domingo, septiembre 18, 2016

Robbie
                                                                      Isaac  Asimov
 -Noventa  y ocho... noventa y nueve... ¡cien! -Gloria retiró su mórbido antebrazo de delante de los ojos y permaneció un momento parpadeando al sol. Después, tratando de mirar en todas direcciones a la vez, avanzó cautelosamente algunos pasos, apartándose del árbol contra el que se apoyaba.
  Estiró el cuello, estudiando las posibilidades de unos matorrales que había a la derecha y se alejó unos pasos para tener mejor punto de vista
La calma era absoluta, a excepción del zumbido de los insectos y el gorjear de algún p jaro que afrontaba el sol de mediodía.
  --Apostaría a que se ha metido en casa, y le he dicho mil veces que esto no es leal -se quejó.
  Avanzando los labios con un mohín y arrugando el entrecejo, se dirigió decididamente hacia el edificio de dos pisos del otro lado del camino.
  Demasiado tarde oyó un crujido detrás de ella, seguido del claro "clump-clump" de los pies metálicos de Robbie. Se volvió rápidamente para ver a su triunfante compañero salir de su escondrijo y echó a correr hacia el árbol a toda velocidad. Gloria chilló, desalentada.
--¡Espera, Robbie! ¡Esto no es leal, Robbie! ¡Prometiste no salir hasta que te hubiese encontrado! -Sus diminutos pies no podían seguir las gigantescas zancadas de Robbie. Entonces, a tres metros de la meta, el paso de Robbie se redujo a un mero arrastrarse y Gloria, haciendo un esfuerzo final por alcanzarlo, echó a correr jadeante y llegó a tocar la corteza del árbol la primera.
Orgullosa, se volvió hacia el leal Robbie y con la más baja ingratitud, le recompensó su sacrificio mofándose de su incapacidad para correr.
--¡Robbie no puede correr! -gritaba con toda la fuerza de su voz de ocho años-. ¡Lo gano cada día! ¡Lo gano cada día! -cantaban las palabras con un ritmo infantil.
Robbie no contestó, desde luego...con palabras. Echó a correr, esquivando a Gloria cuando la niña estaba a punto de alcanzarlo, obligándola a describir círculos que iban estrechándose, con los brazos extendidos azotando el aire.
--¡Robbie...estáte quieto! -gritaba. Y su risa salía estridente, acompañando las palabras.
  Hasta que Robbie se volvió súbitamente y la agarró, haciéndole dar vueltas en el aire, de manera que durante un momento para ella el universo fue un vacío azulado y los verdes árboles que se elevaban del suelo hacia la bóveda celeste. Y después se encontró de nuevo sobre la hierba, al lado de la pierna de Robbie y agarrada todavía a un duro dedo de metal.
  Al poco rato recobró la respiración. Trató inútilmente de arreglar su alborotado cabello con un gesto de vaga imitación de su madre y miró si su vestido se había desgarrado.
  Golpeó con la mano la espalda de Robbie.
  --¡Mal muchacho! ¡Malo, malo! ¡Te pegaré!
  Y Robbie se inclinaba, cubriéndose el rostro con las manos, de manera que ella tuvo que añadir: --¡No, no, Robbie! ¡No te pegaré!
Pero ahora me toca a mí esconderme, porque tienes las piernas más largas y me prometiste no correr hasta que te encontrase.
  Robbie asintió con la cabeza -pequeño paralelepípedo de bordes y ángulos redondeados, sujeto a otro paralelepípedo más grande, que servía de torso, por medio de un corto cuello flexible- y obedientemente se puso de cara al árbol. Una delgada película de metal bajó sobre sus ojos relucientes y del interior de su cuerpo salió un acompasado tic-tac.
  --Y ahora no mires, ni te saltes ningún número -le advirtió Gloria, mientras corría a esconderse.
  Con invariable regularidad fueron transcurriendo los segundos, y al llegar a cien se levantaron los párpados y los ojos colorados de Robbie inspeccionaron los alrededores. Al instante se fijaron en un trozo de tela de color que salía de detrás de una roca. Avanzó algunos pasos y se convenció de que era Gloria.
