Ideología y aparatos ideológicos de Estado
Louis
Althusser
fragmento
ESTADO /
IDEOLOGIA / REPRODUCCION / TEORIA SOCIAL
Acerca de la
reproducción de las condiciones de producción 1
En análisis anteriores nos hemos referido
circunstancialmente a la necesidad de renovar
los medios de
producción para que
la producción sea
posible. Hoy centraremos nuestra
exposición en este punto.
Decía Marx que aun un niño sabe que una formación
social que no reproduzca las condiciones de producción al mismo tiempo que
produce, no sobrevivirá siquiera un año.2
Por lo tanto, la condición final
de la producción es la reproducción de las condiciones de producción. Puede ser
“simple” (y se limita entonces a reproducir las anteriores condiciones de
producción) o “ampliada” (en cuyo caso las extiende). Dejaremos esta última
distinción a un lado.
¿Qué es pues la
reproducción de las condiciones de producción?
Nos internamos aquí en un campo muy familiar (desde
el tomo II de El Capital ) pero, a la vez, singularmente ignorado. Las tenaces
evidencias (evidencias ideológicas de tipo empirista) ofrecidas por el punto de
vista de la mera producción e incluso de la simple práctica productiva
(abstracta ella misma con respecto al proceso de producción) se incorporan de
tal modo a nuestra conciencia cotidiana que es sumamente difícil, por no decir
casi imposible, elevarse hasta el punto de vista de la reproducción. Sin embargo, cuando no se adopta tal punto
de vista todo resulta abstracto y deformado (más que parcial), aun en el nivel
de la producción y, con mayor razón todavía, en el de la simple práctica.
Intentaremos examinar las cosas metódicamente.
Para simplificar nuestra exposición, y considerando
que toda formación social depende de un modo de producción dominante, podemos
decir que el proceso de producción emplea
las fuerzas productivas
existentes en y bajo relaciones
de producción definidas.
De donde resulta que, para existir, toda formación social, al mismo tiempo que produce y para poder producir, debe
reproducir las condiciones de su producción. Debe, pues, reproducir:
1) las fuerzas productivas
2) las relaciones de producción
existentes.
Reproducción de
los medios de producción
Desde que Marx lo demostró en el tomo II de El
Capital, todo el mundo reconoce
(incluso los economistas burgueses que trabajaban en la contabilidad nacional,
o los modernos teóricos “macroeconomistas”) que no hay producción posible si no
se asegura la reproducción de las condiciones materiales de la producción: la
reproducción de los medios de producción.
Cualquier economista (que en esto no se diferencia
de cualquier capitalista) sabe que todos los años es necesario prever la
reposición de lo que se agota o gasta en la producción: materia prima,
instalaciones fijas (edificios), instrumentos de producción (máquinas), etc.
Decimos: un economista cualquiera = un capitalista cualquiera, en cuanto ambos
expresan el punto de vista de la empresa y se contentan con comentar lisa y
llanamente los términos de la práctica contable de la empresa.
Pero sabemos, gracias al genio de Quesnay -que fue
el primero que planteó ese problema que “salta a la vista”- y al genio de Marx -que
lo resolvió-, que la reproducción de las condiciones materiales de la
producción no puede ser pensada a nivel de la empresa pues no es allí donde se
da en sus condiciones reales. Lo que sucede en el nivel de la empresa es un
efecto, que sólo da la idea de la necesidad de la reproducción, pero que no
permite en absoluto pensar las condiciones y los mecanismos de la misma.
Basta reflexionar un solo instante para
convencerse: el señor X, capitalista, que produce telas de lana en su
hilandería, debe “reproducir” su materia prima, sus máquinas, etc. Pero quien
las produce para su producción no es él sino otros capitalistas: el señor Y, un
gran criador de ovejas de Australia; el señor Z, gran industrial metalúrgico,
productor de máquinas-herramienta, etc., etc., quienes, para producir esos
productos que condicionan la reproducción de las condiciones de producción del
señor X, deben a su vez reproducir las condiciones de su propia producción, y
así hasta el infinito: todo ello en tales proporciones que en el mercado
nacional (cuando no en el mercado mundial) la demanda de medios de producción
(para la reproducción) pueda ser satisfecha por la oferta.
Para pensar este mecanismo que desemboca en una
especia de “hilo sin fin” es necesario seguir la trayectoria “global” de Marx,
y estudiar especialmente en los tomos II y III de El Capital, las relaciones de circulación de capital
entre el Sector I (producción de los medios de producción) y el Sector II
(producción de los medios de consumo), y la realización de la plusvalía.
