Las Múltiples Inteligencias Matemáticas
Bernardo Recamán Santos
“No hay un lugar permanente en el mundo para
unas matemáticas feas”. G. H. Hardy
Al momento de sentarme a escribir
este artículo, después de rumiarlo durante una larga semana, una crisis
financiera profunda sacude a todos las bolsas de valores y los mercados del
mundo. Otro banco de inversión, el cuarto más grande de los Estados Unidos se declara en bancarrota y el evento desencadena toda suerte de imprevisibles consecuencias.
No entiendo mucho de lo que sucede, ni puedo tampoco adivinar lo que sucederá ahora, pero lo poco que entiendo y lo
poco que logro anticipar, puedo hacerlo en buena medida por las matemáticas que sé. No tanto, en realidad
por las matemáticas que sé sino por lo
que las matemáticas que he estudiado
toda la vida me permiten hacer: analizar
la información que recibo, procesarla, contrastarla, evaluarla y sacar
conclusiones. No me bastan, para ello, las matemáticas, pero sin ellas mi
confusión sería total.
¿Las matemáticas para qué?
"¿Y eso para que me sirve?", nos preguntan los estudiantes a los profesores cada vez que abordamos un tópico nuevo. Podríamos contestarles que algún día les servirá para entender y responder mejor a algunas de las muchas crisis que vendrán. Pero no será una respuesta que los deje satisfechos ya que es difícil pretender que los estudiantes de hoy estén desde ahora preocupados por las crisis del 2043.
En estos tiempos de gratificación instantánea, lo que los estudiantes quieren
saber es para qué les sirve lo que están aprendiendo, no mañana ni dentro de
una semana, sino hoy, ahora. En ese caso, ¿qué les respondo? Durante algún
tiempo, tuve siempre preparada una larga y bien documentada respuesta a la
inevitable pregunta. Según fuera el tema que estaba tratando, les contaba a los
estudiantes el asombroso poder de las matemáticas para resolver toda índole de
problemas, construir puentes y rascacielos, conquistar la luna y llegar a los
confines de nuestro sistema solar y más allá, diseñar y programar computadores
cada vez más rápidos y potentes, y tantas cosas más. Procuraba también
mostrarles algo de la belleza de las matemáticas, una belleza "pura y
austera como la de una escultura", en palabras de Bertrand Russell. Mis
estudiantes escuchaban pero no parecían quedar contentos.
Los que ya tenían claro que no iban a ser ingenieros ni astronautas sino,
por ejemplo, abogados o cirujanos, quedaban poco impresionados. Comprendí
entonces que mi estrategia era equivocada. Lo que debía hacer no era prepararme
bien para cuando la impertinente pregunta surgiera, sino procurar por todos los
medios que los estudiantes no tuvieran necesidad de hacerla.
No fue, por supuesto, tarea fácil, pero poco a poco fui descubriendo que sí
había formas de que mis clases de matemáticas "sirvieran para algo"
inmediatamente y que los estudiantes no tuvieran que esperar años para ver su
utilidad. Tenía que hacerlas más relevantes y cercanas a sus intereses
cotidianos. Y de alguna manera tenía que resaltar mejor su belleza y cultivar
en ellos el aprecio por ella. Ello me llevó también a reflexionar a fondo a
cerca del verdadero propósito de enseñar matemáticas. ¿Es acaso el de
embutirles a los estudiantes una serie de herramientas y procedimientos para
que las pueden utilizar el resto de sus vidas cada vez que las necesiten? Y si
ello es así, ¿cuáles entre tantas escojo? Pronto comprendí que ese no podía ser
el único ni el más importante objetivo de la enseñanza de las matemáticas, y
menos hoy en día cuando la tecnología ha asumido el trabajo de ejecutar cuanto
procedimiento se le ocurra al hombre. La enseñanza de las matemáticas tenía que
dotar a los estudiantes, no tanto para ejecutar procedimientos, como para
comprenderlos, desarrollarlos, cuestionarlos, abstraerlos y adaptarlos según
las necesidades.
Las múltiples inteligencias matemáticas
Casi al mismo tiempo comprendí también que, así como son múltiples y diferentes las inteligencias generales que estamos en capacidad de desarrollar los seres humanos, también son múltiples las inteligencias matemáticas que podemos nutrir. Comprender esto significó que ya no podía pretender o esperar que todos mis estudiantes desarrollaran de igual forma sus distintas inteligencias matemáticas, sino que tenía que ayudarlos a que cada uno descubriera sus propias fortalezas.