Lentamente, manteniéndose entre Gloria y el árbol-meta, avanzó hacia el escondrijo, y, cuando Gloria estuvo plenamente a la vista y no pudo dudar  de haber sido descubierta, tendió un brazo hacia ella, y se golpeó con el otro la pierna, produciendo un ruido metálico. Gloria salió, contrariada.
  --¡Has mirado! -exclamó con neta deslealtad-. Además, estoy cansada de jugar al escondite. Quiero que me lleves a paseo.
  Pero Robbie estaba ofendido de la injusta acusación, y, sentándose cautelosamente, movió la cabeza, contrariado de un lado a otro.
  Gloria cambió de tono, adoptando una gentil zalamería.
  --Vamos, Robbie, no lo he dicho en serio, que mirases. Llévame a paseo.
  Pero Robbie no era tan fácil de conquistar. Miró fijamente al cielo y siguió moviendo negativamente la cabeza, obstinado.
  --¡Por favor, Robbie, llévame a paseo! -Rodeó su cuello con sus rosados brazos y estrechó su presa. Después cambiando repentinamente de humor, se apartó de él-. Si no me das un paseo, voy a llorar. -Y su rostro hizo una mueca, dispuesta a cumplir su amenaza.
  El endurecido Robbie no hizo caso de la terrible posibilidad, y siguió moviendo la cabeza por tercera vez.
Gloria consideró necesario jugar su última carta.
--Si no me llevas -exclamó amenazadora- no te contaré más historias.
¡Ni una más!
Ante este ultimátum, Robbie se rindió sin condiciones y movió afirmativamente la cabeza, haciendo resonar su cuello de metal.
Levantó cuidadosamente a la chiquilla y la sentó en sus anchos hombros.
Las amenazadoras l grimas de Gloria se secaron en el acto y se echó a reír con deleite. La piel metálica de Robbie, mantenida a una temperatura constante gracias a las resistencias interiores, era suave y agradable, y el ruido metálico que ella producía al golpear el cuerpo con sus tacones daba mayor encanto a la situación.
  --Eres un caza del aire, Robbie, eres un gran caza de plata del aire.
Tiende los brazos. ¡Tienes que tenderlos, Robbie, si quieres ser un caza del aire!
  Ante aquella lógica irrefutable los brazos de Robbie se convirtieron en alas, que cogían las corrientes de aire, y fue un caza aéreo.
  Gloria se agarraba a la cabeza del robot, inclinándose hacia la derecha.
Entonces dotó a la nave de un motor que hacía "Brrrr", y de armas que producían sonidos onomatopéyicos de disparos. Daba caza a los piratas y las baterías de la nave entraban en acción.
  --¡Hemos matado a otro! ¡Dos más!... -gritaba-. ¡Más aprisa, hombre! ¡Nos quedamos sin municiones!
  Apuntaba por encima de su hombro con indomable valor, y Robbie era una achatada nave del espacio que zumbaba a través de la bóveda celeste con la máxima aceleración.
  Cruzó corriendo el campo hacia la alta hierba, y se detuvo con una rapidez que arrancó un grito a su sonrojada amazona y la dejó caer suavemente sobre la blanda alfombra verde. Gloria se reía y jadeaba, lanzando intermitentes exclamaciones.
  --¡Oh, qué bueno!...
  Robbie esperó a que recobrase la respiración y entonces le tiró suavemente de un mechón de pelo.
  --¿Quieres algo? -dijo Gloria con una expresión de inocencia en los ojos, que no consiguió engañar ni por un instante a su voluminosa "niñera".
Robbie le tiró del pelo con más fuerza.
  --¡Ah, ya sé!... Quieres una historia.
  Robbie asintió rápidamente.
  --¿Cu l? Robbie describió un semicírculo en el aire con un dedo.
  --¿"Otra vez"? -protestó la chiquilla-. Te he explicado la Cenicienta un millón de veces. ¿No estás cansado de ella? ¡Es para niños! Bien, bien -añadió, viendo a Robbie describir otro semicírculo.
