. Los grupos o los individuos no son terroristas sino en la medida en que lo son sus actividades. Igualmente, sería inútil identificar a un grupo como grupo criminal organizado sin que ninguno de sus miembros se dedicara a actividades criminales organizadas. Esto puede parecer evidente pero se trata de una consecuencia. Por ejemplo, muchos grupos considerados “terroristas” son de hecho grupos guerrilleros que se dedican ocasionalmente a actividades terroristas (no está aquí sobrentendido de ninguna manera que sea moralmente preferible ser guerrillero que terrorista -o mafioso: mi argumentación quiere ser lo más amoral posible). La mayor diferencia entre estos grupos y los que están más claramente orientados hacia el terrorismo es el control de un territorio, que hace del grupo de guerrilla típico una organización cuasi estatal, que aplica cierto control social generalizado, cobra sin duda “impuestos revolucionarios”, efectúa operaciones financieras a gran escala, a menudo está equipada de una burocracia más o menos desarrollada, y está comprometida en un conflicto militar abierto con las autoridades oficiales.

La segunda precisión trata sobre las actividades de sostenimiento del terrorismo: ayudar a los individuos, escondiéndolos, haciéndoles pasar las fronteras, etc.; reclutar nuevos miembros; formar, educar a esos miembros; financiar las actividades del grupo; adquirir el material necesario (cuya posesión suele ser ilícita o controlada). A estas actividades les llamamos “actividades secundarias”, mientras que las actividades violentas que entran en nuestra definición de terrorismo son las “actividades primarias”. Algo importante, los datos sobre estas actividades revelan que generalmente están circunscritas en zonas geográficas precisas y relativamente constantes en el tiempo. Canadá es una zona de actividades secundarias para aquellos que están comprometidos en las actividades terroristas internacionales y prácticamente nunca ha sido blanco de actividades primarias. Como veremos, las actividades secundarias se suelen parecer a las actividades típicas de los grupos criminales y se las confunde con ellas.

El texto que sigue se apoya en cierto número de documentos oficiales y en una base de datos de sucesos que cubre los actos terroristas y las principales actividades antiterroristas que se han desarrollado en Canadá desde 1973, construida y mantenida por el Equipo de investigación sobre el terrorismo y el antiterrorismo (ERTA, www.erta-tcrg.org). Creemos que un análisis científico riguroso debe evitar el proceder mediante anécdotas o casos figurados, a menudo seleccionados de manera poco cuidadosa. Si bien siempre se puede encontrar un caso que ilustre una tesis u otra, es más racional concentrarse en los casos que ilustran la normalidad estadística.

Veremos, en primer lugar, las principales similitudes entre los terroristas y los criminales organizados, para dedicarnos después a los contrastes. Una tercera sección estudiará los diversos tipos de deslizamientos conceptuales que contribuyen a borrar los contrastes y a crear similitudes artificiales.

1. Similitudes

El primer aspecto en que aparecen similitudes entre los grupos terroristas y los grupos criminales es el de las tácticas empleadas (Chaliand, 1999). La violencia es una parte intrínseca de las dos esferas de actividades y sus instrumentos tienden mucho a converger en las armas de fuego y los productos explosivos. Durante la “guerra de los motoristas” en Canadá, los atentados con armas de fuego y con coche-bomba (de hecho la técnica preferida no era poner el explosivo dentro sino deslizar debajo del coche una bomba accionada a distancia) eran moneda corriente. Por supuesto, a excepción de los “daños colaterales” ocasionales, los ingenios explosivos eran de potencia relativamente escasa, destinados a unos pocos individuos o a uno solo.

Así, la “guerra de los motoristas” no transformó Montreal en Beirut o en Bagdad. Sin embargo, como hemos mencionado, los grupos que utilizan tácticas terroristas en el extranjero se dedican también a actividades secundarias en Canadá, algunas de las cuales pueden ser violentas como la extorsión, el castigo o la neutralización de disidentes internos o externos al grupo, etc. Los extremistas sijs de la Columbia Británica y los Tigres Tamules de Toronto han arreglado muchas cuentas de la misma manera que los motoristas (Bell, 2004; HRW, 2006). Aparte de la violencia, señalemos que todos usan diversos instrumentos. Aquí es fácil exagerar las similitudes, como hacen algunos expertos (Denning et Baugh, 2000), y amalgamar una infinidad de actividades criminales y terroristas con el pretexto, por ejemplo, de que se han utilizado ordenadores (“cibercrimen” y “ciberterrorismo”). La lista de las tecnologías que son utilizadas por los terroristas, por el crimen organizado y por la mayoría de los ciudadanos comunes es prácticamente infinita y no demuestra  en absoluto la presencia de relación alguna.

