'La vida de las mujeres se volvió más complicada': Gilles Lipovetsky
El filósofo francés analiza las transformaciones
Recientes en las relaciones de pareja y la mujer.
El
Tiempo.com Por: Daniela Mohor
W. El Mercurio
Con su ensayo 'La era del vacío', publicado
en 1983, Gilles
Lipovetsky pasó a la vanguardia mundial en el
análisis de las transformaciones sociales.
Han pasado más de
20 años desde que Gilles Lipovetsky se
convirtió en uno de los intelectuales más respetados gracias a su análisis de las transformaciones sociales en 'La
era del vacío'. En ese ensayo, el filósofo francés describía los retos que
plantea lo que él llama el “hipermodernismo”, una época que se caracteriza por
el consumismo, el narcisismo, el hedonismo y la primacía de lo
individual sobre lo colectivo.
Han transcurrido
más de dos décadas desde la publicación de ese libro - hoy convertido en un referente para los seguidores de la corriente del posmodernismo -, pero Lipovetsky demuestra que los conceptos que empezó
a desarrollar ahí siguen vigentes.
“Los poderes institucionales, las
iglesias, las tradiciones, tienen cada vez menos capacidad de control sobre los
comportamientos. Frente a eso hay individuos que reaccionan
estresándose o desarrollando cuadros de ansiedad, un malestar frente a la vida,
inquietudes. Y hay otros que no se adaptan para nada a este cambio y caen en la
delincuencia. Están como en perdición, se buscan a ellos mismos, y eso los
lleva a veces a la cárcel, donde son influenciados por predicadores. En una
sociedad que ya no tiene una formación religiosa sólida, pasan de la
delincuencia a un compromiso religioso total. Es bastante espectacular”, comenta este hombre, de 71 años.
Gilles Lipovetsky
estuvo de paso por Chile, invitado por la Facultad de Educación de la U. Católica,
para participar en un ciclo de charlas sobre hipermodernidad. Y la situación de
su país tras los atentados terroristas de noviembre, cometidos por islamistas
radicales, es un tema que no pudo dejar de tocar: “Quienes los cometen son muchas veces personas
que nacieron en Francia. Es un fracaso de nuestra socialización. ¿Cómo explicar
que gente nacida en suelo francés le haga la guerra a su propio país?”.
¿Usted
considera que estas posturas religiosas radicales llenan un vacío?
Es lo que pienso. Curiosamente, es una manera de ser hipermodernos
también, porque no es una religión heredada de sus padres. En ese plano podemos
decir que es algo completamente contemporáneo, porque es un proceso
individualista. Sus padres no son así, es parte de una búsqueda, de un malestar
personal. Está vinculado a esta desestructuración de la que hablaba. Y frente a
esta sociedad en la que no les va muy bien o que los lleva a una existencia
triste, hay en ellos una búsqueda romántica, entre comillas. Una búsqueda de
intensidad, de emociones fuertes que no se encuentran en la vida tradicional.
En principio, lo hacen por una causa que va más allá de ellos mismos, porque es
por Alá, es por el absoluto. Pero es un absoluto que resulta de un proceso de
tipo individualista. Eso explica su radicalidad. Porque es algo que ellos
eligen.
El precio de la libertad
Hablar con
Lipovetsky requiere poner atención a los matices. Nada de lo que parece ser es completamente. Y cada fenómeno contemporáneo tiene complejidades insospechadas.
El filósofo no se queda en lo evidente.
Desmenuza, se
interroga, rebate. En 1997, escribió 'La
tercera mujer', un libro en el que
explicaba la dualidad de la mujer actual, que oscila entre la autonomía y el
apego a ciertas tradiciones; una mujer que ganó batallas como el derecho al
voto, a trabajar, pero que por la persistencia de los estereotipos conseguirá
poco más.
“Hay revolución y permanencia -sintetiza-.
Las grandes cosas que
transformaron la vida de las mujeres hace 30 o 40 años son el acceso al
trabajo, la contracepción, la libertad sexual, la vida en pareja con o sin
matrimonio, es decir, el distanciamiento frente a la institución conyugal. Esas
lógicas se mantienen”.
Usted anunciaba que otras luchas, como las que
tienen que ver con la brecha salarial y la desigualdad de género, no iban a
avanzar, que se había llegado a un techo.
Sí, y sigue siendo así.
