BETO
R. Fontanarrosa
Roque llegó más temprano que de costumbre. Incluso
le mangueó el diario a Sandro antes de entrar, para darle una ojeada a las
noticias, de las cuales solo había leído los titulares, por la mañana. Sin
embargo, cuando se encaminó hacia la mesa ya lo vio, allí, a Beto solo,
cabizbajo quizás, reconcentrado, con un pocillo de café vacío, frente suyo.
-¿Qué hacés? -dijo Roque, sentándose en la cabecera y
abandonando el diario para mejor ocasión, sobre una silla vacía.
-Bien... -contestó, mustio, Beto- bah...! Qué sé yo.
Roque dejó pasar esta última consideración, aunque
creyó percibir que la voz de su amigo estaba uno o dos tonos por debajo de lo
normal. Optó por verificar -las manos en los bolsillos, levemente recostado
sobre el respaldo de la silla- quiénes estaban y quiénes no estaban a esa hora
relativamente temprana en el boliche.
-¿Bien? -reiteró la pregunta, como para decir algo,
como para anunciar que, ahora sí, se hallaba presto para el diálogo. O quizás
para chequear el estado de ánimo del Betito, sobre el cual le había quedado esa
sombra de sospecha.
-Bien -suspiró Beto- Bah... -agregó luego- Bien para
la mierda.
-¿Qué pasó?
Beto miró un momento hacia el techo y frunció la
cara. Pareció animarse.
-Nada... Problemas... Algún quilombo que uno tiene...
-Pero... ¿qué?... -arriesgó Roque, temeroso de
invadir propiedades ajenas-
¿Te pasó algo?... ¿O algo que se pueda contar, al
menos?
Beto se rió, o bien dejó escapar aire, dando la idea
de que se había reído.
-Deja -dijo- Qué sé yo... Vos viste como son las
cosas...
Roque entendió que, pese al "dejá" un
tanto imperativo, el resto de la frase mantenía abierta una puerta como para
ingresar a la requisitoria.
-¿Tu viejo? ¿Seguís con el problema de tu viejo?
-¿Mi viejo? ¡No! Mi viejo está fenómeno.
-Pero... Había tenido algún problema, me habías
dicho que estuvo jodido en un momento...
Tan concentrados estaban ambos en el escarceo previo
a la conversación, que no advirtieron, hasta que prácticamente estuvo junto a
ellos, la llegada de Aldo.
i¿Que talco? -inquirió Aldo, sentándose, y con una
entonación cantarina. Sin duda, no había detectado el clima un tanto severo
que campeaba en la mesa, lo meduloso y ligeramente tenso de la charla entre
Roque y Beto. Pero, sin embargo, estaba en su derecho. Nunca, en ''La mesa de
los galanes", se trataban temas importantes o personales. Para eso estaban
las otras mesas, periféricas, para que las dos o más personas que quisieran
dirimir conflictos o negocios de orden privado se trasladaran a ellas, sin
alterar la grata vaguedad de la tertulia, ni introducir un motivo de tensión o
profundidad metafísica en la sabia pelotudez de las discusiones cotidianas. De todos
modos, Aldo, pese a la mínima seriedad de su saludo, se abismó de inmediato en
sus cavilaciones y, toqueteándose obsesivamente el bigote, se quedó mirando
hacia el ventanal que da a calle Santa Fe. Roque y el Beto apenas si lo
saludaron. El Beto explicaba, ya, el asunto de su viejo.
-Estuvo jodido -había dicho- Casi parte el Mario.
Venía pidiendo pista. Pero ahora anda fenómeno. -El otro día fue a ver a
Córdoba y todo. No...El viejo, diez puntos.
-Ah...
Roque se quedó en silencio. Ahora sí, parecía que
Beto había dado por cerrado el diálogo, casi antes de comenzarlo. Estuvo a
punto de dirigirse a Aldo, preguntarle algo, como para arrancarlo de su ensoñación
de mirada perdida y del continuo alisarse del bigote, bajo la nariz. Entonces
el Betito habló.
-Marta -dijo- El quilombo es con Marta.
-¿Qué pasó? -exageró alarmarse Roque. Incluso Aldo
abandonó su actitud contemplativa, girando la cabeza hacia Beto, estudiándolo.
-Roja -sintetizó Beto.
-¿Tarjeta roja?
