Carl Sagan
Reseña
Este libro se divide en tres partes a cual más
importante. En la primera Carl Sagan intenta transmitir el sentido de la
perspectiva cósmica viviendo fuera de nuestras vidas en un diminuto trozo de
roca y metal en un Universo de miles de millones de galaxias.
En la segunda parte se relacionan varios aspectos de nuestro Sistema Solar, principalmente con la Tierra, Marte y Venus. Y en la tercera y última parte, se dedica a la posibilidad de comunicación con la inteligencia extraterrestre en planetas de otras estrellas. Puesto que todavía no se ha establecido ningún contacto, esta parte es necesariamente especulativa.
Prefacio
Cuando yo tenía doce años, mi abuelo me
preguntó -mediante un traductor, pues nunca había aprendido bien el inglés- qué
quería ser cuando fuese mayor. Le respondí que «astrónomo», palabra que al cabo
de unos momentos le tradujeron.
«Sí -respondió-, ¿pero
cómo te ganarás la vida?»
Yo suponía que al igual que todas las personas
adultas que conocía, me tendría que limitar a efectuar un trabajo aburrido,
monótono, carente de todo poder creativo. A la astronomía sólo podría dedicarme
en los fines de semana. Cuando estudiaba el segundo año en la escuela superior
descubrí que algunos astrónomos recibían una paga o sueldo por seguir
cultivando su pasión. Entonces me sentí abrumado por un enorme gozo; sin duda
alguna, podría dedicar todo mi tiempo a lo que más me gustaba y a lo que más me
interesaba.
Incluso hoy día hay momentos en que lo que hago
me parece un sueño improbable, aunque sí sumamente agradable. Tomar parte en la
exploración de Venus, Marte, Júpiter y Saturno; reproducir, repetir los pasos
que condujeron al origen de la vida hace cuatro mil millones de años en una
Tierra muy diferente a la que conocemos; depositar instrumentos en Marte para
buscar allí la vida, y, quizá, dedicar serios esfuerzos a comunicarnos con
otros seres inteligentes, si los hay, ahí fuera, en la formidable obscuridad
del firmamento nocturno.
Si hubiera nacido cincuenta años antes, no
hubiese podido dedicarme a ninguna de esas actividades. Por entonces, no eran
más que producto de una imaginación especulativa. Si hubiera nacido cincuenta
años más tarde, tampoco habría podido dedicar mi vida a estas actividades,
excepto, posiblemente, a la última de las mencionadas, ya que dentro de
cincuenta años, a partir de ahora, se habrá dado fin a un reconocimiento
preliminar del Sistema Solar, de la búsqueda de vida en Marte y del estudio del
origen de la vida. Me considero sumamente afortunado de vivir en un momento de
la historia de la Humanidad cuando se están emprendiendo tales aventuras.
De manera que cuando Jerome Agel vino a verme
para que escribiera un libro que fuese popular, un libro que tratara de
comunicar a los demás mis opiniones sobre las investigaciones emprendidas y la
misma importancia de estas aventuras, acepté tal responsabilidad, aun cuando su
sugerencia llegaba poco antes de que se llevase a cabo la misión Mariner 9 a Marte, hecho que estaba
seguro ocuparía la mayor parte de mi tiempo durante muchos meses. En una
ocasión posterior, después de charlar acerca de la comunicación con la
inteligencia extraterrestre, Agel y yo cenamos en un restaurante polinesio de
Boston. Mi horóscopo del día decía: «Muy pronto se te exigirá que descifres un
importante mensaje.» Por supuesto, aunque lo del horóscopo no pasaba de ser un
juego infantil, el presagio, el pronóstico, era bueno.
Al cabo de siglos de confusas conjeturas, de
especulaciones absurdas, conservadurismo indigesto y desinterés carente de toda
posible imaginación, por fin ha llegado a su mayoría de edad el tema de la vida
extraterrestre, y en la actualidad ha alcanzado una etapa práctica donde se la
puede estudiar mediante técnicas rigurosamente científicas, una etapa en la que
ha conseguido respetabilidad científica y en la que, asimismo, se entiende
ampliamente su significado. Por esa razón, repito, la vida extraterrestre acaba
de alcanzar su mayoría de edad.
Este libro se divide en tres partes a cual más
importante.
En la primera intento transmitir el sentido de
la perspectiva cósmica viviendo fuera de nuestras vidas en un diminuto trozo de
roca y metal circundando una de las doscientas cincuenta mil millones de
estrellas que forman nuestra galaxia en un Universo de miles de millones de
galaxias. La declinación de una de nuestras más comunes concepciones, o de uno
de nuestros más vulgares engreimientos, también es una de las aplicaciones
prácticas de la astronomía. La segunda parte de! libro se relaciona con varios
aspectos de nuestro Sistema Solar -principalmente con la Tierra, Marte y Venus-
Aquí pueden hallarse algunos de los resultados e implicaciones del Mariner 9. La tercera parte se dedica a
la posibilidad de comunicación con la inteligencia extraterrestre en planetas
de otras estrellas. Puesto que todavía no se ha establecido ningún contacto
-nuestros esfuerzos hasta la fecha han sido débiles- está parte es
necesariamente especulativa. No he dudado en conjeturar dentro de lo que estimo
puedan ser los límites normales de una plausibilidad científica. Y aunque no
soy, por formación, un filósofo, sociólogo o historiador, no he dudado en
esbozar implicaciones históricas, sociológicas y filosóficas de astronomía de
exploración del espacio.
Desde aquí me atrevería a decir que los
descubrimientos astronómicos que estamos a punto de conseguir son del más
amplio significado humano. Si este libro llega a desempeñar un pequeño papel en
aumentar el interés público por estas aventuras exploratorias, creo que habrá
hecho honor a su propósito.
Al igual que ha sucedido con trabajos
anteriores a éste, sobre todo si se basan en temas especulativos, algunas de
las declaraciones que aparecen en estas páginas despertarán enérgicas objeciones.
Existen otros libros en los que se exponen distintas opiniones. La discusión
razonada es el alma de la ciencia, como no lo es, por desgracia, en el terreno
intelectualmente más anémico de la política. Pero creo que las opiniones que
ofrecen ocasión de una mayor controversia y que aquí se exponen, tienen, sin
embargo, valiosos elementos de significado científico. Deliberadamente he
introducido el mismo concepto en contextos ligeramente diferentes y en ciertos
lugares donde creí se precisaba de la discusión. El libro está cuidadosamente
estructurado, pero, para aquellos lectores que sólo deseen escudriñar, la mayor
parte de los capítulos les ofrecerán todos los elementos adecuados para
llevarlo a cabo.
Fueron demasiadas las personas que me ayudaron
a configurar las opiniones que expongo sobre estos temas como para poder
expresarles mi reconocimiento a todas ellas desde estas páginas, pero al releer
los capítulos considero que me encuentro especialmente en deuda con Joseph
Veverka y Frank Drake, ambos de la Cornell University, y con quienes durante
los últimos años discutí tantos aspectos de esta obra. El libro fue redactado
parcialmente durante un largo viaje transcontinental en un automóvil muy
pequeño. Doy las gracias a Linda y a Nicholas por su estímulo y paciencia.
También agradezco a Linda los dos dibujos en los que aparecen dos apuestos
seres humanos y un elegante unicornio. Por otro lado, expreso mi profundo
reconocimiento al fallecido Mauritz Escher, por el permiso concedido para
reproducir su Otro Mundo, y a Robert
Macintyre, por la figura humana y campo de estrellas de la tercera parte. Los
cuadros y dibujos de John Lomberg constituyeron, para mí, auténtica fuente de
emoción estética e intelectual, y le agradezco la producción de muchos de ellos
especialmente para este libro. Las cuidadosas reproducciones fotográficas de
Hermann Eckleman sobre la obra de Lomberg han facilitado mucho su publicación
en este libro. Y, por supuesto, doy las gracias a Jerome Agel, sin cuya
dedicación y perseverancia este libro jamás se hubiese escrito.
Por otra parte, me siento en deuda con John Naugle, de la NASA, por mostrarme su archivo de respuestas de la opinión pública a la placa del Pioneer 10; con el Oregon System of Higher Education, por el permiso concedido para reproducir algunas ideas de mi libro Planetary exploration; al Forum de Historia Contemporánea, de Santa Bárbara, por el permiso para publicar una parte de mi carta distribuida por el Forum en enero de 1973; a la Cornell University Press, por el permiso para reimprimir parte de mi capítulo «Los extraterrestres y otras hipótesis», de UFO's: A scientific debate, editado por Cari Sagan y Thornton Page, Cornell University Press, 1972. Asimismo, estoy muy reconocido a todos cuantos me han autorizado a reproducir, en el capítulo IV, sus observaciones sobre la placa Pioneer 10. La evolución de este libro a través de muchas maquetas sin duda se debe mucho a la capacidad técnica de Jo Ann Cowan y, sobre todo, de Mary Szymanski.
Carl Sagan
Otro
Mundo de M. C. Escher
Primera
Parte
Perspectivas
cósmicas
No dejaremos de
explorar y al final de toda nuestra investigación
Habremos llegado a donde comenzamos y conoceremos el lugar por vez
primera... cuando las lenguas de fuego se plieguen para formar un nudo de fuego
y el fuego y la rosa sean sólo uno.
T. S. Eliot
Four quartets
Imagen sin título de Jon Lomberg.
Capítulo 1 Un animal de
transición
Hace cinco mil millones
de años, cuando apareció el Sol, el Sistema Solar se transformó desde una
negrura impenetrable a un cegador chorro de luz. En las partes interiores del
Sistema Solar, los primeros planetas eran grupos irregulares de roca y metal
-los desechos, los constituyentes menores de la nube inicial, el material que
no se había alejado tras la ignición del Sol.
Estos planetas se calentaron al formarse. Los
gases atrapados en su interior fueron exudándose, valga la expresión, para formar
atmósferas. Se derritieron sus superficies y los volcanes fueron cosa común.
Las primeras atmósferas se componían de los más
diversos átomos y eran muy ricas en hidrógeno. La luz del Sol, al incidir sobre
las moléculas de la primitiva temprana atmósfera, las excitó, provocó choques
moleculares y produjo moléculas de mayor tamaño. Bajo las inexorables leyes de
la Química y la Física, estas moléculas actuaron recíprocamente, formaron
verdaderos océanos y dieron lugar a la producción de otras moléculas mucho
mayores, moléculas bastante más complejas que aquellos átomos iniciales de las
cuales se habían formado, pero todavía microscópicas ante toda posible medida o
norma humana.
Estas moléculas, notablemente suficientes, son
las que nos forman. Los bloques de construcción, por así decirlo, de los ácidos
nucleicos, que constituyen nuestro material hereditario, y los bloques de
cimentación de las proteínas, los obreros que ejecutan el trabajo de la célula,
se produjeron de la atmósfera y océanos de la primitiva Tierra. Sabemos esto
porque hoy día podemos reproducir dichas moléculas repitiendo las condiciones
primitivas.
Casualmente, hace muchos miles de millones de
años, se formó una molécula que poseía una capacidad notable. Era capaz de
producir, de los bloques de construcción moleculares de las aguas
circunstantes, una copia de sí misma, un doble de sí misma bastante exacto. En
este sistema molecular hay un conjunto de instrucciones, un código molecular
que contiene la secuencia de bloques de edificación de los cuales se construye
la molécula mayor. Cuando, por accidente, se produce un cambio en la secuencia,
también se modifica la copia o lo que hemos llamado «doble».
Semejante sistema molecular -capaz de
replicación, mutación y repetición de sus mutaciones- puede denominarse «vivo».
Es una colección de moléculas que puede evolucionar mediante la selección
natural. Las moléculas capaces de replicar con mayor rapidez, o de reproducir
bloques de construcción partiendo de cuanto les rodea para alcanzar una mayor
variedad, una variedad más útil, se reprodujeron con mayor eficacia que sus
competidoras, y con el tiempo dominaron.
Pero las condiciones cambiaron gradualmente. El
hidrógeno escapó al espacio. La producción de bloques moleculares de
edificación declinó. Disminuyó el material alimenticio que, antiguamente,
existía en gran abundancia. Se expulsó a la vida del jardín molecular del Edén.
Tan sólo fueron capaces de sobrevivir aquellos conjuntos de moléculas capaces
de transformar cuanto les rodeaba, capaces de producir máquinas moleculares
eficaces para la conversión de moléculas simples en otras complejas aptas para
la supervivencia. Aislándose de cuanto las rodeaba, manteniendo las primitivas
condiciones idílicas, aquellas moléculas que se rodeaban de membranas tenían
una ventaja. Surgieron las primeras células. Al carecer o al no ser fáciles de
obtener los bloques moleculares de edificación, los organismos tuvieron que
trabajar duramente para formarlos. Las plantas fue el resultado. Las plantas se
inician con aire y agua, minerales y luz solar, y producen bloques moleculares
de edificación, de muy elevada complejidad. Los animales, como los seres
humanos, son parásitos en las plantas.
Los cambios de clima y competencia entre lo que
era entonces amplia diversidad de organismos dio origen a una mayor
especialización, una sofisticación de funciones y una elaboración de forma. Una
rica formación de plantas y animales comenzó a cubrir la Tierra. Aparte de los
primeros océanos en los que surgió la vida, se colonizaron nuevos ambientes,
como la tierra y el aire. Entonces, los organismos ya vivían desde la cima del
monte Everest hasta los rincones más profundos de los abismos. Los organismos
viven en soluciones concentradas, ardientes, de ácido sulfúrico y en secos
valles del Antártico. Los organismos viven en el agua condensada y retenida en
un simple cristal de sal.
Las formas de vida desarrolladas que
armonizaban bien con sus ambientes específicos, se adaptaron admirablemente a
las condiciones reinantes. Pero éstas cambiaron. Los organismos estaban
demasiado especializados. Murieron. Otros organismos se adaptaron en peores
condiciones, pero estaban más generalizados. Las circunstancias cambiaron, el
clima varió, pero los organismos fueron capaces de persistir. Muchas más
especies de organismos han muerto durante la historia de la evolución terrestre
que los que viven hoy día. El secreto de la evolución es el tiempo y la muerte.
Entre las adaptaciones que parecen ser útiles está la que llamamos
inteligencia. La inteligencia es la ampliación de una tendencia evolucionista
que se manifiesta en los organismos más simples: la tendencia hacia el control
del ambiente. El adicto y fiel método biológico de control ha sido el material
hereditario: información transmitida por ácidos nucleicos de generación en
generación, información sobre cómo construir un nido, información sobre el
temor a las caídas, a las serpientes, o a la obscuridad; información sobre cómo
volar hacia el Sur durante el invierno. Pero la inteligencia necesita
información sobre una cualidad adaptable desarrollada durante la vida completa
de un solo ser. Hoy día existe una variedad de organismos en la Tierra que
poseen esta cualidad que llamamos inteligencia. Los delfines la tienen y lo
mismo ocurre con los grandes antropoides. Pero es mucho más evidente en el
organismo llamado hombre.
En el hombre no sólo existe esa información de
adaptabilidad adquirida en la vida de un solo individuo, sino que se transmite
estratégicamente a través de la cultura, libros y educación. Es precisamente
esto, más que otra cosa, lo que ha elevado al hombre a su actual estado
preeminente en el planeta Tierra.
Somos el producto de cinco mil millones de años
de evolución biológica lenta, fortuita, y no hay razón alguna para pensar en
que se haya detenido tal proceso evolutivo. El hombre es un animal en período
de transición. No es el clímax de una creación.
La Tierra y el Sol existirán muchos más miles
de millones de años. El futuro desarrollo del hombre probablemente dependerá de
una disposición cooperadora entre la evolución biológica controlada, manejos
genéticos y una íntima asociación entre organismos y máquinas inteligentes.
Pero no creo que haya nadie que pueda emitir pronóstico alguno de esta
evolución futura. Lo que sí resulta evidente es que no podemos permanecer
estáticos.
Al parecer, en nuestra historia más primitiva,
los individuos eran adictos a su inmediato grupo tribal, que posiblemente no
sobrepasaría los diez o veinte individuos, todos ellos emparentados por lazos
de consanguinidad. A medida que el tiempo transcurrió, la necesidad de un
comportamiento de cooperación -en la caza de grandes animales o rebaños, en la
agricultura y en el desarrollo de ciudades- obligó a los seres humanos a formar
grupos cada vez mayores. En la actualidad, ejemplo particular de los cinco mil
millones de años de historia de la Humanidad, la mayoría de los seres humanos
deben fidelidad y obediencia al estado-nación (aunque algunos de los problemas
políticos más peligrosos surjan todavía a causa de conflictos tribales
relacionados con unidades de población muy pequeñas).
Muchos líderes visionarios han imaginado una época en la que la devoción, obediencia o
fidelidad de un ser humano individual no se centre en su particular estado-nación, religión, raza o grupo económico, sino
que lo haga sobre
toda la
Humanidad en su conjunto, es decir que cuando se beneficie a un ser humano de otro sexo, raza, religión, que se encuentra a una distancia de nosotros
de quince mil kilómetros, el hecho nos sea tan preciado como si hubiésemos
favorecido a nuestro propio hermano o vecino. Se tiende a seguir el criterio,
pero el avance es sumamente lento. Aquí es preciso hacerse una pregunta muy
seria sobre si se podrá lograr semejante auto-identificación global de la
Humanidad antes de que nos destruyamos con las fuerzas tecnológicas que ha
desarrollado nuestra inteligencia.
En un sentido muy real, los seres humanos son
máquinas construidas por los ácidos nucleicos para disponer una eficiente
repetición de más ácidos nucleicos. En cierto sentido, nuestras necesidades más
acuciantes, las más nobles empresas, y el manifiesto libre albedrío, son una
expresión de la información codificada en el material genético: en cierto
sentido, somos depósitos temporales y ambulantes de nuestros ácidos nucleicos.
Esto no niega nuestra humanidad. No nos impide perseguir el bien, la verdad y
lo bello. Pero sería un gran error ignorar de dónde procedemos en nuestros
intentos por determinar a dónde vamos.
No cabe duda alguna de que nuestro sistema
instintivo se ha modificado poco desde los días en que los hombres se reunían
para cazar, hace varios centenares de miles de años. Nuestra sociedad ha
cambiado enormemente desde aquellos tiempos, y los más grandes problemas de
supervivencia en el mundo contemporáneo pueden entenderse en términos de este
conflicto, entre lo que «sentimos» que debemos hacer obedeciendo a nuestros
instintos más primarios, y lo que «sabemos» que debemos hacer obedeciendo,
finalmente, a nuestra cultura extragenética.
Si sobrevivimos en estos peligrosos tiempos,
resulta evidente que incluso una identificación con toda la Humanidad no es la
identificación deseable y fundamental.
Si sentimos profundo respeto por otros seres
humanos como iguales receptores de este precioso patrimonio de cinco mil
millones de años de evolución, ¿por qué no ha de aplicarse tal identificación
también a todos los demás organismos de la Tierra que son, asimismo, el
producto del mismo número de años de evolución? Cuidamos de una pequeña
fracción de organismos de la Tierra como, por ejemplo, perros, gatos y vacas
-porque son útiles o porque nos halagan-, Pero las
arañas, las salamandras, el salmón y el girasol son igualmente nuestros
hermanos y hermanas.
Creo que la dificultad que todos experimentamos
de extender nuestros horizontes de identificación en tal sentido es, en sí
misma, genética. Las hormigas de una tribu lucharán hasta morir ante la
intrusión de otras hormigas pertenecientes a diferente tribu. La historia
humana está llena de casos monstruosos de pequeñas diferencias -pigmentación de
la piel, especulación teológica abstrusa o forma de vestir y estilo de peinado-,
que son causa de hostigamiento, esclavitud y asesinatos.
Un ser exactamente igual a nosotros, pero con
una pequeña diferencia fisiológica - un tercer ojo, o pelo azul que cubra su
nariz y frente-, es algo que provoca sentimientos de repugnancia o retroceso.
Tales sentimientos pueden haber tenido un valor aceptable en otras épocas al
defender nuestra pequeña tribu contra las bestias o los vecinos. Pero en
nuestra época estos sentimientos son peligrosos y anticuados.
Ha llegado el momento de sentir respeto y
reverencia no solamente hacia los seres humanos, sino también hacia todas las
formas de vida; el mismo
respeto que mostraríamos hacia una obra maestra
de la escultura o hacia una máquina maravillosamente terminada. Desde luego,
esto no significa que debamos abandonar los imperativos de nuestra propia
supervivencia. El respeto hacia el bacilo del tétanos no llegará hasta el
extremo de ofrecer nuestro cuerpo como medio de cultivo. Pero, al mismo tiempo,
podemos recordar que aquí tenemos un organismo con una bioquímica que se
remonta mucho más allá del pasado de nuestro planeta. El bacilo del tétanos
está intoxicado por el oxígeno molecular, el que nosotros respiramos tan
libremente. El bacilo del tétanos, pero no nosotros, se hallaría como pez en el
agua en aquella atmósfera rica en hidrógeno y libre de oxígeno de la primitiva
Tierra.
El respeto y reverencia hacia toda forma de
vida es factor importantísimo en unas cuantas religiones del planeta Tierra,
por ejemplo, entre los jainos de la
India. Y algo que se aproxima mucho a esta idea es responsable de
vegetarianismo, al menos en las mentes de muchos practicantes de esta dieta represiva. Pero, ¿por qué ha de ser mejor matar plantas que
animales?
Los seres humanos sólo pueden sobrevivir
matando otros organismos. Pero podemos realizar una compensación ecológica
cultivando otros organismos; estimulando la plantación de bosques, impidiendo
la matanza al por mayor de organismos como las ballenas y focas, organismos que
pueden tener valor comercial o industrial, como asimismo declarando fuera de la
ley la caza injustificada, y haciendo que el medio ambiente de la Tierra sea
más agradable para todos sus habitantes.
Puede haber un momento, como expongo en la
tercera parte de este libro, en el que entremos en contacto con otros seres
inteligentes en un planeta de alguna lejana estrella, con seres que cuentan con
miles de millones de años de evolución completamente independiente, seres que
es probable se parezcan poco a nosotros, aunque puedan pensar de forma parecida.
Es importante que extendamos nuestros horizontes de identificación, no
precisamente sobre las formas de vida más simples y humildes de nuestro
planeta, sino también hacia formas de vida exóticas y avanzadas que puedan
habitar con nosotros, en nuestra enorme galaxia de estrellas.
Capítulo
2 El unicornio de Cetus
En el cielo, cuando el
aire está limpio y claro, hay un test de Rorschach que nos está esperando.
Millares de estrellas brillantes y débiles, en deslumbradora variedad de colores,
parecen cruzar el dosel de la noche.
El ojo, irritado por aquel supuesto
desbarajuste, buscando orden, tiende a organizar pautas o patrones entre
alejados y distintos puntos de luz. Nuestros antepasados de hace miles de años,
que se pasaban todo el tiempo al aire libre, un aire puro, estudiaron
cuidadosamente todos estos patrones. Así se desarrolló toda una rica ciencia
mitológica.
Gran parte del contenido original de esta
mitología astral no ha llegado hasta nosotros. Es tan antigua, se ha reordenado
y relatado tantas veces, sobre todo durante los últimos millares de años por
individuos no familiarizados con el aspecto del cielo, que sin duda alguna se
ha perdido gran parte de ella. Aquí y allá, en extraños lugares, aún permanecen
los ecos de relatos cósmicos sobre los patrones que presenta el cielo.
En el Libro
de los Jueces figura un relato acerca de un león atacado por un enjambre de
abejas, incidente a primera vista raro y poco consecuente. Pero la constelación
de Leo, en el cielo nocturno, se halla junto a un grupo de estrellas, visibles
en una noche clara como un velloso retazo de luz llamado Praesepe. Por el aspecto que presenta, observado con el telescopio,
los astrónomos modernos le llaman «La
Colmena». Me pregunto si en el Libro
de los Jueces no nos habrán dejado como herencia esa imagen de Praesepe, obtenida por algún hombre de
vista excepcional que viviera en aquella época muy anterior al descubrimiento
del telescopio.
Cuando contemplo el cielo por la noche, no
puedo distinguir la figura o el perfil de un león en la constelación Leo. Veo la Osa Mayor, y, si la noche es clara, la Osa Menor. Me siento perdido si trato de hallar un cazador en Orion o la figura de un pez en la
constelación de Piscis y, por
supuesto, me resulta totalmente imposible ver la figura de un auriga o cochero
en Auriga. Las bestias míticas,
personajes e instrumentos, situados por los hombres en el cielo, son
arbitrarios y no evidentes. Hay acuerdos, convenios, sobre cuál es esta o
aquella constelación, acuerdos sancionados en años recientes por la
International Astronomical Union, que traza límites separando una constelación
de otra. Pero en el cielo hay muy pocas figuras claras.
Estas constelaciones, aun cuando se dibujan en
dos dimensiones, la verdad es que son tridimensionales. Una constelación como,
por ejemplo, Orion está formada por
estrellas brillantes situadas a considerables distancias de la Tierra y
estrellas de menos luz situadas mucho más cerca. Si variásemos nuestras
perspectivas, si moviésemos nuestro punto de vista, por ejemplo, con un
vehículo espacial interestelar, el aspecto del cielo cambiaría. Las
constelaciones se deformarían lentamente.
Gracias a los esfuerzos realizados por David
Wallace en el Laboratorio de Estudios Planetarios de la Cornell University, se
ha podido programar una
computadora con la información
sobre las posiciones tridimensionales desde la Tierra a cada una de las más
brillantes y cercanas estrellas, incluso de una quinta magnitud, el limitado
fulgor visible para el ojo desnudo en una noche clara. Cuando pedimos a la
computadora que nos muestre el aspecto que presenta el cielo visto desde la
Tierra, observamos algunos resultados relacionados con la deformidad antes
mencionada en las figuras acompañantes: Una deformación para las constelaciones
del
Norte, circumpolares, incluyendo la Osa Mayor, la Osa Menor, y Casiopea; otra
para las constelaciones del Sur, circumpolares, incluyendo la Cruz del Sur, y otra para la amplia gama
de estrellas situadas en latitudes medias incluyendo Orion y las constelaciones del Zodíaco.
Si el lector no es un estudiante avezado en las constelaciones convencionales,
creo que experimentará algunas dificultades en distinguir escorpiones y vírgenes
en el cuadro general.
Luego pedimos a la computadora que nos muestre
el cielo visto desde la estrella más cercana a la nuestra, Alfa Centauro,
sistema de tres estrellas, situado a unos 4,3 años-luz de la Tierra. En función
de la escala de nuestra galaxia Vía Láctea, ésta es una distancia tan corta que
nuestras perspectivas siguen siendo exactamente las mismas. La Osa Mayor se presenta igual que si se viera
desde la Tierra. Casi todas las restantes constelaciones aparecen invariables.
Sin embargo, hay una sorprendente excepción, y es la constelación Casiopea, la reina del antiguo reino,
madre de Andrómeda y suegra de Perseo, que aparece como conjunto de cinco
estrellas dispuestas en forma de W o M, dependiendo, naturalmente, de cómo haya
girado el cielo. Sin embargo, desde Alfa Centauro se distingue una muesca extra
en la M; una sexta estrella aparece en Casiopea, mucho más brillante que las
otras cinco. Esa estrella es el Sol. Desde una situación ventajosa de la
estrella más cercana, nuestro Sol es punto relativamente brillante, pero poco
insinuante en el cielo nocturno. No hay manera de distinguir mirando a Casiopea
desde el cielo de un hipotético planeta de Alfa Centauro que haya planetas
girando alrededor del Sol, que en el tercero de estos planetas haya formas de
vida, y que una de estas formas de vida se considere dotada de gran
inteligencia. Si éste es aplicable a la sexta estrella en Casiopea, ¿no podría
serlo también a innumerables millones de otras estrellas en el cielo nocturno?
Una de las dos estrellas que el Proyecto Ozma
estudió hace una década buscando posibles indicios de inteligencia
extraterrestre fue Tau Ceti, en la constelación de Cetus (tal y como se ve desde la Tierra), la ballena. La
computadora dibujó el cielo como si fuera visto desde un hipotético planeta de
Ceti. Ahora nos hallamos a un poco más de once años-luz de distancia del Sol.
La perspectiva ha cambiado algo más. Ha variado la relativa orientación de las
estrellas y quedamos en libertad de inventar nuevas constelaciones, «test» de
proyecto psicológico para los cetianos.
Pedí a mi esposa Linda, que es una buena
artista, dibujara la constelación de un Unicornio
en el cielo cetiano. Ya hay un unicornio en nuestro cielo, llamado Monoceros, pero deseaba que este unicornio
fuese mayor y más elegante -y también ligeramente diferente a los unicornios
terrestres comunes-, con seis patas, por ejemplo, en lugar de cuatro.
Las constelaciones,
vistas desde el sol
Las constelaciones de
la zona septentrional del cielo, vistas desde las
cercanías del Sol o de
la Tierra.
Mi esposa inventó una linda bestia. En contra de lo que me esperaba, es decir que el animal presentara tres pares de patas, este especial unicornio aparece galopando orgullosamente sobre dos grupos de tres patas cada uno.
Da la impresión de que el animal está
realizando un verdadero galope. Hay una diminuta estrella que apenas se ve,
situada en el punto donde se unen la cola y el cuerpo del unicornio. Esa
estrella tan débil y tan mal colocada es el Sol.
Las
constelaciones, vistas desde alfa centauro
La misma escena vista desde la estrella más cercana, Alfa
Centauro.
La nueva estrella de la constelación de Casiopea, cerca de
60° de latitud celeste y 2,5 horas de longitud celeste, es el Sol.
