sábado, octubre 02, 2021

La Conexión Cósmica

                                                             Carl Sagan 




Reseña

Este libro se divide en tres partes a cual más importante. En la primera Carl Sagan intenta transmitir el sentido de la perspectiva cósmica viviendo fuera de nuestras vidas en un diminuto trozo de roca y metal en un Universo de miles de millones de galaxias.

En la segunda parte se relacionan varios aspectos de nuestro Sistema Solar, principalmente con la Tierra, Marte y Venus. Y en la tercera y última parte, se dedica a la posibilidad de comunicación con la inteligencia extraterrestre en planetas de otras estrellas. Puesto que todavía no se ha establecido ningún contacto, esta parte es necesariamente especulativa.

 


Prefacio

Cuando yo tenía doce años, mi abuelo me preguntó -mediante un traductor, pues nunca había aprendido bien el inglés- qué quería ser cuando fuese mayor. Le respondí que «astrónomo», palabra que al cabo de unos momentos le tradujeron.

«Sí -respondió-, ¿pero cómo te ganarás la vida?»

Yo suponía que al igual que todas las personas adultas que conocía, me tendría que limitar a efectuar un trabajo aburrido, monótono, carente de todo poder creativo. A la astronomía sólo podría dedicarme en los fines de semana. Cuando estudiaba el segundo año en la escuela superior descubrí que algunos astrónomos recibían una paga o sueldo por seguir cultivando su pasión. Entonces me sentí abrumado por un enorme gozo; sin duda alguna, podría dedicar todo mi tiempo a lo que más me gustaba y a lo que más me interesaba.

Incluso hoy día hay momentos en que lo que hago me parece un sueño improbable, aunque sí sumamente agradable. Tomar parte en la exploración de Venus, Marte, Júpiter y Saturno; reproducir, repetir los pasos que condujeron al origen de la vida hace cuatro mil millones de años en una Tierra muy diferente a la que conocemos; depositar instrumentos en Marte para buscar allí la vida, y, quizá, dedicar serios esfuerzos a comunicarnos con otros seres inteligentes, si los hay, ahí fuera, en la formidable obscuridad del firmamento nocturno.

Si hubiera nacido cincuenta años antes, no hubiese podido dedicarme a ninguna de esas actividades. Por entonces, no eran más que producto de una imaginación especulativa. Si hubiera nacido cincuenta años más tarde, tampoco habría podido dedicar mi vida a estas actividades, excepto, posiblemente, a la última de las mencionadas, ya que dentro de cincuenta años, a partir de ahora, se habrá dado fin a un reconocimiento preliminar del Sistema Solar, de la búsqueda de vida en Marte y del estudio del origen de la vida. Me considero sumamente afortunado de vivir en un momento de la historia de la Humanidad cuando se están emprendiendo tales aventuras.

De manera que cuando Jerome Agel vino a verme para que escribiera un libro que fuese popular, un libro que tratara de comunicar a los demás mis opiniones sobre las investigaciones emprendidas y la misma importancia de estas aventuras, acepté tal responsabilidad, aun cuando su sugerencia llegaba poco antes de que se llevase a cabo la misión Mariner 9 a Marte, hecho que estaba seguro ocuparía la mayor parte de mi tiempo durante muchos meses. En una ocasión posterior, después de charlar acerca de la comunicación con la inteligencia extraterrestre, Agel y yo cenamos en un restaurante polinesio de Boston. Mi horóscopo del día decía: «Muy pronto se te exigirá que descifres un importante mensaje.» Por supuesto, aunque lo del horóscopo no pasaba de ser un juego infantil, el presagio, el pronóstico, era bueno.

Al cabo de siglos de confusas conjeturas, de especulaciones absurdas, conservadurismo indigesto y desinterés carente de toda posible imaginación, por fin ha llegado a su mayoría de edad el tema de la vida extraterrestre, y en la actualidad ha alcanzado una etapa práctica donde se la puede estudiar mediante técnicas rigurosamente científicas, una etapa en la que ha conseguido respetabilidad científica y en la que, asimismo, se entiende ampliamente su significado. Por esa razón, repito, la vida extraterrestre acaba de alcanzar su mayoría de edad.

Este libro se divide en tres partes a cual más importante.

En la primera intento transmitir el sentido de la perspectiva cósmica viviendo fuera de nuestras vidas en un diminuto trozo de roca y metal circundando una de las doscientas cincuenta mil millones de estrellas que forman nuestra galaxia en un Universo de miles de millones de galaxias. La declinación de una de nuestras más comunes concepciones, o de uno de nuestros más vulgares engreimientos, también es una de las aplicaciones prácticas de la astronomía. La segunda parte de! libro se relaciona con varios aspectos de nuestro Sistema Solar -principalmente con la Tierra, Marte y Venus- Aquí pueden hallarse algunos de los resultados e implicaciones del Mariner 9. La tercera parte se dedica a la posibilidad de comunicación con la inteligencia extraterrestre en planetas de otras estrellas. Puesto que todavía no se ha establecido ningún contacto -nuestros esfuerzos hasta la fecha han sido débiles- está parte es necesariamente especulativa. No he dudado en conjeturar dentro de lo que estimo puedan ser los límites normales de una plausibilidad científica. Y aunque no soy, por formación, un filósofo, sociólogo o historiador, no he dudado en esbozar implicaciones históricas, sociológicas y filosóficas de astronomía de exploración del espacio.

Desde aquí me atrevería a decir que los descubrimientos astronómicos que estamos a punto de conseguir son del más amplio significado humano. Si este libro llega a desempeñar un pequeño papel en aumentar el interés público por estas aventuras exploratorias, creo que habrá hecho honor a su propósito.

Al igual que ha sucedido con trabajos anteriores a éste, sobre todo si se basan en temas especulativos, algunas de las declaraciones que aparecen en estas páginas despertarán enérgicas objeciones. Existen otros libros en los que se exponen distintas opiniones. La discusión razonada es el alma de la ciencia, como no lo es, por desgracia, en el terreno intelectualmente más anémico de la política. Pero creo que las opiniones que ofrecen ocasión de una mayor controversia y que aquí se exponen, tienen, sin embargo, valiosos elementos de significado científico. Deliberadamente he introducido el mismo concepto en contextos ligeramente diferentes y en ciertos lugares donde creí se precisaba de la discusión. El libro está cuidadosamente estructurado, pero, para aquellos lectores que sólo deseen escudriñar, la mayor parte de los capítulos les ofrecerán todos los elementos adecuados para llevarlo a cabo.

Fueron demasiadas las personas que me ayudaron a configurar las opiniones que expongo sobre estos temas como para poder expresarles mi reconocimiento a todas ellas desde estas páginas, pero al releer los capítulos considero que me encuentro especialmente en deuda con Joseph Veverka y Frank Drake, ambos de la Cornell University, y con quienes durante los últimos años discutí tantos aspectos de esta obra. El libro fue redactado parcialmente durante un largo viaje transcontinental en un automóvil muy pequeño. Doy las gracias a Linda y a Nicholas por su estímulo y paciencia. También agradezco a Linda los dos dibujos en los que aparecen dos apuestos seres humanos y un elegante unicornio. Por otro lado, expreso mi profundo reconocimiento al fallecido Mauritz Escher, por el permiso concedido para reproducir su Otro Mundo, y a Robert Macintyre, por la figura humana y campo de estrellas de la tercera parte. Los cuadros y dibujos de John Lomberg constituyeron, para mí, auténtica fuente de emoción estética e intelectual, y le agradezco la producción de muchos de ellos especialmente para este libro. Las cuidadosas reproducciones fotográficas de Hermann Eckleman sobre la obra de Lomberg han facilitado mucho su publicación en este libro. Y, por supuesto, doy las gracias a Jerome Agel, sin cuya dedicación y perseverancia este libro jamás se hubiese escrito.

Por otra parte, me siento en deuda con John Naugle, de la NASA, por mostrarme su archivo de respuestas de la opinión pública a la placa del Pioneer 10; con el Oregon System of Higher Education, por el permiso concedido para reproducir algunas ideas de mi libro Planetary exploration; al Forum de Historia Contemporánea, de Santa Bárbara, por el permiso para publicar una parte de mi carta distribuida por el Forum en enero de 1973; a la Cornell University Press, por el permiso para reimprimir parte de mi capítulo «Los extraterrestres y otras hipótesis», de UFO's: A scientific debate, editado por Cari Sagan y Thornton Page, Cornell University Press, 1972. Asimismo, estoy muy reconocido a todos cuantos me han autorizado a reproducir, en el capítulo IV, sus observaciones sobre la placa Pioneer 10. La evolución de este libro a través de muchas maquetas sin duda se debe mucho a la capacidad técnica de Jo Ann Cowan y, sobre todo, de Mary Szymanski.

Carl Sagan

         

 

Otro Mundo de M. C. Escher

         

Primera Parte

Perspectivas cósmicas

No dejaremos de explorar y al final de toda nuestra investigación

Habremos llegado a donde comenzamos y conoceremos el lugar por vez primera... cuando las lenguas de fuego se plieguen para formar un nudo de fuego y el fuego y la rosa sean sólo uno.

T. S. Eliot

Four quartets

 


 Imagen sin título de Jon Lomberg.

 

Capítulo 1 Un animal de transición

Hace cinco mil millones de años, cuando apareció el Sol, el Sistema Solar se transformó desde una negrura impenetrable a un cegador chorro de luz. En las partes interiores del Sistema Solar, los primeros planetas eran grupos irregulares de roca y metal -los desechos, los constituyentes menores de la nube inicial, el material que no se había alejado tras la ignición del Sol.

Estos planetas se calentaron al formarse. Los gases atrapados en su interior fueron exudándose, valga la expresión, para formar atmósferas. Se derritieron sus superficies y los volcanes fueron cosa común.

Las primeras atmósferas se componían de los más diversos átomos y eran muy ricas en hidrógeno. La luz del Sol, al incidir sobre las moléculas de la primitiva temprana atmósfera, las excitó, provocó choques moleculares y produjo moléculas de mayor tamaño. Bajo las inexorables leyes de la Química y la Física, estas moléculas actuaron recíprocamente, formaron verdaderos océanos y dieron lugar a la producción de otras moléculas mucho mayores, moléculas bastante más complejas que aquellos átomos iniciales de las cuales se habían formado, pero todavía microscópicas ante toda posible medida o norma humana.

Estas moléculas, notablemente suficientes, son las que nos forman. Los bloques de construcción, por así decirlo, de los ácidos nucleicos, que constituyen nuestro material hereditario, y los bloques de cimentación de las proteínas, los obreros que ejecutan el trabajo de la célula, se produjeron de la atmósfera y océanos de la primitiva Tierra. Sabemos esto porque hoy día podemos reproducir dichas moléculas repitiendo las condiciones primitivas.

Casualmente, hace muchos miles de millones de años, se formó una molécula que poseía una capacidad notable. Era capaz de producir, de los bloques de construcción moleculares de las aguas circunstantes, una copia de sí misma, un doble de sí misma bastante exacto. En este sistema molecular hay un conjunto de instrucciones, un código molecular que contiene la secuencia de bloques de edificación de los cuales se construye la molécula mayor. Cuando, por accidente, se produce un cambio en la secuencia, también se modifica la copia o lo que hemos llamado «doble».

Semejante sistema molecular -capaz de replicación, mutación y repetición de sus mutaciones- puede denominarse «vivo». Es una colección de moléculas que puede evolucionar mediante la selección natural. Las moléculas capaces de replicar con mayor rapidez, o de reproducir bloques de construcción partiendo de cuanto les rodea para alcanzar una mayor variedad, una variedad más útil, se reprodujeron con mayor eficacia que sus competidoras, y con el tiempo dominaron.

Pero las condiciones cambiaron gradualmente. El hidrógeno escapó al espacio. La producción de bloques moleculares de edificación declinó. Disminuyó el material alimenticio que, antiguamente, existía en gran abundancia. Se expulsó a la vida del jardín molecular del Edén. Tan sólo fueron capaces de sobrevivir aquellos conjuntos de moléculas capaces de transformar cuanto les rodeaba, capaces de producir máquinas moleculares eficaces para la conversión de moléculas simples en otras complejas aptas para la supervivencia. Aislándose de cuanto las rodeaba, manteniendo las primitivas condiciones idílicas, aquellas moléculas que se rodeaban de membranas tenían una ventaja. Surgieron las primeras células. Al carecer o al no ser fáciles de obtener los bloques moleculares de edificación, los organismos tuvieron que trabajar duramente para formarlos. Las plantas fue el resultado. Las plantas se inician con aire y agua, minerales y luz solar, y producen bloques moleculares de edificación, de muy elevada complejidad. Los animales, como los seres humanos, son parásitos en las plantas.

Los cambios de clima y competencia entre lo que era entonces amplia diversidad de organismos dio origen a una mayor especialización, una sofisticación de funciones y una elaboración de forma. Una rica formación de plantas y animales comenzó a cubrir la Tierra. Aparte de los primeros océanos en los que surgió la vida, se colonizaron nuevos ambientes, como la tierra y el aire. Entonces, los organismos ya vivían desde la cima del monte Everest hasta los rincones más profundos de los abismos. Los organismos viven en soluciones concentradas, ardientes, de ácido sulfúrico y en secos valles del Antártico. Los organismos viven en el agua condensada y retenida en un simple cristal de sal.

Las formas de vida desarrolladas que armonizaban bien con sus ambientes específicos, se adaptaron admirablemente a las condiciones reinantes. Pero éstas cambiaron. Los organismos estaban demasiado especializados. Murieron. Otros organismos se adaptaron en peores condiciones, pero estaban más generalizados. Las circunstancias cambiaron, el clima varió, pero los organismos fueron capaces de persistir. Muchas más especies de organismos han muerto durante la historia de la evolución terrestre que los que viven hoy día. El secreto de la evolución es el tiempo y la muerte. Entre las adaptaciones que parecen ser útiles está la que llamamos inteligencia. La inteligencia es la ampliación de una tendencia evolucionista que se manifiesta en los organismos más simples: la tendencia hacia el control del ambiente. El adicto y fiel método biológico de control ha sido el material hereditario: información transmitida por ácidos nucleicos de generación en generación, información sobre cómo construir un nido, información sobre el temor a las caídas, a las serpientes, o a la obscuridad; información sobre cómo volar hacia el Sur durante el invierno. Pero la inteligencia necesita información sobre una cualidad adaptable desarrollada durante la vida completa de un solo ser. Hoy día existe una variedad de organismos en la Tierra que poseen esta cualidad que llamamos inteligencia. Los delfines la tienen y lo mismo ocurre con los grandes antropoides. Pero es mucho más evidente en el organismo llamado hombre.

En el hombre no sólo existe esa información de adaptabilidad adquirida en la vida de un solo individuo, sino que se transmite estratégicamente a través de la cultura, libros y educación. Es precisamente esto, más que otra cosa, lo que ha elevado al hombre a su actual estado preeminente en el planeta Tierra.

Somos el producto de cinco mil millones de años de evolución biológica lenta, fortuita, y no hay razón alguna para pensar en que se haya detenido tal proceso evolutivo. El hombre es un animal en período de transición. No es el clímax de una creación.

La Tierra y el Sol existirán muchos más miles de millones de años. El futuro desarrollo del hombre probablemente dependerá de una disposición cooperadora entre la evolución biológica controlada, manejos genéticos y una íntima asociación entre organismos y máquinas inteligentes. Pero no creo que haya nadie que pueda emitir pronóstico alguno de esta evolución futura. Lo que sí resulta evidente es que no podemos permanecer estáticos.

Al parecer, en nuestra historia más primitiva, los individuos eran adictos a su inmediato grupo tribal, que posiblemente no sobrepasaría los diez o veinte individuos, todos ellos emparentados por lazos de consanguinidad. A medida que el tiempo transcurrió, la necesidad de un comportamiento de cooperación -en la caza de grandes animales o rebaños, en la agricultura y en el desarrollo de ciudades- obligó a los seres humanos a formar grupos cada vez mayores. En la actualidad, ejemplo particular de los cinco mil millones de años de historia de la Humanidad, la mayoría de los seres humanos deben fidelidad y obediencia al estado-nación (aunque algunos de los problemas políticos más peligrosos surjan todavía a causa de conflictos tribales relacionados con unidades de población muy pequeñas).

Muchos líderes visionarios han imaginado una época en la que la devoción, obediencia o fidelidad de un ser humano individual no se centre en su particular estado-nación, religión, raza o grupo económico, sino que lo haga sobre toda la Humanidad en su conjunto, es decir que cuando se beneficie a un ser humano de otro sexo, raza, religión, que se encuentra a una distancia de nosotros de quince mil kilómetros, el hecho nos sea tan preciado como si hubiésemos favorecido a nuestro propio hermano o vecino. Se tiende a seguir el criterio, pero el avance es sumamente lento. Aquí es preciso hacerse una pregunta muy seria sobre si se podrá lograr semejante auto-identificación global de la Humanidad antes de que nos destruyamos con las fuerzas tecnológicas que ha desarrollado nuestra inteligencia.

En un sentido muy real, los seres humanos son máquinas construidas por los ácidos nucleicos para disponer una eficiente repetición de más ácidos nucleicos. En cierto sentido, nuestras necesidades más acuciantes, las más nobles empresas, y el manifiesto libre albedrío, son una expresión de la información codificada en el material genético: en cierto sentido, somos depósitos temporales y ambulantes de nuestros ácidos nucleicos. Esto no niega nuestra humanidad. No nos impide perseguir el bien, la verdad y lo bello. Pero sería un gran error ignorar de dónde procedemos en nuestros intentos por determinar a dónde vamos.

No cabe duda alguna de que nuestro sistema instintivo se ha modificado poco desde los días en que los hombres se reunían para cazar, hace varios centenares de miles de años. Nuestra sociedad ha cambiado enormemente desde aquellos tiempos, y los más grandes problemas de supervivencia en el mundo contemporáneo pueden entenderse en términos de este conflicto, entre lo que «sentimos» que debemos hacer obedeciendo a nuestros instintos más primarios, y lo que «sabemos» que debemos hacer obedeciendo, finalmente, a nuestra cultura extragenética.

Si sobrevivimos en estos peligrosos tiempos, resulta evidente que incluso una identificación con toda la Humanidad no es la identificación deseable y fundamental.

Si sentimos profundo respeto por otros seres humanos como iguales receptores de este precioso patrimonio de cinco mil millones de años de evolución, ¿por qué no ha de aplicarse tal identificación también a todos los demás organismos de la Tierra que son, asimismo, el producto del mismo número de años de evolución? Cuidamos de una pequeña fracción de organismos de la Tierra como, por ejemplo, perros, gatos y vacas -porque son útiles o porque nos halagan-, Pero las arañas, las salamandras, el salmón y el girasol son igualmente nuestros hermanos y hermanas.

Creo que la dificultad que todos experimentamos de extender nuestros horizontes de identificación en tal sentido es, en sí misma, genética. Las hormigas de una tribu lucharán hasta morir ante la intrusión de otras hormigas pertenecientes a diferente tribu. La historia humana está llena de casos monstruosos de pequeñas diferencias -pigmentación de la piel, especulación teológica abstrusa o forma de vestir y estilo de peinado-, que son causa de hostigamiento, esclavitud y asesinatos.

 

Un ser exactamente igual a nosotros, pero con una pequeña diferencia fisiológica - un tercer ojo, o pelo azul que cubra su nariz y frente-, es algo que provoca sentimientos de repugnancia o retroceso. Tales sentimientos pueden haber tenido un valor aceptable en otras épocas al defender nuestra pequeña tribu contra las bestias o los vecinos. Pero en nuestra época estos sentimientos son peligrosos y anticuados.

 

Ha llegado el momento de sentir respeto y reverencia no solamente hacia los seres humanos, sino también hacia todas las formas de vida; el mismo

respeto que mostraríamos hacia una obra maestra de la escultura o hacia una máquina maravillosamente terminada. Desde luego, esto no significa que debamos abandonar los imperativos de nuestra propia supervivencia. El respeto hacia el bacilo del tétanos no llegará hasta el extremo de ofrecer nuestro cuerpo como medio de cultivo. Pero, al mismo tiempo, podemos recordar que aquí tenemos un organismo con una bioquímica que se remonta mucho más allá del pasado de nuestro planeta. El bacilo del tétanos está intoxicado por el oxígeno molecular, el que nosotros respiramos tan libremente. El bacilo del tétanos, pero no nosotros, se hallaría como pez en el agua en aquella atmósfera rica en hidrógeno y libre de oxígeno de la primitiva Tierra.

El respeto y reverencia hacia toda forma de vida es factor importantísimo en unas cuantas religiones del planeta Tierra, por ejemplo, entre los jainos de la India. Y algo que se aproxima mucho a esta idea es responsable de vegetarianismo, al menos en las mentes de muchos practicantes de esta dieta represiva. Pero, ¿por qué ha de ser mejor matar plantas que animales?

Los seres humanos sólo pueden sobrevivir matando otros organismos. Pero podemos realizar una compensación ecológica cultivando otros organismos; estimulando la plantación de bosques, impidiendo la matanza al por mayor de organismos como las ballenas y focas, organismos que pueden tener valor comercial o industrial, como asimismo declarando fuera de la ley la caza injustificada, y haciendo que el medio ambiente de la Tierra sea más agradable para todos sus habitantes.

Puede haber un momento, como expongo en la tercera parte de este libro, en el que entremos en contacto con otros seres inteligentes en un planeta de alguna lejana estrella, con seres que cuentan con miles de millones de años de evolución completamente independiente, seres que es probable se parezcan poco a nosotros, aunque puedan pensar de forma parecida. Es importante que extendamos nuestros horizontes de identificación, no precisamente sobre las formas de vida más simples y humildes de nuestro planeta, sino también hacia formas de vida exóticas y avanzadas que puedan habitar con nosotros, en nuestra enorme galaxia de estrellas.

 

Capítulo 2 El unicornio de Cetus


En el cielo, cuando el aire está limpio y claro, hay un test de Rorschach que nos está esperando. Millares de estrellas brillantes y débiles, en deslumbradora variedad de colores, parecen cruzar el dosel de la noche.

El ojo, irritado por aquel supuesto desbarajuste, buscando orden, tiende a organizar pautas o patrones entre alejados y distintos puntos de luz. Nuestros antepasados de hace miles de años, que se pasaban todo el tiempo al aire libre, un aire puro, estudiaron cuidadosamente todos estos patrones. Así se desarrolló toda una rica ciencia mitológica.

Gran parte del contenido original de esta mitología astral no ha llegado hasta nosotros. Es tan antigua, se ha reordenado y relatado tantas veces, sobre todo durante los últimos millares de años por individuos no familiarizados con el aspecto del cielo, que sin duda alguna se ha perdido gran parte de ella. Aquí y allá, en extraños lugares, aún permanecen los ecos de relatos cósmicos sobre los patrones que presenta el cielo.

En el Libro de los Jueces figura un relato acerca de un león atacado por un enjambre de abejas, incidente a primera vista raro y poco consecuente. Pero la constelación de Leo, en el cielo nocturno, se halla junto a un grupo de estrellas, visibles en una noche clara como un velloso retazo de luz llamado Praesepe. Por el aspecto que presenta, observado con el telescopio, los astrónomos modernos le llaman «La Colmena». Me pregunto si en el Libro de los Jueces no nos habrán dejado como herencia esa imagen de Praesepe, obtenida por algún hombre de vista excepcional que viviera en aquella época muy anterior al descubrimiento del telescopio.

Cuando contemplo el cielo por la noche, no puedo distinguir la figura o el perfil de un león en la constelación Leo. Veo la Osa Mayor, y, si la noche es clara, la Osa Menor. Me siento perdido si trato de hallar un cazador en Orion o la figura de un pez en la constelación de Piscis y, por supuesto, me resulta totalmente imposible ver la figura de un auriga o cochero en Auriga. Las bestias míticas, personajes e instrumentos, situados por los hombres en el cielo, son arbitrarios y no evidentes. Hay acuerdos, convenios, sobre cuál es esta o aquella constelación, acuerdos sancionados en años recientes por la International Astronomical Union, que traza límites separando una constelación de otra. Pero en el cielo hay muy pocas figuras claras.

Estas constelaciones, aun cuando se dibujan en dos dimensiones, la verdad es que son tridimensionales. Una constelación como, por ejemplo, Orion está formada por estrellas brillantes situadas a considerables distancias de la Tierra y estrellas de menos luz situadas mucho más cerca. Si variásemos nuestras perspectivas, si moviésemos nuestro punto de vista, por ejemplo, con un vehículo espacial interestelar, el aspecto del cielo cambiaría. Las constelaciones se deformarían lentamente.

Gracias a los esfuerzos realizados por David Wallace en el Laboratorio de Estudios Planetarios de la Cornell University, se ha podido programar una computadora con la información sobre las posiciones tridimensionales desde la Tierra a cada una de las más brillantes y cercanas estrellas, incluso de una quinta magnitud, el limitado fulgor visible para el ojo desnudo en una noche clara. Cuando pedimos a la computadora que nos muestre el aspecto que presenta el cielo visto desde la Tierra, observamos algunos resultados relacionados con la deformidad antes mencionada en las figuras acompañantes: Una deformación para las constelaciones del

Norte, circumpolares, incluyendo la Osa Mayor, la Osa Menor, y Casiopea; otra para las constelaciones del Sur, circumpolares, incluyendo la Cruz del Sur, y otra para la amplia gama de estrellas situadas en latitudes medias incluyendo Orion y las constelaciones del Zodíaco. Si el lector no es un estudiante avezado en las constelaciones convencionales, creo que experimentará algunas dificultades en distinguir escorpiones y vírgenes en el cuadro general.

Luego pedimos a la computadora que nos muestre el cielo visto desde la estrella más cercana a la nuestra, Alfa Centauro, sistema de tres estrellas, situado a unos 4,3 años-luz de la Tierra. En función de la escala de nuestra galaxia Vía Láctea, ésta es una distancia tan corta que nuestras perspectivas siguen siendo exactamente las mismas. La Osa Mayor se presenta igual que si se viera desde la Tierra. Casi todas las restantes constelaciones aparecen invariables. Sin embargo, hay una sorprendente excepción, y es la constelación Casiopea, la reina del antiguo reino, madre de Andrómeda y suegra de Perseo, que aparece como conjunto de cinco estrellas dispuestas en forma de W o M, dependiendo, naturalmente, de cómo haya girado el cielo. Sin embargo, desde Alfa Centauro se distingue una muesca extra en la M; una sexta estrella aparece en Casiopea, mucho más brillante que las otras cinco. Esa estrella es el Sol. Desde una situación ventajosa de la estrella más cercana, nuestro Sol es punto relativamente brillante, pero poco insinuante en el cielo nocturno. No hay manera de distinguir mirando a Casiopea desde el cielo de un hipotético planeta de Alfa Centauro que haya planetas girando alrededor del Sol, que en el tercero de estos planetas haya formas de vida, y que una de estas formas de vida se considere dotada de gran inteligencia. Si éste es aplicable a la sexta estrella en Casiopea, ¿no podría serlo también a innumerables millones de otras estrellas en el cielo nocturno?

Una de las dos estrellas que el Proyecto Ozma estudió hace una década buscando posibles indicios de inteligencia extraterrestre fue Tau Ceti, en la constelación de Cetus (tal y como se ve desde la Tierra), la ballena. La computadora dibujó el cielo como si fuera visto desde un hipotético planeta de Ceti. Ahora nos hallamos a un poco más de once años-luz de distancia del Sol. La perspectiva ha cambiado algo más. Ha variado la relativa orientación de las estrellas y quedamos en libertad de inventar nuevas constelaciones, «test» de proyecto psicológico para los cetianos.

Pedí a mi esposa Linda, que es una buena artista, dibujara la constelación de un Unicornio en el cielo cetiano. Ya hay un unicornio en nuestro cielo, llamado Monoceros, pero deseaba que este unicornio fuese mayor y más elegante -y también ligeramente diferente a los unicornios terrestres comunes-, con seis patas, por ejemplo, en lugar de cuatro.

 

Las constelaciones, vistas desde el sol

 

 

Las constelaciones de la zona septentrional del cielo, vistas desde las

cercanías del Sol o de la Tierra.

Mi esposa inventó una linda bestia. En contra de lo que me esperaba, es decir que el animal presentara tres pares de patas, este especial unicornio aparece galopando orgullosamente sobre dos grupos de tres patas cada uno.

Da la impresión de que el animal está realizando un verdadero galope. Hay una diminuta estrella que apenas se ve, situada en el punto donde se unen la cola y el cuerpo del unicornio. Esa estrella tan débil y tan mal colocada es el Sol.  

Las constelaciones, vistas desde alfa centauro

 

  

La misma escena vista desde la estrella más cercana, Alfa Centauro.

La nueva estrella de la constelación de Casiopea, cerca de 60° de latitud celeste y 2,5 horas de longitud celeste, es el Sol.