Un segundo tipo de similitudes se centra en torno al tema de la financiación.  En todo tipo de grupo, las organizaciones deben recoger ciertas sumas para poder funcionar. Sin embargo es necesario señalar que las necesidades del terrorismo son muy poco elevadas. El peor caso de ataque terrorista en Canadá, el atentado con bomba del vuelo 182 de Air India, y el ingenio que explotó prematuramente en el aeropuerto Narita de Tokio fueron realizados con unos cientos de dólares, incluyendo el precio del billete de avión; el de Madrid en marzo de 2004 y el de Londres en julio de 2005 fueron menos costosos aún. A pesar de todo, las autoridades de la mayoría de los países del mundo, sobre todo por las presiones de los EU (Naylor, 2004), parecen haber decidido luchar contra el terrorismo pasando por la pista de las transacciones financieras. Por ejemplo, la Ley antiterrorista (C36 de diciembre de 2001) modificó la Ley sobre el reciclaje de los productos de la criminalidad y el financiamiento de las actividades terroristas, tratando los dos tipos de organización sin distinción. Ahora bien, pese a toda la tinta que ha corrido con respecto a la muy groseramente sobrevalorada fortuna de Osama bin Laden, el terrorismo es una actividad que no necesita ninguna transacción financiera de envergadura.

Una tercera similitud reside en el carácter transnacional de las actividades criminales y terroristas. Esta similitud considera exclusivamente el terrorismo internacional en Canadá y la manera en la que éste se integra en una red extendida por varios países. Esto se sostiene sobre todo del pleonasmo, ya que por supuesto hay que contar con que el terrorismo internacional implica muchos Estados; de hecho, la “transnacionalidad” no es más una característica fundamental del terrorismo que del crimen organizado. Dicho esto, muchas actividades típicas tanto de los grupos criminales como de los grupos terroristas atraviesan las fronteras nacionales por tres tipos de razones. La primera es simplemente que algunos productos, armas u otros materiales no están disponibles o son más difíciles de obtener en determinados países. La segunda es que el cambio (o mejor aún, muchos cambios sucesivos) de jurisdicción estatal puede contribuir a disimular las actividades, las personas, los fondos y las transacciones. En este aspecto, señalemos que existe una diferencia importante en las razones para disimular fondos y transacciones financieras: para el crimen organizado, el blanqueo de dinero consiste en hacer desaparecer la fuente criminal de los fondos a fin de poder utilizarlos en el mercado legal. Para el grupo terrorista, la fuente de los fondos poco importa; a menudo ésta es legal (obras de caridad, colectas, donaciones), pero inclusive si no es éste el caso, como la transferencia es ya ilegal a causa de su destinación, el blanqueo es inútil. Así, de lo que hay que hablar es de un “ennegrecimiento” del dinero, que consiste en hacer desaparecer no su procedencia sino su uso eventual; y esto, dejando de lado que las cantidades que necesita el terrorismo son irrisorias. Una primera razón de la internacionalización es que en ocasiones los miembros de grupos locales emigran, por múltiples razones, y reproducen en el país de acogida el conflicto que existía en aquel que abandonaron.

La transnacionalidad de las actividades terroristas y criminales adquiere una importancia desproporcionada a causa de sus implicaciones para la organización del control social oficial. Por una parte, permite a organizaciones convencionalmente dirigidas a las amenazas a la seguridad desde el exterior, como por ejemplo el Servicio Canadiense de Investigación de la Seguridad (SCRS) o al Ejército Canadiense (FC), consolidar su papel frente a la amenaza.

Por otra parte, permite a las organizaciones policiales explicar en parte sus dificultades o fracasos subrayando lo límites legales de su poder en la escena internacional (ver GRC, 2005).  La “transnacionalización” de formas de conducta indeseables sirve también de justificación para la creación de instancias supranacionales de policía, frecuentemente exteriores al proceso democrático de vigilancia (Sheptycki, 2002).

El cuarto y último punto de comparación entre el terrorismo y el crimen organizado es la gravedad que se percibe en ello y su tratamiento mediático, dos elementos que por supuesto están íntimamente ligados. En los dos casos, los medios de información se detienen en los aspectos espectaculares de los acontecimientos y ofrecen de éstos un tratamiento simplista y sensacionalista. Este tipo de aproximación está por fuerza ligado a la visibilidad, a la “mediagenia” de los hechos; los ataques espectaculares, la destrucción del lugar, edificios o cuerpos humanos deben ser visibles para que cobren relieve (Jenkins, 2003). El atentado contra el vuelo 182, ocurrido sobre el Atlántico, deja pocas huellas evidentes y marca así bastante poco el imaginario colectivo canadiense, contrariamente al 11 de setiembre que, sin ningún aspecto canadiense, tiene una visibilidad sin precedentes. Por supuesto, otro elemento también entra en juego: la distancia sociocultural que separa a las víctimas (sobre todo de origen étnico indio) del canadiense medio. Para el crimen organizado, la visibilidad juega igual, los medios de información se detienen mucho en las intervenciones-espectáculo y en los daños espectaculares (otro caso, más raro no obstante: cuando un atentado se dirige a un periodista). Una diferencia notable es el tratamiento a menudo glamuroso reservado a algunos personajes del crimen organizado, por ejemplo el líder de los Nomads, Maurice “Mom” Boucher. Si bien en la década de 1970 algunos terroristas eran considerados como héroes y heroínas de novela (Leila Khaled, por e.), este fenómeno parece desaparecido actualmente.