  Gloria reflexionó, evocó en su memoria el recuerdo del cuento (con sus modificaciones propias, que eran varias) y empezó: --¿Estás a punto? Bien, pues había una vez una bella muchacha que se llamaba Ella. Y tenía una cruel madrastra y dos hermanastras muy feas y muy malas y...
  Gloria había llegado al momento crítico del cuento: "Daba medianoche en el reloj y sus andrajos se convertían..."; y Robbie escuchaba atentamente, con los ojos ardientes, cuando vino la interrupción.
  --¡Gloria!
  Era la voz aguda de una mujer que había llamado no una, sino varias veces; y tenía el tono nervioso de aquel a quien la ansiedad convierte en impaciencia.
  --Mamá me llama -dijo Gloria, contrariada-. Será mejor que me lle ves a casa, Robbie.
  Robbie obedeció apresuradamente, porque sabía que más valía cumplir las órdenes de Mrs. Weston sin la menor vacilación. El padre de Gloria estaba raramente en casa durante el día, a excepción de los domingos -hoy, por ejemplo-, y cuando esto ocurría, se mostraba el hombre más afable y comprensivo. La madre de Gloria, en cambio, era una fuente de sinsabores para Robbie, que sentía siempre el deseo de alejarse de su presencia.
Mrs. Weston los vio en el momento en que aparecían por encima de los altos tallos de la vegetación, y volvió a entrar en la casa a esperarlos.
  --Te he llamado hasta quedarme ronca, Gloria -dijo severamente-. ¿Dónde estabas? --Estaba con Robbie -balbució Gloria-. Le estaba contando la Cenicienta y he olvidado que era hora de comer.
  --Pues es una lástima que Robbie lo haya olvidado también. -Y como si de repente recordase la presencia del robot, se volvió rápidamente hacia él-. Puedes marcharte, Robbie. No te necesita ya. Y no vuelvas hasta que te llame -añadió secamente.
  Robbie dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo al oír a Gloria salir en su defensa.
  --¡Espera, mamá! Tienes que dejar que se quede: No he acabado de contarle la Cenicienta. Le he prometido contarle la Cenicienta y no he terminado.
  --¡Gloria!
  --De verdad, mamá. Se estará tan quieto que no te dar s siquiera cuenta de que está aquí. Puede sentarse en la silla del rincón, y no dirá ni una palabra...; bueno, no hará nada, quiero decir. ¿Verdad, Robbie? Robbie, así interpelado, movió de arriba abajo su pesada cabeza.
  --Gloria, si no dejas esto inmediatamente, no ver s a Robbie en una semana.
  La chiquilla bajó los ojos.
  --Bueno..., pero la Cenicienta es su cuento favorito y no lo había terminado... ¡Y le gusta tanto!
  El robot salió de la habitación con paso vacilante y Gloria ahogó un sollozo.
  George Weston se encontraba a gusto... Tenía la inveterada costumbre de pasar las tardes de los domingos a gusto. Una buena digestión de la sabrosa comida; una vieja y muelle "chaise longue" para tumbarse; un número del "Times"; las zapatillas en los pies, el torso sin camisa...
¿Cómo podía uno no encontrarse a gusto? No experimentó ningún placer, por lo tanto, cuando vio entrar a su esposa. Después de diez años de matrimonio era todavía lo suficientemente estúpido para seguir enamorado de ella, y tenía siempre mucho gusto en verla; pero las tardes de los domingos eran sagradas y su concepto de la verdadera comodidad era poder pasar tres o cuatro horas solo. Por consiguiente, concentró su atención en las últimas noticias de la expedición Lefebre-Yoshida a Marte (tenía que salir de la Base Luna y podía incluso tener éxito) y fingió no verla.
  Mrs. Weston esperó pacientemente dos minutos, después, impaciente, dos más, y finalmente rompió el silencio.
  --George...
  --¿Ejem? --¡He dicho George! ¿Quieres dejar este periódico y mirarme? El periódico cayó al suelo, crujiendo, y George volvió el rostro contrariado hacia su mujer.
  --¿Qué ocurre, querida? --Ya sabes lo que ocurre. Es Gloria y esta terrible máquina.