Los cetianos pueden considerarla como divertida especulación de que una raza de seres inteligentes vive en un planeta que gira alrededor de la estrella, que casi une al unicornio con su cola. Cuando nos movemos a distancias mayores del Sol que Tau Ceti -a cuarenta o cincuenta años-luz- el Sol aminora todavía más su brillo hasta ser invisible al ojo humano.

Los largos viajes interestelares -si algún día llegan a realizarse- no emplearán al Sol como punto de referencia.

 Las constelaciones, vistas desde el sol

  

Las estrellas más brillantes vistas desde la Tierra y el Sol, que no están cerca de los polos celestes Norte o Sur.

 


 Las mismas estrellas, vistas desde Tau Ceti una de las estrellas más próximas, como el Sol. En el cielo de Tau Ceti, el Sol es estrella de cuarta magnitud.

Nuestra poderosa estrella de la cual depende toda vida sobre la Tierra, nuestro Sol, que es tan brillante que se corre el peligro de quedarse ciego si se le contempla directamente, no se ve en absoluto a una distancia de unas cuantas docenas de años-luz, una milésima parte de la distancia que hay al centro de nuestra Galaxia.


Capítulo 3 

Un mensaje de la Tierra

 

            La placa a bordo de la nave espacial Pioneer 10

El primer intento serio que hizo la Humanidad por comunicarse con civilizaciones extraterrestres tuvo lugar el 3 de marzo de 1972, con el lanzamiento del Pioneer 10 desde Cabo Kennedy.

El Pioneer 10 fue el primer vehículo espacial que se diseñó para explorar el medio ambiente del planeta Júpiter y, antes en su viaje, los asteroides que hay entre las órbitas de Marte y Júpiter. Su órbita: no sufrió trastorno alguno por parte de un asteroide errante; el factor seguridad se calculó en la proporción de 20 a 1. Se aproximó a Júpiter el día 3 de diciembre de 1973, y en ese momento sufrió una aceleración por la gravedad de Júpiter para convertirse en el primer objeto volador construido por el hombre que abandonaba el Sistema Solar. Su velocidad de despegue es aproximadamente de 13 km/s.

El Pioneer 10 es también el objeto más veloz lanzado hasta la fecha por la Humanidad. Pero el espacio está muy vacío y las distancias entre las estrellas son enormes. En los próximos diez mil millones de años, el Pioneer 10 no penetrará en el sistema planetario de ninguna otra estrella, aun suponiendo que todas las estrellas de la Galaxia cuenten con tales sistemas planetarios. La nave espacial necesitará unos 80.000 años para recorrer la distancia que hay a la estrella más próxima situada a 4,3 años-luz de la Tierra.

Pero el Pioneer 10 no ha sido dirigido hacia las proximidades de la estrella más cercana. En lugar de esto, viajará hacia un punto situado en la esfera celeste cerca del límite de las constelaciones de Tauro y Orion, donde no hay objetos cercanos.

Es posible que la nave espacial se encuentre con una civilización extraterrestre, siempre y cuando dicha civilización posea gran capacidad de vuelos interestelares y pueda interceptar semejantes naves espaciales en las que impera el silencio.

La colocación de un mensaje a bordo del Pioneer 10 es algo similar a la botella que lanza al océano el marinero que ha naufragado, botella con un mensaje en su interior, con la esperanza de que llegue a manos de alguien. Pero el océano espacial es muchísimo más vasto que cualquier océano de la Tierra.

Cuando me llamó la atención la posibilidad de colocar un mensaje en una «botella espacial», me puse en contacto con la oficina de proyectos del Pioneer 10 y con el cuartel general de la NASA con objeto de comprobar si existía alguna probabilidad de que mi sugerencia tuviera algún eco. Ante mi sorpresa y alegría, la idea encontró apoyo inmediato en todos los escalones jerárquicos de la NASA, a pesar de que era -según las normas generales- ya muy tarde para realizar incluso mínimos cambios en la nave espacial. Durante una reunión de la Sociedad Americana de Astronomía celebrada en San Juan de Puerto Rico, en diciembre de 1971, discutí en privado, con mi colega el profesor Frank Drake, también de Cornell, qué forma podrían adoptar los posibles mensajes que colocaríamos a bordo. Al cabo de unas cuantas horas decidimos a título de prueba, cuál sería el contenido del mensaje. Luego, las figuras humanas se añadieron mediante el trabajo personal de mi esposa-artista, Linda Salzman Sagan. Sin embargo, no creemos que sea el mensaje más óptimo que se pueda concebir para tal propósito: solamente disponíamos de tres semanas de plazo para la presentación de la idea, dibujo y diseño del mensaje, su aprobación por la NASA y la grabación de la placa final. En 1973, ya se ha lanzado al espacio una placa de identificación en el Pioneer 11, en una misión similar.

Se trata de una plancha de 15 × 23 cm, de aluminio y oro anodizado, sujeta a los puntales que soportan la antena del Pioneer 10. El índice de desgaste que se puede esperar en el espacio interestelar es suficientemente pequeño como para que este mensaje pueda permanecer intacto durante centenares de millones de años, y probablemente, por un período de tiempo mucho mayor. De aquí que éste sea el artefacto construido por la Humanidad con una más larga esperanza de vida.

El mensaje intenta comunicar con los locales, manifestar época y algo sobre la naturaleza de los constructores de la nave espacial. Está escrito en el único lenguaje que compartimos con los destinatarios: la ciencia. En la parte superior izquierda aparece una representación esquemática de la transición entre giros de electrones de protones paralelos y antiparalelos del átomo de hidrógeno neutro. Bajo esta representación está el número binario 1. Tales transiciones de hidrógeno están acompañadas por la emisión de un fotón en radiofrecuencia de una longitud de onda de aproximadamente 21 cm y una frecuencia de unos 1.420 megahertz. Así, hay una distancia característica y un tiempo característico asociados a la transición. Puesto que el hidrógeno es el átomo más abundante en la Galaxia, y como la física es igual en toda la Galaxia, creemos que una civilización avanzada no tendrá dificultad alguna en comprender esta parte del mensaje. Pero, como comprobación, en el margen derecho aparece el número binario 8 (1- - -) entre dos marcas, indicando la altura de la nave espacial Pioneer 10, representada tras el hombre y la mujer. Una civilización que reciba la placa sin duda también recibirá la nave espacial, y podrá determinar que la distancia indicada es evidentemente cercana a ocho veces 21 cm, confirmando así que el símbolo de la parte superior izquierda representa la transición del hidrógeno. Figuran más números binarios en el dibujo radial que abarca la parte principal del diagrama en el centro izquierda. Estos números, si estuvieran escritos en el sistema decimal, estarían formados por diez dígitos. Deben representar distancias o tiempos. Si son distancias, entonces serán de un orden varias veces 1011 cm, o unas cuantas docenas de veces la distancia que hay entre la Tierra y la Luna. Es muy probable que nosotros les considerásemos útiles para la comunicación. A causa del movimiento de los objetos dentro del Sistema Solar, tales distancias varían de manera continua y compleja.

Sin embargo, los correspondientes tiempos están en el orden de 1/10 segundos a 1 segundo. Estos son los períodos característicos de los pulsares, fuentes naturales y regulares de emisión radiocósmica; los pulsares son estrellas neutrónicas que giran rápidamente, producidas en catastróficas explosiones estelares (véase el capítulo 38). Creemos que una civilización científicamente sofisticada no tendrá dificultad alguna en comprender el dibujo radial, así como las posiciones y períodos de 14 pulsares con respecto al Sistema Solar de lanzamiento.

Pero los pulsares son relojes cósmicos que se gastan, por así decirlo, bajo índices bien conocidos. Los que reciban el mensaje deberán preguntarse a sí mismos no sólo dónde fue siempre posible ver 14 pulsares dispuestos en posición tan relativa, sino también cuándo fue posible verlos. Las respuestas son: únicamente desde un volumen muy pequeño de la Vía Láctea y en un solo año en toda la historia de la Galaxia. Dentro de los límites de ese pequeño volumen hay, quizá, mil estrellas; solamente una de ellas ha de tener el orden, de planetas con distancias relativas tal y como se indica en el fondo del diafragma.

Asimismo se muestran los tamaños aproximados de los planetas y los anillos de Saturno; por supuesto, de forma esquemática. Por otra parte, en el diafragma se muestra una representación esquemática de la trayectoria inicial de la nave espacial lanzada desde la Tierra, como también su paso junto a Júpiter. Así, el mensaje especifica una estrella en aproximadamente doscientos cincuenta mil millones, y un año (1970) en aproximadamente diez mil millones de años.

Hasta este punto, el contenido del mensaje debe ser suficientemente claro para una civilización extraterrestre avanzada, que sin duda tendrá que examinar también a todo el Pioneer 10. Probablemente, el mensaje es mucho menos claro para el hombre de la calle, si esta calle se halla en la Tierra. (Sin embargo, las comunidades científicas de la Tierra no han experimentado ninguna dificultad para descifrar el mensaje.) Podemos asegurar que el caso se presenta al revés en cuanto se refiere a las representaciones de los seres humanos que aparecen en la derecha. Los seres extraterrestres, que son el producto de cinco mil millones de años o más de evolución biológica independiente, puede que no se parezcan en absoluto a los humanos, ni tampoco sea igual todo cuanto se refiera a las convenciones sobre perspectivas y dibujo que existen aquí.

En consecuencia, es muy probable que la parte más misteriosa del mensaje la constituyan los seres humanos.

 

Capítulo 4

Un mensaje a la Tierra

La dorada tarjeta de visita o saludo, situada a bordo del Pioneer 10, tenía como objetivo principal, sí alguna vez se daba tal remota contingencia, de que los representantes de una avanzada civilización terrestre pudiesen hallar o recibir este primer artefacto de la Humanidad que abandonaba el Sistema Solar por vez primera. Pero el mensaje tuvo un impacto mucho más inmediato. Ya fue detalladamente estudiado, no por seres extraterrestres, sino por terrestres. Los seres humanos de toda la Tierra lo han examinado, aplaudido, criticado, interpretado, e incluso han propuesto otra clase de mensajes.

Los gráficos del mensaje se reprodujeron ampliamente en periódicos y programas de televisión, en revistas literarias, gráficas y en publicaciones nacionales de carácter científico. Hemos recibido cartas de científicos, amas de casa, historiadores y artistas feministas y homosexuales, oficiales del Ejército y funcionarios del Estado. Incluso recibimos una carta de un profesor de contrabajo. Nuestra placa fue reproducida por una compañía de grabación para su comercialización, así como por un distribuidor de juegos científicos para niños, un fabricante de tapicerías, una fábrica italiana especializada en lingotes de plata... todos, a propósito, sin contar para ello con la más mínima autorización.

La mayor parte de los comentarios fueron favorables y algunos hasta entusiásticos. Los enormes tableros de publicidad callejeros del Tribune de Ginebra, Suiza, anunciaban:

«Message de la NASA pourles extraterrestres»

Nos escribió un científico para decirnos que la base científica y su descripción de la placa que publicamos en el diario americano Science era el primer documento científico que realmente le había hecho derramar lágrimas de alegría. Un corresponsal en Athens, Georgia, escribe:

«Todos nos habremos ido antes de que este particularísimo mensaje haya sido recogido por algún indescriptible ser espacial, pero aun así su misma existencia, la audacia del sueño, produce inevitablemente en mí -y en muchos otros, lo sé- los sentimientos de un Balboa, un Leeuwenhoek, de un ser humano al sentirse muy humano

En el Instituto de Tecnología de California, donde la inscripción es un misterio, algún artista desconocido dibujó el mensaje sobre el muro de un solar, despertando amistosos saludos por parte de los peatones y vecinos que esperamos sirvan de modelo a los lectores extraterrestres.

Pero también hubo comentarios críticos. No se dirigían hacia el mapa pulsar, núcleo científico del mensaje, sino más bien a la representación del hombre y la mujer.

Los dibujos originales de esta pareja fueron hechos por mi esposa y se basaron en los modelos clásicos de la escultura griega y en los dibujos de Leonardo da Vinci.

 

 Graffiti en Caltech: una respuesta a la placa del Pioneer 10. Cortesía de Engineering and Science, California Instituto of Technology, Pasadena, California.

Los dos seres no aparecen cogidos de la mano, ya que esto podría inducir a pensar a los extraterrestres que la pareja es un solo organismo unido por las yemas de los dedos (en ausencia de caballos indígenas, tanto los aztecas como los incas consideraban al conquistador montado como un solo animal, especie de centauro con dos cabezas). El hombre y la mujer no se muestran en la placa adoptando la misma postura, de manera que pueda reflejarse la flexibilidad de los miembros, aunque entendemos perfectamente que las normas de perspectivas y dibujo lineal de la Tierra no signifiquen nada o casi nada para civilizaciones con otras normas artísticas.

La mano derecha del hombre está alzada en el gesto que una vez leí en un libro de antropología se considera como signo «universal» de buena voluntad, aunque tal universalidad sea, por supuesto, poco probable. Al menos, el saludo muestra nuestros pulgares opuestos. Solamente una de las dos personas presenta la mano alzada en ademán de saludo, a menos que -también podría darse el caso- los receptores dedujeran equivocadamente que uno de nuestros brazos está doblado de manera permanente por el codo. Algunas señoras escribieron quejándose de que la mujer aparece adoptando una actitud demasiado pasiva. Una de ellas escribió diciendo que también le agradaría saludar al Universo con ambos brazos extendidos, en gesto de salutación muy femenina. La principal crítica femenina se centra sobre el hecho de que la mujer no está dibujada del todo, que aparece sin ninguna huella exterior que indique su sexo.

La decisión de omitir este detalle en el diagrama se tomó, en parte, debido a que las estructuras griegas también lo omiten. Pero hubo otra razón: nuestro deseo de ver el mensaje lanzado con el Pioneer 10. Es probable, al mirar ahora hacia atrás, que entonces juzgáramos a las jerarquías politicocientíficas de la NASA como mucho más puritanas de lo que en realidad son. En las numerosas conversaciones que sostuve con dichos funcionarios, desde el Administrador General de la NASA hasta el consejero científico del Presidente, puedo asegurar que en momento alguno se pronunció ninguna gazmoñería victoriana, y que asimismo, en todo instante, se nos concedió gran ayuda y estímulo.

Sin embargo, resulta evidente que al menos algunos individuos se sintieron ofendidos por la representación humana en la placa. El Sun Times de Chicago, por ejemplo, publicó tres versiones de la placa en diferentes ediciones, todas en el mismo día: En la primera el hombre aparecía completo; en la segunda sufría de una extraña y repentina a la vez que fea castración; y en la versión final -sin duda para tranquilizar al padre de familia- aparecía sin ningún signo sexual en absoluto. Esto puede haber complacido a una corresponsal feminista que escribió al Times de New York, diciendo que se sentía tan furiosa por la incompleta representación de la mujer, que experimentaba el irresistible impulso de:

«...¡cortar el brazo derecho del hombre!»

El Inquirer de Filadelfia publicó en su primera página una ilustración de la placa pero suprimiendo los pezones de la mujer y el aparato genital del hombre. Al parecer, en tal ocasión, el ayudante del jefe de redacción dijo:

«Un periódico de familia debe mantener las sanas normas de la comunidad.»

Toda una completa mitología se desarrolló sobre la ausencia de signos visibles genitales femeninos. Fue una columna escrita por el respetado escritor científico Tom O'Toole, del Post de Washington, la que primero informó sobre el hecho de que los funcionarios de la NASA habían censurado una original representación de la mujer. Esta historia circuló por toda la nación escrita por columnistas como Art Hoppe, Jack Stapleton Jr., y otros. Stapleton imaginaba a los encolerizados y escandalizados ciudadanos de otro planeta recibiendo la placa, y en plena furia de ultraje moral cubrían con cinta adhesiva la representación pornográfica de los pies del hombre y la mujer. Una carta dirigida al Daily News proponía que, si había que censurar a la mujer, entonces, consecuentemente, debían haberse pintado de azul las narices de los dos seres humanos. Una carta publicada en la revista Playboy, carta muy dura, se quejaba de esta intrusión de la censura gubernamental en las vidas de los ciudadanos. Por otra parte, hubo muchas publicaciones de ciencia- ficción que en sendos editoriales censuraron duramente la intervención del Gobierno.

La sexualidad que pueda haber en el mensaje también provocó auténticos incendios epistolares. El Times de Los Ángeles publicó la carta de un airado lector, quien decía:

«Debo decir que me sentí sumamente escandalizado por la tremenda exhibición de los órganos sexuales masculinos y femeninos que aparecen en la primera página del Times. Seguramente este tipo de explotación sexual está muy por debajo de las normas que nuestra comunidad espera del Times. »¿No es ya suficiente que tengamos que soportar el bombardeo de pornografía con que nos abruman películas y las revistas gráficas? ¿No es ya cosa suficientemente dañina, para coronarlo todo, que nuestros propios funcionarios de las organizaciones espaciales hayan considerado necesario extender esta suciedad incluso más allá de nuestro Sistema Solar?»

 

Esta misiva fue seguida, días más tarde, por otra carta publicada en el Times:

 

«Ciertamente, estoy de acuerdo con todas aquellas personas que protestan por el envío de esos sucios dibujos al espacio. Creo que se debían haber suprimido los órganos de reproducción del hombre y de la mujer. Junto a ellos, debía de haberse dibujado una cigüeña con un pequeño paquete colgado del pico y descendiendo del cielo.

 

«Entonces, si realmente deseamos que nuestros celestiales vecinos sepan en qué medida hemos progresado en el aspecto intelectual, debíamos haber incluido dibujos de Santa Claus, Easter Bunny, y Tooth Fairy.»

 

El Daily News, de New York, publicaba un titular para el relato siguiendo las corrientes de la moda imperante:

«Los desnudos y los mapas cuentan a otros mundos la historia de la Tierra.»

Algunos de los corresponsales argumentaban que la función de los órganos sexuales no se haría en absoluto evidente, aun cuando apareciesen representados gráficamente, y nos estimulaban a que dibujásemos una secuencia de escenas en que apareciera la copulación.

No había espacio suficiente para esto en una placa de tan escasas dimensiones. Me imagino también, en caso de haberse hecho esto, cuáles hubieran sido las cartas enviadas al Times de Los Ángeles.

Un artículo publicado en Catholic Review criticaba la placa porque: «...lo incluye todo excepto Dios...»

y sugería que en lugar de dibujar un par de seres humanos habría que haber esbozado un par de manos enlazadas en gesto de oración. Otro corresponsal sostenía que los detalles de perspectiva resultaban insuperablemente difíciles y nos animaba a que enviáramos al exterior los cadáveres completos de un hombre y una mujer. Se conservarían perfectamente en el frío del espacio y así los extraterrestres los podrían examinar con detalle. Naturalmente, nos negamos a hacerlo alegando un exceso de peso.

La primera página del Barb, de Berkeley, California, al parecer tratando de dar la impresión de que el hombre y la mujer del mensaje aparecían demasiado correctos y bien formados, los reprodujo con esta frase al pie:

«¡Hola! Somos de Orange County.»

Este comentario tocaba un aspecto de la representación del hombre y la mujer al que concedí gran importancia. En los dibujos originales de los que más tarde se hicieron los grabados, realizamos un gran esfuerzo para conseguir que tanto el hombre como la mujer tuvieran gran alcance racial. A la mujer se le dio aspecto físico agradable, y en cierta forma asiático, aunque parcialmente. Al hombre se le atribuyó nariz ancha, labios gruesos y corte de pelo «afro». En ambos seres también estaban presentes los característicos rasgos caucásicos. Esperábamos representar, al menos, tres de las principales razas humanas. En el grabado final sobrevivieron los labios, la nariz y el aspecto agradable en general, pero, como los cabellos de la mujer sólo están dibujados en contorno, a muchos les pareció rubia, destruyendo así la posibilidad de una significativa contribución de genes asiáticos. También, y en algún momento de la transcripción del dibujo original al grabado final, el aspecto «afro» se convirtió en un corte de pelo dado al hombre que aparecía con cabello rizado, corto, con aspecto muy mediterráneo. Sin embargo, el hombre y la mujer de la placa son, en gran medida, representantes de los sexos y razas humanas. El profesor E. Gombrich, director del Warburg Institute, famosa escuela de arte de Londres, critica la placa en el Scientific American. Se preguntaba cómo es posible que se espere que la placa pueda ser visible a un organismo extraterrestre que quizá no haya desarrollado el sentido de la vista en longitudes de onda visibles.

La respuesta se deriva simplemente de las leyes físicas. Las atmósferas planetarias absorben la luz del cercano sol o soles debido a tres procesos moleculares. El primero es un cambio en la energía de los electrones individuales adheridos a los átomos. Estas transiciones se dan en las zonas ultravioleta, rayos X y gamma del espectro y tienden a convertir en opacas las atmósferas planetarias en estas longitudes de onda. El segundo se trata de transiciones vibratorias que ocurren cuando dos átomos en una molécula determinada oscilan entre sí. Tales transiciones tienden a hacer que las atmósferas planetarias sean opacas en la cercana zona infrarroja del espectro. En tercer lugar, las moléculas sufren cambios giratorios debidos a la libre rotación de la molécula. Tales transiciones tienden a absorber la parte infrarroja más alejada. Como resultado, en general, la radiación de la cercana estrella que penetra a través de una atmósfera planetaria se hallará en las partes visibles del espectro, las partes que no son absorbidas por la atmósfera.

De hecho, éstas son las principales «ventanas» que emplean los astrónomos para inspeccionar el Universo desde la superficie de la Tierra. Pero las longitudes de onda de radio son tan largas que ningún organismo de razonable tamaño puede desarrollar dibujos de sus alrededores con «ojos» de longitud de onda de radio. Por tanto, esperamos se perfeccionen sensores de frecuencia óptica entre organismos y en planetas de estrellas en toda la Galaxia.

Sin embargo, aun cuando imaginemos organismos cuyos ojos funcionen bien en la zona infrarroja (o en la región de rayos gamma) y que sean capaces de interceptar al Pioneer 10 en el espacio interestelar, probablemente no sea mucho pedirles que posean artefactos que examinen, escudriñen y estudien la placa en frecuencias a las cuales sus ojos son insensibles.

Como las líneas grabadas en la placa son más obscuras que el aluminio de oro anodizado que las rodea, el mensaje debe aparecer completamente visible, incluso en la zona infrarroja.

Gombrich también nos hace objeto de una especie de reprimenda por pintar una flecha como señal de la trayectoria a seguir por la nave espacial. Mantiene que las flechas serían sólo comprensibles para civilizaciones que se han desarrollado, como la nuestra, partiendo de una sociedad cazadora. Pero aquí, de nuevo, no hace falta tropezarse con un extraterrestre demasiado inteligente para comprender el significado de la flecha. Hay una línea que se inicia en el tercer planeta de un sistema solar y termina en algún lugar del espacio interestelar, en representación esquemática de la nave espacial, que los descubridores del mensaje tienen «a mano»: La placa está unida a la nave espacial. A partir de esto, yo más bien esperaría que pudiesen discutir hasta llegar a nuestros antepasados cazadores.

De la misma manera, las distancias relativas de los planetas al Sol mostradas mediante anotación binaria en la parte inferior de la placa indican que nosotros empleamos la aritmética de base 10. A juzgar por el hecho de que tenemos diez dedos en los pies y otros diez en las manos -dibujados con algún cuidado en la placa-, espero que cualquier ser extraterrestre podrá deducir que usamos el número 10 como base y que algunos de nosotros contamos con los dedos. Asimismo, y a juzgar por la rigidez de los dedos de nuestros pies, incluso pueden deducir que procedemos de antepasados arbóreos.

Hay otros aspectos mediante los cuales el mensaje ha demostrado ser una prueba psicológica proyectiva. Un hombre escribió sobre su preocupación de que el mensaje haya condenado a toda la

Humanidad. Alegaba que las películas americanas sobre la Segunda Guerra Mundial muy probablemente hacen publicidad mediante la transmisión televisiva al espacio interestelar, y que, a juzgar por tales programas, los extraterrestres fácilmente podrán deducir: 1) que los nazis eran individuos perversos, y 2) que se saludaban mutuamente con la mano extendida hacia el frente. Repito que, a juzgar por la forma en que está dibujado el hombre de la placa que alza su mano derecha de la misma forma en que nuestro corresponsal cree que era el saludo nazi, el hombre se siente sumamente preocupado porque los extraterrestres supongan que el bando peor fue el que ganó la Segunda Guerra Mundial y que muy pronto enviarán a la Tierra una expedición de castigo para arreglar mejor las cosas.

Semejante carta, sin duda, describe mucho mejor el estado mental del que la escribe que el de los probables destinatarios del mensaje.

La mano derecha, alzada en gesto de saludo, se halla históricamente relacionada con el militarismo, pero en forma negativa: Una mano alzada y vacía simboliza que no se lleva encima arma alguna.

Para mí, algunas de las más conmovedoras respuestas al mensaje son las obras de arte y poesía que motivó. El señor Aim Morhardt es pintor de acuarelas del desierto y sierras, que vive en Bishop, California, donde, quizá no por pura coincidencia, se encuentra situada la gigantesca estación de Goldstone del Pioneer 10. El poema del señor Morhardt decía:

 

Pioneer 10: el mensajero de oro

La proa del dragón que cruzó los mares del Norte, buscando la aventura con el clan guerrero; la galante sirena se inclina bajo la brisa en barcarolas y mercantes de esbelto casco; todos los descubridores de desconocidas tierras se han ido en esta alada edad donde permanece la nada en busca de extraños tesoros de alguna costa extranjera abandonando la bien conocida tierra.

Ahora aparece el nuevo mascarón de proa del hombre enfrentándose a la desconocida inmensidad.

Desnudo, veloz como las estrellas, mucho más allá de la llamada de los años. Por parejas, o como extraño solitario en el exterior ve, diminuto mensajero  de tu propia raza, y toca, si puedes, en puerto de algún lugar lejano.

 

El señor Arvid F. Sponberg, de Belfast, Irlanda del Norte, escribió: «El viaje del Pioneer 10 -y los viajes de otros como él- producirán un efecto que los poetas, pintores, y músicos no podrán ignorar por más tiempo. La existencia de la idea del Pioneer 10 es prueba de esto. La misión científica, por supuesto, tiene valor e interés incalculables, pero la idea del viaje posee un valor imaginativo mucho mayor. El Pioneer 10 nos acerca más al día en el que los artistas deben hacer frente al nuevo viaje del hombre como experiencia y no fantasía.»

 

El señor Sponberg compuso para nosotros otro poema:

 

 La nueva Odisea

Lejos, a gran distancia, más allá, carente de vínculos, descarriado, errante, anhelante arrastrado por las estrellas el Pioneer pasa rápido solitario en el exterior, a la deriva en el viento solar.

Un hombre, una mujer, huérfanos de calor terrenal, o espléndidos viajeros con velas de oro, o como gitanos vagando por viejos senderos estelares, una caravana en busca de anclaje celestial.

Si en la profundidad del frío espacio interestelar algunos ojos temerosos espían la vida de esta balsa: ¿percibirán el corazón que hay dentro de nuestro barco cuyos latidos señalan los ritmos de paz?

Un nuevo espíritu abre nuevas fronteras.

Una Odisea es nuestro hogar; loor a los Pioneer

Por supuesto, existe la posibilidad de que el mensaje fijado al Pioneer 10 -inventado por seres humanos, pero dirigido a criaturas de clase muy diferente- pueda ser, después de todo, un misterio para ellas. Sin embargo, creemos que no. También creemos que el mensaje -excepto el del hombre y la mujer- está escrito en un idioma universal. Los extraterrestres no entenderán el inglés, el ruso, el chino o esperanto, pero deben compartir con nosotros la astronomía, física y matemáticas. Creo firmemente que entenderán, sin gran esfuerzo, este mensaje escrito en el idioma galáxico: «el científico».

Pero podemos equivocarnos. La revista de humor británica Punch realizó algo parecido a una encuesta de total «falta de comprensión», encuesta, por demás, sumamente divertida mediante un artículo que tituló:

«Según el Herald Tribune (París), solamente uno de cada diez científicos de la NASA fue capaz de descifrar el mensaje. Así pues, ¿qué oportunidad les queda a los profanos o extraños?»

Punch presenta una muestra de la opinión de cuatro representantes extraterrestres. Por supuesto, se refieren a la interpretación del verdadero mensaje:

«Todavía debo poner de relieve que, en estos momentos, sólo hacemos cébalas y que ninguno de nosotros ha explicado el significado de los puntos que hay a lo largo de la parte inferior. Se nos ha sugerido que bien podría tratarse del mapa de algún ferrocarril metropolitano, pero tenemos la impresión de que esto deja de tener en cuenta la probable posición marcada por la flecha de algún yate zozobrado o posiblemente la de una cizaña de huerto. Sin embargo, la inclusión de una rubia desnuda hace que sea más que probable que esto sea alguna especie de broma o chiste enviado por algún atrasado planeta, quizás el que usan los terrestres.»

