Leonardo Padura: “Nos hace falta volver a creer en una utopía”
Entrevista
El escritor vivo más importante de Cuba estuvo en Cali como
jurado del premio de Novela Spiwak Ciudad de Cali. Durante su visita conversó
con ‘Arcadia’ sobre la falsa ilusión que la visita de Obama dejó en su país y,
claro, de literatura.
Por Lucy Lorena libreros
Vestido de bermudas, sandalias
y camiseta clara, Leonardo Padura apura un sorbo de un café americano en la
sala de espera de un hotel del norte de Cali. Afuera es domingo y el sol
recuesta su pesada barriga sobre la ciudad. Su luminosidad es tan fuerte que
persigue al escritor hasta alcanzarlo en la pequeña mesa en la que se encuentra
sentado. La imagen es lo más parecido a estar en la capital cubana, se le
escucha decir. “Es como si La Habana me persiguiera a donde quiera que vaya. Debe
ser que ya le estoy haciendo falta”.
El padre literario de Mario
Conde, el célebre expolicía que nos ha narrado la vida reciente de los cubanos
en las páginas de ocho historias -que muchos han buscado en la sección de
novela negra de las librerías desde 1989-comienza a conversar sobre esa ciudad
en la que nació hace 61 años, allá en el barrio Mantilla, y de la que nunca
quiso marcharse porque solo en ese lugar del mundo sentía que podía convertirse
en escritor.
Habla de La Habana setentera
que recorrió en su época de estudiante de filología hispánica; de La Habana
ochentera que un día lo empujó de repente a un oficio que no cortejó, pero del
que no pudo deshacerse: el periodismo; de La Habana de los noventa que abofeteó
a los cubanos con una crisis económica tremenda
y de La Habana actual, en la que cocinó su celebrada novela El hombre
que no amaba a los perros y en la que recibió la noticia de su premio Princesa
de Asturias; la misma que camina como una dama engañada ante la promesa no
cumplida de ver el fin del largo bloqueo económico de Estados Unidos para
restablecer las relaciones con ese país.
A cambio de eso, lo que ha
sucedido con los cubanos -lo que sigue ocurriendo- es una diáspora que no se
detiene y que justo este día fatiga, con otro de sus capítulos, los titulares
de primera plana de los periódicos de Colombia: ‘Miles de cubanos varados en
Turbo esperan seguir por Centroamérica hacia Estados Unidos’.
“El asunto podría ocurrir en
cualquier otro país -reflexiona Padura-. Porque después de la foto de Obama con
Castro las cosas han seguido igual, la pobreza es la misma. Y no es que yo no
la sienta. Pero de alguna manera encontré que la escritura es una forma de
resistir”.
¿Es
decir que Leonardo Padura es otro de esos cubanos desencantados?
De alguna forma, sí. El hecho
de que Cuba y Estados Unidos comenzaran a conversar y establecer relaciones
diplomáticas después de 55 años y que como colofón de eso Obama visitara La
Habana, produjo una gran expectación. Muchos pensaron en grandes cambios en
poco tiempo, pero no ha sido así. Es que hay un elemento que está en el centro
de esa lentitud y es que aún existe la Ley de Embargo. Y mientras eso siga
pasando no puede haber relaciones comerciales, ni siquiera personales entre
Estados Unidos y Cuba. Muchos se imaginaron en ambos países, que si por ejemplo
una persona de EE.UU. quería visitar Cuba podía simplemente comprar un tiquete
y montarse en un avión. Era lo mínimo que se esperaba, pero ni esa mínima
expectativa se cumplió.
¿Se ha imaginado la vida de Cuba sin los Castro?
No se sabe qué va a pasar.
Ahora mismo Cuba se prepara para celebrar los 90 años de Fidel y se espera que
en 2018 Raúl deje el Gobierno. Pero hay un gran interrogante que es justamente
ese: ¿qué va a pasar cuando ellos no estén? Pero como para hablar de política
es necesario tener argumentos e información, a los cubanos nos cuesta opinar,
porque justamente son esas dos las cosas que menos tenemos. Más que falta de
alimentos o de dinero. Somos pobres también de información. Ni siquiera
podríamos hablar de lo que va a pasar mañana mismo.
