Fascismo y Estado totalitario
En 1925, Mussolini y
Giovanni Gentile, filósofo, académico e importante teórico del fascismo, empezaron a usar el término totalitario
para aludir a la estructura y objetivos del nuevo Estado. A la unidad
orgánica de la sociedad italiana, la actividad económica y el gobierno, debía
lograr la representación total de la nación, pero también ejercería la orientación
total de los objetivos nacionales.
Analistas del
gobierno totalitario reconocen hoy día que la Italia fascista nunca llegó a ser
totalitaria. En la década siguiente al establecimiento del sistema de
Mussolini, la dictadura leninista en la Unión Soviética se vio transformada
implacablemente por Stalin en un sistema completo de socialismo de estado con
un control dictatorial de facto casi total de la economía y de todas las
instituciones oficiales. Años después, la dinámica ambición de poder del régimen
de Hitler en Alemania, con su eficacia policíaca, su poderío militarista, su sistema
de campos de concentración y, con el tiempo, sus políticas de exterminio en los
territorios conquistados, pareció crear un equivalente nacionalsocialista no
comunista del sistema estalinista de control. Estos dos han aportado los
modelos dominantes de lo que los analistas políticos, tendían a calificar como totalitarismo.
La Italia de Mussolini se parecía muy poco a estos dos.
Es importante
comprender, lo que se implicaba verdaderamente con el concepto de Estado Totalitario
utilizado por Mussolini, Gentile y Rocco. Esta terminología se derivaba en
parte de la teoría del “Estado ético” elaborada por Gentile, y también por el
ideólogo nacional sindicalista Panunzio.
Ninguno de estos
teóricos propuso el pleno control estatal de todas las instituciones italianas
en la práctica. Rocco (ministro de Justicia), sí que habló de la autoridad
suprema del nuevo estado sobre otras instituciones, pero parecía aludir sobre
todo a esferas conflictivas, y no a una estructura burocrática práctica para
aplicar la intervención gubernamental a todas las vías de la vida italiana a
escala cotidiana. En la práctica, el “totalitarismo” del Partido Fascista se
refería a la autoridad preeminente del Estado en las esferas conflictivas, y no
a un control institucional total y cotidiano, y en la mayoría de los casos ni
siquiera a algo aproximado a eso. Sin embargo, aunque no cabe mucha duda de que
éste era el carácter verdadero del estado mussoliniano, también es cierto que
la teoría “totalitaria” del estado preeminente y sus exigencias “éticas”
brindaban efectivamente un concepto de un poder estatal más general y que podía
ampliarse enormemente en la práctica.
Siempre persistió la
posibilidad hipotética - que preocupaba por igual a los izquierdistas y los
conservadores- de que la dictadura de Mussolini pudiera, con el tiempo, hacerse
más radical y más expansiva.
En la práctica,
cabría calificarla de dictadura primordialmente política que dominaba un
sistema institucional pluralista o semipluralista. Víctor Manuel III, y no el Duce,
siguió siendo el jefe constitucional del Estado. El mismo PNF se había
convertido casi concretamente en una burocracia, sometida al propio Estado.
Aunque los intereses de los trabajadores estaban eficazmente regimentados, la
gran empresa, la industria y las finanzas, mantuvieron una gran autonomía,
sobre todo en los primeros años. Las fuerzas armadas gozaron de una autonomía
por lo menos igual, y en gran parte, aunque no del todo, se las dejó que
hicieran lo que quisieran. Se situó a la milicia del Partido Fascista bajo el
control general del ejército, aunque a su vez gozó de una existencia semi-autónoma
cuando pasó a ser parte de las instituciones militares regulares.
