Los perseguidos-perseguidores
El propio Álvaro Uribe, cuando era presidente, les reconocía a los suyos esa proclividad al delito cuando les pedía con una risita cómplice votar sus proyectos de gobierno antes de que la justicia se los llevara
presos.
Dentro de tres semanas el fiscal
Eduardo Montealegre termina su agitado periodo. Como regalo envenenado de
despedida le deja al presidente Juan Manuel Santos el pastel del
encarcelamiento por paramilitarismo del ganadero Santiago Uribe, hermano del
expresidente y hoy senador Álvaro Uribe Vélez.
Montealegre, que es amigo del
bombo y del espectáculo, deja prendida la mecha de sus fuegos artificiales, y
se va a Alemania como embajador, dejando atrás sus nóminas paralelas, sus contratos
mirobolantes, el secreto de por qué se llama von Schwartzenberg la señora
Springer. Y a un vicefiscal encargado que le cubra las espaldas, pues el
presidente ha dejado pasar los días y los días sin presentar la obligatoria
terna de nombres para su reemplazo. ¿Por qué? Otro misterio. Montealegre se va
con sus maletas, y Santos se queda cargando y casi ahorcando al preso, como los
pinta Osuna en El Espectador. Y para no verse involucrado en la probable
condena le toca solicitar veedurías internacionales de todas las pelambres, y
auxilio al mismísimo procurador, su enemigo. El cual por su parte pide la
liberación del acusado porque “nunca se ha comportado de manera que demuestre
algún deseo de evadir la justicia”. Lo cual es cierto.
Así que el veneno es para Santos, y el regalo es
más bien para Uribe. Le sirve para reforzar su tesis (que acaba de exponer
quejándose en el hombro de los Estados Unidos) de que aquí hay una conspiración
del gobierno y la justicia para perseguir judicialmente por motivos políticos a
él, a su familia (una cuñada y una sobrina han sido extraditadas acusadas de
narcotráfico), y a su partido, el Centro Democrático. En cuanto se dio la
noticia de la detención de Santiago Uribe los parlamentarios uribistas se
declararon “en rebeldía” en el Congreso y se echaron a la calle con pancartas
exigiendo la renuncia inmediata de Santos y denunciándolo por instaurar “un
régimen de terror”. El exvicepresidente Francisco Santos aseguró con
estridencia que el gobierno se comportaba como la mafia, ofreciéndole a la
oposición “plata o plomo”. El senador José Obdulio Gaviria farfulló
incoherencias tomadas de su maestro Schmit. La senadora Paloma Valencia lanzó
una amenaza; “Por menos comenzó la Violencia política (de los años cuarenta y
cincuenta)”. El propio Uribe anunció compungido que “reflexionaría sobre su
tristeza”, y solo el domingo (hoy) hablaría sobre Santos y la independencia de
la justicia. De paso, se quejó de que su teléfono está interceptado por la
corte, como hace unos años lo estaban los de la corte por él.
La prueba que aducen los uribistas sobre el
“ensañamiento” político-judicial contra ellos es, según la senadora Valencia,
“el sentido común”. Su pregunta de batalla es: ¿por qué son tantos los
uribistas perseguidos por la justicia? Y dan una lista impresionante de presos
o de fugados del país “por falta de garantías”: los exdirectores del DAS
Noguera y Hurtado, los exembajadores Arana y Montoya, los exministros Pretelt,
Palacios, Uribito, los exjefes de la casa militar generales Buitrago y Santoyo,
el exsecretario jurídico Del Castillo, los de la Presidencia Velásquez y
Moreno, el ex alto comisionado Restrepo, el primo Mario Uribe (socio, al
parecer, del hermano Santiago, y de convictos y confesos narcoparamilitares),
el exdirector espiritual del partido, Hoyos. Y a esos perseguidos les suman los
azucareros multados, Fedegán despojado, las víctimas de un posible apagón
eléctrico, los niños guajiros que mueren de hambre y sed, la rebaja en la
calificación de riesgo del país por las agencias norteamericanas, el fenómeno
de El Niño, la caída en los precios del petróleo.
Pero la pregunta habría que formularla
al revés: ¿por qué tantos uribistas son delincuentes? ¿Y acusados o condenados
por tan diversos delitos? Peculado, homicidio agravado, prevaricato, cohecho,
concierto para delinquir, falsas desmovilizaciones, paramilitarismo, trasteo de
votos, chuzadas telefónicas… O de esta otra manera: ¿por qué tantos
delincuentes son uribistas? El propio Álvaro Uribe, cuando era presidente, les
reconocía a los suyos esa proclividad al delito cuando les pedía con una risita
pícara que votaran en el Congreso sus proyectos de gobierno antes de que la
justicia se los llevara presos. Todos rieron con él, con risotada cómplice. Y
votaron. Y a continuación se los llevaron presos, o se fugaron del país.
Ahora denuncian indignados la persecución política,
olvidando los días en que los perseguidores eran ellos.
Y alguien se cuela en la custodiada
residencia del vicefiscal y le roba su computador personal y sus archivos. Tal
vez no sea otro misterio. Sino simplemente otra casualidad.
Nota: sobre el caso específico de las
acusaciones contra Santiago Uribe recomiendo la lectura del libro de Olga Behar El clan de los
Doce Apóstoles. (Ícono Editorial).
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