Idea Clave 1

Para concluir esta primera sección, subrayemos hasta qué punto las similitudes entre el terrorismo y el crimen organizado deben matizarse, son pasajeras o fruto de coincidencias y, en general, se sitúan sobre todo en la superficie de diferentes aspectos de los dos objetos de estudio. Son similitudes que surgen más de la conceptualización de los observadores que de características fundamentales de las categorías observadas.

Al mismo nivel de análisis, el tiburón es imposible de distinguir del delfín: los dos son grises, viven en un medio acuático y se alimentan de peces. Aunque estas comparaciones sean válidas, no revelan sino que esconden la naturaleza de las cosas.

2. Contrastes

El contraste más importante, del cual derivan muchos otros, corresponde a la intención de los autores. Dicho de manera sencilla, salvo excepciones, el objetivo último del terrorista es político mientras que el del miembro de una organización criminal es económico (Shelley et Picarelli, 2002).

Idea Clave 2

Esta diferencia no es una simple cuestión de contenido; señalemos de entrada que si bien las finalidades políticas en principio pueden satisfacerse y entonces su realización marcaría un punto final, el fin que consiste en enriquecerse nunca puede realizarse definitivamente y continúa imponiéndose hasta el infinito. En efecto, el objetivo de tal organización es continuar existiendo, mientras que el grupo terrorista apunta a volverse inútil lo más rápidamente posible.

Sin mencionar que, en muchos casos, el objetivo político de diversos grupos terroristas es políticamente irrealizable, inclusive no realista, o absurdo a nuestros ojos de observadores. De igual manera, es probable que en ocasiones incluso los terroristas mismos tengan poca esperanza de triunfar y continúan por rutina, porque ya no pueden imaginar otro camino o porque consideran que, a pesar de sus escasas posibilidades de éxito, continuar intentándolo es un imperativo religioso o moral (para un testimonio interno, ver Hansen, 2001: 471; Stern, 2003). No obstante,  en conjunto, la mayoría de los discursos terroristas hacen referencia a una finalidad en el tiempo, y la más cercana posible. Esto implica cierto número de consecuencias sin equivalentes del lado de la criminalidad organizada. Primero, que la percepción por parte de los miembros de una falta de progreso o de insuficiencia de los efectos de las acciones emprendidas puede dar lugar a una escalada o intensificación de las tácticas (Direct Action pasó del pequeño vandalismo al cóctel molotov y después a la dinamita, por ejemplo; Hansen, 2001). En un grupo criminalizado, las actividades criminales son evaluadas según su capacidad apropiada para producir ganancias satisfactorias y no por un estándar futuro idealizado.  Si un chantaje deja de ser suficientemente provechoso (por ejemplo, si las tasas percibidas sobre un producto para el que se ha desarrollado un mercado negro se rebajan súbitamente, o si un bien prohibido es súbitamente legalizado) se lo reemplazará por otro.

Finalmente, la existencia del grupo terrorista está sujeta a la evolución sociopolítica de su entorno. Los cambios políticos y legales pueden minar la legitimidad o la apariencia de necesidad urgente de un objetivo político. Inclusive si los miembros del grupo no experimentan o rechazan ese cambio, la intensidad del sostén que encuentran en el público en general puede verse muy disminuida y hasta aniquilada. Es lo que le sucedió al FLQ en los años 1970. Esto implica que se puede atacar a la actividad terrorista mediante el cambio y la negociación política, porque uno de los medios de reducirla es convertir en caducas las reivindicaciones políticas que la justifican.

Contrariamente, no se puede convertir en caduca la búsqueda de provecho (a menos que se abandone el capitalismo, por supuesto -señalemos al pasar que esto tiende a ser una demanda de grupos terroristas, y no de grupos criminales). El segundo contraste tiene que ver con el uso de la violencia como táctica. Evidentemente, el terrorista utiliza en ocasiones la violencia para efectuar cierto control social, igual que los grupos criminales. En Canadá los terroristas sijs eliminaron muchos opositores y críticos, especialmente con el asesinato en 1998 del editor Tara Singh Hayer (que en esa época se desplazaba en silla de ruedas después de un atentado fallido algunos años antes). Lo que define al terrorismo, no obstante, es el uso sistemático de una violencia directamente aplicada al cambio político.

Idea Clave 3

En este tema, la diferencia puede resumirse así: los terroristas utilizan la violencia tanto como sea posible, mientras que los grupos criminales la utilizan lo menos posible.