Los cetianos pueden considerarla como divertida
especulación de que una raza de seres inteligentes vive en un planeta que gira alrededor
de la estrella, que casi une al unicornio con su cola. Cuando nos movemos a
distancias mayores del Sol que Tau Ceti -a cuarenta o cincuenta años-luz- el
Sol aminora todavía más su brillo hasta ser invisible al ojo humano.
Los largos viajes interestelares -si algún día
llegan a realizarse- no emplearán al Sol como punto de referencia.
Las constelaciones, vistas desde el sol
Las estrellas más brillantes vistas desde la Tierra y el
Sol, que no están cerca de los polos celestes Norte o Sur.
Las mismas estrellas, vistas desde Tau Ceti una de las estrellas más próximas, como el Sol. En el cielo de Tau Ceti, el Sol es estrella de cuarta magnitud.
Nuestra poderosa estrella de la cual depende
toda vida sobre la Tierra, nuestro Sol, que es tan brillante que se corre el
peligro de quedarse ciego si se le contempla directamente, no se ve en absoluto
a una distancia de unas cuantas docenas de años-luz, una milésima parte de la
distancia que hay al centro de nuestra Galaxia.
Capítulo 3
Un mensaje de la Tierra
La placa a bordo de la nave espacial Pioneer 10
El primer intento serio que hizo la Humanidad
por comunicarse con civilizaciones extraterrestres tuvo lugar el 3 de marzo de
1972, con el lanzamiento del Pioneer 10 desde
Cabo Kennedy.
El Pioneer
10 fue el primer vehículo espacial que se diseñó para explorar el medio
ambiente del planeta Júpiter y, antes en su viaje, los asteroides que hay entre
las órbitas de Marte y Júpiter. Su órbita: no sufrió trastorno alguno por parte
de un asteroide errante; el factor seguridad se calculó en la proporción de 20
a 1. Se aproximó a Júpiter el día 3 de diciembre de 1973, y en ese momento
sufrió una aceleración por la gravedad de Júpiter para convertirse en el primer
objeto volador construido por el hombre que abandonaba el Sistema Solar. Su
velocidad de despegue es aproximadamente de 13 km/s.
El Pioneer
10 es también el objeto más veloz lanzado hasta la fecha por la Humanidad.
Pero el espacio está muy vacío y las distancias entre las estrellas son
enormes. En los próximos diez mil millones de años, el Pioneer 10 no penetrará en el sistema planetario de ninguna otra
estrella, aun suponiendo que todas las estrellas de la Galaxia cuenten con
tales sistemas planetarios. La nave espacial necesitará unos 80.000 años para
recorrer la distancia que hay a la estrella más próxima situada a 4,3 años-luz
de la Tierra.
Pero el Pioneer
10 no ha sido dirigido hacia las proximidades de la estrella más cercana.
En lugar de esto, viajará hacia un punto situado en la esfera celeste cerca del
límite de las constelaciones de Tauro
y Orion, donde no hay objetos
cercanos.
Es posible que la nave espacial se encuentre
con una civilización extraterrestre, siempre y cuando dicha civilización posea
gran capacidad de vuelos interestelares y pueda interceptar semejantes naves
espaciales en las que impera el silencio.
La colocación de un mensaje a bordo del Pioneer 10 es algo similar a la botella
que lanza al océano el marinero que ha naufragado, botella con un mensaje en su
interior, con la esperanza de que llegue a manos de alguien. Pero el océano
espacial es muchísimo más vasto que cualquier océano de la Tierra.
Cuando me llamó la atención la posibilidad de
colocar un mensaje en una «botella espacial», me puse en contacto con la
oficina de proyectos del Pioneer 10 y
con el cuartel general de la NASA con objeto de comprobar si existía alguna
probabilidad de que mi sugerencia tuviera algún eco. Ante mi sorpresa y
alegría, la idea encontró apoyo inmediato en todos los escalones jerárquicos de
la NASA, a pesar de que era -según las normas generales- ya muy tarde para realizar
incluso mínimos cambios en la nave espacial. Durante una reunión de la Sociedad
Americana de Astronomía celebrada en San Juan de Puerto Rico, en diciembre de
1971, discutí en privado, con mi colega el profesor Frank Drake, también de
Cornell, qué forma podrían adoptar los posibles mensajes que colocaríamos a
bordo. Al cabo de unas cuantas horas decidimos a título de prueba, cuál sería
el contenido del mensaje. Luego, las figuras humanas se añadieron mediante el
trabajo personal de mi esposa-artista, Linda Salzman Sagan. Sin embargo, no
creemos que sea el mensaje más óptimo que se pueda concebir para tal propósito:
solamente disponíamos de tres semanas de plazo para la presentación de la idea,
dibujo y diseño del mensaje, su aprobación por la NASA y la grabación de la
placa final. En 1973, ya se ha lanzado al espacio una placa de identificación
en el Pioneer 11, en una misión
similar.
Se trata de una plancha de 15 × 23 cm, de aluminio y oro anodizado,
sujeta a los puntales que soportan la antena del Pioneer 10. El índice de desgaste que se puede esperar en el
espacio interestelar es suficientemente pequeño como para que este mensaje
pueda permanecer intacto durante centenares de millones de años, y
probablemente, por un período de tiempo mucho mayor. De aquí que éste sea el
artefacto construido por la Humanidad con una más larga esperanza de vida.
El mensaje intenta comunicar con los locales,
manifestar época y algo sobre la naturaleza de los constructores de la nave
espacial. Está escrito en el único lenguaje que compartimos con los
destinatarios: la ciencia. En la parte superior izquierda aparece una
representación esquemática de la transición entre giros de electrones de
protones paralelos y antiparalelos del átomo de hidrógeno neutro. Bajo esta
representación está el número binario 1. Tales transiciones de hidrógeno están
acompañadas por la emisión de un fotón en radiofrecuencia de una longitud de
onda de aproximadamente 21 cm y una frecuencia de unos 1.420 megahertz. Así,
hay una distancia característica y un tiempo característico asociados a la
transición. Puesto que el hidrógeno es el átomo más abundante en la Galaxia, y
como la física es igual en toda la Galaxia, creemos que una civilización
avanzada no tendrá dificultad alguna en comprender esta parte del mensaje.
Pero, como comprobación, en el margen derecho aparece el número binario 8 (1- -
-) entre dos marcas, indicando la altura de la nave espacial Pioneer 10, representada tras el hombre
y la mujer. Una civilización que reciba la placa sin duda también recibirá la
nave espacial, y podrá determinar que la distancia indicada es evidentemente
cercana a ocho veces 21 cm, confirmando así que el símbolo de la parte superior
izquierda representa la transición del hidrógeno. Figuran más números binarios
en el dibujo radial que abarca la parte principal del diagrama en el centro
izquierda. Estos números, si estuvieran escritos en el sistema decimal,
estarían formados por diez dígitos. Deben representar distancias o tiempos. Si
son distancias, entonces serán de un orden varias veces 1011 cm, o unas cuantas
docenas de veces la distancia que hay entre la Tierra y la Luna. Es muy
probable que nosotros les considerásemos útiles para la comunicación. A causa
del movimiento de los objetos dentro del Sistema Solar, tales distancias varían
de manera continua y compleja.
Sin embargo, los correspondientes tiempos están
en el orden de 1/10 segundos a 1 segundo. Estos son los períodos
característicos de los pulsares, fuentes naturales y regulares de emisión
radiocósmica; los pulsares son estrellas neutrónicas que giran rápidamente,
producidas en catastróficas explosiones estelares (véase el capítulo 38).
Creemos que una civilización científicamente sofisticada no tendrá dificultad
alguna en comprender el dibujo radial, así como las posiciones y períodos de 14
pulsares con respecto al Sistema Solar de lanzamiento.
Pero los pulsares son relojes cósmicos que se
gastan, por así decirlo, bajo índices bien conocidos. Los que reciban el
mensaje deberán preguntarse a sí mismos no sólo dónde fue siempre posible ver
14 pulsares dispuestos en posición tan relativa, sino también cuándo fue
posible verlos. Las respuestas son: únicamente desde un volumen muy pequeño de
la Vía Láctea y en un solo año en toda la historia de la Galaxia. Dentro de los
límites de ese pequeño volumen hay, quizá, mil estrellas; solamente una de
ellas ha de tener el orden, de planetas con distancias relativas tal y como se
indica en el fondo del diafragma.
Asimismo se muestran los tamaños aproximados de
los planetas y los anillos de Saturno; por supuesto, de forma esquemática. Por
otra parte, en el diafragma se muestra una representación esquemática de la
trayectoria inicial de la nave espacial lanzada desde la Tierra, como también
su paso junto a Júpiter. Así, el mensaje especifica una estrella en
aproximadamente doscientos cincuenta mil millones, y un año (1970) en
aproximadamente diez mil millones de años.
Hasta este punto, el contenido del mensaje debe
ser suficientemente claro para una civilización extraterrestre avanzada, que
sin duda tendrá que examinar también a todo el Pioneer 10. Probablemente, el mensaje es mucho menos claro para el
hombre de la calle, si esta calle se halla en la Tierra. (Sin embargo, las
comunidades científicas de la Tierra no han experimentado ninguna dificultad
para descifrar el mensaje.) Podemos asegurar que el caso se presenta al revés
en cuanto se refiere a las representaciones de los seres humanos que aparecen
en la derecha. Los seres extraterrestres, que son el producto de cinco mil
millones de años o más de evolución biológica independiente, puede que no se
parezcan en absoluto a los humanos, ni tampoco sea igual todo cuanto se refiera
a las convenciones sobre perspectivas y dibujo que existen aquí.
En consecuencia, es muy probable que la parte
más misteriosa del mensaje la constituyan los seres humanos.
Capítulo
4
Un
mensaje a la Tierra
La dorada tarjeta de
visita o saludo, situada a bordo del Pioneer
10, tenía como objetivo principal, sí alguna vez se daba tal remota contingencia,
de que los representantes de una avanzada civilización terrestre pudiesen
hallar o recibir este primer artefacto de la Humanidad que abandonaba el
Sistema Solar por vez primera. Pero el mensaje tuvo un impacto mucho más
inmediato. Ya fue detalladamente estudiado, no por seres extraterrestres, sino
por terrestres. Los seres humanos de toda la Tierra lo han examinado,
aplaudido, criticado, interpretado, e incluso han propuesto otra clase de
mensajes.
Los gráficos del mensaje se reprodujeron ampliamente
en periódicos y programas de televisión, en revistas literarias, gráficas y en
publicaciones nacionales de carácter científico. Hemos recibido cartas de
científicos, amas de casa, historiadores y artistas feministas y homosexuales,
oficiales del Ejército y funcionarios del Estado. Incluso recibimos una carta
de un profesor de contrabajo. Nuestra placa fue reproducida por una compañía de
grabación para su comercialización, así como por un distribuidor de juegos
científicos para niños, un fabricante de tapicerías, una fábrica italiana
especializada en lingotes de plata... todos, a propósito, sin contar para ello
con la más mínima autorización.
La mayor parte de los comentarios fueron
favorables y algunos hasta entusiásticos. Los enormes tableros de publicidad
callejeros del Tribune de Ginebra,
Suiza, anunciaban:
«Message de la NASA
pourles extraterrestres»
Nos escribió un científico para decirnos que la
base científica y su descripción de la placa que publicamos en el diario
americano Science era el primer
documento científico que realmente le había hecho derramar lágrimas de alegría.
Un corresponsal en Athens, Georgia, escribe:
«Todos
nos habremos ido antes de que este particularísimo mensaje haya sido recogido
por algún indescriptible ser espacial, pero aun así su misma existencia, la
audacia del sueño, produce inevitablemente en mí -y en muchos otros, lo sé- los
sentimientos de un Balboa, un Leeuwenhoek, de un ser humano al sentirse muy
humano.»
En el Instituto de Tecnología de California,
donde la inscripción es un misterio, algún artista desconocido dibujó el
mensaje sobre el muro de un solar, despertando amistosos saludos por parte de
los peatones y vecinos que esperamos sirvan de modelo a los lectores
extraterrestres.
Pero también hubo comentarios críticos. No se
dirigían hacia el mapa pulsar, núcleo científico del mensaje, sino más bien a
la representación del hombre y la mujer.
Los dibujos originales de esta pareja fueron
hechos por mi esposa y se basaron en los modelos clásicos de la escultura
griega y en los dibujos de Leonardo da Vinci.
Graffiti en Caltech: una respuesta a la placa del Pioneer 10. Cortesía de Engineering and Science, California Instituto of Technology, Pasadena, California.
Los dos seres no aparecen cogidos de la mano,
ya que esto podría inducir a pensar a los extraterrestres que la pareja es un
solo organismo unido por las yemas de los dedos (en ausencia de caballos
indígenas, tanto los aztecas como los incas consideraban al conquistador
montado como un solo animal, especie de centauro con dos cabezas). El hombre y
la mujer no se muestran en la placa adoptando la misma postura, de manera que
pueda reflejarse la flexibilidad de los miembros, aunque entendemos
perfectamente que las normas de perspectivas y dibujo lineal de la Tierra no
signifiquen nada o casi nada para civilizaciones con otras normas artísticas.
La mano derecha del hombre está alzada en el
gesto que una vez leí en un libro de antropología se considera como signo
«universal» de buena voluntad, aunque tal universalidad sea, por supuesto, poco
probable. Al menos, el saludo muestra nuestros pulgares opuestos. Solamente una
de las dos personas presenta la mano alzada en ademán de saludo, a menos que
-también podría darse el caso- los receptores dedujeran equivocadamente que uno
de nuestros brazos está doblado de manera permanente por el codo. Algunas
señoras escribieron quejándose de que la mujer aparece adoptando una actitud
demasiado pasiva. Una de ellas escribió diciendo que también le agradaría
saludar al Universo con ambos brazos extendidos, en gesto de salutación muy
femenina. La principal crítica femenina se centra sobre el hecho de que la
mujer no está dibujada del todo, que aparece sin ninguna huella exterior que
indique su sexo.
La decisión de omitir este detalle en el
diagrama se tomó, en parte, debido a que las estructuras griegas también lo
omiten. Pero hubo otra razón: nuestro deseo de ver el mensaje lanzado con el Pioneer 10. Es probable, al mirar ahora
hacia atrás, que entonces juzgáramos a las jerarquías politicocientíficas de la
NASA como mucho más puritanas de lo que en realidad son. En las numerosas
conversaciones que sostuve con dichos funcionarios, desde el Administrador
General de la NASA hasta el consejero científico del Presidente, puedo asegurar
que en momento alguno se pronunció ninguna gazmoñería victoriana, y que
asimismo, en todo instante, se nos concedió gran ayuda y estímulo.
Sin embargo, resulta evidente que al menos
algunos individuos se sintieron ofendidos por la representación humana en la
placa. El Sun Times de Chicago, por
ejemplo, publicó tres versiones de la placa en diferentes ediciones, todas en
el mismo día: En la primera el hombre aparecía completo; en la segunda sufría
de una extraña y repentina a la vez que fea castración; y en la versión final
-sin duda para tranquilizar al padre de familia- aparecía sin ningún signo
sexual en absoluto. Esto puede haber complacido a una corresponsal feminista
que escribió al Times de New York, diciendo que se sentía tan furiosa por la
incompleta representación de la mujer, que experimentaba el irresistible
impulso de:
«...¡cortar el brazo derecho del hombre!»
El Inquirer de Filadelfia publicó en su
primera página una ilustración de la placa pero suprimiendo los pezones de la
mujer y el aparato genital del hombre. Al parecer, en tal ocasión, el ayudante
del jefe de redacción dijo:
«Un periódico de familia debe mantener las sanas
normas de la comunidad.»
Toda una completa
mitología se desarrolló sobre la ausencia de signos visibles genitales
femeninos. Fue una columna escrita por el respetado escritor científico Tom
O'Toole, del Post de Washington, la
que primero informó sobre el hecho de que los funcionarios de la NASA habían
censurado una original representación de la mujer. Esta historia circuló por
toda la nación escrita por columnistas como Art Hoppe, Jack Stapleton Jr., y
otros. Stapleton imaginaba a los encolerizados y escandalizados ciudadanos de
otro planeta recibiendo la placa, y en plena furia de ultraje moral cubrían con
cinta adhesiva la representación pornográfica de los pies del hombre y la
mujer. Una carta dirigida al Daily News
proponía que, si había que censurar a la mujer, entonces, consecuentemente,
debían haberse pintado de azul las narices de los dos seres humanos. Una carta
publicada en la revista Playboy, carta
muy dura, se quejaba de esta intrusión de la censura gubernamental en las vidas
de los ciudadanos. Por otra parte, hubo muchas publicaciones de ciencia-
ficción que en sendos editoriales censuraron duramente la intervención del
Gobierno.
La sexualidad que pueda haber en el mensaje
también provocó auténticos incendios epistolares. El Times de Los Ángeles publicó la carta de un airado lector, quien
decía:
«Debo decir que me
sentí sumamente escandalizado por la tremenda exhibición de los órganos
sexuales masculinos y femeninos que aparecen en la primera página del Times. Seguramente
este tipo de explotación sexual está muy por debajo de las normas que nuestra
comunidad espera del Times. »¿No es ya suficiente que tengamos que soportar el
bombardeo de pornografía con que nos abruman películas y las revistas gráficas?
¿No es ya cosa suficientemente dañina, para coronarlo todo, que nuestros
propios funcionarios de las organizaciones espaciales hayan considerado
necesario extender esta suciedad incluso más allá de nuestro Sistema Solar?»
Esta
misiva fue seguida, días más tarde, por otra carta publicada en el Times:
«Ciertamente,
estoy de acuerdo con todas aquellas personas que protestan por el envío de esos
sucios dibujos al espacio. Creo que se debían haber suprimido los órganos de
reproducción del hombre y de la mujer. Junto a ellos, debía de haberse dibujado
una cigüeña con un pequeño paquete colgado del pico y descendiendo del cielo.
«Entonces, si
realmente deseamos que nuestros celestiales vecinos sepan en qué medida hemos
progresado en el aspecto intelectual, debíamos haber incluido dibujos de Santa
Claus, Easter Bunny, y Tooth Fairy.»
El Daily
News, de New York, publicaba un titular para el relato siguiendo las
corrientes de la moda imperante:
«Los desnudos y
los mapas cuentan a otros mundos la historia de la Tierra.»
Algunos de los corresponsales argumentaban que
la función de los órganos sexuales no se haría en absoluto evidente, aun cuando
apareciesen representados gráficamente, y nos estimulaban a que dibujásemos una
secuencia de escenas en que apareciera la copulación.
No había espacio suficiente para esto en una
placa de tan escasas dimensiones. Me imagino también, en caso de haberse hecho
esto, cuáles hubieran sido las cartas enviadas al Times de Los Ángeles.
Un artículo publicado
en Catholic Review criticaba la placa
porque: «...lo incluye todo excepto
Dios...»
y sugería que en lugar de dibujar un par de
seres humanos habría que haber esbozado un par de manos enlazadas en gesto de
oración. Otro corresponsal sostenía que los detalles de perspectiva resultaban
insuperablemente difíciles y nos animaba a que enviáramos al exterior los cadáveres
completos de un hombre y una mujer. Se conservarían perfectamente en el frío
del espacio y así los extraterrestres los podrían examinar con detalle.
Naturalmente, nos negamos a hacerlo alegando un exceso de peso.
La primera página del Barb, de Berkeley, California, al parecer tratando de dar la
impresión de que el hombre y la mujer del mensaje aparecían demasiado correctos
y bien formados, los reprodujo con esta frase al pie:
«¡Hola!
Somos de Orange County.»
Este comentario tocaba un aspecto de la
representación del hombre y la mujer al que concedí gran importancia. En los
dibujos originales de los que más tarde se hicieron los grabados, realizamos un
gran esfuerzo para conseguir que tanto el hombre como la mujer tuvieran gran
alcance racial. A la mujer se le dio aspecto físico agradable, y en cierta
forma asiático, aunque
parcialmente. Al hombre se le
atribuyó nariz ancha, labios gruesos y corte de pelo «afro». En ambos seres
también estaban presentes los característicos rasgos caucásicos. Esperábamos
representar, al menos, tres de las principales razas humanas. En el grabado
final sobrevivieron los labios, la nariz y el aspecto agradable en general,
pero, como los cabellos
de la mujer sólo están dibujados en contorno, a muchos les
pareció rubia, destruyendo así la posibilidad de una significativa contribución
de genes asiáticos. También, y en algún momento de la transcripción del dibujo
original al grabado final, el aspecto «afro» se convirtió en un corte de pelo
dado al hombre que aparecía con cabello rizado, corto, con aspecto muy
mediterráneo. Sin embargo, el hombre y la mujer de la placa son, en gran
medida, representantes de los sexos y razas humanas. El profesor E. Gombrich,
director del Warburg Institute, famosa escuela de arte de Londres, critica la
placa en el Scientific American. Se
preguntaba cómo es posible que se espere que la placa pueda ser visible a un
organismo extraterrestre que quizá no haya desarrollado el sentido de la vista
en longitudes de onda visibles.
La respuesta se deriva simplemente de las leyes
físicas. Las atmósferas planetarias absorben la luz del cercano sol o soles
debido a tres procesos moleculares. El primero es un cambio en la energía de
los electrones individuales adheridos a los átomos. Estas transiciones se dan
en las zonas ultravioleta, rayos X y gamma del espectro y tienden a convertir
en opacas las atmósferas planetarias en estas longitudes de onda. El segundo se
trata de transiciones vibratorias que ocurren cuando dos átomos en una molécula
determinada oscilan entre sí. Tales transiciones tienden a hacer que las
atmósferas planetarias sean opacas en la cercana zona infrarroja del espectro.
En tercer lugar, las moléculas sufren cambios giratorios debidos a la libre
rotación de la molécula. Tales transiciones tienden a absorber la parte
infrarroja más alejada. Como resultado, en general, la radiación de la cercana
estrella que penetra a través de una atmósfera planetaria se hallará en las
partes visibles del espectro, las partes que no son absorbidas por la atmósfera.
De hecho, éstas son las principales «ventanas»
que emplean los astrónomos para inspeccionar el Universo desde la superficie de
la Tierra. Pero las longitudes de onda de radio son tan largas que ningún
organismo de razonable tamaño puede desarrollar dibujos de sus alrededores con
«ojos» de longitud de onda de radio. Por tanto, esperamos se perfeccionen
sensores de frecuencia óptica entre organismos y en planetas de estrellas en
toda la Galaxia.
Sin embargo, aun cuando imaginemos organismos
cuyos ojos funcionen bien en la zona infrarroja (o en la región de rayos gamma)
y que sean capaces de interceptar al Pioneer
10 en el espacio interestelar, probablemente no sea mucho pedirles que
posean artefactos que examinen, escudriñen y estudien la placa en frecuencias a
las cuales sus ojos son insensibles.
Como las líneas grabadas en la placa son más
obscuras que el aluminio de oro anodizado que las rodea, el mensaje debe
aparecer completamente visible, incluso en la zona infrarroja.
Gombrich también nos hace objeto de una especie
de reprimenda por pintar una flecha como señal de la trayectoria a seguir por
la nave espacial. Mantiene que las flechas serían sólo comprensibles para
civilizaciones que se han desarrollado, como la nuestra, partiendo de una sociedad
cazadora. Pero aquí, de nuevo, no hace falta tropezarse con un extraterrestre
demasiado inteligente para comprender el significado de la flecha. Hay una
línea que se inicia en el tercer planeta de un sistema solar y termina en algún
lugar del espacio interestelar, en representación esquemática de la nave
espacial, que los descubridores del mensaje tienen «a mano»: La placa está unida a la nave espacial. A partir de esto, yo
más bien esperaría que pudiesen discutir hasta llegar a nuestros antepasados
cazadores.
De la misma manera, las distancias relativas de
los planetas al Sol mostradas mediante anotación binaria en la parte inferior
de la placa indican que nosotros empleamos la aritmética de base 10. A juzgar
por el hecho de que tenemos diez dedos en los pies y otros diez en las manos
-dibujados con algún cuidado en la placa-, espero que cualquier ser
extraterrestre podrá deducir que usamos el número 10 como base y que algunos de
nosotros contamos con los dedos. Asimismo, y a juzgar por la rigidez de los dedos
de nuestros pies, incluso pueden deducir que procedemos de antepasados
arbóreos.
Hay otros aspectos mediante los cuales el
mensaje ha demostrado ser una prueba psicológica proyectiva. Un hombre escribió
sobre su preocupación de que el mensaje haya condenado a toda la
Humanidad. Alegaba que las películas americanas
sobre la Segunda Guerra Mundial muy probablemente hacen publicidad mediante la
transmisión televisiva al espacio interestelar, y que, a juzgar por tales
programas, los extraterrestres fácilmente podrán deducir: 1) que los nazis eran
individuos perversos, y 2) que se saludaban mutuamente con la mano extendida
hacia el frente. Repito que, a juzgar por la forma en que está dibujado el
hombre de la placa que alza su mano derecha de la misma forma en que nuestro
corresponsal cree que era el saludo nazi, el hombre se siente sumamente
preocupado porque los extraterrestres supongan que el bando peor fue el que
ganó la Segunda Guerra Mundial y que muy pronto enviarán a la Tierra una
expedición de castigo para arreglar mejor las cosas.
Semejante carta, sin duda, describe mucho mejor
el estado mental del que la escribe que el de los probables destinatarios del
mensaje.
La mano derecha, alzada en gesto de saludo, se
halla históricamente relacionada con el militarismo, pero en forma negativa:
Una mano alzada y vacía simboliza que no se lleva encima arma alguna.
Para mí, algunas de las más conmovedoras
respuestas al mensaje son las obras de arte y poesía que motivó. El señor Aim
Morhardt es pintor de acuarelas del desierto y sierras, que vive en Bishop, California,
donde, quizá
no por pura coincidencia, se encuentra situada la
gigantesca estación de Goldstone del Pioneer
10. El poema del señor Morhardt decía:
Pioneer 10: el mensajero de oro La proa del
dragón que cruzó los mares del Norte, buscando la aventura con el clan
guerrero; la galante sirena se inclina bajo la brisa en barcarolas y
mercantes de esbelto casco; todos los descubridores de desconocidas tierras
se han ido en esta alada edad donde permanece la nada en busca de extraños
tesoros de alguna costa extranjera abandonando la bien conocida tierra. Ahora aparece el
nuevo mascarón de proa del hombre enfrentándose a la desconocida inmensidad. Desnudo, veloz
como las estrellas, mucho más allá de la llamada de los años. Por parejas, o
como extraño solitario en el exterior ve, diminuto mensajero de tu propia raza, y toca, si puedes, en
puerto de algún lugar lejano.
|
El señor Arvid F.
Sponberg, de Belfast, Irlanda del Norte, escribió: «El viaje del Pioneer 10 -y los viajes de otros como él- producirán un
efecto que los poetas, pintores, y músicos no podrán ignorar por más tiempo. La
existencia de la idea del Pioneer 10 es prueba de esto. La misión científica,
por supuesto, tiene valor e interés incalculables, pero la idea del viaje posee
un valor imaginativo mucho mayor. El Pioneer 10 nos acerca más al día en el que
los artistas deben hacer frente al nuevo viaje del hombre como experiencia y no
fantasía.»
El señor Sponberg compuso para nosotros otro
poema:
La nueva Odisea Lejos, a gran
distancia, más allá, carente de vínculos, descarriado, errante, anhelante
arrastrado por las estrellas el Pioneer pasa rápido solitario en el exterior,
a la deriva en el viento solar. Un hombre, una mujer,
huérfanos de calor terrenal, o espléndidos viajeros con velas de oro, o como
gitanos vagando por viejos senderos estelares, una caravana en busca de
anclaje celestial. Si en la profundidad
del frío espacio interestelar algunos ojos temerosos espían la vida de esta
balsa: ¿percibirán el corazón que hay dentro de nuestro barco cuyos latidos señalan los ritmos de paz? Un nuevo espíritu
abre nuevas fronteras. Una Odisea es nuestro
hogar; loor a los Pioneer |
Por supuesto, existe la posibilidad de que el
mensaje fijado al Pioneer 10
-inventado por seres humanos, pero dirigido a criaturas de clase muy diferente-
pueda ser, después de todo, un misterio para ellas. Sin embargo, creemos que
no. También creemos que el mensaje -excepto el del hombre y la mujer- está
escrito en un idioma universal. Los extraterrestres no entenderán el inglés, el
ruso, el chino o esperanto, pero deben compartir con nosotros la astronomía,
física y matemáticas. Creo firmemente que entenderán, sin gran esfuerzo, este
mensaje escrito en el idioma galáxico: «el
científico».
Pero podemos equivocarnos. La revista de humor
británica Punch realizó algo parecido
a una encuesta de total «falta de
comprensión», encuesta, por demás, sumamente divertida mediante un artículo
que tituló:
«Según
el Herald Tribune (París), solamente uno de cada diez científicos de la NASA
fue capaz de descifrar el mensaje. Así pues, ¿qué oportunidad les queda a los
profanos o extraños?»
Punch presenta una muestra
de la opinión de cuatro representantes extraterrestres. Por supuesto, se
refieren a la interpretación del verdadero mensaje:
«Todavía debo
poner de relieve que, en estos momentos, sólo hacemos cébalas y que ninguno de
nosotros ha explicado el significado de los puntos que hay a lo largo de la
parte inferior. Se nos ha sugerido que bien podría tratarse del mapa de algún
ferrocarril metropolitano, pero tenemos la impresión de que esto deja de tener
en cuenta la probable posición marcada por la flecha de algún yate zozobrado o
posiblemente la de una cizaña de huerto. Sin embargo, la inclusión de una rubia
desnuda hace que sea más que probable que esto sea alguna especie de broma o
chiste enviado por algún atrasado planeta, quizás el que usan los terrestres.»