Las cosas cambian, pero muy poco. Por ejemplo, hay muchos estudios sobre la
repartición de las tareas domésticas, y eso evoluciona. Pero creo que los
hombres hacen diez minutos más de labores de ese tipo al día y pasan cinco
minutos más con los niños. Es decir, hay cambios, pero son de una lentitud
extrema.
Si bien en sus ensayos -'Los tiempos
hipermodernos y La felicidad paradójica', por ejemplo- ha expresado su
desencanto frente a fenómenos sociales que han aparecido, Lipovetsky destaca el
proceso de democratización que ha acompañado la hiperindividualización. Es un
tema que retoma en su último libro, 'La estetización del mundo: vivir en la era del capitalismo artístico', en que aplica eso al mundo de las artes. Antes lo había analizado en
otros ámbitos públicos y privados, como las relaciones de pareja.
“La pareja se democratizó -anota-. Ha habido
un reequilibrio que se hace más o menos en función de estereotipos, pero igual
hay momentos de tensiones. Hay más tensiones que antes porque los roles
persisten, pero son discutibles. En principio, las mujeres se ocupan más de
hacer las compras, pero no hay nada que las obligue como antaño a tener ese
rol, entonces hay un momento en que dicen ‘Me da lata’. Hay una negociación permanente que implica
conflictos. Hoy nada es indiscutible”.
Entonces, con mayor igualdad, ¿la vida es más
compleja?
El hecho de que haya
numerosos divorcios o rupturas muestra que la vida de a dos no es simple,
porque cada uno tiene reivindicaciones legítimas. Hay menos aceptación de las
cosas como son y el resultado son los choques. Al mismo tiempo, para las
mujeres es una situación bastante mejor que la de antes. No conozco a muchas
mujeres que quieran volver al statu quo anterior. Hoy pueden elegir su vida, al
menos en parte. Una niña de hoy tiene un destino abierto. Antes no era así.
Tiene la posibilidad de elegir, pero esa autonomía tiene un costo alto. Aunque
el precio de la libertad es caro para cualquiera, donde hay una carga adicional
para la mujer es en que antes el ideal femenino era más que nada el éxito de la
vida en pareja, de la vida familiar. Hoy sigue siendo así, pero ya no es el
único ideal. También tienen una identidad profesional, quieren hacer bien su
trabajo, realizarse en ese ámbito. Y eso complica las cosas. La identidad de
madre ya no basta para satisfacer a una mujer. No son solo mamás, sino seres completos,
y quieren hacer más con sus vidas. Entonces, al igual que los hombres, tienen
que soportar a los jefes, el acoso moral, quizás incluso el acoso sexual, y eso
crea nuevos problemas. En ese sentido, creo que la vida de las mujeres se ha
vuelto más complicada. Pero no quieren retroceder y es entendible.
Hoy está la idea de
que las mujeres viven estresadas y superadas por la realidad... Sí, pero los hombres también. De hecho, en las encuestas de felicidad
las mujeres se dicen más felices que los hombres.
Pero hay
iniciativas como ‘He for She’, de Naciones Unidas, que les pide a los hombres
que hagan parte de la lucha contra la desigualdad. El sexismo está presente en
los debates internacionales.
El sexismo... Habría que
ver de qué hablamos. Hay estereotipos. Hay una división sexual del trabajo. Las
mujeres interiorizan desde niñas que no van a poder ser directoras de empresas,
mientras que los hombres dicen ‘Yo en diez años más seré presidente ejecutivo’.
Pero eso no es sexismo. O quizás sea un tema de vocabulario: el sexismo para mí
implica que se ejerza una violencia contra la mujer, y yo esa violencia no la
veo. Lo que pasa es que las empresas funcionan con una cultura de hombres, con
reuniones tarde y viajes. Y las mujeres tienen otra prioridad.
Es más bien el
hecho de que la sociedad esté organizada por los hombres lo que hace que ellas
sean mantenidas al margen. No es que haya una voluntad sexista de decir, con
desprecio, ‘las mujeres solo tienen que cuidar niños y cocinar’. Creo que eso
ya no es cierto. En la corriente global, las cosas ya no se dan de esa manera.
Los hombres siguen en busca de poder, pero no sobre las mujeres, sino sobre los
demás. Hay una competencia. Pero hoy el comportamiento machista como tal, sustentado en la idea de una
superioridad masculina, es considerado ridículo.
