El origen del filosofar
profesor Julián Marías
¿Por qué el hombre se pone a filosofar?
Contadas
veces se ha planteado esta cuestión de un modo suficiente. Aristóteles la ha tocado de tal
manera, que ha influido decisivamente en todo el proceso ulterior de la
Filosofía. El comienzo de su Metafísica es una respuesta a ésa
pregunta: Todos los hombres tienden por naturaleza a saber.
La
razón del deseo de conocer del hombre es, para Aristóteles, nada menos que su
naturaleza. Y la naturaleza es la substancia de una cosa, aquello en que
realmente consiste; por tanto, el hombre aparece definido por el saber; es su
esencia misma la que mueve al hombre a conocer. Y aquí volvemos a encontrar una
más clara implicación entre saber y vida, cuyo sentido se irá haciendo más
diáfano y transparente. Pero Aristóteles dice algo más. Un poco más
adelante escribe: “Por el asombro comenzaron los hombres, ahora y en un
principio, a filosofar, asombrándose primero de las cosas extrañas que tenían
más a mano, y luego, al avanzar así poco a poco, haciéndose cuestión de las
cosas más graves, tales como los movimientos de la Luna, del Sol y de los
astros, y la generación del todo”.
Tenemos,
pues, como raíz más concreta del filosofar, una actitud humana, que es el asombro.
El hombre..., la mayoría de los hombres se extrañan de las
cosas cercanas, y luego, de la totalidad de cuanto hay.
En
lugar de moverse entre las cosas, usar de ellas, gozarlas o tenerlas, se ponen
fuera, extrañados de ellas, y se preguntan con asombro por
esas cosas próximas y de todos los días, que ahora, por primera vez,
aparecen frente a ellos, y por tanto, solas, aisladas de sí mismas
por la pregunta: “Qué es esto?”.
En
este momento comienza la
Filosofía.
Es
una actitud humana completamente nueva, que se ha llamado teorética,
por oposición a la actitud mítica..., según afirma Xavier Zubiri.
El nuevo método humano surge en Grecia un día, por primera vez en la historia,
y desde entonces hay algo más radicalmente nuevo en el mundo, que hace posible
la Filosofía. Para el hombre mítico, las cosas son poderes propicios
o dañinos, con los que vive, y a los que utiliza o rehúye.
Es
la actitud anterior a Grecia, y las que siguen compartiendo los pueblos donde
no penetra el genial hallazgo helénico. La conciencia teorética, en cambio, ve
cosas en lo que antes eran poderes. Es el gran descubrimiento de
las cosas, tan profundo, que hoy nos cuesta trabajo ver que efectivamente es un
descubrimiento pensar que pudiera ser de otro modo. Para ello tenemos que echar
mano de modos que guardan sólo una remota analogía con la actitud mítica, pero
que difieren de la nuestra... Por ejemplo, la conciencia infantil, la actitud
del niño que se encuentra en un mundo lleno de poderes o personajes benignos u
hostiles, pero no de cosas en sentido
riguroso.
En
una actitud teorética, el hombre, en lugar de estar entre las
cosas, está frente a ellas, aparece como extrañado de
ellas, y entonces las cosas adquieren por sí solas una significación que antes
no tenían. Se muestran como algo que existe por sí mismo, aparte del hombre, y
que tiene una consistencia determinada: unas propiedades, algo suyo y que les
es propio.
Surgen
entonces las cosas como realidades que son, que tienen un contenido
especial. Y únicamente en este sentido se puede hablar de verdad o falsedad. El
hombre mítico se mueve fuera de éste ámbito. Sólo como algo que es,
pueden ser las cosas verdaderas o falsas. La forma más antigua de este despertar a
las cosas en su verdad es el asombro. Y por esto es la raíz de la
Filosofía.
Todo
sistema filosófico tiene pretensión de verdad. Por otra parte, es evidente el
antagonismo entre ellos, que están muy lejos de la coincidencia; pero ese
antagonismo no quiere decir, ni mucho menos, incompatibilidad total.
Ningún
sistema puede pretender una validez absoluta y exclusiva, porque
ninguno agota la realidad: en la medida en que cada uno de ellos se afirma como
único, es falso.
Cada
sistema filosófico aprehende una porción de la realidad, justamente la que es
accesible desde el punto de vista o perspectiva. La verdad de un sistema no
implica la falsedad de las demás, sino en los puntos en que formalmente se
contradigan; y la contradicción sólo surge cuando el filósofo afirma más de lo
que realmente ve; es decir, las visiones son todas verdaderas -se entiende que
parcialmente verdaderas-, y en principio no se excluyen.
Pero
además, el punto de vista de cada filósofo está condicionado por su situación
histórica, y por eso cada sistema, si ha de ser fiel a su perspectiva,
tiene que incluir todos los anteriores como ingredientes de su propia situación
[...]
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