  --¿Qué terrible máquina? --No finjas no saber de lo que hablo. El robot, al cual Gloria llama Robbie. No se aparta de ella ni un instante.
  --¿Y por qué quieres que se aparte?
Es su deber... Y en todo caso, no es ninguna terrible máquina. Es el mejor robot que se puede comprar con dinero y estoy seguro de que me hace economizar medio año de renta. Es más inteligente que muchos de mis empleados.
  Hizo ademán de volver a tomar el periódico, pero su mujer fue más r pida que él y se lo arrebató.
  --Vas a escucharme, George. No quiero ver a mi hija confiada a una máquina, por inteligente que sea. No tiene alma y nadie sabe lo que es capaz de pensar. Una chiquilla no está hecha para ser guardada por una "cosa" de metal.
  --¿Y cuándo has tomado esta decisión? -preguntó Mr. Weston frunciendo el ceño-. Ya lleva con Gloria dos años y no he visto que te preocupases hasta ahora.
  --Al principio era diferente. Era una novedad, me quitó un peso de encima y era una cosa elegante. Pero ahora, no sé... los vecinos...
  --¿Y qué tienen que ver los vecinos con esto? Mira, un robot es muchísimo más digno de confianza que una nodriza humana. Robbie fue construido en realidad con un solo propósito: ser el compañero de un chiquillo. Su "mentalidad" entera ha sido creada con este propósito. Tiene forzosamente que querer y ser fiel a esta criatura. Es una máquina, "hecha así". Es más de lo que puede decirse de los humanos.
  --Pero puede ocurrir algo.
Puede... puede -Mrs. Weston tenía unas ideas muy vagas del contenido interior de un robot-, no sé, si algo de dentro se estropease y...
  No podía decidirse a completar su claro y espantoso pensamiento.
  --Tonterías... -negó Weston con un involuntario estremecimiento nervioso-. Es completamente ridículo.
Cuando compré a Robbie tuvimos una larga discusión acerca de la Primera Regla Robótica. Ya sabes que un robot no puede dañar a un ser humano; que mucho antes de que algo pudiese alterar esta Primera Regla, el robot quedaría completamente inutilizado.
Es una imposibilidad matemática.
Además, dos veces al año viene un ingeniero de la U.S. Robots a hacer una revisión completa del mecanismo.
Hay menos probabilidades de que se estropee algo en Robbie, de que uno de nosotros se vuelva repentinamente loco; considerablemente menos. Además, ¿cómo se lo vas a quitar a Gloria? Hizo una nueva e infructuosa tentativa de tomar el periódico y su mujer lo arrojó con rabia a la habitación contigua.
  --Ahí está la cosa, George. No quiere jugar con nadie más. Hay por aquí docenas de niños y niñas con quienes podría trabar amistad, pero no quiere. No quiere ni acercarse a ellos, a menos que yo la obligue. Es imposible que se críe así. Querrás que sea una niña normal, ¿verdad? Querrás que sea capaz de ocupar su sitio en la sociedad... supongo.
  --Estás luchando contra las sombras, Grace. Imagínate que Robbie es un perro. He visto centenares de chiquillos que querían más a su perro que a su padre.
  --Un perro es diferente, George.
Tenemos que librarnos de este terrible instrumento. Puedes volverlo a vender a la compañía. Lo he preguntado y es posible.
  --¿Que lo has... "preguntado"? Mira, Grace, escucha, no nos apartemos de la cuestión. Vamos a conservar el robot hasta que Gloria sea mayor, y no se hable más de este enojoso asunto.
  Y con estas palabras, salió de la habitación dando un bufido.
  Dos días después, Mrs. Weston encontró a su marido en la puerta.
  --Tienes que escuchar una cosa, George. Hay mala voluntad por el pueblo.
  --¿Acerca de qué? -preguntó Mr.
Weston entrando en el cuarto de baño y ahogando la posible respuesta con el ruido del agua.
  Mrs. Weston esperó a que cesara.
Después dijo: --Acerca de Robbie.
  Weston avanzó un paso con la toalla en la mano, el rostro colorado y colérico.
  --¿Qué diablos estás diciendo? --La cosa se ha ido formando y formando... He tratado de cerrar los ojos y no verlo, pero no puedo más.