El terrorista utiliza el máximo de violencia que cree poder justificar ante su público; si éste es absolutista y belicoso, el límite prácticamente desaparece. Por el contrario, una organización criminal que utiliza demasiada violencia se arriesga a maximizar las emboscadas policiales que perjudicarían la rentabilidad de sus empresas. Agreguemos también que la violencia de las organizaciones criminales está casi exclusivamente reservada a los competidores y a los miembros delincuentes de la organización, mientras que los terroristas apuntan mucho más lejos.

Tercer contraste: la posición moralizante de los discursos terroristas es a menudo un punto de fricción con los grupos criminales. En casi todos los casos, la utopía terrorista está libre de toda criminalidad, y sobre todo de criminalidad organizada. Para un grupo terrorista, aceptar la criminalidad equivale a perder una parte de su legitimidad ante su público. El discurso del Provisional Irish Republican Army (PIRA) respecto del kneecapping (tiro de bala en las rodillas) de los dialers de Belfast es especialmente revelador. Adoptada también por Ulster Defense Association (UDA), rival unionista del IRA, la práctica del kneecapping es un medio de mantener el orden en ausencia de una fuerza estatal eficaz. Es asimismo una denuncia de la criminalidad (organizada o no) como cáncer social, e indirectamente del gobierno por haber abandonado la sociedad a los depredadores criminales.

Los dos tipos de organización se diferencian igualmente por la naturaleza de su relación con el Estado. Excluyendo los casos de vigilantismo, por otra parte muy raros en Canadá, los grupos terroristas se enfrentan fundamentalmente a dos grandes tipos de blanco: los gobiernos y las empresas privadas. Esta oposición no debe concebirse como una forma de rapiña económica parasitaria, que es característica de los grupos criminales organizados.

El grupo terrorista, mediante su acción, intenta destruir la capacidad del Estado para gobernar, demostrar la incompetencia o impotencia de éste, castigar al Estado (en tanto entidad activa) o a los ciudadanos (se amalgama fácilmente el Estado, sus representantes y los ciudadanos en general), forzar a la administración a adoptar o abandonar determinadas políticas o leyes, incluso hasta reemplazar a la administración en una revolución abierta de tipo marxista, maoísta o fascista (discursos extremadamente escasos en Canadá).

En contraste casi total, el entorno que maximiza la eficacia de las organizaciones criminales consiste en una administración política estable, un sistema legal constante y previsible, un Estado capaz de mantener eficazmente los servicios básicos, en especial las infraestructuras esenciales para la realización de actividades comerciales (legales o no) y una paz social generalizada. El otro caso típico, del que la mafia siciliana es la ilustración perfecta, es la instauración de una organización en ausencia de un Estado funcional, como en la Sicilia de mediados del siglo XIX.

Idea Clave 4

En los dos casos, la organización criminal siempre se propone minimizar sus contactos con las autoridades, mientras que estas últimas son el blanco de las actividades terroristas.

Como hemos visto, Canadá, en tanto zona de actividades secundarias de algunos grupos terroristas internacionales, tiene en su territorio unos individuos que se dedican a actividades de sostenimiento del terrorismo y que evitan también el contacto con las autoridades locales, para atacar mejor a las administraciones en sus zonas de actividades primarias. La zona secundaria es aquella en la que se intenta maniobrar “bajo el radar” de las autoridades; si se considera además el tipo de actividades en cuestión -que suelen incluir fraude, extorsión, robo, chantaje, etc.- es comprensible que se pueda confundir las actividades terroristas secundarias con el crimen organizado. Salvo que las primeras no tienen ninguna razón de existir sin las actividades principales que definen el terrorismo, mientras que las segundas se sostienen en sí mismas.

Las dos próximas zonas de contraste son corolario una de la otra. La primera es la manera en que las organizaciones se posicionan frente al público. En la mayoría de casos, los miembros del público son tanto el blanco físico como el auditorio del acto terrorista. A excepción del terrorismo “restaurador” (Leman-Langlois et Brodeur, 2005), para el cual el número de víctimas es una medida del éxito, la mayoría de los actos terroristas en Canadá intentaron destruir la propiedad privada de empresas variadas y grupos o individuos que simbolizaban las posiciones políticas, sociales o económicas condenadas.

El objetivo era presionar al gobierno i) imponiendo una causa en la agenda mediática; ii) movilizando a la población o como mínimo a algunos grupos de interesados. Si bien hay ocasiones en que un grupo criminal intenta intimidar a miembros del gobierno, esto sigue siendo algo raro y en la periferia de sus actividades. Atacar a simples ciudadanos no tiene ningún interés. La segunda es la relación con los medios de información. Se ha dicho a menudo que el terrorismo no podría subsistir sin la atención de los medios de información ya que el terrorismo es básicamente una actividad de comunicación (Crelinsten, 1997). 

