Cuando tenía 13 años me secuestró un pederasta que conocí en internet
Advertencia sobre este Artículo:
Su contenido refleja la crudeza y los peligros que
enfrentan nuestras niñas y niños en la actualidad.
Es prioritario que el acompañamiento hacia ellos
sea permanente, cotidiano, constante y continuo.
MUNDO | 2016/03/14 15:33
Alicia Kizakiewicz tenía 13 años cuando escapó de su casa en Pittsburgh, Estados Unidos, para encontrarse con alguien con quien había estado
chateando en internet. Lo que pasó luego fue una pesadilla.
Alicia Kizakiewicz, que tiene ahora 27 años, ha hecho su misión
proteger a niños para que no pasen por lo que ella pasó. Incluso hay una ley
que lleva su nombre en varios estados de Estados Unidos. Esta es su
historia en sus propias palabras.
“Recuerdo
que la Navidad de 2001 fue realmente fantástica, y lo mismo la primera mitad
del primer día de 2002. Año Nuevo siempre ha sido un día de celebración
para mi familia.
En algún
momento entre la cena y el postre, le pregunté a mi madre si podía ir a
recostarme porque me dolía el estómago. Me escabullí por detrás del árbol
de Navidad que estaba en la puerta de entrada y la abrí para encontrarme con la
persona que pensé que era un amigo.
Recuerdo
estar en una esquina y una vocecita, mi intuición, me decía: “Alicia, ¿qué
estás haciendo? Esto es muy peligroso, tienes que volver a casa”.
Me di la
vuelta y empecé a andar hacia la casa, pero luego escuché que me llamaban, y de
pronto estaba en un auto con este hombre. Inmediatamente tuve miedo de morir.
Mi infancia
hasta ese momento había sido increíble. Éramos, y todavía somos, una familia
muy unida. Mi infancia estuvo llena de diversión.
Fue mi
hermano mayor el que me introdujo al uso de internet. En 2001 y 2002 había
muy poca gente educando a los niños sobre los peligros de internet. Me
hice un nombre de pantalla y me metí online. Mis amigos y yo hablábamos de todo
tipo de cosas.
Los chicos
más populares hablaban con los menos populares. Me sentí segura.
“Sé buena.
Quédate quieta”
Había un
chico, un niño que yo pensaba que tenía más o menos mi edad, que no conocía, y
al que le gustaban las mismas cosas que a mí.
Me escuchaba
día y noche, me daba consejos. Era alguien con quien podía quejarme de lo que
no me gustaba y alguien que me hacía sentir bien a lo largo de los ocho o nueve
meses que precedieron a mi secuestro. Es la persona a la que salí a ver el día
de Año Nuevo y el que me secuestró en su auto.
Agarraba mi
mano con tanta fuerza que pensé que me la había roto. Me daba órdenes, me
decía: “Sé buena, quédate quieta”. Si no obedecía, me decía, me metería en el
maletero (baúl).
Después de
un tiempo, el auto llegó a un peaje y en mi cabeza, pensé: “Esta es mi
oportunidad, ahora me van a rescatar porque esta persona en el peaje va a ver a
una niña llorando y va a pensar, ¿qué está pasando? Y va a llamar a la policía
y todo esto va a terminar”. Pero el hombre del peaje no me vio, ni pensó
que pasaba nada malo, y el auto aceleró.
No hay
palabras para explicar el miedo y el terror de pensar que esta persona podía
parar y matarme en cualquier momento. Siguió manejando durante unas cinco
horas, desde Pittsburgh hasta Virginia (EE.UU.). Finalmente, el auto paró,
me sacó y me arrastró hasta su casa. Y me siguió arrastrando escaleras abajo
hasta el sótano, donde había una puerta con un candado y me metió dentro.
Entonces me
sacó la ropa, me miró y dijo: “Esto
va a ser muy duro para ti. Está bien, llora”. Me puso una cadena de perro en el
cuello y me llevó arriba a su habitación. Y me violó.
“Empecé a
aceptar que iba a morir”
Me encadenó
al suelo con el collar de perro al lado de la cama. Me violó y me golpeó y me
torturó en esa casa durante cuatro días.
Tengo que
decir que es increíble la respuesta que obtengo a veces cuando lo explico. A
veces, la gente me dice: “Tienes suerte, no duró mucho”.
Quiero dejar
claro que no se puede definir el dolor por el tiempo que se sufre, o por lo que
pasó, sino que lo que importa es cómo esa experiencia afecta a la persona. Cómo
impacta en ella.
Si bien hice
lo que pude para sobrevivir, sin importar cuán humillante, doloroso o asqueroso
fuera, no tenía control sobre mi destino.
