jueves, marzo 24, 2016

"Tengo que demoler la sociedad, tengo que demoler
a Colombia": Fernando Vallejo

Entrevista

Arcadia habló con Fernando Vallejo en Buenos Aires, donde hizo parte de la de la gran muestra Cultural de Colombia en la capital argentina.                                                              

Por: Ricardo Castro



Fernando Vallejo estuvo en Buenos Aires invitado por el Ministerio de Cultura al tándem cultural Colombia Cultural en Buenos Aires. En la capital argentina se vio a un Vallejo sonriente y accesible, que incluso fue a varias de las presentaciones del evento "Por desocupado iría hasta un entierro si me invitaran". El autor de El desbarrancadero retoma el tema de su muerte en una nueva novela que quiere terminar este año.


Después de Entre fantasmas, La rambla paralela y El don de la vida, serán cuatro novelas sobre el tema de su muerte ¿Siente que se le escapa lo que quiere contar sobre el tema?


Lo que tengo claro es que no puedo escribir sino sobre eso porque ya me voy a morir. Lo he tratado antes y cada día soy más consciente de cómo me repito y de cómo me estoy repitiendo. Pero ¿quién no se está repitiendo toda la vida? Nos repetimos todos los días. Cambiamos un poquitito de lunes a viernes, pero en todos los instantes nos estamos repitiendo adentro. Pero son muy distintas las novelas, y esta va a ser muy distinta a las otras tres.

¿En qué sentido?

Porque tiene otros procedimientos. No tan distinta de El don de la vida, porque en ese libro inventé unos diálogos donde no se dice quién es el que está hablando pero se entiende claramente quien es quien.  En esta retomo ese procedimiento aunque resulta difícil para los que estaban acostumbrados a la otra novela.  

¿La muerte es el gran tema de la literatura?

No creo. La literatura tiene infinidad de temas. Pero de estos libros míos la muerte sí es el tema central. Morirse en primera persona es muy difícil, en tercera persona es más fácil matar al personaje, pero en primera persona ¿cómo? No se puede decir “yo me morí”.

Ha anunciado su retiro de la literatura más de una vez pero siempre ha vuelto…

Vuelvo por desocupación, porque no tengo nada que hacer. Pero también me gusta resolver problemas, como cuando un niño arma un rompecabezas, para vencer una dificultad. La gran dificultad ya la puedo precisar con claridad, y es que en los tres mil años de literatura de occidente -que van desde Homero hasta ahora-, toda la literatura culta de occidente no da cuenta de la realidad sino en mínima parte. Hay que lograr en una novela, que es el gran género de la literatura, dar cuenta de lo más que se pueda y en eso está la gran dificultad.

¿Cuál es la novela que usted recuerde que mejor hace eso?   

Ninguna lo hace bien. Y eso que la novela de tercera persona tenía más posibilidades de hacerlo porque es muy fácil, pero esto ya no es posible seguir haciéndolo. Ese camino ya lo dejó la novela, eso está condenado ya al olvido, es decir, Balzac, Dickens, Dostoievski están condenados. Es camino trillado y ya no va a ningún lado. Solo vale la novela del yo y eso está cada vez más claro. Yo tomé ese camino instintivamente por cierto respeto a una verdad y a no mentir.

La novela en primera persona no es igual a una novela del yo de no-ficción…

Es un enredo más bien inútil el de distinguir entre el autor y el personaje. Cuando la realidad se pasa al papel, así sea el historiador más riguroso o el novelista del yo, tiene que estar acomodando el lenguaje, está inventando, porque tú no puedes sino reinventar lo que viviste.

Entonces ¿Todo lo que está impreso es ficción?

Todo es ficción. En las primeras páginas de El fuego secreto ya dije que cuando la vida se pasa al papel se vuelve novela. Y es así, uno la novela pero no porque quiera, sino porque no es posible de otra forma, porque el lenguaje humano es muy limitado. Lo que importa es la capacidad de sugerir, de hacer sentir. Hay que decir más de lo que está escrito tomando las palabras literalmente, en 200 páginas tienes que contar como si hubieras escrito dos mil o veinte mil.

Usted defiende la escritura en primera persona, y ahora va a volver a utilizar el recurso del diálogo, ¿No es un truco literario darle voz a otra persona?

Sí. Pareciera que fuera un truco. Pero hay trucos de trucos. El lenguaje todo es truco, lo que pasa es que hay procedimientos válidos e inválidos. Y la tercera persona es un truco miserable que se está arrastrando más de la cuenta. Esa narración va en contra de la realidad esencial de la vida de uno. Uno puede más o menos sospechar qué le pasa a los demás porque tiene también el lenguaje y por comunidad de sentimientos, pero nosotros estamos aislados, entonces esa novela es mentirosa.

Pero ¿no es también un truco darle voz a otra persona en un diálogo en una novela?

En El don de la vida el interlocutor se revela en la última frase y es la muerte. Eso es artificioso, pero es un artificio muy humilde, no es pretencioso como el del novelista omnisciente que se cree Dios padre todopoderoso, que está diciendo todos los pensamientos de los personajes y repitiendo diálogos como grabados con grabadora.