El sistema judicial
premussoliniano quedó en gran parte intacto, y además con una autonomía
parcial. La policía siguió estando dirigida por funcionarios del estado, y no se
hicieron con ella los jefes del partido, como en la Alemania nazi, ni se creó
una importante élite policíaca, como ocurrió en Alemania y en la Rusia
Soviética. Aunque en 1932, se formó una nueva policía política (la OVRA), en la
Italia de Mussolini los presos políticos se contaban por centenares -nunca
llegaron a ser más de unos miles-, y no por decenas ni centenares de miles,
como en la Alemania nazi, o por millones, como en la Rusia de Stalin. El
Tratado de Letrán de 1929 estableció un modus vivendi con la Iglesia
Católica que siguió vigente pese a los conflictos entre la Iglesia y el Estado
de los primeros del decenio de 1930. Nunca se trató de imponer a la Iglesia la
sumisión total al régimen, como en Alemania, ni mucho menos el control casi
total que ha solido darse en Rusia. Dentro de lo que han sido las dictaduras
del siglo XX, el régimen de Mussolini no fue sanguinario ni particularmente
represivo.
El fascismo llegó al
poder en virtud de una especia de transacción tácita con las instituciones
establecidas, y Mussolini nunca llegó a escapar del todo a las limitaciones de
aquella transacción. El “totalitarismo” se quedó en amenaza posible para el futuro, en todo el
régimen fascista fue una mera palabra.
Si el régimen de
Mussolini logró alcanzar importancia histórica a cierto nivel, fue por ser el
primer régimen autoritario efectivamente institucionalizado no marxista que
alcanzó suficiente coherencia estructural, cualesquiera fuesen sus limitaciones,
para durar toda una generación a algo más. En la década de 1930, se había
convertido en una especie de modelo de un nuevo tipo de dictadura sincrética,
semipluralista, basada, teóricamente, en un partido estatal único, el primero
de más de una veintena de regímenes de ese tipo que se establecieron sobre una
base segura.
Para el momento en
que llegó la Depresión de 1929, el régimen estaba firmemente establecido y
hasta cierto punto había logrado incluso codificar una ideología fascista
formal. Pero persistía un malestar subyacente, y sobre todo los fascistas
jóvenes lamentaban las limitaciones de la “revolución fascista” y el que no se
hubiera logrado una nueva cultura fascista.
Estas quejas
persistentes se debían al contraste entre las doctrinas oficiales de vitalismo,
jefatura de la élite y corporativismo orgánico oficial y a la no realización
por el régimen de una transformación a fondo de la vida italiana ni de nada
parecido a una revolución total de las instituciones.
El dilema era igual
de grave para el propio Mussolini, dado que éste carecía tanto de una política
clara como de la autoconfianza política necesaria para hacer nada parecido a
una “revolución fascista”. El debilitamiento del partido en Italia fue consecuencia
directa de su propia política. Entre 1929 y 1933, Mussolini cesó a la mayor
parte de sus ministros más capaces y a algunos de los mejores administradores del
Partido Fascista.
El segundo factor
nuevo, fue la perturbación del equilibrio del poder en Europa por la aparición
del régimen de Hitler en Alemania. Pese al aplauso inicial de Mussolini a la
victoria del “fascismo alemán”, llegó a advertirse que el régimen nacional
socialista era un nuevo rival, peligroso y quizá fatal, para la política de la
Europa nacionalista/imperialista. En los primeros años del gobierno de Hitler,
las relaciones se enfriaron considerablemente, y a mediados de 1934, con el
asesinato por los nazis del Primer Ministro de Austria y la aparente amenaza de
expansión alemana hacia el sur, se llegó a un punto de gran tensión y de intercambio
de insultos. Parece que los fascistas pasaron al ataque con especial frecuencia
y vigor.
Se formularon
denuncias diversas y simultáneas del Nacionalsocialismo por racista, militarista, imperialista, pagano, implacablemente autoritario, anticristiano,
antieuropeo y opuesto al espíritu individual y a la cultura occidental. Entre
los epítetos utilizados por los liberales occidentales contra los nazis, hubo
pocos que no les aplicaran también los fascistas, quienes acuñaron, además, insultos
especiales propios, pues por ejemplo denunciaron a los nazis como “movimiento
político de pederastas”. Por el contrario, los fascistas distinguían su sistema
y su doctrina de los planteamientos de los nazis al señalar su carencia de racismo
y de antisemitismo, su (supuesta) reconciliación de lo individual y lo
colectivo, su relación intima con la cultura europea, y su simbiosis con el
catolicismo.
El fascismo. Payne, Stanley G. Alianza Editorial, 2001.
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