«Hablando como
araña extremadamente delgada que cuenta con catorce patas -dijo una voz desde
la parte posterior de Andrómeda 8- he estudiado esta tarjeta de los terrestres
y la considero como un desaire. La caricatura de nuestra especie es a la vez
cruda y absurda, ya que entre otras cosas sugiere que tenemos una pata derecha
más larga que todo el resto. Además, el ser geométrico que está en el fondo nos
vuelve claramente la espalda y uno de los otros dos está señalando con cinco antenas
en gesto francamente sórdido. Parece existir poca razón para dudar, al menos
entre nosotras las arañas inteligentes, que esta cosa no es más que una
declaración de guerra. La ilustración de la criatura que está en la derecha
lanzando flechas desde el hombro es realmente siniestra, algo que presagia, sin
duda alguna, una larga y amarga lucha con los terrestres.»
«Sea lo que fuere
-declaró el Ser- no ha recorrido todo este camino por nada. Sospecho que trata
de decirnos algo. Supongamos, no hagamos más que suponer y esto en beneficio de
una posible polémica, que esta cosa que tenemos ante nosotros no es una
verdadera criatura en sí misma, sino más bien un artefacto de alguna clase. Tal
teoría podría explicar, como principio, que hasta ahora no ha dicho una sola
palabra. No, esta cosa fue enviada -probablemente desde algún primitivo mundo
tridimensional- y yo diría que quiere ser un dibujo o código con algún mensaje
para nosotros, los Seres. Por supuesto, lo que sea el mensaje depende de la
manera en que se suponga pueda ser. Nada me sorprendería que fuese chabacano o
grosero.»
«¡Magnífico! -la
cosa en Alfa Centauro estaba abrumada por el asombro-, ¡Verdaderamente
magnífico! Que sepamos hasta ahora, ésta es la primera vez que llega a nuestro
planeta un trabajo original del antiguo terrestre Leonardo da Vinci. Nuestros
telescopios muestran que el estilo es el suyo sin duda alguna. No obstante, el
descubrimiento altera algunos de los datos que poseemos sobre la Tierra. Hasta
ahora no se sabía que el clima era lo suficientemente cálido como para que los
policías prestaran servicio en su mundo sin ninguna clase de ropas, ni que los
principales miembros de los terrestres funcionaran mediante cuerdas. Esperamos
que pronto nos envíen más tarjetas de saludo.»
Quizás el comentario editorial más comprensible
es el del Times de New York:
«...esa placa
bañada en oro constituye para nosotros algo más que un reto. A pesar de la
misteriosa maestría o poder de las leyes divinas que permiten al hombre lanzar
sus artefactos hacia las estrellas, todavía nos sentimos totalmente incapaces
para ordenar nuestros sistemas aquí, en la Tierra. Aun cuando tratamos de
hallar una manera de asegurar que el Homo sapiens no liquide su planeta entre
llamas nucleares, se alza un coro de voces que nos dice que el hombre puede
suprimir su Tierra bien mediante el exceso de población, exigiendo demasiado a
sus recursos naturales, o mediante ambas cosas. «Así, el artefacto lanzado al
espacio es al mismo tiempo un guante de desafío lanzado a la Tierra: que la
placa lleve en su tiempo el mensaje de que el hombre está todavía aquí, no que
haya estado aquí.»
El mensaje que llevaba a bordo el Pioneer 10 ha sido una auténtica
diversión. Pero también ha sido algo más que eso. Es una especie de prueba cósmica
Rorschach, en la cual muchas personas ven reflejadas sus esperanzas y temores,
sus aspiraciones y derrotas, los más obscuros y los más luminosos aspectos del
espíritu humano.
El envío de tal mensaje nos obliga a considerar
cómo deseamos estar representados en una raciocinación cósmica.
¿Cuál es la imagen de la Humanidad que
podríamos desear presentar a una civilización superior ubicada en cualquier
punto de la Galaxia? La transmisión del mensaje del Pioneer 10 nos estimula a considerarnos a nosotros mismos desde una
perspectiva cósmica.
En mi opinión, creo que el mayor significado de
la placa del Pioneer 10 no es
precisamente el hecho de enviar un mensaje al exterior, sino más bien el de que
se trata de un mensaje enviado a nosotros mismos.
Capítulo 5
Experimentos en utopías
La búsqueda de utopías de Jon Lomberg.
Al valorar la probabilidad de que existan
avanzadas civilizaciones tecnológicas en cualquier punto de la Galaxia, nos
encontramos con que el hecho o factor más importante es precisamente aquel
sobre el cual menos sabemos: el tiempo de vida de tal civilización. Si las
civilizaciones se destruyen a sí mismas rápidamente tras haber alcanzado la
fase tecnológica, en cualquier momento dado (como ahora) pueden existir muy
pocas con las cuales entrar en contacto. Si, por otra parte, una pequeña parte
de esas civilizaciones saben vivir con armas de destrucción masiva y evitan
tanto las catástrofes naturales como las autogeneradas, entonces puede llegar a
ser muy grande el número de civilizaciones con las que poder comunicarnos en
cualquier momento.
Esta evaluación o, más bien, simple
razonamiento, es precisamente el que hace que nos preocupe el tiempo de vida de
tales civilizaciones. Y, por supuesto, todavía hay una razón aún más poderosa.
Debido a causas, esta vez de carácter personal, esperamos que el tiempo de vida
de nuestra civilización sea largo.
Probablemente no hay ninguna época en la
historia de la Humanidad que haya sufrido tantas variaciones y cambios como en
la presente. Hace doscientos años se enviaba la información de una ciudad a
otra empleando un medio no más rápido que el simple caballo. Hoy día, tal
información se puede transmitir por teléfono, telégrafo, radio, o televisión, a
la velocidad de la luz. En doscientos años, la velocidad de comunicación ha
aumentado mediante un factor de treinta millones. Creemos que no se producirá
un correspondiente avance futuro, puesto que los mensajes no pueden enviarse
con mayor rapidez que la velocidad de la luz.
Hace doscientos años se tardaba tanto en ir
desde Liverpool a Londres como ahora se tarda en ir desde la Tierra a la Luna.
Cambios muy parecidos se han dado en los recursos energéticos al alcance de
nuestra civilización, en la cantidad de información que se almacena y procesa,
en los métodos de producción de alimentos y su distribución, en la síntesis de nuevos
materiales, en la concentración de población que se ha movido desde el campo a
las ciudades, en el enorme incremento de la población, en las mejoras de la
práctica médica y en el enorme trastorno social.
Nuestros instintos y emociones son los mismos
de nuestros antepasados y primitivos cazadores de hace un millón de años. Pero
nuestra sociedad es asombrosamente diferente a la de hace un millón de años. En
épocas de cambios lentos, los conocimientos y habilidades aprendidas por una
generación son utilizados, probados y adaptados, y se reciben gustosamente
cuando se pasan a la generación siguiente. Pero en épocas como la actual,
cuando la sociedad cambia extraordinariamente sólo en el curso de una vida
humana, los conocimientos paternales ya no tienen validez alguna para los
jóvenes. El denominado abismo generacional no es más que una consecuencia del
índice de cambio tecnológico y social. Incluso en el transcurso de una vida
humana el cambio es tan grande que muchas personas quedan aisladas de su propia
sociedad. Margaret Mead ha descripto a los ancianos de hoy día como
involuntarios inmigrantes del pasado al presente.
Los viejos supuestos económicos, los antiguos
métodos de decisión en cuanto respecta a los líderes políticos, los vetustos
métodos de distribución de recursos, los de comunicar información desde el
Gobierno al pueblo -y viceversa-, todos pueden una vez haber sido válidos,
útiles, o al menos adaptables, pero actualmente quizá ya no posean ningún valor
de supervivencia en absoluto. Todas las viejas actitudes opresivas y
chauvinistas entre razas, entre sexos, y entre grupos económicos están
cambiando justificadamente. Está rasgándose la tela social que cubre al mundo.
Al mismo tiempo, hay intereses creados que se oponen al cambio. Incluyen a individuos que están en el poder y que tienen mucho que ganar a corto plazo manteniendo los antiguos métodos y formas de vida, aun cuando sus hijos tengan mucho que perder a largo plazo. Son individuos incapaces de cambiar de actitud en sus edades medianas, actitud que se les inculcó, naturalmente, cuando eran jóvenes.
La situación es verdaderamente difícil. El
índice de cambio no puede continuar indefinidamente. Como así lo indica el
ejemplo de las comunicaciones, es preciso alcanzar un límite.
No podemos comunicarnos a mayor velocidad que
la luz. No podemos tener una población que sea superior a los recursos de la
Tierra. Sea cuales fueren las soluciones que se logren, a partir de ahora
transcurrirán centenares de años sin que la Tierra experimente grandes cambios
y tensiones sociales. Sin duda alcanzaremos alguna solución a nuestros
problemas actuales. La pregunta es: ¿qué solución? En el terreno científico,
una situación tan complicada como ésta resulta difícil de tratar teóricamente.
No entendemos todos los factores que influyen sobre nuestra sociedad y, por
tanto, no podemos hacer seguras predicciones sobre qué cambios son deseables.
Hay demasiadas y complejas acciones recíprocas. A la Ecología se la ha llamado
ciencia subversiva porque, cada vez que se hace un serio esfuerzo para
conservar una característica del medio ambiente, se tropieza con enorme
cantidad de intereses creados tanto sociales como económicos. Lo mismo se puede
decir de cada vez que intentamos realizar cambios de importancia en algo que va
mal; el cambio abarca a toda la sociedad en su conjunto. Es difícil aislar
pequeños fragmentos de la sociedad y cambiarlos sin ejercer profunda influencia
en el resto de la sociedad.
Cuando la teoría se hace imposible en la
ciencia, entonces es preciso recurrir a la experimentación. El experimento es
la piedra de toque de la ciencia sobre la que se asientan las teorías. El
experimento es, explicado en otros términos, una especie de último tribunal de
apelación. ¡Y lo que sin duda se necesita son sociedades experimentales!
Existe un buen precedente biológico para esta
idea. En la evolución dé la vida hay innumerables casos en los que un organismo
era claramente dominante, altamente especializado y perfectamente aclimatado a
su medio ambiente. Pero el medio ambiente cambió y el organismo murió. Por esta
razón, la Naturaleza emplea las mutaciones o variaciones bruscas. La mayor
parte de estas mutaciones son deletéreas o mortales. Las especies que han
variado son menos adaptables que los tipos normales. Pero una entre mil o de
cada diez mil, posee ligeras ventajas sobre sus padres. Las mutaciones se
multiplican y el organismo así variado se encuentra ya mejor adaptado que
antes.
Creo que lo que estamos necesitando son los
cambios o mutaciones sociales. Quizá debido a que la tradición de la
ciencia-ficción asegura que las mutaciones son feas y odiosas, sería mejor
emplear otro término.
Pero la mutación social -una variación en el
sistema social que se puede multiplicar y que si funciona bien puede ser el
camino hacia otro futuro- parece ser la mejor frase.
Sería conveniente examinar por qué algunos de
nosotros consideramos discutible esta frase. Deberíamos estimular la
experimentación social, económica y política, a gran escala, en todos los
países. Sin embargo, al parecer, está ocurriendo lo contrario. En países como
los Estados Unidos y la Unión Soviética, la política oficial consiste
precisamente en desalentar la experimentación porque, desde luego, es impopular
para la mayoría. La consecuencia práctica es una desaprobación fuertemente
popular de los cambios que puedan ser extraordinarios. Los jóvenes idealistas
urbanos inmersos en una cultura de la droga, con formas de vestir consideradas
como grotescas según normas convencionales, y sin ningún conocimiento sobre
agricultura, no es probable que obtengan el éxito en establecer utópicas
comunidades agrícolas en el Sudoeste americano, incluso sin hostigamientos o
persecuciones locales. Sin embargo, estas comunidades experimentales, en todo
el mundo, han estado y están sujetas a la hostilidad y violencia de sus vecinos
más convencionales. En algunos casos, los vigilantes se encolerizan porque, en
el fondo, rechazan todo cuanto les ha inculcado la generación precedente con
respecto a los convencionalismos.
Por tanto, no debe sorprendernos que fracasen
las comunidades experimentales. Tropiezan siempre con enorme oposición. Sólo se
da un pequeño número de mutaciones. Pero la ventaja que tienen las mutaciones
sociales sobre las mutaciones biológicas es que los individuos aprenden; los
participantes en fracasados experimentos comunales pueden valorar las razones
del fracaso y en posteriores experimentos tratar de evitar las causas del
fracaso inicial.
No sólo debieran contar con la aprobación
popular tales experimentos, sino también con una ayuda gubernamental que los
apoyara. Les voluntarios para dichos experimentos utópicos -al enfrentarse con
situaciones muy extrañas y hasta peligrosas en beneficio de la sociedad- creo
que han de considerarse como hombres y mujeres de gran valor, de un valor
realmente ejemplar. Son como el rompehielos que se abre paso hacia el futuro.
Un día surgirá una comunidad experimental que funcione mucho más eficazmente
que la sociedad políglota, correosa, y llena de parches en que estamos
viviendo. Entonces tendremos ante nosotros una alternativa viable.
No creo que haya nadie hoy día lo
suficientemente sabio como para predecir cuál será el futuro de tal sociedad.
Puede que haya muchas y diferentes alternativas para cada una de ellas, por
supuesto, con más éxito que la penosa y triste variedad que actualmente
vivimos. Un problema íntimamente relacionado con éste es que las sociedades no
occidentales, subdesarrolladas, carentes de toda tecnología, viendo el poder y
la gran riqueza material de Occidente, están haciendo enormes esfuerzos por
imitarnos, abandonando así muchas antiguas tradiciones, y formas de vida
realmente importantes. Hoy día sabemos muy bien que algunas de esas
alternativas que se abandonan contienen elementos para las otras alternativas
que buscamos. Debe haber alguna manera de conservar los elementos adaptables de
nuestras sociedades dolorosamente logradas a través de milenios de evolución
sociológica-, mientras que, al mismo tiempo, es preciso aceptar la tecnología
moderna. El problema principal y más inmediato es extender los logros
tecnológicos a la vez que se mantiene la diversidad cultural.
Algunas veces se estima que la propia
tecnología constituye un problema en sí. Yo sostengo que el error reside en el
mal uso que hacen de la tecnología los líderes de las sociedades elegidos por
métodos democráticos o, simplemente, a dedo, como hoy día se dice. Si
tuviésemos que volver a primitivas tentativas agrícolas, como algunos sugieren,
viéndonos obligados a abandonar la tecnología agrícola moderna, condenaríamos a
muerte a centenares de millones de personas. El problema está en usar
prudentemente la tecnología.
Por razones muy similares, la tecnología debe
ser un factor principalísimo en sociedades planetarias más antiguas que la
nuestra. Considero probable que esas sociedades que son infinitamente más
sabias y benignas que la nuestra, sin embargo, gozan de una tecnología mucho
más avanzada que la terrestre. Nos encontramos en un momento de transición en
la historia de la vida sobre la Tierra. No hay instantes más peligrosos, pero
también es verdad que ni hubo ni hay momentos tan prometedores para el futuro
de la vida en nuestro planeta.
Capítulo 6
Chauvinismo
En el fondo, los chistes son una forma más de
luchar contra la ansiedad. Hay un tipo de chistes que se relaciona íntimamente
con la vida extraterrestre. En uno de ellos, un visitante extraterrestre que
llega a la Tierra se acerca a una bomba de gasolina o una máquina de vender
chicle -el efecto depende de quién los cuente- y pregunta:
«¿Qué es
lo que está haciendo en un lugar como éste una chica tan bonita como tú?»
En cualquier otra parte, los seres, sin duda
alguna, serán muy diferentes a nosotros. Pero el chiste supone que los
organismos extraterrestres serán, si no como los seres humanos, sí como bombas
de gasolina o máquinas vendedoras de chicle. Lo más probable es que los seres
extraterrestres no se parezcan en absoluto a cualquier organismo o máquinas que
para nosotros resulten familiares. Los extraterrestres serán el producto de
miles de millones de años de evolución biológica independiente, evolución
lenta, paso a paso, y en cada uno de estos pasos se habrán dado una serie de
pequeños accidentes de mutación, en planetas con medio ambientes muy distintos
del que caracteriza a la Tierra.
Pero estos chistes subrayan un problema general
y una virtud también general al pensar o reflexionar sobre la vida en cualquier
otro lugar.
El problema es que tan sólo tenemos para
estudiar una sola clase de vida, la biología correlacionada del planeta Tierra,
todos los organismos de los que se ha descendido a partir de un solo caso del
origen de la vida. Para el biólogo tanto como para el profano, resulta difícil
determinar qué propiedades de la vida en nuestro planeta son accidentes del
proceso evolutivo y qué propiedades son características de la vida en todas
partes. La suposición de que la vida en cualquier otro lugar ha de ser, de
alguna forma principal, la misma que aquí es una fantasía, noción o presunción,
que llamaré puro chauvinismo.
A la vez que tal chauvinismo ha sido y es cosa
común a través de toda la historia humana, de vez en cuando han surgido puntos
de vista mucho más claros, como, por ejemplo, el del gran astrónomo francés
Pierre Simón, marqués de Laplace. En su obra clásica Le mecanique celeste escribió:
«La
influencia [del Sol] provoca el nacimiento de animales y plantas que cubren la
Tierra, y la analogía nos induce a creer que produce efectos similares en los
planetas; pues no es natural proponer o afirmar que este factor, cuya
fecundidad vemos desarrollarse de varias formas, deba ser estéril sobre un
planeta tan grande como Júpiter, que, al igual que la Tierra, tiene sus días,
sus noches, y sus años, y en el cual la observación descubre cambios que
indican la presencia de fuerzas muy activas. El hombre, formado para vivir a la
temperatura que disfruta sobre la Tierra, no podría, según todo posible
indicio, vivir en otros planetas, pero ¿es que no habrá cierta diversidad de
organización adecuada a las diferentes temperaturas de los planetas de este
Universo? Si la diferencia de elementos y climas causa tal variedad en la
producción de la Tierra, ¿cuán infinitamente diversificada debe ser la
producción de los planetas y sus satélites?»
Laplace escribía estas palabras a finales del
siglo XVIII.
«Evidentemente, los habitantes de la Tierra son muy
parecidos a nosotros los jupiterianos... Excepto en el hecho de que no usan
ropa.»
Un comentario sobre el chauvinismo. Cortesía de Paul
Conrad, Times de Los Ángeles.
La virtud, o, más bien, la cualidad, de pensar
en la vida de cualquier otra persona nos obliga a forzar nuestra imaginación.
¿Podemos pensar en soluciones alternativas a problemas biológicos ya resueltos
de una forma particular en la Tierra? Por ejemplo, la rueda es una invención
relativamente reciente en el planeta Tierra.
Parece haber sido inventada en el antiguo
Oriente Próximo hace menos de diez mil años. De hecho, las avanzadas
civilizaciones de América Central, los aztecas y los mayas, nunca emplearon la
rueda a no ser en los juguetes de los niños. La Biología -el proceso evolutivo-
nunca ha inventado la rueda, a pesar de que sus ventajas selectivas son
manifiestas. ¿Por qué no ha de haber arañas rodadas o cabras o elefantes
deslizándose sobre ruedas por las autopistas? La respuesta más evidente es que
hasta hace muy poco tiempo no existían las autopistas. Las ruedas se emplearon
y se emplean cuando se dispone de superficies adecuadas a ellas. Como el
planeta Tierra es un lugar heterogéneo, «abollado», con pocas zonas llanas, no
había ventaja alguna en desarrollar y perfeccionar la rueda.
Animalillos-cachivache,
litografía de Maurits Cornelis Escher de 1951.
Podemos imaginar otro planeta con enormes
superficies cubiertas de lava, superficies llanas, suaves, en las que los
organismos rodados sean abundantes. El fallecido artista holandés M. C. Escher
diseñó un organismo parecido a una salamandra que encajaría muy bien en
semejante medio ambiente.
La evolución de la vida en la Tierra es un
producto de acontecimientos azarosos, mutaciones casuales y de etapas
evolutivas en especies aisladas; las pequeñas y primeras diferencias en la
evolución de la vida más tarde ejercen enorme influencia en la misma evolución.
Si comenzásemos a formar la Tierra nuevamente y dejáramos que operasen sólo los
factores al azar, creo que no nos pareceríamos en absoluto a los seres humanos.
Si esto es así, es mucho menos probable que los organismos que han evolucionado
independientemente en un medio ambiente por completo distinto de otro planeta
de una lejanísima estrella hayan de parecerse a los seres humanos.
Así pues, las obras de ciencia-ficción que
tratan del amor sexual entre un ser humano y un habitante de otro planeta
ignoran, en el sentido más fundamental, las realidades biológicas. John Cárter
podía amar a Dejah Thoris, pero, a pesar de lo que creía Edgar Rice Burroughs,
su amor no podía consumarse. Y aun cuando pudiera, no sería posible la
descendencia. De la misma manera, la categoría de una historia de contacto
sexual entre humanos y saucerianos, muy de moda en algunos entusiásticos
círculos OVNI, y descripto recientemente en una revista semanal con el modesto
título:
«¡Hicimos el amor con
una rubia de un platillo volante!»
debe relegarse al reino de la improbable
fantasía. Tales amores y «cruces» son tan razonables como el cruce entre un
hombre y una petunia.
Una frase muy popular -aparece a menudo en libros
sobre los planetas- es: «la vida, tal y
como la conocemos»
Leemos que la «vida tal y como la conocemos» es imposible en éste o aquel
planeta. Pero, ¿qué es la vida tal y como la conocemos? Depende enteramente de
quién sea el «nosotros». Una persona
poco versada en Biología, que no pueda apreciar las numerosas adaptaciones y
variedades de los organismos terrestres, tendrá una idea muy pobre acerca de la
extensión y alcance de los posibles «habitats»
biológicos. Incluso hay discusiones entre famosos científicos que dan la
impresión de que un medio ambiente que es incómodo para mi abuela es imposible
para la vida.
En cierta época se pensó que se había detectado
en la atmósfera de Marte óxido de nitrógeno. Se publicó un documento o
comunicación científica sobre este supuesto hallazgo. Los autores de la
comunicación alegaban que, por tanto, la vida era imposible en Marte porque los
óxidos de nitrógeno son gases venenosos. Por lo menos, existen dos objeciones a
este argumento. En primer lugar, los óxidos de nitrógeno son gases tóxicos sólo
para algunos organismos de la Tierra. En segundo lugar, ¿qué cantidad de óxidos
de nitrógeno se supone ha sido descubierta en Marte?
Cuando calculé la cantidad, resultó que era
inferior a la que como término medio flota sobre Los Ángeles. Los óxidos de
nitrógeno son importantes componentes del «puré de guisantes». La vida en Los Ángeles
puede ser difícil, pero aún no es imposible. La misma conclusión se puede
aplicar a Marte. El problema final de estas observaciones particulares es que
muy probablemente sean equivocadas. Por ejemplo, los últimos estudios y
observaciones hechos por Tobías Owen y por mí con el Observatorio Astronómico
Orbitante han demostrado que no existen óxidos de nitrógeno en Marte.
También es muy corriente el chauvinismo del
oxígeno. Si un planeta carece de oxígeno, se dice que es inhabitable. Este
punto de vista ignora el hecho de que la vida surgió en la Tierra bajo una
total falta de oxígeno. De hecho, el chauvinismo del oxígeno, si se acepta,
demuestra lógicamente que la vida en cualquier otro lugar es imposible. En
principio, el oxígeno es un gas tóxico. Químicamente se combina con y destruye
las moléculas orgánicas que componen la vida terrestre. Hay muchos organismos
en la Tierra que no necesitan oxígeno y otros muchos que se intoxican con él.
Todos los primitivos organismos de la Tierra no
usaron oxígeno molecular 02. En un brillante conjunto de adaptaciones
evolutivas, los organismos como insectos, ranas y peces, además de las
personas, aprendieron no sólo a sobrevivir en la presencia de este gas tóxico,
sino a usarlo para aumentar la eficacia con la cual metabolizamos los
alimentos. Pero esto no debe ocultarnos el carácter fundamentalmente tóxico de
este gas. La ausencia de oxígeno en un lugar como Júpiter es, por tanto, un
argumento difícil de mantener en contra de la vida en tales planetas.
También hay chauvinistas en el terreno de la
luz ultravioleta. A causa del oxígeno presente en la atmósfera terrestre, en
las altas capas de la misma se produce una variedad de molécula de oxígeno
llamada ozono (03), aproximadamente a unos 50 km sobre la superficie. Esta capa
de ozono absorbe los rayos ultravioleta de longitud de onda media del Sol,
impidiéndoles que alcancen la superficie de nuestro planeta. Estos rayos son
germicidas. Se emiten mediante lámparas ultravioleta normalmente usadas para
esterilizar instrumentos quirúrgicos. Los fuertes rayos ultravioleta del Sol
constituyen un peligro sumamente grave para una gran proporción de formas de
vida en la Tierra. Pero esto se debe a que la mayor parte de tales formas de
vida terrestre se desarrollaron en ausencia de una elevada radiación
ultravioleta.
Es fácil imaginar adaptaciones para proteger a
los organismos contra la luz ultravioleta.
De hecho, las quemaduras del Sol y la
melanodermia son adaptaciones en este sentido. No han ido muy lejos en la mayor
parte de los organismos terrestres porque la actual radiación ultravioleta no
es muy elevada. En un lugar como Marte donde hay poco ozono, la luz
ultravioleta de su superficie es extremadamente intensa. Pero la superficie
marciana cuenta con un material que absorbe intensamente la luz ultravioleta
-como lo hacen la mayor parte del suelo y las rocas- y podemos imaginar
fácilmente organismos vagando de acá para allá con pequeños escudos opacos
antiultravioleta en sus espaldas: tortugas marcianas. O, quizás, organismos
marcianos cargados con parasoles ultravioleta. Muchas moléculas orgánicas
también podrían usarse en las capas exteriores de organismos extraterrestres para
protegerlos contra la luz ultravioleta.
Otro chauvinismo: la temperatura. Se dice que
las temperaturas sumamente bajas que reinan en planetas como Júpiter o Saturno,
en el exterior del Sistema Solar, hacen allí imposible toda clase de vida, pero
estas bajas temperaturas no se aplican a todas las zonas del planeta. Se
refieren únicamente a las capas de nubes más exteriores, las capas que son
accesibles a los telescopios infrarrojos que pueden medir temperaturas. Sin
duda alguna, si pudiésemos instalar este telescopio en la vecindad de Júpiter
orientándolo hacia la Tierra, deduciríamos que en la Tierra las temperaturas
son muy bajas. Estaríamos registrando la temperatura de las nubes superiores y
no las de la mucho más cálida superficie terrestre. En la actualidad está
firmemente establecido, tanto teóricamente como mediante la observación por
radio de estos planetas, que, a medida que penetramos bajo las nubes visibles,
las temperaturas van en aumento. Hay siempre una región en la atmósfera de
Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, que goza de temperaturas realmente cómodas,
de acuerdo con las normas terrestres en este sentido.
Pero, ¿por qué es necesario tener temperaturas
como éstas en la Tierra, con objeto de que así prolifere la vida? Un ser humano
se siente gravemente afectado si la temperatura de su cuerpo varía en 20° hacia
arriba o hacia abajo. ¿Acaso ocurre esto porque vivimos por accidente en un
planeta del Sistema Solar, cuya superficie mantiene una temperatura ideal en
cuanto se refiere a la biología? ¿O es que nuestra química se ha adaptado
delicadamente a la temperatura del planeta en que hemos evolucionado? Creo que
éste es el caso. Otras temperaturas, otras bioquímicas.
Nuestras moléculas biológicas se sitúan, por
así decirlo, en complejas disposiciones tridimensionales. El funcionamiento de
estas moléculas, particularmente las enzimas, se activa o desactiva alterando
esta disposición tridimensional. El grado de afinidad química que producen
estas disposiciones debe ser suficientemente débil como para interrumpirse
convenientemente a temperaturas [normales] terrestres y, al mismo tiempo, lo
bastante sólido para no deshacerse por completo si se le deja sólo durante
cortos períodos de tiempo. Un enlace químico conocido como enlace de hidrógeno posee la adecuada energía intermedia entre
estas alternativas inestables. El enlace
de hidrógeno está íntimamente relacionado con la bioquímica tridimensional
de los organismos terrestres.
En un planeta mucho más caluroso, como Venus,
nuestras moléculas biológicas quedarían destrozadas. En un planeta mucho más
frío, en el exterior del Sistema Solar, nuestras moléculas biológicas
adoptarían un estado rígido y nuestras reacciones químicas no actuarían de
ninguna forma útil. Sin embargo, es posible que unos enlaces mucho más fuertes
en Venus y otros mucho más débiles en el exterior del Sistema Solar desempeñen
el mismo papel que representen en la Tierra los enlaces de hidrógeno. Es muy probable que nos hayamos mostrado
demasiado tajantes al rechazar la vida a temperaturas muy diferentes de las que
existen en nuestro planeta. No se conocen muchas reacciones químicas que se
desarrollen con índices útiles a temperaturas muy bajas como las que podrían
existir en Plutón de 30 ó 40° sobre el cero absoluto[1]. Pero también hay muy pocos
laboratorios químicos en la Tierra donde se hayan realizado experimentos a 30 ó
40” sobre el cero absoluto. Con unas pocas excepciones, tales experimentos no
se han realizado en ningún momento.