Beto asintió con la cabeza. -Me sacó la roja.
-¿Y había habido amarillas antes?
-¡Uh! -Beto gesticuló sin alegría-. ¡Sabes cuántas
había habido!
Roque se mantuvo un instante callado. Era notorio
que su amigo estaba jodido de veras. Incluso Aldo miraba, ahora, fijamente el
cuello de la camisa de Beto, como si hubiese descubierto allí un mensaje-indescifrable.
-Bueno... -tanteó Roque- Pero... Vos viste como son
las mujeres. Estos quilombos, en las parejas, son comunes. Vos me dijiste que
dos por tres tenían un bolonqui parecido...
-Sí. Pero éste no. Éste es definitivo. Terminal... En
fin... -se reincorporó de golpe Beto, pegando una palmada en la mesa como
tratando de darse ánimo-. Ya está... Qué se le va a hacer... Desde anoche soy
un desocupado más... Habrá que empezar una vida nueva...
Roque se encogió de hombros. Esta vez, sí, la cosa
parecía cerrarse por voluntad del propio interesado.
-Es así -dijo- Estas cosas son así...
-Es que yo venía haciendo muchas cagadas, Roque -Beto
retomó, de repente, el tono austero y coloquial, cruzándose de brazos sobre la
mesa- Muchas cagadas...
-¿Cómo qué... por ejemplo?
-Borrarme, desaparecer, no pintar ni ahí por varios
días... Boludeces ¿viste?
-Pero... ¿ustedes estaban viviendo juntos?
-Y... -calculó Beto- Digamos que sí. Prácticamente
sí. Hace ya casi siete meses que yo me había instalado en la casa de Marta.
-¡Siete meses! -se asombró Roque.
-Si no más, si no más...
-Ahí la cosa cambia...
-Ahí la cosa cambia porque, cuando vos empezás a
salir y, por ahí, cada tanto, te quedás a apoliyar en lo de la mina, bueno, más
o menos, uno no entabla un compromiso de verse siempre. O de quedarse a
apoliyar todas las noches...
-Ahí la cagaste, Burt Lancaster.
-Porque uno es un boludo, un boludo de cuarta. Y
comete ese error. Primero te quedás a apoliyar una noche y después te pirás.
Vos mismo te ponés el límite. "Bueno, me quedo esta noche, pero después me
piro, cosa de que esta mina no se piense de que uno viene al pie todos los
días". Pero...
-Pero.
-La de siempre. Vos decís "Me voy a quedar una
noche por semana", pongamos. O dos, siendo generosos. Pero... ¿qué pasa?
Vos te dejás las otras fechas libres con toda la mala intención de engancharte
una minita de vez en cuando. Y alternar.
-Y alternar.
-Pero la única verdad es la realidad, decía el
General. Y la realidad es que, la mayoría de las veces, la mayoría de los días,
no hay minita, ni enganche, ni las pelotas. Y terminás a la noche volviendo
solo a tu departamento -que para colmo es una cagada de departamento-
comprándote un cuarto de pollo en la rotisería...
-Si no te salvan las salchichas de Viena... - acotó
Roque.
-Si no te salvan las salchichas de Viena, viendo
televisión blanco y negro solo como un boludo... Y entonces te vas a lo de tu
mina. Vas una noche, vas a la noche siguiente...
-Y ya se crea el compromiso...
-Tácito. No hablado. Pero compromiso al fin. Lo que
pasa es que uno se hace el boludo y cree, por ahí, que zafa. Y desaparece. Te
haces el gil, no decís nada, y no aportas por dos o tres días...
-Que fue lo que hiciste vos.
-Aunque en este caso sí, hubo una mina. Una loca, una
reventada, pero, ¿viste?... Uno se enfiesta y... La cuestión que aterricé
anoche, ya viéndome venir la maroma y... ¡La cara que tenía la Marta! ....
El discurso de Betito se ensombreció. Por un momento
pareció que no iba a seguir. Luego continuó, en un tono aun más bajo y pausado.
-Se ve que me había estado esperando, pobre,
levantada... Eran como las tres de la matina... Se había tomado un par de
Lexotanil... Le quise explicar...
Le quise armar un verso... Pero... ¿sabes qué? Me
mandó a la recalcada concha de mi madre.