«Hablando como araña extremadamente delgada que cuenta con catorce patas -dijo una voz desde la parte posterior de Andrómeda 8- he estudiado esta tarjeta de los terrestres y la considero como un desaire. La caricatura de nuestra especie es a la vez cruda y absurda, ya que entre otras cosas sugiere que tenemos una pata derecha más larga que todo el resto. Además, el ser geométrico que está en el fondo nos vuelve claramente la espalda y uno de los otros dos está señalando con cinco antenas en gesto francamente sórdido. Parece existir poca razón para dudar, al menos entre nosotras las arañas inteligentes, que esta cosa no es más que una declaración de guerra. La ilustración de la criatura que está en la derecha lanzando flechas desde el hombro es realmente siniestra, algo que presagia, sin duda alguna, una larga y amarga lucha con los terrestres.»

«Sea lo que fuere -declaró el Ser- no ha recorrido todo este camino por nada. Sospecho que trata de decirnos algo. Supongamos, no hagamos más que suponer y esto en beneficio de una posible polémica, que esta cosa que tenemos ante nosotros no es una verdadera criatura en sí misma, sino más bien un artefacto de alguna clase. Tal teoría podría explicar, como principio, que hasta ahora no ha dicho una sola palabra. No, esta cosa fue enviada -probablemente desde algún primitivo mundo tridimensional- y yo diría que quiere ser un dibujo o código con algún mensaje para nosotros, los Seres. Por supuesto, lo que sea el mensaje depende de la manera en que se suponga pueda ser. Nada me sorprendería que fuese chabacano o grosero.»

«¡Magnífico! -la cosa en Alfa Centauro estaba abrumada por el asombro-, ¡Verdaderamente magnífico! Que sepamos hasta ahora, ésta es la primera vez que llega a nuestro planeta un trabajo original del antiguo terrestre Leonardo da Vinci. Nuestros telescopios muestran que el estilo es el suyo sin duda alguna. No obstante, el descubrimiento altera algunos de los datos que poseemos sobre la Tierra. Hasta ahora no se sabía que el clima era lo suficientemente cálido como para que los policías prestaran servicio en su mundo sin ninguna clase de ropas, ni que los principales miembros de los terrestres funcionaran mediante cuerdas. Esperamos que pronto nos envíen más tarjetas de saludo.»

Quizás el comentario editorial más comprensible es el del Times de New York:

«...esa placa bañada en oro constituye para nosotros algo más que un reto. A pesar de la misteriosa maestría o poder de las leyes divinas que permiten al hombre lanzar sus artefactos hacia las estrellas, todavía nos sentimos totalmente incapaces para ordenar nuestros sistemas aquí, en la Tierra. Aun cuando tratamos de hallar una manera de asegurar que el Homo sapiens no liquide su planeta entre llamas nucleares, se alza un coro de voces que nos dice que el hombre puede suprimir su Tierra bien mediante el exceso de población, exigiendo demasiado a sus recursos naturales, o mediante ambas cosas. «Así, el artefacto lanzado al espacio es al mismo tiempo un guante de desafío lanzado a la Tierra: que la placa lleve en su tiempo el mensaje de que el hombre está todavía aquí, no que haya estado aquí.»

El mensaje que llevaba a bordo el Pioneer 10 ha sido una auténtica diversión. Pero también ha sido algo más que eso. Es una especie de prueba cósmica Rorschach, en la cual muchas personas ven reflejadas sus esperanzas y temores, sus aspiraciones y derrotas, los más obscuros y los más luminosos aspectos del espíritu humano.

El envío de tal mensaje nos obliga a considerar cómo deseamos estar representados en una raciocinación cósmica.

¿Cuál es la imagen de la Humanidad que podríamos desear presentar a una civilización superior ubicada en cualquier punto de la Galaxia? La transmisión del mensaje del Pioneer 10 nos estimula a considerarnos a nosotros mismos desde una perspectiva cósmica.

En mi opinión, creo que el mayor significado de la placa del Pioneer 10 no es precisamente el hecho de enviar un mensaje al exterior, sino más bien el de que se trata de un mensaje enviado a nosotros mismos.

         

Capítulo 5

Experimentos en utopías


 La búsqueda de utopías de Jon Lomberg.

Al valorar la probabilidad de que existan avanzadas civilizaciones tecnológicas en cualquier punto de la Galaxia, nos encontramos con que el hecho o factor más importante es precisamente aquel sobre el cual menos sabemos: el tiempo de vida de tal civilización. Si las civilizaciones se destruyen a sí mismas rápidamente tras haber alcanzado la fase tecnológica, en cualquier momento dado (como ahora) pueden existir muy pocas con las cuales entrar en contacto. Si, por otra parte, una pequeña parte de esas civilizaciones saben vivir con armas de destrucción masiva y evitan tanto las catástrofes naturales como las autogeneradas, entonces puede llegar a ser muy grande el número de civilizaciones con las que poder comunicarnos en cualquier momento.

Esta evaluación o, más bien, simple razonamiento, es precisamente el que hace que nos preocupe el tiempo de vida de tales civilizaciones. Y, por supuesto, todavía hay una razón aún más poderosa. Debido a causas, esta vez de carácter personal, esperamos que el tiempo de vida de nuestra civilización sea largo.

Probablemente no hay ninguna época en la historia de la Humanidad que haya sufrido tantas variaciones y cambios como en la presente. Hace doscientos años se enviaba la información de una ciudad a otra empleando un medio no más rápido que el simple caballo. Hoy día, tal información se puede transmitir por teléfono, telégrafo, radio, o televisión, a la velocidad de la luz. En doscientos años, la velocidad de comunicación ha aumentado mediante un factor de treinta millones. Creemos que no se producirá un correspondiente avance futuro, puesto que los mensajes no pueden enviarse con mayor rapidez que la velocidad de la luz.

Hace doscientos años se tardaba tanto en ir desde Liverpool a Londres como ahora se tarda en ir desde la Tierra a la Luna. Cambios muy parecidos se han dado en los recursos energéticos al alcance de nuestra civilización, en la cantidad de información que se almacena y procesa, en los métodos de producción de alimentos y su distribución, en la síntesis de nuevos materiales, en la concentración de población que se ha movido desde el campo a las ciudades, en el enorme incremento de la población, en las mejoras de la práctica médica y en el enorme trastorno social.

Nuestros instintos y emociones son los mismos de nuestros antepasados y primitivos cazadores de hace un millón de años. Pero nuestra sociedad es asombrosamente diferente a la de hace un millón de años. En épocas de cambios lentos, los conocimientos y habilidades aprendidas por una generación son utilizados, probados y adaptados, y se reciben gustosamente cuando se pasan a la generación siguiente. Pero en épocas como la actual, cuando la sociedad cambia extraordinariamente sólo en el curso de una vida humana, los conocimientos paternales ya no tienen validez alguna para los jóvenes. El denominado abismo generacional no es más que una consecuencia del índice de cambio tecnológico y social. Incluso en el transcurso de una vida humana el cambio es tan grande que muchas personas quedan aisladas de su propia sociedad. Margaret Mead ha descripto a los ancianos de hoy día como involuntarios inmigrantes del pasado al presente.

Los viejos supuestos económicos, los antiguos métodos de decisión en cuanto respecta a los líderes políticos, los vetustos métodos de distribución de recursos, los de comunicar información desde el Gobierno al pueblo -y viceversa-, todos pueden una vez haber sido válidos, útiles, o al menos adaptables, pero actualmente quizá ya no posean ningún valor de supervivencia en absoluto. Todas las viejas actitudes opresivas y chauvinistas entre razas, entre sexos, y entre grupos económicos están cambiando justificadamente. Está rasgándose la tela social que cubre al mundo.

Al mismo tiempo, hay intereses creados que se oponen al cambio. Incluyen a individuos que están en el poder y que tienen mucho que ganar a corto plazo manteniendo los antiguos métodos y formas de vida, aun cuando sus hijos tengan mucho que perder a largo plazo. Son individuos incapaces de cambiar de actitud en sus edades medianas, actitud que se les inculcó, naturalmente, cuando eran jóvenes.

La situación es verdaderamente difícil. El índice de cambio no puede continuar indefinidamente. Como así lo indica el ejemplo de las comunicaciones, es preciso alcanzar un límite.

No podemos comunicarnos a mayor velocidad que la luz. No podemos tener una población que sea superior a los recursos de la Tierra. Sea cuales fueren las soluciones que se logren, a partir de ahora transcurrirán centenares de años sin que la Tierra experimente grandes cambios y tensiones sociales. Sin duda alcanzaremos alguna solución a nuestros problemas actuales. La pregunta es: ¿qué solución? En el terreno científico, una situación tan complicada como ésta resulta difícil de tratar teóricamente. No entendemos todos los factores que influyen sobre nuestra sociedad y, por tanto, no podemos hacer seguras predicciones sobre qué cambios son deseables. Hay demasiadas y complejas acciones recíprocas. A la Ecología se la ha llamado ciencia subversiva porque, cada vez que se hace un serio esfuerzo para conservar una característica del medio ambiente, se tropieza con enorme cantidad de intereses creados tanto sociales como económicos. Lo mismo se puede decir de cada vez que intentamos realizar cambios de importancia en algo que va mal; el cambio abarca a toda la sociedad en su conjunto. Es difícil aislar pequeños fragmentos de la sociedad y cambiarlos sin ejercer profunda influencia en el resto de la sociedad.

Cuando la teoría se hace imposible en la ciencia, entonces es preciso recurrir a la experimentación. El experimento es la piedra de toque de la ciencia sobre la que se asientan las teorías. El experimento es, explicado en otros términos, una especie de último tribunal de apelación. ¡Y lo que sin duda se necesita son sociedades experimentales!

Existe un buen precedente biológico para esta idea. En la evolución dé la vida hay innumerables casos en los que un organismo era claramente dominante, altamente especializado y perfectamente aclimatado a su medio ambiente. Pero el medio ambiente cambió y el organismo murió. Por esta razón, la Naturaleza emplea las mutaciones o variaciones bruscas. La mayor parte de estas mutaciones son deletéreas o mortales. Las especies que han variado son menos adaptables que los tipos normales. Pero una entre mil o de cada diez mil, posee ligeras ventajas sobre sus padres. Las mutaciones se multiplican y el organismo así variado se encuentra ya mejor adaptado que antes.

Creo que lo que estamos necesitando son los cambios o mutaciones sociales. Quizá debido a que la tradición de la ciencia-ficción asegura que las mutaciones son feas y odiosas, sería mejor emplear otro término.

Pero la mutación social -una variación en el sistema social que se puede multiplicar y que si funciona bien puede ser el camino hacia otro futuro- parece ser la mejor frase.

Sería conveniente examinar por qué algunos de nosotros consideramos discutible esta frase. Deberíamos estimular la experimentación social, económica y política, a gran escala, en todos los países. Sin embargo, al parecer, está ocurriendo lo contrario. En países como los Estados Unidos y la Unión Soviética, la política oficial consiste precisamente en desalentar la experimentación porque, desde luego, es impopular para la mayoría. La consecuencia práctica es una desaprobación fuertemente popular de los cambios que puedan ser extraordinarios. Los jóvenes idealistas urbanos inmersos en una cultura de la droga, con formas de vestir consideradas como grotescas según normas convencionales, y sin ningún conocimiento sobre agricultura, no es probable que obtengan el éxito en establecer utópicas comunidades agrícolas en el Sudoeste americano, incluso sin hostigamientos o persecuciones locales. Sin embargo, estas comunidades experimentales, en todo el mundo, han estado y están sujetas a la hostilidad y violencia de sus vecinos más convencionales. En algunos casos, los vigilantes se encolerizan porque, en el fondo, rechazan todo cuanto les ha inculcado la generación precedente con respecto a los convencionalismos.

Por tanto, no debe sorprendernos que fracasen las comunidades experimentales. Tropiezan siempre con enorme oposición. Sólo se da un pequeño número de mutaciones. Pero la ventaja que tienen las mutaciones sociales sobre las mutaciones biológicas es que los individuos aprenden; los participantes en fracasados experimentos comunales pueden valorar las razones del fracaso y en posteriores experimentos tratar de evitar las causas del fracaso inicial.

No sólo debieran contar con la aprobación popular tales experimentos, sino también con una ayuda gubernamental que los apoyara. Les voluntarios para dichos experimentos utópicos -al enfrentarse con situaciones muy extrañas y hasta peligrosas en beneficio de la sociedad- creo que han de considerarse como hombres y mujeres de gran valor, de un valor realmente ejemplar. Son como el rompehielos que se abre paso hacia el futuro. Un día surgirá una comunidad experimental que funcione mucho más eficazmente que la sociedad políglota, correosa, y llena de parches en que estamos viviendo. Entonces tendremos ante nosotros una alternativa viable.

No creo que haya nadie hoy día lo suficientemente sabio como para predecir cuál será el futuro de tal sociedad. Puede que haya muchas y diferentes alternativas para cada una de ellas, por supuesto, con más éxito que la penosa y triste variedad que actualmente vivimos. Un problema íntimamente relacionado con éste es que las sociedades no occidentales, subdesarrolladas, carentes de toda tecnología, viendo el poder y la gran riqueza material de Occidente, están haciendo enormes esfuerzos por imitarnos, abandonando así muchas antiguas tradiciones, y formas de vida realmente importantes. Hoy día sabemos muy bien que algunas de esas alternativas que se abandonan contienen elementos para las otras alternativas que buscamos. Debe haber alguna manera de conservar los elementos adaptables de nuestras sociedades dolorosamente logradas a través de milenios de evolución sociológica-, mientras que, al mismo tiempo, es preciso aceptar la tecnología moderna. El problema principal y más inmediato es extender los logros tecnológicos a la vez que se mantiene la diversidad cultural.

Algunas veces se estima que la propia tecnología constituye un problema en sí. Yo sostengo que el error reside en el mal uso que hacen de la tecnología los líderes de las sociedades elegidos por métodos democráticos o, simplemente, a dedo, como hoy día se dice. Si tuviésemos que volver a primitivas tentativas agrícolas, como algunos sugieren, viéndonos obligados a abandonar la tecnología agrícola moderna, condenaríamos a muerte a centenares de millones de personas. El problema está en usar prudentemente la tecnología.

Por razones muy similares, la tecnología debe ser un factor principalísimo en sociedades planetarias más antiguas que la nuestra. Considero probable que esas sociedades que son infinitamente más sabias y benignas que la nuestra, sin embargo, gozan de una tecnología mucho más avanzada que la terrestre. Nos encontramos en un momento de transición en la historia de la vida sobre la Tierra. No hay instantes más peligrosos, pero también es verdad que ni hubo ni hay momentos tan prometedores para el futuro de la vida en nuestro planeta.

 

Capítulo 6

Chauvinismo

En el fondo, los chistes son una forma más de luchar contra la ansiedad. Hay un tipo de chistes que se relaciona íntimamente con la vida extraterrestre. En uno de ellos, un visitante extraterrestre que llega a la Tierra se acerca a una bomba de gasolina o una máquina de vender chicle -el efecto depende de quién los cuente- y pregunta:

«¿Qué es lo que está haciendo en un lugar como éste una chica tan bonita como tú?»

En cualquier otra parte, los seres, sin duda alguna, serán muy diferentes a nosotros. Pero el chiste supone que los organismos extraterrestres serán, si no como los seres humanos, sí como bombas de gasolina o máquinas vendedoras de chicle. Lo más probable es que los seres extraterrestres no se parezcan en absoluto a cualquier organismo o máquinas que para nosotros resulten familiares. Los extraterrestres serán el producto de miles de millones de años de evolución biológica independiente, evolución lenta, paso a paso, y en cada uno de estos pasos se habrán dado una serie de pequeños accidentes de mutación, en planetas con medio ambientes muy distintos del que caracteriza a la Tierra.

Pero estos chistes subrayan un problema general y una virtud también general al pensar o reflexionar sobre la vida en cualquier otro lugar.

El problema es que tan sólo tenemos para estudiar una sola clase de vida, la biología correlacionada del planeta Tierra, todos los organismos de los que se ha descendido a partir de un solo caso del origen de la vida. Para el biólogo tanto como para el profano, resulta difícil determinar qué propiedades de la vida en nuestro planeta son accidentes del proceso evolutivo y qué propiedades son características de la vida en todas partes. La suposición de que la vida en cualquier otro lugar ha de ser, de alguna forma principal, la misma que aquí es una fantasía, noción o presunción, que llamaré puro chauvinismo.

A la vez que tal chauvinismo ha sido y es cosa común a través de toda la historia humana, de vez en cuando han surgido puntos de vista mucho más claros, como, por ejemplo, el del gran astrónomo francés Pierre Simón, marqués de Laplace. En su obra clásica Le mecanique celeste escribió:

«La influencia [del Sol] provoca el nacimiento de animales y plantas que cubren la Tierra, y la analogía nos induce a creer que produce efectos similares en los planetas; pues no es natural proponer o afirmar que este factor, cuya fecundidad vemos desarrollarse de varias formas, deba ser estéril sobre un planeta tan grande como Júpiter, que, al igual que la Tierra, tiene sus días, sus noches, y sus años, y en el cual la observación descubre cambios que indican la presencia de fuerzas muy activas. El hombre, formado para vivir a la temperatura que disfruta sobre la Tierra, no podría, según todo posible indicio, vivir en otros planetas, pero ¿es que no habrá cierta diversidad de organización adecuada a las diferentes temperaturas de los planetas de este Universo? Si la diferencia de elementos y climas causa tal variedad en la producción de la Tierra, ¿cuán infinitamente diversificada debe ser la producción de los planetas y sus satélites?»

 Laplace escribía estas palabras a finales del siglo XVIII.

«Evidentemente, los habitantes de la Tierra son muy parecidos a nosotros los jupiterianos... Excepto en el hecho de que no usan ropa.»

Un comentario sobre el chauvinismo. Cortesía de Paul Conrad, Times  de Los Ángeles.

La virtud, o, más bien, la cualidad, de pensar en la vida de cualquier otra persona nos obliga a forzar nuestra imaginación. ¿Podemos pensar en soluciones alternativas a problemas biológicos ya resueltos de una forma particular en la Tierra? Por ejemplo, la rueda es una invención relativamente reciente en el planeta Tierra.

Parece haber sido inventada en el antiguo Oriente Próximo hace menos de diez mil años. De hecho, las avanzadas civilizaciones de América Central, los aztecas y los mayas, nunca emplearon la rueda a no ser en los juguetes de los niños. La Biología -el proceso evolutivo- nunca ha inventado la rueda, a pesar de que sus ventajas selectivas son manifiestas. ¿Por qué no ha de haber arañas rodadas o cabras o elefantes deslizándose sobre ruedas por las autopistas? La respuesta más evidente es que hasta hace muy poco tiempo no existían las autopistas. Las ruedas se emplearon y se emplean cuando se dispone de superficies adecuadas a ellas. Como el planeta Tierra es un lugar heterogéneo, «abollado», con pocas zonas llanas, no había ventaja alguna en desarrollar y perfeccionar la rueda. 

 

 

Animalillos-cachivache, litografía de Maurits Cornelis Escher de 1951.

Podemos imaginar otro planeta con enormes superficies cubiertas de lava, superficies llanas, suaves, en las que los organismos rodados sean abundantes. El fallecido artista holandés M. C. Escher diseñó un organismo parecido a una salamandra que encajaría muy bien en semejante medio ambiente.

La evolución de la vida en la Tierra es un producto de acontecimientos azarosos, mutaciones casuales y de etapas evolutivas en especies aisladas; las pequeñas y primeras diferencias en la evolución de la vida más tarde ejercen enorme influencia en la misma evolución. Si comenzásemos a formar la Tierra nuevamente y dejáramos que operasen sólo los factores al azar, creo que no nos pareceríamos en absoluto a los seres humanos. Si esto es así, es mucho menos probable que los organismos que han evolucionado independientemente en un medio ambiente por completo distinto de otro planeta de una lejanísima estrella hayan de parecerse a los seres humanos.

Así pues, las obras de ciencia-ficción que tratan del amor sexual entre un ser humano y un habitante de otro planeta ignoran, en el sentido más fundamental, las realidades biológicas. John Cárter podía amar a Dejah Thoris, pero, a pesar de lo que creía Edgar Rice Burroughs, su amor no podía consumarse. Y aun cuando pudiera, no sería posible la descendencia. De la misma manera, la categoría de una historia de contacto sexual entre humanos y saucerianos, muy de moda en algunos entusiásticos círculos OVNI, y descripto recientemente en una revista semanal con el modesto título:

«¡Hicimos el amor con una rubia de un platillo volante!»

debe relegarse al reino de la improbable fantasía. Tales amores y «cruces» son tan razonables como el cruce entre un hombre y una petunia.

Una frase muy popular -aparece a menudo en libros sobre los planetas- es: «la vida, tal y como la conocemos»

Leemos que la «vida tal y como la conocemos» es imposible en éste o aquel planeta. Pero, ¿qué es la vida tal y como la conocemos? Depende enteramente de quién sea el «nosotros». Una persona poco versada en Biología, que no pueda apreciar las numerosas adaptaciones y variedades de los organismos terrestres, tendrá una idea muy pobre acerca de la extensión y alcance de los posibles «habitats» biológicos. Incluso hay discusiones entre famosos científicos que dan la impresión de que un medio ambiente que es incómodo para mi abuela es imposible para la vida.

En cierta época se pensó que se había detectado en la atmósfera de Marte óxido de nitrógeno. Se publicó un documento o comunicación científica sobre este supuesto hallazgo. Los autores de la comunicación alegaban que, por tanto, la vida era imposible en Marte porque los óxidos de nitrógeno son gases venenosos. Por lo menos, existen dos objeciones a este argumento. En primer lugar, los óxidos de nitrógeno son gases tóxicos sólo para algunos organismos de la Tierra. En segundo lugar, ¿qué cantidad de óxidos de nitrógeno se supone ha sido descubierta en Marte?

Cuando calculé la cantidad, resultó que era inferior a la que como término medio flota sobre Los Ángeles. Los óxidos de nitrógeno son importantes componentes del «puré de guisantes». La vida en Los Ángeles puede ser difícil, pero aún no es imposible. La misma conclusión se puede aplicar a Marte. El problema final de estas observaciones particulares es que muy probablemente sean equivocadas. Por ejemplo, los últimos estudios y observaciones hechos por Tobías Owen y por mí con el Observatorio Astronómico Orbitante han demostrado que no existen óxidos de nitrógeno en Marte.

También es muy corriente el chauvinismo del oxígeno. Si un planeta carece de oxígeno, se dice que es inhabitable. Este punto de vista ignora el hecho de que la vida surgió en la Tierra bajo una total falta de oxígeno. De hecho, el chauvinismo del oxígeno, si se acepta, demuestra lógicamente que la vida en cualquier otro lugar es imposible. En principio, el oxígeno es un gas tóxico. Químicamente se combina con y destruye las moléculas orgánicas que componen la vida terrestre. Hay muchos organismos en la Tierra que no necesitan oxígeno y otros muchos que se intoxican con él.

Todos los primitivos organismos de la Tierra no usaron oxígeno molecular 02. En un brillante conjunto de adaptaciones evolutivas, los organismos como insectos, ranas y peces, además de las personas, aprendieron no sólo a sobrevivir en la presencia de este gas tóxico, sino a usarlo para aumentar la eficacia con la cual metabolizamos los alimentos. Pero esto no debe ocultarnos el carácter fundamentalmente tóxico de este gas. La ausencia de oxígeno en un lugar como Júpiter es, por tanto, un argumento difícil de mantener en contra de la vida en tales planetas.

 

También hay chauvinistas en el terreno de la luz ultravioleta. A causa del oxígeno presente en la atmósfera terrestre, en las altas capas de la misma se produce una variedad de molécula de oxígeno llamada ozono (03), aproximadamente a unos 50 km sobre la superficie. Esta capa de ozono absorbe los rayos ultravioleta de longitud de onda media del Sol, impidiéndoles que alcancen la superficie de nuestro planeta. Estos rayos son germicidas. Se emiten mediante lámparas ultravioleta normalmente usadas para esterilizar instrumentos quirúrgicos. Los fuertes rayos ultravioleta del Sol constituyen un peligro sumamente grave para una gran proporción de formas de vida en la Tierra. Pero esto se debe a que la mayor parte de tales formas de vida terrestre se desarrollaron en ausencia de una elevada radiación ultravioleta.

Es fácil imaginar adaptaciones para proteger a los organismos contra la luz ultravioleta.

De hecho, las quemaduras del Sol y la melanodermia son adaptaciones en este sentido. No han ido muy lejos en la mayor parte de los organismos terrestres porque la actual radiación ultravioleta no es muy elevada. En un lugar como Marte donde hay poco ozono, la luz ultravioleta de su superficie es extremadamente intensa. Pero la superficie marciana cuenta con un material que absorbe intensamente la luz ultravioleta -como lo hacen la mayor parte del suelo y las rocas- y podemos imaginar fácilmente organismos vagando de acá para allá con pequeños escudos opacos antiultravioleta en sus espaldas: tortugas marcianas. O, quizás, organismos marcianos cargados con parasoles ultravioleta. Muchas moléculas orgánicas también podrían usarse en las capas exteriores de organismos extraterrestres para protegerlos contra la luz ultravioleta.

Otro chauvinismo: la temperatura. Se dice que las temperaturas sumamente bajas que reinan en planetas como Júpiter o Saturno, en el exterior del Sistema Solar, hacen allí imposible toda clase de vida, pero estas bajas temperaturas no se aplican a todas las zonas del planeta. Se refieren únicamente a las capas de nubes más exteriores, las capas que son accesibles a los telescopios infrarrojos que pueden medir temperaturas. Sin duda alguna, si pudiésemos instalar este telescopio en la vecindad de Júpiter orientándolo hacia la Tierra, deduciríamos que en la Tierra las temperaturas son muy bajas. Estaríamos registrando la temperatura de las nubes superiores y no las de la mucho más cálida superficie terrestre. En la actualidad está firmemente establecido, tanto teóricamente como mediante la observación por radio de estos planetas, que, a medida que penetramos bajo las nubes visibles, las temperaturas van en aumento. Hay siempre una región en la atmósfera de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, que goza de temperaturas realmente cómodas, de acuerdo con las normas terrestres en este sentido.

Pero, ¿por qué es necesario tener temperaturas como éstas en la Tierra, con objeto de que así prolifere la vida? Un ser humano se siente gravemente afectado si la temperatura de su cuerpo varía en 20° hacia arriba o hacia abajo. ¿Acaso ocurre esto porque vivimos por accidente en un planeta del Sistema Solar, cuya superficie mantiene una temperatura ideal en cuanto se refiere a la biología? ¿O es que nuestra química se ha adaptado delicadamente a la temperatura del planeta en que hemos evolucionado? Creo que éste es el caso. Otras temperaturas, otras bioquímicas.

Nuestras moléculas biológicas se sitúan, por así decirlo, en complejas disposiciones tridimensionales. El funcionamiento de estas moléculas, particularmente las enzimas, se activa o desactiva alterando esta disposición tridimensional. El grado de afinidad química que producen estas disposiciones debe ser suficientemente débil como para interrumpirse convenientemente a temperaturas [normales] terrestres y, al mismo tiempo, lo bastante sólido para no deshacerse por completo si se le deja sólo durante cortos períodos de tiempo. Un enlace químico conocido como enlace de hidrógeno posee la adecuada energía intermedia entre estas alternativas inestables. El enlace de hidrógeno está íntimamente relacionado con la bioquímica tridimensional de los organismos terrestres.

En un planeta mucho más caluroso, como Venus, nuestras moléculas biológicas quedarían destrozadas. En un planeta mucho más frío, en el exterior del Sistema Solar, nuestras moléculas biológicas adoptarían un estado rígido y nuestras reacciones químicas no actuarían de ninguna forma útil. Sin embargo, es posible que unos enlaces mucho más fuertes en Venus y otros mucho más débiles en el exterior del Sistema Solar desempeñen el mismo papel que representen en la Tierra los enlaces de hidrógeno. Es muy probable que nos hayamos mostrado demasiado tajantes al rechazar la vida a temperaturas muy diferentes de las que existen en nuestro planeta. No se conocen muchas reacciones químicas que se desarrollen con índices útiles a temperaturas muy bajas como las que podrían existir en Plutón de 30 ó 40° sobre el cero absoluto[1]. Pero también hay muy pocos laboratorios químicos en la Tierra donde se hayan realizado experimentos a 30 ó 40” sobre el cero absoluto. Con unas pocas excepciones, tales experimentos no se han realizado en ningún momento.

Así pues, nos hallamos a merced de la selección por observación. Examinamos solamente una pequeña fracción de la posible gama de casos debido a una inconsciente preferencia o predisposición, y entonces concluimos que todos los casos concebibles deben ajustarse a los que no han forzado nuestras preconcepciones. Otro chauvinismo muy común -que dicho sea de paso comparto en cierta medida- es el del carbono. Un conocido chauvinista en este terreno mantiene que los sistemas biológicos de cualquier otro lugar del Universo estarán formados por compuestos de carbono, como la vida de nuestro planeta. 