Así pues, nos hallamos a merced de la selección por observación. Examinamos solamente una pequeña fracción de la posible gama de casos debido a una inconsciente preferencia o predisposición, y entonces concluimos que todos los casos concebibles deben ajustarse a los que no han forzado nuestras preconcepciones. Otro chauvinismo muy común -que dicho sea de paso comparto en cierta medida- es el del carbono. Un conocido chauvinista en este terreno mantiene que los sistemas biológicos de cualquier otro lugar del Universo estarán formados por compuestos de carbono, como la vida de nuestro planeta.
Hay alternativas posibles: átomos como el silicio o el germanio pueden
intervenir en algunas de las mismas clases de reacciones químicas que el
carbono. También es cierto que se ha prestado más atención a la química
orgánica del carbono que a la química orgánica del silicio o del germanio, en
parte, principalmente, porque la mayoría de los bioquímicos que conocemos se
dedican más al carbono que a la variedad del silicio o germanio. Sin embargo, y
por lo que sabemos sobre las alternativas químicas en este sentido, parece
evidente que -excepto en medios ambientes de temperaturas muy bajas- existe una
variedad mucho más amplia de compuestos complejos que se pueden formar del
carbono que de las otras alternativas[2].
Por añadidura, la abundancia cósmica de carbono
excede a la del silicio, germanio u otras alternativas. En cualquiera otra
parte del Universo, sobre todo en medios ambientes planetarios primitivos en
los cuales se esté dando origen a la vida, hay simplemente más carbono que
átomos alternativos para formar moléculas complejas. Por los experimentos de
laboratorio en los que se simula la primitiva atmósfera de la Tierra o los
actuales medios ambientes de Júpiter, así como también mediante los estudios
radioastronómicos del medio interestelar, vemos existe una profusión de
moléculas orgánicas simples y complejas producidas por una amplia variedad de
fuentes de energía. Por ejemplo, en uno de nuestros experimentos el paso de una
sola onda de choque a alta presión a través de una mezcla de metano (CH4),
etano (C2H6), amoníaco (NH3) y agua (H2O)
convirtió el 38% del amoníaco en aminoácidos, cimientos de las proteínas. No se
obtuvieron enormes cantidades de otras clases de moléculas orgánicas.
Así pues, los átomos y las moléculas simples de
que estamos formados es probable que sean comunes a organismos de cualquier
otro lugar del Universo. Pero la manera específica en que estas moléculas se
juntan y las formas específicas y fisiológicas de los organismos
extraterrestres pueden ser sumamente diferentes de lo que es corriente en
nuestro planeta, a causa de sus diferentes historias evolutivas.
Al considerar cuáles han de ser las estrellas a
estudiar y examinar buscando posibles señales de radio dirigidas a nosotros,
usualmente se presta mucha atención a estrellas como nuestro Sol. Se ha
alegado, con razón, que la búsqueda e investigaciones deben iniciarse con un
tipo de estrella en la que sepamos hay vida, al menos en uno de sus planetas,
repito que principalmente estrellas como nuestro conocido Sol. En el Proyecto
Ozma, primer intento de búsqueda de señales de radio, las dos estrellas
examinadas, Tau Ceti y Épsilon Eridani, eran ambas estrellas con masa, radio,
edad y composición muy parecidas a nuestro Sol, que los astrónomos llamaron G-0
enanas. De hecho, eran las dos
estrellas más cercanas y más parecidas al Sol.
Pero, ¿hemos de limitar nuestra atención a
estrellas parecidas al Sol? Creo que no. Estrellas con masa ligeramente menor y
de luminosidad también inferior que la de nuestro Sol tienen existencia más
antigua. Estas estrellas llamadas enanas
K y M pueden tener miles de millones de años más que el Sol. Si suponemos que
cuanto más larga sea la vida de un planeta, más inteligentes serán los
organismos que en él se han desarrollado, entonces debemos dirigir nuestra
atención a las estrellas K y M y evitar el chauvinismo de la estrella G. Puede
objetarse que los planetas de las estrellas K y M son mucho más fríos que la
Tierra, y que la vida en ellos es muy poco probable. La premisa de esta
objeción no parece ser muy válida. Tales planetas parecen estar más cerca de
sus estrellas que los correspondientes planetas de nuestro Sistema Solar, y ya
hemos hablado de la falsedad o falacia del chauvinismo de la temperatura. Por
otra parte, también hay muchas más estrellas K y M que estrellas G.
¿Existe un chauvinismo planetario? La mayor
parte de la vida surge y reside en planetas, ¿o acaso pudiera haber organismos
que habitan en las profundidades del espacio interestelar, superficies o
interiores de estrellas, o incluso otros objetos cósmicos incluso más exóticos?
Resulta muy difícil responder a estas preguntas
dado nuestro actual estado de ignorancia. La densidad de la materia en el
espacio interestelar es tan baja que allí, simplemente, un organismo no puede adquirir
suficiente material para realizar una copia de sí mismo en cualquier período de
tiempo razonable. Sin embargo, esto no es cierto en cuanto se refiere a las
densas nubes interestelares, pero tales nubes viven durante cortos períodos de
tiempo, condensándose para formar estrellas y planetas. En el proceso se
calientan tanto que probablemente se destruye cualquier compuesto orgánico que
contengan.
Podríamos imaginar organismos desarrollándose
en planetas con atmósferas que lentamente vayan alejándose en e! espacio,
permitiendo que los organismos se vayan adaptando gradualmente a unas
condiciones cada vez más duras, y, por último, aclimatándose a lo que, en
efecto, es un medio ambiente interestelar. Los organismos que abandonan tales
planetas -quizá mediante presión de radiación electromagnética, o por viento
solar del sol local- podrían poblar el espacio interestelar, pero aun así
tendrían que enfrentarse con insolubles problemas de mala nutrición.
Hay una especie diferente de organismo
interestelar mucho más probable: seres inteligentes que nacen en planetas como
nosotros, pero que han trasladado su campo de actividad al volumen mucho más
vasto del espacio interestelar. Los seres, en nuestro lejano futuro
tecnológico, deberán poseer capacidades que hoy día ni siquiera podemos
imaginar. No puede dudarse que tales sociedades deberán dominar la materia y
energía de las estrellas y galaxias con objeto de ponerlas a su servicio. Así
como nosotros somos organismos que únicamente nos sentimos «en casa» cuando
pisamos tierra, aunque hayamos evolucionado del mar, el Universo puede poblarse
con sociedades que nazcan en planetas, pero que únicamente se sientan cómodos
en las profundidades del espacio interestelar.
Capítulo 7
La exploración del
espacio como empresa humana:
1. El interés
científico
Fotografía compuesta de cámaras all-sky de
nuestra galaxia Vía Láctea. Cortesía del Dr. Bart Bok y del Lund Observatory.
Hay un lugar con cuatro soles en el cielo:
rojo, blanco, azul, y amarillo; dos de ellos están tan cerca uno del otro que
se tocan, y entre ellos se extienden las estrellas.
Conozco un mundo con un millón de lunas.
Conozco un sol que tiene el tamaño de la
Tierra, un sol con diamantes.
Hay núcleos atómicos de 1.600 m de ancho que
giran treinta veces por segundo.
Hay diminutos granos entre las estrellas, con
el tamaño y composición atómica de las bacterias.
Hay bacterias que abandonan la Vía Láctea.
Hay inmensas nubes de gas que penetran en la
Vía Láctea.
Hay plasmas turbulentos que se retuercen con
poderosas explosiones estelares y con rayos X y gamma.
Hay, quizá, lugares fuera de nuestro Universo.
El Universo es vasto y pavoroso y por vez
primera estamos formando parte de él.
Los planetas ya no son luces que vagan por el
firmamento nocturno. Durante siglos, el hombre vivió en un Universo que parecía
seguro y agradable, incluso limpio. La Tierra era el blanco de la creación y el
hombre, el pináculo de la vida mortal. Pero estas nociones alentadoras y de
arcaica belleza no soportaron la prueba del tiempo. Ahora sabemos que vivimos
en un diminuto trozo de roca y metal, en un planeta más pequeño que algunas de
las relativamente menores manchas de Júpiter, y algo que resulta casi insignificante
cuando lo comparamos con una sencilla mancha del Sol.
Nuestra estrella, el Sol, es pequeña, fresca y
poco insinuante, uno de los doscientos mil millones de soles que forman la Vía
Láctea. Estamos situados tan lejos del centro de la Vía Láctea, que la luz
tarda unos 30.000 años en llegar a nosotros desde allí viajando a una velocidad
de unos 300.000 km por segundo. Estamos en lo que podríamos llamar casi el
borde de la galaxia donde no existe acción alguna. La Vía Láctea es totalmente
insignificante, ya que no es más que una galaxia más entre miles de millones de
otras galaxias esparcidas por la inmensidad aterradora del espacio.
«El Mundo» ya no se puede
traducir por «El Universo». Vivimos
en un mundo inmerso entre la inmensidad de otros.
Las ideas de Charles Darwin sobre la selección
natural han demostrado que no hay senderos evolutivos que conduzcan
infaliblemente desde las formas simples al hombre; más bien, la evolución
procede de un modo convulsivo, sin un plan determinado, y la mayor parte de las
formas de vida conducen a callejones sin salida en la evolución. Somos el
producto de una larga serie de accidentes biológicos. En la perspectiva cósmica
no hay razón alguna para pensar que seamos los primeros, los últimos, o los
mejores.
Estas concepciones de Copérnico y de Darwin son
evidentemente muy profundas; para algunos, en cierta medida, inquietantes. Pero
llevan consigo ideas que podríamos calificar de compensatorias. Nos damos
perfecta cuenta de nuestra conexión con otras formas de vida tanto simples como
complejas. Sabemos que los átomos que nos forman fueron sintetizados en los
interiores de generaciones anteriores de estrellas moribundas. No ignoramos
tampoco nuestra íntima relación con el resto del Universo, tanto en la forma
como en la materia. El Cosmos que nos han revelado los nuevos avances en
astronomía y biología es mucho más grandioso y más pavoroso también que el
diminuto Mundo de nuestros antepasados. Y estamos formando parte de él, del
Cosmos tal y como es y no del Cosmos de nuestros deseos.
Ahora mismo, la Humanidad se encuentra ante
varias encrucijadas de carácter histórico. Nos hallamos en el umbral de un
reconocimiento preliminar del Cosmos. Por primera vez en la Historia, el hombre
es capaz de enviar sus instrumentos y a sí mismo, personalmente, fuera de su
planeta-hogar para explorar el Universo que le rodea.
Pero la exploración del espacio se ha
justificado, principalmente en términos de grandes consideraciones de prestigio
nacional, tanto en los Estados Unidos como en la Unión Soviética; en términos
de mejora de capacidades tecnológicas, en una época en la que muchas personas
consideran el desarrollo de la tecnología como de desastrosas consecuencias; en
términos de una falsa necesidad militar, en una época en la que la gente de
todo el mundo lo que más desea es una total desmilitarización de la sociedad.
En estas circunstancias no resulta sorprendente
que se hagan preguntas duras acerca de los gastos espaciales, cuando existen
necesidades urgentes y visibles en cuanto se refiere a fondos para corregir
injusticias y mejorar la sociedad y la calidad de la vida en la Tierra.
Evidentemente, estas preguntas son idóneas. Si los científicos no pueden dar al
hombre de la calle una explicación satisfactoria sobre los gastos en la
exploración del espacio, no es lógico ni moral que se destinen fondos públicos
a tales aventuras. El interés de un científico por la exploración espacial
probablemente obedezca a deseos muy personales, algo que le desorienta, algo
que le intriga, algo que posee implicaciones que le excitan. Pero no podemos
pedir al público que gaste grandes sumas sólo para satisfacer la curiosidad del
científico. Sin embargo, cuando profundizamos más en el interés profesional de
un científico, a menudo hallamos un foco de preocupación que en gran parte
llega a atraerse el interés público.
Un área fundamental de interés común es el
problema de la perspectiva. La exploración del espacio nos permite ver a
nuestro planeta y a nosotros mismos desde una nueva luz. Somos como lingüistas
en una remota isla donde sólo se habla un único idioma. Podemos construir
teorías generales sobre idiomas, pero no disponemos más que de un solo ejemplo
para examinarlo. Es improbable que nuestra comprensión del idioma posea la
generalidad que requiere una madura ciencia de lingüística humana.
Hay muchas ramas de la ciencia donde nuestro
conocimiento es igualmente provincial y pueblerino, restringido a un simple y
solo ejemplo entre una vasta multitud de posibles casos. Únicamente examinando
el índice de casos asequibles en todas partes, se puede idear o proyectar una
amplia ciencia general.
La ciencia que sin duda gana más con la
exploración planetaria es la Biología. En un sentido muy fundamental, los
biólogos tan sólo han estado estudiando una forma de vida en la Tierra. A pesar
de la manifiesta diversidad de formas de vida terrestre, son idénticas en el
más profundo de los sentidos. Tanto los tiburones y las begonias como las
bacterias y las ballenas usan ácidos nucleicos para almacenar y transmitir
información hereditaria. Todos utilizan proteínas para catálisis y control.
Todos los organismos de la Tierra, que sepamos, emplean el mismo código
genético. La estructura transversal de la célula del espermatozoide humano es
casi idéntica a la del cilio de paramecio. La clorofila, hemoglobina y las
substancias responsables de la coloración de muchos animales son esencialmente
la misma molécula.
Es difícil escapar a la conclusión -que en
cierto sentido está implícita en la selección natural de Darwin- de que la vida
en la Tierra se ha desarrollado partiendo de un solo ejemplo de origen de la
vida. Si esto es cierto, tiene bastante sentido el que el biólogo no pueda
distinguir lo necesario de lo superfluo o eventual, es decir diferenciar
aquellos aspectos de la vida que cualquier organismo en cualquier lugar del
Universo debe poseer simplemente para estar vivo, de aquellos aspectos de la
vida que son resultado de la tortuosa evolución debida a pequeñas adaptaciones
oportunistas.
La producción de moléculas orgánicas simples
(basadas en el carbono) en condiciones planetarias primitivas y simuladas es
hoy día tema de
activa investigación de laboratorio. Como ya
hemos visto anteriormente, las moléculas de que estamos hechos se pueden
producir con cierta facilidad, en ausencia de vida y en condiciones planetarias
primitivas en general. Pero no es posible llevar a cabo experimentos de
laboratorio ni siquiera sobre las primeras etapas de la evolución biológica:
las escalas de tiempo son demasiado largas. Sólo examinando sistemas de vida de
otros lugares pueden determinar los biólogos cuáles son las demás posibilidades
que existen.
Por esta razón, el descubrimiento de incluso un
organismo extremadamente simple en Marte hubiese tenido profundo significado
biológico. Por otra parte, si Marte está muerto, no cabe la menor duda de que
se ha llevado a cabo un experimento natural en nuestro beneficio: dos planetas,
en muchos aspectos parecidos, pero en uno se ha desarrollado la vida y en el
otro no. Comparando el planeta control con el experimental, puede descubrirse
mucho sobre el origen de la vida. De la misma manera, la búsqueda de productos
químicos orgánicos y prebiológicos en la Luna, Marte, o Júpiter tiene una gran
importancia para comprender los pasos que conducen al origen de la vida.
Como otro ejemplo de la perspectiva
proporcionada por los estudios planetarios, consideremos la meteorología. Los
problemas del flujo turbulento y la dinámica fluida figuran entre los más
difíciles de la Física. Se han logrado algunos datos e ideas sobre el tiempo en
la Tierra estudiando la posición de las corrientes de aire, examinando las
fotografías de los satélites meteorológicos y la circulación de la atmósfera
terrestre. A pesar de todo, la teoría meteorológica para la Tierra es hoy capaz
de predicciones climáticas de largo alcance, pero sólo sobre áreas geográficas
muy extensas, en condiciones en que puedan considerarse válidas las
suposiciones simplificadoras, y circunscribiéndose a un corto plazo en el
futuro. Los estudios de laboratorio sobre la circulación atmosférica poseen
alcance limitado; clásicamente se llevan a cabo en pilas de fregar platos
transformadas.
Sería agradable realizar un experimento
«Joshua», impedir durante un rato que la Tierra girase. El cambio en la
circulación proporcionaría conocimientos sobre el papel de la rotación de la
Tierra en determinar la circulación
(principalmente a través de las fuerzas de Coriolis). Pero tal experimento es
tecnológicamente muy difícil. Asimismo produce efectos secundarios poco
deseables. Por otra parte, el planeta Venus, con aproximadamente la misma masa
y radio que la Tierra, tiene un movimiento de rotación doscientas cuarenta
veces menor. La atmósfera de Venus es mucho más densa que la de la Tierra. La
Naturaleza, pues, ha dispuesto un experimento natural para los meteorólogos.
Júpiter gira aproximadamente cada diez horas
sobre su eje; un enorme planeta que lo hace mucho más rápidamente que la
Tierra. Los efectos de la rotación deben de ser mucho más importantes que sobre
la Tierra, e indudablemente Júpiter da la impresión de poseer una atmósfera
turbulenta y terriblemente agitada; sus fajas y cinturones atmosféricos
ciertamente son una prueba de su rápida rotación. Una buena comprensión de la
circulación de las densas atmósferas de Venus y Júpiter mejorará, sin duda,
nuestros conocimientos acerca de la circulación oceánica y atmosférica de la
Tierra.
O fijémonos en el planeta Marte. He aquí un
planeta con el mismo período de rotación y la misma inclinación de su eje de
rotación a su plano orbital que la Tierra. Pero su atmósfera solamente alcanza
al
1 % de la nuestra, carece de océanos y tampoco
tiene agua líquida. Marte es un experimento de control sobre la influencia de
los océanos y agua líquida en la circulación atmosférica.
Hasta hace muy poco tiempo, el geólogo sólo se
había limitado a un tipo de estudio: el de la Tierra. Era incapaz de decidir
qué propiedades de la Tierra son fundamentales a todas las superficies
planetarias y cuáles son peculiares a las circunstancias únicas de la Tierra.
Por ejemplo, las observaciones sismográficas de los terremotos han revelado la
estructura interior de la Tierra y su división en corteza, manto, centro de
metal fluido y núcleo interior sólido. Pero la razón de esta división sigue
siendo muy obscura. ¿En alguna época geológica exudó la Tierra su corteza
partiendo del manto? ¿Cayó de los cielos durante algún temprano acontecimiento
catastrófico? ¿Acaso el núcleo de la Tierra se formó gradualmente durante una
época geológica mediante el hundimiento o penetración del hierro a través del
manto? ¿O se formó de forma discontinua, quizás, en una Tierra en fusión en la
época en que se originó nuestro planeta? Tales problemas se pueden examinar
efectuando observaciones sismométricas sobre la superficie de otros planetas, y
podrían resultar poco costosos si se realizaran automáticamente con los
instrumentos de que disponemos hoy día.
Actualmente se dispone de pruebas convincentes
de que existe un movimiento de deriva continental. El movimiento de África y
América alejándose un continente de otro es el ejemplo más conocido hasta la
fecha. Algunas teorías mencionan el hecho de que la fuerza de impulso de la
deriva continental y de la evolución del interior de nuestro planeta se hallan
correlacionadas, por ejemplo, mediante corrientes de difusión de calor que
circulan lentamente entre el núcleo y la corteza en el manto. Tales conexiones
entre geología de superficie y el interior de los planetas están empezando a
destacar en el estudio de otros astros. Ponemos a prueba nuestra comprensión de
tales relaciones demostrando si pueden aplicarse a otro lugar cualquiera.
Las perspectivas que se han conseguido en esta
clase de estudios proporcionan una amplia gama de consecuencias prácticas. Una
generalización de la ciencia meteorológica puede conducir a grandes mejoras en
el pronóstico del tiempo. Incluso podría conducir a la modificación del tiempo.
El estudio de la atmósfera de Venus ya ha dado lugar a la teoría de que allí
está teniendo lugar un efecto de «invernadero»
descontrolado, un equilibrio inestable en el cual un aumento de la temperatura
provoca un aumento del contenido de vapor de agua atmosférico, que a su vez
provoca absorción infrarroja de la radiación térmica del planeta llevando a un incremento
aún mayor en la temperatura de la superficie, y así sucesivamente. Si la Tierra
hubiese iniciado su recorrido ligeramente más cerca del Sol de lo que lo ha
hecho, los cálculos teóricos preliminares indican que habríamos terminado por
ser otro marchito y agostado Venus. Pero vivimos una época en la que la
atmósfera de la Tierra está siendo fuertemente modificada por el hombre. Es de
primordial importancia comprender lo que ha sucedido a Venus, con objeto de
poder evitar una reproducción accidental en la Tierra del invernadero
descontrolado de Venus.
Los estudios de las superficies e interiores de
los planetas pueden dar lugar realmente a beneficios prácticos en el pronóstico
de terremotos así como, a largo plazo, en las prospecciones geológicas de
minerales valiosos en la Tierra.
La revolución que en el plano biológico
supondría el descubrimiento de vida natural en otros lugares también
proporcionaría unas enormes posibilidades de insospechados beneficios
prácticos, particularmente en lo concerniente a la investigación del cáncer y
del envejecimiento, temas que en la actualidad están más limitados por las
ideas que por los medios económicos.
El estudio de la materia altamente condensada
en las estrellas neutrones y la fabulosa producción de energía en los centros
de galaxias ya han conducido a sugerencias sobre posibles modificaciones de las
leyes de la física, leyes que se deducen en la Tierra para explicar los
fenómenos observados en la misma.
La exploración del espacio proporcionará,
inevitablemente, un rico y enorme conjunto de beneficios prácticos. Pero la
historia de la ciencia sugiere que el más importante de todos ellos será
siempre inesperado, beneficios que, en la actualidad, aún no somos
suficientemente aptos para pronosticar o anticipar.
Capítulo 8
La exploración del
espacio como empresa humana:
2. El interés público
El interés científico directo por la
exploración del espacio y las consecuencias prácticas que se pueden imaginar
como resultado de tales exploraciones no son de interés general y, por
supuesto, tampoco principal, para el hombre de la calle o para el profano en
tales materias. Hoy día -cuando las antiguas creencias están declinando- hay
una especie de hambre filosófica, o, más bien, diría yo, que una necesidad de
saber quiénes somos y cómo hemos llegado aquí. Hay una búsqueda constante, a
menudo inconsciente, de una perspectiva cósmica para la Humanidad. Esto se
puede observar en innumerables formas, pero mucho más claramente en los campus de las Universidades. Aquí se
hace evidente el enorme interés hacia una amplia gama de tópicos
pseudocientíficos o semicientíficos -astrología, estudio de OVNIS,
investigación de los trabajos de Immanuel Velikovski, e incluso estudio de
algunos superhéroes de ciencia-ficción-, todo lo cual representa un intento,
desde mi punto de vista, absolutamente infructuoso, de proporcionar perspectiva
cósmica a la Humanidad. El profesor George Wald, de Harvard, sin duda piensa en
este anhelo de perspectiva cósmica, cuando escribe:
«De
cualquier modo que sea, tenemos que hallar nuestro camino de regreso a los
valores humanos. Incluso diría que a la religión. Opino que no hay nada que sea
sobrenatural. La Naturaleza es mi religión y con ella tengo bastante... lo que
quiero decir es: Que necesitamos compartir unos puntos de vista mucho más
amplios sobre el lugar del hombre en el Universo.»
El libro más vendido en las comunidades de
estudiantes, desde Cambridge, Massachusetts, hasta Berkeley, California, en los
últimos años se tituló Catálogo de toda
la Tierra, que se consideró como vía de acceso a los instrumentos para la
creación de alternativas culturales.
Lo que era sorprendente fue el número de
trabajos publicados en el Catálogo
que se relacionaban con perspectivas cósmicas científicas. Iban desde el Atlas de Galaxias, de Hubble, hasta
banderas y posters de fotografías de la Tierra en su fase primitiva. El título
de Catálogo de toda la Tierra se
deriva del ansia de su fundador de ver una fotografía de nuestro planeta como
conjunto. La edición de 1970 aumentó esta perspectiva mostrando una fotografía
de toda la Vía Láctea.
Asimismo, hay una tendencia semejante tanto en
el arte como en la música «rock»-.
Cosmo's Factory, por Creedence
Clearwater Reviva/; Starship, por
la Jefferson Airplane] Mr. Spaceman y
CTA 102, por los Byrds', Mr. Rocket Man, de Elton John, y muchos otros.
Tal interés no queda limitado a los jóvenes.
Existe en los Estados Unidos una tradición que apoya la afición pública a la
astronomía. Las comunidades locales incluso han construido a su costa buenos
observatorios cuyo personal también está pagado por los bolsillos de los
ciudadanos, siempre sobre una base totalmente voluntaria.
Vahos millones de personas visitan planetáriums
cada año tanto en América como en Gran Bretaña.
El actual resurgimiento del interés por la
ecología del planeta Tierra también está íntimamente relacionado con este anhelo
de perspectiva cósmica. En un principio muchos de los dirigentes del movimiento
ecológico en los Estados Unidos se sintieron estimulados a actuar a causa de
las fotografías de la Tierra tomadas desde el espacio, exquisitamente sensible
a las depredaciones del hombre, una pradera en medio del cielo.
Como los resultados de la exploración espacial
y sus nuevas perspectivas sobre la Tierra y sus habitantes calan profundamente
en nuestra sociedad, deben, creo yo, tener consecuencias en la literatura y
poesía, en las artes visuales y en la música. El distinguido físico americano
Richard Feynman escribe:
«No se hace ningún daño
al misterio por saber un poco sobre él. Pues muchísimo más maravillosa es la
verdad que todo cuanto hayan podido imaginarlos artistas del pasado. ¿Por qué
los poetas actuales no hablan de ese misterio para nada? Los que son poetas,
¿podrían hablar de Júpiter si fuese un hombre, pero como es una inmensa esfera
giratoria de metano y amoníaco deben guardar silencio?»[3]
Pero la simple exploración general todavía no
provoca un decidido interés público por el espacio. Para muchos, las rocas que
se han traído de la Luna constituyeron una enorme decepción. Se consideraron
como simples rocas. El papel que hayan podido representar en la cronología de
los días de creación del sistema Tierra-Luna aún no se ha explicado
adecuadamente al público. Donde el interés del público por el espacio parece
mostrarse con mayor intensidad es en los terrenos de la cosmología y búsqueda
de vida extraterrestre, tópicos que hacen sonar cuerdas importantes en una
significativa fracción de la Humanidad. El hecho de que se dedique mucho más
espacio en los periódicos a la muy fortuita hipótesis de la exobiología que a
muchos de los más importantes resultados en otros campos, es, sin duda alguna,
clara revelación del lugar adonde apunta el interés público. El descubrimiento
de líneas de microondas interestelares de formaldehído y cianuro de hidrógeno
ha sido descripto ampliamente en la Prensa como algo relacionado, a través de
una larga serie de concatenaciones, con temas biológicos.
Aunque es verdad que el
hombre de la calle, o la persona profana en tales materias, piensa en términos
de diferentes variantes de seres humanos cuando se le pregunta que imagine la
vida extraterrestre, también es verdad que el interés, incluso por los
microbios marcianos, es mucho mayor que en otras áreas de la exploración
espacial. La búsqueda de vida extraterrestre podría ser la clave del apoyo
público a los experimentos espaciales, experimentos orientados tanto hacia el
Sistema Solar como a mucho más allá de él.
Hay muchos posibles puntos de vista sobre los
costos actuales y de un futuro próximo en cuanto se refiere a la astronomía y
ciencia espacial. Como los costes anuales de la astronomía constituyen sólo un
pequeño tanto por ciento de los presupuestos de todo el programa científico
espacial, me limitaré a este último. Se acostumbra a comparar los gastos
anuales de los Estados Unidos en el programa espacial con lo que emplea la
nación en alcohol etílico, chicle o cosmética. Personalmente considero más útil
comparar dichos costes con los del Departamento de Defensa de los Estados
Unidos. Recurriendo a un informe de la General Accounting Office del Gobierno (Times de New York, 19 de julio de
1970), sabemos que el coste calculado de antemano para que la misión «Viking» acabe felizmente en Marte, en
1976, asciende aproximadamente a la mitad del coste del llamado sistema de
proyectiles antibalísticos Safeguard para
el año fiscal de 1970. El coste de una exploración Granó Tour de todos los planetas del Sistema Solar exterior
(cancelada por falta de fondos) es comparable al presupuesto de 1970 para el
sistema Minuteman III; el coste de un
enorme telescopio óptico en el espacio capaz de realizar estudios definitivos
sobre los orígenes del Universo, se puede comparar al del Minuteman II para 1970; y un programa general sobre satélites que
investiguen los recursos de la Tierra, programa que implicaría varios años de
detallada inspección de la superficie y tiempo atmosférico de nuestro planeta,
costaría aproximadamente lo mismo que el vehículo espacial P-3C para 1970. Un
programa de una década de duración dedicado a la investigación sistemática de
todo el Sistema Solar costaría tanto como los errores contables cometidos en un
solo sistema de «defensa» y en un
solo año. El programa espacial científico es cambio chico en comparación con
los errores cometidos en el presupuesto del Departamento de Defensa.
Otro punto de vista que es preciso considerar
es la exploración espacial como entretenimiento. Un Viking podría ser financiado totalmente mediante la venta a cada
americano de un solo ejemplar de una revista que contuviera fotografías tomadas
en la superficie de Marte por el Viking.