Cuando
intenté resistirme, acabé con la nariz rota. Si ya había sido capaz de
secuestrar a una niña, ya me había hecho cosas indescriptibles, ¿por qué no iba
a matarme también?
Al cuarto
día, dijo: “Estás empezando a gustarme demasiado. Esta noche vamos a ir a dar
una vuelta en auto”. En ese momento supe que no había nada que yo pudiera
hacer. Supe que me iba a matar. Ese día también me dio de comer por primera vez
en cuatro días y se fue a trabajar.
Recuerdo
llorar y rezar, rezar y pensar sobre todo lo que haría si fuera más fuerte, si
fuera un personaje en una película de superhéroes.
Pensé: “Me
va a matar, pero no voy a irme sin pelear, y quizás puedo ganar”. Pero luego me
di cuenta de que ya había perdido muchas veces. Y pronto perdí la esperanza.
Pensé mucho
en mis padres esos días. Sabía que me estaban buscando y que me querían. No
tenía duda de que me encontrarían, la pregunta es si me encontrarían viva o
muerta.
Pensé:
“¿Cuándo fue la última vez que les dije que los quiero? ¿Saben cuánto los
quiero?”. Empecé a aceptar que iba a morir. Entré en un estado de aturdimiento.
Pero luego escuché el sonido de hombres enfadados golpeando la puerta de abajo.
Como había
perdido cualquier esperanza, pensé que estaban allí para matarme, así que me
metí debajo de la cama para intentar esconderme e intenté no hacer ningún
ruido.
Los oí
moverse rápido por la casa y gritar “¡Limpio!”, “¡Limpio!”, “¡Limpio!”. Ahora
sé lo que significa esa palabra, pero entonces no tenía ni idea.
Debí hacer
algún ruido porque escuché a un hombre decir “¡Movimiento allí!” y desde donde
estaba vi unas botas al lado. Un hombre me dijo que saliera de debajo de
la cama y levantara las manos. Estaba desnuda. Miraba hacia abajo y veía el
cañón de una pistola.
Pensé que
entonces me matarían, que ese era el final. Pero entonces el hombre se dio la
vuelta y vi que detrás de su chaqueta ponía FBI, y vi a todos esos agentes
entrar corriendo en la habitación.
Cortaron la
cadena que tenía alrededor del cuello y me ayudaron, me liberaron. Me dieron
una segunda oportunidad para vivir. Estos hombres y mujeres son mis ángeles.
Cuando
estuve cautiva, mi secuestrador emitió por internet las imágenes mientras
abusaba de mí. Uno de los que estaba viendo reconoció a la niña de ese
video horrible como aquella que aparecía en los posters de personas
desaparecidas.
Fue a una
cabina, llamó al FBI y les dio el nombre de pantalla del abusador. Con él, el
FBI encontró su dirección de IP y con eso me encontraron. Fue un milagro.
Esencialmente, un monstruo delató a otro.
Poder y
control
Tengo mucha
suerte. Si esos agentes hubieran parado a por un café, o su auto se hubiera
estropeado, ahora no estaría aquí. Él iba a llegar a su casa a las 4:30 p.m. y
los agentes llegaron a las 4:10. Incluso hoy, la gente se sorprende de
escuchar una historia como la mía. En 2002, cuando me secuestraron, no podían
entender cómo esto había pasado.
Culpaban a
la víctima, algo que, tristemente, no es muy distinto a lo que pasa con los
casos de abusos sexuales hoy en día.
Tras mi
propio periodo de recuperación, con 14 años, empecé a ir a escuelas, dando
presentaciones, y compartiendo mi historia. Hoy, casi 14 años después, sigo con
mi misión, compartiendo mi misión, mi historia con gente de todo el mundo, y
aconsejando a las familias sobre seguridad en internet.
Ahora estoy
estudiando una maestría en psicología forense, y me gradúo en solo unos meses.
Quiero trabajar con niños que hayan sido víctimas de secuestro o explotación
sexual y con sus familias.
Durante
años, las relaciones personales se me hicieron difíciles. Las caricias
másamorosas y dulces podían parecer de pronto dañinas y malvadas. Pero el
día después de mi graduación, me caso. Mi prometido apoya mi misión y es un
gran hombre, pero sobre todo un gran amigo.
Lo que es
muy importante recordar, y que a mí me llevó mucho tiempo aprender, es que las
violaciones son una cuestión de poder y control, y el amor nunca lo es.
El
secuestrador de Alicia Kozakiewicz, Scott Tyree, se confesó culpable en 2003 de
trasladar a una menor entre estados con un objetivo sexual y para producir
imágenes explícitamente sexuales. Fue condenado a 19 años y siete meses de
prisión.
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