El malestar contemporáneo
Según Gilles Lipovetsky, el principal efecto del hipermodernismo es el
malestar. En el sistema actual, los individuos se sienten más frustrados y
buscan calmar la ansiedad mediante prácticas que no siempre los alivian, como
la compra compulsiva.
¿Cómo se expresa ese malestar en hombres y mujeres?
Los dramas íntimos tocan
tanto a hombres como a mujeres. Una ruptura le duele tanto a uno como a la
otra. Diría que los hombres tienen muchas frustraciones en relación con el
trabajo, más que las mujeres, porque la imagen de éxito masculino sigue pasando
más por el trabajo. Los hombres tienen tantas adicciones como las mujeres, y
las mujeres tienen más depresión. Pero el malestar en general puede expresarse
de maneras muy distintas.
La violencia física, por
ejemplo, es algo que practican mayoritariamente los hombres. En los medios
sociales desfavorecidos, la condición masculina es muy dura. Los dealers, por ejemplo, están en situaciones
extraordinariamente difíciles de no reconocimiento social. No les va bien en el
colegio, no tienen trabajo. Quieren reafirmar su autoridad y lo hacen a través
de la violencia o el desprecio. Y se exceden en su prepotencia.
¿Hacia dónde vamos?
Hay algunos
psicoanalistas que dicen que esta situación es extremadamente generadora de
ansiedad y que llevará necesariamente a medidas de recomposición que pasan por
un sistema más autoritario para volver a dar una especie de seguridad. Yo no
creo eso. Pienso que frente a esto va a haber una creciente medicalización de
la sociedad y una búsqueda individual. Hay mucha gente que recurre a psicólogos
y remedios. Y hay otra que se involucra en actividades expresivas o deportivas
que le dan una especie de respiración, de alivio. Porque la vida hipermoderna
es más liviana en el sentido de que tenemos nuevas herramientas numéricas y
todo eso, pero es más pesada porque hay demasiadas cosas y no logramos lidiar
con todas ellas. Y, sobre todo, es complicado. Antes todo era más simple,
incluso comer. Hoy es complicado comer:
no sabemos qué ingerir porque todo es peligroso, hace engordar y hay que
mantenerse flacos, pero al mismo tiempo somos golosos.
Entonces creo que hay
que sacar las consecuencias de la individualización, y eso implica que las
soluciones también serán hiperindividuales. Ya no creo en los movimientos
colectivos. Las mujeres de nuestros países no lograrán mayor igualdad con
combates comunes, como lo hicieron las sufragistas, por ejemplo, para tener
derecho al voto, o los movimientos que lucharon por el derecho al aborto, al
trabajo o a tener una cuenta bancaria, que es un derecho que no tenían las
mujeres en los años 50 (en Francia). Ellas podrán hacer avanzar un poco las
cosas con acciones locales.
¿Qué hacer frente al estrés, a la presión, a la
dificultad de la vida?
La gente está en
busca de lo que le gusta. Puede ser el yoga o el jogging. Hay gente que pinta,
otra que va a coros. Las mujeres hacen mucho trabajo voluntario, a pesar de que
tienen que ocuparse de la casa y los niños, además de trabajar. Cuando a uno le
gusta algo que hace, encuentra tiempo para hacerlo.
¿Cree que la hiperindividualización de la sociedad
se va a mantener?
Estoy convencido. Pero
lo esencial es que no hay una solución unitaria, homogénea, para solucionar nuestros problemas, sino una gama considerable. Y lo
que sí podemos transformar es el sistema escolar para darles más herramientas a
los niños para que sus momentos de respiro no se reduzcan a comprar cosas de
marca. Porque eso no llena. En cambio, hacer videos, películas, fotografía,
cantar -crear, en resumen- hace bien. Es un placer. Tenemos que alentar a
colegios y ciudades a enseñar el gusto por esas cosas porque eso hace que,
incluso cuando la vida es difícil, tengamos momentos en que estamos contentos.
La solución de la felicidad absoluta no existe. Entonces tendremos etapas
difíciles, de pesadumbres, pero eso no nos impedirá ser felices de vez en
cuando. Y cuando uno hace lo que le gusta, tiene un poco de felicidad.
Daniela Mohor W. El Mercurio (Chile)
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