Las fotografías de la Tierra, la Luna, los planetas y galaxias en espiral e
irregulares, son formas características del arte de nuestra época. Fotografías
tan impresionantes como las del Lunar
Orbiter del interior del cráter Copérnico y las enviadas por el Mariner 9 de los volcanes marcianos,
tormentas de viento, lunas y casquetes polares de hielo, inspiran a la vez
asombro y sentido artístico. Cualquier vehículo mecánico, no manejado por el
hombre, y enviado a Marte, podría ser financiado mediante un sistema de
suscripción televisiva. Por otra parte, ¿quién duda de que un disco grabado con
los, al parecer, extraños ruidos que se oyen en Marte no se vendería a escala
mundial? No deseo discutir aquí de si han de enviarse o no hombres al espacio
para que realicen exploraciones planetarias, pero es posible que haya muy
buenas razones no científicas para mandar seres humanos al espacio. Quizás haya
casos intermedios entre exploraciones llevadas a cabo por el hombre y otras en
las que falte el hombre, cosa que muy bien podríamos ver en las próximas
décadas. Por ejemplo, es posible que se llegue a enviar ingenios a otro planeta
tripulados por robots, pero controlados por un ser humano en órbita. También es
probable que aquellos planetas con medios ambientes hostiles donde exista un gran peligro
de contaminación por microorganismos terrestres sean explorados por hombres metidos
en grandes máquinas, máquinas especiales que amplíen la percepción sensorial y
las capacidades musculares del operador humano.
Aparte de todos estos hipotéticos inventos, es
evidente que el perfeccionamiento de dispositivos para llevar a cabo una exploración
planetaria sin presencia humana precisará de la misma tecnología idónea a la
fabricación de útiles robots en la Tierra. Un vehículo espacial que aterrice en
Marte para el año 1980, probablemente será capaz de «sentir» su medio ambiente mucho mejor que lo puedan hacer los
seres humanos; examinar cuidadosamente el paisaje, llevar a la práctica
decisiones programadas, basadas en información adquirida in situ, etcétera. No cabe duda de que semejante robot y sus primos
más cercanos, que se producirían en masa, serían sumamente útiles aquí, en la
Tierra. Estoy pensando en este momento en aquellas operaciones que en la
actualidad son de imposible realización, como, por ejemplo, la exploración y
operaciones sobre los fondos submarinos abisales, pero también pienso en robots
industriales que desempeñen tareas poco interesantes o monótonas en las
empresas, así como robots domésticos que liberen al ama de casa de una vida de
penoso trabajo.
La experiencia de la exploración espacial no
nos proporciona una única filosofía, en cierta medida, cada grupo tiende a ver
sus propios puntos de vista filosóficos hechos realidad y no siempre mediante
una auténtica lógica: Nikita Kruschev manifestó con mucho énfasis que durante
el vuelo espacial de Yuri Gagarin no se habían descubierto ángeles u otros
seres sobrenaturales; y en casi perfecta contrapartida, los astronautas del
Apolo 8 leyeron en la órbita lunar la cosmogonía babilónica guardada como
reliquia en el capítulo del Génesis, como si intentaran asegurar a su público
americano que la exploración de la Luna no se halla en contradicción con
ninguna creencia religiosa. Pero es sorprendente cómo la exploración espacial
conduce directamente a temas y problemas filosóficos y religiosos.
Creo que el control militar de los vuelos
espaciales con presencia humana, que ya se practica en la Unión Soviética -y es
tema de debate en los Estados Unidos- es un paso que deben apoyar todos los que
se titulan defensores de la paz. Me temo mucho que las organizaciones militares
de los Estados Unidos y de la Unión Soviética son organizaciones con
formidables intereses creados en cuanto se refiere a la guerra. Están
minuciosamente formadas e instruidas para la guerra; en tiempos de guerra se
producen rápidos ascensos, aumentos en las pagas y oportunidades de demostrar
un valor que en tiempos de paz no se dan. Es lógico que mientras existan gentes
ansiosas de guerrear siempre será mucho mayor la probabilidad de que estalle
intencionadamente o accidentalmente un conflicto. En virtud de su formación y
temperamento, los militares, muy a menudo, no se sienten interesados por otros
tipos de empleo u otra clase de inquietudes. Muy pocos son los demás medios de
vida que posean los medios de poder y fuerza del jefe militar. Si «estalla» la paz, los cuerpos militares,
con sus servicios que ya no son necesarios, se sienten profundamente
desconcertados, como si alguien les hubiese derrotado.
El Primer Ministro Kruschev una vez intentó dar
trabajo a un gran número de oficiales y jefes del Ejército Rojo destinándoles a
dirigir centrales eléctricas y otros establecimientos similares. Esto no les
agradó en absoluto, y al cabo de un año la mayoría de ellos habían vuelto a sus
cuarteles. De hecho, las organizaciones militares de los Estados Unidos y de la
Unión Soviética deben sus empleos a sí mismos, a lo que podríamos llamar
autogestión y, en consecuencia, es lógico que formen una alianza natural contra
el resto de nosotros.
Al mismo tiempo, existen enormes industrias y
fuerzas laborales dedicadas a la electrónica, química y fabricación de misiles
que igualmente están ligadas a formidables intereses creados para mantener esta
situación de preparación para la guerra. Desechando algunos tópicos que muchas
personas califican de razonables en cuanto se refiere a este estado de cosas,
yo pregunto, ¿es que no hay alguna forma de que todo este enorme conjunto de
intereses pudiera orientarse hacia actividades más pacíficas? La exploración
espacial necesita exactamente esta combinación de talentos y capacidades.
Precisa gran base técnica en tales terrenos, como el de la electrónica,
tecnología de computadores, maquinaria de precisión y estructuras
aeroespaciales. Requiere algo muy parecido a la organización militar para
mantener a un gran número de empresas geográficamente dispersas dirigidas hacia
un objetivo común.
La historia de la exploración de la superficie
de la Tierra ha sido principalmente una historia militar, en parte porque es
una aplicación idónea de las tradiciones militares de organización y valor
personal. Son las restantes tradiciones militares las que para nosotros
representan hoy día un peligro. Probablemente, la exploración del Sistema Solar
sea una alternativa y empleo honorable para los intereses creados entre los
militares y la industria. Puedo imaginar la transición hacia una disposición en
la que una importante y significativa proporción de militares de carrera, tanto
de los Estados Unidos como de la Unión Soviética, pueda dedicarse a la
exploración espacial. Al menos, y en parte, debido a sus considerables
capacidades hay un buen número de militares empleados por la Administración
Espacial y Aeronáutica Nacional en actividades con poco o ningún significado
militar. Y, por supuesto, la gran mayoría de los astronautas y cosmonautas han
sido jefes militares. Todo esto puede ser bueno; cuanto más se entretengan allá
arriba, menos se ocuparán aquí abajo.
A pesar de los muchos comunicados de la NASA a la Prensa, gran parte del programa espacial y casi toda su ciencia y programa de aplicaciones carecen de perspectivas a largo plazo. Por supuesto, comparten con la sociedad americana una comunidad de intereses humanos, filosóficos y exploratorios, incluso con estamentos sociales que están en completo desacuerdo. El coste de la exploración espacial parece muy modesto si se compara con sus potenciales recompensas.
Capítulo 9
La exploración del espacio como empresa humana:
3. El interés histórico
Huellas
humanas en la Luna. La fiesta ha terminado, y se han marchado los invitados.
Las huellas dejadas por la tripulación del Apolo 15 durarán un millón de años.
A lo lejos se ve el Monte Hadley.
A la larga, el mayor significado de la
exploración espacial es que alterará la historia de manera irreversible. Como
ya hemos mencionado en el capítulo primero, el grupo con el cual el hombre se
identifica se ha ido ampliando gradualmente durante la historia de la
Humanidad. Hoy día, el volumen de la población mundial tiene al menos una
identificación personal principalísima con superestados nacionales. Aunque el
progreso no haya sido suave, y existen ocasionales reversiones, se tiende
claramente hacia una identificación de grupo con la Humanidad como conjunto.
Los astronautas y cosmonautas han hecho declaraciones, profundamente sentidas,
sobre la belleza y serenidad de la Tierra contemplada desde el espacio. Para
muchos de ellos, un vuelo por el espacio fue una experiencia religiosa que
cambió totalmente sus vidas. En las fotografías que desde el espacio se han
hecho de la Tierra, no se distinguen fronteras nacionales. Como Arthur C.
Clarke dijo en algún lugar, es difícil imaginar, incluso para el más ferviente
de los nacionalistas, el hecho de no revisar de nuevo sus puntos de vista al
ver cómo la Tierra se va alejando poco a poco hasta convertirse en un diminuto
punto de luz perdido entre millones de estrellas.
La exploración espacial nos obliga a rectificar
muchas cosas sobre el significado de nuestro diminuto planeta perdido en un
Universo enorme y desconocido. La búsqueda de vida en otros lugares seguramente
provocará que la gente reflexione acerca de la singularidad del hombre: el
sendero serpeante, inseguro, improbable y evolutivo que nos ha traído a donde
estamos; y la improbabilidad de encontrar - incluso en un Universo poblado por
otras inteligencias- a alguien con forma muy parecida a la nuestra. En esta
perspectiva, las similitudes entre los hombres se destacarán de forma
abrumadora contra nuestras diferencias.
Hay un geocentrismo práctico, en nuestra vida
diaria. Todavía hablamos del Sol que sale y se pone, en lugar de hablar de una
Tierra que gira. Todavía pensamos en un Universo organizado para nuestro
beneficio y poblado tan sólo por nosotros. La exploración del espacio, en este
sentido, nos hará ser un poco más humildes. Harold Urey se ha referido, de
manera perceptible, al programa espacial como una especie de construcción
contemporánea de pirámides. Visto en el contexto del Egipto faraónico, la analogía
parece ser particularmente idónea, ya que las pirámides fueron un intento de
tratar los problemas de la cosmología y la inmortalidad. Desde una perspectiva
histórica a largo plazo, esto es lo que precisamente será el programa espacial.
Las huellas de pies dejadas por los astronautas en la Luna sobrevivirán un
millón de años, y los diversos instrumentos y embalajes que allí quedaron
pueden durar tanto como el Sol.
Por otra parte, las pirámides son monumentales
y hoy día creemos que han sido inútiles esfuerzos para asegurar la
supervivencia tras la muerte de un hombre, el faraón. Quizás haya una mejor
analogía en los zigurates, las torres dotadas de terrazas de los súmenos y
babilonios, los lugares donde los dioses bajaban a la Tierra y la población como
conjunto intervenía en la vida diaria. No cabe duda de que hay un poco de
pirámide en los grandes cohetes que se envían al espacio, pero creo que su
significado esencial, probablemente, sea el de unos zigurates contemporáneos.
Una sociedad inmersa en una relativamente
modesta, pacífica e intelectualmente significativa exploración de cuanto le
rodea, posee, sin duda alguna, posibilidades de alcanzar la grandeza. Es
difícil demostrar esto que podríamos llamar eslabones causales, e,
históricamente, no existe correlación alguna entre unos y otros.
Pero resulta sorprendente el hecho de que las
naciones y épocas caracterizadas por un gran florecimiento de la exploración,
también están marcadas por un enorme desarrollo cultural. En parte, esto se
debe al contacto con las cosas nuevas, con nuevas formas de vida y también con
modernos caminos de pensamiento desconocidos para una cultura cerrada, con sus
vastas energías introspectivas.
Hay ejemplos que pueden tomarse del bíblico
Oriente Medio, de las Atenas de Pericles y de otras épocas, pero me siento más
atraído, en este sentido, por la época de las exploraciones europeas y sus
descubrimientos. Las lenguas vernáculas de Francia, Inglaterra y la Península
Ibérica hallaron definitiva expresión literaria al mismo tiempo que se
emprendían los primeros viajes trasatlánticos de descubrimientos. Rabelais y
Montaigne, en Francia; Shakespeare, Milton y los traductores de la Biblia del
rey Jaime en Inglaterra; Cervantes y Lope de Vega, en España; Camoens, en
Portugal, todos datan de la misma época. A juzgar por los escritos de Francis
Bacon, resulta evidente que el descubrimiento de nuevas partes del mundo
tuvieron una profunda influencia sobre el pensamiento de aquellos tiempos. Este
período contempló la invención de instrumentos tan fundamentales como el
telescopio, el microscopio, el termómetro, el barómetro y el reloj de péndulo.
También fue en la época de Galileo (1564-1642),
quien, aunque no residía en una de las nuevas naciones exploradoras, estaba muy
vinculado a Holanda, cuando se inventó el telescopio que él mejoró. Muchas de
las obras de expresión gráfica de esta época -por ejemplo, las de Hieronymus
Bosch y El Greco— reflejan el espíritu de cambio que caló en la época. Fue la
era de la institución de la física moderna por Isaac Newton. Descartes, Hobbes
y Spinoza genios básicos de la historia de la filosofía- florecieron asimismo
en tales momentos. El tiempo en que se desarrollaron las actividades y escritos
de Leonardo da Vinci, Gilbert, Galileo y Bacon, también corresponde al origen
del método experimental en la ciencia.
Un caso histórico, muy interesante en este
sentido, nos lo proporciona Holanda, país que ha contribuido de modo notable a
la cultura occidental con su aportación de individuos realmente geniales. Si
hubo un período de florecimiento cultural en Holanda, fue el comprendido en la
segunda mitad del siglo XVII. Los puertos españoles se hallaban cerrados y
resultaban inaccesibles a la república holandesa a causa de la guerra entre
Francia y España. Obligada a encontrar sus propias fuentes comerciales, Holanda
fundó la «Dutch East» y «West India Companies». Se dedicó
entonces una buena parte de los recursos nacionales a la inversión en Ultramar,
y la consecuencia fue que Holanda se convirtió, por una sola vez en su
historia, en una potencia mundial. A causa de ello, hoy día se habla holandés
en Indonesia y varios individuos de ascendencia holandesa alcanzaron la presidencia
de los Estados Unidos. Mucho más importante es el hecho de que, durante el
mismo período de tiempo, florecieran, en Holanda, Vermeer y Rembrandt, Spinoza
y Van Leeuwenhoek. Era una sociedad estrechamente unida: Van Leeuwenhoek fue,
de hecho, el albacea de los bienes de Vermeer. Holanda era la nación más
liberal y menos autoritaria de Europa en aquella época.
En toda la historia de la Humanidad, únicamente
habrá una sola generación que sea la primera en explorar el Sistema Solar, una
generación para la cual, en la infancia, los planetas son discos claros y
distantes que se mueven a través del cielo nocturno, y para la que, en la
vejez, los planetas sean lugares, diversos nuevos mundos en el curso de la
exploración aún no acabada.
Habrá un momento en nuestra futura historia en
el que se explorará y habitará el Sistema Solar. Tanto para esa generación que
antes he mencionado como para todos los que vengan detrás de nosotros, el
momento actual será importantísimo en la historia de la Humanidad. No hubo muchas
generaciones a las que se les haya concedido una oportunidad tan importante
como ésta. La oportunidad es nuestra si no la dejamos perder. Aquí podríamos
parafrasear a K. E. Tsiolkovski, fundador de la astronáutica: «La Tierra es la cuna de la Humanidad, pero
no podemos vivir para siempre en la cuna.»
Una criatura humana, desde muy pequeña,
comienza a adquirir madurez mediante los descubrimientos experimentales de que
él no es todo el Universo. Lo mismo puede decirse de sociedades dedicadas a la
exploración de todo cuanto las rodea. La perspectiva que debe provocar la
exploración espacial puede acelerar la madurez de la Humanidad, una madurez que
no puede llegar demasiado pronto.
Segunda
parte El Sistema Solar
Capítulo 10
Sobre la
enseñanza de primer grado
Fotografía de la «Tierra llena», tomada desde un Apolo. Cortesía de la NASA.
Un amigo, alumno de primer grado, me pidió que
hablara en su clase, cuyos miembros, según me aseguró, no sabían nada sobre
astronomía, pero que ansiaban aprender. Con la aprobación del profesor, llegué
a su escuela en Mili Valley, California, provisto de veinte o treinta
diapositivas en color de objetos astronómicos: la Tierra vista desde el
espacio, la Luna, los planetas, estrellas explosivas, nebulosas gaseosas,
galaxias y demás, que creí podrían asombrar, intrigar y, probablemente, incluso,
educar en cierta medida.
Pero antes de comenzar la proyección de
diapositivas a todos aquellos rostros infantiles cuyos ojos brillaban
ansiosamente, quise explicar que existe una gran diferencia entre establecer lo
que la ciencia ha descubierto y el hecho de describir cómo los científicos lo
averiguaron o descubrieron. Es fácil resumir las conclusiones. Es difícil
relatar todos los errores, pistas falsas e ignoradas, dedicación, duro trabajo
y penoso abandono de iniciales puntos de vista que forman parte del
descubrimiento original de algo interesante.
Comencé diciendo:
«Todos
habéis oído decir que la Tierra es redonda. Todo el mundo cree que la Tierra es
redonda. Pero, ¿por qué creemos que la Tierra es redonda? Alguno de vosotros,
¿puede pensar o imaginar alguna prueba de que la Tierra sea redonda?»
Durante la mayor parte de la historia de la
Humanidad, siempre se sostuvo de manera reverente que la Tierra es llana, como
resulta perfectamente evidente para alguien que haya estado en pie sobre un
campo de trigo de Nebraska durante la época de la siembra. El concepto de una
Tierra llana todavía predomina en nuestro lenguaje en frases como «los cuatro rincones de la Tierra». Creí
que asombraría a mis pequeños alumnos eventuales y que luego les explicaría lo
difícil que había resultado conseguir que todo el género humano entendiera la
esfericidad de nuestro planeta. Sin embargo, había subestimado al primer grado
de Mili Valley.
-Bien -preguntó un chico vestido con un «mono» de trabajo como el usado por los
obreros del ferrocarril-, ¿qué hay de ese asunto de un barco que se aleja de
uno y que la última cosa que de él se ve es el mástil, o como se llame eso que
sostiene la vela? ¿No significa eso que el océano está curvado?
-¿Qué ocurre cuando hay un eclipse de Luna? Eso es cuando el Sol
está detrás de nosotros y la sombra de la Tierra está sobre la Luna, ¿no es
así? Bueno, yo vi un eclipse. Esa
sombra era redonda y no recta. Así pues, la Tierra tiene que ser redonda.
-Hay mejores pruebas, pruebas mucho
mejores -ofreció otro-, ¿Y ese individuo que navegó alrededor del Mundo? Se llamaba Majello, ¿no? Pues no se puede
viajar alrededor del mundo si éste no
es redondo, ¿no? Y la gente, hoy, navega alrededor
del mundo y vuela alrededor del
mundo todo el tiempo. ¿Cómo se puede volar alrededor
del mundo si no es redondo?
-¡Eh, muchachos! -exclamó otro- ¿No sabéis
que hay fotografías de la Tierra? Los astronautas estuvieron en el espacio y
tomaron fotos de la Tierra. Podéis mirarlas y veréis que todas son redondas. No
tenéis por qué emplear todas esas razones. Podéis ver que la Tierra es redonda.
Y después, a modo de coup de gráce, una muchachita con delantal casero que recientemente
había acudido a visitar el Museo de Ciencias de San Francisco en una excursión
escolar, preguntó con tono de indiferencia:
-¿Y qué me decís del experimento del
péndulo de Foucault? Fue un muy serio y grave conferenciante el que siguió
describiendo los hallazgos de la astronomía moderna. Estos niños no eran la
prole de astrónomos profesionales, profesores de colegio, físicos, y demás.
Evidentemente, eran niños normales de primer grado. Albergo la gran esperanza
de que, si pueden sobrevivir a doce o veinte años de «educación» metódica, puedan darse prisa para crecer y comenzar a
dirigir las cosas.
La astronomía no se enseña en las escuelas
públicas, al menos en América. Con muy pocas excepciones, excepciones notables
por supuesto, un estudiante puede pasar del primer grado al duodécimo sin
haberse enfrentado para nada con los hallazgos o descubrimientos que nos dicen
dónde estamos en el Universo, cómo llegamos aquí y a dónde ¡remos
probablemente, y asimismo sin haberse enfrentado en absoluto con la perspectiva
cósmica.
Los antiguos griegos consideraban la astronomía
como uno de la media docena, o, así, de temas necesarios a la educación de los
hombres libres. Encuentro que, en las charlas y discusiones que he sostenido
con alumnos de primer grado, con comunidades hippies, con miembros del Congreso, y hasta con taxistas, existe
una enorme reserva de interés y emoción por las cosas astronómicas. La mayor
parte de los periódicos americanos publican cada día una columna dedicada a la
astrología. ¿Cuántos periódicos o revistas hay que dediquen diariamente una columna
a la astronomía o a la ciencia? La astrología pretende describir una influencia
que llene las vidas de las gentes. Pero es una farsa. Es la ciencia la que de
verdad influye en las vidas de las personas, aunque en sentido directo
ligeramente menor. La enorme popularidad de la ciencia-ficción y de películas
como 2001: Una odisea espacial son
pruebas de este entusiasmo científico que está sin explotar. No cabe la menor
duda de que tanto la ciencia como la tecnología gobiernan, controlan y moldean
nuestras vidas, para bien y para mal. Deberíamos realizar un mayor esfuerzo por
aprender algo sobre ellas.
Capítulo 11
Los legendarios dioses
de la antigüedad
Britannia, la diosa en
la cara principal del antiguo penique británico.
La clase de problemas científicos que me ocupan
-el medio ambiente de otros planetas, el origen de la vida, la posibilidad de
que haya vida en otros mundos- son de interés popular. Esto no es accidental.
Creo que todos los seres humanos se sienten Impresionados por estos problemas
fundamentales, y opino que soy lo suficientemente afortunado como para vivir en
una época en la que es posible llevar a cabo la Investigación científica de
estos problemas.
Un resultado de ese interés popular es que
recibo gran cantidad de correo, cartas de todas clases, algunas muy agradables,
como las de gente que escribió poemas y sonetos sobre la placa del Pioneer 10; algunas son de escolares que
desean que les solucione sus deberes de la semana, otras de personas extrañas
que me piden dinero prestado; algunas de individuos que desean que compruebe y
examine al detalle sus planos sobre inventos que van desde armas que lanzan
rayos especiales, naves espaciales, hasta máquinas de movimiento continuo.
También hay cartas de personas que abogan por diversas disciplinas misteriosas,
como la astrología, relatos de contactos con seres extraterrestres, ficción
especulativa de Von
Daniken, brujería, quiromancia, frenología,
naipes de Tarot, el lChing, meditación trascendental, y experiencias
psicodélicas. También, de vez en cuando, aparecen historias más tristes, como
la de una mujer que recibió un mensaje verbal de los habitantes de Venus a
través de la regadera de su ducha, o la de un hombre que intentó denunciar a la
Comisión de Energía Atómica por seguir cada uno de sus movimientos con «rayos atómicos». Hay cierto número de
personas que escriben diciendo que pueden recoger señales inteligentes
extraterrestres de radio a través de los empastes de sus muelas, o sólo
concentrándose en debida forma.
Pero al cabo de varios años hay una carta que
siempre recuerdo como la más mordaz y encantadora de esta clase. Llegó por
correo ordinario. Se trata de una carta de ochenta y cinco folios escritos a
mano con bolígrafo verde, procedente de un caballero internado en un hospital
psiquiátrico de Ottawa. Había leído un artículo en un periódico local en el que
yo decía que creía posible existiese vida en otros planetas; el autor de la carta
deseaba asegurarme que yo tenía toda la razón del mundo, dada su experiencia y
conocimientos personales.
Para ayudarme a entender y penetrar en la
fuente de sus conocimientos, pensó que me agradaría conocer algo de su historia
personal, lo cual explica la enorme extensión de las ochenta y cinco páginas de
la misiva. Cuando era todavía un hombre joven en Ottawa, próximo ya a estallar
la Segunda Guerra Mundial, vio un cartel de reclutamiento militar de las
Fuerzas Armadas norteamericanas: el clásico, el que se hizo tan famoso, el que
mostraba a un sujeto señalando con un dedo al vientre de uno diciendo:
«El Tío Sam te
necesita.»
El hombre se sintió tan impresionado por el
atractivo rostro del Tío Sam, que inmediatamente decidió conocerle. El hombre
tomó un autobús para California, lugar que, en su opinión, debía ser el punto
de residencia más plausible para el Tío Sam. Una vez en el centro de
reclutamiento, preguntó dónde podría hallar al Tío Sam. Tras alguna confusión
sobre apellidos, el hombre fue recibido con miradas muy poco agradables. Al
cabo de varios días de entusiástica búsqueda, nadie, en California, pudo
explicarle el paradero del Tío Sam.
Regresó a Ottawa profundamente deprimido tras
haber fracasado en su empresa. Pero casi inmediatamente, como si se tratara de
la cegadora luz de un flash, percibió la labor de su vida. Se trataba de hallar
«los legendarios dioses de la
Antigüedad», frase que aparece repetida muchas veces en la carta. El hombre
tenía la interesante idea de que los dioses solamente sobreviven mientras
disponen de adoradores. Entonces, ¿qué ocurre con los dioses en los que nadie
cree, como, por ejemplo, los dioses de la antigua Grecia o Roma? Bien, concluía
el hombre, quedan reducidos al estado de seres humanos corrientes, sin
disfrutar para nada de los gajes y poderes de la divinidad. Tienen que trabajar
para vivir, como todo el mundo. Por otra parte, el hombre creía que tales dioses
debían mostrarse un tanto reservados acerca de sus desgraciadas circunstancias,
pero que, a veces, se quejaban de tener que realizar labores serviles cuando en
otro tiempo cenaban en el Olimpo. Razonaba que tales deidades retiradas debían
ser internadas en establecimientos para dementes. Por tanto, el método más
razonable de localizar a estos dioses sin túnicas era encarcelarse a sí mismo
en la institución psiquiátrica de la localidad, cosa que no tardó en hacer.
Aunque podamos no estar muy de acuerdo con
algunos puntos de su razonamiento, probablemente sí lo estaremos en que
finalmente hizo lo mejor que podía hacer.
Mi informante decidió entonces que buscar a
todos los legendarios dioses de la Antigüedad sería tarea realmente agotadora.
Y así se fijó tan sólo en unos pocos: Júpiter, Mercurio, y en la diosa que
aparece en el anverso del antiguo penique británico: probablemente la elección
no fue muy idónea entre los dioses más interesantes, pero seguro que el trío
era muy representativo. Ante su asombro (y ante el mío) encontró internados, en
el mismo sanatorio en que él lo había hecho, a Júpiter, Mercurio y a la diosa
del penique británico. Estos dioses admitieron inmediatamente su identidad y le
contaron historias sobre los viejos tiempos en los que fluía libremente el
néctar y la ambrosía.
Y, acto seguido, mi corresponsal alcanzó un
éxito que sobrepasaba a todas sus esperanzas iniciales. Un día, junto a una
fuente de cerezas, encontró a «Dios
Todopoderoso» o, al menos, a alguien que se le parecía mucho, ya que lo
cierto fue que el personaje que le ofreció las cerezas en aquel momento
reconoció, modestamente, ser Dios Todopoderoso. Pues bien, el Dios
Todopoderoso, por fortuna, tenía una pequeña nave espacial en los terrenos del
sanatorio y se ofreció para llevar a mi informante a dar un paseo por el
Sistema Solar, cosa que llevó a cabo en un abrir y cerrar de ojos.
«Y así, doctor Sagan,
es como puedo asegurarle que los planetas están habitados.»
La carta terminaba más o menos así:
«Pero todo este asunto
acerca de la vida en otros lugares se presta a mucha especulación y no vale la
pena de que un científico como usted le preste un serio interés. ¿Por qué no
orienta sus esfuerzos a solucionar un problema realmente importante como la
construcción de un ferrocarril transcanadiense en latitudes muy al Norte?»
Y a continuación aparecía un detallado plano
sobre la ruta que debía seguir tal ferrocarril, más la expresión de sus buenos
deseos hacia mi persona.
Por supuesto, aparte de no pensar en trabajar
sobre un ferrocarril transcanadiense en rutas de semejante latitud, la verdad
es que nunca pude pensar en dar una respuesta adecuada a esta carta.
Capítulo
12
La
historia detectivesca de Venus
Una de las razones por las cuales en nuestros
días la astronomía planetaria se ha convertido en una auténtica delicia, es que
resulta posible averiguar lo que es realmente correcto o exacto. En otras
épocas, uno podía intuir o pronosticar a su gusto sobre un medio ambiente
planetario, por muy Improbables que fuesen tales cálculos, con la seguridad de
que nadie iba a demostrar que se estaba equivocado. Hoy día, las naves
espaciales u otros ingenios similares, cuelgan como espadas de Damocles sobre
cada hipótesis emitida por los teóricos planetarios, y se puede observar a los
teóricos en curiosa amalgama de esperanzas y temores cada vez que nos llega a
la Tierra nueva información proporcionada por los ingenios espaciales.
Antiguamente, cuando los astrónomos disponían
de telescopios, ojos, y muy poco más para prestar ayuda a sus observaciones,
Venus era un mundo hermano. A fines del siglo XIX se supo que Venus tenía
aproximadamente la misma masa y radio que la Tierra. Venus es el planeta más
cercano a la Tierra, y era natural que se pensara en él como algo muy parecido
o igual a la Tierra, al menos en ciertos aspectos.
Immanuel Kant imaginó en Venus a una raza de
seres tiernos y apasionados, casi humanos. Emmanuel Swedenborg y Annie Besant,
una fundadora de la teosofía, encontraron -por métodos descriptos como viajes
espirituales y proyección astral- criaturas muy parecidas a los seres humanos
situándolas en Venus. En años más recientes, algunos de los relatos más audaces
relacionados con los platillos volantes -por ejemplo, los de George Adamski-
poblaron Venus con una raza de seres poderosos y benignos, muchos de los cuales
aparecen con largos cabellos y también con largos vestidos blancos, claro
simbolismo, en la América previa a 1963, de una intención profundamente
espiritual. Hay una larga historia de ávidos caminos de pensamiento,
especulación meditativa y fraude consciente o inconsciente, que produjo
expectación popular sobre el hecho de que nuestro más cercano vecino planetario
esté habitado por seres humanos, más bien parecidos a nosotros, o que sea un
lugar habitable para los terrícolas.