Idea Clave 5

En resumen, sin ellos, el terrorismo sólo aterroriza a sus víctimas inmediatas y, sin difusión, este terror queda sin impacto social. Para la organización criminal, toda presencia en los medios de información es factor de atención política y policial indeseable.     

Para concluir esta sección hay que agregar una última diferencia: estadísticamente, el terrorismo no existe en Canadá, mientras que el crimen organizado, en todas sus formas, es un motor importante de actividad ilegal.

3. Deslizamientos  

Como toda categorización criminológica, la que separa el crimen organizado del terrorismo sigue siendo porosa y se ven muchos deslizamientos. Éstos proceden a veces de los propios actores pero una gran parte es del discurso y de las actividades políticas y policiales. 

En primer lugar, es posible que un grupo pierda su dominante terrorista para comprometerse cada vez más en actividades más tradicionalmente criminales.

Como hemos visto, muchos grupos guerrilleros siguen más o menos ese camino. Incluso en ese caso, la relación entre las actividades criminales, la guerrilla y el terrorismo puede ser exagerarse mucho. P. e., el famoso “narcoterrorismo” que designaría, entre otras, las actividades de Sendero Luminoso (Perú) y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), así como muchos otros grupos ligados al tráfico de cocaína.

Designar el funcionamiento de las FARC con ayuda del concepto de “narcoterrorismo” se funda en la simplificación a ultranza y no es más que la adopción servil de un discurso político como descripción objetiva de lo real (Miller et Damask, 1997; Naylor, 2004). En los hechos, es claramente abusivo utilizar un concepto unificador para describir una realidad al mismo tiempo muy influida por la organización de la represión militar del narcotráfico y de la guerrilla. Sin tomar en cuenta que la organización de los guerrilleros, los productores de coca y sus interacciones (a menudo antagonistas) se simplifican así más allá de cualquier utilidad teórica.

Sea como fuere, el número de grupos terroristas que evolucionan hacia un predominio criminal es bastante escaso. En Canadá no existe ningún caso. El ejemplo que se da generalmente es el del Grupo Abu Sayyaf (GAS), grupo de extremistas separatistas filipinos. Parece que el deceso de su fundador y el reemplazo por su hermano menor en 1998 fue determinante para este grupo. Después de esa época, las proezas del GAS son esencialmente del campo del kidnapping y de la extorsión. El segundo caso es el del PIRA, que a través de los años parece haberse envilecido en múltiples chantajes de financiación y de control local a medida que el proceso de paz se hacía cada vez más prometedor. En resumen, a partir de casos de excepción no se puede concluir una característica general de los grupos. 

A la inversa, parece que los grupos criminales recurren en ocasiones a tácticas terroristas. El asesinato, por los motoristas criminalizados, de dos guardias de prisión en Quebec en 1997 es un caso clásico de intento de intimidación a las autoridades y los funcionarios. Las dos víctimas, elegidas al azar, fueron ejecutados no por un arreglo de cuentas convencional sino en un esfuerzo de comunicación, elemento central del terrorismo.

Un caso más flagrante aún es el de los Ufizzi de Florencia, gravemente dañado en 1993 por la mafia italiana. Este ataque a un bien público, una especie de chantaje contra la cultura misma, queda como el ejemplo más espectacular del desbordamiento de un grupo criminal hacia el terrorismo.

La característica principal de estos dos tipos de deslizamiento es justamente que son atípicos, que es su rareza la que los hace interesantes. El análisis más eficaz de estos fenómenos implica por otra parte identificar las transformaciones de los actores, los grupos y las estrategias y, en consecuencia, identificar las fuentes en el contexto local sociocultural y geopolítico. Un análisis de este tipo está entonces fundado, justamente, en una diferenciación entre las actividades criminales y las actividades terroristas. Sin esta discriminación, el analista que se obstinara en amalgamar todas estas conductas quedaría desarmado ante este fenómeno, incapaz de dar cuenta de manera  inteligente.

Existen, por supuesto, muchas razones que explican estos deslizamientos hacia el amalgamiento cada vez más sistemático de actividades no obstante diferentes, que tiene diversas utilidades políticas. Primero, asimilar grupos subversivos o insurgentes (o simplemente contestatarios) con organizaciones criminales es un potente discurso público de deslegitimación, que pretende reducir por parte de la población el soporte del que se benefician los movimientos sediciosos (Bonner, 1993: 189-190). Al contrario, puede ser igualmente útil asimilar los grupos criminales al terrorismo cuando se quiere justificar una intervención militar en el extranjero, como es el caso para los “carteles” de la droga sudamericanos, contra los cuales se despliegan enormes recursos militares, con la ayuda de los Estados Unidos (Naylor, 2004). También muchas conductas ilegales pero juzgadas por el público como poco graves se ven asociadas al terrorismo en un discurso que apunta a cambiar las actitudes. Es el caso, por ejemplo, de las violaciones del copyright (CNET, 2005) y de la venta de artículos de moda falsificados (AP, 2005).