Se hizo un silencio. Ahí irrumpió Aldo, muy serio,
casi respetuoso.
-¿No será que te ama y no sabe expresarlo?
Roque lo miró fijo, crucificándolo. No eran momentos
para jodas.
-Y bueno -volvió a suspirar Beto, como si no hubiese
escuchado a Aldo-. Así es la cosa...
-Por ahí se recompone
Beto -procuró alentarlo Roque-. Deja pasar unos días y...
-No, no...
Esta vez va en serio... Vos te das cuenta
cuando la cosa va en serio...
El Negro Moreyra pasó junto a la mesa v dejó un par
de cortados. Aldo le pidió un mate. Había vuelto a desentenderse del asunto.
-Y bueno, viejo... -se animo Roque-. Enfocale; desde
otro punto de vista. Borrón y cuenta nueva. Ahora vas a tener todo el tiempo
del mundo para las otras minas ¿No hacía tiempo que vos andabas dándole vueltas
a osa otra, la flaca... Ésa que...
-¿Cuál?-se interesó Beto.
-Esa que me decías
que estaba buenísima... la amiga de
Lucy... la que enseña pintura...
-Ah... La Sonia. Pero no es amiga de Lucy. Es amiga
de Malena.
-Esa ¿No era que querías salir con esa? Bueno, ahí
tenés...
Beto inclinó la cabeza, compungido.
-¿No me decías que no tenías tiempo para hacer una
mano con ella? -insistió Roque- ¿Qué era una mina con la que había quo ponerse
de novio y esas cosas?
-Sí -acordó Beto, su tono de voz cada vez más
inaudible-. No es de las que te vas a encamar un par de horas al mediodía, o a
hacerte un siestero. A ésa la tenés que llevar a cenar. Y a algún lugar no
demasiado escondido. Y algún regalito también... En fin, todos los chiches. No
es la Chunchuna.
-Pero está buenísima, me decías.
Beto torció la cabeza, mordiéndose una uña, sí. Musitó.
-Y bueno -reafirmó Roque, contento de haberle
encontrado a su amigo una hipótesis de conflicto.
Se quedaron en silencio, revolviendo morosamente
los cortados Moreyra llegó con el mate para Aldo.
-Acá, al amigo -le encomendó Aldo, serio-. Después
traele una "lágrima".
Roque volvió a mirarlo, admonitorio. Pero Aldo le
esquivó la mirada y tornó a su ensimismamiento contemplativo
-¿Por qué no te abocás a eso? -la siguió Roque, para
agregar, poco original- A rey muerto, rey puesto.
Beto pegaba con la cucharita en el fondo del pocillo
como si fuese un pequeño mortero.
-¿Sabes qué pasa? ¿Sabes qué pasa? -dijo después-
Parece mentira, pero... Estoy hecho mierda. Hecho mierda estoy.
Y era cierto. Roque nunca lo había visto así. Debía
estar muy seriamente hecho mierda para verse movido a reconocerlo, él, tan
orgulloso. Y, además, decirlo frente al Aldo, con quien, si bien había cierto
conocimiento, no había una amistad ni una confianza profunda.
-Pasa eso... -articuló Roque, solemne- Uno nunca sabe
cuánto puede llegar a dolerle...
-Es lo que siempre decía la gata Flora- terció, de
nuevo, escueto. Aldo, ajeno a la densidad del momento. Roque sintió una
sofocación a la altura del cuello. Beto, no obstante, parecía no haber registrado
la desafortunada intervención.
-Cuánto puede llegar a dolerte -ayudó Roque,
intentando demostrarle al Aldo con su reiteración que había estado mal-. Antes
de la separación, decís vos... Antes de cualquier separación...
-Es un desgarramiento... -acordó Beto.
-Mira Checoeslovaquia -apuntó Aldo.
-Yo pensaba... -dada su situación extrema Beto no
temía al ridículo- Mirá las cosas que a uno se le ocurren. O las comparaciones
boludas que hace. Yo me acordaba que, una vez, en la casa de mi vieja, en el
fondo, había una planta, un... qué sé yo... un arbusto. Grande, es una planta
que da una florcita blanca, muy linda... pero que se había hecho enorme... Y,
la verdad, es que daba esas florcitas...
-Corona de novia... -dijo Roque.
-No le hables de novia... -masculló Aldo, mirando
hacía otra parte.