No entraremos a analizar esta cuestión, pues nos
basta con haber mencionado que existe la necesidad de reproducir las
condiciones materiales de la producción.
Reproducción de
la fuerza de trabajo
No obstante, no habrá dejado de asombrarle al
lector que nos hayamos referido a la reproducción de los medios de producción, pero no a la reproducción
de las fuerzas productivas. Hemos omitido, pues, la reproducción de aquello que
distingue las fuerzas productivas de los medios de producción, o sea la
reproducción de la fuerza de trabajo.
Si bien la observación de lo que sucede en la
empresa, especialmente el examen de la práctica financiera contable de las
previsiones de amortización-inversión, podía darnos una idea
aproximada de la
existencia del proceso
material de la
reproducción, entramos ahora en un terreno en el cual la observación de
lo que pasa en la empresa es casi enteramente ineficaz, y esto por una sencilla
razón: la reproducción de la fuerza de trabajo se opera, en lo esencial, fuera
de la empresa.
¿Cómo se
asegura la reproducción de la fuerza de trabajo?
Dándole a la fuerza de trabajo el medio material
para que se reproduzca: el salario. El salario figura en la contabilidad de la
empresa, pero no como condición de la reproducción material de la fuerza de
trabajo, sino como “capital mano de obra”.3
Sin embargo es así como “actúa”, ya que el salario
representa solamente la parte del valor producido por el gasto de la fuerza de
trabajo, indispensable para su
reproducción; aclaremos, indispensable para reconstituir la fuerza de trabajo
del asalariado (para vivienda
vestimenta y alimentación, en
suma, para que
esté en condiciones de
volver a
presentarse a la mañana siguiente -y todas las santas mañanas- a la
entrada de la empresa-; y agreguemos: indispensable para criar y educar a los
niños en que el proletario se reproduce (en X unidades: pudiendo ser X igual a
0, 1, 2, etc.) como fuerza de trabajo.
Recordemos que el valor (el salario) necesario para
la reproducción de la fuerza de trabajo
no está determinado
solamente por las
necesidades de un
S.M.I.G.* “biológico”, sino también por las necesidades de
un mínimo histórico (Marx señalaba: los obreros ingleses necesitan cerveza y
los proletarios franceses, vino) y, por lo tanto, históricamente variable.
Señalemos también que este mínimo es doblemente
histórico, en cuanto no está definido por las necesidades históricas de la
clase obrera que la clase capitalista “reconoce” sino por las necesidades
históricas impuestas por la lucha de clase proletaria (lucha de clase doble:
contra el aumento de la jornada de trabajo y contra la disminución de los
salarios).
Empero, no basta con asegurar a la fuerza de
trabajo las condiciones materiales de su reproducción para que se reproduzca
como tal. Dijimos que la fuerza de trabajo disponible debe ser “competente”, es
decir apta para ser utilizada en el complejo sistema del proceso de producción.
El desarrollo de las fuerzas productivas y el tipo de unidad históricamente
constitutivo de esas fuerzas productivas en un momento dado determinan que la
fuerza de trabajo debe ser (diversamente) calificada y por lo tanto reproducida
como tal. Diversamente, o sea según las exigencias de la división social-
técnica del trabajo, en sus distintos “puestos” y “empleos”.
Ahora bien, ¿cómo
se asegura esta reproducción de la calificación (diversificada) de la fuerza de
trabajo en el régimen capitalista?
Contrariamente a lo que sucedía en las formaciones
sociales esclavistas y serviles, esta reproducción de la calificación de la
fuerza de trabajo tiende (se trata de una ley tendencial) a asegurarse no ya
“en el lugar de trabajo” (aprendizaje en la producción misma), sino, cada vez
más, fuera de la producción, por medio del sistema educativo capitalista y de
otras instancias e instituciones.
¿Qué se aprende
en la escuela?
Es posible llegar hasta un punto más o menos
avanzado de los estudios, pero de todas maneras se aprende a leer, escribir y
contar, o sea algunas técnicas, y también otras cosas, incluso elementos (que
pueden ser rudimentarios o por el contrario profundizados) de “cultura
científica” o “literaria” utilizables directamente en los distintos puestos de
la producción (una instrucción para los obreros, una para los técnicos, una
tercera para los ingenieros, otra para los cuadros superiores, etc.). Se
aprenden “habilidades” (savoir-faire).