Una variante interesante de este discurso se reconoce en ciertos grupos de presión para la legalización de las drogas, como la Canadian Foundation for Drug Policy (CFDP, 2005). En su declaración ante el comité senatorial sobre las drogas ilegales, la CFDP argumentó que la prohibición de las drogas financia al terrorismo, porque la criminalización de los productores y traficantes de cocaína, por ejemplo, hace que estos últimos se encuentren del lado de los grupos insurgentes. En el contexto de las organizaciones y de las actividades policiales, la confusión entre terrorismo y criminalidad organizada está también muy extendida.

Idea Clave 6

La inmensa mayoría de los casos de “conexiones” entre un grupo terrorista y un grupo criminal son francamente invenciones producidas por el modo de funcionamiento de las organizaciones de información, especialmente las operaciones de compras controladas (“sting”).

El escenario típico es el de Naji Antoine Abi Khalil, ciudadano canadiense que fue arrestado por el FBI por haber intentado enviar armas y material a Hezbolá. Las conexiones de Khalil con Hezbolá son dudosas, inclusive fantasiosas, y por otra parte el FBI no ofreció ninguna prueba al respecto.

Señalemos además que Khalil es cristiano maronita y no musulmán, lo que hace imposible su supuesta pertenencia a una organización islámica.

Finalmente, sus antecedentes son todos de “import-export salvaje” y asuntos dudosos, y no hay ninguno de conexión con el terrorismo o el Islam fundamentalista, por cierto.

En efecto, todo el asunto se inició cuando el FBI de Arkansas lo consideró sospechoso de blanquear dinero con ayuda de la banca Al-Madina de Beirut, en particular para grupos criminales rusos. Por toda evidencia, los agentes del FBI se presentaron como miembros de Hezbolá simplemente para poder acusar a Khalil de terrorismo, lo que tiene la doble ventaja  de ser más grave y de demostrar que el FBI se dedica a descubrir terroristas en América del Norte. Tales ejemplos literalmente abundan, y últimamente se ha “conectado” el terrorismo y la piratería logicial (CNET, 2005), la venta de relojes de lujo falsificados y todo tipo de otros chantajes menores (en este último caso, la “conexión” era que el revendedor de Rolex falsos tenía en su apartamento unas banderas de Hezbolá; ver AP, 2005).

Un último caso, un clásico de la mitología terrorista, es el de los hermanos Hammoud y sus 16 cómplices, contrabandistas de cigarrillos y financieros terroristas extraordinarios (Washington Post, 2004), que fue presentado como la prueba incontestable de un acercamiento generalizado del crimen organizado y del terrorismo por el Ministerio de Justicia estadounidense y por el FBI (por ejemplo, por el asistente del Procurador General  C. Wray [2004], o por G. Bald, asistente de la división antiterrorista del FBI, [2004]). Muchos investigadores cayeron también en la trampa (por ejemplo Dishman, 2005). Sin embargo, esta prueba no resiste simplemente al análisis, a pesar de la sentencia de 155 años impuesta a Mohammad Hammoud en 2005 por haber dado soporte a una organización terrorista (incidentalmente, una parte de la prueba consistía en interceptaciones electrónicas hechas por el Centro de Seguridad de las Telecomunicaciones de Canadá (CST), organismo militar de información de seguridad, socio de EU y del RU en el programa Echelon). En primer lugar mencionemos que la prueba contra él era relativamente débil: se encontró en su domicilio una carta recibida por Hammoud y que le solicitaba contribuir financieramente con Hezbolá, una foto que le mostraba, adolescente, en un campo de Hezbolá en Líbano y vídeos “anti-Israel” y “antiamericanos”. En segundo lugar, como demuestra Naylos (2004), inclusive si se acepta la cifra de 7,5 millones de dólares como valor de los cigarrillos vendidos, los montos disponibles para ser enviados a Hezbolá (no existe una cifra que indique el monto real) son mínimos, incluso insignificantes: 3.500 USD (es necesario elevar el precio de venta de los cigarrillos, el número de años cubiertos, dividir en 18 partes y retirar el costo de vida). Una cosa está clara: Hammoud no levantó su sistema para financiar a Hezbolá. Un empleo con salario mínimo habría sido más eficaz y mucho menos peligroso.  

3. Deslizamientos

Como toda categorización criminológica, la que separa el crimen organizado del terrorismo sigue siendo porosa y se ven muchos deslizamientos. Éstos proceden a veces de los propios actores pero una gran parte es del discurso y de las actividades políticas y policiales.

En primer lugar, es posible que un grupo pierda su dominante terrorista para comprometerse cada vez más en actividades más tradicionalmente criminales. Como hemos visto, muchos grupos guerrilleros siguen más o menos ese camino. Incluso en ese caso, la relación entre las actividades criminales, la guerrilla y el terrorismo puede ser exagerarse mucho. P. e., el famoso “narcoterrorismo” que designaría, entre otras, las actividades de Sendero Luminoso (Perú) y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), así como muchos otros grupos ligados al tráfico de cocaína.