Todo el pueblo considera a Robbie peligroso. No dejan acercarse aquí a los chiquillos.
  --Nosotros le confiamos "nuestra" hija.
  --La gente no razona, ante estas cosas.
  --¡Pues que se vayan al diablo!
  --Decir esto no resuelve el problema. Yo tengo que comprar allí. Tengo que ver a los vecinos cada día. Y estos días es peor cuando se habla de robots. Nueva York acaba de dictar la orden prohibiendo que los robots salgan a la calle entre la puesta y la salida del sol.
  --Muy bien, pero no pueden impedirnos tener un robot en nuestra casa, Grace. Esto es una de tus campañas.
La conozco. Pero la respuesta es la misma. ¡No! Seguiremos teniendo a Robbie.
Y no obstante, quería a su mujer; y, lo que era peor aún, su mujer lo sabía. George Weston, al fin y al cabo, no era más que un hombre, ¡el pobre!, y su mujer echaba mano de todos los artilugios que el sexo más torpe y escrupuloso ha aprendido, con razón e inútilmente, a temer.
  Diez veces durante la semana que siguió, tuvo ocasión de gritar: "¡Robbie se queda... y se acabó!", y cada vez lo decía con menos fuerza y acompañado de un gruñido más plañidero.
  Llegó finalmente el día en que Weston se acercó tímidamente a su hija y le propuso una sesión de visivoz en el pueblo.
  --¿Puede venir Robbie? --No, querida -dijo él estremeciéndose al sonido de su voz-, no admiten robots en el visivoz, pero podrás contárselo todo cuando volvamos a casa.
-Dijo las últimas palabras balbuceando y miró a lo lejos.
  Gloria regresó del pueblo hirviendo de entusiasmo, porque el visivoz era realmente un espectáculo magnífico.
Esperó a que su padre metiese el coche a reacción en el garaje subterráneo y dijo: --Espera que se lo cuente a Robbie, papá. Le hubiera gustado mucho.
Especialmente cuando Francis Fran retrocedía tan sigilosamente y tropezó con uno de los Hombres-Leopardo y tuvo que huir. -Se rió de nuevo-.
Pap , ¿hay verdaderamente hombres-leopardo en la Luna? --Probablemente, no -dijo Weston distraído-. Es sólo fantasía.
  No podía entretenerse ya mucho con el coche. Tenía que afrontar la situación. Gloria echó a correr por el césped.
  --¡Robbie! ¡Robbie!
  De repente se detuvo al ver un magnífico perro de pastor que la miraba con ojos dulces, moviendo la cola.
  --¡Oh, que perro más bonito! -dijo Gloria subiendo los escalones del porche y acariciándolo cautelosamente-. ¿Es para mí, papá? --Sí, es para ti, Gloria -dijo su madre, que acababa de aparecer junto a ellos-. Es muy bonito, y muy bueno…
Le gustan las niñas.
  --¿Y sabe jugar? --¡Claro! Sabe hacer la mar de trucos. ¿Quieres ver algunos? --En seguida. Quiero que lo vea Robbie también. ¡"Robbie"!... -Se detuvo, vacilante, y frunció el ceño-
Apostaría a que se ha encerrado en su cuarto, enojado conmigo porque no le he llevado al visivoz. Tendrás que explicárselo, papá . A mí quizá no me creería, pero si se lo dices tú sabrá que es verdad.
  Weston se mordió los labios. Miró a su mujer, pero ella apartaba la vista.
  Gloria dio rápidamente la vuelta y bajó los escalones del sótano al tiempo que gritaba: --¡Robbie..., ven a ver lo que me han traído papá y mamá! ¡Me han comprado un perro, Robbie!
  Al cabo de un instante, había regresado asustada.
  --Mamá, Robbie no está en su habitación. ¿Dónde está? -No hubo respuesta; George Weston tosió y se sintió repentinamente interesado por una nube que iba avanzando perezosamente por el cielo. La voz de Gloria estaba preñada de l grimas-. ¿Dónde está Robbie, mamá? Mrs. Weston se sentó y atrajo suavemente a su hija hacia ella.