La existencia de múltiples inteligencias matemáticas no es algo difícil de corroborar, como tampoco debió ser descubrir que la inteligencia en general no es un sola (cualquier madre sabe cuándo su hijo es, por ejemplo, más hábil para desarmar y volver a armar un teléfono celular que para componer una canción o escribir una rima o un relato, y sabe muy bien que ellas son habilidades diferentes). Yo mismo me daba cuenta que, matemáticamente, soy bastante mejor pensando en un asunto de números o resolviendo unas ecuaciones aritméticas o algebraicas, que descifrando el espacio tridimensional o haciendo demostraciones geométricas.
Que se me facilita más enfrentar un problema de probabilidad o de combinatoria que uno topológico, así sea tan sencillo como quitarme el nudo de un zapato.No voy a entrar en la discusión acerca de qué proporción de esas habilidades (o falta de ellas) son el fruto (o culpa) de la educación que recibí. Lo cierto es que son todas habilidades (o competencias, para usar el término de moda) esencialmente matemáticas, y bien diferentes unas de otras. Sería muy deseable que las poseyera todas, pero es un hecho que ello no es así.
Las múltiples inteligencias matemáticas
Casi al mismo tiempo comprendí también que, así como son múltiples y diferentes las inteligencias generales que estamos en capacidad de desarrollar los seres humanos, también son múltiples las inteligencias matemáticas que podemos nutrir. Comprender esto significó que ya no podía pretender o esperar que todos mis estudiantes desarrollaran de igual forma sus distintas inteligencias matemáticas, sino que tenía que ayudarlos a que cada uno descubriera sus propias fortalezas.
La existencia de múltiples inteligencias matemáticas no es algo difícil de corroborar, como tampoco debió ser descubrir que la inteligencia en general no es un sola (cualquier madre sabe cuándo su hijo es, por ejemplo, más hábil para desarmar y volver a armar un teléfono celular que para componer una canción o escribir una rima o un relato, y sabe muy bien que ellas son habilidades diferentes). Yo mismo me daba cuenta que, matemáticamente, soy bastante mejor pensando en un asunto de números o resolviendo unas ecuaciones aritméticas o algebraicas, que descifrando el espacio tridimensional o haciendo demostraciones geométricas.
Que se me facilita más enfrentar un problema de probabilidad o de combinatoria que uno topológico, así sea tan sencillo como quitarme el nudo de un zapato.No voy a entrar en la discusión acerca de qué proporción de esas habilidades (o falta de ellas) son el fruto (o culpa) de la educación que recibí. Lo cierto es que son todas habilidades (o competencias, para usar el término de moda) esencialmente matemáticas, y bien diferentes unas de otras. Sería muy deseable que las poseyera todas, pero es un hecho que ello no es así.
Y sí eso es cierto en mi caso, matemático de profesión,
también ha de serlo en el caso de cada uno de mis estudiantes: sus
inteligencias matemáticas han de ser todas diferentes. Algunos estarán mejor
dotados y preparados para pensar geométricamente mente, otros tendrán destrezas
numéricas más desarrolladas, la fortaleza de alguno será para armar y desarmar
rompecabezas, escabullirse por laberintos, mientras que no faltarán los que no
se asustan y, por el contrario, disfrutan las estadísticas y todas sus
variantes.
El comprender que la etapa de desarrollo de las diferentes inteligencias
matemáticas de cada uno de mis estudiantes no es la misma me permitió preparar
clases más pertinentes, que intentaran atender la enorme diversidad de
intereses y habilidades que encontraba en mi salón pero, sobre todo, que
gratificara a los estudiantes antes de que me lanzaran la pregunta de siempre.
Ya no podía, sin embargo, concentrar todo mi esfuerzo en desarrollar, por
ejemplo, sólo habilidades aritméticas en ellos, ni pretender que todos los
estudiantes las adquirieran a la misma velocidad, que llegaran a ser igual de
competentes en ellas o, incluso, que mostraran el mismo entusiasmo e interés
que por todas las otras. Lo mismo podría decirse de cualquiera de las otras
formas de pensar matemáticamente.