Pero al mismo tiempo, y junto con esas técnicas y
conocimientos, en la escuela se aprenden las “reglas” del buen uso, es decir de
las conveniencias que debe observar todo agente de la división del trabajo,
según el puesto que está “destinado” a ocupar: reglas de moral y de conciencia
cívica y profesional, lo que significa en realidad reglas del respeto a la
división social-técnica del trabajo y, en definitiva, reglas del orden establecido
por la dominación de clase. Se aprende también a “hablar bien el idioma”, a
“redactar” bien, lo que de hecho significa (para los futuros capitalistas y sus
servidores) saber “dar órdenes”, es
decir (solución ideal),
“saber dirigirse” a los
obreros, etcétera.
Enunciando este hecho en un lenguaje más
científico, diremos que la reproducción de la fuerza de trabajo no sólo exige
una reproducción de su calificación sino, al mismo tiempo, la reproducción de
su sumisión a las reglas del orden establecido, es decir una reproducción de su
sumisión a la ideología dominante por parte de los agentes de la
explotación y la
represión, a fin
de que aseguren también “por la palabra” el predominio de la
clase dominante.
En otros términos, la escuela (y también otras instituciones del Estado, como la Iglesia, y
otros aparatos como el Ejército) enseña las “habilidades” bajo formas que
aseguran el sometimiento a la ideología dominante o el dominio de su “práctica”. Todos los
agentes de la producción, la explotación y la represión, sin hablar de los
“profesionales de la ideología” (Marx) deben estar “compenetrados” en tal o
cual carácter con esta ideología para cumplir “concienzudamente” con sus
tareas, sea de explotados (los proletarios), de explotadores (los
capitalistas), de auxiliares de la explotación (los cuadros), de grandes
sacerdotes de la ideología dominante (sus “funcionarios”), etcétera.
La condición sine qua non de la reproducción de la fuerza de trabajo no
sólo radica en la reproducción de su “calificación” sino también en la
reproducción de su “calificación” sino también en la reproducción de su
sometimiento a la ideología dominante, o de la “práctica” de esta ideología,
debiéndose especificar que no basta decir: “no solamente sino también”,
pues la reproducción de la
calificación de la fuerza de trabajo se asegura en y bajo las formas de sometimiento ideológico, con lo que reconocemos la presencia eficaz de
una nueva realidad: la ideología.
Haremos aquí
dos observaciones.
La primera servirá para completar nuestro análisis
de la reproducción.
Acabamos de estudiar rápidamente las formas de la reproducción de
las fuerzas productivas, es decir de los medios de producción por un lado y de
la fuerza de trabajo por el otro.
Pero no hemos abordado aún la cuestión de la
reproducción de las relaciones de producción.
Es éste un
problema crucial de
la teoría marxista
del modo de producción. Si lo pasáramos por alto
cometeríamos una omisión teórica y peor aún, una grave falta política.
Hablaremos pues de tal cuestión, aunque para poder
hacerlo debamos realizar nuevamente un gran desvío. Y como segunda advertencia
señalaremos que para hacer ese desvío nos vemos obligados a replantear un viejo
problema: ¿qué es una sociedad?
Infraestructura
y superestructura
Ya hemos tenido ocasión 4 de insistir sobre el
carácter revolucionario de la concepción marxista de “totalidad social” en lo
que la distingue de la “totalidad” hegeliana. Hemos dicho (y esta tesis sólo
repetía célebres proposiciones del materialismo histórico) que según Marx la
estructura de toda sociedad está constituida por “niveles” o “instancias”
articuladas por una determinación específica: la infraestructura o base económica (“unidad” de fuerzas
productivas y relaciones de producción), y la superestructura, que comprende
dos “niveles” o “instancias”: la jurídico-política (el derecho y el Estado) y
la ideológica (las distintas ideologías, religiosa, moral, jurídica, política,
etcétera).
Además de su interés teórico-pedagógico
(consistente en hacer notar la diferencia que separa a Marx de Hegel), esta
representación ofrece una fundamental ventaja teórica: permite inscribir en el
dispositivo teórico de sus conceptos esenciales lo que nosotros hemos llamado
su índice de eficacia respectivo.
¿Qué quiere decir esto?
Cualquiera puede convencerse fácilmente de que
representar la estructura de toda sociedad como un edificio compuesto por una
base (infraestructura) sobre la que se levantan los dos “pisos” de la
superestructura constituye una metáfora, más exactamente una metáfora espacial:
la de una tópica. 5 Como toda metáfora, ésta sugiere, hace ver alguna cosa.
¿Qué cosa? Que los pisos superiores no podrían “sostenerse” (en el aire) por sí
solos si no se apoyaran precisamente sobre su base.