Designar el funcionamiento de las FARC con ayuda del concepto de “narcoterrorismo” se funda en la simplificación a ultranza y no es más que la adopción servil de un discurso político como descripción objetiva de lo real (Miller et Damask, 1997; Naylor, 2004). En los hechos, es claramente abusivo utilizar un concepto unificador para describir una realidad al mismo tiempo muy influida por la organización de la represión militar del narcotráfico y de la guerrilla. Sin tomar en cuenta que la organización de los guerrilleros, los productores de coca y sus interacciones (a menudo antagonistas) se simplifican así más allá de cualquier utilidad teórica.

Sea como fuere, el número de grupos terroristas que evolucionan hacia un predominio criminal es bastante escaso. En Canadá no existe ningún caso. El ejemplo que se da generalmente es el del Grupo Abu Sayyaf (GAS), grupo de extremistas separatistas filipinos. Parece que el deceso de su fundador y el reemplazo por su hermano menor en 1998 fue determinante para este grupo. Después de esa época, las proezas del GAS son esencialmente del campo del kidnapping y de la extorsión. El segundo caso es el del PIRA, que a través de los años parece haberse envilecido en múltiples chantajes de financiación y de control local a medida que el proceso de paz se hacía cada vez más prometedor. En resumen, a partir de casos de excepción no se puede concluir una característica general de los grupos.

A la inversa, parece que los grupos criminales recurren en ocasiones a tácticas terroristas. El asesinato, por los motoristas criminalizados, de dos guardias de prisión en Quebec en 1997 es un caso clásico de intento de intimidación a las autoridades y los funcionarios. Las dos víctimas, elegidas al azar, fueron ejecutados no por un arreglo de cuentas convencional sino en un esfuerzo de comunicación, elemento central del terrorismo. Un caso más flagrante aún es el de los Ufizzi de Florencia, gravemente dañado en 1993 por la mafia italiana. Este ataque a un bien público, una especie de chantaje contra la cultura misma, queda como el ejemplo más espectacular del desbordamiento de un grupo criminal hacia el terrorismo.

La característica principal de estos dos tipos de deslizamiento es justamente que son atípicos, que es su rareza la que los hace interesantes. El análisis más eficaz de estos fenómenos implica por otra parte identificar las transformaciones de los actores, los grupos y las estrategias y, en consecuencia, identificar las fuentes en el contexto local sociocultural y geopolítico. Un análisis de este tipo está entonces fundado, justamente, en una diferenciación entre las actividades criminales y las actividades terroristas. Sin esta discriminación, el analista que se obstinara en amalgamar todas estas conductas quedaría desarmado ante este fenómeno, incapaz de dar cuenta de manera  inteligente.

Existen, por supuesto, muchas razones que explican estos deslizamientos hacia el amalgamiento cada vez más sistemático de actividades no obstante diferentes, que tiene diversas utilidades políticas. Primero, asimilar grupos subversivos o insurgentes (o simplemente contestatarios) con organizaciones criminales es un potente discurso público de deslegitimación, que pretende reducir por parte de la población el soporte del que se benefician los movimientos sediciosos (Bonner, 1993: 189-190). Al contrario, puede ser igualmente útil asimilar los grupos criminales al terrorismo cuando se quiere justificar una intervención militar en el extranjero, como es el caso para los “carteles” de la droga sudamericanos, contra los cuales se despliegan enormes recursos militares, con la ayuda de los Estados Unidos (Naylor, 2004).

También muchas conductas ilegales pero juzgadas por el público como poco graves se ven asociadas al terrorismo en un discurso que apunta a cambiar las actitudes. Es el caso, por ejemplo, de las violaciones del copyright (CNET, 2005) y de la venta de artículos de moda falsificados (AP, 2005).

Una variante interesante de este discurso se reconoce en ciertos grupos de presión para la legalización de las drogas, como la Canadian Foundation for Drug Policy (CFDP, 2005). En su declaración ante el comité senatorial sobre las drogas ilegales, la CFDP argumentó que la prohibición de las drogas financia al terrorismo, porque la criminalización de los productores y traficantes de cocaína, por ejemplo, hace que estos últimos se encuentren del lado de los grupos insurgentes. En el contexto de las organizaciones y de las actividades policiales, la confusión entre terrorismo y criminalidad organizada está también muy extendida.

Conclusión: dos mundos poco compatibles

Una de las conclusiones más evidentes es que el concepto de “conexión” entre el terrorismo y el crimen organizado es vago, instrumentalizado por los actores en función de sus necesidades y poco eficaz analíticamente hablando. Un acercamiento riguroso al tema requiere una definición rigurosa: una conexión no puede ser una simple proximidad simbólica, como el hecho de tener una bandera. Estrictamente hablando, que terroristas hipotéticos adquieran armas a un traficante ya no es una conexión.