Por tanto, se produjo considerable sorpresa y
yo diría que incluso molestia, cuando finalmente se recibieron las primeras
observaciones de radio sobre Venus. Estas mediciones llevadas a cabo por C. H.
Mayer y sus colegas, en 1956, en el Laboratorio de Investigación Naval de los
Estados Unidos, descubrieron que Venus era una fuente de emisión de radio mucho
más intensa de lo que se había supuesto. A juzgar por la distancia que hay
desde Venus al Sol y la cantidad de luz solar que devuelve al espacio, el planeta
debía ser frío o fresco. Como Venus devuelve en su reflejo tanta luz al
espacio, su temperatura debía ser incluso inferior a la de la Tierra, a pesar
de su proximidad al Sol. El grupo de Mayer halló que Venus, en una longitud de
onda de radio de 3 cm, proporcionaba tanta radiación como si fuera un cuerpo
caliente a una temperatura de unos 315 ºC. Posteriores observaciones realizadas
con numerosos radiotelescopios a muchas y diferentes frecuencias de radio
confirmaron la conclusión general de que Venus poseía una «temperatura brillante» de entre los 315 °C y los 425 °C
aproximadamente.
Sin embargo, hubo una gran renuencia en la
comunidad científica a creer que la emisión de radio procedía de la superficie
de Venus. Un objeto caliente emite radiación en muchas longitudes de onda. ¿Por
qué Venus sólo parecía caliente en longitudes de onda de radio? ¿Cómo podía
mantenerse tan caliente la superficie de Venus? Y, finalmente -puesto que los
factores psicológicos pueden ser dominantes, consciente o inconscientemente,
incluso en la ciencia-, un planeta Venus caliente, mucho más caliente que un
horno casero, era perspectiva menos agradable que el Venus poblado por seres
graciosos con inclinaciones amorosas o espirituales, siguiendo la larga
tradición desde Kant hasta Adamski.
Este problema del origen de la emisión de radio
de Venus fue parte principal de mi tesis doctoral. Escribí unos veinte
documentos científicos sobre el tema entre 1961 y 1968, cuando finalmente el
problema se consideró solucionado. Miro hacia atrás y contemplo con placer este
período de tiempo. La historia de radio de Venus es muy similar a un relato
detectivesco en cuyas páginas hay gran cantidad de posibles pistas. Algunas son
vitales para la solución; otras son falsas y conducen a una dirección errónea.
Algunas veces puede deducirse la verdadera respuesta teniendo en cuenta todos
los hechos principales y recurriendo a un razonamiento plausible y lógico.
Había varias cosas que ya conocíamos acerca de
Venus. Sabíamos cómo variaba con la radiofrecuencia la «temperatura brillante». Sabíamos cómo Venus reflejaba sobre la
Tierra ondas de radio enviadas mediante grandes telescopios con radar. La
primera prueba con éxito del hombre -el Mariner
2 de los Estados Unidos- descubrió, en 1962, que Venus era más brillante en
longitudes de onda de radio en su parte central que en sus bordes.
Había varias teorías en contra de tales
observaciones. Podían agruparse en dos categorías generales: El modelo de
superficie caliente, en el cual la emisión de radio procedía de la superficie
sólida del planeta, y el modelo de superficie fría, en el cual dicha emisión
provenía de cualquier otro lugar, desde una capa ionizada en la atmósfera
venusina, de descargas eléctricas entre gotitas en las nubes de Venus, o de un
hipotético gran cinturón de partículas cargadas eléctricamente que se movía con
suma rapidez alrededor de Venus (como las que, de hecho, rodean a la Tierra y a
Júpiter). Estas últimas hipótesis permitían que la superficie se mantuviera
fría, situando la intensa emisión de radio sobre la superficie. Si deseábamos
la presencia de buques en Venus, entonces nos convertíamos en defensores del
modelo de superficie fría.
Si comparamos sistemáticamente los modelos de
superficie fría con las observaciones hechas, hallamos que todos tropezaban con
graves dificultades. El modelo o hipótesis en el cual la emisión de radio
procedía de la ionosfera, por ejemplo, pronosticaba que Venus no debía
reflejar, en absoluto, ondas de radio. Pero los telescopios-radar habían
descubierto ondas de radio reflejadas desde Venus con una eficiencia del 10 ó
20 %. Para obviar tales dificultades, los que abogaban por el modelo
ionosférico construyeron hipótesis muy sofisticadas en las que existían muchas
capas ionizadas con orificios especiales en ellas para permitir el paso del
radar a través de la ionosfera, tocar la superficie de Venus y regresar a la
Tierra. Al mismo tiempo, no podían existir demasiados orificios, ya que de ser
así la emisión de radio no sería tan intensa como se observaba. Estos modelos
me parecieron excesivamente detallados y arbitrarios en sus circunstancias.
Poco antes de las notables observaciones de
1968 hechas por una nave espacial, acerca de Venus, entregué un documento a Nature, revista científica británica, en
el cual resumía estas conclusiones y deducía que sólo el modelo o hipótesis de
la superficie caliente era el que mejor se ajustaba a todas las pruebas. Antes
de esto, ya había propuesto una teoría específica, en términos del efecto
llamado «invernadero», para explicar
cómo la superficie de Venus podía registrar tan elevadas temperaturas. Pero mis
conclusiones en contra de los modelos de superficie fría, en 1968, no dependían
de la validez de la explicación «invernadero»,
sucedía que una superficie caliente explicaba los datos y una superficie
fría no. A causa de mi interés por la exobiología, hubiese preferido un Venus
habitable, pero los hechos me condujeron a otra parte. En un trabajo publicado
en 1962, yo concluía, por pruebas indirectas, que la temperatura promedio en la
superficie en Venus era, aproximadamente, de 425 °C y la presión atmosférica
promedio en la superficie era unas cincuenta veces mayor que en la superficie
de la Tierra.
En 1968, una nave espacial americana, el Mariner 5, voló cerca de Venus, y una
nave espacial soviética, el Venera 4, penetró en su atmósfera. En 1974, ya
habían entrado en la atmósfera de Venus cinco cápsulas soviéticas con
instrumentos. Las tres últimas descendieron sobre el planeta y enviaron datos de
la superficie del planeta. Eran los primeros artificios de la Humanidad que se
posaban en la superficie de otro planeta. El promedio de la temperatura de
Venus era aproximadamente de 500° C; el promedio de presión en la superficie
era de aproximadamente noventa atmósferas. Mis conclusiones iniciales eran
bastante correctas, aun cuando un tanto conservadoras.
Es interesante, ahora que conocemos por
mediciones directas las verdaderas condiciones de Venus, leer algunas de las
críticas hechas al modelo de superficie caliente que se publicaron en la década
de los sesenta. Un año después de haber recibido el título de doctor en
Filosofía, hubo un famoso astrónomo planetario que me hizo una apuesta de diez
contra uno, asegurando que la presión sobre la superficie de Venus no era diez
veces superior a la de la Tierra. Gustosamente entregué mis diez dólares contra
sus ciento, y he de confesar en honor suyo que me pagó los cien dólares, cuando
tuvimos en la mano los resultados de las observaciones hechas en los aterrizajes
soviéticos.
La teoría y los artificios espaciales obran
recíprocamente en otras formas. Por ejemplo, el Venera 4 radió su última temperatura, o, mejor dicho, su último
punto de presión-temperatura a 230 °C y veinte atmósferas. Los científicos
soviéticos concluyeron que éstas eran las condiciones de la superficie de
Venus. Pero los datos de radio ya habían demostrado que la temperatura de la
superficie tenía que ser mucho más elevada. Combinando el radar con los datos
del Mariner 5, supimos que la superficie
de Venus se hallaba mucho más abajo de donde los científicos soviéticos habían
concluido que el Venera 4 se había
posado. Ahora parece demostrado que los diseñadores de la primera nave espacial
Venera, creyendo que eran reales los
modelos de superficie fría de los teóricos, construyeron una nave espacial
relativamente frágil que quedó aplastada por el peso de la atmósfera de Venus
muy por encima de la superficie, lo mismo que un submarino no construido para
grandes profundidades resultaría aplastado en el fondo del océano.
En la reunión de la COSPAR[4], celebrada en Tokio en 1968,
yo emití la opinión de que la nave espacial Venera
4 había dejado de funcionar a unos 30 km de altura sobre la superficie. Mi
colega el profesor A. D. Kuzmin, del Instituto Físico Lebedev de Moscú, alegó
que la nave había aterrizado en la superficie. Cuando le rebatí que los datos
del radar y la radio no situaban la superficie a la altura deducida para el
aterrizaje del Venera 4, el doctor
Kuzmin respondió que el Venera 4 había
tocado la cima de una alta montaña. Acto seguido, repliqué que los estudios de
radar realizados en Venus mostraban montañas con una altura máxima de 2.000 m y
que, en consecuencia, era improbable que el Venera
4 hubiese aterrizado sobre una montaña de 30.000 m de altura en Venus, aunque
pudiera existir semejante montaña. El profesor Kuzmin me contestó preguntándome
qué opinaba sobre la probabilidad de que la primera bomba alemana lanzada sobre
Leningrado, en la Segunda Guerra Mundial, hubiese liquidado al único elefante
que había en el parque zoológico de la ciudad. Admití que la posibilidad era
muy pequeña, sin duda alguna. El profesor respondió triunfalmente con la
información de que éste había sido, en realidad, el destino del elefante de
Leningrado.
Los diseñadores de las siguientes naves
espaciales soviéticas, a pesar del caso del zoológico de Leningrado, tuvieron
sumo cuidado en aumentar la fuerza material de las naves espaciales para
sucesivas misiones. El Venera 7 pudo
soportar presiones ciento ochenta veces superiores a las que reinan en la
superficie de la Tierra, margen adecuado para las reales condiciones de la
superficie de Venus. Transmitió datos desde la superficie de Venus durante
veinte minutos antes de quedar abrasada. El Venera
8, en 1972, transmitió durante cuarenta minutos. La presión de la superficie no
es de veinte atmósferas y el espectacular monte Kuzmin no existe.
La principal conclusión acerca del método
científico que saqué de esta historia es la siguiente: Aunque la teoría es útil
en los proyectos o diseños de experimentos, sólo las experiencias directas
convencerán a cualquiera. Basándose únicamente en mis conclusiones indirectas,
hoy día habría mucha gente que no creería en un planeta Venus caliente. Como
resultado de las observaciones del Venera,
todo el mundo acepta las terribles presiones de Venus, calor fantástico, escasa
iluminación y extraños efectos ópticos.
El hecho de que nuestro planeta hermano sea tan diferente a la Tierra es problema científico de primer orden, y los estudios de Venus son de sumo interés para comprender la más temprana historia de la Tierra. Por añadidura, ayuda a calibrar la seguridad de la proyección astral y viaje espiritual popularizados por Emmanuel Swedenborg, Annie Besant, e innumerables imitadores actuales, ninguno de los cuales captaron detalle alguno de la verdadera naturaleza de Venus.
Capítulo 13
Venus es el Infierno
Esquema del vehículo espacial Venera 8, que aterrizó sobre la superficie de Venus en 1972. De Tass.
El planeta Venus flota sereno y bello en el
cielo de la Tierra como brillante punto de luz blanco-amarillento. Visto o fotografiado
a través de un telescopio, se distingue un disco sin rasgos característicos;
una capa de nubes enorme, enigmática y cerrada oculta la superficie a nuestra
vista. Ningún ojo humano ha visto el suelo de nuestro más cercano vecino
planetario.
Pero ahora sabemos muchas cosas sobre Venus.
Por las
observaciones de radiotelescopio y naves
espaciales, sabemos que la temperatura de la superficie es de alrededor de
500°C. La presión atmosférica en I a superficie de Venus es noventa veces
superior a la que experimentamos en la Tierra. Como la gravedad del planeta es
tan poderosa como la de la Tierra, hay noventa veces más moléculas en la
atmósfera de Venus que en la de la Tierra. Esta densa atmósfera actúa como una
especie de manta aislante, manteniendo la superficie caliente mediante el
efecto de «invernadero» y suavizando
diferencias de temperatura de un lugar a otro. Es probable que el polo de Venus
no sea significativamente más frío que su ecuador, y en Venus hace tanto calor
a mediodía como a medianoche.
A 80 km sobre la superficie se extiende la
espesa capa de nubes que vemos desde la Tierra. Hasta fecha muy reciente nadie
conocía la composición de estas nubes. Yo había sugerido que quizás estuvieran
formadas, en parte, por agua, un material muy abundante cósmicamente, lo que
podría abonar muchas, pero no todas, por supuesto, de las propiedades
observadas en las nubes de Venus. Pero también se sugerían otros materiales,
entre ellos cloruro de amonio, varios silicatos, soluciones de ácido
clorhídrico, cloruro férrico hidratado, hidrocarburos, siendo sugerido este
último producto por Immanuel Velikovski, en su novela Mundos en colisión, para proporcionar maná a los israelitas en sus
cuarenta años de vagar por el desierto. Los otros materiales que se insinuaron
pisaban terreno más firme. Sin embargo, cada uno de ellos entraba en conflicto
con una o más de las observaciones realizadas.
Pero, recientemente, se ha sugerido un material
que parece ajustarse a la perfección a toda medición. El astrónomo americano
Andrew T. Young ha demostrado que las nubes de Venus es probable que sean una
solución concentrada de ácido sulfúrico. Una solución del 75 % de H2SO4
se ajusta al índice de refracción de las nubes de Venus determinado por
observaciones polarimétricas efectuadas desde la Tierra. Ninguno de los otros
materiales se acerca a este cálculo. Tal solución es líquida a las temperaturas
y presiones reinantes en las nubes de Venus. El ácido sulfúrico posee una
característica de absorción determinada por el espectroscopio infrarrojo, en
una longitud de onda de 11,2 micrones. De todos los materiales propuestos o
sugeridos, tan sólo el H2SO4 posee tal característica de
absorción. La serie soviética de los Venera
encontró grandes cantidades de vapor de agua por debajo de las nubes visibles
de Venus. Las observaciones que se han hecho en busca de agua mediante
procedimientos espectroscópicos han hallado solamente una insignificante
cantidad de vapor de agua en las nubes de Venus. Las dos observaciones estarán
de acuerdo en el caso de que entre estas dos regiones haya un eficaz agente
secador. El ácido sulfúrico es tal agente.
En la atmósfera de la Tierra hay gotitas de
agua a gran altura y vapor de agua en las capas atmosféricas más inferiores. De
la misma manera en Venus: Si hay gotitas de ácido sulfúrico en las nubes altas,
debe haber más abajo ácido sulfúrico gaseoso, a una concentración relativamente
elevada cerca de la superficie. Los astrónomos también han hallado pruebas
inequívocas de la existencia de ácidos clorhídrico y fluorhídrico como gases en
la atmósfera superior de Venus. También deben existir a elevada concentración,
por ejemplo, en las proporciones relativas del smog en el aire de Los Angeles, en la atmósfera más baja de Venus.
Estos tres ácidos constituyen una mezcla sumamente corrosiva. Cualquier nave
espacial que haya de sobrevivir en la superficie de Venus no solamente debe
estar protegida contra las altas presiones, sino también contra la atmósfera
corrosiva.
En la actualidad, la Unión Soviética se halla
inmersa en un programa muy activo de exploración de Venus, sin, por supuesto,
presencia humana en tales exploraciones. Ahora sabemos que a mediodía hay
suficiente luz en Venus para hacer fotografías. Llegará el día, quizá dentro de
algunos años, no muchos, en que podamos tener las primeras fotografías de la
superficie de Venus. ¿Cómo será esta superficie? Podemos hacer predicciones en
cierta medida. A causa de la atmósfera muy densa de Venus, se producen algunos
efectos ópticos muy interesantes. El más importante de todos se debe a la
dispersión Rayleigh, llamada así en honor del inglés Lord Rayleigh. Cuando la
luz del Sol toca la atmósfera clara y limpia de polvo de la Tierra, dicha luz
se dispersa. Los fotones chocan con las moléculas de la atmósfera terrestre y
rebotan. Pueden darse muchos de tales rebotes. Pero como las moléculas de aire
son mucho más pequeñas que la longitud de onda de la luz, resulta que las
longitudes de onda corta se dispersan o rebotan mediante las moléculas de aire
más eficazmente que las longitudes de onda largas. La luz azul se dispersa
mucho mejor que la luz roja. Éste es un hecho que ya conocía Leonardo da Vinci,
quien pintaba los paisajes lejanos o de fondo con un primoroso azul cerúleo.
Por eso hablamos de montañas azules, y por eso el cielo es azul. La luz del Sol
se dispersa o extiende por toda nuestra atmósfera, parte de ella se dispersa
hacia arriba y hacia afuera de nuevo, pero otras fracciones de luz solar se
dispersan mediante las moléculas de nuestra atmósfera y entonces, siguiendo una
dirección completamente distinta a la del Sol, vuelve a nuestros ojos. En
ausencia de atmósfera, como en la Luna, el cielo es negro. Cuando miramos una
puesta de Sol estamos viendo al Sol a través de un sendero más largo en la
atmósfera de la Tierra que cuando lo contemplábamos a mediodía. La luz azul ha
abandonado este sendero, dejando que la luz roja toque nuestros ojos. La
belleza de las puestas de Sol, del cielo y de los distintos paisajes se debe a
la dispersión Rayleigh.
¿Y qué hay de la dispersión Rayleigh en Venus?
Como la atmósfera es mucho más densa, allí es mucho más importante la
dispersión Rayleigh. Si pudiésemos suprimir las nubes de Venus, aún seríamos
incapaces de ver su superficie desde arriba. En la atmósfera de Venus se
dispersaría la luz de todos los colores tantas veces que no se podría
distinguir ningún detalle de la superficie del planeta. Con longitudes de onda
más largas a las que es sensible el ojo humano, se podría ver la superficie
desde arriba, pero hay nubes. Las ondas de radio penetran en las nubes y
atmósfera de Venus, y así se están confeccionando los primeros mapas de radar
de Venus. Dentro de muy pocos años, el gran telescopio Arecibo, de la Cornell
University, en Puerto Rico, comenzará a trazar el mapa de Venus, por radar, con
mayor precisión que los mapas que se han hecho ópticamente de la Luna. Ya se
tienen indicios de que en la superficie de este enigmático planeta hay cadenas
montañosas y enormes cráteres.
En la superficie de Venus, la dispersión Rayleigh
produce también otro importantísimo efecto. Así como no podemos ver la
superficie en luz visible desde la parte superior de Venus, tampoco podemos ver
el Sol, en luz visible, desde la superficie de Venus, aunque se abriese un
enorme claro en las nubes. Por otra parte, si hubiese vida inteligente en
Venus, la astronomía se desarrollaría muy lentamente, siendo así que surgiría
primero la radioastronomía. La nave espacial Venera 8 halló que la luz solar alcanza la superficie de Venus
durante el día, pero queda tan atenuada por su paso entre las nubes y atmósfera
que, incluso a mediodía, no es más brillante en Venus que en pleno crepúsculo
de la Tierra. La luz solar sería así un brumoso y confuso retazo de luz de
color rubí obscuro, cuya salida y puesta podrían determinarse muy vagamente.
Si pudiéramos hallarnos sobre la superficie de
Venus vestidos con traje protector y los ojos cubiertos por gafas de Sol color
violeta, no se vería nada en absoluto más allá de unos cuantos metros. La
dispersión Rayleigh en luz azul es tan fuerte en Venus que la visibilidad en el
color violeta es muy pequeña. Pero como la luz de larga longitud de onda se
dispersa menos que la azul, en el final rojo del espectro visible -ojos
cubiertos con gafas de Sol color rojo-, la visibilidad probablemente podría
alcanzar los 200 ó 300 metros. En la superficie de Venus, todo debe estar
bañado por una obscuridad de profundo color rojo.
Percibiríamos el color, pero tan sólo de
aquellos objetos que estuviesen muy cerca de nosotros. Todo lo demás, todo
cuanto nos rodeara, aparecería como un borrón rosado.
Así pues, Venus parece ser un lugar
completamente diferente a la Tierra y, además, muy poco atractivo: temperaturas
de verdadera parrilla, presiones aplastantes, gases corrosivos y malsanos,
olores a azufre, y un paisaje inmerso en obscuridad rojiza.
Resulta curioso, pero hay un lugar
asombrosamente parecido a éste en las leyendas, folklore y superstición de los
hombres. Le llamamos Infierno. En la antigua creencia -por ejemplo, la de los
griegos-, era el lugar a donde viajaban todas las almas humanas después de la
muerte. En la época cristiana, se piensa en el Infierno como destino post mortem para una de las dos
categorías de persuasión moral. Pero existen pocas dudas de que el punto de
vista sobre el Infierno, en cuanto concierne al individuo medio -azufre, color
rojo, llamas, etc.- se ajusta, en todo, a la superficie de Venus.
Aunque las moléculas biológicas terrestres
rápidamente se harían pedazos en Venus, hay moléculas orgánicas -por ejemplo,
algunas con una compleja estructura circular- que se mantendrían estables en
las condiciones de Venus. Es difícil excluir la vida allí, pero ciertamente
podemos decir que sería por completo diferente a la que para nosotros es
familiar. Cualquier criatura que viva allí sin duda alguna ha de poseer piel
muy correosa. A causa de las altas temperaturas atmosféricas, incluso sería
normal que también dispusiera de pequeñas alas, cortas y rígidas, que llevasen
al que las poseyera de un lado a otro en aleteo excepcionalmente enérgico y
activo. Un diablo es un perfecto modelo -excepto en su aspecto de macho cabrío
y humano- para un habitante de Venus. Milton e Isaías llamaron a Lucifer «Hijo de la mañana», de la estrella de
la mañana. Durante miles de años, Venus y el Infierno se han identificado.
Por supuesto, que ésta no es más que una
curiosa coincidencia y no creo que pueda ser algo más que eso. Aquí, el detalle
principal es que en todas las leyendas uno se va al Infierno hacia abajo y no
hacia arriba. El mundo clásico de Grecia y Roma y el antiguo Oriente Próximo
estaba sazonado de volcanes en actividad. Estos terrenos volcánicos, como en
las Islandia y Hawai contemporáneas, son lugares desolados, desnudos, aunque
también paisajes de pavorosa belleza. De los cráteres volcánicos surgen gases
sulfurosos; fuentes y ríos de lava tiñen los alrededores de rojo. Hace mucho
calor. Uno se chamusca las cejas y pestañas si se acerca demasiado a una salida
de lava. Y todo este calor, color rojo y malos olores vienen de abajo. No fue
muy difícil para nuestros antepasados imaginar que los terrenos volcánicos eran
aberturas que daban paso a un mundo en llamas completamente diferente, que se
llamaba Infierno.
El interior de la Tierra y el exterior de Venus
son parecidos, pero no idénticos. Los dos son lugares desagradables para los
seres humanos, pero a la vez ambos poseen extremado interés científico, lugares
que vale la pena visitar, ya que no lugares donde residir.
Dante sabía mucho sobre esto.
Capítulo 14
Ciencia e
«Inteligencia»
Variado grupo de
agregados militares extranjeros agrupados para ver el lanzamiento del Apollo
15. Fotografía del autor.
Pasé los primeros dos años después de
doctorarme en la Universidad de California, Berkeley, donde, entre otras cosas,
me preocupó la búsqueda de vida en otros lugares y la esterilización de
vehículos espaciales destinados a lugares como Marte, pues no deseábamos
contaminar el medio ambiente marciano con microbios de la Tierra.
En un brillante día de primavera, recibí una
llamada telefónica de un general de las Fuerzas Aéreas a quien había conocido y
encontrado en varias reuniones de carácter científico. El general había
trabajado principalmente en la medicina aplicada a la Aviación. Le llamaré aquí
Bart Doppelganger. El general Doppelganger me informó que se encontraba en Los
Angeles con tres científicos soviéticos, uno de los cuales estaba encargado del
esfuerzo soviético de construir instrumentos para investigar la vida
extraterrestre. Su nombre era Alexandr Alexandrovich Imshenetski (no hay razón
alguna para cambiar su nombre; a diferencia de otros, en este relato, no tiene
nada de qué avergonzarse). Era la primera visita que hacía Imshenetski a los
Estados Unidos. Sí, por supuesto que me interesaba conocerle. ¿Cuándo? La
respuesta fue: «Inmediatamente.» Así que partí en automóvil hacia el aeropuerto
de San Francisco, volé a Los Ángeles, donde tomé un taxi para dirigirme a una
dirección que me había facilitado nuestro general Doppelganger.
Era el hogar de un fisiólogo muy conocido
profesionalmente, un buen cerebro de la UCLA. En la sala de estar, a mi
llegada, se encontraba el fisiólogo, otros expertos en medicina para la
Aviación de la UCLA, el general Doppelganger, tres científicos soviéticos (dos
expertos en medicina espacial y el académico Imshenetski) y un intérprete.
Llamaré al intérprete Igor Rogovin; era un empleado americano de la Biblioteca
del Congreso destinado a servir de intérprete para los tres rusos durante su
visita a los Estados Unidos. La única cosa que me sorprendió como algo peculiar
fue que el inglés de los tres rusos era realmente excelente. Entonces, ¿para
qué necesitaban un intérprete?
Todo el mundo aparecía alegre, se cambiaron
frases de suma cortesía y circularon bebidas (Igor también tomó parte en esto).
No había conversación en la cual él estuviera ausente durante más de cinco
minutos. Estaba muy atareado, como una abeja maníaca que obsesivamente
revoloteara de flor en flor.
Al cabo de un rato, todos acordamos
trasladarnos al aeropuerto internacional de Los Angeles, donde los rusos más
tarde tomarían un avión. Pero, antes de emprender el viaje, cenaríamos juntos.
Todos no cabíamos en un solo coche, por lo cual Rogovin no podía viajar en dos
vehículos a la vez. Imshenetski, algunos otros y yo subimos a un coche, y
Rogovin y los demás tomaron un segundo automóvil. Durante los veinte o treinta
minutos que duró el viaje, Imshenetski y yo intercambiamos interesantes puntos
de vista sobre métodos de detección de vida y esterilización de vehículos
espaciales y su tecnología. Era el primero de los contactos que yo tenía con un
científico soviético.
Llegamos al aeropuerto, donde registraron las
maletas; luego los soviéticos se excusaron para ir al lavabo. Mientras les esperaba
en el exterior, me encontré a solas con Igor Rogovin, quien inmediatamente me
dijo, hablando por una de las comisuras de la boca y con el tono propio de un
James Cagney o Humphrey Bogart:
-¿Qué hay muchacho? ¿Qué has averiguado?
Como no estaba muy al corriente de los métodos
y costumbres mundanas, y sintiéndome muy complacido por la información que
Imshenetski y yo habíamos intercambiado, rápidamente resumí lo que había
aprendido.
-Muy bueno, muchacho. ¿Para quién trabajas?
-Para la Universidad de California, en Berkeley
-repliqué en tono de suma satisfacción.
-No, no, muchacho; la tapadera no.
Poco a poco me fui dando cuenta de cuál era la
ocupación de Igor Rogovin, ya que no de su identidad. Con creciente cólera, le
expliqué que si era posible sostener una conversación con un científico
soviético, tal conversación redundaría más en beneficio de la ciencia que en
beneficio de los servicios americanos de Información Militar. Antes de que
Rogovin pudiese decir algo, salieron del lavabo nuestros invitados soviéticos y
todos nos fuimos a cenar.
Aunque me hallaba sentado junto a Imshenetski
me sentí incapaz de hablar de nuevo con él acerca de cualquier tema que se
pareciera a la ciencia. Todavía recuerdo que nuestros principales temas de
conversación fueron las películas americanas y los poetas soviéticos. Tras
haber bebido algunas copas, Alexandr
Alexandrovich Imshenetski declaró que William
Shakespeare era el poeta más leído en Rusia y que las películas americanas de
vaqueros eran excesivamente violentas. Transcurrieron varias horas durante las
cuajes sólo hablamos sobre estos dos temas.
Cuando los rusos partieron hacia su país, yo
regresé a Berkeley.
A la mañana siguiente examiné las páginas de la
guía telefónica de San Francisco y, bajo «Gobierno de los Estados Unidos»,
encontré una sección marcada «Central Intelligence Agency». Al marcar el número
en cuestión, una voz de tono alegre dijo algo parecido a «Yukon 4-2143».
-¡Oiga! ¿Es la CÍA? -pregunté.
-¿En qué podernos servirle, señor?
-Quiero presentar una queja. Más bien hacer una
reclamación. -Un momento, señor; le pondré con el Departamento de
Reclamaciones.
Esto ocurrió poco después del episodio de la
Bahía de los Cochinos y supongo que la CÍA estaba recibiendo montañas de
reclamaciones y quejas.
Cuando, por fin, logré que me pusieran con el
Departamento de Reclamaciones, me lancé rápidamente a hacer un resumen de mi
encuentro o, más bien, choque con el señor Rogovin, pero al cabo de unos
segundos me silenciaron alegando que aquél no era tema adecuado para tratar por
teléfono. La voz que me impuso silencio no llegaba a mis oídos por la misma
línea. Seguramente la línea estaba intervenida. En consecuencia, establecimos
una cita para más tarde en aquel mismo día y en mi despacho.