Su
visita a Colombia coincide con una crisis humanitaria de gran magnitud, con
miles de inmigrantes cubanos varados en Turbo, Antioquia, persiguiendo el sueño
de llegar a Estados Unidos. La diáspora tampoco ha cambiado…
Lo que ustedes los colombianos
están viendo ahí pudiera ocurrir en cualquier otra parte del mundo. Ya ocurrió
en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua. Ha ocurrido en Ecuador y en
Panamá. Hay un flujo migratorio grande de Cuba hacia Estados Unidos,
fundamentalmente porque es el país en el que un ciudadano cubano es admitido
inmediatamente con un estatus de residente, gracias a una ley que se llama Ley
de Ajuste Cubano. Cualquier cubano que pise suelo estadounidense tiene derecho
a ella y es considerado inmediatamente un refugiado. Al año es residente
norteamericano. Es eso lo que lleva a los cubanos a querer migrar a Estados
Unidos.
El suyo, sin embargo, es un
caso singular: no solo apostó por quedarse en Cuba, sino que desde allí, pese a
las limitaciones de la industria editorial, ha podido escribir sus libros y,
mejor que eso, ser una suerte de voz de la disidencia…
Fue una decisión que tomé hace
muchos años, pero ni aún en las épocas de crisis económicas más fuertes, pensé
en irme. Recuerdo que en la década del noventa se vivió en Cuba una de esas
crisis. Por el año 92 fui por primera vez a Estados Unidos, invitado a un
encuentro cultural en la ciudad de Sarasota, cerca de Tampa. Después, pasé unos
días en Miami, con mi familia. Fui, me asomé y regresé. Decidí seguir viviendo
y trabajando en Cuba. Y resistiendo de alguna forma a través de la literatura.
Y cuando me preguntan por qué les digo esto: para mí lo más importante no era
tener una casa bonita, un automóvil, ropa y lujos. Mi hermano pequeño se fue de
Cuba persiguiendo eso pues sabía que en la isla nunca lo iba a lograr. Respeto
al que sueñe eso, es legítimo. Pero ese no era el sueño mío.
¿Será
porque en ningún otro lugar del mundo hubiese podido convertirse en escritor?
Es verdad. Me quedé en Cuba
porque había decidido que lo mío era escribir. Yo necesitaba vivir en Cuba
sabiendo que iba a enfrentar condiciones económicas precarias, dificultades
para publicar los libros y complicaciones y suspicacias de todo tipo. Pero yo
soy por definición un escritor cubano. Y como escritor cubano necesitaba de la
vida, del ambiente, de la cultura, del lenguaje, de la espiritualidad cubana
para escribir lo que escribo. Por ejemplo El hombre que amaba a los perros es
una novela que arranca en Cuba y termina en Cuba. Y todo está visto desde la
perspectiva de un cubano. Porque yo no puedo ser otra cosa. Fíjese que hace
seis años tengo el pasaporte español, me dieron la ciudadanía. Y alguna vez
alguien me preguntó si entonces después de eso me iba a vivir a Europa.
Respondí que no. Nunca voy a ser un escritor español. Siempre seré cubano. Ese
es mi lugar en el mundo.
Usted es un hombre que desde
sus épocas de reportero ama profundamente la historia. Y muchos de sus libros
tienen un gran sustento de fechas y datos.
¿Cómo
escribir novelas de ese tipo desde un país con tantas limitaciones para acceder
a la información?