Hay alternativas posibles: átomos como el silicio o el germanio pueden intervenir en algunas de las mismas clases de reacciones químicas que el carbono. También es cierto que se ha prestado más atención a la química orgánica del carbono que a la química orgánica del silicio o del germanio, en parte, principalmente, porque la mayoría de los bioquímicos que conocemos se dedican más al carbono que a la variedad del silicio o germanio. Sin embargo, y por lo que sabemos sobre las alternativas químicas en este sentido, parece evidente que -excepto en medios ambientes de temperaturas muy bajas- existe una variedad mucho más amplia de compuestos complejos que se pueden formar del carbono que de las otras alternativas[2].

Por añadidura, la abundancia cósmica de carbono excede a la del silicio, germanio u otras alternativas. En cualquiera otra parte del Universo, sobre todo en medios ambientes planetarios primitivos en los cuales se esté dando origen a la vida, hay simplemente más carbono que átomos alternativos para formar moléculas complejas. Por los experimentos de laboratorio en los que se simula la primitiva atmósfera de la Tierra o los actuales medios ambientes de Júpiter, así como también mediante los estudios radioastronómicos del medio interestelar, vemos existe una profusión de moléculas orgánicas simples y complejas producidas por una amplia variedad de fuentes de energía. Por ejemplo, en uno de nuestros experimentos el paso de una sola onda de choque a alta presión a través de una mezcla de metano (CH4), etano (C2H6), amoníaco (NH3) y agua (H2O) convirtió el 38% del amoníaco en aminoácidos, cimientos de las proteínas. No se obtuvieron enormes cantidades de otras clases de moléculas orgánicas.

Así pues, los átomos y las moléculas simples de que estamos formados es probable que sean comunes a organismos de cualquier otro lugar del Universo. Pero la manera específica en que estas moléculas se juntan y las formas específicas y fisiológicas de los organismos extraterrestres pueden ser sumamente diferentes de lo que es corriente en nuestro planeta, a causa de sus diferentes historias evolutivas.

Al considerar cuáles han de ser las estrellas a estudiar y examinar buscando posibles señales de radio dirigidas a nosotros, usualmente se presta mucha atención a estrellas como nuestro Sol. Se ha alegado, con razón, que la búsqueda e investigaciones deben iniciarse con un tipo de estrella en la que sepamos hay vida, al menos en uno de sus planetas, repito que principalmente estrellas como nuestro conocido Sol. En el Proyecto Ozma, primer intento de búsqueda de señales de radio, las dos estrellas examinadas, Tau Ceti y Épsilon Eridani, eran ambas estrellas con masa, radio, edad y composición muy parecidas a nuestro Sol, que los astrónomos llamaron G-0 enanas. De hecho, eran las dos estrellas más cercanas y más parecidas al Sol.

Pero, ¿hemos de limitar nuestra atención a estrellas parecidas al Sol? Creo que no. Estrellas con masa ligeramente menor y de luminosidad también inferior que la de nuestro Sol tienen existencia más antigua. Estas estrellas llamadas enanas K y M pueden tener miles de millones de años más que el Sol. Si suponemos que cuanto más larga sea la vida de un planeta, más inteligentes serán los organismos que en él se han desarrollado, entonces debemos dirigir nuestra atención a las estrellas K y M y evitar el chauvinismo de la estrella G. Puede objetarse que los planetas de las estrellas K y M son mucho más fríos que la Tierra, y que la vida en ellos es muy poco probable. La premisa de esta objeción no parece ser muy válida. Tales planetas parecen estar más cerca de sus estrellas que los correspondientes planetas de nuestro Sistema Solar, y ya hemos hablado de la falsedad o falacia del chauvinismo de la temperatura. Por otra parte, también hay muchas más estrellas K y M que estrellas G.

¿Existe un chauvinismo planetario? La mayor parte de la vida surge y reside en planetas, ¿o acaso pudiera haber organismos que habitan en las profundidades del espacio interestelar, superficies o interiores de estrellas, o incluso otros objetos cósmicos incluso más exóticos?

Resulta muy difícil responder a estas preguntas dado nuestro actual estado de ignorancia. La densidad de la materia en el espacio interestelar es tan baja que allí, simplemente, un organismo no puede adquirir suficiente material para realizar una copia de sí mismo en cualquier período de tiempo razonable. Sin embargo, esto no es cierto en cuanto se refiere a las densas nubes interestelares, pero tales nubes viven durante cortos períodos de tiempo, condensándose para formar estrellas y planetas. En el proceso se calientan tanto que probablemente se destruye cualquier compuesto orgánico que contengan.

Podríamos imaginar organismos desarrollándose en planetas con atmósferas que lentamente vayan alejándose en e! espacio, permitiendo que los organismos se vayan adaptando gradualmente a unas condiciones cada vez más duras, y, por último, aclimatándose a lo que, en efecto, es un medio ambiente interestelar. Los organismos que abandonan tales planetas -quizá mediante presión de radiación electromagnética, o por viento solar del sol local- podrían poblar el espacio interestelar, pero aun así tendrían que enfrentarse con insolubles problemas de mala nutrición.

Hay una especie diferente de organismo interestelar mucho más probable: seres inteligentes que nacen en planetas como nosotros, pero que han trasladado su campo de actividad al volumen mucho más vasto del espacio interestelar. Los seres, en nuestro lejano futuro tecnológico, deberán poseer capacidades que hoy día ni siquiera podemos imaginar. No puede dudarse que tales sociedades deberán dominar la materia y energía de las estrellas y galaxias con objeto de ponerlas a su servicio. Así como nosotros somos organismos que únicamente nos sentimos «en casa» cuando pisamos tierra, aunque hayamos evolucionado del mar, el Universo puede poblarse con sociedades que nazcan en planetas, pero que únicamente se sientan cómodos en las profundidades del espacio interestelar.

         

Capítulo 7

La exploración del espacio como empresa humana:

1. El interés científico


Fotografía compuesta de cámaras all-sky de nuestra galaxia Vía Láctea. Cortesía del Dr. Bart Bok y del Lund Observatory.

Hay un lugar con cuatro soles en el cielo: rojo, blanco, azul, y amarillo; dos de ellos están tan cerca uno del otro que se tocan, y entre ellos se extienden las estrellas.

Conozco un mundo con un millón de lunas.

Conozco un sol que tiene el tamaño de la Tierra, un sol con diamantes.

Hay núcleos atómicos de 1.600 m de ancho que giran treinta veces por segundo.

Hay diminutos granos entre las estrellas, con el tamaño y composición atómica de las bacterias.

Hay bacterias que abandonan la Vía Láctea.

Hay inmensas nubes de gas que penetran en la Vía Láctea.

Hay plasmas turbulentos que se retuercen con poderosas explosiones estelares y con rayos X y gamma.

Hay, quizá, lugares fuera de nuestro Universo.

El Universo es vasto y pavoroso y por vez primera estamos formando parte de él.

Los planetas ya no son luces que vagan por el firmamento nocturno. Durante siglos, el hombre vivió en un Universo que parecía seguro y agradable, incluso limpio. La Tierra era el blanco de la creación y el hombre, el pináculo de la vida mortal. Pero estas nociones alentadoras y de arcaica belleza no soportaron la prueba del tiempo. Ahora sabemos que vivimos en un diminuto trozo de roca y metal, en un planeta más pequeño que algunas de las relativamente menores manchas de Júpiter, y algo que resulta casi insignificante cuando lo comparamos con una sencilla mancha del Sol.

Nuestra estrella, el Sol, es pequeña, fresca y poco insinuante, uno de los doscientos mil millones de soles que forman la Vía Láctea. Estamos situados tan lejos del centro de la Vía Láctea, que la luz tarda unos 30.000 años en llegar a nosotros desde allí viajando a una velocidad de unos 300.000 km por segundo. Estamos en lo que podríamos llamar casi el borde de la galaxia donde no existe acción alguna. La Vía Láctea es totalmente insignificante, ya que no es más que una galaxia más entre miles de millones de otras galaxias esparcidas por la inmensidad aterradora del espacio.

«El Mundo» ya no se puede traducir por «El Universo». Vivimos en un mundo inmerso entre la inmensidad de otros.

Las ideas de Charles Darwin sobre la selección natural han demostrado que no hay senderos evolutivos que conduzcan infaliblemente desde las formas simples al hombre; más bien, la evolución procede de un modo convulsivo, sin un plan determinado, y la mayor parte de las formas de vida conducen a callejones sin salida en la evolución. Somos el producto de una larga serie de accidentes biológicos. En la perspectiva cósmica no hay razón alguna para pensar que seamos los primeros, los últimos, o los mejores.

Estas concepciones de Copérnico y de Darwin son evidentemente muy profundas; para algunos, en cierta medida, inquietantes. Pero llevan consigo ideas que podríamos calificar de compensatorias. Nos damos perfecta cuenta de nuestra conexión con otras formas de vida tanto simples como complejas. Sabemos que los átomos que nos forman fueron sintetizados en los interiores de generaciones anteriores de estrellas moribundas. No ignoramos tampoco nuestra íntima relación con el resto del Universo, tanto en la forma como en la materia. El Cosmos que nos han revelado los nuevos avances en astronomía y biología es mucho más grandioso y más pavoroso también que el diminuto Mundo de nuestros antepasados. Y estamos formando parte de él, del Cosmos tal y como es y no del Cosmos de nuestros deseos.

Ahora mismo, la Humanidad se encuentra ante varias encrucijadas de carácter histórico. Nos hallamos en el umbral de un reconocimiento preliminar del Cosmos. Por primera vez en la Historia, el hombre es capaz de enviar sus instrumentos y a sí mismo, personalmente, fuera de su planeta-hogar para explorar el Universo que le rodea.

Pero la exploración del espacio se ha justificado, principalmente en términos de grandes consideraciones de prestigio nacional, tanto en los Estados Unidos como en la Unión Soviética; en términos de mejora de capacidades tecnológicas, en una época en la que muchas personas consideran el desarrollo de la tecnología como de desastrosas consecuencias; en términos de una falsa necesidad militar, en una época en la que la gente de todo el mundo lo que más desea es una total desmilitarización de la sociedad.

En estas circunstancias no resulta sorprendente que se hagan preguntas duras acerca de los gastos espaciales, cuando existen necesidades urgentes y visibles en cuanto se refiere a fondos para corregir injusticias y mejorar la sociedad y la calidad de la vida en la Tierra. Evidentemente, estas preguntas son idóneas. Si los científicos no pueden dar al hombre de la calle una explicación satisfactoria sobre los gastos en la exploración del espacio, no es lógico ni moral que se destinen fondos públicos a tales aventuras. El interés de un científico por la exploración espacial probablemente obedezca a deseos muy personales, algo que le desorienta, algo que le intriga, algo que posee implicaciones que le excitan. Pero no podemos pedir al público que gaste grandes sumas sólo para satisfacer la curiosidad del científico. Sin embargo, cuando profundizamos más en el interés profesional de un científico, a menudo hallamos un foco de preocupación que en gran parte llega a atraerse el interés público.

Un área fundamental de interés común es el problema de la perspectiva. La exploración del espacio nos permite ver a nuestro planeta y a nosotros mismos desde una nueva luz. Somos como lingüistas en una remota isla donde sólo se habla un único idioma. Podemos construir teorías generales sobre idiomas, pero no disponemos más que de un solo ejemplo para examinarlo. Es improbable que nuestra comprensión del idioma posea la generalidad que requiere una madura ciencia de lingüística humana.

Hay muchas ramas de la ciencia donde nuestro conocimiento es igualmente provincial y pueblerino, restringido a un simple y solo ejemplo entre una vasta multitud de posibles casos. Únicamente examinando el índice de casos asequibles en todas partes, se puede idear o proyectar una amplia ciencia general.

La ciencia que sin duda gana más con la exploración planetaria es la Biología. En un sentido muy fundamental, los biólogos tan sólo han estado estudiando una forma de vida en la Tierra. A pesar de la manifiesta diversidad de formas de vida terrestre, son idénticas en el más profundo de los sentidos. Tanto los tiburones y las begonias como las bacterias y las ballenas usan ácidos nucleicos para almacenar y transmitir información hereditaria. Todos utilizan proteínas para catálisis y control. Todos los organismos de la Tierra, que sepamos, emplean el mismo código genético. La estructura transversal de la célula del espermatozoide humano es casi idéntica a la del cilio de paramecio. La clorofila, hemoglobina y las substancias responsables de la coloración de muchos animales son esencialmente la misma molécula.

Es difícil escapar a la conclusión -que en cierto sentido está implícita en la selección natural de Darwin- de que la vida en la Tierra se ha desarrollado partiendo de un solo ejemplo de origen de la vida. Si esto es cierto, tiene bastante sentido el que el biólogo no pueda distinguir lo necesario de lo superfluo o eventual, es decir diferenciar aquellos aspectos de la vida que cualquier organismo en cualquier lugar del Universo debe poseer simplemente para estar vivo, de aquellos aspectos de la vida que son resultado de la tortuosa evolución debida a pequeñas adaptaciones oportunistas.

La producción de moléculas orgánicas simples (basadas en el carbono) en condiciones planetarias primitivas y simuladas es hoy día tema de

activa investigación de laboratorio. Como ya hemos visto anteriormente, las moléculas de que estamos hechos se pueden producir con cierta facilidad, en ausencia de vida y en condiciones planetarias primitivas en general. Pero no es posible llevar a cabo experimentos de laboratorio ni siquiera sobre las primeras etapas de la evolución biológica: las escalas de tiempo son demasiado largas. Sólo examinando sistemas de vida de otros lugares pueden determinar los biólogos cuáles son las demás posibilidades que existen.

Por esta razón, el descubrimiento de incluso un organismo extremadamente simple en Marte hubiese tenido profundo significado biológico. Por otra parte, si Marte está muerto, no cabe la menor duda de que se ha llevado a cabo un experimento natural en nuestro beneficio: dos planetas, en muchos aspectos parecidos, pero en uno se ha desarrollado la vida y en el otro no. Comparando el planeta control con el experimental, puede descubrirse mucho sobre el origen de la vida. De la misma manera, la búsqueda de productos químicos orgánicos y prebiológicos en la Luna, Marte, o Júpiter tiene una gran importancia para comprender los pasos que conducen al origen de la vida.

Como otro ejemplo de la perspectiva proporcionada por los estudios planetarios, consideremos la meteorología. Los problemas del flujo turbulento y la dinámica fluida figuran entre los más difíciles de la Física. Se han logrado algunos datos e ideas sobre el tiempo en la Tierra estudiando la posición de las corrientes de aire, examinando las fotografías de los satélites meteorológicos y la circulación de la atmósfera terrestre. A pesar de todo, la teoría meteorológica para la Tierra es hoy capaz de predicciones climáticas de largo alcance, pero sólo sobre áreas geográficas muy extensas, en condiciones en que puedan considerarse válidas las suposiciones simplificadoras, y circunscribiéndose a un corto plazo en el futuro. Los estudios de laboratorio sobre la circulación atmosférica poseen alcance limitado; clásicamente se llevan a cabo en pilas de fregar platos transformadas.

Sería agradable realizar un experimento «Joshua», impedir durante un rato que la Tierra girase. El cambio en la circulación proporcionaría conocimientos sobre el papel de la rotación de la

Tierra en determinar la circulación (principalmente a través de las fuerzas de Coriolis). Pero tal experimento es tecnológicamente muy difícil. Asimismo produce efectos secundarios poco deseables. Por otra parte, el planeta Venus, con aproximadamente la misma masa y radio que la Tierra, tiene un movimiento de rotación doscientas cuarenta veces menor. La atmósfera de Venus es mucho más densa que la de la Tierra. La Naturaleza, pues, ha dispuesto un experimento natural para los meteorólogos.

Júpiter gira aproximadamente cada diez horas sobre su eje; un enorme planeta que lo hace mucho más rápidamente que la Tierra. Los efectos de la rotación deben de ser mucho más importantes que sobre la Tierra, e indudablemente Júpiter da la impresión de poseer una atmósfera turbulenta y terriblemente agitada; sus fajas y cinturones atmosféricos ciertamente son una prueba de su rápida rotación. Una buena comprensión de la circulación de las densas atmósferas de Venus y Júpiter mejorará, sin duda, nuestros conocimientos acerca de la circulación oceánica y atmosférica de la Tierra.

O fijémonos en el planeta Marte. He aquí un planeta con el mismo período de rotación y la misma inclinación de su eje de rotación a su plano orbital que la Tierra. Pero su atmósfera solamente alcanza al

1 % de la nuestra, carece de océanos y tampoco tiene agua líquida. Marte es un experimento de control sobre la influencia de los océanos y agua líquida en la circulación atmosférica.

Hasta hace muy poco tiempo, el geólogo sólo se había limitado a un tipo de estudio: el de la Tierra. Era incapaz de decidir qué propiedades de la Tierra son fundamentales a todas las superficies planetarias y cuáles son peculiares a las circunstancias únicas de la Tierra. Por ejemplo, las observaciones sismográficas de los terremotos han revelado la estructura interior de la Tierra y su división en corteza, manto, centro de metal fluido y núcleo interior sólido. Pero la razón de esta división sigue siendo muy obscura. ¿En alguna época geológica exudó la Tierra su corteza partiendo del manto? ¿Cayó de los cielos durante algún temprano acontecimiento catastrófico? ¿Acaso el núcleo de la Tierra se formó gradualmente durante una época geológica mediante el hundimiento o penetración del hierro a través del manto? ¿O se formó de forma discontinua, quizás, en una Tierra en fusión en la época en que se originó nuestro planeta? Tales problemas se pueden examinar efectuando observaciones sismométricas sobre la superficie de otros planetas, y podrían resultar poco costosos si se realizaran automáticamente con los instrumentos de que disponemos hoy día.

Actualmente se dispone de pruebas convincentes de que existe un movimiento de deriva continental. El movimiento de África y América alejándose un continente de otro es el ejemplo más conocido hasta la fecha. Algunas teorías mencionan el hecho de que la fuerza de impulso de la deriva continental y de la evolución del interior de nuestro planeta se hallan correlacionadas, por ejemplo, mediante corrientes de difusión de calor que circulan lentamente entre el núcleo y la corteza en el manto. Tales conexiones entre geología de superficie y el interior de los planetas están empezando a destacar en el estudio de otros astros. Ponemos a prueba nuestra comprensión de tales relaciones demostrando si pueden aplicarse a otro lugar cualquiera.

Las perspectivas que se han conseguido en esta clase de estudios proporcionan una amplia gama de consecuencias prácticas. Una generalización de la ciencia meteorológica puede conducir a grandes mejoras en el pronóstico del tiempo. Incluso podría conducir a la modificación del tiempo. El estudio de la atmósfera de Venus ya ha dado lugar a la teoría de que allí está teniendo lugar un efecto de «invernadero» descontrolado, un equilibrio inestable en el cual un aumento de la temperatura provoca un aumento del contenido de vapor de agua atmosférico, que a su vez provoca absorción infrarroja de la radiación térmica del planeta llevando a un incremento aún mayor en la temperatura de la superficie, y así sucesivamente. Si la Tierra hubiese iniciado su recorrido ligeramente más cerca del Sol de lo que lo ha hecho, los cálculos teóricos preliminares indican que habríamos terminado por ser otro marchito y agostado Venus. Pero vivimos una época en la que la atmósfera de la Tierra está siendo fuertemente modificada por el hombre. Es de primordial importancia comprender lo que ha sucedido a Venus, con objeto de poder evitar una reproducción accidental en la Tierra del invernadero descontrolado de Venus.

Los estudios de las superficies e interiores de los planetas pueden dar lugar realmente a beneficios prácticos en el pronóstico de terremotos así como, a largo plazo, en las prospecciones geológicas de minerales valiosos en la Tierra.

La revolución que en el plano biológico supondría el descubrimiento de vida natural en otros lugares también proporcionaría unas enormes posibilidades de insospechados beneficios prácticos, particularmente en lo concerniente a la investigación del cáncer y del envejecimiento, temas que en la actualidad están más limitados por las ideas que por los medios económicos.

El estudio de la materia altamente condensada en las estrellas neutrones y la fabulosa producción de energía en los centros de galaxias ya han conducido a sugerencias sobre posibles modificaciones de las leyes de la física, leyes que se deducen en la Tierra para explicar los fenómenos observados en la misma.

La exploración del espacio proporcionará, inevitablemente, un rico y enorme conjunto de beneficios prácticos. Pero la historia de la ciencia sugiere que el más importante de todos ellos será siempre inesperado, beneficios que, en la actualidad, aún no somos suficientemente aptos para pronosticar o anticipar.

         

Capítulo 8

La exploración del espacio como empresa humana:

2. El interés público

El interés científico directo por la exploración del espacio y las consecuencias prácticas que se pueden imaginar como resultado de tales exploraciones no son de interés general y, por supuesto, tampoco principal, para el hombre de la calle o para el profano en tales materias. Hoy día -cuando las antiguas creencias están declinando- hay una especie de hambre filosófica, o, más bien, diría yo, que una necesidad de saber quiénes somos y cómo hemos llegado aquí. Hay una búsqueda constante, a menudo inconsciente, de una perspectiva cósmica para la Humanidad. Esto se puede observar en innumerables formas, pero mucho más claramente en los campus de las Universidades. Aquí se hace evidente el enorme interés hacia una amplia gama de tópicos pseudocientíficos o semicientíficos -astrología, estudio de OVNIS, investigación de los trabajos de Immanuel Velikovski, e incluso estudio de algunos superhéroes de ciencia-ficción-, todo lo cual representa un intento, desde mi punto de vista, absolutamente infructuoso, de proporcionar perspectiva cósmica a la Humanidad. El profesor George Wald, de Harvard, sin duda piensa en este anhelo de perspectiva cósmica, cuando escribe:

«De cualquier modo que sea, tenemos que hallar nuestro camino de regreso a los valores humanos. Incluso diría que a la religión. Opino que no hay nada que sea sobrenatural. La Naturaleza es mi religión y con ella tengo bastante... lo que quiero decir es: Que necesitamos compartir unos puntos de vista mucho más amplios sobre el lugar del hombre en el Universo.»

El libro más vendido en las comunidades de estudiantes, desde Cambridge, Massachusetts, hasta Berkeley, California, en los últimos años se tituló Catálogo de toda la Tierra, que se consideró como vía de acceso a los instrumentos para la creación de alternativas culturales.

Lo que era sorprendente fue el número de trabajos publicados en el Catálogo que se relacionaban con perspectivas cósmicas científicas. Iban desde el Atlas de Galaxias, de Hubble, hasta banderas y posters de fotografías de la Tierra en su fase primitiva. El título de Catálogo de toda la Tierra se deriva del ansia de su fundador de ver una fotografía de nuestro planeta como conjunto. La edición de 1970 aumentó esta perspectiva mostrando una fotografía de toda la Vía Láctea.

Asimismo, hay una tendencia semejante tanto en el arte como en la música «rock»-. Cosmo's Factory, por Creedence Clearwater Reviva/; Starship, por la Jefferson Airplane] Mr. Spaceman y CTA 102, por los Byrds', Mr. Rocket Man, de Elton John, y muchos otros.

Tal interés no queda limitado a los jóvenes. Existe en los Estados Unidos una tradición que apoya la afición pública a la astronomía. Las comunidades locales incluso han construido a su costa buenos observatorios cuyo personal también está pagado por los bolsillos de los ciudadanos, siempre sobre una base totalmente voluntaria.

Vahos millones de personas visitan planetáriums cada año tanto en América como en Gran Bretaña.

El actual resurgimiento del interés por la ecología del planeta Tierra también está íntimamente relacionado con este anhelo de perspectiva cósmica. En un principio muchos de los dirigentes del movimiento ecológico en los Estados Unidos se sintieron estimulados a actuar a causa de las fotografías de la Tierra tomadas desde el espacio, exquisitamente sensible a las depredaciones del hombre, una pradera en medio del cielo.

Como los resultados de la exploración espacial y sus nuevas perspectivas sobre la Tierra y sus habitantes calan profundamente en nuestra sociedad, deben, creo yo, tener consecuencias en la literatura y poesía, en las artes visuales y en la música. El distinguido físico americano Richard Feynman escribe:

«No se hace ningún daño al misterio por saber un poco sobre él. Pues muchísimo más maravillosa es la verdad que todo cuanto hayan podido imaginarlos artistas del pasado. ¿Por qué los poetas actuales no hablan de ese misterio para nada? Los que son poetas, ¿podrían hablar de Júpiter si fuese un hombre, pero como es una inmensa esfera giratoria de metano y amoníaco deben guardar silencio?»[3]

Pero la simple exploración general todavía no provoca un decidido interés público por el espacio. Para muchos, las rocas que se han traído de la Luna constituyeron una enorme decepción. Se consideraron como simples rocas. El papel que hayan podido representar en la cronología de los días de creación del sistema Tierra-Luna aún no se ha explicado adecuadamente al público. Donde el interés del público por el espacio parece mostrarse con mayor intensidad es en los terrenos de la cosmología y búsqueda de vida extraterrestre, tópicos que hacen sonar cuerdas importantes en una significativa fracción de la Humanidad. El hecho de que se dedique mucho más espacio en los periódicos a la muy fortuita hipótesis de la exobiología que a muchos de los más importantes resultados en otros campos, es, sin duda alguna, clara revelación del lugar adonde apunta el interés público. El descubrimiento de líneas de microondas interestelares de formaldehído y cianuro de hidrógeno ha sido descripto ampliamente en la Prensa como algo relacionado, a través de una larga serie de concatenaciones, con temas biológicos.

Aunque es verdad que el hombre de la calle, o la persona profana en tales materias, piensa en términos de diferentes variantes de seres humanos cuando se le pregunta que imagine la vida extraterrestre, también es verdad que el interés, incluso por los microbios marcianos, es mucho mayor que en otras áreas de la exploración espacial. La búsqueda de vida extraterrestre podría ser la clave del apoyo público a los experimentos espaciales, experimentos orientados tanto hacia el Sistema Solar como a mucho más allá de él.

Hay muchos posibles puntos de vista sobre los costos actuales y de un futuro próximo en cuanto se refiere a la astronomía y ciencia espacial. Como los costes anuales de la astronomía constituyen sólo un pequeño tanto por ciento de los presupuestos de todo el programa científico espacial, me limitaré a este último. Se acostumbra a comparar los gastos anuales de los Estados Unidos en el programa espacial con lo que emplea la nación en alcohol etílico, chicle o cosmética. Personalmente considero más útil comparar dichos costes con los del Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Recurriendo a un informe de la General Accounting Office del Gobierno (Times de New York, 19 de julio de 1970), sabemos que el coste calculado de antemano para que la misión «Viking» acabe felizmente en Marte, en 1976, asciende aproximadamente a la mitad del coste del llamado sistema de proyectiles antibalísticos Safeguard para el año fiscal de 1970. El coste de una exploración Granó Tour de todos los planetas del Sistema Solar exterior (cancelada por falta de fondos) es comparable al presupuesto de 1970 para el sistema Minuteman III; el coste de un enorme telescopio óptico en el espacio capaz de realizar estudios definitivos sobre los orígenes del Universo, se puede comparar al del Minuteman II para 1970; y un programa general sobre satélites que investiguen los recursos de la Tierra, programa que implicaría varios años de detallada inspección de la superficie y tiempo atmosférico de nuestro planeta, costaría aproximadamente lo mismo que el vehículo espacial P-3C para 1970. Un programa de una década de duración dedicado a la investigación sistemática de todo el Sistema Solar costaría tanto como los errores contables cometidos en un solo sistema de «defensa» y en un solo año. El programa espacial científico es cambio chico en comparación con los errores cometidos en el presupuesto del Departamento de Defensa.

Otro punto de vista que es preciso considerar es la exploración espacial como entretenimiento. Un Viking podría ser financiado totalmente mediante la venta a cada americano de un solo ejemplar de una revista que contuviera fotografías tomadas en la superficie de Marte por el Viking. Las fotografías de la Tierra, la Luna, los planetas y galaxias en espiral e irregulares, son formas características del arte de nuestra época. Fotografías tan impresionantes como las del Lunar Orbiter del interior del cráter Copérnico y las enviadas por el Mariner 9 de los volcanes marcianos, tormentas de viento, lunas y casquetes polares de hielo, inspiran a la vez asombro y sentido artístico. Cualquier vehículo mecánico, no manejado por el hombre, y enviado a Marte, podría ser financiado mediante un sistema de suscripción televisiva. Por otra parte, ¿quién duda de que un disco grabado con los, al parecer, extraños ruidos que se oyen en Marte no se vendería a escala mundial? No deseo discutir aquí de si han de enviarse o no hombres al espacio para que realicen exploraciones planetarias, pero es posible que haya muy buenas razones no científicas para mandar seres humanos al espacio. Quizás haya casos intermedios entre exploraciones llevadas a cabo por el hombre y otras en las que falte el hombre, cosa que muy bien podríamos ver en las próximas décadas. Por ejemplo, es posible que se llegue a enviar ingenios a otro planeta tripulados por robots, pero controlados por un ser humano en órbita. También es probable que aquellos planetas con medios ambientes hostiles donde exista un gran peligro de contaminación por microorganismos terrestres sean explorados por hombres metidos en grandes máquinas, máquinas especiales que amplíen la percepción sensorial y las capacidades musculares del operador humano.