Idea Clave 7

Se acepta este género de interacción como una conexión al precio de la pérdida de significación del término, que se vuelve inutilizable ya que no discrimina entre los hechos observados: en este sistema casi todo está conectado con casi todo. Para ser significativa, la conexión debería implicar cierta consistencia en el tiempo y coincidencia explícita de objetivos (no una coincidencia que aparecería después del trabajo de uno o dos analistas).

Aparte de las diversas conexiones, la idea cada vez más extendida de que las actividades criminales y las de los terroristas tienden a converger es igualmente problemática. Acabamos de revisar algunas de las razones más importantes para creer que esta idea es falsa. Estas razones, por lo demás, se ajustan a la observación empírica, que sencillamente no muestra esta convergencia. Lo que se observa en el mejor caso es una similitud epidérmica entre algunas actividades-límite  de ciertos grupos (motoristas criminalizados que intentan “aterrorizar”, grupos de apoyo que se dedican a extorsionar).

Parece absolutamente claro que esta confusión procede sobre todo de fuentes oficiales, que las suelen utilizar para alabar sus actividades.

Provienen también de cierto número de aproximaciones analíticas dudosas. Una de ellas es la aplicación de conceptos relacionados con la Guerra Fría al estudio de la “guerra contra el terrorismo”, en especial la idea, relativamente extendida en aquella época, de una internacional terrorista dirigida desde el Kremlin. El tratamiento reservado a las sutilezas de la estructura de los carteles, mafias y otras plagas ha sido la misma, con la apisonadora de la “organización” en sentido jerárquico, determinista y de una eficacia criminal racionalizada y maximizada. La moda del estudio de las “redes” casi ha aplastado esta jerarquía, si no la hecho desaparecer, pero instala siempre al analista en el surco de la organización deliberada, eficaz, racional y maximizada; es decir, la convicción de que la red está naturalmente impulsada hacia la ampliación planetaria y las conexiones infinitas con otras redes (Dishman, 2001).

Otra fuente de confusión es la fascinación que ejercen las tácticas empleadas  
y sobre todo las tecnologías de punta como Internet, la telefonía satelital, el ciframiento, etc. Esto se debe en parte a que estas tecnologías ofrecen un ángulo de ataque a las autoridades. En la medida en que dos personas se dedican a actividades ilegales con ayuda de una misma herramienta, por ejemplo Internet, se llega fácilmente a la conclusión de que un mejor control o vigilancia de Internet podrá, en los dos casos, producir una represión eficaz de las dos actividades (incluso si en los hechos esto es poco probable). Así, estratégicamente hablando, se puede tratar las dos actividades como una sola ya que tratamos de ir de prisa respecto de ellas de la misma manera. Desde un punto de vista criminológico, por el contrario, esta conclusión procede de un non sequitur evidentemente insostenible. Retengamos aún el mismo ejemplo.

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No creo que sea controvertido afirmar que la prioridad verdadera no es impedir el uso de Internet para fines criminales variados; la prioridad es, por supuesto, la prevención de las actividades mismas. En este sentido, no es la retahíla de las herramientas utilizadas lo que debe dominar el análisis sino un conocimiento en profundidad de la naturaleza propia de las actividades estudiadas.

Desde un punto de vista estrictamente estratégico, se podría argumentar que el que hace las leyes no tiene necesidad de saber si una cerca más alta o más sólida detendrá a terroristas o criminales; lo que cuenta es que nadie pueda entrar y la comprensión de los fenómenos desbaratados no añadiría nada (es la posición de Clarke  y Newman, 2006). Creo que esta concepción de la prevención, reducida a lo inmediato, es peligrosa y ha mostrado ya su ineficacia (Della Porta, 1993: 164). A medio y largo plazo, una prevención eficaz no es una simple cuestión de barreras, de “endurecimiento” de los blancos -no obstante la montaña de objeciones éticas democráticas que se le podría hacer también y al mismo tiempo el hecho evidente de que una infinidad de blancos simplemente no son compatibles con ese endurecimiento, entre ellos, por ejemplo, los transportes públicos. Conceptualizar el crimen organizado y el terrorismo más allá de las vallas requiere comprender sus diferentes fuentes.

Resumen   

Se compara en este artículo las características generales del fenómeno del crimen organizado con las del terrorismo. La diferencia principal se encuentra, básicamente, en las intenciones de los actores. Esta distinción, que a primera vista puede parecer menor, tiene repercusiones sobre el conjunto de los individuos comprometidos en uno u otro tipo de actividad, en todos los niveles de actuación. Dicha distinción es fundamental y sobrepasa ampliamente las preocupaciones semánticas o léxicas, ya que determina las estrategias empleadas y, en consecuencia, las probabilidades de éxito de los diversos medios de prevención o de represión.




http://www.etextos.com/textos/160-terrorismo_crimen%20_organizado/index.html


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