  --No te importe, Gloria. Robbie se ha marchado, me parece.
  --¿Marchado?... ¿Adónde? ¿Adónde se ha marchado, mamá? --Nadie lo sabe, hijita. Se ha marchado. Lo hemos buscado y buscado por todas partes, pero no lo encontramos.
  --¿Quieres decir que no va a volver nunca más? -sus ojos se redondeaban por el horror.
  --Quizá lo encontraremos pronto.
Seguiremos buscándolo. Y entretanto puedes jugar con el perrito. ¡Míralo!
Se llama "Relámpago" y sabe...
  Pero Gloria tenía los párpados bañados en l grimas.
  --¡No quiero el perro feo! ¡Quiero a Robbie! ¡Quiero que me encuentres a Robbie!
  Su desconsuelo era demasiado hondo para expresarlo con palabras, y prorrumpió en un ruidoso llanto.
  Mrs. Weston pidió auxilio a su marido con la mirada, pero él seguía balanceando rítmicamente los pies y no apartaba su ardiente mirada del cielo, de manera que tuvo que inclinarse para consolar a su hija.
  --¿Por qué lloras, Gloria? Robbie no era más que una máquina, una máquina fea... No tenía vida.
  --¡No era una máquina! -gritó Gloria con fuego-. Era una persona como tú y como yo y además era mi amigo.
¡Quiero que vuelva! ¡Oh, mamá, quiero que vuelva...!
  La madre gimió, sintiéndose vencida, y dejó a Gloria con su dolor.
  --Déjala que llore a su gusto -le dijo a su marido-; el dolor de los chiquillos no es nunca duradero.
Dentro de unos días habrá olvidado que aquel espantoso robot haya existido.
  Pero el tiempo demostró que Mrs.
Weston había sido demasiado optimista. Desde luego, Gloria dejó de llorar, pero dejó de sonreír y cada día se mostraba más triste y silenciosa.
Gradualmente, su actitud de pasiva infelicidad fue minando a Mrs. Weston y lo único que la retenía de ceder, era su incapacidad de confesar la derrota a su marido.
  Hasta que una noche, entró en el "living", se sentó y se cruzó de brazos, desalentada. Su marido estiró el cuello para verla por encima del periódico.
  --¿Qué te pasa, Grace? --Es esta chiquilla, George. He tenido que devolver el perro hoy.
  Gloria me dijo que no podía soportar verlo. Hará que tenga un ataque de nervios.
  Weston dejó el periódico a un lado y un destello de esperanza apareció en sus ojos.
  --Quizá..., quizá tendríamos que volver a pedir a Robbie. Es posible, sabes... Puedo hablar con...
  --¡No! -respondió ella secamente-.
No quiero oír hablar de él. No vamos a ceder tan fácilmente. Mi hija no tiene que ser criada por un robot, aunque necesite años para quitárselo de la cabeza.
  Weston volvió a tomar el periódico con aire decepcionado.
  --Un año así y tendré el cabello prematuramente gris.
  --No eres de gran ayuda, George -fue la glacial contestación-. Lo que Gloria necesita es un cambio de ambiente. Aquí no puede olvidar a Robbie, desde luego. ¿Cómo puede olvidarlo si cada árbol y cada roca se lo recuerda? Es realmente la situación más tonta de que he oído hablar. ¡Imagínate una criatura desfalleciendo por la pérdida de un robot!
  --Bien, vamos al grano. ¿Cuál es el cambio de ambiente que planeas? --Vamos a llevarla a Nueva York.
  --¡En agosto! Oye, ¿sabes lo que representa Nueva York en agosto? ¡Es insoportable!
  --Hay millones que lo soportan.
  --No tienen un sitio como éste donde estar. Si no tuviesen que quedarse en Nueva York, no se quedarían.
  --Pues nosotros tendremos que quedarnos también. Vamos a salir en seguida, en cuanto hayamos hecho los preparativos. En Nueva York, Gloria encontrará suficientes distracciones y suficientes amigos para hacerle olvidar esta máquina.
  --¡Oh, Dios mío!... -gruñó el infeliz marido-. ¡Aquellos pavimentos abrasadores!