Aparte de todos estos hipotéticos inventos, es evidente que el perfeccionamiento de dispositivos para llevar a cabo una exploración planetaria sin presencia humana precisará de la misma tecnología idónea a la fabricación de útiles robots en la Tierra. Un vehículo espacial que aterrice en Marte para el año 1980, probablemente será capaz de «sentir» su medio ambiente mucho mejor que lo puedan hacer los seres humanos; examinar cuidadosamente el paisaje, llevar a la práctica decisiones programadas, basadas en información adquirida in situ, etcétera. No cabe duda de que semejante robot y sus primos más cercanos, que se producirían en masa, serían sumamente útiles aquí, en la Tierra. Estoy pensando en este momento en aquellas operaciones que en la actualidad son de imposible realización, como, por ejemplo, la exploración y operaciones sobre los fondos submarinos abisales, pero también pienso en robots industriales que desempeñen tareas poco interesantes o monótonas en las empresas, así como robots domésticos que liberen al ama de casa de una vida de penoso trabajo.

La experiencia de la exploración espacial no nos proporciona una única filosofía, en cierta medida, cada grupo tiende a ver sus propios puntos de vista filosóficos hechos realidad y no siempre mediante una auténtica lógica: Nikita Kruschev manifestó con mucho énfasis que durante el vuelo espacial de Yuri Gagarin no se habían descubierto ángeles u otros seres sobrenaturales; y en casi perfecta contrapartida, los astronautas del Apolo 8 leyeron en la órbita lunar la cosmogonía babilónica guardada como reliquia en el capítulo del Génesis, como si intentaran asegurar a su público americano que la exploración de la Luna no se halla en contradicción con ninguna creencia religiosa. Pero es sorprendente cómo la exploración espacial conduce directamente a temas y problemas filosóficos y religiosos.

Creo que el control militar de los vuelos espaciales con presencia humana, que ya se practica en la Unión Soviética -y es tema de debate en los Estados Unidos- es un paso que deben apoyar todos los que se titulan defensores de la paz. Me temo mucho que las organizaciones militares de los Estados Unidos y de la Unión Soviética son organizaciones con formidables intereses creados en cuanto se refiere a la guerra. Están minuciosamente formadas e instruidas para la guerra; en tiempos de guerra se producen rápidos ascensos, aumentos en las pagas y oportunidades de demostrar un valor que en tiempos de paz no se dan. Es lógico que mientras existan gentes ansiosas de guerrear siempre será mucho mayor la probabilidad de que estalle intencionadamente o accidentalmente un conflicto. En virtud de su formación y temperamento, los militares, muy a menudo, no se sienten interesados por otros tipos de empleo u otra clase de inquietudes. Muy pocos son los demás medios de vida que posean los medios de poder y fuerza del jefe militar. Si «estalla» la paz, los cuerpos militares, con sus servicios que ya no son necesarios, se sienten profundamente desconcertados, como si alguien les hubiese derrotado.

El Primer Ministro Kruschev una vez intentó dar trabajo a un gran número de oficiales y jefes del Ejército Rojo destinándoles a dirigir centrales eléctricas y otros establecimientos similares. Esto no les agradó en absoluto, y al cabo de un año la mayoría de ellos habían vuelto a sus cuarteles. De hecho, las organizaciones militares de los Estados Unidos y de la Unión Soviética deben sus empleos a sí mismos, a lo que podríamos llamar autogestión y, en consecuencia, es lógico que formen una alianza natural contra el resto de nosotros.

Al mismo tiempo, existen enormes industrias y fuerzas laborales dedicadas a la electrónica, química y fabricación de misiles que igualmente están ligadas a formidables intereses creados para mantener esta situación de preparación para la guerra. Desechando algunos tópicos que muchas personas califican de razonables en cuanto se refiere a este estado de cosas, yo pregunto, ¿es que no hay alguna forma de que todo este enorme conjunto de intereses pudiera orientarse hacia actividades más pacíficas? La exploración espacial necesita exactamente esta combinación de talentos y capacidades. Precisa gran base técnica en tales terrenos, como el de la electrónica, tecnología de computadores, maquinaria de precisión y estructuras aeroespaciales. Requiere algo muy parecido a la organización militar para mantener a un gran número de empresas geográficamente dispersas dirigidas hacia un objetivo común.

La historia de la exploración de la superficie de la Tierra ha sido principalmente una historia militar, en parte porque es una aplicación idónea de las tradiciones militares de organización y valor personal. Son las restantes tradiciones militares las que para nosotros representan hoy día un peligro. Probablemente, la exploración del Sistema Solar sea una alternativa y empleo honorable para los intereses creados entre los militares y la industria. Puedo imaginar la transición hacia una disposición en la que una importante y significativa proporción de militares de carrera, tanto de los Estados Unidos como de la Unión Soviética, pueda dedicarse a la exploración espacial. Al menos, y en parte, debido a sus considerables capacidades hay un buen número de militares empleados por la Administración Espacial y Aeronáutica Nacional en actividades con poco o ningún significado militar. Y, por supuesto, la gran mayoría de los astronautas y cosmonautas han sido jefes militares. Todo esto puede ser bueno; cuanto más se entretengan allá arriba, menos se ocuparán aquí abajo.

A pesar de los muchos comunicados de la NASA a la Prensa, gran parte del programa espacial y casi toda su ciencia y programa de aplicaciones carecen de perspectivas a largo plazo. Por supuesto, comparten con la sociedad americana una comunidad de intereses humanos, filosóficos y exploratorios, incluso con estamentos sociales que están en completo desacuerdo. El coste de la exploración espacial parece muy modesto si se compara con sus potenciales recompensas.         

Capítulo 9 

La exploración del espacio como empresa humana: 

3. El interés histórico

 

Huellas humanas en la Luna. La fiesta ha terminado, y se han marchado los invitados. Las huellas dejadas por la tripulación del Apolo 15 durarán un millón de años. A lo lejos se ve el Monte Hadley.

A la larga, el mayor significado de la exploración espacial es que alterará la historia de manera irreversible. Como ya hemos mencionado en el capítulo primero, el grupo con el cual el hombre se identifica se ha ido ampliando gradualmente durante la historia de la Humanidad. Hoy día, el volumen de la población mundial tiene al menos una identificación personal principalísima con superestados nacionales. Aunque el progreso no haya sido suave, y existen ocasionales reversiones, se tiende claramente hacia una identificación de grupo con la Humanidad como conjunto. Los astronautas y cosmonautas han hecho declaraciones, profundamente sentidas, sobre la belleza y serenidad de la Tierra contemplada desde el espacio. Para muchos de ellos, un vuelo por el espacio fue una experiencia religiosa que cambió totalmente sus vidas. En las fotografías que desde el espacio se han hecho de la Tierra, no se distinguen fronteras nacionales. Como Arthur C. Clarke dijo en algún lugar, es difícil imaginar, incluso para el más ferviente de los nacionalistas, el hecho de no revisar de nuevo sus puntos de vista al ver cómo la Tierra se va alejando poco a poco hasta convertirse en un diminuto punto de luz perdido entre millones de estrellas.

La exploración espacial nos obliga a rectificar muchas cosas sobre el significado de nuestro diminuto planeta perdido en un Universo enorme y desconocido. La búsqueda de vida en otros lugares seguramente provocará que la gente reflexione acerca de la singularidad del hombre: el sendero serpeante, inseguro, improbable y evolutivo que nos ha traído a donde estamos; y la improbabilidad de encontrar - incluso en un Universo poblado por otras inteligencias- a alguien con forma muy parecida a la nuestra. En esta perspectiva, las similitudes entre los hombres se destacarán de forma abrumadora contra nuestras diferencias.

Hay un geocentrismo práctico, en nuestra vida diaria. Todavía hablamos del Sol que sale y se pone, en lugar de hablar de una Tierra que gira. Todavía pensamos en un Universo organizado para nuestro beneficio y poblado tan sólo por nosotros. La exploración del espacio, en este sentido, nos hará ser un poco más humildes. Harold Urey se ha referido, de manera perceptible, al programa espacial como una especie de construcción contemporánea de pirámides. Visto en el contexto del Egipto faraónico, la analogía parece ser particularmente idónea, ya que las pirámides fueron un intento de tratar los problemas de la cosmología y la inmortalidad. Desde una perspectiva histórica a largo plazo, esto es lo que precisamente será el programa espacial. Las huellas de pies dejadas por los astronautas en la Luna sobrevivirán un millón de años, y los diversos instrumentos y embalajes que allí quedaron pueden durar tanto como el Sol.

Por otra parte, las pirámides son monumentales y hoy día creemos que han sido inútiles esfuerzos para asegurar la supervivencia tras la muerte de un hombre, el faraón. Quizás haya una mejor analogía en los zigurates, las torres dotadas de terrazas de los súmenos y babilonios, los lugares donde los dioses bajaban a la Tierra y la población como conjunto intervenía en la vida diaria. No cabe duda de que hay un poco de pirámide en los grandes cohetes que se envían al espacio, pero creo que su significado esencial, probablemente, sea el de unos zigurates contemporáneos.

Una sociedad inmersa en una relativamente modesta, pacífica e intelectualmente significativa exploración de cuanto le rodea, posee, sin duda alguna, posibilidades de alcanzar la grandeza. Es difícil demostrar esto que podríamos llamar eslabones causales, e, históricamente, no existe correlación alguna entre unos y otros.

Pero resulta sorprendente el hecho de que las naciones y épocas caracterizadas por un gran florecimiento de la exploración, también están marcadas por un enorme desarrollo cultural. En parte, esto se debe al contacto con las cosas nuevas, con nuevas formas de vida y también con modernos caminos de pensamiento desconocidos para una cultura cerrada, con sus vastas energías introspectivas.

Hay ejemplos que pueden tomarse del bíblico Oriente Medio, de las Atenas de Pericles y de otras épocas, pero me siento más atraído, en este sentido, por la época de las exploraciones europeas y sus descubrimientos. Las lenguas vernáculas de Francia, Inglaterra y la Península Ibérica hallaron definitiva expresión literaria al mismo tiempo que se emprendían los primeros viajes trasatlánticos de descubrimientos. Rabelais y Montaigne, en Francia; Shakespeare, Milton y los traductores de la Biblia del rey Jaime en Inglaterra; Cervantes y Lope de Vega, en España; Camoens, en Portugal, todos datan de la misma época. A juzgar por los escritos de Francis Bacon, resulta evidente que el descubrimiento de nuevas partes del mundo tuvieron una profunda influencia sobre el pensamiento de aquellos tiempos. Este período contempló la invención de instrumentos tan fundamentales como el telescopio, el microscopio, el termómetro, el barómetro y el reloj de péndulo.

También fue en la época de Galileo (1564-1642), quien, aunque no residía en una de las nuevas naciones exploradoras, estaba muy vinculado a Holanda, cuando se inventó el telescopio que él mejoró. Muchas de las obras de expresión gráfica de esta época -por ejemplo, las de Hieronymus Bosch y El Greco— reflejan el espíritu de cambio que caló en la época. Fue la era de la institución de la física moderna por Isaac Newton. Descartes, Hobbes y Spinoza genios básicos de la historia de la filosofía- florecieron asimismo en tales momentos. El tiempo en que se desarrollaron las actividades y escritos de Leonardo da Vinci, Gilbert, Galileo y Bacon, también corresponde al origen del método experimental en la ciencia.

Un caso histórico, muy interesante en este sentido, nos lo proporciona Holanda, país que ha contribuido de modo notable a la cultura occidental con su aportación de individuos realmente geniales. Si hubo un período de florecimiento cultural en Holanda, fue el comprendido en la segunda mitad del siglo XVII. Los puertos españoles se hallaban cerrados y resultaban inaccesibles a la república holandesa a causa de la guerra entre Francia y España. Obligada a encontrar sus propias fuentes comerciales, Holanda fundó la «Dutch East» y «West India Companies». Se dedicó entonces una buena parte de los recursos nacionales a la inversión en Ultramar, y la consecuencia fue que Holanda se convirtió, por una sola vez en su historia, en una potencia mundial. A causa de ello, hoy día se habla holandés en Indonesia y varios individuos de ascendencia holandesa alcanzaron la presidencia de los Estados Unidos. Mucho más importante es el hecho de que, durante el mismo período de tiempo, florecieran, en Holanda, Vermeer y Rembrandt, Spinoza y Van Leeuwenhoek. Era una sociedad estrechamente unida: Van Leeuwenhoek fue, de hecho, el albacea de los bienes de Vermeer. Holanda era la nación más liberal y menos autoritaria de Europa en aquella época.

En toda la historia de la Humanidad, únicamente habrá una sola generación que sea la primera en explorar el Sistema Solar, una generación para la cual, en la infancia, los planetas son discos claros y distantes que se mueven a través del cielo nocturno, y para la que, en la vejez, los planetas sean lugares, diversos nuevos mundos en el curso de la exploración aún no acabada.

Habrá un momento en nuestra futura historia en el que se explorará y habitará el Sistema Solar. Tanto para esa generación que antes he mencionado como para todos los que vengan detrás de nosotros, el momento actual será importantísimo en la historia de la Humanidad. No hubo muchas generaciones a las que se les haya concedido una oportunidad tan importante como ésta. La oportunidad es nuestra si no la dejamos perder. Aquí podríamos parafrasear a K. E. Tsiolkovski, fundador de la astronáutica: «La Tierra es la cuna de la Humanidad, pero no podemos vivir para siempre en la cuna.»

Una criatura humana, desde muy pequeña, comienza a adquirir madurez mediante los descubrimientos experimentales de que él no es todo el Universo. Lo mismo puede decirse de sociedades dedicadas a la exploración de todo cuanto las rodea. La perspectiva que debe provocar la exploración espacial puede acelerar la madurez de la Humanidad, una madurez que no puede llegar demasiado pronto.

Segunda parte El Sistema Solar


 Hubo una época -y muy reciente- en la que se consideró insensata la idea de la posibilidad de estudiar la composición de los cuerpos celestes, idea que también consideraban carente de sentido común incluso los pensadores y prominentes científicos. Ese tiempo, esa época, ya ha pasado. La idea de la posibilidad de estudiar el Universo, desde mucho más cerca, y más directamente, es algo que hoy día, creo yo, adquiere mayor primacía e importancia en las mentes de todos nuestros congéneres, e incluso en las de nuestros nuevos pensadores y prominentes científicos. Pisar el suelo de los asteroides, alzar con una mano una de las piedras de la Luna, moverse de acá para allá en estaciones situadas en el espacio y establecer círculos vivos alrededor de la Tierra, la Luna y el Sol, para observar a Marte desde una distancia de varias decenas de verstas, aterrizar en sus satélites e incluso en la superficie de Marte, ¡qué podría ser más fantástico! Sin embargo, sólo con el advenimiento de vehículos a reacción será posible iniciar una nueva era en la Astronomía, la época de un cuidadoso estudio del cielo... El motivo primordial de mi vida es hacer algo útil para la gente... Ésa es la razón de que me haya interesado por cosas que no dan pan ni fuerza. Aunque espero que mis estudios, quizá pronto o acaso en un futuro lejano, proporcionen a la sociedad montañas de grano y de poder ilimitado. K. E. Tsiolkovski

Capítulo 10 

Sobre la enseñanza de primer grado



 Fotografía de la «Tierra llena», tomada desde un Apolo. Cortesía de la NASA.

Un amigo, alumno de primer grado, me pidió que hablara en su clase, cuyos miembros, según me aseguró, no sabían nada sobre astronomía, pero que ansiaban aprender. Con la aprobación del profesor, llegué a su escuela en Mili Valley, California, provisto de veinte o treinta diapositivas en color de objetos astronómicos: la Tierra vista desde el espacio, la Luna, los planetas, estrellas explosivas, nebulosas gaseosas, galaxias y demás, que creí podrían asombrar, intrigar y, probablemente, incluso, educar en cierta medida.

Pero antes de comenzar la proyección de diapositivas a todos aquellos rostros infantiles cuyos ojos brillaban ansiosamente, quise explicar que existe una gran diferencia entre establecer lo que la ciencia ha descubierto y el hecho de describir cómo los científicos lo averiguaron o descubrieron. Es fácil resumir las conclusiones. Es difícil relatar todos los errores, pistas falsas e ignoradas, dedicación, duro trabajo y penoso abandono de iniciales puntos de vista que forman parte del descubrimiento original de algo interesante.

Comencé diciendo:

«Todos habéis oído decir que la Tierra es redonda. Todo el mundo cree que la Tierra es redonda. Pero, ¿por qué creemos que la Tierra es redonda? Alguno de vosotros, ¿puede pensar o imaginar alguna prueba de que la Tierra sea redonda?»

Durante la mayor parte de la historia de la Humanidad, siempre se sostuvo de manera reverente que la Tierra es llana, como resulta perfectamente evidente para alguien que haya estado en pie sobre un campo de trigo de Nebraska durante la época de la siembra. El concepto de una Tierra llana todavía predomina en nuestro lenguaje en frases como «los cuatro rincones de la Tierra». Creí que asombraría a mis pequeños alumnos eventuales y que luego les explicaría lo difícil que había resultado conseguir que todo el género humano entendiera la esfericidad de nuestro planeta. Sin embargo, había subestimado al primer grado de Mili Valley.

-Bien -preguntó un chico vestido con un «mono» de trabajo como el usado por los obreros del ferrocarril-, ¿qué hay de ese asunto de un barco que se aleja de uno y que la última cosa que de él se ve es el mástil, o como se llame eso que sostiene la vela? ¿No significa eso que el océano está curvado?

-¿Qué ocurre cuando hay un eclipse de Luna? Eso es cuando el Sol está detrás de nosotros y la sombra de la Tierra está sobre la Luna, ¿no es así? Bueno, yo vi un eclipse. Esa sombra era redonda y no recta. Así pues, la Tierra tiene que ser redonda.

-Hay mejores pruebas, pruebas mucho mejores -ofreció otro-, ¿Y ese individuo que navegó alrededor del Mundo? Se llamaba Majello, ¿no? Pues no se puede viajar alrededor del mundo si éste no es redondo, ¿no? Y la gente, hoy, navega alrededor del mundo y vuela alrededor del mundo todo el tiempo. ¿Cómo se puede volar alrededor del mundo si no es redondo?

-¡Eh, muchachos! -exclamó otro- ¿No sabéis que hay fotografías de la Tierra? Los astronautas estuvieron en el espacio y tomaron fotos de la Tierra. Podéis mirarlas y veréis que todas son redondas. No tenéis por qué emplear todas esas razones. Podéis ver que la Tierra es redonda.

Y después, a modo de coup de gráce, una muchachita con delantal casero que recientemente había acudido a visitar el Museo de Ciencias de San Francisco en una excursión escolar, preguntó con tono de indiferencia:

-¿Y qué me decís del experimento del péndulo de Foucault? Fue un muy serio y grave conferenciante el que siguió describiendo los hallazgos de la astronomía moderna. Estos niños no eran la prole de astrónomos profesionales, profesores de colegio, físicos, y demás. Evidentemente, eran niños normales de primer grado. Albergo la gran esperanza de que, si pueden sobrevivir a doce o veinte años de «educación» metódica, puedan darse prisa para crecer y comenzar a dirigir las cosas.

La astronomía no se enseña en las escuelas públicas, al menos en América. Con muy pocas excepciones, excepciones notables por supuesto, un estudiante puede pasar del primer grado al duodécimo sin haberse enfrentado para nada con los hallazgos o descubrimientos que nos dicen dónde estamos en el Universo, cómo llegamos aquí y a dónde ¡remos probablemente, y asimismo sin haberse enfrentado en absoluto con la perspectiva cósmica.

Los antiguos griegos consideraban la astronomía como uno de la media docena, o, así, de temas necesarios a la educación de los hombres libres. Encuentro que, en las charlas y discusiones que he sostenido con alumnos de primer grado, con comunidades hippies, con miembros del Congreso, y hasta con taxistas, existe una enorme reserva de interés y emoción por las cosas astronómicas. La mayor parte de los periódicos americanos publican cada día una columna dedicada a la astrología. ¿Cuántos periódicos o revistas hay que dediquen diariamente una columna a la astronomía o a la ciencia? La astrología pretende describir una influencia que llene las vidas de las gentes. Pero es una farsa. Es la ciencia la que de verdad influye en las vidas de las personas, aunque en sentido directo ligeramente menor. La enorme popularidad de la ciencia-ficción y de películas como 2001: Una odisea espacial son pruebas de este entusiasmo científico que está sin explotar. No cabe la menor duda de que tanto la ciencia como la tecnología gobiernan, controlan y moldean nuestras vidas, para bien y para mal. Deberíamos realizar un mayor esfuerzo por aprender algo sobre ellas.

 


Capítulo 11

Los legendarios dioses de la antigüedad


 

Britannia, la diosa en la cara principal del antiguo penique británico.

La clase de problemas científicos que me ocupan -el medio ambiente de otros planetas, el origen de la vida, la posibilidad de que haya vida en otros mundos- son de interés popular. Esto no es accidental. Creo que todos los seres humanos se sienten Impresionados por estos problemas fundamentales, y opino que soy lo suficientemente afortunado como para vivir en una época en la que es posible llevar a cabo la Investigación científica de estos problemas.

Un resultado de ese interés popular es que recibo gran cantidad de correo, cartas de todas clases, algunas muy agradables, como las de gente que escribió poemas y sonetos sobre la placa del Pioneer 10; algunas son de escolares que desean que les solucione sus deberes de la semana, otras de personas extrañas que me piden dinero prestado; algunas de individuos que desean que compruebe y examine al detalle sus planos sobre inventos que van desde armas que lanzan rayos especiales, naves espaciales, hasta máquinas de movimiento continuo. También hay cartas de personas que abogan por diversas disciplinas misteriosas, como la astrología, relatos de contactos con seres extraterrestres, ficción especulativa de Von

Daniken, brujería, quiromancia, frenología, naipes de Tarot, el lChing, meditación trascendental, y experiencias psicodélicas. También, de vez en cuando, aparecen historias más tristes, como la de una mujer que recibió un mensaje verbal de los habitantes de Venus a través de la regadera de su ducha, o la de un hombre que intentó denunciar a la Comisión de Energía Atómica por seguir cada uno de sus movimientos con «rayos atómicos». Hay cierto número de personas que escriben diciendo que pueden recoger señales inteligentes extraterrestres de radio a través de los empastes de sus muelas, o sólo concentrándose en debida forma.

Pero al cabo de varios años hay una carta que siempre recuerdo como la más mordaz y encantadora de esta clase. Llegó por correo ordinario. Se trata de una carta de ochenta y cinco folios escritos a mano con bolígrafo verde, procedente de un caballero internado en un hospital psiquiátrico de Ottawa. Había leído un artículo en un periódico local en el que yo decía que creía posible existiese vida en otros planetas; el autor de la carta deseaba asegurarme que yo tenía toda la razón del mundo, dada su experiencia y conocimientos personales.

Para ayudarme a entender y penetrar en la fuente de sus conocimientos, pensó que me agradaría conocer algo de su historia personal, lo cual explica la enorme extensión de las ochenta y cinco páginas de la misiva. Cuando era todavía un hombre joven en Ottawa, próximo ya a estallar la Segunda Guerra Mundial, vio un cartel de reclutamiento militar de las Fuerzas Armadas norteamericanas: el clásico, el que se hizo tan famoso, el que mostraba a un sujeto señalando con un dedo al vientre de uno diciendo:

«El Tío Sam te necesita.»

El hombre se sintió tan impresionado por el atractivo rostro del Tío Sam, que inmediatamente decidió conocerle. El hombre tomó un autobús para California, lugar que, en su opinión, debía ser el punto de residencia más plausible para el Tío Sam. Una vez en el centro de reclutamiento, preguntó dónde podría hallar al Tío Sam. Tras alguna confusión sobre apellidos, el hombre fue recibido con miradas muy poco agradables. Al cabo de varios días de entusiástica búsqueda, nadie, en California, pudo explicarle el paradero del Tío Sam.

Regresó a Ottawa profundamente deprimido tras haber fracasado en su empresa. Pero casi inmediatamente, como si se tratara de la cegadora luz de un flash, percibió la labor de su vida. Se trataba de hallar «los legendarios dioses de la Antigüedad», frase que aparece repetida muchas veces en la carta. El hombre tenía la interesante idea de que los dioses solamente sobreviven mientras disponen de adoradores. Entonces, ¿qué ocurre con los dioses en los que nadie cree, como, por ejemplo, los dioses de la antigua Grecia o Roma? Bien, concluía el hombre, quedan reducidos al estado de seres humanos corrientes, sin disfrutar para nada de los gajes y poderes de la divinidad. Tienen que trabajar para vivir, como todo el mundo. Por otra parte, el hombre creía que tales dioses debían mostrarse un tanto reservados acerca de sus desgraciadas circunstancias, pero que, a veces, se quejaban de tener que realizar labores serviles cuando en otro tiempo cenaban en el Olimpo. Razonaba que tales deidades retiradas debían ser internadas en establecimientos para dementes. Por tanto, el método más razonable de localizar a estos dioses sin túnicas era encarcelarse a sí mismo en la institución psiquiátrica de la localidad, cosa que no tardó en hacer.

Aunque podamos no estar muy de acuerdo con algunos puntos de su razonamiento, probablemente sí lo estaremos en que finalmente hizo lo mejor que podía hacer.

Mi informante decidió entonces que buscar a todos los legendarios dioses de la Antigüedad sería tarea realmente agotadora. Y así se fijó tan sólo en unos pocos: Júpiter, Mercurio, y en la diosa que aparece en el anverso del antiguo penique británico: probablemente la elección no fue muy idónea entre los dioses más interesantes, pero seguro que el trío era muy representativo. Ante su asombro (y ante el mío) encontró internados, en el mismo sanatorio en que él lo había hecho, a Júpiter, Mercurio y a la diosa del penique británico. Estos dioses admitieron inmediatamente su identidad y le contaron historias sobre los viejos tiempos en los que fluía libremente el néctar y la ambrosía.

Y, acto seguido, mi corresponsal alcanzó un éxito que sobrepasaba a todas sus esperanzas iniciales. Un día, junto a una fuente de cerezas, encontró a «Dios Todopoderoso» o, al menos, a alguien que se le parecía mucho, ya que lo cierto fue que el personaje que le ofreció las cerezas en aquel momento reconoció, modestamente, ser Dios Todopoderoso. Pues bien, el Dios Todopoderoso, por fortuna, tenía una pequeña nave espacial en los terrenos del sanatorio y se ofreció para llevar a mi informante a dar un paseo por el Sistema Solar, cosa que llevó a cabo en un abrir y cerrar de ojos.

«Y así, doctor Sagan, es como puedo asegurarle que los planetas están habitados.»

La carta terminaba más o menos así:

«Pero todo este asunto acerca de la vida en otros lugares se presta a mucha especulación y no vale la pena de que un científico como usted le preste un serio interés. ¿Por qué no orienta sus esfuerzos a solucionar un problema realmente importante como la construcción de un ferrocarril transcanadiense en latitudes muy al Norte?»

Y a continuación aparecía un detallado plano sobre la ruta que debía seguir tal ferrocarril, más la expresión de sus buenos deseos hacia mi persona.

Por supuesto, aparte de no pensar en trabajar sobre un ferrocarril transcanadiense en rutas de semejante latitud, la verdad es que nunca pude pensar en dar una respuesta adecuada a esta carta.

       

Capítulo 12

La historia detectivesca de Venus



 Mapa de radar de la superficie de Venus, invisible para el ojo humano a causa de la densa atmósfera y de la cubierta de nubes del planeta. Cortesía del Arecibo Observatory, Cornell University. 

Una de las razones por las cuales en nuestros días la astronomía planetaria se ha convertido en una auténtica delicia, es que resulta posible averiguar lo que es realmente correcto o exacto. En otras épocas, uno podía intuir o pronosticar a su gusto sobre un medio ambiente planetario, por muy Improbables que fuesen tales cálculos, con la seguridad de que nadie iba a demostrar que se estaba equivocado. Hoy día, las naves espaciales u otros ingenios similares, cuelgan como espadas de Damocles sobre cada hipótesis emitida por los teóricos planetarios, y se puede observar a los teóricos en curiosa amalgama de esperanzas y temores cada vez que nos llega a la Tierra nueva información proporcionada por los ingenios espaciales.

Antiguamente, cuando los astrónomos disponían de telescopios, ojos, y muy poco más para prestar ayuda a sus observaciones, Venus era un mundo hermano. A fines del siglo XIX se supo que Venus tenía aproximadamente la misma masa y radio que la Tierra. Venus es el planeta más cercano a la Tierra, y era natural que se pensara en él como algo muy parecido o igual a la Tierra, al menos en ciertos aspectos.

