Michel Foucault - Gilles Deleuze.
Sobre
los intelectuales y el poder.
En 1962 Michel Foucault (1926-1984),
profesor en Clermont-Ferrand, conoció a Gilles Deleuze
(1925-1995), profesor en Lyon. Por entonces, el primero ya había publicado
“Enfermedad mental y
personalidad” e "Historia
de la locura en la época clásica”, mientras que el segundo se
había dado a conocer con "Empirismo
y subjetividad” y "Nietzsche
la filosofía".
"Deleuze me fascinaba. Yo hacía lo posible por encontrarlo, Pero lo que
hacíamos era reír", señalaría Foucault después. Sí -agregaría Deleuze- sé
que éramos amigos porque nos reíamos de las mismas cosas".
Precisamente
la risa -más el silencio, el secreto
y la complicidad- es una de las características que Friedrich Nietzsche
(1844-1900) adjudicaba a la amistad.
El encuentro entre estos filósofos puede enmarcarse
dentro de la predisposición a decir algo nuevo en medio de los
convencionalismos que por entonces pesaban en política y filosofía, algo que
ambos tenían en común. Unos veinte años después, se publicó el libro "Microfísica
del poder”, en el que se reunieron una serie de artículos, entrevistas y
conversaciones que Foucault escribió y realizó a lo largo de la década del '70.
Entre ellos figuraba un diálogo que mantuvo con Deleuze
en 1972 y que fuera publicado originalmente en el Nº 49 de la revista
"L'Arc" bajo el título "Los intelectuales y el poder”.
En
él puede observarse una perspectiva diferente sobre cuál debería ser el papel
de los intelectuales en el contexto de un mundo gobernado por el sistema que
conocemos con el ambiguo nombre de "democracia".
M.F.: Un maoísta me decía:
"entiendo bien por qué Sartre está con nosotros, por qué hace política y
en qué sentido la hace: respecto a ti, en último término, comprendo un poco: tú has planteado siempre el problema
del encierro. Pero a Deleuze verdaderamente no lo entiendo". Esta cuestión
me ha sorprendido enormemente porque a mí esto me parece muy claro.
G.D.: Se debe posiblemente a que estamos viviendo de una nueva manera
las relaciones teoría-práctica.
La
práctica se concebía tanto como una aplicación de la teoría, como una
consecuencia, tanto al contrario como debiendo inspirar la teoría, como siendo
ella misma creadora de una forma de teoría futura. De todos modos se concebían
sus relaciones bajo la forma de un proceso de totalización, en un sentido o en
el otro. Es posible que, para nosotros, la cuestión se plantee de otro modo.
Las relaciones teoría-práctica son mucho más parciales y fragmentarias. Por una
parte una teoría es siempre local, relativa a un campo pequeño, y puede tener
su aplicación en otro dominio más o menos lejano.
La
relación de aplicación no es nunca de semejanza. Por otra parte, desde el
momento en que la teoría se incrusta en su propio dominio se enfrenta con
obstáculos, barreras, choques que hacen necesario que sea relevada por otro
tipo de discurso (es este otro tipo el que hace pasar eventualmente a un
dominio diferente).
La
práctica es un conjunto de conexiones de un punto teórico con otro, y la teoría
un empalme de una práctica con otra. Ninguna teoría puede desarrollarse sin
encontrar una especie de muro, y se precisa la práctica para agujerearlo. Por
ejemplo, usted; usted ha comenzado por analizar teóricamente un modo de
encierro como el manicomio en el siglo XIX en la sociedad capitalista. Después
desembocó en la necesidad de que personas precisamente encerradas se pusiesen a
hablar por su cuenta, que operasen una conexión (o bien al contrario, es usted
quien estaba en conexión con ellos), y esas personas se encuentran en las
prisiones, están en las prisiones.
Cuando usted organizó el grupo de
información sobre las prisiones fue sobre esta base: instaurar las condiciones
en las que los prisioneros pudiesen ellos mismos hablar. Sería completamente
falso decir, como parecería decir el maoísta, que usted pasaba a la práctica
aplicando sus teorías. No había en su trabajo ni aplicación, ni proyecto de
reforma, ni encuesta en el sentido tradicional. Había algo muy distinto: un
sistema de conexión en un conjunto, en una multiplicidad de piezas y de pedazos
a la vez teóricos y prácticos.
