La importancia de "Rodrigo D. No futuro"
"Ya no consigo más satisfacción. Ya ni con drogas, ni con alcohol.
Ya no consigo ninguna reacción". La línea de la célebre canción que
interpreta Mutantex en Rodrigo D. No futuro podría compendiar lo que era ser
joven y pobre en Medellín a mediados de los años ochenta.
Por: Jaír Villano
Ilustración: Gova
Mientras el país ardía en llamas por
cuenta de los conflictos entre guerrillas, narcotraficantes, paramilita-res y el
rugido de sables de las Fuerzas Armadas, la muchachada popular se perdía en sus
veleidades; el futuro parecía no deparar nada bueno.
La música, no obstante, se vuelve un
instrumento de salvaguardia. La eclosión cultural de los setenta puso en la
órbita el rock, el jazz y otros sonidos, el punk y el metal vendrían a ser uno
de ellos. En ciudades como Bogotá y Medellín este género atrapó la atención de
la juventud. Su contenido antisistema y su decadente luminiscencia hicieron de
esta manifestación musical un estilo de vida.
En acetatos y casetes se escuchaban
bandas como The Damned, The Exploited, 4 Skins, Sex Pistols o Dead Kennedys, en
fanzines como Piraña Zine, Diabolic Force, Necrometal, Nueva Fuerza, Visión
Rockera, Hellzine, Black Zine y Medellín Subterráneo, se divulgaba el sonido
que devoraba a la juventud. Ello en el marco de una ciudad que era víctima y
verdugo de los excesos y las bondades de Pablo Escobar.
Las apuestas
literarias del momento venían acercándose a estas realidades. Novelas como Aire de tango (1973), de Manuel Mejía Vallejo; Crónica de tiempo muerto (1975), Óscar Collazos; Que viva la música (1977), Andrés Caicedo; Los parientes de Ester (1978), Luis Fayad; Sin remedio (1984), Antonio Caballero; El cielo que perdimos (1990), Juan José Hoyos,
entre otras apuestas estéticas, desmontaron el anquilosado estilo de los
escritores costumbristas y pusieron como protagonistas las urbes y, con estas,
los fantasmas, los conflictos y los desvaríos de los individuos que las habitaban.
El cine, como arte que congrega sus
expresiones hermanas, no se podía quedar atrás. Víctor Gaviria lo entendió así
y, haciendo uso de su acervo literario y un gran capital cultural, utilizó la
técnica del neorrealismo italiano para poner en la pantalla un desnudo de la
vida de un joven de las comunas de Medellín.
El sinsentido de la
vida
En efecto, con Rodrigo D. No futuro se enseña que la pobreza y la
juventud son potentes condicionantes en la anulación de las proyecciones
humanas.
El protagonista Rodrigo es un
muchacho que busca suplir su vacío maternal y existencial con el punk. Esta
intención, sin embargo, no es permitida porque no tiene el instrumento para
conseguir su instrumento, esto es, la batería.
Es así, con algo tan simple como
real, la manera en que Gaviria explota una poética y una estética que condensan
la sagacidad de la muchachada, la contramarea del entorno, la explosión de la
música.
Con pasajes revestidos de una oscura
inocencia, como Rodrigo y sus baquetas, el realizador antioqueño encierra lo
que Pedro Adrián Zuluaga denominaría como “los resortes de los personajes”.
De ahí se desprende otra cualidad de
la película y el realizador, que es capaz de sacar de los recovecos de sus
personajes una meditada sensibilidad, entonces hace del mismo muchacho que le
grita a su hermana y no oculta su machismo, un ser que suscita simpatía y ahogo
por la imposibilidad de conseguir su batería.
Desde luego, hay otros elementos que
hacen de esta película un hito en la historia del cine colombiano, el lenguaje
en su expresión más cruda y el uso de actores naturales (su virtud radica en
que no actúan; viven), son dos factores que contribuyen en el triunfo de una
apuesta que sería reconocida en Cannes con su exhibición ante un público
mundial y exquisito (huelga recordar que fue la primera película colombiana
exhibida en la selección competencia).
De hecho, si hay que hablar de
personajes es indudable que los de Víctor se circunscriben a esa línea
inextinguible: Rodrigo (interpretado por Ramiro Meneses) y su desasosiego, el
Zarco (hoy fallecido) y su visaje, y la misma Lady Tabares son figuras que
permanecerán en la memoria colombiana. Todo lo cual devela otra virtud del
realizador, virtud que, por lo demás, se ajusta más a la expresión literaria.
La inmersión en el
entorno
A todo lo anterior hay que agregar el
trabajo de investigación que el realizador antioqueño hizo para poder
desarrollar con suficiencia y verosimilitud la película.
Gaviria se sumergió
en esas calles empinadas y laberínticas y además dejó que los actores
participaran en la creación del guion. Pues bien, dicho método resulta clave
para el entramado discursivo y espacial de lo expuesto en Rodrigo D y podríamos incluir, cómo no, a La vendedora de rosas.
Por supuesto, no es
un imperativo (nada lo es en la creación), pero el trabajo in situ le incorpora al largometraje otra
importante característica: la de retratar el infortunio sin caer en la
pornomiseria.
No. Nada de eso. Rodrigo D. No futuro es una producción que se
presenta en el marco sociopolítico de un país en crisis (siempre lo ha estado),
que abre las ventanas a otra narrativa y estética, que sabe hibridar lo
testimonial con lo ficcional.
Otra cosa no menos importante es que
el largometraje sabe expresar su descontento ante la realidad sin caer en la
disputa desgastada del arte militante. Si un escritor no lo es por lo
revolucionario, sino por lo creador, que fue como escribió Julio Cortázar en la
conocida querella con Óscar Collazos, un cineasta no es ajeno a dicha
condición.
Víctor Gaviria
logró lo de pocos: retratar la pobreza sin caer en el canibalismo; manifestar
la indignación sin caer en el obnubilado visceralismo. Parafraseando a
Baudelaire: con Rodrigo D se hace de lo
ordinario algo extraordinario.
Mirándolo en retrospectiva, 25 años
después, se aprecia mejor su valor. Gaviria, el poeta, hizo del verso de Keats
su línea de trabajo: la verdad es belleza, la belleza es verdad. Esto es todo.
http://www.elespectador.com/entretenimiento/agenda/cine/importancia-de-rodrigo-d-no-futuro-articulo-649101
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