¿Pero no es igualmente pretencioso darle voz a la muerte? Si quiera pensar que la muerta habla español…

Evidentemente. Pero tú decides, tú sopesa si lo mío es aceptable o no es aceptable, y sí es inaceptable o no lo de Balzac. Tú sopésalo. Que escoja el lector si entra al juego mío o le entra al juego de ellos. El personaje omnisciente es odioso y el personaje mío es humilde porque es un tipo caótico, está caótico, se está muriendo y tengo que decirle que me estoy muriendo. La muerte soy yo mismo, no hay sino un interlocutor y el que dice yo es la misma muerte, o la muerte no es sino el mismo yo si lo quieres interpretar así.

¿Quiénes van a dialogar en su nueva novela?

Eso no te lo puedo decir. Pero son interlocutores insólitos y son demoledores, porque tengo que demoler el cristianismo, tengo que demoler la sociedad, tengo que demoler a Colombia.

¿Es tan demoledor como los anteriores?   

Quiero escribir un libro que acabe con lo que odio. Es un libro contra la iglesia, contra Cristo, contra Dios, contra la clase política, contra lo que quieras. Pero ahí hay un tipo que se va a morir, o no se va a morir pero lo que está haciendo se derrumba. Ya voy avanzado en el libro y sé que lo voy a terminar rápido, será un libro de 200 hojas porque no quiero de más.

¿Va a seguir marcada su prosa por la sonoridad?

Sí. En un texto continuo ahí hay sonoridad, pero en los diálogos ¿hay sonoridad o no la hay? Ahí está la cosa. Los diálogos pueden tener sonoridad, y pueden ser la lengua hablada vuelta lengua literaria. Los diálogos no son grabados con una grabadora, son calculados porque tienen las sílabas que tenían que tener con los acentos donde tenían que ir y con el ritmo con que tenían que ir.

Es una constante en sus novelas, reproducir el habla local, especialmente de Antioquia…

Parece que así habla la gente en los libros míos, pero nadie habla así. Yo quise hacer una obra que fuera en un lenguaje literario vivificado por la lengua hablada, ¿por cuál? Por la de Colombia, y más específicamente por la de Antioquia. Eso yo lo tengo claro. No voy a escribir como Mujica Laínez que era puro lenguaje literario, no: voy a escribir en lenguaje literario vivificado por el habla, con ritmo literario porque la esencia de la prosa es el ritmo.

Pero ¿si es tan nuevo? Por lo que ha dicho va a ser ‘demoledor’ y va contra el cristianismo, contra Colombia… temas que ya ha tratado antes. ¿En qué es nuevo?

Es que si te digo en qué es nuevo te estoy contando el libro. Yo cuento una historia en el libro, una historia que tiene un poder simbólico inmenso, y un poder real clarísimo. Hay que avanzar un poquito y creo que avancé. Sino ¿para qué lo hago? No me voy a empantanar en el otro. Sino no tendría caso que hiciera ese libro. Lo ideal es que cada libro fuera nuevo, todo.

Ha dicho que hay que cambiar e instaurar una nueva moral en el
planeta y ha dado unos mandamientos para el comportamiento.

No hay posibilidad sino de una sola moral. Lo que pasa es que no la hemos tenido. Y esa moral no es la del cristianismo, ni es la del Islam, que suman 3500 millones, la mitad de la humanidad. Esos no tienen la moral. La moral es la que yo he reducido a dos principios esenciales: no te reproduzcas que no tienes derecho de imponerle la vida a nadie; y respeta los animales de sistema nervioso complejo, sobre todo a los que el hombre domesticó porque son tu prójimo. Cosa que no dijo Mahoma y que no dijo Cristo.

¿Y el tercero?

El tercero era ‘no votes’, pero eso es por molestar. No se necesitan diez mandamientos, solo dos. Y no estoy imponiéndole nada a nadie, no estoy diciendo ‘ama a los animales’, estoy diciendo ‘respétalos’ porque no le puedes imponer el amor a nadie. ¿Cómo puede haber un mandamiento que sea ‘ama a tus enemigos? ¿Y si tú no tienes enemigos como mi abuela? Cómo vas a construir una religión sobre un precepto tan inmoral, que diga ‘amar a los enemigos’, ¿por qué tienes que tener enemigos? Es que la basura del cristianismo es despreciable por donde lo veas. Estúpido, miserable y mentiroso.


Esta farsa no puede seguir, hay que desenmascararla. Dizque ama a tus enemigos ¿Cómo puede decir Dios eso? ¿Cómo puede hacer que los hombres tengan enemigos?

Usted siente una admiración especial por la música.
Ha dicho incluso que es el arte máximo, superior al cine y a la literatura. ¿Cuál es el poder de la música?

A mí me conmueve la música pero la mía, la que llevo en el alma, que es la que oyó Medellín cuando yo era niño, la que oían mis tíos, mis papás.

Esa es la mía, y es música hispánica básicamente argentina y mexicana. No tanto colombiana, porque nosotros teníamos música menos buena que ellos. La oigo muy de vez en cuando para que no se me vuelva empalagosa. Me conmueve muchísimo y mucha de ella me lleva a mi niñez o a mi juventud.

¿Qué otra cosa lo lleva a ese tiempo? ¿Un olor? ¿La comida? 

Nada. Lo máximo es la música. Siempre se dijo que en: En busca del tiempo perdido de Proust, el momento clave era el de la madalena, que es la galletita que le despierta todo. Yo no creo que los sabores tengan esa fuerza, ni tampoco los olores. Lo que más tiene peso para mí es la música, y la música mía no es la música de los jóvenes de hoy. Para ellos esa música no les dice nada, no les produce ninguna emoción, ni a mí la de ellos.



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