Por supuesto, y a la hora prescripta, llegaron
dos hombres jóvenes, muy bien vestidos, que me mostraron dos tarjetas de
identificación con la firma de John McCone, quien recientemente había sido
nombrado director de la CÍA. Tras expresar mi estado de ánimo, molesto sin duda
alguna, mediante un detallado escrutinio de sus tarjetas de identificación,
comencé a relatar mi historia. Vi que en sus rostros se reflejaba una creciente
preocupación. Al final de mi relato, me explicaron que el comportamiento de
Rogovin no podía ser de ninguna manera el que correspondía a un empleado de «la
Agencia». Se mostraron muy preocupados por mi
relato, particularmente a causa de la «mala prensa» que estaban sufriendo
después de lo de la Bahía de los Cochinos. Harían todo lo posible por arreglar
las cosas, si yo no molestaba a la Agencia dando más publicidad a la historia
en cuestión. Acepté guardar silencio durante un tiempo, y los dos hombres
abandonaron mi despacho.
Una semana más tarde me llamaron por teléfono:
-Doctor Sagan, soy el señor Smith, el que
estuvo charlando con usted en su despacho la semana pasada. ¿Recuerda el asunto
que entonces tratamos?
Sospeché que el teléfono también esta vez se
hallaba intervenido. –
Hemos podido establecer que la parte en
cuestión -¿sabe a quién me refiero?- no trabaja para nosotros; bien, para
nuestra organización, con ese nombre. Desde luego, estamos buscando otros
nombres y le iremos a ver tan pronto como podamos.
Les había costado una semana estudiar la nómina
personal de la CÍA. O la nómina era muy larga o muy secreta.
Algunos días más tarde, y empleando un lenguaje
igualmente velado, me llamaron y me dijeron -en un tono de voz que parecía
reflejar suma preocupación- que Igor Rogovin no trabajaba para la CÍA con
ningún otro nombre y que, en tales circunstancias, naturalmente sentían mucha
curiosidad por saber para quién lo hacía.
Transcurrió otra semana. Entonces la CÍA deseó
hablar conmigo de nuevo en mi despacho. Llegaron los dos caballeros que ya me
habían visitado anteriormente y, una vez más, me enseñaron las dos tarjetas de
identificación firmadas por John McCone. Me informaron que, tras fatigosas
investigaciones, habían descubierto que Igor Rogovin era en realidad un agente
del Servicio Secreto de las Fuerzas Aéreas. De nuevo me aseguraron que ningún
representante de su Agencia se hubiese comportado de tal manera, y acto
seguido, se fueron. Lo que sí quedaba claramente establecido era que a la CÍA
le había costado dos semanas determinar la personalidad de un miembro de una
organización paralela de un Departamento de Información de los Estados Unidos.
La historia tiene una continuación. Un año o
dos más tarde, se reunía en Florencia, Italia, la organización internacional
espacial COSPAR. Como espléndido regalo a tales reuniones, se abrió la Galería
Uffizi una tarde, especialmente para que pudieran verla las delegaciones COSPAR
de varias naciones. Tenía que darse la casualidad de que yo estuviera con
Alexandr Alexandrovich Imshenetski cuando entramos en una sala enorme
aparentemente desierta, pero inundada de Botticelli. Y allí, en el otro extremo
de la galería había una figura humana que se distinguía con cierta dificultad.
Noté cómo Imshenetski se envaraba. Forzando un tanto los ojos, pude ver el
rostro de Igor Rogovin, rostro disfrazado con poblada barba. Sin duda viajaba
de incógnito. Imshenetski se inclinó hacia mí y musitó:
-¿No es ése el individuo que estuvo con
nosotros en Los Ángeles?
Cuando asentí con un movimiento de cabeza,
Imshenetski murmuró:
-¡Estúpido individuo!
El hecho de que Rogovin trabajara para el
Servicio de Información de las Fuerzas Aéreas, mirando ahora al pasado, no era
nada sorprendente, puesto que el general Doppelganger me había invitado a Los
Angeles. Pero si es muy sorprendente que las Fuerzas Aéreas se sintieran interesadas
por los planes soviéticos en lo que se refería a la detección de vida en otros
planetas y a la esterilización de naves espaciales. Y el hecho de que los
Servicios de Información americanos intentaran emplear a inocentes y jóvenes
científicos (yo tenía entonces veintisiete años y políticamente era aséptico)
para llevar a cabo tales propósitos, es realmente sorprendente. Al menos, a mí
me asombra.
Hay otras muchas historias en las que están
implicadas las organizaciones de espionaje soviéticas y americanas. El efecto
general de tales incidentes es disminuir la verosimilitud del intercambio
científico entre los expertos de diferentes países. Tales intercambios son
sumamente necesarios en una época en la que existe el peligro de una hecatombe
nuclear y en la cual los científicos tienen acceso a lugares muy cercanos a los
políticos que están en el poder. El hecho de que tales actividades de espionaje
se practiquen de forma enteramente regular e invariable por parte soviética no
debilita, en mi opinión, este razonamiento. La intromisión del espionaje en los
intercambios científicos internacionales de esta clase es, sea cual fuere su
objetivo final, poco o nada inteligente.
Capítulo 15
Las lunas de Barsoom
Durante mi adolescencia tuve la suerte de tropezar
con una serie de novelas ampulosamente escritas con títulos como: Thuvia, maid of Mars, The chessman of Mars,
The princess of Mars, The warlords of Mars, y así sucesivamente. Ni que
decir tiene, se trataba de novelas sobre Marte. Pero no acerca de nuestro
Marte, el Marte revelado por el Mariner
9.
Portadas de los
primeros seis libros de la serie de Edgar Rice Burroughs sobre Barsoom.
Por lo menos, no creo que nuestro Marte sea como el de estas novelas escritas por Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán. Su Marte era el de Percival Lowell, un planeta de antiguos fondos marinos, canales y estaciones de bombeo, bestias con seis patas y hombres (algunos sin cabeza) de todos los colores, incluyendo el verde. Tenían nombres como Tars Tarkas.
Mapa de Barsoom de Larry Ivie que apareció en
The readers guide to Barsoom and Amtor.
Probablemente, la hipótesis más notable
propuesta por Burroughs en estas novelas era que los seres humanos y los
habitantes de Marte podían tener descendencia, prole, proposición
biológicamente imposible si los marcianos y nosotros tenemos orígenes biológicamente
distantes. Burroughs escribió muy honestamente acerca de la interfertilidad de
un virginiano, milagrosamente transportado a Marte, y de Dejah Thoris, la
princesa de un reino con el improbable nombre de Helium. No tengo dudas de que
el precedente de un reino llamado Helium condujera directamente al planeta
llamado Kryptón, patria de Superman,
el protagonista de una historieta para niños. Hay aquí una rica vena de
material literario que aún no se ha explotado bastante. El futuro puede mostrar
planetas, estrellas, o incluso galaxias completas, llamadas Neón, Argón, Xenón,
y Radón, gases nobles.
Pero el nombre ideado por Burroughs, que a
través de los años me ha obsesionado, es el que imaginó que los marcianos
dieron a Marte: Barsoom. Y fue una
frase suya más que ninguna otra cosa la que se grabó en mi pensamiento:
«Las violentas lunas de
Barsoom.»
Pues, sin duda, Marte es un mundo con dos
lunas, situación que parecería completamente natural para los habitantes de dicho
planeta como para nosotros lo es contar con una sola Luna.
Sabemos cómo se presenta nuestro solitario
satélite a simple vista desde la superficie de la Tierra. Pero, desde la
superficie de Marte, ¿qué aspecto tienen las lunas de Barsoom? Esta pregunta
que, de vez en cuando, me preocupaba en mi adolescencia, no iba a tener
respuesta hasta el año 1971 y el viaje del Mariner
9.
Las lunas de Marte fueron creación de Johannes
Kepler, el descubridor de las leyes del movimiento planetario y hombre de
escasa talla intelectual. Pero vivió en el siglo XVI, en un clima intelectual
muy diferente del actual. Confeccionaba horóscopos para poder comer; la
astronomía era su pasión más que su ocupación. Su madre fue juzgada y condenada
por bruja. Cuando Kepler se enteró del descubrimiento de Galileo, con uno de
los primeros telescopios astronómicos, de las cuatro grandes lunas de Júpiter,
él inmediatamente concluyó que Marte tenía dos lunas. ¿Por qué? Porque Marte se
hallaba a una distancia intermedia del Sol, entre la Tierra y Júpiter. Sin
duda, parecía evidente que debía poseer un número intermedio de lunas. Las
observaciones parecían demostrar que Venus carecía de lunas, la Tierra contaba
con una y Júpiter con cuatro (el verdadero número que hoy día conocemos es de doce).
Kepler pudo haber deducido dos o tres lunas para Marte, pero la pasión de toda
una vida por las progresiones geométricas le llevó a elegir dos. El
razonamiento, por supuesto, es falso. Las diez lunas de Saturno, las cinco de
Urano y las dos de Neptuno no encajan en este esquema, que no es científico,
sino más bien estético.
Pero el prestigio de Kepler era inmenso,
particularmente después de que las leyes del movimiento planetario se derivasen
de la teoría de la gravitación de Isaac Newton; y así, las alusiones literarias
a las dos lunas de Marte perduraron a lo largo de los siglos. En la un tanto
larga historia corta de Voltaire, Micromegas,
un ciudadano de la estrella Sirio se da cuenta, por casualidad, cuando viajaba
por nuestro Sistema Solar, de que Marte tenía dos lunas. Hay una referencia más
famosa a las dos lunas marcianas en la sátira de Jonathan Swift de 1726, Viajes de Gulliver, no en las partes de
los liliputienses, ni en la de los gigantes o en la de los caballos
inteligentes, sino en la menos leída de todas, la que se refiere a la isla
flotante y aérea de Laputa. El episodio es, sin duda, una crítica
descaradamente razonada de las tensas relaciones hispanobritánicas en la época
de Swift, porque la puta es una
palabra española que equivale a prostituta. Las metáforas políticas son
obscuras, al menos para mí. De todos modos, Swift anuncia casualmente que los
astrónomos de Laputa han descubierto dos lunas de Marte, las cuales poseen
rápidos movimientos y han proporcionado información sobre su distancia a Marte
y sus períodos de traslación alrededor de Marte, información que es incorrecta,
pero que es inteligente como intuición. Existen toda una serie de publicaciones
sobre cómo era posible que Swift conociera las lunas de Marte, incluyendo la sugerencia
de que Swift era marciano. Sin embargo, las pruebas demuestran que Swift no era
marciano y que su conocimiento sobre las dos lunas, sin duda, puede deberse a
las especulaciones de Kepler.
El verdadero descubrimiento de las dos lunas de
Marte se hizo desde las afueras de Washington D.C., en 1877. El Observatorio
Naval de los Estados Unidos acababa de terminar un gran telescopio refractor.
El astrónomo del observatorio, Asaph Hall, intentó averiguar si las lunas de
Marte, ensalzadas en canciones y en la literatura, existían realmente. Sus
primeras noches de observación constituyeron un fracaso, y de mal humor incluso
anunció a su esposa que se proponía abandonar la búsqueda. La señora Hall no
admitió esto y animó a su marido a que trabajara unas cuantas noches más con el
telescopio, hasta que el hombre tuvo a su alcance los satélites marcianos.
Durante un corto período de tiempo pensó que había hallado tres satélites,
porque el interior se movía tan rápidamente que en una noche le vio a un lado
de
Marte y a la noche siguiente en el otro. Hall
bautizó a las lunas con los nombres de Fobos y Deimos, como los caballos que
arrastraban la cuadriga del dios de la guerra en la mitología griega;
significan, respectivamente, temor y terror. (Los adjetivos adecuados implican
algunos problemas: ¿Hablamos de órbitas fóbicas y de noches deimónicas?) Si
algún día se descubre otra luna de Marte, espero que se la bautice con un
nombre menos feroz y más optimista, como, por ejemplo, «Paz».
También confío en que cuando se fijen
definitivamente las características de Fobos y Deimos por parte de la Unión
Astronómica Internacional, una de ellas se llame como la señora Hall. Pero como
la otra seguramente será llamada como Asaph Hall, tendremos un problema: dos
cráteres llamados Hall serían algo perturbador. En una charla que di en
Harvard, sobre astronomía comenté que el problema se resolvería si conociésemos
el nombre de soltera de la señora Hall. Mi amigo Owen Gingerich, profesor de
Historia de la Ciencia en Harvard, inmediatamente se puso en pie replicando:
«Angelina Stickney» Así pues, cuando llegue el momento, espero que habrá un
«Stickney» en una de las lunas de Barsoom.
El subsiguiente estudio de Fobos y Deimos
llevado a cabo entre 1877 y 1971 tiene una curiosa historia. Las lunas de Marte
son tan pequeñas que aparecen, incluso contempladas con los mejores
telescopios, como simples puntos de luz. Son excesivamente pequeñas para haber
sido observadas con los telescopios anteriores a 1877. Sus órbitas pueden
calcularse anotando sus posiciones en varios tiempos. En 1944, en el
Observatorio Naval de los Estados Unidos (donde sin duda debió desarrollarse un
comprensible interés por Fobos y Deimos), B. P. Sharpless reunió todas las
observaciones que tenía a su disposición por entonces para determinar las
órbitas con la mayor precisión. Halló -sin duda con enorme sorpresa- que la
órbita de Fobos parecía decaer en lo que los astrónomos llamaban aceleración
secular. En largos períodos de tiempo, el satélite parecía estar aproximándose
cada vez más a Marte, a la vez que se movía también mucho más rápidamente. Este
fenómeno nos es muy familiar hoy día. Las órbitas de los satélites artificiales
decaen durante todo el tiempo en la atmósfera de la Tierra. Inicialmente se
reducen a causa de las colisiones con las difusas capas superiores de la
atmósfera de la Tierra, pero mediante las leyes de Kepler el resultado neto es
un movimiento más rápido.
La conclusión de Sharpless, de una secular
aceleración para Fobos, continuó siendo una curiosidad sin explicar y casi sin
examinar, hasta que alrededor de 1960 la tuvo en cuenta el astrofísico
soviético I. S. Shklovskiii. Éste pensó en una amplia gama de hipótesis en
cuanto se refería a la aceleración secular, entre ellas la influencia del Sol, la
de un campo magnético de Marte y la de la gravedad de este planeta. Halló que
ninguna de estas hipótesis encajaba con exactitud. Entonces volvió a considerar
la posibilidad del arrastre atmosférico. En los días anteriores a la
investigación de Marte con naves espaciales, se conocía escasa e indirectamente
el tamaño exacto de los satélites marcianos, pero se sabía que Fobos tenía unos
20 km de diámetro. La altitud de Fobos sobre la superficie de Marte también se
conocía. Shklovskii y otros antes que él descubrieron que la densidad de la
atmósfera marciana era demasiado baja para producir el arrastre indicado por
Sharpless. Fue precisamente en este momento cuando Shklovskii hizo una audaz y
brillante suposición.
Todos los cálculos efectuados para demostrar que
no existía arrastre atmosférico habían presupuesto que Fobos era un objeto de
densidad corriente. Pero, ¿y si su densidad era muy baja? A pesar de su enorme
tamaño, entonces su masa sería muy pequeña, y su órbita podría resultar
afectada por la enrarecida superior atmósfera marciana.
Shklovskii calculó la precisa densidad de Fobos
y halló un valor que alcanzaba a una milésima parte de la densidad del agua.
Ningún objeto natural o substancia tiene una densidad tan baja; hay una madera
que tiene la mitad de la densidad del agua. Así pues, con densidad tan baja
sólo quedaba una conclusión posible: Fobos tenía que estar hueco. Un objeto
enorme y hueco, con 20 km de diámetro, no podía crearse mediante procesos
naturales. Por tanto, Shklovskii concluyó que había sido creado por una
avanzada civilización marciana. Indudablemente, un satélite artificial de 20 km
de diámetro requiere una tecnología mucho más avanzada que la nuestra.
Como no había señales de tal civilización
avanzada en Marte, Shklovskii supuso que Fobos -y posiblemente Deimos- habían
sido lanzados al espacio en un lejanísimo pasado por una desaparecida
civilización marciana. (El lector que se sienta interesado por este tema
hallará más detalles de este notable razonamiento de Shklovskii en el libro Vida inteligente en el Universo, escrito
en colaboración por Shklovskii y por mí [San Francisco, Holden-Day, 1966; New
York, Delta Books, 1967].) A continuación de los primeros trabajos de
Shklovskii sobre el tema, los movimientos de las lunas de Marte fueron
examinados en Inglaterra por G. A. Wilkins, quien manifestó que era probable no
existiera aceleración secular. Pero no podía estar seguro.
La extraordinaria sugerencia de Shklovskii en
el sentido de que las lunas de Marte podrían ser artificiales es una de las
tres hipótesis que hay sobre su origen. Las otras dos -interesantes por derecho
propio, pero sin duda muy inexpresivas en comparación con la hipótesis de
Shklovskii- son: 1) que las lunas son asteroides capturados, o 2) que son una
especie de restos que quedaron allí cuando se formó Marte. Los asteroides son
pedazos de roca y metal que giran alrededor del Sol entre las órbitas de Marte
y Júpiter. No es probable, aunque teóricamente posible, que sean escenarios en
los cuales la gravedad de Marte pueda capturar a un asteroide que pase a su
alcance.
En la hipótesis de «restos marcianos» se
considera que trozos de roca de diversos tamaños se unieron para formar Marte;
que la última generación de tales piezas produjo los enormes y antiguos
cráteres sobre Marte, y que Fobos y Deimos son, por casualidad, los únicos
restos que aún perduran de la primitiva historia catastrófica de Marte.
Es evidente que el hecho de confirmar alguna de
estas hipótesis, cualquiera de las tres, sobre el origen de las lunas de Marte,
sería un logro de suma importancia científica.
La misión del Mariner sobre Marte, en 1971, en la cual tuve el placer de
trabajar, en principio implicaba el empleo de dos naves espaciales, el Mariner 8 y el Mariner 9. Iban a situarse en órbitas diferentes también con
distintos propósitos en el estudio de Marte. Cuando finalmente hubo acuerdo
acerca de estas órbitas me percaté de que no estaban lo suficientemente lejos
de las órbitas de Fobos y Deimos. También me pareció que las observaciones
realizadas por televisión y con otros medios sobre Fobos y Deimos, por la nave
espacial Mariner, podrían permitirnos
determinar parte de su origen y naturaleza. Por tanto, solicité permiso a los
funcionarios de la NASA que organizaban y dirigían la misión, para programar
observaciones de Fobos y Deimos. Aun cuando los directores de la misión en el
Jet Propulsión Laboratory, verdadera organización operativa, no se mostraran
muy contrarios a la idea, algunos funcionarios de la NASA se oponían a ella.
Por supuesto, existía un plan de la misión escrito en un grueso libro donde se
determinaba taxativamente lo que harían los Mariner
8 y 9. Pero en dicho plan no se mencionaba para nada a Fobos y Deimos. Así
pues, yo no podía mirar ni observar a Fobos ni a Deimos. Pura burocracia.
Indiqué que mi propuesta solamente requería
mover las plataformas de registro en la nave espacial para que las cámaras
pudiesen observar los satélites marcianos. La respuesta, una vez más, fue
negativa. Poco tiempo después presenté otro documento en el que decía que, si
Fobos y Deimos eran asteroides capturados, el hecho de examinarlos desde el Mariner 9 equivalía a efectuar una
misión casi o del todo gratuita en el cinturón de asteroides. La maniobra que
les había propuesto en la plataforma de la nave espacial ahorraría a la NASA
doscientos millones de dólares o así. En algunos círculos esta propuesta se
consideró como más apremiante. Al cabo de un año y tras muchos cabildeos, se
formó un grupo técnico y se hicieron proyectos para examinar Fobos y Deimos. El
grupo que podríamos llamar de trabajo sobre astronomía de satélites, ante mis
sugerencias, lo presidió el doctor James Pollack, antiguo alumno mío; pero uno
de los signos que dio la NASA acerca de su mala disposición fue que el grupo se
formó con posterioridad al lanzamiento del Mariner
9 y sólo dos meses antes de su llegada a Marte. (Mientras tanto, había fallado
el Mariner 8.) Cuando el Mariner 9 llegó a Marte, encontramos un
planeta casi enteramente obscurecido por el polvo. Puesto que en Marte había
muy poco que observar, de repente estalló un insólito entusiasmo por examinar
Fobos y
Deimos. El primer paso fue tomar fotografías
desde cierta distancia con objeto de establecer con cierta precisión las
órbitas y situaciones de las lunas. Esta tarea se cumplió de forma preliminar
dos semanas después de que la nave espacial penetrara en la órbita marciana. El
Mariner 9 tiene un período orbital de
aproximadamente doce horas, de manera que daba la vuelta a Marte dos veces al
día.
Las fotografías que el Mariner 9 envió por televisión a la Tierra fueron radiadas de forma
muy parecida a como se envían en nuestro planeta fotografías de un continente a
otro por cable. La fotografía está dividida en gran número de pequeños puntos
(para el Mariner 9, varios centenares
de miles), cada uno de los cuales con su propio brillo, o sombra o gris, desde
el negro al blanco. Una vez que la nave espacial ha tomado la fotografía y allí
se registra sobre cinta magnética se envía a la Tierra punto por punto. En
efecto, la comunicación dice: Punto número 3277, nivel gris 65; punto número
3278, nivel gris 62, y así sucesivamente. La fotografía se «reúne» por medio de
computadora en la Tierra, esencialmente siguiendo los puntos.
La primera fotografía de Fobos, un primer plano
relativamente claro, se obtuvo en la revolución 31. A continuación se muestra
una foto Polaroid de la imagen del videomonitor de Fobos en la revolución 31,
recibida el día 30 de noviembre de 1971. Aun así la imagen es excesivamente
borrosa como para poder llegar a conclusión alguna.
La primera imagen de
Fobos vista desde el Mariner 9, sin procesar
por computadora
Ya tarde, aquella misma noche, el doctor Joseph
Veverka, de Cornell, otro antiguo alumno mío, y yo, trabajamos durante la
madrugada en el Image Processing Laboratory de JPL para conseguir -mediante
técnicas de ampliación y contraste por computadora- todos los detalles que se
pudiesen lograr de la imagen. El resultado se muestra a continuación. La forma
es irregular. ¿Son cráteres esos manchones?
cráteres.
Nuestra fotografía mejorada se construyó en el
vídeo-monitor de la computadora, línea por línea y de arriba abajo. A medida
que emergió gradualmente lo que parecía ser el mayor cráter, vimos un punto
brillante en su centro; sólo por un momento tuve la sensación de que estábamos
viendo una estrella a través de un enorme orificio en Fobos, o, aún más
emocionante, que estábamos viendo una luz artificial. Pero cuando pedimos a la
computadora que suprimiera todos los pequeños errores, el punto brillante
desapareció.
En la revolución 34, el Mariner 9 y Fobos se aproximaron mutuamente a menos de 8.000 km,
uno de los mayores acercamientos en toda la misión. Por la noche, tarde, al
recibir la fotografía, Veverka y yo nos pusimos a trabajar de nuevo con la
computadora. Nuestros resultados fueron los que se muestran en la siguiente
figura. No estoy seguro de cuál es el aspecto que presenta un satélite
artificial de 20 km de diámetro, pero no parece, ser esto. Fobos más bien se
parece a una patata podrida.
De hecho, está lleno de cráteres. Para que se
hayan acumulado tantos cráteres en esa parte del sistema solar debe de ser muy
viejo, probablemente de miles de millones de años. En su conjunto Fobos parece
ser un fragmento natural de una roca mayor, terriblemente vapuleada por
repetidas colisiones; allí se han abierto o excavado orificios y se le han
arrancado trozos, como a golpes de hacha. En Fobos no hay señal alguna de
tecnología. Fobos no es un satélite artificial. Cuando, mediante la misma labor
realizada en la computadora, se ampliaron las fotos de Deimos ocurrió lo mismo,
y así llegamos a la misma conclusión.
Una
imagen posterior, aunque mucho más detallada, de Fobos que
muestra
su verdadera Naturaleza.
Fobos y Deimos son los primeros satélites de
otro planeta que han sido fotografiados en primer plano. También se observaron
mediante el espectrómetro ultravioleta y el radiómetro infrarrojo a bordo del Mariner 9. Pudimos determinar sus
tamaños y formas y algo de su color. Son objetos extremadamente obscuros, más
obscuros que el material más negro que haya en la habitación donde ahora mismo
esté sentado el lector. Por supuesto, figuran ya entre los objetos más obscuros
del Sistema Solar. Como hay tan pocos objetos con esta obscuridad en cualquier
otra parte, esperamos poder llegar a saber algo sobre su composición. Ambos
están cubiertos al menos por finas capas de material muy pulverizado.
Proporcionan importantes indicios en cuanto se refiere a procesos de colisión
en el Sistema Solar inicial. Creo que estamos contemplando al producto final de
una especie de selección de colisión natural, en la cual se han separado
fragmentos de un cuerpo principal mayor y estamos viendo únicamente esos dos
trozos que ahí quedan y que son Fobos y Deimos. Las lunas de Marte también son
importantes calibradores de colisión para Marte. Probablemente, Fobos, Deimos y
Marte estuvieron juntos en la misma parte del Sistema Solar durante un largo período
de tiempo. El número de cráteres, de un tamaño dado, que hay en Marte, es mucho
menor, en general, que en Fobos o en Deimos, proporcionando así importante
información acerca de procesos de erosión marciana, cosa que no existe en Fobos
y Deimos, sin aire y sin agua.
Como ahora poseemos una buena información
acerca del tamaño y forma de estos objetos, y como también contamos con buenas
razones para pensar que ambos tienen densidades típicas de roca ordinaria,
podemos calcular algo sobre lo que significaría encontrarnos, por ejemplo, en
Fobos. En primer lugar, Marte a menos de 12.000 km de distancia llenaría
aproximadamente la mitad del cielo de Fobos. La salida o alzamiento de Marte
sería un acontecimiento espectacular. No sería mala idea la eventual construcción
de un observatorio en Fobos para examinar Marte. Sabemos, por el Mariner 9, que Fobos y Deimos giran de
la misma manera que lo hace nuestra Luna, siempre mostrando la misma cara a su
planeta. Cuando Fobos está por encima del hemisferio diurno de Marte, la luz
rojiza de este último sería suficiente para leer por la noche en Fobos.
Debido a su pequeño tamaño, Fobos y Deimos
poseen aceleraciones de gravitación muy bajas. Sus gravedades no atraen con
mucha fuerza. La de Fobos equivale tan sólo a una milésima parte de la de la
Tierra. Si en la Tierra se da un salto de digamos 1 metro aproximadamente, ese
mismo salto en Fobos alcanzaría una altura de alrededor de 800 metros. No se
precisarían muchos saltos para circumnavegar Fobos. Podrían ser saltos en arco
graciosos y lentos, que tardarían varios minutos en alcanzar el punto más
elevado de la trayectoria de autopropulsión, para luego regresar delicadamente
a la Tierra.
Aún más interesante sería, por ejemplo, jugar
un partido de béisbol en Fobos. La velocidad necesaria para lanzar un objeto en
órbita alrededor de Fobos es solamente de unos 40 km por hora. Un lanzador
aficionado de béisbol podría fácilmente lanzar una pelota en órbita alrededor
de Fobos. La velocidad de escape de Fobos es sólo de cerca de 60 km por hora,
velocidad alcanzada fácilmente por los lanzadores profesionales de béisbol. Una
pelota de béisbol que escapara de Fobos orbitaria alrededor de Marte, diminuta
luna lanzada por el hombre. Si Fobos fuese perfectamente esférico, un astronauta
solitario, aficionado al béisbol, podría inventar una curiosa versión, aunque
algo perezosa, de este juego, ya de por sí un tanto perezoso. Primero, como pitcher o lanzador podría arrojar la
pelota de lado, hacia el horizonte, a unos 50 km por hora. Entonces podría irse
a casa a almorzar, porque la pelota tardaría un par de horas en dar la vuelta a
Fobos. Después de almorzar, tomaría el bate, caminaría en dirección opuesta a
la del lanzamiento, y esperaría a la pelota lanzada dos horas antes. Aparte del
hecho de que los buenos lanzadores rara vez son buenos con el bate, pegar a
este lanzamiento sería cosa muy fácil. Como la luz del día en Fobos sólo dura
cuatro horas, todo el juego tendría que modificarse para poder jugar durante
ese corto período de luz.
Probablemente, estas posibilidades deportivas
dentro de uno o dos siglos, sean industria turística para Fobos y Deimos. Pero
el béisbol, en Fobos, sería un curioso entretenimiento, que asimismo podría
disfrutarse casi en idénticas circunstancias en la Luna. Sin embargo el interés
científico por las lunas de Marte -ya sean asteroides capturados o restos de la
formación del planeta- es inmenso. Más pronto o más tarde, por supuesto en una
escala de siglos, habrá instrumentos que permitan al hombre sobre la superficie
de Fobos contemplar con asombro al inmenso planeta rojo que llena el horizonte
casi por completo.
¿Y qué decir del panorama opuesto? ¿Qué aspecto
pueden tener las lunas de Barsoom vistas desde la superficie de Marte? Como
Fobos está tan cerca de Marte, se vería como un disco clarísimo, aunque es un
objeto diminuto. De hecho, Fobos aparecería en el espacio con el tamaño
aproximado de la mitad de nuestra Luna contemplada desde la Tierra. Sabemos,
por el Mariner 9, que tan sólo un
lado de Fobos es visible desde Marte, al igual que nos ocurre en la Tierra con
la Luna. Esa cara de Fobos es, aproximadamente, la que se muestra en la segunda
imagen de dicho satélite. Hasta que se llevó a cabo el viaje del Mariner 9, nadie -excepto los marcianos,
si los hay- ha visto jamás esa cara.