Descubrir en cada estudiante sus fortalezas y sus intereses particulares,
que suelen complementarse, es una manera de tener más probabilidades de acertar
a la hora de decidir cómo abordar el trabajo en el salón de clase. Pero ello
significó también, que tuve que abandonar la clase magistral tradicional como
único recurso para enseñar y optar más bien por una especie de laboratorio de
matemáticas donde distintos grupos de estudiantes trabajan en diversos
experimentos matemáticos, según sus intereses, sus afinidades, sus habilidades
y necesidades de aprendizaje. Para ello tuve necesidad de contar con un rico
banco de problemas, acertijos y actividades que he ido alimentando poco a poco,
un buen texto escolar y, en el caso de los grados superiores, al menos una
calculadora graficadora para cada grupo.
La clase de matemáticas ya no consistía de unos pocos estudiantes poniendo
a medias atención a lo que yo hacía en el tablero mientras los demás echaban
globos o se ocupan en algo más divertido. Cada grupo experimental trabajaba a
su propio ritmo, con su propia dinámica, algunos con más dedicación y mejor
integrados que otros. Mi trabajo ahora era de orientación de los grupos,
facilitando su trabajo, dando pistas y pautas, moderándolos. No todos los
experimentos tenían éxito ni en todos ellos se aprendía lo mismo, pero por lo
que los estudiantes estaban ocupados haciendo algo, muchas veces incluso
divertido y retador, ya no me preguntaban a cada rato para que servía tal o
cual cosa.
La
matemática, una ciencia experimental
La matemática, no hay que olvidar, es un ciencia experimental como
cualquiera otra de las ciencias.
Progresa fruto de la observación, la imaginación y la
experimentación, entre otros. Que no necesite instrumentos tan sofisticados
como los de los químicos, biólogos y físicos para ello no significa que la
experimentación no sea un elemento esencial del matemático. Al igual que otros
científicos, el matemático formula una hipótesis sobre el problema que esté
investigando y procura por distintos medios ponerlo a prueba, es decir, comprobarlo
o refutarlo. Para ello acude a los experimentos.
Papel y lápiz en mano, en ocasiones asistido por una calculadora o un computador, el investigador realiza sus experimentos hasta que encuentra un contraejemplo a su conjetura, o argumentos suficientemente convincentes a su favor. Ese ambiente de experimentación es el que hay que intentar reproducir en el salón de clase, fomentando, como ocurre en la vida real, el trabajo en equipo y algo de competencia sana entre los mismos. Este trabajo en equipos permite, además, que las distintas inteligencias matemáticas de sus miembros se complementen en la solución exitosa de un problema o el desarrollo de un proyecto ya que, por lo general, un mismo problema o proyecto, bien escogido, hace uso de todas ellas. En el proceso los estudiantes aprenden los unos de los otros mucho más de lo que aprenderían del profesor que copia y resuelve problemas en el tablero para que los estudiantes los copien igual en sus cuadernos y, después de memorizados, en la hoja de la previa.
La enseñanza de las matemáticas en la era digital
Convertir el salón de clase en un laboratorio de matemáticas en el que los estudiantes puedan desarrollar plenamente sus diferentes inteligencias matemáticas, y que lo hagan sin estarse preguntando cada rato para que sirve todo ello, no es una tarea fácil. Sin embargo, la era digital que tenemos encima permite que ello sea cada vez más factible. Para comenzar, la posibilidad creciente que tenemos ahora los docentes de estar al día de innovaciones científicas y pedagógicas, y la de entrar en contacto con colegas en otros lugares que intentan hacer lo mismo, enriquece de manera formidable nuestro trabajo. Por otro lado, a medida que el acceso a computadores y calculadores se universaliza, la realidad de poder hacer del salón de clase un laboratorio crece. Una encuesta del año 2006 del Departamento Nacional de Estadística (DANE) reveló cómo el 50.3% de los niños entre los 5 y 11 años jugó en el año anterior algún videojuego.
Papel y lápiz en mano, en ocasiones asistido por una calculadora o un computador, el investigador realiza sus experimentos hasta que encuentra un contraejemplo a su conjetura, o argumentos suficientemente convincentes a su favor. Ese ambiente de experimentación es el que hay que intentar reproducir en el salón de clase, fomentando, como ocurre en la vida real, el trabajo en equipo y algo de competencia sana entre los mismos. Este trabajo en equipos permite, además, que las distintas inteligencias matemáticas de sus miembros se complementen en la solución exitosa de un problema o el desarrollo de un proyecto ya que, por lo general, un mismo problema o proyecto, bien escogido, hace uso de todas ellas. En el proceso los estudiantes aprenden los unos de los otros mucho más de lo que aprenderían del profesor que copia y resuelve problemas en el tablero para que los estudiantes los copien igual en sus cuadernos y, después de memorizados, en la hoja de la previa.