Immanuel Kant imaginó en Venus a una raza de seres tiernos y apasionados, casi humanos. Emmanuel Swedenborg y Annie Besant, una fundadora de la teosofía, encontraron -por métodos descriptos como viajes espirituales y proyección astral- criaturas muy parecidas a los seres humanos situándolas en Venus. En años más recientes, algunos de los relatos más audaces relacionados con los platillos volantes -por ejemplo, los de George Adamski- poblaron Venus con una raza de seres poderosos y benignos, muchos de los cuales aparecen con largos cabellos y también con largos vestidos blancos, claro simbolismo, en la América previa a 1963, de una intención profundamente espiritual. Hay una larga historia de ávidos caminos de pensamiento, especulación meditativa y fraude consciente o inconsciente, que produjo expectación popular sobre el hecho de que nuestro más cercano vecino planetario esté habitado por seres humanos, más bien parecidos a nosotros, o que sea un lugar habitable para los terrícolas.

Por tanto, se produjo considerable sorpresa y yo diría que incluso molestia, cuando finalmente se recibieron las primeras observaciones de radio sobre Venus. Estas mediciones llevadas a cabo por C. H. Mayer y sus colegas, en 1956, en el Laboratorio de Investigación Naval de los Estados Unidos, descubrieron que Venus era una fuente de emisión de radio mucho más intensa de lo que se había supuesto. A juzgar por la distancia que hay desde Venus al Sol y la cantidad de luz solar que devuelve al espacio, el planeta debía ser frío o fresco. Como Venus devuelve en su reflejo tanta luz al espacio, su temperatura debía ser incluso inferior a la de la Tierra, a pesar de su proximidad al Sol. El grupo de Mayer halló que Venus, en una longitud de onda de radio de 3 cm, proporcionaba tanta radiación como si fuera un cuerpo caliente a una temperatura de unos 315 ºC. Posteriores observaciones realizadas con numerosos radiotelescopios a muchas y diferentes frecuencias de radio confirmaron la conclusión general de que Venus poseía una «temperatura brillante» de entre los 315 °C y los 425 °C aproximadamente.

Sin embargo, hubo una gran renuencia en la comunidad científica a creer que la emisión de radio procedía de la superficie de Venus. Un objeto caliente emite radiación en muchas longitudes de onda. ¿Por qué Venus sólo parecía caliente en longitudes de onda de radio? ¿Cómo podía mantenerse tan caliente la superficie de Venus? Y, finalmente -puesto que los factores psicológicos pueden ser dominantes, consciente o inconscientemente, incluso en la ciencia-, un planeta Venus caliente, mucho más caliente que un horno casero, era perspectiva menos agradable que el Venus poblado por seres graciosos con inclinaciones amorosas o espirituales, siguiendo la larga tradición desde Kant hasta Adamski.

Este problema del origen de la emisión de radio de Venus fue parte principal de mi tesis doctoral. Escribí unos veinte documentos científicos sobre el tema entre 1961 y 1968, cuando finalmente el problema se consideró solucionado. Miro hacia atrás y contemplo con placer este período de tiempo. La historia de radio de Venus es muy similar a un relato detectivesco en cuyas páginas hay gran cantidad de posibles pistas. Algunas son vitales para la solución; otras son falsas y conducen a una dirección errónea. Algunas veces puede deducirse la verdadera respuesta teniendo en cuenta todos los hechos principales y recurriendo a un razonamiento plausible y lógico.

Había varias cosas que ya conocíamos acerca de Venus. Sabíamos cómo variaba con la radiofrecuencia la «temperatura brillante». Sabíamos cómo Venus reflejaba sobre la Tierra ondas de radio enviadas mediante grandes telescopios con radar. La primera prueba con éxito del hombre -el Mariner 2 de los Estados Unidos- descubrió, en 1962, que Venus era más brillante en longitudes de onda de radio en su parte central que en sus bordes.

Había varias teorías en contra de tales observaciones. Podían agruparse en dos categorías generales: El modelo de superficie caliente, en el cual la emisión de radio procedía de la superficie sólida del planeta, y el modelo de superficie fría, en el cual dicha emisión provenía de cualquier otro lugar, desde una capa ionizada en la atmósfera venusina, de descargas eléctricas entre gotitas en las nubes de Venus, o de un hipotético gran cinturón de partículas cargadas eléctricamente que se movía con suma rapidez alrededor de Venus (como las que, de hecho, rodean a la Tierra y a Júpiter). Estas últimas hipótesis permitían que la superficie se mantuviera fría, situando la intensa emisión de radio sobre la superficie. Si deseábamos la presencia de buques en Venus, entonces nos convertíamos en defensores del modelo de superficie fría.

Si comparamos sistemáticamente los modelos de superficie fría con las observaciones hechas, hallamos que todos tropezaban con graves dificultades. El modelo o hipótesis en el cual la emisión de radio procedía de la ionosfera, por ejemplo, pronosticaba que Venus no debía reflejar, en absoluto, ondas de radio. Pero los telescopios-radar habían descubierto ondas de radio reflejadas desde Venus con una eficiencia del 10 ó 20 %. Para obviar tales dificultades, los que abogaban por el modelo ionosférico construyeron hipótesis muy sofisticadas en las que existían muchas capas ionizadas con orificios especiales en ellas para permitir el paso del radar a través de la ionosfera, tocar la superficie de Venus y regresar a la Tierra. Al mismo tiempo, no podían existir demasiados orificios, ya que de ser así la emisión de radio no sería tan intensa como se observaba. Estos modelos me parecieron excesivamente detallados y arbitrarios en sus circunstancias.

Poco antes de las notables observaciones de 1968 hechas por una nave espacial, acerca de Venus, entregué un documento a Nature, revista científica británica, en el cual resumía estas conclusiones y deducía que sólo el modelo o hipótesis de la superficie caliente era el que mejor se ajustaba a todas las pruebas. Antes de esto, ya había propuesto una teoría específica, en términos del efecto llamado «invernadero», para explicar cómo la superficie de Venus podía registrar tan elevadas temperaturas. Pero mis conclusiones en contra de los modelos de superficie fría, en 1968, no dependían de la validez de la explicación «invernadero», sucedía que una superficie caliente explicaba los datos y una superficie fría no. A causa de mi interés por la exobiología, hubiese preferido un Venus habitable, pero los hechos me condujeron a otra parte. En un trabajo publicado en 1962, yo concluía, por pruebas indirectas, que la temperatura promedio en la superficie en Venus era, aproximadamente, de 425 °C y la presión atmosférica promedio en la superficie era unas cincuenta veces mayor que en la superficie de la Tierra.

En 1968, una nave espacial americana, el Mariner 5, voló cerca de Venus, y una nave espacial soviética, el Venera 4, penetró en su atmósfera. En 1974, ya habían entrado en la atmósfera de Venus cinco cápsulas soviéticas con instrumentos. Las tres últimas descendieron sobre el planeta y enviaron datos de la superficie del planeta. Eran los primeros artificios de la Humanidad que se posaban en la superficie de otro planeta. El promedio de la temperatura de Venus era aproximadamente de 500° C; el promedio de presión en la superficie era de aproximadamente noventa atmósferas. Mis conclusiones iniciales eran bastante correctas, aun cuando un tanto conservadoras.

Es interesante, ahora que conocemos por mediciones directas las verdaderas condiciones de Venus, leer algunas de las críticas hechas al modelo de superficie caliente que se publicaron en la década de los sesenta. Un año después de haber recibido el título de doctor en Filosofía, hubo un famoso astrónomo planetario que me hizo una apuesta de diez contra uno, asegurando que la presión sobre la superficie de Venus no era diez veces superior a la de la Tierra. Gustosamente entregué mis diez dólares contra sus ciento, y he de confesar en honor suyo que me pagó los cien dólares, cuando tuvimos en la mano los resultados de las observaciones hechas en los aterrizajes soviéticos.

La teoría y los artificios espaciales obran recíprocamente en otras formas. Por ejemplo, el Venera 4 radió su última temperatura, o, mejor dicho, su último punto de presión-temperatura a 230 °C y veinte atmósferas. Los científicos soviéticos concluyeron que éstas eran las condiciones de la superficie de Venus. Pero los datos de radio ya habían demostrado que la temperatura de la superficie tenía que ser mucho más elevada. Combinando el radar con los datos del Mariner 5, supimos que la superficie de Venus se hallaba mucho más abajo de donde los científicos soviéticos habían concluido que el Venera 4 se había posado. Ahora parece demostrado que los diseñadores de la primera nave espacial Venera, creyendo que eran reales los modelos de superficie fría de los teóricos, construyeron una nave espacial relativamente frágil que quedó aplastada por el peso de la atmósfera de Venus muy por encima de la superficie, lo mismo que un submarino no construido para grandes profundidades resultaría aplastado en el fondo del océano.

En la reunión de la COSPAR[4], celebrada en Tokio en 1968, yo emití la opinión de que la nave espacial Venera 4 había dejado de funcionar a unos 30 km de altura sobre la superficie. Mi colega el profesor A. D. Kuzmin, del Instituto Físico Lebedev de Moscú, alegó que la nave había aterrizado en la superficie. Cuando le rebatí que los datos del radar y la radio no situaban la superficie a la altura deducida para el aterrizaje del Venera 4, el doctor Kuzmin respondió que el Venera 4 había tocado la cima de una alta montaña. Acto seguido, repliqué que los estudios de radar realizados en Venus mostraban montañas con una altura máxima de 2.000 m y que, en consecuencia, era improbable que el Venera 4 hubiese aterrizado sobre una montaña de 30.000 m de altura en Venus, aunque pudiera existir semejante montaña. El profesor Kuzmin me contestó preguntándome qué opinaba sobre la probabilidad de que la primera bomba alemana lanzada sobre Leningrado, en la Segunda Guerra Mundial, hubiese liquidado al único elefante que había en el parque zoológico de la ciudad. Admití que la posibilidad era muy pequeña, sin duda alguna. El profesor respondió triunfalmente con la información de que éste había sido, en realidad, el destino del elefante de Leningrado.

Los diseñadores de las siguientes naves espaciales soviéticas, a pesar del caso del zoológico de Leningrado, tuvieron sumo cuidado en aumentar la fuerza material de las naves espaciales para sucesivas misiones. El Venera 7 pudo soportar presiones ciento ochenta veces superiores a las que reinan en la superficie de la Tierra, margen adecuado para las reales condiciones de la superficie de Venus. Transmitió datos desde la superficie de Venus durante veinte minutos antes de quedar abrasada. El Venera 8, en 1972, transmitió durante cuarenta minutos. La presión de la superficie no es de veinte atmósferas y el espectacular monte Kuzmin no existe.

La principal conclusión acerca del método científico que saqué de esta historia es la siguiente: Aunque la teoría es útil en los proyectos o diseños de experimentos, sólo las experiencias directas convencerán a cualquiera. Basándose únicamente en mis conclusiones indirectas, hoy día habría mucha gente que no creería en un planeta Venus caliente. Como resultado de las observaciones del Venera, todo el mundo acepta las terribles presiones de Venus, calor fantástico, escasa iluminación y extraños efectos ópticos.

El hecho de que nuestro planeta hermano sea tan diferente a la Tierra es problema científico de primer orden, y los estudios de Venus son de sumo interés para comprender la más temprana historia de la Tierra. Por añadidura, ayuda a calibrar la seguridad de la proyección astral y viaje espiritual popularizados por Emmanuel Swedenborg, Annie Besant, e innumerables imitadores actuales, ninguno de los cuales captaron detalle alguno de la verdadera naturaleza de Venus.

      

Capítulo 13 

Venus es el Infierno

 

Esquema del vehículo espacial Venera 8, que aterrizó sobre la superficie de Venus en 1972. De Tass.

 

El planeta Venus flota sereno y bello en el cielo de la Tierra como brillante punto de luz blanco-amarillento. Visto o fotografiado a través de un telescopio, se distingue un disco sin rasgos característicos; una capa de nubes enorme, enigmática y cerrada oculta la superficie a nuestra vista. Ningún ojo humano ha visto el suelo de nuestro más cercano vecino planetario.

Pero ahora sabemos muchas cosas sobre Venus. Por las

observaciones de radiotelescopio y naves espaciales, sabemos que la temperatura de la superficie es de alrededor de 500°C. La presión atmosférica en I a superficie de Venus es noventa veces superior a la que experimentamos en la Tierra. Como la gravedad del planeta es tan poderosa como la de la Tierra, hay noventa veces más moléculas en la atmósfera de Venus que en la de la Tierra. Esta densa atmósfera actúa como una especie de manta aislante, manteniendo la superficie caliente mediante el efecto de «invernadero» y suavizando diferencias de temperatura de un lugar a otro. Es probable que el polo de Venus no sea significativamente más frío que su ecuador, y en Venus hace tanto calor a mediodía como a medianoche.

A 80 km sobre la superficie se extiende la espesa capa de nubes que vemos desde la Tierra. Hasta fecha muy reciente nadie conocía la composición de estas nubes. Yo había sugerido que quizás estuvieran formadas, en parte, por agua, un material muy abundante cósmicamente, lo que podría abonar muchas, pero no todas, por supuesto, de las propiedades observadas en las nubes de Venus. Pero también se sugerían otros materiales, entre ellos cloruro de amonio, varios silicatos, soluciones de ácido clorhídrico, cloruro férrico hidratado, hidrocarburos, siendo sugerido este último producto por Immanuel Velikovski, en su novela Mundos en colisión, para proporcionar maná a los israelitas en sus cuarenta años de vagar por el desierto. Los otros materiales que se insinuaron pisaban terreno más firme. Sin embargo, cada uno de ellos entraba en conflicto con una o más de las observaciones realizadas.

Pero, recientemente, se ha sugerido un material que parece ajustarse a la perfección a toda medición. El astrónomo americano Andrew T. Young ha demostrado que las nubes de Venus es probable que sean una solución concentrada de ácido sulfúrico. Una solución del 75 % de H2SO4 se ajusta al índice de refracción de las nubes de Venus determinado por observaciones polarimétricas efectuadas desde la Tierra. Ninguno de los otros materiales se acerca a este cálculo. Tal solución es líquida a las temperaturas y presiones reinantes en las nubes de Venus. El ácido sulfúrico posee una característica de absorción determinada por el espectroscopio infrarrojo, en una longitud de onda de 11,2 micrones. De todos los materiales propuestos o sugeridos, tan sólo el H2SO4 posee tal característica de absorción. La serie soviética de los Venera encontró grandes cantidades de vapor de agua por debajo de las nubes visibles de Venus. Las observaciones que se han hecho en busca de agua mediante procedimientos espectroscópicos han hallado solamente una insignificante cantidad de vapor de agua en las nubes de Venus. Las dos observaciones estarán de acuerdo en el caso de que entre estas dos regiones haya un eficaz agente secador. El ácido sulfúrico es tal agente.

En la atmósfera de la Tierra hay gotitas de agua a gran altura y vapor de agua en las capas atmosféricas más inferiores. De la misma manera en Venus: Si hay gotitas de ácido sulfúrico en las nubes altas, debe haber más abajo ácido sulfúrico gaseoso, a una concentración relativamente elevada cerca de la superficie. Los astrónomos también han hallado pruebas inequívocas de la existencia de ácidos clorhídrico y fluorhídrico como gases en la atmósfera superior de Venus. También deben existir a elevada concentración, por ejemplo, en las proporciones relativas del smog en el aire de Los Angeles, en la atmósfera más baja de Venus. Estos tres ácidos constituyen una mezcla sumamente corrosiva. Cualquier nave espacial que haya de sobrevivir en la superficie de Venus no solamente debe estar protegida contra las altas presiones, sino también contra la atmósfera corrosiva.

En la actualidad, la Unión Soviética se halla inmersa en un programa muy activo de exploración de Venus, sin, por supuesto, presencia humana en tales exploraciones. Ahora sabemos que a mediodía hay suficiente luz en Venus para hacer fotografías. Llegará el día, quizá dentro de algunos años, no muchos, en que podamos tener las primeras fotografías de la superficie de Venus. ¿Cómo será esta superficie? Podemos hacer predicciones en cierta medida. A causa de la atmósfera muy densa de Venus, se producen algunos efectos ópticos muy interesantes. El más importante de todos se debe a la dispersión Rayleigh, llamada así en honor del inglés Lord Rayleigh. Cuando la luz del Sol toca la atmósfera clara y limpia de polvo de la Tierra, dicha luz se dispersa. Los fotones chocan con las moléculas de la atmósfera terrestre y rebotan. Pueden darse muchos de tales rebotes. Pero como las moléculas de aire son mucho más pequeñas que la longitud de onda de la luz, resulta que las longitudes de onda corta se dispersan o rebotan mediante las moléculas de aire más eficazmente que las longitudes de onda largas. La luz azul se dispersa mucho mejor que la luz roja. Éste es un hecho que ya conocía Leonardo da Vinci, quien pintaba los paisajes lejanos o de fondo con un primoroso azul cerúleo. Por eso hablamos de montañas azules, y por eso el cielo es azul. La luz del Sol se dispersa o extiende por toda nuestra atmósfera, parte de ella se dispersa hacia arriba y hacia afuera de nuevo, pero otras fracciones de luz solar se dispersan mediante las moléculas de nuestra atmósfera y entonces, siguiendo una dirección completamente distinta a la del Sol, vuelve a nuestros ojos. En ausencia de atmósfera, como en la Luna, el cielo es negro. Cuando miramos una puesta de Sol estamos viendo al Sol a través de un sendero más largo en la atmósfera de la Tierra que cuando lo contemplábamos a mediodía. La luz azul ha abandonado este sendero, dejando que la luz roja toque nuestros ojos. La belleza de las puestas de Sol, del cielo y de los distintos paisajes se debe a la dispersión Rayleigh.

¿Y qué hay de la dispersión Rayleigh en Venus? Como la atmósfera es mucho más densa, allí es mucho más importante la dispersión Rayleigh. Si pudiésemos suprimir las nubes de Venus, aún seríamos incapaces de ver su superficie desde arriba. En la atmósfera de Venus se dispersaría la luz de todos los colores tantas veces que no se podría distinguir ningún detalle de la superficie del planeta. Con longitudes de onda más largas a las que es sensible el ojo humano, se podría ver la superficie desde arriba, pero hay nubes. Las ondas de radio penetran en las nubes y atmósfera de Venus, y así se están confeccionando los primeros mapas de radar de Venus. Dentro de muy pocos años, el gran telescopio Arecibo, de la Cornell University, en Puerto Rico, comenzará a trazar el mapa de Venus, por radar, con mayor precisión que los mapas que se han hecho ópticamente de la Luna. Ya se tienen indicios de que en la superficie de este enigmático planeta hay cadenas montañosas y enormes cráteres.

En la superficie de Venus, la dispersión Rayleigh produce también otro importantísimo efecto. Así como no podemos ver la superficie en luz visible desde la parte superior de Venus, tampoco podemos ver el Sol, en luz visible, desde la superficie de Venus, aunque se abriese un enorme claro en las nubes. Por otra parte, si hubiese vida inteligente en Venus, la astronomía se desarrollaría muy lentamente, siendo así que surgiría primero la radioastronomía. La nave espacial Venera 8 halló que la luz solar alcanza la superficie de Venus durante el día, pero queda tan atenuada por su paso entre las nubes y atmósfera que, incluso a mediodía, no es más brillante en Venus que en pleno crepúsculo de la Tierra. La luz solar sería así un brumoso y confuso retazo de luz de color rubí obscuro, cuya salida y puesta podrían determinarse muy vagamente.

Si pudiéramos hallarnos sobre la superficie de Venus vestidos con traje protector y los ojos cubiertos por gafas de Sol color violeta, no se vería nada en absoluto más allá de unos cuantos metros. La dispersión Rayleigh en luz azul es tan fuerte en Venus que la visibilidad en el color violeta es muy pequeña. Pero como la luz de larga longitud de onda se dispersa menos que la azul, en el final rojo del espectro visible -ojos cubiertos con gafas de Sol color rojo-, la visibilidad probablemente podría alcanzar los 200 ó 300 metros. En la superficie de Venus, todo debe estar bañado por una obscuridad de profundo color rojo.

Percibiríamos el color, pero tan sólo de aquellos objetos que estuviesen muy cerca de nosotros. Todo lo demás, todo cuanto nos rodeara, aparecería como un borrón rosado.

Así pues, Venus parece ser un lugar completamente diferente a la Tierra y, además, muy poco atractivo: temperaturas de verdadera parrilla, presiones aplastantes, gases corrosivos y malsanos, olores a azufre, y un paisaje inmerso en obscuridad rojiza.

Resulta curioso, pero hay un lugar asombrosamente parecido a éste en las leyendas, folklore y superstición de los hombres. Le llamamos Infierno. En la antigua creencia -por ejemplo, la de los griegos-, era el lugar a donde viajaban todas las almas humanas después de la muerte. En la época cristiana, se piensa en el Infierno como destino post mortem para una de las dos categorías de persuasión moral. Pero existen pocas dudas de que el punto de vista sobre el Infierno, en cuanto concierne al individuo medio -azufre, color rojo, llamas, etc.- se ajusta, en todo, a la superficie de Venus.

Aunque las moléculas biológicas terrestres rápidamente se harían pedazos en Venus, hay moléculas orgánicas -por ejemplo, algunas con una compleja estructura circular- que se mantendrían estables en las condiciones de Venus. Es difícil excluir la vida allí, pero ciertamente podemos decir que sería por completo diferente a la que para nosotros es familiar. Cualquier criatura que viva allí sin duda alguna ha de poseer piel muy correosa. A causa de las altas temperaturas atmosféricas, incluso sería normal que también dispusiera de pequeñas alas, cortas y rígidas, que llevasen al que las poseyera de un lado a otro en aleteo excepcionalmente enérgico y activo. Un diablo es un perfecto modelo -excepto en su aspecto de macho cabrío y humano- para un habitante de Venus. Milton e Isaías llamaron a Lucifer «Hijo de la mañana», de la estrella de la mañana. Durante miles de años, Venus y el Infierno se han identificado.

Por supuesto, que ésta no es más que una curiosa coincidencia y no creo que pueda ser algo más que eso. Aquí, el detalle principal es que en todas las leyendas uno se va al Infierno hacia abajo y no hacia arriba. El mundo clásico de Grecia y Roma y el antiguo Oriente Próximo estaba sazonado de volcanes en actividad. Estos terrenos volcánicos, como en las Islandia y Hawai contemporáneas, son lugares desolados, desnudos, aunque también paisajes de pavorosa belleza. De los cráteres volcánicos surgen gases sulfurosos; fuentes y ríos de lava tiñen los alrededores de rojo. Hace mucho calor. Uno se chamusca las cejas y pestañas si se acerca demasiado a una salida de lava. Y todo este calor, color rojo y malos olores vienen de abajo. No fue muy difícil para nuestros antepasados imaginar que los terrenos volcánicos eran aberturas que daban paso a un mundo en llamas completamente diferente, que se llamaba Infierno.

El interior de la Tierra y el exterior de Venus son parecidos, pero no idénticos. Los dos son lugares desagradables para los seres humanos, pero a la vez ambos poseen extremado interés científico, lugares que vale la pena visitar, ya que no lugares donde residir.

Dante sabía mucho sobre esto.


Capítulo 14

Ciencia e «Inteligencia»

 


Variado grupo de agregados militares extranjeros agrupados para ver el lanzamiento del Apollo 15. Fotografía del autor.

 

Pasé los primeros dos años después de doctorarme en la Universidad de California, Berkeley, donde, entre otras cosas, me preocupó la búsqueda de vida en otros lugares y la esterilización de vehículos espaciales destinados a lugares como Marte, pues no deseábamos contaminar el medio ambiente marciano con microbios de la Tierra.

En un brillante día de primavera, recibí una llamada telefónica de un general de las Fuerzas Aéreas a quien había conocido y encontrado en varias reuniones de carácter científico. El general había trabajado principalmente en la medicina aplicada a la Aviación. Le llamaré aquí Bart Doppelganger. El general Doppelganger me informó que se encontraba en Los Angeles con tres científicos soviéticos, uno de los cuales estaba encargado del esfuerzo soviético de construir instrumentos para investigar la vida extraterrestre. Su nombre era Alexandr Alexandrovich Imshenetski (no hay razón alguna para cambiar su nombre; a diferencia de otros, en este relato, no tiene nada de qué avergonzarse). Era la primera visita que hacía Imshenetski a los Estados Unidos. Sí, por supuesto que me interesaba conocerle. ¿Cuándo? La respuesta fue: «Inmediatamente.» Así que partí en automóvil hacia el aeropuerto de San Francisco, volé a Los Ángeles, donde tomé un taxi para dirigirme a una dirección que me había facilitado nuestro general Doppelganger.

Era el hogar de un fisiólogo muy conocido profesionalmente, un buen cerebro de la UCLA. En la sala de estar, a mi llegada, se encontraba el fisiólogo, otros expertos en medicina para la Aviación de la UCLA, el general Doppelganger, tres científicos soviéticos (dos expertos en medicina espacial y el académico Imshenetski) y un intérprete. Llamaré al intérprete Igor Rogovin; era un empleado americano de la Biblioteca del Congreso destinado a servir de intérprete para los tres rusos durante su visita a los Estados Unidos. La única cosa que me sorprendió como algo peculiar fue que el inglés de los tres rusos era realmente excelente. Entonces, ¿para qué necesitaban un intérprete?

Todo el mundo aparecía alegre, se cambiaron frases de suma cortesía y circularon bebidas (Igor también tomó parte en esto). No había conversación en la cual él estuviera ausente durante más de cinco minutos. Estaba muy atareado, como una abeja maníaca que obsesivamente revoloteara de flor en flor.

Al cabo de un rato, todos acordamos trasladarnos al aeropuerto internacional de Los Angeles, donde los rusos más tarde tomarían un avión. Pero, antes de emprender el viaje, cenaríamos juntos. Todos no cabíamos en un solo coche, por lo cual Rogovin no podía viajar en dos vehículos a la vez. Imshenetski, algunos otros y yo subimos a un coche, y Rogovin y los demás tomaron un segundo automóvil. Durante los veinte o treinta minutos que duró el viaje, Imshenetski y yo intercambiamos interesantes puntos de vista sobre métodos de detección de vida y esterilización de vehículos espaciales y su tecnología. Era el primero de los contactos que yo tenía con un científico soviético.

Llegamos al aeropuerto, donde registraron las maletas; luego los soviéticos se excusaron para ir al lavabo. Mientras les esperaba en el exterior, me encontré a solas con Igor Rogovin, quien inmediatamente me dijo, hablando por una de las comisuras de la boca y con el tono propio de un James Cagney o Humphrey Bogart:

-¿Qué hay muchacho? ¿Qué has averiguado?

Como no estaba muy al corriente de los métodos y costumbres mundanas, y sintiéndome muy complacido por la información que Imshenetski y yo habíamos intercambiado, rápidamente resumí lo que había aprendido.

-Muy bueno, muchacho. ¿Para quién trabajas?

-Para la Universidad de California, en Berkeley -repliqué en tono de suma satisfacción.

-No, no, muchacho; la tapadera no.

Poco a poco me fui dando cuenta de cuál era la ocupación de Igor Rogovin, ya que no de su identidad. Con creciente cólera, le expliqué que si era posible sostener una conversación con un científico soviético, tal conversación redundaría más en beneficio de la ciencia que en beneficio de los servicios americanos de Información Militar. Antes de que Rogovin pudiese decir algo, salieron del lavabo nuestros invitados soviéticos y todos nos fuimos a cenar.

Aunque me hallaba sentado junto a Imshenetski me sentí incapaz de hablar de nuevo con él acerca de cualquier tema que se pareciera a la ciencia. Todavía recuerdo que nuestros principales temas de conversación fueron las películas americanas y los poetas soviéticos. Tras haber bebido algunas copas, Alexandr

Alexandrovich Imshenetski declaró que William Shakespeare era el poeta más leído en Rusia y que las películas americanas de vaqueros eran excesivamente violentas. Transcurrieron varias horas durante las cuajes sólo hablamos sobre estos dos temas.

Cuando los rusos partieron hacia su país, yo regresé a Berkeley.

A la mañana siguiente examiné las páginas de la guía telefónica de San Francisco y, bajo «Gobierno de los Estados Unidos», encontré una sección marcada «Central Intelligence Agency». Al marcar el número en cuestión, una voz de tono alegre dijo algo parecido a «Yukon 4-2143».

-¡Oiga! ¿Es la CÍA? -pregunté.

-¿En qué podernos servirle, señor?

-Quiero presentar una queja. Más bien hacer una reclamación. -Un momento, señor; le pondré con el Departamento de Reclamaciones.

Esto ocurrió poco después del episodio de la Bahía de los Cochinos y supongo que la CÍA estaba recibiendo montañas de reclamaciones y quejas.

Cuando, por fin, logré que me pusieran con el Departamento de Reclamaciones, me lancé rápidamente a hacer un resumen de mi encuentro o, más bien, choque con el señor Rogovin, pero al cabo de unos segundos me silenciaron alegando que aquél no era tema adecuado para tratar por teléfono. La voz que me impuso silencio no llegaba a mis oídos por la misma línea. Seguramente la línea estaba intervenida. En consecuencia, establecimos una cita para más tarde en aquel mismo día y en mi despacho.