  --Tenemos que ir -fue la implacable respuesta-. Gloria ha perdido dos kilos este mes y la salud de mi hijita es más importante para mí que tu comodidad.
  --Es una lástima que no hayas pen sado en la salud de tu hijita antes de privarla de su querido robot -murmuró él..., para sí mismo.
Gloria dio inmediatamente síntomas de mejoría en cuanto oyó hablar del inminente viaje a la ciudad. Hablaba poco de él, pero cuando lo hacía era siempre con vivo entusiasmo. Comenzó de nuevo a sonreír y a comer con su precedente apetito.
  Mrs. Weston no cabía en sí de júbilo y no perdía ocasión de demostrar su triunfo sobre su todavía escéptico marido.
  --¿Lo ves, George? Ayuda a hacer el equipaje como un angelito y charla como si no hubiese tenido un disgusto en su vida. Es lo que te dije, lo que necesitaba era fijar su interés en otra cosa.
  --¡Ejem!... -respondió el marido, escéptico-. Esperemos que así sea.
  Los preliminares se hicieron rápidamente. Se tomaron las disposiciones para el alojamiento en la ciudad y un matrimonio quedó encargado del cuidado de la casa de campo. Cuando finalmente llegó el día de la marcha, Gloria había vuelto a ser la misma de antes y ni la menor alusión de Robbie pasó por sus labios.
  Con el mejor humor, la familia tomó un taxigiro hasta el aeropuerto (Weston hubiera preferido ir en su autogiro, pero era sólo un dos plazas y no había sitio para el equipaje) y entraron en el avión que esperaba para salir.
  --Ven, Gloria, te he reservado un sitio al lado de la ventana para que veas el paisaje.
  Gloria ocupó el sitio indicado, aplastó su naricilla contra el grueso vidrio y miró con un interés que aumentó al comenzar a rugir los motores
Era demasiado pequeña para asustarse cuando la tierra empezó a alejarse a sus pies y sintió aumentar el doble de su peso. Sólo cuando la tierra hubo cambiado de aspecto y se convirtió en una vasta manta de cuadros de colores, apartó la nariz del vidrio y se volvió hacia su madre.
  --¿Llegaremos pronto a la ciudad, mamá? -preguntó rascándose la nariz helada y observando cómo se desvanecía la mancha opaca que su aliento había dejado en la ventana.
  --Dentro de media hora, hija mía.
¿No estás contenta de que vayamos? -añadió con sólo un leve tono de ansiedad en la voz-. ¿No vas a ser muy feliz en la ciudad, con los edificios y la gente y tantas cosas que ver? Iremos al visivoz cada día, y al teatro, y al circo y a la playa, y...
  --Sí, mamá -fue la respuesta sin entusiasmo de la chiquilla. La nave pasaba en aquel momento sobre un mar de nubes y Gloria quedó en el acto absorbida en la contemplación de aquella masa que tenía a sus pies. Después volvieron a encontrarse en medio de un cielo azul y se volvió hacia su madre con un súbito aire misterioso de secreto.
  --Ya sé por qué vamos a la ciudad, mamá.
  --¿Sí, hija mía? -dijo Mrs. Weston intrigada-. ¿Y por qué? --No me lo has dicho porque querías darme una sorpresa, pero lo sé.
-Quedó un momento sumida en la admiración de su aguda perspicacia y
después se echó a reír alegremente-.
Vamos a Nueva York porque allí podremos encontrar a Robbie, ¿no es verdad? Con detectives.
  La suposición pilló a George Weston en el momento de beber un vaso de agua, con desastrosos resultados.
Hubo una especie de ronquido, un géiser de agua y una tos de alguien que se ahoga. Cuando todo hubo terminado, ofreció el aspecto de una persona profundamente contrariada, tenía el rostro colorado y estaba mojado de pies a cabeza.
  Mrs. Weston mantuvo su compostura, pero cuando Gloria hubo repetido su pregunta con el ansia redoblada en la voz, su mal humor triunfó.

  --Quizá -repitió secamente-. Y ahora siéntate y estáte quieta, por el amor de Dios.

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