Héctor Darío Gómez Ahumada
La
teoría muisca dice que somos descendientes de las ranas
Los bogotanos provenimos de la
rana, así como el resto de los mortales descienden del mono. Eso creían nuestros ancestros muiscas, cuya lírica
genealógica, atribuía el origen de la especie humana a las lagunas de donde
ellos veían emerger las ranas que se escabullían saltando entre los juncos. La
ciencia vino a confirmar después su observación intuitiva y alucinada: la vida
se gestó en el agua.
Me dirijo hacia el humedal1 de La Conejera, ubicado en
la localidad de Suba, en busca de la humedad ancestral. El paisaje que encontró
don Gonzalo Jiménez de Quesada a su llegada a Bogotá estaba cundido de lagunas.
Fray Pedro Simón, decano de los cronistas de Indias, consignó en sus memorias
que el general Quesada entró a la sabana por el pueblo muisca de Suba un
“domingo de Cuasimodo” del año del señor de 1538, donde fue recibido por los naturales
con hospitalidad inusitada. Si nos atenemos al santoral católico, eso vendría a
ser el segundo domingo de Pascua, es decir, finalizando el mes de marzo.
El fundador de la capital
permaneció allí con sus huestes durante ocho días, tiempo suficiente para
catequizar al cacique del lugar, quien, abrazó la fe del Dios trinitario de los
invasores, ganando así el dudoso mérito de ser el primer converso del Nuevo
Reino de Granada.
Vale mencionar que a su salida
de Suba, don Gonzalo tuvo que salvar, entre otras, la laguna de Tibabuyes y la
quebrada de Juan Amarillo, crecidas por las lluvias del invierno que se inicia
en “la menguante de marzo”, de modo que el agua se convirtió en el último
reducto de la resistencia de nuestros aborígenes al invasor. Por cuenta de la
sustancia vital, los españoles se demoraron varias semanas en llegar hasta el
centro fundacional de Bogotá, distancia de quince kilómetros.
Inicio mi romería hacia el
humedal de La Conejera, en busca del origen. Siguiendo las instrucciones de un
amigo baquiano. Una vez coronado el cerro de Suba, nos perdemos hacia el
occidente, seguimos al norte, luego al
occidente y vuelta al norte… Hace falta una brújula.
- ¡Ya llegamos al humedal! -
El pueblo de Suba se extiende
hacia el poniente por las laderas de los cerros, como una cobija cuadriculada
puesta a secar al sol. Suba fue un resguardo indígena. Según afirma el
historiador Roberto Velandia, el pueblo fue erigido como municipio de
Cundinamarca en 1875, y sólo tuvo tal condición en 1954, cuando fue anexado al
Distrito Especial de Bogotá; eso, hasta 1977, año en que fue designado Alcaldía
Menor. Desde 1991 es conocido como la localidad número once de la capital. Pero
este pueblo, cuyo nombre proviene, a juicio de los investigadores del lenguaje
chibcha -los muiscas pertenecen a la gran familia lingüística chibcha-, de los
vocablos “Sua” (sol) y “Sia” (agua), siempre ha tenido vocación acuática. No en
vano brotó en sus ejidos el lago de Tibabuyes, donde nuestros ancestros
realizaban abluciones sagradas con ofrendas doradas a la diosa del agua, Sia (o
Sie). En la actualidad se lo conoce como el humedal de Juan Amarillo. Los niños
que hoy habitan las orillas de la laguna (y que soportan su olor ofensivo),
nunca se imaginarían que alguna vez hubo allí un espejo de agua cristalino y
mágico.
Paraísos perdidos en las guías turísticas.
El humedal queda cerca del
sitio donde me dejó el colectivo, cruzando la vía peatonal. Nadie espera
encontrarse un bosque que nace de manera abrupta. Además del humedal de La
Conejera, la ciudad aloja doce humedales más.
Son en total trece ecosistemas
intermedios entre el ambiente acuático y el terrestre, donde aun se crían
diferentes especies de plantas, pequeños mamíferos, aves, reptiles y anfibios;
donde todavía circulan los sueños sin restricción de placa. Estos humedales han
sobrevivido al crecimiento desordenado de la ciudad, y subsisten con
precariedad gracias al esfuerzo, en muchos casos heroico, de la sociedad civil
organizada que, como es el caso de la Fundación Humedal La Conejera, recuperó
en beneficio de la vida silvestre cerca de 65 hectáreas, incluidas 35 del
cuerpo de agua.
Los humedales de Bogotá, como
otros tesoros ocultos de la ciudad, no aparecen en las guías turísticas, se
encuentran en otra dimensión, lejos de las tiendas de marca, del esnob y del
esmog.
Regresemos, entonces, al
periplo por La Conejera en busca de los lazos atávicos que nos unen al agua, y
que compartimos en común y pro indiviso con las ranas bogotanas. “Hyla
labialis es el nombre científico de la rana sabanera”, me dice el guía del
humedal, perteneciente a la fundación que lo administra. Es de color verde y
relativamente grande -de 4 a 7 centímetros de longitud- Pero ya no se dejan ver,
“estos animalitos son vulnerables a los más sutiles cambios climáticos”,
sentencia el guía. Aún así no pierdo la esperanza de encontrar una rana en el
humedal. Continúo el recorrido por la orilla del cuerpo de agua y me siento en
un tronco a contemplar el paisaje.
-“¿Habéis adorado en las
lagunas?” Tal es la pregunta del catecismo para la confesión de indios
chibchas que, según refiere el padre Fray Pedro Simón, hacían los curas
doctrineros a los aborígenes que se bañaban en las lagunas del altiplano, para
obligarlos al arrepentimiento por sus ofrendas impías a la diosa Sia.
Nuestra relación con el agua
está signada por el utilitarismo brutal. Los muiscas que adoraban a esta diosa,
matriz de la vida, no podrían comprender nuestros actos hostiles en su contra:
ante sus ojos seríamos pecadores, habríamos cometido las faltas imperdonables
de envilecer, contaminar, embotellar, comprar y vender la sustancia vital.
En la mitad del lago cundido
de vegetación flotante, se oye un ruido como de piedra que cae al agua rasgando
el velo vegetal: es una tingua (garza) de pico verde que arremete contra los
buchones.
Después de dos horas de
peregrinación por La Conejera, “parece que los cría la naturaleza para
castigo y tormento de los hombres” -al decir de Fray Pedro Simón-, inicio
el regreso.
Basta contemplar con capacidad
de asombro la quietud del humedal para entender que, al igual que los muiscas,
somos gente de agua. Que el agua es la fuente de la vida, y como tal, debemos
defenderla. Quizá sólo así podamos recuperar algo del paraíso extraviado.
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/memorias-del-agua/los-hijos-de-las-ranas
Análisis y Comprensión Lectora
1°. Destaque lo
que usted cree más importante de esta narración.
2°. Literatura-
historia y naturaleza
3°. Proponga
alguna explicación sobre la intención del autor al escribir este texto.
1. Un humedal
es una zona de tierras, generalmente planas, allí la superficie se inunda
permanente o intermitentemente, y al cubrirse regularmente de agua, el suelo se
satura, quedando desprovisto de oxígeno
y dando lugar a un ecosistema híbrido entre los puramente acuáticos y los terrestres.
La categoría biológica de humedal comprende zonas geológicas
diversas: ciénagas, marismas, pantanos, turberas, así como las zonas de costa marítima que presentan
anegación periódica por el régimen de mareas (manglares).
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