Para
nosotros, el intelectual teórico ha dejado de ser un sujeto, una conciencia
representante o representativa. Los que actúan y los que luchan han dejado de
ser representados ya sea por un partido, ya sea por un sindicato que se
arrogaría a su vez el derecho de ser su conciencia. ¿Quién habla y quién actúa?
Es siempre una multiplicidad, incluso en la persona, quien habla o quien actúa.
Somos todos grupúsculos. No existe ya la representación, no hay más que acción,
acción de teoría, acción de práctica en relaciones de conexión o de redes.
M.F.: Me parece que la politización de un intelectual se hace
tradicionalmente a partir de dos cosas:
su posición de intelectual en la sociedad burguesa, en el sistema de producción
capitalista, en la ideología que ésta produce o impone (ser explotado, reducido
a la miseria, rechazado, "maldito", acusado de subversión, de
inmoralidad, etcétera), y en su propio discurso en tanto que revelador de una
cierta verdad, descubridor de relaciones políticas allí donde éstas no eran
percibidas. Estas dos formas de politización no eran extrañas la una a la otra,
pero tampoco coincidían forzosamente. Había el tipo del "maldito" y
el tipo del "socialista". Estas dos politizaciones se confundirían
fácilmente en ciertos momentos de reacción violenta por parte del poder,
después del '48, después de la Comuna, después de 1940: el intelectual era rechazado, perseguido en el momento mismo en
que las "cosas" aparecían en su "verdad", en el momento en
que no era preciso decir que el rey estaba desnudo.
El
intelectual decía lo verdadero a quienes a aún no lo veían y en nombre de
aquellos que no podían decirlo:
conciencia y elocuencia. Ahora bien, lo que los intelectuales han descubierto
después de la avalancha reciente, es que las masas no tienen necesidad de ellos
para saber; saben claramente, perfectamente, mucho mejor que ellos; y lo
afirman extremadamente bien.
Pero
existe un sistema de poder que obstaculiza, que prohíbe, que invalida ese
discurso y ese saber. Poder que no está solamente en las instancias superiores de la censura, sino que se hunde más profundamente, más
sutilmente en toda la malla de la sociedad. Ellos mismos, intelectuales, forman
parte de ese sistema de poder, la idea de que son los agentes de la
"conciencia" y del discurso pertenece a este sistema. El papel del
intelectual no es el de situarse "un poco en avance o un poco al margen"
para decir la muda verdad de todos; es ante todo luchar contra las formas de
poder allí donde éste es a la vez el objeto y el instrumento: en el orden del "saber", de
la "verdad", de la "conciencia", del "discurso".
Es en esto en lo que la teoría no expresa, no traduce, no aplica una práctica;
"es" una práctica. Pero local y regional, como usted dice: no
totalizadora. Lucha contra el poder, lucha para hacerlo aparecer y golpearlo
allí donde es más invisible y más insidioso.
Lucha
no por una "toma de conciencia" (hace tiempo que la conciencia como
saber a sido adquirida por las masas, y que la conciencia como sujeto ha sido
tomada, ocupada por la burguesía), sino por la infiltración y la toma de poder,
al lado, con todos aquellos que luchan por esto, y no retirado para darles luz.
Una "teoría" es el sistema regional de esta lucha.
G.D.: Eso es, una teoría es
exactamente como una caja de herramientas. Ninguna relación con el
significante... Es preciso que sirva, que funcione. Y no para uno mismo. Si no
hay personas para utilizarla, comenzando por el teórico mismo, que deja
entonces de ser teórico, es que no vale nada, o que el momento no llegó aún. No
se vuelve sobre una teoría, se hacen otras, hay otras a hacer. Es curioso que
sea un autor que pasa por un puro intelectual, Proust, quien lo haya dicho tan
claramente: "traten a mi libro como un par de lentes dirigidos hacia el
exterior, y bien, si no les sirven tomen otros, encuentren ustedes mismos
vuestro aparato que es necesariamente un aparato de combate". La teoría no
se totaliza, se multiplica y multiplica.