Por supuesto, y a la hora prescripta, llegaron dos hombres jóvenes, muy bien vestidos, que me mostraron dos tarjetas de identificación con la firma de John McCone, quien recientemente había sido nombrado director de la CÍA. Tras expresar mi estado de ánimo, molesto sin duda alguna, mediante un detallado escrutinio de sus tarjetas de identificación, comencé a relatar mi historia. Vi que en sus rostros se reflejaba una creciente preocupación. Al final de mi relato, me explicaron que el comportamiento de Rogovin no podía ser de ninguna manera el que correspondía a un empleado de «la

Agencia». Se mostraron muy preocupados por mi relato, particularmente a causa de la «mala prensa» que estaban sufriendo después de lo de la Bahía de los Cochinos. Harían todo lo posible por arreglar las cosas, si yo no molestaba a la Agencia dando más publicidad a la historia en cuestión. Acepté guardar silencio durante un tiempo, y los dos hombres abandonaron mi despacho.

Una semana más tarde me llamaron por teléfono:

-Doctor Sagan, soy el señor Smith, el que estuvo charlando con usted en su despacho la semana pasada. ¿Recuerda el asunto que entonces tratamos?

Sospeché que el teléfono también esta vez se hallaba intervenido. –

Hemos podido establecer que la parte en cuestión -¿sabe a quién me refiero?- no trabaja para nosotros; bien, para nuestra organización, con ese nombre. Desde luego, estamos buscando otros nombres y le iremos a ver tan pronto como podamos.

Les había costado una semana estudiar la nómina personal de la CÍA. O la nómina era muy larga o muy secreta.

Algunos días más tarde, y empleando un lenguaje igualmente velado, me llamaron y me dijeron -en un tono de voz que parecía reflejar suma preocupación- que Igor Rogovin no trabajaba para la CÍA con ningún otro nombre y que, en tales circunstancias, naturalmente sentían mucha curiosidad por saber para quién lo hacía.

Transcurrió otra semana. Entonces la CÍA deseó hablar conmigo de nuevo en mi despacho. Llegaron los dos caballeros que ya me habían visitado anteriormente y, una vez más, me enseñaron las dos tarjetas de identificación firmadas por John McCone. Me informaron que, tras fatigosas investigaciones, habían descubierto que Igor Rogovin era en realidad un agente del Servicio Secreto de las Fuerzas Aéreas. De nuevo me aseguraron que ningún representante de su Agencia se hubiese comportado de tal manera, y acto seguido, se fueron. Lo que sí quedaba claramente establecido era que a la CÍA le había costado dos semanas determinar la personalidad de un miembro de una organización paralela de un Departamento de Información de los Estados Unidos.

La historia tiene una continuación. Un año o dos más tarde, se reunía en Florencia, Italia, la organización internacional espacial COSPAR. Como espléndido regalo a tales reuniones, se abrió la Galería Uffizi una tarde, especialmente para que pudieran verla las delegaciones COSPAR de varias naciones. Tenía que darse la casualidad de que yo estuviera con Alexandr Alexandrovich Imshenetski cuando entramos en una sala enorme aparentemente desierta, pero inundada de Botticelli. Y allí, en el otro extremo de la galería había una figura humana que se distinguía con cierta dificultad. Noté cómo Imshenetski se envaraba. Forzando un tanto los ojos, pude ver el rostro de Igor Rogovin, rostro disfrazado con poblada barba. Sin duda viajaba de incógnito. Imshenetski se inclinó hacia mí y musitó:

-¿No es ése el individuo que estuvo con nosotros en Los Ángeles?

Cuando asentí con un movimiento de cabeza, Imshenetski murmuró:

-¡Estúpido individuo!

El hecho de que Rogovin trabajara para el Servicio de Información de las Fuerzas Aéreas, mirando ahora al pasado, no era nada sorprendente, puesto que el general Doppelganger me había invitado a Los Angeles. Pero si es muy sorprendente que las Fuerzas Aéreas se sintieran interesadas por los planes soviéticos en lo que se refería a la detección de vida en otros planetas y a la esterilización de naves espaciales. Y el hecho de que los Servicios de Información americanos intentaran emplear a inocentes y jóvenes científicos (yo tenía entonces veintisiete años y políticamente era aséptico) para llevar a cabo tales propósitos, es realmente sorprendente. Al menos, a mí me asombra.

Hay otras muchas historias en las que están implicadas las organizaciones de espionaje soviéticas y americanas. El efecto general de tales incidentes es disminuir la verosimilitud del intercambio científico entre los expertos de diferentes países. Tales intercambios son sumamente necesarios en una época en la que existe el peligro de una hecatombe nuclear y en la cual los científicos tienen acceso a lugares muy cercanos a los políticos que están en el poder. El hecho de que tales actividades de espionaje se practiquen de forma enteramente regular e invariable por parte soviética no debilita, en mi opinión, este razonamiento. La intromisión del espionaje en los intercambios científicos internacionales de esta clase es, sea cual fuere su objetivo final, poco o nada inteligente.

         

Capítulo 15

Las lunas de Barsoom

 

Durante mi adolescencia tuve la suerte de tropezar con una serie de novelas ampulosamente escritas con títulos como: Thuvia, maid of Mars, The chessman of Mars, The princess of Mars, The warlords of Mars, y así sucesivamente. Ni que decir tiene, se trataba de novelas sobre Marte. Pero no acerca de nuestro Marte, el Marte revelado por el Mariner 9.

 



 

 

Portadas de los primeros seis libros de la serie de Edgar Rice Burroughs sobre Barsoom.

Por lo menos, no creo que nuestro Marte sea como el de estas novelas escritas por Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán. Su Marte era el de Percival Lowell, un planeta de antiguos fondos marinos, canales y estaciones de bombeo, bestias con seis patas y hombres (algunos sin cabeza) de todos los colores, incluyendo el verde. Tenían nombres como Tars Tarkas.

 

Mapa de Barsoom de Larry Ivie que apareció en The readers guide to Barsoom and Amtor.

Probablemente, la hipótesis más notable propuesta por Burroughs en estas novelas era que los seres humanos y los habitantes de Marte podían tener descendencia, prole, proposición biológicamente imposible si los marcianos y nosotros tenemos orígenes biológicamente distantes. Burroughs escribió muy honestamente acerca de la interfertilidad de un virginiano, milagrosamente transportado a Marte, y de Dejah Thoris, la princesa de un reino con el improbable nombre de Helium. No tengo dudas de que el precedente de un reino llamado Helium condujera directamente al planeta llamado Kryptón, patria de Superman, el protagonista de una historieta para niños. Hay aquí una rica vena de material literario que aún no se ha explotado bastante. El futuro puede mostrar planetas, estrellas, o incluso galaxias completas, llamadas Neón, Argón, Xenón, y Radón, gases nobles.

Pero el nombre ideado por Burroughs, que a través de los años me ha obsesionado, es el que imaginó que los marcianos dieron a Marte: Barsoom. Y fue una frase suya más que ninguna otra cosa la que se grabó en mi pensamiento:

«Las violentas lunas de Barsoom.»

Pues, sin duda, Marte es un mundo con dos lunas, situación que parecería completamente natural para los habitantes de dicho planeta como para nosotros lo es contar con una sola Luna.

Sabemos cómo se presenta nuestro solitario satélite a simple vista desde la superficie de la Tierra. Pero, desde la superficie de Marte, ¿qué aspecto tienen las lunas de Barsoom? Esta pregunta que, de vez en cuando, me preocupaba en mi adolescencia, no iba a tener respuesta hasta el año 1971 y el viaje del Mariner 9.

Las lunas de Marte fueron creación de Johannes Kepler, el descubridor de las leyes del movimiento planetario y hombre de escasa talla intelectual. Pero vivió en el siglo XVI, en un clima intelectual muy diferente del actual. Confeccionaba horóscopos para poder comer; la astronomía era su pasión más que su ocupación. Su madre fue juzgada y condenada por bruja. Cuando Kepler se enteró del descubrimiento de Galileo, con uno de los primeros telescopios astronómicos, de las cuatro grandes lunas de Júpiter, él inmediatamente concluyó que Marte tenía dos lunas. ¿Por qué? Porque Marte se hallaba a una distancia intermedia del Sol, entre la Tierra y Júpiter. Sin duda, parecía evidente que debía poseer un número intermedio de lunas. Las observaciones parecían demostrar que Venus carecía de lunas, la Tierra contaba con una y Júpiter con cuatro (el verdadero número que hoy día conocemos es de doce). Kepler pudo haber deducido dos o tres lunas para Marte, pero la pasión de toda una vida por las progresiones geométricas le llevó a elegir dos. El razonamiento, por supuesto, es falso. Las diez lunas de Saturno, las cinco de Urano y las dos de Neptuno no encajan en este esquema, que no es científico, sino más bien estético.

Pero el prestigio de Kepler era inmenso, particularmente después de que las leyes del movimiento planetario se derivasen de la teoría de la gravitación de Isaac Newton; y así, las alusiones literarias a las dos lunas de Marte perduraron a lo largo de los siglos. En la un tanto larga historia corta de Voltaire, Micromegas, un ciudadano de la estrella Sirio se da cuenta, por casualidad, cuando viajaba por nuestro Sistema Solar, de que Marte tenía dos lunas. Hay una referencia más famosa a las dos lunas marcianas en la sátira de Jonathan Swift de 1726, Viajes de Gulliver, no en las partes de los liliputienses, ni en la de los gigantes o en la de los caballos inteligentes, sino en la menos leída de todas, la que se refiere a la isla flotante y aérea de Laputa. El episodio es, sin duda, una crítica descaradamente razonada de las tensas relaciones hispanobritánicas en la época de Swift, porque la puta es una palabra española que equivale a prostituta. Las metáforas políticas son obscuras, al menos para mí. De todos modos, Swift anuncia casualmente que los astrónomos de Laputa han descubierto dos lunas de Marte, las cuales poseen rápidos movimientos y han proporcionado información sobre su distancia a Marte y sus períodos de traslación alrededor de Marte, información que es incorrecta, pero que es inteligente como intuición. Existen toda una serie de publicaciones sobre cómo era posible que Swift conociera las lunas de Marte, incluyendo la sugerencia de que Swift era marciano. Sin embargo, las pruebas demuestran que Swift no era marciano y que su conocimiento sobre las dos lunas, sin duda, puede deberse a las especulaciones de Kepler.

El verdadero descubrimiento de las dos lunas de Marte se hizo desde las afueras de Washington D.C., en 1877. El Observatorio Naval de los Estados Unidos acababa de terminar un gran telescopio refractor. El astrónomo del observatorio, Asaph Hall, intentó averiguar si las lunas de Marte, ensalzadas en canciones y en la literatura, existían realmente. Sus primeras noches de observación constituyeron un fracaso, y de mal humor incluso anunció a su esposa que se proponía abandonar la búsqueda. La señora Hall no admitió esto y animó a su marido a que trabajara unas cuantas noches más con el telescopio, hasta que el hombre tuvo a su alcance los satélites marcianos. Durante un corto período de tiempo pensó que había hallado tres satélites, porque el interior se movía tan rápidamente que en una noche le vio a un lado de

Marte y a la noche siguiente en el otro. Hall bautizó a las lunas con los nombres de Fobos y Deimos, como los caballos que arrastraban la cuadriga del dios de la guerra en la mitología griega; significan, respectivamente, temor y terror. (Los adjetivos adecuados implican algunos problemas: ¿Hablamos de órbitas fóbicas y de noches deimónicas?) Si algún día se descubre otra luna de Marte, espero que se la bautice con un nombre menos feroz y más optimista, como, por ejemplo, «Paz».

También confío en que cuando se fijen definitivamente las características de Fobos y Deimos por parte de la Unión Astronómica Internacional, una de ellas se llame como la señora Hall. Pero como la otra seguramente será llamada como Asaph Hall, tendremos un problema: dos cráteres llamados Hall serían algo perturbador. En una charla que di en Harvard, sobre astronomía comenté que el problema se resolvería si conociésemos el nombre de soltera de la señora Hall. Mi amigo Owen Gingerich, profesor de Historia de la Ciencia en Harvard, inmediatamente se puso en pie replicando: «Angelina Stickney» Así pues, cuando llegue el momento, espero que habrá un «Stickney» en una de las lunas de Barsoom.

El subsiguiente estudio de Fobos y Deimos llevado a cabo entre 1877 y 1971 tiene una curiosa historia. Las lunas de Marte son tan pequeñas que aparecen, incluso contempladas con los mejores telescopios, como simples puntos de luz. Son excesivamente pequeñas para haber sido observadas con los telescopios anteriores a 1877. Sus órbitas pueden calcularse anotando sus posiciones en varios tiempos. En 1944, en el Observatorio Naval de los Estados Unidos (donde sin duda debió desarrollarse un comprensible interés por Fobos y Deimos), B. P. Sharpless reunió todas las observaciones que tenía a su disposición por entonces para determinar las órbitas con la mayor precisión. Halló -sin duda con enorme sorpresa- que la órbita de Fobos parecía decaer en lo que los astrónomos llamaban aceleración secular. En largos períodos de tiempo, el satélite parecía estar aproximándose cada vez más a Marte, a la vez que se movía también mucho más rápidamente. Este fenómeno nos es muy familiar hoy día. Las órbitas de los satélites artificiales decaen durante todo el tiempo en la atmósfera de la Tierra. Inicialmente se reducen a causa de las colisiones con las difusas capas superiores de la atmósfera de la Tierra, pero mediante las leyes de Kepler el resultado neto es un movimiento más rápido.

La conclusión de Sharpless, de una secular aceleración para Fobos, continuó siendo una curiosidad sin explicar y casi sin examinar, hasta que alrededor de 1960 la tuvo en cuenta el astrofísico soviético I. S. Shklovskiii. Éste pensó en una amplia gama de hipótesis en cuanto se refería a la aceleración secular, entre ellas la influencia del Sol, la de un campo magnético de Marte y la de la gravedad de este planeta. Halló que ninguna de estas hipótesis encajaba con exactitud. Entonces volvió a considerar la posibilidad del arrastre atmosférico. En los días anteriores a la investigación de Marte con naves espaciales, se conocía escasa e indirectamente el tamaño exacto de los satélites marcianos, pero se sabía que Fobos tenía unos 20 km de diámetro. La altitud de Fobos sobre la superficie de Marte también se conocía. Shklovskii y otros antes que él descubrieron que la densidad de la atmósfera marciana era demasiado baja para producir el arrastre indicado por Sharpless. Fue precisamente en este momento cuando Shklovskii hizo una audaz y brillante suposición.

Todos los cálculos efectuados para demostrar que no existía arrastre atmosférico habían presupuesto que Fobos era un objeto de densidad corriente. Pero, ¿y si su densidad era muy baja? A pesar de su enorme tamaño, entonces su masa sería muy pequeña, y su órbita podría resultar afectada por la enrarecida superior atmósfera marciana.

Shklovskii calculó la precisa densidad de Fobos y halló un valor que alcanzaba a una milésima parte de la densidad del agua. Ningún objeto natural o substancia tiene una densidad tan baja; hay una madera que tiene la mitad de la densidad del agua. Así pues, con densidad tan baja sólo quedaba una conclusión posible: Fobos tenía que estar hueco. Un objeto enorme y hueco, con 20 km de diámetro, no podía crearse mediante procesos naturales. Por tanto, Shklovskii concluyó que había sido creado por una avanzada civilización marciana. Indudablemente, un satélite artificial de 20 km de diámetro requiere una tecnología mucho más avanzada que la nuestra.

Como no había señales de tal civilización avanzada en Marte, Shklovskii supuso que Fobos -y posiblemente Deimos- habían sido lanzados al espacio en un lejanísimo pasado por una desaparecida civilización marciana. (El lector que se sienta interesado por este tema hallará más detalles de este notable razonamiento de Shklovskii en el libro Vida inteligente en el Universo, escrito en colaboración por Shklovskii y por mí [San Francisco, Holden-Day, 1966; New York, Delta Books, 1967].) A continuación de los primeros trabajos de Shklovskii sobre el tema, los movimientos de las lunas de Marte fueron examinados en Inglaterra por G. A. Wilkins, quien manifestó que era probable no existiera aceleración secular. Pero no podía estar seguro.

La extraordinaria sugerencia de Shklovskii en el sentido de que las lunas de Marte podrían ser artificiales es una de las tres hipótesis que hay sobre su origen. Las otras dos -interesantes por derecho propio, pero sin duda muy inexpresivas en comparación con la hipótesis de Shklovskii- son: 1) que las lunas son asteroides capturados, o 2) que son una especie de restos que quedaron allí cuando se formó Marte. Los asteroides son pedazos de roca y metal que giran alrededor del Sol entre las órbitas de Marte y Júpiter. No es probable, aunque teóricamente posible, que sean escenarios en los cuales la gravedad de Marte pueda capturar a un asteroide que pase a su alcance.

En la hipótesis de «restos marcianos» se considera que trozos de roca de diversos tamaños se unieron para formar Marte; que la última generación de tales piezas produjo los enormes y antiguos cráteres sobre Marte, y que Fobos y Deimos son, por casualidad, los únicos restos que aún perduran de la primitiva historia catastrófica de Marte.

Es evidente que el hecho de confirmar alguna de estas hipótesis, cualquiera de las tres, sobre el origen de las lunas de Marte, sería un logro de suma importancia científica.

La misión del Mariner sobre Marte, en 1971, en la cual tuve el placer de trabajar, en principio implicaba el empleo de dos naves espaciales, el Mariner 8 y el Mariner 9. Iban a situarse en órbitas diferentes también con distintos propósitos en el estudio de Marte. Cuando finalmente hubo acuerdo acerca de estas órbitas me percaté de que no estaban lo suficientemente lejos de las órbitas de Fobos y Deimos. También me pareció que las observaciones realizadas por televisión y con otros medios sobre Fobos y Deimos, por la nave espacial Mariner, podrían permitirnos determinar parte de su origen y naturaleza. Por tanto, solicité permiso a los funcionarios de la NASA que organizaban y dirigían la misión, para programar observaciones de Fobos y Deimos. Aun cuando los directores de la misión en el Jet Propulsión Laboratory, verdadera organización operativa, no se mostraran muy contrarios a la idea, algunos funcionarios de la NASA se oponían a ella. Por supuesto, existía un plan de la misión escrito en un grueso libro donde se determinaba taxativamente lo que harían los Mariner 8 y 9. Pero en dicho plan no se mencionaba para nada a Fobos y Deimos. Así pues, yo no podía mirar ni observar a Fobos ni a Deimos. Pura burocracia.

Indiqué que mi propuesta solamente requería mover las plataformas de registro en la nave espacial para que las cámaras pudiesen observar los satélites marcianos. La respuesta, una vez más, fue negativa. Poco tiempo después presenté otro documento en el que decía que, si Fobos y Deimos eran asteroides capturados, el hecho de examinarlos desde el Mariner 9 equivalía a efectuar una misión casi o del todo gratuita en el cinturón de asteroides. La maniobra que les había propuesto en la plataforma de la nave espacial ahorraría a la NASA doscientos millones de dólares o así. En algunos círculos esta propuesta se consideró como más apremiante. Al cabo de un año y tras muchos cabildeos, se formó un grupo técnico y se hicieron proyectos para examinar Fobos y Deimos. El grupo que podríamos llamar de trabajo sobre astronomía de satélites, ante mis sugerencias, lo presidió el doctor James Pollack, antiguo alumno mío; pero uno de los signos que dio la NASA acerca de su mala disposición fue que el grupo se formó con posterioridad al lanzamiento del Mariner 9 y sólo dos meses antes de su llegada a Marte. (Mientras tanto, había fallado el Mariner 8.) Cuando el Mariner 9 llegó a Marte, encontramos un planeta casi enteramente obscurecido por el polvo. Puesto que en Marte había muy poco que observar, de repente estalló un insólito entusiasmo por examinar Fobos y

Deimos. El primer paso fue tomar fotografías desde cierta distancia con objeto de establecer con cierta precisión las órbitas y situaciones de las lunas. Esta tarea se cumplió de forma preliminar dos semanas después de que la nave espacial penetrara en la órbita marciana. El Mariner 9 tiene un período orbital de aproximadamente doce horas, de manera que daba la vuelta a Marte dos veces al día.

Las fotografías que el Mariner 9 envió por televisión a la Tierra fueron radiadas de forma muy parecida a como se envían en nuestro planeta fotografías de un continente a otro por cable. La fotografía está dividida en gran número de pequeños puntos (para el Mariner 9, varios centenares de miles), cada uno de los cuales con su propio brillo, o sombra o gris, desde el negro al blanco. Una vez que la nave espacial ha tomado la fotografía y allí se registra sobre cinta magnética se envía a la Tierra punto por punto. En efecto, la comunicación dice: Punto número 3277, nivel gris 65; punto número 3278, nivel gris 62, y así sucesivamente. La fotografía se «reúne» por medio de computadora en la Tierra, esencialmente siguiendo los puntos.

La primera fotografía de Fobos, un primer plano relativamente claro, se obtuvo en la revolución 31. A continuación se muestra una foto Polaroid de la imagen del videomonitor de Fobos en la revolución 31, recibida el día 30 de noviembre de 1971. Aun así la imagen es excesivamente borrosa como para poder llegar a conclusión alguna.


 

 

La primera imagen de Fobos vista desde el Mariner 9, sin procesar

por computadora

Ya tarde, aquella misma noche, el doctor Joseph Veverka, de Cornell, otro antiguo alumno mío, y yo, trabajamos durante la madrugada en el Image Processing Laboratory de JPL para conseguir -mediante técnicas de ampliación y contraste por computadora- todos los detalles que se pudiesen lograr de la imagen. El resultado se muestra a continuación. La forma es irregular. ¿Son cráteres esos manchones?


 


La misma fotografía, pero ampliada por computadora y mostrando

cráteres.


Nuestra fotografía mejorada se construyó en el vídeo-monitor de la computadora, línea por línea y de arriba abajo. A medida que emergió gradualmente lo que parecía ser el mayor cráter, vimos un punto brillante en su centro; sólo por un momento tuve la sensación de que estábamos viendo una estrella a través de un enorme orificio en Fobos, o, aún más emocionante, que estábamos viendo una luz artificial. Pero cuando pedimos a la computadora que suprimiera todos los pequeños errores, el punto brillante desapareció.

En la revolución 34, el Mariner 9 y Fobos se aproximaron mutuamente a menos de 8.000 km, uno de los mayores acercamientos en toda la misión. Por la noche, tarde, al recibir la fotografía, Veverka y yo nos pusimos a trabajar de nuevo con la computadora. Nuestros resultados fueron los que se muestran en la siguiente figura. No estoy seguro de cuál es el aspecto que presenta un satélite artificial de 20 km de diámetro, pero no parece, ser esto. Fobos más bien se parece a una patata podrida.

De hecho, está lleno de cráteres. Para que se hayan acumulado tantos cráteres en esa parte del sistema solar debe de ser muy viejo, probablemente de miles de millones de años. En su conjunto Fobos parece ser un fragmento natural de una roca mayor, terriblemente vapuleada por repetidas colisiones; allí se han abierto o excavado orificios y se le han arrancado trozos, como a golpes de hacha. En Fobos no hay señal alguna de tecnología. Fobos no es un satélite artificial. Cuando, mediante la misma labor realizada en la computadora, se ampliaron las fotos de Deimos ocurrió lo mismo, y así llegamos a la misma conclusión.

 


 

Una imagen posterior, aunque mucho más detallada, de Fobos que

muestra su verdadera Naturaleza.

Fobos y Deimos son los primeros satélites de otro planeta que han sido fotografiados en primer plano. También se observaron mediante el espectrómetro ultravioleta y el radiómetro infrarrojo a bordo del Mariner 9. Pudimos determinar sus tamaños y formas y algo de su color. Son objetos extremadamente obscuros, más obscuros que el material más negro que haya en la habitación donde ahora mismo esté sentado el lector. Por supuesto, figuran ya entre los objetos más obscuros del Sistema Solar. Como hay tan pocos objetos con esta obscuridad en cualquier otra parte, esperamos poder llegar a saber algo sobre su composición. Ambos están cubiertos al menos por finas capas de material muy pulverizado. Proporcionan importantes indicios en cuanto se refiere a procesos de colisión en el Sistema Solar inicial. Creo que estamos contemplando al producto final de una especie de selección de colisión natural, en la cual se han separado fragmentos de un cuerpo principal mayor y estamos viendo únicamente esos dos trozos que ahí quedan y que son Fobos y Deimos. Las lunas de Marte también son importantes calibradores de colisión para Marte. Probablemente, Fobos, Deimos y Marte estuvieron juntos en la misma parte del Sistema Solar durante un largo período de tiempo. El número de cráteres, de un tamaño dado, que hay en Marte, es mucho menor, en general, que en Fobos o en Deimos, proporcionando así importante información acerca de procesos de erosión marciana, cosa que no existe en Fobos y Deimos, sin aire y sin agua.

Como ahora poseemos una buena información acerca del tamaño y forma de estos objetos, y como también contamos con buenas razones para pensar que ambos tienen densidades típicas de roca ordinaria, podemos calcular algo sobre lo que significaría encontrarnos, por ejemplo, en Fobos. En primer lugar, Marte a menos de 12.000 km de distancia llenaría aproximadamente la mitad del cielo de Fobos. La salida o alzamiento de Marte sería un acontecimiento espectacular. No sería mala idea la eventual construcción de un observatorio en Fobos para examinar Marte. Sabemos, por el Mariner 9, que Fobos y Deimos giran de la misma manera que lo hace nuestra Luna, siempre mostrando la misma cara a su planeta. Cuando Fobos está por encima del hemisferio diurno de Marte, la luz rojiza de este último sería suficiente para leer por la noche en Fobos.

Debido a su pequeño tamaño, Fobos y Deimos poseen aceleraciones de gravitación muy bajas. Sus gravedades no atraen con mucha fuerza. La de Fobos equivale tan sólo a una milésima parte de la de la Tierra. Si en la Tierra se da un salto de digamos 1 metro aproximadamente, ese mismo salto en Fobos alcanzaría una altura de alrededor de 800 metros. No se precisarían muchos saltos para circumnavegar Fobos. Podrían ser saltos en arco graciosos y lentos, que tardarían varios minutos en alcanzar el punto más elevado de la trayectoria de autopropulsión, para luego regresar delicadamente a la Tierra.

Aún más interesante sería, por ejemplo, jugar un partido de béisbol en Fobos. La velocidad necesaria para lanzar un objeto en órbita alrededor de Fobos es solamente de unos 40 km por hora. Un lanzador aficionado de béisbol podría fácilmente lanzar una pelota en órbita alrededor de Fobos. La velocidad de escape de Fobos es sólo de cerca de 60 km por hora, velocidad alcanzada fácilmente por los lanzadores profesionales de béisbol. Una pelota de béisbol que escapara de Fobos orbitaria alrededor de Marte, diminuta luna lanzada por el hombre. Si Fobos fuese perfectamente esférico, un astronauta solitario, aficionado al béisbol, podría inventar una curiosa versión, aunque algo perezosa, de este juego, ya de por sí un tanto perezoso. Primero, como pitcher o lanzador podría arrojar la pelota de lado, hacia el horizonte, a unos 50 km por hora. Entonces podría irse a casa a almorzar, porque la pelota tardaría un par de horas en dar la vuelta a Fobos. Después de almorzar, tomaría el bate, caminaría en dirección opuesta a la del lanzamiento, y esperaría a la pelota lanzada dos horas antes. Aparte del hecho de que los buenos lanzadores rara vez son buenos con el bate, pegar a este lanzamiento sería cosa muy fácil. Como la luz del día en Fobos sólo dura cuatro horas, todo el juego tendría que modificarse para poder jugar durante ese corto período de luz.

Probablemente, estas posibilidades deportivas dentro de uno o dos siglos, sean industria turística para Fobos y Deimos. Pero el béisbol, en Fobos, sería un curioso entretenimiento, que asimismo podría disfrutarse casi en idénticas circunstancias en la Luna. Sin embargo el interés científico por las lunas de Marte -ya sean asteroides capturados o restos de la formación del planeta- es inmenso. Más pronto o más tarde, por supuesto en una escala de siglos, habrá instrumentos que permitan al hombre sobre la superficie de Fobos contemplar con asombro al inmenso planeta rojo que llena el horizonte casi por completo.

¿Y qué decir del panorama opuesto? ¿Qué aspecto pueden tener las lunas de Barsoom vistas desde la superficie de Marte? Como Fobos está tan cerca de Marte, se vería como un disco clarísimo, aunque es un objeto diminuto. De hecho, Fobos aparecería en el espacio con el tamaño aproximado de la mitad de nuestra Luna contemplada desde la Tierra. Sabemos, por el Mariner 9, que tan sólo un lado de Fobos es visible desde Marte, al igual que nos ocurre en la Tierra con la Luna. Esa cara de Fobos es, aproximadamente, la que se muestra en la segunda imagen de dicho satélite. Hasta que se llevó a cabo el viaje del Mariner 9, nadie -excepto los marcianos, si los hay- ha visto jamás esa cara.