La enseñanza de las matemáticas en la era digital
Convertir el salón de clase en un laboratorio de matemáticas en el que los estudiantes puedan desarrollar plenamente sus diferentes inteligencias matemáticas, y que lo hagan sin estarse preguntando cada rato para que sirve todo ello, no es una tarea fácil. Sin embargo, la era digital que tenemos encima permite que ello sea cada vez más factible. Para comenzar, la posibilidad creciente que tenemos ahora los docentes de estar al día de innovaciones científicas y pedagógicas, y la de entrar en contacto con colegas en otros lugares que intentan hacer lo mismo, enriquece de manera formidable nuestro trabajo. Por otro lado, a medida que el acceso a computadores y calculadores se universaliza, la realidad de poder hacer del salón de clase un laboratorio crece. Una encuesta del año 2006 del Departamento Nacional de Estadística (DANE) reveló cómo el 50.3% de los niños entre los 5 y 11 años jugó en el año anterior algún videojuego.
Con toda seguridad ninguno de ellos se preguntó al
hacerlo para qué le servía pasar horas jugando. Lo hacía porque le divertía. Es
posible que de paso, según el juego que fuera, algo estaba aprendiendo. La
prueba de que dichos videojuegos sí desarrollan destrezas significativas es que
los niños que han tenido acceso a ellos muestran mejores habilidades para
manipular los cada vez más complejos aparatos con que las nuevas tecnologías
digitales nos están inundando: teléfonos celulares, controles remotos,
archivadores de música, etc. No todos los videojuegos son didácticos pero
muchos sí contienen ideas matemáticas poderosas que si se complementan con
actividades relacionadas interesantes puede estimular el aprendizaje.
Y una calculadora científica o graficadora en manos de un
profesor creativo puede convertirse en algo muy parecido al mejor de los
videojuegos.
Nuestro deber como docentes
Lo que todo esto significa es que los docentes de matemáticas tenemos que pensar de nuevo el sentido de nuestro trabajo. ¿Es acaso asegurarnos de que los estudiantes salgan del bachillerato equipados con una especie de botiquín de primeros auxilios matemáticos que puedan utilizar en una emergencia? ¿Un botiquín que contiene tablas de multiplicación, fórmulas, teoremas, todos los casos de factorización, y una buena colección de identidades trigonométricas, derivadas, integrales? ¿O no será más bien que salgan con una sólida comprensión de los principales procesos matemáticos presentes en cada uno los diferentes dominios de la matemática y la certeza y confianza de poderlos utilizar, adoptar y desarrollar sin fecha de vencimiento, y en cualquiera que sea la esfera de trabajo en que se vayan a ocupar? Mucho más importante que un estudiante, al salir del bachillerato, conozca uno por uno los 17 casos de factorización (o los que sean), es que lo haga bien dispuesto hacia las matemáticas, que haya podido encontrar el gusto por ellas y pueda identificar sus propias fortalezas y debilidades y, sobretodo, que comprenda el enorme legado cultural que la matemática representa para la humanidad.
Nuestro deber como docentes
Lo que todo esto significa es que los docentes de matemáticas tenemos que pensar de nuevo el sentido de nuestro trabajo. ¿Es acaso asegurarnos de que los estudiantes salgan del bachillerato equipados con una especie de botiquín de primeros auxilios matemáticos que puedan utilizar en una emergencia? ¿Un botiquín que contiene tablas de multiplicación, fórmulas, teoremas, todos los casos de factorización, y una buena colección de identidades trigonométricas, derivadas, integrales? ¿O no será más bien que salgan con una sólida comprensión de los principales procesos matemáticos presentes en cada uno los diferentes dominios de la matemática y la certeza y confianza de poderlos utilizar, adoptar y desarrollar sin fecha de vencimiento, y en cualquiera que sea la esfera de trabajo en que se vayan a ocupar? Mucho más importante que un estudiante, al salir del bachillerato, conozca uno por uno los 17 casos de factorización (o los que sean), es que lo haga bien dispuesto hacia las matemáticas, que haya podido encontrar el gusto por ellas y pueda identificar sus propias fortalezas y debilidades y, sobretodo, que comprenda el enorme legado cultural que la matemática representa para la humanidad.