Yo sabía que quedarme a
escribir en Cuba implicaba también limitaciones para investigar sobre mis
libros, sobre todo por el acceso a internet. Yo lo que hago es aprovechar
cuando estoy de viaje para poder navegar por internet a mi antojo, porque en
Cuba el acceso a internet es limitado, muy lento. Y esa es una sensación
bastante extraña. Ahora mismo investigué aquí en Colombia sobre unos mapas que
necesito para la novela que estoy escribiendo. Aprovecho los viajes para eso:
para investigar sin restricciones. Cada vez que voy a España, por ejemplo,
regreso con una maleta cargada de libros.
¿Es casi como otra cara de la supervivencia?
Sí, de alguna forma. La
formación del escritor cubano es más difícil, pero no por eso menos completa.
Pero la gente en Cuba lee y escribe también por necesidad. Y uno se vale de
todas las estrategias: un libro que te trae un amigo, unas fotocopias. En mi
generación, la de los setenta, en Cuba se publicaban muchos más libros, lo del
Boom, todo García Márquez, todo Cortázar. Incluso hasta Borges y Cabrera
Infante, que no se publicaban en Cuba, nos las arreglábamos para leerlos con
devoción. Ahora mismo la industria editorial está muy deprimida. También nos la
ingeniamos para ver también todo el cine que debíamos ver, el polaco, checo,
francés, húngaro, el cine norteamericano y latinoamericano. Siempre hubo
ventanas a través de las cuales nos asomábamos para ver el mundo.
¿Por qué la novela negra?
Siempre me gustó leer novela
negra. Al principio leí lo que lee todo el mundo, alguna novela de Agatha
Christie o de Ellery Queen. Después, escritores norteamericanos de los años
treinta y cuarenta, como Raymond Chandler. En los ochenta, mientras trabajaba
en una revista y luego en un periódico escribí mucha crítica sobre literatura
policial, especialmente la cubana. Y eso me convirtió un poco en un especialista
de este tipo de novelas. Gracias a eso fui dándome cuenta de que era posible
escribir una novela policial de carácter literario y con contenido social, como
ya lo hacían Rubén Fonseca, Manuel Vásquez Montalván y Paco Ignacio Taibo. Esos
autores me mostraron un camino posible, que fue el que decidí transitar: una
novela policiaca que fuera muy cubana, pero con peso en lo social y con peso
estético.
¿Qué
tanto de Leonardo Padura tiene Mario Conde, justamente el personaje estelar de
todas sus novelas policiacas?
Ojalá yo pudiera decir como
Flaubert cuando le preguntaron sobre Madame Bobary: ‘c‘est moi’ (soy yo). Pero
no, Mario y yo tenemos una cercanía muy grande. Es un personaje que nació para
una primera novela en 1989, pero me di cuenta que por su fuerza valía la pena
entrometerlo en otras cuatro novelas que inicialmente planeé. Pero ya voy en
ocho. A lo largo de ellas ese personaje ha ido evolucionando; incluso ya dejó
de ser policía.
Yoani
Sánchez, la famosa bloguera cubana, dice que usted ha retratado a la Cuba
reciente a través de Mario Conde…
Es que Mario ha sido siempre
una especie de cronista de la realidad cubana, un observador. Y desde una
perspectiva generacional y cultural muy cercana a la mía. Vivimos en el mismo
barrio, estudiamos en la misma escuela, tenemos los mismos gustos literarios y
deportivos. Hasta fumamos igual. Eso sí, Conde es mucho más libertino y mucho
más borracho que yo.
Ahora
que habla de que Mario es una suerte de cronista, qué pasó con El Caimán
Barbudo, el periódico donde usted se hizo periodista…
Trabajé tres años allí cuando
terminé mi carrera en filología hispánica en la Universidad de La Habana, en
1980. Era la revista cultural de la juventud de esa época y la más importante
de Cuba. Fue un tiempo importante para mí porque me permitió estar en el centro
de las discusiones y el ambiente cultural. Es en esa época que empiezo a
escribir mis primeros cuentos. De El Caimán me expulsaron cuando la
intervinieron y botaron al director. Fui a dar a un periódico, Juventud
Rebelde, fundado por las juventudes comunistas y considerado hoy todavía como
uno de los ejemplos de alta calidad del periodismo literario de los ochenta.