Por otra parte, como Fobos está tan cerca de Marte, las leyes de Kepler le impulsan a moverse con rapidez comparativa alrededor del planeta. Efectúa aproximadamente dos órbitas y media alrededor de Marte en 24 horas. Por otra parte Deimos tarda treinta horas y dieciocho minutos en terminar su órbita alrededor de Marte. Ambas lunas giran en sus órbitas en la misma dirección o sentido que Marte efectúa la rotación sobre su eje. Así, Deimos sale por el Este y se pone en el Oeste, como debe hacerlo todo buen satélite que se juzgue a sí mismo como tal. Pero Fobos lo hace una vez alrededor de su órbita en menos tiempo de lo que tarda Marte en su giro. En consecuencia, Fobos sale por el Oeste y se pone por el Este, tardando cinco horas y media en pasar de un horizonte a otro. Éste no es, exactamente, un movimiento violento -el movimiento no sería fácilmente perceptible contra el campo de estrellas durante un minuto de contemplación-, pero tampoco es lento. Habrá algunas noches en el ecuador de Marte, cuando Fobos se ponga por el Este durante la puesta de Sol y luego salga por el Oeste mucho antes del amanecer.

Fobos está tan cerca del plano ecuatorial de Marte que resulta completamente invisible desde las regiones polares del planeta. Si fuésemos a imaginar la presencia de seres inteligentes en Marte, la astronomía sería competencia de las sociedades ecuatoriales y no de las de las altas latitudes. No estoy seguro de si Helium era un reino ecuatorial.

Freud dice, en alguna parte, que los únicos hombres felices son aquellos que han hecho realidad los sueños de su juventud. Yo no puedo decir que sea éste mi caso del todo, pero jamás olvidaré aquellas tempranas horas, en un frío noviembre californiano, cuando Joe Veverka, técnico de la JPL y yo, fuimos los primeros seres humanos que vimos la cara de Fobos.

El Estado de California fue lo suficientemente amable como para concederme una matrícula automovilística rotulada con el nombre de «PHOBOS». Mi coche no es demasiado perezoso o lento, pero tampoco es capaz de girar alrededor de nuestro planeta dos veces al día. La matrícula me agrada. Hubiese preferido «BARSOOM», pero en California existe un límite de seis letras para las matrículas de los automóviles.

         

Capítulo 16

Las montañas de Marte:

1. Observaciones desde la Tierra

 


Mapa topográfico, basado en estudios de radar, de elevaciones y altitudes medias de Marte. Laboratorio de Estudios Planetarios, Cornell University.

Las montañas de la Tierra son el producto de épocas en las cuales ocurrieron grandes catástrofes geológicas. Se cree que las mayores cadenas montañosas se produjeron por la colisión de enormes bloques continentales durante su deriva. El movimiento de los continentes acercándose y separándose unos de otros, aproximadamente a unos dos centímetros por año nos parecerá, sin duda, sumamente lento. Pero como la Tierra tiene miles de millones de años de antigüedad, se dispuso de mucho tiempo para que los continentes chocasen en todo nuestro planeta.

Las montañas más pequeñas se deben a fenómenos volcánicos. La roca fundida y ardiente, llamada lava, asciende a través de tuberías situadas en las capas superiores de la Tierra -tuberías, por llamarlas de alguna manera, de débil estructura a través de las cuales se alivia y libera la presión inferior- y producen enormes pilas de escoria volcánica que se enfrían. El orificio abierto en la cima del volcán -los geólogos le llaman caldera de la cumbre- es el conducto a través del cual se producen sucesivas erupciones de lava. En la caldera de la cima o cumbre de un volcán en actividad, como, por ejemplo, en Hawai, podemos ver auténtica lava fundida. Estas montañas volcánicas individuales y cadenas montañosas o cordilleras, que son realmente entidades separadas, constituyen muestras de que existe una Tierra vigorosa y dinámica.

¿Y qué hay de Marte? Es un planeta más pequeño que la Tierra; su presión central y temperaturas también son inferiores; posee, asimismo, un promedio de densidad inferior al de la Tierra. Estas circunstancias parecen combinarse para sugerir que Marte debe ser menos activo geológicamente que la Tierra y la Luna. Pero incluso en la Luna, objeto mucho más pequeño que Marte, con temperaturas internas inferiores a las de este planeta, al parecer existe una actividad volcánica tal y como lo han descubierto las misiones Apolo. Aún hoy no comprendemos la conexión que pueda haber entre el tamaño y estructura de un planeta y la presencia de montañas y actividad volcánica, aunque sabemos que en la Luna no hay importantes cordilleras.

Nuestra actual ignorancia sobre este tema, por supuesto, casi deja de ser tal comparada con la ignorancia de los primeros astrónomos planetarios, quienes hace menos de un siglo contemplaban el firmamento mediante pequeños telescopios tratando de averiguar a qué distancia se hallaba Marte. Uno de los primeros astrónomos que se preocupó por el tema de las montañas de Marte, fue Percival Lowell. Éste creía (véase el Capítulo 18) haber hallado pruebas de la existencia de una extensa red de líneas rectas que cruzaban la superficie marciana con notable regularidad y dirección, y que sólo habían podido ser producidas por una raza de seres inteligentes en aquel planeta. Creía que estos «canales» transportaban agua.

Ahora sabemos que el problema o, más bien, sus conclusiones obedecían más a su lógica personal que a sus observaciones; ninguno de los Mariner ni tampoco otras recientes observaciones de Marte han demostrado la existencia de tales canales lowelianos.

En la última década del pasado siglo, Lowell sugirió que Marte no debía tener montañas, porque éstas serían un grave obstáculo para la construcción de canales. Pero seguramente una raza que podía construir tan enorme red de canales también podría suprimir o evitar una montaña mal situada.

Sin embargo, Lowell se hallaba entre los primeros astrónomos en aplicar auténticas pruebas de observación al problema de la existencia de montañas en Marte. Miró más allá del límite de iluminación. Este límite de iluminación es la línea -aguda o, más bien, algodonosa, dependiendo siempre de la ausencia o presencia de una atmósfera planetaria- que separa el día de la parte nocturna de un planeta. El límite de iluminación se mueve alrededor del planeta una vez al día -el día planetario local-, pero si hay montañas en el lado obscuro del límite de iluminación, las montañas recibirán los rayos del Sol poniente cuando sus valles adyacentes estén sumidos en la obscuridad. Galileo empleó primero esta técnica para descubrir lo que él llamó las montañas de la Luna, aunque las montañas lunares son principalmente enormes fragmentos de piedra que cayeron del cielo en las fases finales de la formación de la Luna más que montañas del tipo terrestre, que, como ya hemos dicho, se produjeron debido a una actividad geológica interior. Lowell y sus colaboradores hallaron casos de brillantes proyecciones más allá del límite de iluminación, producidas por los rayos del Sol poniente. Pero cuando calcularon sus altitudes -tarea fácil para cualquier experto en geometría a nivel de segunda enseñanza- se encontraron con que tales montañas medían decenas, muchas decenas de miles de metros de altura. Tales elevaciones en Marte le parecieron absurdas a causa de su teoría de los canales. Además, al día siguiente - el día en Marte tiene exactamente igual duración que en la Tierra- cuando tal característica se observó nuevamente, su posición había cambiado. 

Este proceder o comportamiento es muy característico en montañas de cualquier origen, y Lowell llegó a la correcta conclusión de que había visto tormentas de polvo durante las cuales las finas partículas de la superficie marciana habían ascendido a muchísimos miles de metros en la atmósfera de Marte. Tales tormentas de polvo también se observan cuando contemplamos a través del telescopio la parte iluminada de Marte.

Algunas veces vemos que la configuración característica de marcas brillantes y obscuras en el planeta se obscurece temporalmente. Hay una intrusión de materia brillante en la zona obscura seguida de una reaparición de la antigua configuración. Estos cambios se interpretaron en la época de Lowell como tormentas de polvo que estallaban en las zonas iluminadas, obscureciendo todavía más las ya obscuras áreas adyacentes. La interpretación actual, basada en las detalladas observaciones de largo alcance del Mariner 9, confirman este punto de vista (véase el Capítulo 19).

Lowell y sus contemporáneos denominaron a las áreas brillantes «desiertos», y esto también parece ser exacto. Los lowelianos se preocuparon por el problema de si tales zonas brillantes o iluminadas tendían a estar más altas o más bajas que las zonas obscuras, aunque se esperaba que la diferencia de esta elevación fuese extremadamente pequeña. Una zona obscura vista en el limbo iluminado o borde del planeta parecía ser una muesca o depresión; pero esto podía entenderse simplemente en términos de la obscuridad de la zona obscura: si estuviese obscura contra un cielo obscuro no la veríamos en absoluto. Podríamos obtener la impresión errónea de que se trataba de una muesca o depresión. La opinión predominante entre los astrónomos parece haber sido que las zonas obscuras estaban ligeramente más bajas que las brillantes o iluminadas, pero esta diferencia fue calculada por Lowell como de sólo un kilómetro o menos. En 1966 volví a examinar este problema con el doctor James Pollack. Recurrimos a dos principales argumentos. Marte tiene en su hemisferio de invierno un gran casquete polar que, de vez en cuando, se ha atribuido a la presencia de agua congelada o anhídrido carbónico helado. Incluso en la actualidad se ignora su composición. Probablemente se hallen presentes ambas substancias. Cuando el casquete polar se retira en cada hemisferio una vez al año, hay regiones donde queda hielo atrás. Más tarde, cuando el hielo abandona estas zonas, resultan mucho más brillantes que sus alrededores. Por analogía con la Tierra, podríamos suponer que sean zonas montañosas que permanecen heladas cuando se han fundido o evaporado las nieves de los valles. Y, desde luego, una región polar marciana -las llamadas montañas de Mitchell- se ha identificado como montañosa sólo mediante este razonamiento.

Pero, ¿Por qué las montañas terrestres son los últimos lugares que quedan libres de nieve? Porque a medida que ascendemos hace más frío, como saben todos los montañeros. Pero, ¿por qué la temperatura se va haciendo cada vez más fría a medida que ascendemos? ¿Acaso pueden aplicarse a Marte estos razonamientos que en la Tierra hacen que las cimas de las montañas sean más frías que sus bases?

Llegamos a la conclusión de que todos los sectores que en la Tierra hacen que el frío sea más intenso a medida que ascendemos, no se podían aplicar a Marte en modo alguno, principalmente porque en Marte la atmósfera está muy enrarecida. Pero los vientos, en Marte, deben ser más fuertes en las cimas de las montañas que en los valles, al igual que en la Tierra. Ésta no es una conclusión por analogía, sino que se basa en la física idónea. Por tanto, imaginemos que los fuertes vientos barren la nieve en las cimas de las montañas marcianas y que las zonas brillantes que retienen el hielo, en Marte, son o están, por consiguiente más bajas.

Nuestra segunda línea de ataque se basó en las observaciones de Marte hechas por radar, las cuales se iniciaron a mediados de 1960. Había una prueba que inmediatamente nos llamó la atención. Cuando la pequeña parte central de la señal del radar se situaba directamente sobre una zona obscura de Marte, únicamente regresaba a la Tierra una fracción muy pequeña de la señal del radar. Pero cuando una zona brillante y adyacente, a un lado u otro de esta región obscura, se situaba bajo el centro de la señal del radar, el reflejo era mucho más fuerte. Esto podía entenderse si la zona obscura era mucho más alta o mucho más baja que la zona brillante adyacente. A juzgar por esta preliminar prueba de radar, concluimos que ya se tratara de una u otra de estas dos alternativas, las zonas obscuras tenían que hallarse sistemáticamente altas en Marte. Llegamos a la conclusión de que existían en Marte grandes diferencias de elevaciones, en algunos casos hasta 18 km entre zonas obscuras y brillantes. Las laderas sólo mostraban unos pocos grados de inclinación, y tanto las diferencias de elevación como las laderas se podían comparar con las de la Tierra, aunque las elevaciones parecían ser mayores que aquí. La noción de que los desiertos generalmente eran tierras bajas pareció ser compatible con la noción de que en los valles bajos la fina arena y el polvo se acumulaban, mientras que en las cimas de las montañas -donde los vientos eran más fuertes- no había ninguna partícula pequeña, brillante, o fina.

En los pocos años que siguieron a nuestro análisis, se hicieron estudios de radar más detallados, principalmente por un grupo de científicos en el Haystack Observatory, del Instituto de Tecnología de Massachusetts, dirigido por el profesor Gordon Pettengill. Por primera vez fue posible realizar medidas de altitud mediante radar directo. En lugar de emplear nuestros argumentos indirectos, la tecnología había alcanzado ya un punto en el cual era posible medir cuánto tardaba la señal de radar en llegar a Marte y regresar aquí. Aquellos lugares de Marte desde donde la señal de radar tardaba más en regresar se hallaban más lejos de nosotros, y, por tanto, más profundos. Aquellas regiones de Marte desde donde la señal de radar tardaba menos en regresar se hallaban más cerca de nosotros, y, por tanto, más elevadas. De esta manera se construyeron los primeros mapas topográficos de algunas regiones seleccionadas de Marte. Las máximas diferencias de elevación y las pendientes eran, aproximadamente, las que habíamos calculado nosotros con medios mucho más indirectos.

Pero las zonas obscuras no parecían ser sistemáticamente más altas que las iluminadas. Pettengill y sus colegas descubrieron que una región brillante de Marte llamada Tharsis era muy alta, probablemente la región más alta localizada en el planeta. Una zona circular y brillante, marciana, llamada Helas, que en griego significa “Grecia”, resultó que era muy baja a juzgar por las observaciones llevadas a cabo con posterioridad, sin radar. Sin embargo, otro lugar parecido, llamado Elysium, también grande y brillante, se descubrió que era alto. La zona marciana más obscura, Syrtis Major, resultó ser una pendiente escalonada.

¿Por qué Pollack y yo teníamos razón sólo parcialmente? Debido al llamado Occam's Razor, principio usado con frecuencia en el terreno de la ciencia, pero que no es infalible. El Occam's Razor recomienda que, cuando uno se enfrenta a dos hipótesis igualmente buenas, debemos elegir la más sencilla. Habíamos supuesto que las zonas obscuras eran, bien sistemáticamente altas o sistemáticamente bajas. Si éste fuera el caso, las zonas obscuras tenían que ser necesariamente altas. Pero éste no es el caso; las zonas obscuras pueden ser o altas o bajas. Nuestras conclusiones tan sólo reflejaron nuestras suposiciones.

Pero me siento muy complacido de que hayamos podido, mediante la lógica y la física, alcanzar parte de la verdad y demostrar que hay enormes diferencias de elevación en Marte, elevaciones muchísimo más grandes de lo que sospechó Lowell. Encuentro más difícil, pero más divertido, obtener la respuesta correcta mediante razonamiento indirecto y antes de que todas las pruebas estén en el bolsillo. Es lo que hace un teórico en la ciencia. Pero las conclusiones a que se llegan de esta forma son, evidentemente, más arriesgadas que las que se obtienen a través de una medida directa, hasta el punto de que la mayoría de los científicos se reservan sus juicios o criterios hasta que disponen de pruebas más directas y más seguras. La principal función de semejante tarea detectivesca -aparte de entretener al teórico- es, quizás, encolerizar y molestar a los «observadores», para que así se vean obligados, en plena furia de incredulidad, a poner en práctica medidas críticas.

         

Capítulo 17

Las montañas de Marte: 2.

Observaciones desde el espacio

 

 

 


Mosaico de cuatro fotografías, tomadas desde el Mariner 9, del mayor volcán conocido en el Sistema Solar, el Nix Olímpica, visto verticalmente desde arriba. Cortesía de la NASA.

El épico vuelo del Mariner 9 a Marte, en 1971, dio lugar a un nuevo conjunto de medidas directas y definitivas relacionadas con las montañas y elevaciones de Marte. Se han confeccionado algunos mapas de los terrenos elevados de Marte, mapas moderadamente completos, como resultado de los experimentos llevados a cabo por el Mariner 9 con su espectrómetro ultravioleta, espectrómetro Infrarrojo y otros Instrumentos de enorme precisión. Pero la Información más sorprendente acerca de las montañas de Marte se debe al experimento de la televisión.

Las primeras fotografías que el Maríner 9 envió de Marte, obtenidas incluso antes de la inserción orbital el 14 de noviembre de 1971, mostraban un planeta casi sin rasgos característicos. Apenas se distinguía el casquete polar sur, pero las marcas obscuras y brillantes que se habían visto y debatido durante un siglo no se observaban por parte alguna. Esto no era un fallo de la cámara de televisión, sino más bien el resultado de una espectacular tormenta de polvo en todo el planeta, que se había iniciado a fines de septiembre y no cesaría hasta principios de enero.

Las primeras fotos preorbitales y los primeros días de fotografías orbitales tampoco mostraron significativos detalles excepto en la región de Tharsis. Aquí, había cuatro lugares obscuros y un tanto irregulares, tres de ellos situados en línea casi recta y extendiéndose desde el Nordeste al Sudoeste; el cuarto estaba alejado de ellos y hacia el Oeste. Por otra parte, como no había en el planeta nada más visible, dediqué alguna atención a estos lugares en las primeras fases de la misión, tanta atención que durante cierto tiempo fueron conocidos con el nombre de «Carl’s Marks» por varios de mis ingeniosos compañeros de investigación. A mi vez, propuse llamarles Harpo, Groucho, Chico y Zeppo, pero todo esto ocurrió antes de que se estableciese su significado.

El lugar que aparecía aislado correspondía por su posición con la clásica característica marciana llamada Nix Olympica, en recuerdo de las Nieves del Olimpo, morada de los dioses. Los otros tres lugares no parecían corresponder a ningún rasgo característico o más familiar de la superficie de Marte. Pero Bradford Smith, astrónomo de la Universidad del Estado de Nuevo México, señaló que correspondían (como Nix Olympica) a lugares en Marte que muestran iluminación local a mediodía observados desde la Tierra. En algunas de las fotografías telescópicas de Smith, obtenidas con un filtro violeta azul y cuando no había tormentas de polvo en Marte, estos cuatro lugares aparecían como lugares blancos muy brillantes, aun cuando el contraste entre las zonas normalmente brillantes y obscuras era muy pequeño y las marcas corrientes de Marte no se distinguían (situación usual cuando se ve a Marte bajo luz violeta o azul en lugar de roja o anaranjada). ¿Acaso estaríamos observando alguna especie de nubes obscuras en medio de una tormenta de polvo, en lugares donde se encontraban normalmente nubes brillantes?

Otro experimentador, William Hartmann, de Science Applications, Inc., Tucson, Arizona, trabajó con una computadora ampliando y contrastando las fotografías originales de los cuatro lugares y encontró débiles indicios de regiones circulares centrales, en por lo menos dos de ellas. Por supuesto, las fotografías tomadas por los Mariner 6 y 7 de Nix Olympica, en 1969, mostraban indicios similares.

Por entonces, la extensión y gravedad de la tormenta de polvo se había hecho más que evidente y, en consecuencia, hubo que demorar nuestra proyectada misión de trazar el mapa del planeta mediante la ayuda del Mariner 9. La nave espacial demostró poseer enorme capacidad para tomar fotografías e incluso primeros planos de los cuatro lugares en cuestión. Estos experimentos fueron posibles porque el Mariner 9 poseía, a la vez, formidable capacidad de adaptación. La plataforma sobre la cual iban las cámaras podía orientarse hacia cualquier punto que se deseara en Marte, y el personal técnico del Jet Propulsión Laboratory del Instituto de Tecnología de California pudo cambiar sus planes con la suficiente rapidez para ajustarse a las nuevas necesidades científicas de la misión. Debido al diseño del artilugio espacial y a la adaptabilidad de sus controladores, comenzaron a llegar los primeros planos de los cuatro lugares.

Cada uno de ellos tenía un centro vagamente circular. Había segmentos paralelos y arqueados. Asimismo había una especie de concha. Todas estas características aparecían un tanto obscuras destacándose contra unos brillantes alrededores, correspondiendo a la apariencia obscura de los lugares vistos al principio en baja resolución.

Las formas particulares que habíamos visto en las primeras fotografías carecían de significado para mí. Pero me sentí muy sorprendido por el hecho de que estos rasgos circulares se daban en

Tharsis, la región más alta de Marte. Estos rasgos eran cráteres. ¿Por qué les veíamos y virtualmente no observábamos otros rasgos o características marcianas? Porque deben ser las regiones más altas de Tharsis, zona ya enormemente elevada. Los cuatro lugares, por tanto, me parecieron grandes montañas que asomaban a través del polvo. Entonces propuse que, a medida que fuera pasando el tiempo y se calmasen las tormentas de polvo (debido a la experiencia con otras tormentas globales en Marte, experiencia con décadas de observación, sabíamos que las tormentas de polvo se irían calmando gradualmente), observásemos con más atención estas montañas, incluso hasta sus bases. Por otra parte, llegué a pensar en que podríamos trazar mapas topográficos de las mismas cuando el polvo se asentara. Por desgracia, vimos que el asentamiento del polvo era operación muy irregular y esta sugerencia no dio ningún fruto.

Los geólogos, miembros del equipo de televisión del Mariner 9, como Harold Masursky y John McCauley, de la U. S. Geological Survey, se encariñaron inmediatamente de la forma de los cráteres y muy pronto les identificaron -por analogía con características similares de la Tierra- como grandes amontonamientos volcánicos con calderas en la cumbre. Yo siempre he desconfiado de argumentos o alegatos basados en analogías terrestres. Después de todo, Marte es otro lugar. En cuanto a lo que sabíamos -o, al menos, en cuanto a lo que yo sabía-, creíamos que allí podían darse procesos geológicos muy diferentes, y que las características similares a las de la Tierra podían producirse por muy diversas causas.

Sin embargo, y siguiendo una ruta diferente, llegué a la misma conclusión que los geólogos: sólo conocemos dos procesos capaces de producir cráteres: el impacto de restos interplanetarios (origen, por ejemplo, de la mayor parte de los cráteres de la Luna) y el vulcanismo. Sería mucho pedir esperar que los grandes meteoritos o pequeños asteroides que «cavaron», por así decirlo, cuatro de los mayores cráteres de impacto en Tharsis fueran lo suficientemente «inteligentes» como para caer sobre la cima de las cuatro montañas más altas de Tharsis. Mucho más plausible es la idea de que el mecanismo que hizo la montaña hizo también el cráter. El mecanismo se llama vulcanismo.

A medida que la tormenta de polvo fue amainando, se hizo mucho más clara la auténtica magnitud de estas cuatro montañas volcánicas. La más grande de ellas, la Nix Olympica, mide 400 km de un lado a otro, mayor que cualquiera de características similares de la Tierra, como, por ejemplo, las islas Hawai. No se han determinado aún las alturas de los lugares en cuestión, pero parecen tener entre 9.000 y 18.000 m sobre el nivel del planeta. (No podemos hablar de nivel del mar en Marte, porque no hay -al menos por ahora- ningún mar allí.) Desde entonces se han descubierto una docena más de volcanes en otras regiones de Marte.

El radiómetro infrarrojo del Mariner 9 no mostró señales de la presencia de lava caliente en las calderas de los cráteres. Por otra parte, su aspecto fresco y la casi total ausencia de cráteres producidos por meteoritos en sus laderas demostraban ser objetos muy jóvenes, geológicamente hablando, quizá no tendrían más de unos cuantos centenares de millones de años o acaso un poco más jóvenes.

La asociación de nubes con estas montañas volcánicas podía deberse a una salida contemporánea de gases de las calderas, vapor, por ejemplo, expulsado por las «troneras» volcánicas. Pero parece más probable que las nubes se encuentren sobre la cima de estas montañas, precisamente porque estas montañas son tan altas. Una imaginaria parcela de aire marciano que ascienda por la ladera de la montaña se extiende y enfría. (El aire se enfría cuando ascendemos en la atmósfera marciana. Pero, como el aire está tan enrarecido en Marte, no puede cambiar bien el calor con la superficie; así la superficie no se enfría cuando ascendemos por una montaña en Marte, como ya hemos dicho anteriormente.) Cuando la temperatura en la zona de aire desciende por debajo del punto de congelación del agua, todo el vapor de agua contenido en ella se condensa formando cristales de hielo. La cantidad de vapor de agua que sabemos existe en la atmósfera marciana, las alturas de las montañas y la cantidad de pequeños cristales de hielo necesarios para producir una nube visible, parecen unirse y formar un conjunto que explique de forma racional las nubes que hay sobre las montañas de Marte.

El reciente vulcanismo de Marte implica salida de gases, sean o no señales de tal fenómeno las nubes que vemos en la cima de estos volcanes. Cuando la lava caliente fluye a la superficie, lleva consigo una importante cantidad de gas, en la Tierra, principalmente agua, pero acompañada de otra importante cantidad de diversos materiales. Así, los volcanes que vemos en Marte han debido contribuir, en gran medida, a la formación de la atmósfera marciana. En parte, al menos, el aire ha salido por estos orificios al exterior. Como Marte es hoy tan frío, el agua puede estar como atrapada de muchas formas, como, por ejemplo, en forma de hielo, y no abundar en la atmósfera. Es probable que estos volcanes hayan producido mucho más gas que el que vemos hoy día en la atmósfera marciana. Si hay vida en Marte, seguramente debe basarse en el cambio de material con la atmósfera, igual que en la Tierra, donde predomina el ciclo de fotosíntesis de las plantas y la respiración animal. Si hay vida en Marte, estos volcanes pueden, al menos indirectamente, haber desempeñado un importante papel en su actual desarrollo.

Cuando la tormenta de polvo amainó, se situó al Mariner 9 en una órbita más alta para facilitar el trazado de los mapas geológicos. La nave espacial trabajó muchísimo más de lo que esperaban sus diseñadores. Los mapas geológicos así acabados revelan una enorme formación de cordilleras longitudinales que rodean la Meseta de Tharsis, como si una tercera o cuarta parte de toda la superficie de Marte se hubiera quebrado durante algún colosal fenómeno geológico reciente que alzó a Tharsis. La más espectacular de estas características, casi longitudinales, es un enorme valle que en forma de quebrada se halla en una región llamada Coprates. Es casi tan largo como la mayor quebrada de la Tierra, la situada en el Este de África y que recorre toda la costa africana hasta el mar Muerto. Como Marte es un planeta más pequeño, la quebrada de Coprates (que algunos llaman valle de Coprates) es, hablando comparativamente, un rasgo muchísimo más impresionante.

La quebrada del África Oriental se da porque los fondos marinos se expanden y por la llamada deriva continental. Los continentes africano y asiático están apartándose lentamente uno de otro, y el vacío o grieta que dejan es dicha quebrada. Pero la deriva continental se cree que obedece a la lenta circulación de material en el manto de la Tierra. Entonces, ¿hemos de creer que Marte, a pesar de su tamaño más pequeño y temperaturas internas más bajas, también sufre difusión de calor y deriva continental? ¿O es posible que diferentes procesos provoquen características similares en los dos planetas?

Sea cual fuere la respuesta, no nos queda más que seguir aprendiendo cosas relacionadas con la antigua ciencia terrestre de la geología, con sus disciplinas prácticas futuras tales como la predicción y el control de los terremotos, examinando y estudiando la geología de nuestro vecino planeta Marte.

         



[1] Plutón fue descubierto en el año 1930 por Clyde Tombaugh. Su distancia media del Sol, es de 5.900 millones de kilómetros y el período orbital es casi de 248 años. La órbita de Plutón es tan excéntrica (0,248), que se acerca aún más al Sol que Neptuno. Por esta razón, cuando se encuentra en la región del perihelio (cosa que ocurrió en 1989) deja de ser el planeta más externo. El autor de La conexión cósmica habla de la temperatura que podría existir en Plutón de -30 ó -40° pero, al parecer, existen muchas dudas sobre tal temperatura, hasta el punto de que la mayor parte de los textos la mencionan con una Nota del Traductor.

[2] Aquí el autor razona bien. Me permito añadir que, por !o que hasta ahora sabemos, el carbono es el elemento más adecuado, por sus propiedades y características, para formar, como dice el señor Sagan, moléculas complejas, y es muy probable que, si existen formas de vida en otros planetas, sean muy parecidas a las terrestres, si no en su forma, al menos en su constitución. No obstante, entre los restantes elementos también el silicio tiene posibilidades de formar estructuras bastante complejas, por lo cual no se puede excluir la posibilidad de que, en algún planeta conocido, existan formas de vida basadas en el silicio. Otra posibilidad (simple hipótesis aventurada y de ningún modo previsión científica) sería que una vida orgánica basada en el carbono a baja temperatura pudiese subsistir en una atmósfera en la que el papel del agua lo desempeñara el amoníaco líquido. Si se tienen en cuenta las condiciones ambientales de Júpiter y Saturno, esta hipótesis adquiere cierto interés. N. del T.

[3] Richard Feynman: Introduction to Physics, Vol. I, Addison Wesley.

[4] Comisión de Investigación y Estudios Espaciales. N. del T. 












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