La verdad siempre duele
Digámonos
la verdad: ni la clase política que se untó las manos de sangre, ni los
empresarios que financiaron a los grupos paramilitares, ni los generales como
Rito Alejo del Río, que patrullaban las regiones de la mano del Alemán, ni la
Iglesia que permitió a sus obispos asumir una posición proactiva en defensa del
paramilitarismo, como lo hizo en su momento monseñor Isaías Duarte o monseñor
Héctor Gutiérrez Pabón, quien calificó al fundador del narcoparamilitarismo
Víctor Carranza como “un defensor de la paz”: ninguno de ellos quieren asumir
su cuota de responsabilidad en esta guerra.
Para
ese país que se siente inescrutable y que hasta el día de hoy considera casi
una profanación el que la justicia hubiese destapado el escándalo de la
parapolítica o los falsos positivos, ese es un acto de contrición indigno,
inaudito y totalmente injusto. Para ese país, que se siente intocable, los
únicos que deben pedir perdón, decir la verdad y resarcir a sus víctimas son
las Farc. Y a ellos, a los inescrutables, en lugar de pedirles actos de
contrición que los igualen con terroristas, el país entero debería agradecerles
por su incansable batalla en defensa de las instituciones democráticas, durante
estos 50 años de guerra.
Por
eso, según ese país que levita sobre los mortales, a la jurisdicción de paz que
se crearía, no deberían ir ni políticos, ni empresarios, ni miembros de la
fuerza pública. A ese tribunal solo debería ir la guerrilla de las Farc, que,
de acuerdo con su sesgada versión de la historia reciente, son los únicos
responsables de los cerca de 200.000 víctimas y más de 50.000 desaparecidos que
nos dejó esta guerra.
Así
entendí yo, la esencia de las declaraciones del vicepresidente Germán Vargas
Lleras, quien por fin tuvo la honestidad de decir lo que pensaba de los
acuerdos pactados en La Habana: muy bien que se desmovilicen las Farc y que
entreguen sus armas; muy bien que tengan que ir a un tribunal a decir la verdad
sobre sus crímenes contra los derechos humanos y que tengan que reparar a sus
víctimas; y muy bien que la Fiscalía busque hasta encontrar el dinero de las
Farc… pero, ¡caramba!, ¿cómo así que van a llamar a esa misma Jurisdicción
Especial para la Paz a empresarios y a políticos a rendir cuentas? ¿Cuentas de
qué? ¿De cómo sufrieron la extorsión de las Farc y de cómo van a ser enlodados
por falsos testigos?
Yo
discrepo de esa visión maniquea sobre lo que nos pasó en estos 50 años de
conflicto. Nadie puede negar que las Farc son responsables de mucha de la
sangre que corrió en estas décadas; cometieron atropellos en contra de la
población que hoy le deben estar quitando el sueño a muchos comandantes. Por
primera vez van a tener que decir la verdad y asumir una responsabilidad que
hasta ahora habían negado. Tendrán que enfrentar a sus víctimas y aceptar los
horrores cometidos: desde el atentado al Club El Nogal, pasando por el
secuestro que afectó de manera irreparable la vida de tantos colombianos, hasta
el repudiable atentado cometido en contra del propio vicepresidente Germán
Vargas Lleras. Si no lo hacen, si no son capaces de resarcir con la verdad a sus
víctimas, irán a la cárcel el resto de sus días.
No
obstante, no creo que ellos sean los únicos que deban rendir cuentas. En estos
50 años de conflicto hubo un sector de la población colombiana que también
cometió atropellos, que se alió con el narcotráfico y el paramilitarismo,
pensando que esa era la forma de acabar con las Farc; hubo políticos,
empresarios y hasta obispos que creyeron en el proyecto paramilitar, que fueron
elegidos con sus votos, que formaron parte de la paraeconomía y obispos que le
dieron la bendición.
Todos
ellos están en el deber ético de pedirles perdón a las víctimas. No solo las
Farc. Incluida la Iglesia, cuya neutralidad en este momento histórico refleja
una actitud timorata más cercana al país de Germán Vargas, que al que refleja
el acuerdo de paz. Unos y otros, deben ir a esa Jurisdicción de Paz a rendir
cuentas.
En
ese espectro es que radica la importancia histórica de lo acordado en La
Habana: no basta con que las Farc digan la verdad y resarzan a sus víctimas,
porque la catarsis sería incompleta y la reconciliación sería una farsa. Se
necesita que esa otra parte de la sociedad, que hoy no quiere asumir su
responsabilidad, lo haga. Esa es la única manera para que el horror que nos
pasó no se vuelva a repetir.
Esta
es la razón central que llevó a la fiscal Fatou Bensouda de la CPI a exaltar
este acuerdo que se cerró en La Habana con las Farc. Según ella, cumple con los
estándares de la justicia internacional porque logra que todos los actores del
conflicto -no solo las Farc- vayan a la Jurisdicción de Paz a rendir cuentas.
La verdad sana, pero repito, no puede ser un deber ético solo de las Farc.
A
los que se van a venir lanza en ristre contra la fiscal de la CPI -no faltará
el uribista que diga que es una fiscal castro-chavista-, por haberle dado la
bendición a un acuerdo que para muchos es demasiado amplio, les recuerdo la
frase lapidaria de Álvaro Gómez, cuando concluyó que el problema del país no
eran solo las guerrillas y sus atropellos, sino la existencia de un régimen
corrupto, el mismo que terminó asesinándolo. Y no me vengan con el cuento ahora
de que él también era castro-chavista.
http://www.semana.com/opinion/articulo/maria-jimena-duzan-la-verdad-siempre-duele/492247
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