Por otra parte, como Fobos está tan cerca de
Marte, las leyes de Kepler le impulsan a moverse con rapidez comparativa
alrededor del planeta. Efectúa aproximadamente dos órbitas y media alrededor de
Marte en 24 horas. Por otra parte Deimos tarda treinta horas y dieciocho
minutos en terminar su órbita alrededor de Marte. Ambas lunas giran en sus
órbitas en la misma dirección o sentido que Marte efectúa la rotación sobre su
eje. Así, Deimos sale por el Este y se pone en el Oeste, como debe hacerlo todo
buen satélite que se juzgue a sí mismo como tal. Pero Fobos lo hace una vez
alrededor de su órbita en menos tiempo de lo que tarda Marte en su giro. En
consecuencia, Fobos sale por el Oeste y se pone por el Este, tardando cinco
horas y media en pasar de un horizonte a otro. Éste no es, exactamente, un
movimiento violento -el movimiento no sería fácilmente perceptible contra el
campo de estrellas durante un minuto de contemplación-, pero tampoco es lento.
Habrá algunas noches en el ecuador de Marte, cuando Fobos se ponga por el Este
durante la puesta de Sol y luego salga por el Oeste mucho antes del amanecer.
Fobos está tan cerca del plano ecuatorial de
Marte que resulta completamente invisible desde las regiones polares del
planeta. Si fuésemos a imaginar la presencia de seres inteligentes en Marte, la
astronomía sería competencia de las sociedades ecuatoriales y no de las de las
altas latitudes. No estoy seguro de si Helium era un reino ecuatorial.
Freud dice, en alguna parte, que los únicos
hombres felices son aquellos que han hecho realidad los sueños de su juventud.
Yo no puedo decir que sea éste mi caso del todo, pero jamás olvidaré aquellas
tempranas horas, en un frío noviembre californiano, cuando Joe Veverka, técnico
de la JPL y yo, fuimos los primeros seres humanos que vimos la cara de Fobos.
El Estado de California fue lo suficientemente
amable como para concederme una matrícula automovilística rotulada con el
nombre de «PHOBOS». Mi coche no es demasiado perezoso o lento, pero tampoco es
capaz de girar alrededor de nuestro planeta dos veces al día. La matrícula me
agrada. Hubiese preferido «BARSOOM», pero en California existe un límite de
seis letras para las matrículas de los automóviles.
Capítulo 16
Las montañas de Marte:
1.
Observaciones desde la Tierra
Mapa
topográfico, basado en estudios de radar, de elevaciones y altitudes medias de
Marte. Laboratorio de Estudios Planetarios, Cornell University.
Las montañas de la Tierra son el producto de
épocas en las cuales ocurrieron grandes catástrofes geológicas. Se cree que las
mayores cadenas montañosas se produjeron por la colisión de enormes bloques
continentales durante su deriva. El movimiento de los continentes acercándose y
separándose unos de otros, aproximadamente a unos dos centímetros por año nos parecerá,
sin duda, sumamente lento. Pero como la Tierra tiene miles de millones de años
de antigüedad, se dispuso de mucho tiempo para que los continentes chocasen en
todo nuestro planeta.
Las montañas más pequeñas se deben a fenómenos
volcánicos. La roca fundida y ardiente, llamada lava, asciende a través de
tuberías situadas en las capas superiores de la Tierra -tuberías, por llamarlas
de alguna manera, de débil estructura a través de las cuales se alivia y libera
la presión inferior- y producen enormes pilas de escoria volcánica que se
enfrían. El orificio abierto en la cima del volcán -los geólogos le llaman
caldera de la cumbre- es el conducto a través del cual se producen sucesivas
erupciones de lava. En la caldera de la cima o cumbre de un volcán en actividad,
como, por ejemplo, en Hawai, podemos ver auténtica lava fundida. Estas montañas
volcánicas individuales y cadenas montañosas o cordilleras, que son realmente
entidades separadas, constituyen muestras de que existe una Tierra vigorosa y
dinámica.
¿Y qué hay de Marte? Es un planeta más pequeño
que la Tierra; su presión central y temperaturas también son inferiores; posee,
asimismo, un promedio de densidad inferior al de la Tierra. Estas
circunstancias parecen combinarse para sugerir que Marte debe ser menos activo
geológicamente que la Tierra y la Luna. Pero incluso en la Luna, objeto mucho
más pequeño que Marte, con temperaturas internas inferiores a las de este
planeta, al parecer existe una actividad volcánica tal y como lo han
descubierto las misiones Apolo. Aún hoy no comprendemos la conexión que pueda
haber entre el tamaño y estructura de un planeta y la presencia de montañas y
actividad volcánica, aunque sabemos que en la Luna no hay importantes
cordilleras.
Nuestra actual ignorancia sobre este tema, por
supuesto, casi deja de ser tal comparada con la ignorancia de los primeros
astrónomos planetarios, quienes hace menos de un siglo contemplaban el
firmamento mediante pequeños telescopios tratando de averiguar a qué distancia
se hallaba Marte. Uno de los primeros astrónomos que se preocupó por el tema de
las montañas de Marte, fue Percival Lowell. Éste creía (véase el Capítulo 18)
haber hallado pruebas de la existencia de una extensa red de líneas rectas que
cruzaban la superficie marciana con notable regularidad y dirección, y que sólo
habían podido ser producidas por una raza de seres inteligentes en aquel
planeta. Creía que estos «canales» transportaban agua.
Ahora sabemos que el problema o, más bien, sus
conclusiones obedecían más a su lógica personal que a sus observaciones;
ninguno de los Mariner ni tampoco
otras recientes observaciones de Marte han demostrado la existencia de tales
canales lowelianos.
En la última década del pasado siglo, Lowell
sugirió que Marte no debía tener montañas, porque éstas serían un grave
obstáculo para la construcción de canales. Pero seguramente una raza que podía
construir tan enorme red de canales también podría suprimir o evitar una
montaña mal situada.
Sin embargo, Lowell se hallaba entre los primeros astrónomos en aplicar auténticas pruebas de observación al problema de la existencia de montañas en Marte. Miró más allá del límite de iluminación. Este límite de iluminación es la línea -aguda o, más bien, algodonosa, dependiendo siempre de la ausencia o presencia de una atmósfera planetaria- que separa el día de la parte nocturna de un planeta. El límite de iluminación se mueve alrededor del planeta una vez al día -el día planetario local-, pero si hay montañas en el lado obscuro del límite de iluminación, las montañas recibirán los rayos del Sol poniente cuando sus valles adyacentes estén sumidos en la obscuridad. Galileo empleó primero esta técnica para descubrir lo que él llamó las montañas de la Luna, aunque las montañas lunares son principalmente enormes fragmentos de piedra que cayeron del cielo en las fases finales de la formación de la Luna más que montañas del tipo terrestre, que, como ya hemos dicho, se produjeron debido a una actividad geológica interior. Lowell y sus colaboradores hallaron casos de brillantes proyecciones más allá del límite de iluminación, producidas por los rayos del Sol poniente. Pero cuando calcularon sus altitudes -tarea fácil para cualquier experto en geometría a nivel de segunda enseñanza- se encontraron con que tales montañas medían decenas, muchas decenas de miles de metros de altura. Tales elevaciones en Marte le parecieron absurdas a causa de su teoría de los canales. Además, al día siguiente - el día en Marte tiene exactamente igual duración que en la Tierra- cuando tal característica se observó nuevamente, su posición había cambiado.
Este proceder o
comportamiento es muy característico en montañas de cualquier origen, y Lowell
llegó a la correcta conclusión de que había visto tormentas de polvo durante
las cuales las finas partículas de la superficie marciana habían ascendido a
muchísimos miles de metros en la atmósfera de Marte. Tales tormentas de polvo
también se observan cuando contemplamos a través del telescopio la parte
iluminada de Marte.
Algunas veces vemos que la configuración
característica de marcas brillantes y obscuras en el planeta se obscurece
temporalmente. Hay una intrusión de materia brillante en la zona obscura
seguida de una reaparición de la antigua configuración. Estos cambios se
interpretaron en la época de Lowell como tormentas de polvo que estallaban en
las zonas iluminadas, obscureciendo todavía más las ya obscuras áreas
adyacentes. La interpretación actual, basada en las detalladas observaciones de
largo alcance del Mariner 9,
confirman este punto de vista (véase el Capítulo 19).
Lowell y sus contemporáneos denominaron a las
áreas brillantes «desiertos», y esto también parece ser exacto. Los lowelianos
se preocuparon por el problema de si tales zonas brillantes o iluminadas
tendían a estar más altas o más bajas que las zonas obscuras, aunque se
esperaba que la diferencia de esta elevación fuese extremadamente pequeña. Una
zona obscura vista en el limbo iluminado o borde del planeta parecía ser una
muesca o depresión; pero esto podía entenderse simplemente en términos de la
obscuridad de la zona obscura: si estuviese obscura contra un cielo obscuro no
la veríamos en absoluto. Podríamos obtener la impresión errónea de que se
trataba de una muesca o depresión. La opinión predominante entre los astrónomos
parece haber sido que las zonas obscuras estaban ligeramente más bajas que las
brillantes o iluminadas, pero esta diferencia fue calculada por Lowell como de
sólo un kilómetro o menos. En 1966 volví a examinar este problema con el doctor
James Pollack. Recurrimos a dos principales argumentos. Marte tiene en su
hemisferio de invierno un gran casquete polar que, de vez en cuando, se ha
atribuido a la presencia de agua congelada o anhídrido carbónico helado.
Incluso en la actualidad se ignora su composición. Probablemente se hallen
presentes ambas substancias. Cuando el casquete polar se retira en cada
hemisferio una vez al año, hay regiones donde queda hielo atrás. Más tarde,
cuando el hielo abandona estas zonas, resultan mucho más brillantes que sus
alrededores. Por analogía con la Tierra, podríamos suponer que sean zonas
montañosas que permanecen heladas cuando se han fundido o evaporado las nieves
de los valles. Y, desde luego, una región polar marciana -las llamadas montañas
de Mitchell- se ha identificado como montañosa sólo mediante este razonamiento.
Pero, ¿Por qué las montañas terrestres son los
últimos lugares que quedan libres de nieve? Porque a medida que ascendemos hace
más frío, como saben todos los montañeros. Pero, ¿por qué la temperatura se va
haciendo cada vez más fría a medida que ascendemos? ¿Acaso pueden aplicarse a
Marte estos razonamientos que en la Tierra hacen que las cimas de las montañas
sean más frías que sus bases?
Llegamos a la conclusión de que todos los
sectores que en la Tierra hacen que el frío sea más intenso a medida que
ascendemos, no se podían aplicar a Marte en modo alguno, principalmente porque
en Marte la atmósfera está muy enrarecida. Pero los vientos, en Marte, deben
ser más fuertes en las cimas de las montañas que en los valles, al igual que en
la Tierra. Ésta no es una conclusión por analogía, sino que se basa en la
física idónea. Por tanto, imaginemos que los fuertes vientos barren la nieve en
las cimas de las montañas marcianas y que las zonas brillantes que retienen el
hielo, en Marte, son o están, por consiguiente más bajas.
Nuestra segunda línea de ataque se basó en las
observaciones de Marte hechas por radar, las cuales se iniciaron a mediados de
1960. Había una prueba que inmediatamente nos llamó la atención. Cuando la
pequeña parte central de la señal del radar se situaba directamente sobre una
zona obscura de Marte, únicamente regresaba a la Tierra una fracción muy
pequeña de la señal del radar. Pero cuando una zona brillante y adyacente, a un
lado u otro de esta región obscura, se situaba bajo el centro de la señal del
radar, el reflejo era mucho más fuerte. Esto podía entenderse si la zona
obscura era mucho más alta o mucho más baja que la zona brillante adyacente. A
juzgar por esta preliminar prueba de radar, concluimos que ya se tratara de una
u otra de estas dos alternativas, las zonas obscuras tenían que hallarse
sistemáticamente altas en Marte. Llegamos a la conclusión de que existían en
Marte grandes diferencias de elevaciones, en algunos casos hasta 18 km entre
zonas obscuras y brillantes. Las laderas sólo mostraban unos pocos grados de
inclinación, y tanto las diferencias de elevación como las laderas se podían
comparar con las de la Tierra, aunque las elevaciones parecían ser mayores que
aquí. La noción de que los desiertos generalmente eran tierras bajas pareció
ser compatible con la noción de que en los valles bajos la fina arena y el
polvo se acumulaban, mientras que en las cimas de las montañas -donde los
vientos eran más fuertes- no había ninguna partícula pequeña, brillante, o
fina.
En los pocos años que siguieron a nuestro
análisis, se hicieron estudios de radar más detallados, principalmente por un
grupo de científicos en el Haystack Observatory, del Instituto de Tecnología de
Massachusetts, dirigido por el profesor Gordon Pettengill. Por primera vez fue
posible realizar medidas de altitud mediante radar directo. En lugar de emplear
nuestros argumentos indirectos, la tecnología había alcanzado ya un punto en el
cual era posible medir cuánto tardaba la señal de radar en llegar a Marte y
regresar aquí. Aquellos lugares de Marte desde donde la señal de radar tardaba
más en regresar se hallaban más lejos de nosotros, y, por tanto, más profundos.
Aquellas regiones de Marte desde donde la señal de radar tardaba menos en
regresar se hallaban más cerca de nosotros, y, por tanto, más elevadas. De esta
manera se construyeron los primeros mapas topográficos de algunas regiones
seleccionadas de Marte. Las máximas diferencias de elevación y las pendientes
eran, aproximadamente, las que habíamos calculado nosotros con medios mucho más
indirectos.
Pero las zonas obscuras no parecían ser
sistemáticamente más altas que las iluminadas. Pettengill y sus colegas
descubrieron que una región brillante de Marte llamada Tharsis era muy alta,
probablemente la región más alta localizada en el planeta. Una zona circular y
brillante, marciana, llamada Helas, que en griego significa “Grecia”, resultó
que era muy baja a juzgar por las observaciones llevadas a cabo con posterioridad,
sin radar. Sin embargo, otro lugar parecido, llamado Elysium, también grande y
brillante, se descubrió que era alto. La zona marciana más obscura, Syrtis
Major, resultó ser una pendiente escalonada.
¿Por qué Pollack y yo teníamos razón sólo
parcialmente? Debido al llamado Occam's Razor, principio usado con frecuencia
en el terreno de la ciencia, pero que no es infalible. El Occam's Razor
recomienda que, cuando uno se enfrenta a dos hipótesis igualmente buenas,
debemos elegir la más sencilla. Habíamos supuesto que las zonas obscuras eran,
bien sistemáticamente altas o sistemáticamente bajas. Si éste fuera el caso,
las zonas obscuras tenían que ser necesariamente altas. Pero éste no es el
caso; las zonas obscuras pueden ser o altas o bajas. Nuestras conclusiones tan
sólo reflejaron nuestras suposiciones.
Pero me siento muy complacido de que hayamos
podido, mediante la lógica y la física, alcanzar parte de la verdad y demostrar
que hay enormes diferencias de elevación en Marte, elevaciones muchísimo más
grandes de lo que sospechó Lowell. Encuentro más difícil, pero más divertido,
obtener la respuesta correcta mediante razonamiento indirecto y antes de que
todas las pruebas estén en el bolsillo. Es lo que hace un teórico en la
ciencia. Pero las conclusiones a que se llegan de esta forma son,
evidentemente, más arriesgadas que las que se obtienen a través de una medida
directa, hasta el punto de que la mayoría de los científicos se reservan sus
juicios o criterios hasta que disponen de pruebas más directas y más seguras.
La principal función de semejante tarea detectivesca -aparte de entretener al
teórico- es, quizás, encolerizar y molestar a los «observadores», para que así
se vean obligados, en plena furia de incredulidad, a poner en práctica medidas
críticas.
Capítulo 17
Las montañas de Marte:
2.
Observaciones desde el
espacio
Mosaico de cuatro fotografías, tomadas desde el Mariner 9, del mayor volcán conocido en el Sistema Solar, el Nix Olímpica, visto verticalmente desde arriba. Cortesía de la NASA.
El épico vuelo del Mariner 9 a Marte, en 1971, dio lugar a un nuevo conjunto de
medidas directas y definitivas relacionadas con las montañas y elevaciones de
Marte. Se han confeccionado algunos mapas de los terrenos elevados de Marte,
mapas moderadamente completos, como resultado de los experimentos llevados a
cabo por el Mariner 9 con su
espectrómetro ultravioleta, espectrómetro Infrarrojo y otros Instrumentos de
enorme precisión. Pero la Información más sorprendente acerca de las montañas
de Marte se debe al experimento de la televisión.
Las primeras fotografías que el Maríner 9 envió de Marte, obtenidas
incluso antes de la inserción orbital el 14 de noviembre de 1971, mostraban un
planeta casi sin rasgos característicos. Apenas se distinguía el casquete polar
sur, pero las marcas obscuras y brillantes que se habían visto y debatido
durante un siglo no se observaban por parte alguna. Esto no era un fallo de la
cámara de televisión, sino más bien el resultado de una espectacular tormenta
de polvo en todo el planeta, que se había iniciado a fines de septiembre y no
cesaría hasta principios de enero.
Las primeras fotos preorbitales y los primeros
días de fotografías orbitales tampoco mostraron significativos detalles excepto
en la región de Tharsis. Aquí, había cuatro lugares obscuros y un tanto
irregulares, tres de ellos situados en línea casi recta y extendiéndose desde
el Nordeste al Sudoeste; el cuarto estaba alejado de ellos y hacia el Oeste.
Por otra parte, como no había en el planeta nada más visible, dediqué alguna
atención a estos lugares en las primeras fases de la misión, tanta atención que
durante cierto tiempo fueron conocidos con el nombre de «Carl’s Marks» por
varios de mis ingeniosos compañeros de investigación. A mi vez, propuse
llamarles Harpo, Groucho, Chico y Zeppo, pero todo esto ocurrió antes de que se
estableciese su significado.
El lugar que aparecía aislado correspondía por
su posición con la clásica característica marciana llamada Nix Olympica, en
recuerdo de las Nieves del Olimpo, morada de los dioses. Los otros tres lugares
no parecían corresponder a ningún rasgo característico o más familiar de la
superficie de Marte. Pero Bradford Smith, astrónomo de la Universidad del
Estado de Nuevo México, señaló que correspondían (como Nix Olympica) a lugares
en Marte que muestran iluminación local a mediodía observados desde la Tierra.
En algunas de las fotografías telescópicas de Smith, obtenidas con un filtro
violeta azul y cuando no había tormentas de polvo en Marte, estos cuatro
lugares aparecían como lugares blancos muy brillantes, aun cuando el contraste
entre las zonas normalmente brillantes y obscuras era muy pequeño y las marcas
corrientes de Marte no se distinguían (situación usual cuando se ve a Marte
bajo luz violeta o azul en lugar de roja o anaranjada). ¿Acaso estaríamos
observando alguna especie de nubes obscuras en medio de una tormenta de polvo,
en lugares donde se encontraban normalmente nubes brillantes?
Otro experimentador, William Hartmann, de
Science Applications, Inc., Tucson, Arizona, trabajó con una computadora
ampliando y contrastando las fotografías originales de los cuatro lugares y
encontró débiles indicios de regiones circulares centrales, en por lo menos dos
de ellas. Por supuesto, las fotografías tomadas por los Mariner 6 y 7 de Nix Olympica, en 1969, mostraban indicios
similares.
Por entonces, la extensión y gravedad de la
tormenta de polvo se había hecho más que evidente y, en consecuencia, hubo que
demorar nuestra proyectada misión de trazar el mapa del planeta mediante la
ayuda del Mariner 9. La nave espacial
demostró poseer enorme capacidad para tomar fotografías e incluso primeros
planos de los cuatro lugares en cuestión. Estos experimentos fueron posibles
porque el Mariner 9 poseía, a la vez,
formidable capacidad de adaptación. La plataforma sobre la cual iban las
cámaras podía orientarse hacia cualquier punto que se deseara en Marte, y el
personal técnico del Jet Propulsión Laboratory del Instituto de Tecnología de
California pudo cambiar sus planes con la suficiente rapidez para ajustarse a
las nuevas necesidades científicas de la misión. Debido al diseño del artilugio
espacial y a la adaptabilidad de sus controladores, comenzaron a llegar los
primeros planos de los cuatro lugares.
Cada uno de ellos tenía un centro vagamente
circular. Había segmentos paralelos y arqueados. Asimismo había una especie de
concha. Todas estas características aparecían un tanto obscuras destacándose
contra unos brillantes alrededores, correspondiendo a la apariencia obscura de
los lugares vistos al principio en baja resolución.
Las formas particulares que habíamos visto en
las primeras fotografías carecían de significado para mí. Pero me sentí muy
sorprendido por el hecho de que estos rasgos circulares se daban en
Tharsis, la región más alta de Marte. Estos
rasgos eran cráteres. ¿Por qué les veíamos y virtualmente no observábamos otros
rasgos o características marcianas? Porque deben ser las regiones más altas de
Tharsis, zona ya enormemente elevada. Los cuatro lugares, por tanto, me
parecieron grandes montañas que asomaban a través del polvo. Entonces propuse
que, a medida que fuera pasando el tiempo y se calmasen las tormentas de polvo
(debido a la experiencia con otras tormentas globales en Marte, experiencia con
décadas de observación, sabíamos que las tormentas de polvo se irían calmando
gradualmente), observásemos con más atención estas montañas, incluso hasta sus
bases. Por otra parte, llegué a pensar en que podríamos trazar mapas
topográficos de las mismas cuando el polvo se asentara. Por desgracia, vimos
que el asentamiento del polvo era operación muy irregular y esta sugerencia no
dio ningún fruto.
Los geólogos, miembros del equipo de televisión
del Mariner 9, como Harold Masursky y
John McCauley, de la U. S. Geological Survey, se encariñaron inmediatamente de
la forma de los cráteres y muy pronto
les identificaron -por analogía con características similares de la Tierra-
como grandes amontonamientos volcánicos con calderas en la cumbre. Yo siempre
he desconfiado de argumentos o alegatos basados en analogías terrestres.
Después de todo, Marte es otro lugar. En cuanto a lo que sabíamos -o, al menos,
en cuanto a lo que yo sabía-, creíamos que allí podían darse procesos
geológicos muy diferentes, y que las características similares a las de la
Tierra podían producirse por muy diversas causas.
Sin embargo, y siguiendo una ruta diferente,
llegué a la misma conclusión que los geólogos: sólo conocemos dos procesos
capaces de producir cráteres: el impacto de restos interplanetarios (origen,
por ejemplo, de la mayor parte de los cráteres de la Luna) y el vulcanismo.
Sería mucho pedir esperar que los grandes meteoritos o pequeños asteroides que
«cavaron», por así decirlo, cuatro de los mayores cráteres de impacto en
Tharsis fueran lo suficientemente «inteligentes» como para caer sobre la cima
de las cuatro montañas más altas de Tharsis. Mucho más plausible es la idea de
que el mecanismo que hizo la montaña hizo también el cráter. El mecanismo se
llama vulcanismo.
A medida que la tormenta de polvo fue
amainando, se hizo mucho más clara la auténtica magnitud de estas cuatro
montañas volcánicas. La más grande de ellas, la Nix Olympica, mide 400 km de un
lado a otro, mayor que cualquiera de características similares de la Tierra,
como, por ejemplo, las islas Hawai. No se han determinado aún las alturas de
los lugares en cuestión, pero parecen tener entre 9.000 y 18.000 m sobre el
nivel del planeta. (No podemos hablar de nivel del mar en Marte, porque no hay
-al menos por ahora- ningún mar allí.) Desde entonces se han descubierto una
docena más de volcanes en otras regiones de Marte.
El radiómetro infrarrojo del Mariner 9 no mostró señales de la
presencia de lava caliente en las calderas de los cráteres. Por otra parte, su
aspecto fresco y la casi total ausencia de cráteres producidos por meteoritos
en sus laderas demostraban ser objetos muy jóvenes, geológicamente hablando,
quizá no tendrían más de unos cuantos centenares de millones de años o acaso un
poco más jóvenes.
La asociación de nubes con estas montañas
volcánicas podía deberse a una salida contemporánea de gases de las calderas,
vapor, por ejemplo, expulsado por las «troneras» volcánicas. Pero parece más
probable que las nubes se encuentren sobre la cima de estas montañas,
precisamente porque estas montañas son tan altas. Una imaginaria parcela de
aire marciano que ascienda por la ladera de la montaña se extiende y enfría.
(El aire se enfría cuando ascendemos en la atmósfera marciana. Pero, como el
aire está tan enrarecido en Marte, no puede cambiar bien el calor con la
superficie; así la superficie no se enfría cuando ascendemos por una montaña en
Marte, como ya hemos dicho anteriormente.) Cuando la temperatura en la zona de
aire desciende por debajo del punto de congelación del agua, todo el vapor de
agua contenido en ella se condensa formando cristales de hielo. La cantidad de
vapor de agua que sabemos existe en la atmósfera marciana, las alturas de las
montañas y la cantidad de pequeños cristales de hielo necesarios para producir
una nube visible, parecen unirse y formar un conjunto que explique de forma
racional las nubes que hay sobre las montañas de Marte.
El reciente vulcanismo de Marte implica salida
de gases, sean o no señales de tal fenómeno las nubes que vemos en la cima de
estos volcanes. Cuando la lava caliente fluye a la superficie, lleva consigo
una importante cantidad de gas, en la Tierra, principalmente agua, pero
acompañada de otra importante cantidad de diversos materiales. Así, los
volcanes que vemos en Marte han debido contribuir, en gran medida, a la
formación de la atmósfera marciana. En parte, al menos, el aire ha salido por
estos orificios al exterior. Como Marte es hoy tan frío, el agua puede estar
como atrapada de muchas formas, como, por ejemplo, en forma de hielo, y no
abundar en la atmósfera. Es probable que estos volcanes hayan producido mucho
más gas que el que vemos hoy día en la atmósfera marciana. Si hay vida en
Marte, seguramente debe basarse en el cambio de material con la atmósfera,
igual que en la Tierra, donde predomina el ciclo de fotosíntesis de las plantas
y la respiración animal. Si hay vida en Marte, estos volcanes pueden, al menos
indirectamente, haber desempeñado un importante papel en su actual desarrollo.
Cuando la tormenta de polvo amainó, se situó al
Mariner 9 en una órbita más alta para
facilitar el trazado de los mapas geológicos. La nave espacial trabajó
muchísimo más de lo que esperaban sus diseñadores. Los mapas geológicos así
acabados revelan una enorme formación de cordilleras longitudinales que rodean
la Meseta de Tharsis, como si una tercera o cuarta parte de toda la superficie
de Marte se hubiera quebrado durante algún colosal fenómeno geológico reciente
que alzó a Tharsis. La más espectacular de estas características, casi
longitudinales, es un enorme valle que en forma de quebrada se halla en una
región llamada Coprates. Es casi tan largo como la mayor quebrada de la Tierra,
la situada en el Este de África y que recorre toda la costa africana hasta el
mar Muerto. Como Marte es un planeta más pequeño, la quebrada de Coprates (que
algunos llaman valle de Coprates) es, hablando comparativamente, un rasgo
muchísimo más impresionante.
La quebrada del África Oriental se da porque
los fondos marinos se expanden y por la llamada deriva continental. Los
continentes africano y asiático están apartándose lentamente uno de otro, y el
vacío o grieta que dejan es dicha quebrada. Pero la deriva continental se cree
que obedece a la lenta circulación de material en el manto de la Tierra.
Entonces, ¿hemos de creer que Marte, a pesar de su tamaño más pequeño y
temperaturas internas más bajas, también sufre difusión de calor y deriva
continental? ¿O es posible que diferentes procesos provoquen características
similares en los dos planetas?
Sea cual fuere la respuesta, no nos queda más
que seguir aprendiendo cosas relacionadas con la antigua ciencia terrestre de
la geología, con sus disciplinas prácticas futuras tales como la predicción y
el control de los terremotos, examinando y estudiando la geología de nuestro
vecino planeta Marte.
[1] Plutón fue descubierto en
el año 1930 por Clyde Tombaugh. Su distancia media del Sol, es de 5.900
millones de kilómetros y el período orbital es casi de 248 años. La órbita de
Plutón es tan excéntrica (0,248), que se acerca aún más al Sol que Neptuno. Por
esta razón, cuando se encuentra en la región del perihelio (cosa que ocurrió en
1989) deja de ser el planeta más externo. El autor de La conexión cósmica habla de la temperatura que podría existir en
Plutón de -30 ó -40° pero, al parecer, existen muchas dudas sobre tal
temperatura, hasta el punto de que la mayor parte de los textos la mencionan
con una Nota del Traductor.
[2] Aquí el autor razona bien.
Me permito añadir que, por !o que hasta ahora sabemos, el carbono es el
elemento más adecuado, por sus propiedades y características, para formar, como
dice el señor Sagan, moléculas complejas, y es muy probable que, si existen formas
de vida en otros planetas, sean muy parecidas a las terrestres, si no en su
forma, al menos en su constitución. No obstante, entre los restantes elementos
también el silicio tiene posibilidades de formar estructuras bastante
complejas, por lo cual no se puede excluir la posibilidad de que, en algún
planeta conocido, existan formas de vida basadas en el silicio. Otra
posibilidad (simple hipótesis aventurada y de ningún modo previsión científica)
sería que una vida orgánica basada en el carbono a baja temperatura pudiese
subsistir en una atmósfera en la que el papel del agua lo desempeñara el
amoníaco líquido. Si se tienen en cuenta las condiciones ambientales de Júpiter
y Saturno, esta hipótesis adquiere cierto interés. N. del T.
[3] Richard Feynman: Introduction to Physics, Vol. I, Addison
Wesley.
[4]
Comisión de Investigación y Estudios Espaciales. N. del T.
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