La metáfora del edificio tiene pues por objeto
representar ante todo la “determinación en última instancia” por medio de la
base económica. Esta metáfora espacial tiene así por resultado afectar a la
base con un índice de eficacia conocido por la célebre expresión: determinación
en última instancia de lo que ocurre en los “pisos” (de la superestructura) por
lo que ocurra en la base económica.
A
partir de este
índice de eficacia
“en última instancia”,
los “pisos” de la
superestructura se hallan evidentemente afectados por diferentes índices de
eficacia.
¿Qué clase de índices?
Se puede decir que los pisos de la superestructura
no son determinantes en última instancia sino que son determinados por la
eficacia básica; que si son determinantes a su manera (no definida aún), lo son
en tanto están determinados por la base.
Su índice de eficacia (o de determinación), en
tanto ésta se halla determinada por la determinación en última instancia de la
base, es pensado en la tradición marxista bajo dos formas:
1) existe una
“autonomía relativa” de la superestructura con respecto a la base;
2) existe
una “reacción” de la superestructura sobre la base.
Podemos decir entonces que la gran ventaja teórica
de la tópica marxista, y por lo tanto de la metáfora espacial del edificio
(base y superestructura), consiste a la vez en hacer ver que las cuestiones de
determinación (o índice de eficacia) son fundamentales, y en hacer ver que es
la base lo que determina en última instancia todo el edificio; por lógica
consecuencia, obliga a plantear el problema teórico del tipo de eficacia
“derivada” propio de la superestructura, es decir, obliga a pensar en lo que la
tradición marxista designa con los términos conjuntos de autonomía relativa de
la super-estructura y reacción de la superestructura sobre la base.
El mayor inconveniente de esta representación de la
estructura de toda sociedad con la metáfora espacial del edificio radica
evidentemente en ser metafórica: es decir, en permanecer en el plano de lo
descriptivo.
Nos parece por lo tanto deseable y posible
representar las cosas de otro modo. Entiéndase bien: no desechamos en absoluto
la metáfora clásica, pues ella misma obliga a su superación. Y no la superamos
rechazándola como caduca. Deseamos simplemente tratar de pensar lo que ella nos
da bajo la forma de una descripción.
Pensamos que a partir de la reproducción resulta posible y necesario pensar en lo que
caracteriza lo esencial de la existencia y la naturaleza de la superestructura.
Es suficiente ubicarse en el punto e vista de la reproducción para que se
aclaren muchas cuestiones cuya existencia indicaba, sin darles respuesta conceptual,
la metáfora espacial del
edificio.
Sostenemos como tesis fundamental que sólo es
posible plantear estas cuestiones (y por lo tanto responderlas) desde el punto
de vista de la reproducción.
Analizaremos brevemente el Derecho, el Estado y la
ideología desde ese punto de vista. Y
vamos a mostrar a la vez lo que pasa desde el punto de vista de la práctica y de la producción por una
parte, y de la reproducción por la otra.
El Estado
La tradición marxista es formal: desde el
Manifiesto y El 18 Brumario (y en todos los textos clásicos posteriores,
ante todo el de Marx sobre La comuna de París
y el de Lenin sobre El Estado y la Revolución) el Estado es concebido
explícitamente como aparato represivo. El Estado es una “máquina” de represión
que permite a las clases dominantes (en el siglo XIX a la clase burguesa y a la
“clase” de los grandes terratenientes)
asegurar su dominación
sobre la clase
obrera para someterla
al proceso de extorsión de la plusvalía (es decir a la explotación capitalista).
El Estado es ante todo lo que los clásicos del marxismo han llamado
el aparato de Estado.
Se incluye en esta denominación no sólo al aparato
especializado (en sentido estricto), cuya existencia y necesidad conocemos a
partir de las exigencias de la práctica jurídica, a saber la policía -los
tribunales- y las prisiones, sino
también el ejército, que interviene directamente como fuerza represiva de
apoyo (el proletariado ha pagado con su sangre esta experiencia) cuando la
policía y sus cuerpos auxiliares son “desbordados por los acontecimientos”, y,
por encima de este conjunto, al Jefe de Estado, al Gobierno y la administración.
Presentada en esta forma, la “teoría”
marxista-leninista del Estado abarca lo esencial, y ni por un momento se
pretende dudar de que allí esté lo esencial.
El aparato de Estado, que define a éste como fuerza
de ejecución y de intervención represiva “al servicio de las clases dominantes”,
en la lucha de clases librada por la burguesía y sus aliados contra el
proletariado, es realmente el Estado y define perfectamente su “función”
fundamental.
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