Es el poder quien por naturaleza opera totalizaciones, y usted, usted dice
exactamente: la teoría por naturaleza esta contra el poder. Desde que una
teoría se incrusta en tal o cual punto se enfrenta a la imposibilidad de tener
la menor consecuencia práctica, sin que tenga lugar una explosión incluso en
otro punto. Por esto la noción de reforma es tan estúpida como hipócrita. O
bien la reforma es realizada por personas que se pretenden representativas y
que hacen profesión de hablar por los otros, en su nombre, y entonces es un
remodelamiento del poder, una distribución del poder que va acompañada de una
represión acentuada; o bien es una reforma reclamada, exigida por aquellos a
quienes concierne y entonces deja de ser una reforma y es una acción
revolucionaria que, desde el fondo de su carácter parcial, está determinada a
poner en entredicho la totalidad del poder y de su jerarquía.
Es
evidente en el caso de las prisiones: la más minúscula, la más modesta
reivindicación de los prisioneros basta para desinflar cualquier
pseudo-reforma. Si los niños consiguen que se oigan sus protestas en un
Instituto Maternal, o incluso simplemente sus preguntas, esto sería suficiente
para producir una explosión en el conjunto del sistema de la enseñanza:
verdaderamente, este sistema en el que vivimos no puede soportar nada: de ahí
su fragilidad radical en cada punto, al mismo tiempo que su fuerza de represión
global. A mi juicio usted ha sido el primero en enseñarnos algo fundamental, a
la vez en sus libros y en un terreno práctico: la indignidad de hablar por los
otros. Quiero decir: la representación provoca la risa, se decía que había
terminado pero no se sacaba la consecuencia de esta reconversión
"teórica", a saber, que la teoría exigía que las personas concernidas
hablasen al fin prácticamente por su cuenta.
M.F.: Y cuando los prisioneros se
pusieron a hablar, tenían una teoría de la prisión, de la penalidad, de la
justicia. Esta especie de discurso contra el poder, este contradiscurso
mantenido por los prisioneros o por aquellos a quienes se llama delincuentes es
en realidad lo importante, y no una teoría sobre la delincuencia.
El problema de la prisión
es un problema local y marginal puesto que no pasan más de 100.000 personas
cada año por las prisiones; en total actualmente en Francia hay probablemente
300 ó 400.000 personas que pasaron por la prisión. Ahora bien, este problema
marginal sacude a la gente. Me ha sorprendido ver que se pudiesen interesar por
el problema de las prisiones tantas personas que no estaban en prisión; me ha
sorprendido que tanta gente que no estaba predestinada a escuchar este discurso
de los detenidos lo haya finalmente escuchado. ¿Cómo explicarlo? ¿No será
porque de un modo general el sistema penal es la forma en la que el poder como
poder, se muestra del modo más manifiesto? Meter a alguien en prisión,
encerrarlo, privarlo de comida, de calefacción, impedirle salir, hacer el amor,
etcétera, ahí está la manifestación del poder más delirante que se puede imaginar.
El otro
día hablaba con una mujer que había estado en prisión y ella decía:
"cuando se piensa que a mí, que tengo cuarenta años, se me ha castigado un
día en prisión poniéndome a pan sólo". Lo que me llama la atención en esta
historia es no solamente la puerilidad del ejercicio del poder, sino también el
cinismo con el que se ejerce como poder, bajo la forma más arcaica, la más
pueril, la más infantil. Reducir a alguien a pan y agua, eso se nos enseña de
pequeños.
La
prisión es el único lugar en el que el poder puede manifestarse de forma
desnuda, en sus dimensiones más excesivas, y justificarse como poder moral.
"Tengo razón para
castigar puesto que ustedes saben que es mezquino robar, matar...". Es
esto lo que es fascinante en las prisiones, que por una vez el poder no se
oculta, no se enmascara, se muestra como tiranía llevada hasta los más ínfimos
detalles, poder cínico y al mismo tiempo puro, enteramente
"justificado" ya que puede formularse enteramente en el interior de
una moral que enmarca su ejercicio: su tiranía salvaje aparece entonces como
dominación serena del Bien sobre el Mal, del orden sobre el desorden.
[…]
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