Allí aprendí a hacer periodismo y a escribir largos reportajes sobre cómo
apareció la Virgen Patrona de Cuba, sobre el Ron Bacardí o el percusionista cubano
que cambió el jazz norteamericano, ‘Chano’ Pozo, que se publicaron
posteriormente en Argentina y en España en un libro llamado El viaje más largo.
Fue una época dorada que antecedió a los noventa, cuando desaparecieron casi
todos los periódicos.
Cinco años después esa
experiencia, me retiré y me dediqué por entero a la escritura, aunque nunca he
dejado de ser periodista. Hoy es más un periodismo de opinión, que se publica
fuera de la isla, sobre la vida de los cubanos. Eso me ha costado discusiones poco
agradables, pese a que soy muy objetivo en lo que escribo.
Y qué
tantas discusiones le trajo El hombre que amaba a los perros. Hoy es casi que
imposible no escribir Leonardo Padura y enseguida el nombre de esa novela…
Siempre me ha interesado la
historia como una manera de entender el presente. Llego al personaje de León
Trotski por un asunto de pura necesidad: en Cuba era imposible obtener
información sobre este personaje y esa ignorancia fue la que me impulsó a
buscar información. Y solo hasta cuando sentí que sabía suficiente nació la
idea de escribir la novela. Investigar sobre Trotski fue muy complicado. Tuve
que cargar con muchísimos libros, sobre todo de España. Mis amigos de México me
conseguían libros y documentos. Igual que en Francia. Y esa experiencia no solo
me dejó esta novela sino una enorme biblioteca sobre el ‘trotskismo’, la Guerra
Civil Española, los juicios de Moscú y Stalin.
Suele
decirse que los escritores son alérgicos a los ‘best seller’, pero este libro
es eso: una buena novela que se hizo éxito comercial.
A mí me ha sorprendido el éxito
de este libro porque es la novela más anticomercial de todas. Es dura de leer,
con personajes y estructura complicados. El lector está obligado a entrar en
sus páginas con los cinco sentidos alerta. Pero al final lo que sorprende es
que, a pesar de eso, ha tocado muchas fibras sensibles con respecto a la
política y a un fenómeno que todos compartimos: nuestra necesidad de creer en
una utopía, creer que el mundo puede ser mejor. Porque si de algo estamos
convencidos es que el mundo que estamos viviendo hoy es una mierda. El proyecto
utópico del Siglo XX, el comunismo, fracasó por muchas razones, entre ellas la
existencia de Stalin, él fue el sepulturero de ese proyecto. Pero no se ha
producido otro pensamiento utópico. Y creo que ya nos está haciendo falta.
Será que andamos muy ocupados
indignándonos en las redes sociales y permaneciendo atados a nuestros aparatos
electrónicos y nos hemos olvidado de eso, de tener utopías…
Eso es cierto. Hace poco estuve
en Europa y lo que uno ve es que el miedo se ha apoderado de todos. Y en un
sentido muy literal. Yo estuve en Munich el día de los atentados. Por fortuna,
estaba en las afueras de la ciudad. Pero estando allá, justo en esa coyuntura,
uno acaba por contagiarse de ese miedo. Y al otro día salías a caminar a la
calle y te preguntabas ¿hoy qué va a ocurrir? Y así se nos va pasando la vida.
Casi como si no pudiéramos hacer nada. Lo que creo es que todo lo que ha
significado para la humanidad pasar de la era posmoderna a la era digital ha
afectado ese pensamiento utópico. Y no sé ahora mismo dónde estará, pero ya me
hace falta. A la larga, El hombre que amaba a los perros habla de eso: de que
el mundo puede ser mejor. Nos devuelve esa esperanza, esa utopía.
http://www.revistaarcadia.com/agenda/articulo/paudra-premio-spiwak-cali-cuba-entrevista/51276
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