Así, cuando muchos años después se enfrente a algún
evento similar al que hoy sacude al mundo, no importará que haya olvidado 16 de
los 17 casos de factorización de los polinomios, podrá de todos modos acudir a
su formación matemática, a la capacidad para analizar, abstraer y procesar
información que ésta le dio, para entender los acontecimientos del día. Ese día
agradecerá haber tenido profesores que le ayudaron a tener una buena actitud
hacia las matemáticas, a descubrir y nutrir sus propias y particulares
inteligencias matemáticas, y a estar dispuesto a seguirlas desarrollando y
cultivando según sus capacidades e intereses. No otra es nuestra
responsabilidad como maestros.
http://eleducador.com/las-multiples-inteligencias-matematicas/
Responder lo
Siguiente
1°. ¿Cuál es la tesis que plantea en su artículo el
profesor Recamán Santos?
2°. ¿Cuál es la materia que más te gusta o te llama la
atención y por qué?
3°. ¿Cuál es la relación entre la cotidianidad y las
matemáticas?
4°. ¿Qué
le llama la atención de las matemáticas?
ERIKA PATRICIA GOMEZ HENAO & LAURA M. ARISTIZABAL 9°
ResponderEliminar1.¿Qué piensa sobre la clasificación que hace el profesor Gardner sobre las inteligencias?
Pensamos que las clasifica según las cualidades de cada personay su desempeño al realizarlas.
2.Con un compañero defina cuál inteligencia cree que ha desarrollado usted, explicando porque esa inteligencia es la que ha potencializado al máximo.
Inteligencia Intrapersonal
La hemos desarrollado ya que no dudamos de nosotras mismas a la hora de hablar o expresarnos y que cada vez que se nos presentan dificultades son fáciles de superar
3.Cada uno manifiesta con argumentos cuál cree que es la inteligencia que más ha desarrollado su compañero.
Inteligencia emocional, ya que juntamos la inteligencia intrapersonal y interpersonal y desarrollamos la capacidad de entendernos a nosotras mismas y a los demás, también estamos dispuestas a enfrentar la vida satisfactoriamente
4.¿Cuál inteligencia le gustaría desarrollar? ¿Por qué?
La inteligencia lógica matemática ya que nos ayudaría más a superarnos a nosotras mismas para superar y resolver esta inteligencia
5.¿Cuáles son las inteligencias que usted tiene mayor dificultad para potencializar?
Inteligencia Lógica - matemática.
Inteligencia Espacial
6.Defina la importancia de la inteligencia emocional en las relaciones cotidianas que practica usted al interactuar en: A. el colegio B. en el hogar C. con sus amistades.
Tiene la importancia de aceptar a los demás en el colegio, en el hogar y en las amistades porque utilizando esta inteligencia nos adaptamos más al medio y evitamos problemas
7.¿Puede una persona desarrollar varias inteligencias a la vez?
Claramente si porque el ser humano está capacitado para aprender cada día mas y utilizando su empeño y aplicación lograríamos desarrollarlas
8.¿Siente que es más inteligente que hace un año? ¿Cómo logra establecerlo?
Obvio sí, porque cada día uno se supera más y hay temas que a uno ya se le hacen más fáciles y entendibles
9.¿Sus compañeros de estudio están de acuerdo, en que usted es más inteligente?
Me parece que esta pregunta parece un poco ilógica ya que todos tenemos la misma capacidad de aprender
10.¿A cuál personaje de la historia admira y por qué?
Pablo Emilio Escobar Gaviria, lo admiramos ya que el beneficio a muchos pobres de Medellin ,y de algún otro modo no malgastaba la plata, fue senador y saco adelantes algunas cosas y en pocas palabras era el héroe de los pobres
11.¿Cuáles referentes tiene de personas destacadas por su inteligencia aplicada a la realización de diferentes actividades?
Ninguno hasta el momento no tenemos conocimiento de ellos
12.¿Qué piensa sobre los estilos de aprendizaje, tipos de inteligencia y estilos de enseñanza aplicados en el colegio?
Pienso que algunos profesores deberían ser más abiertos de mente y pensar más críticamente para que el colegio funciones mejor
13. ¿Cree que es absurdo pretender e insistir en que todos los alumnos aprendan de la misma manera? ¿Por qué?
Si, ya que todos no aprendemos al mismo ritmo y tampoco tenemos las mismas capacidades