-Sería eso. Pero daba esas florcitas solamente
durante una semana al año.
Ahí sí, ahí se ponía lindísima, quedaba blanca,
blanca. Pero, el resto del tiempo, no servía para una mierda, era una cagada. Y
estaba justo justo en medio del jardín. Y un día mi vieja dijo
"Saquémosla, saquemos esta porquería porque nos quita mucho espacio".
Sinceramente, cuando la plantaron nadie se imaginó que iba a crecer tanto. La
cuestión es que la sacamos. Vino un vecino amigo que era medio jardinero y la
sacó a la mierda ¡Y no sabés el espacio enorme que quedó vacío! Fue increíble.
Yo nunca hubiese podido imaginar, o calcular, que iba a quedar tanto espacio
vacío. El jardincito parecía enorme...
Roque lo miró con atención, esperando la metáfora.
-Y eso es lo que pasa con estas relaciones, estas
relaciones afectivas -cumplimentó Beto- Vos, por ahí, en algún momento,
considerando que hacés algunas travesuras, tenés en claro que puede llegar
el momento en que te peguen un voleo en el culo. Y tratás de adivinar cómo te
vas a sentir cuando eso ocurra...
-Cómo te vas a sentar. Cómo te vas a sentar - dijo
Aldo. Roque se echó hacia atrás, como si le hubiesen palmeado la frente. Y
aprovechó que Beto estaba aún con la cabeza gacha, para hacerle un gesto al
Aldo, solicitándole -con las palmas de las manos hacia arriba- comprensión, y
quizás piedad, para el amigo vencido Aldo, esta vez sí, aprobó un par de veces,
veloz, con la cabeza, admitiendo que se había extralimitado. Roque sabía que
Aldo era un humorista compulsivo, que muy difícilmente lograba reprimirse.
-...pero es imposible dimensionarlo -Beto meneaba sin embargo su cabeza, como si no hubiese oído
la acotación extemporánea-. Imposible. Te quedás sin un punto de referencia
importante.
-Totalmente -asintió Roque-. Son experiencias
intransferibles. Como si uno quisiera llegar a calcular cuánto puede llegar a
dolerle pegarse un martillazo en los dedos... -advirtió en un pantallazo que
Aldo estaba por decir algo. Pero lo vio contenerse, tal vez, ante su mirada-.
Alguien puede venir y decirte "Te voy a pegar un martillazo en los
dedos" pero nadie puede transmitirte cuánto puede llegar a dolerte...
-No... No... -pareció decir para sí mismo Beto-. Por
ahora me voy a olvidar lo de Sonia o cualquier cosa de ese tipo...
-Ah, si es un tipo ya es más grave... -tiró como un
flechazo el Aldo.
-Me parece que lo que voy a hacer... -siguió Beto- ... es tomármelas unos días a otra parte. Hoy
a la mañana me encontré con el Belga y me dijo que se iba para General Roca. Es menos de
una semana. Me voy a la mierda y me limpio el bocho. Me alejo un poco...
¿viste?
Roque dudó.
-Va en el auto. Allá tiene donde parar -siguió Beto.
-Sí -intercaló Aldo-. Más vale que pare porque
después ya está el Estrecho de Magallanes.
-Es un viaje de la gran puta- marcó Roque. Beto se
encogió de hombros-. Y mira... yo no sé... Es tu decisión, después de todo...
Pero, uno se va con el problema. No lo dejas acá. Uno va con uno y no hay
remedio. Te digo porque acá, bueno, al menos tenés los amigos, una oreja para
que te escuche...
-Háblele más fuerte que es sordo -recreó Aldo el
final del viejo chiste.
-No sé, Beto, siempre la ciudad un poco te defiende.
-Ya sé, Roque, ya sé. No te creas que es la primera
vez que me pasa un quilombo como éste...
-Te digo, porque yo me rajé a Porto Alegre cuando
aquel despelote con Georgina, y a los dos días ya me quería volver. Andaba
llorando por los rincones.
Mira si ibas a Porto Triste -otra vez Aldo.
-Ya sé, Roque, ya sé. Pero acordate que yo voy con el
Belga. No voy solo. Por lo menos cambio de aire. Y no es tan fácil que me
agarre la tentación de cazar el teléfono y....
-Claro, llamarla a Marta...
-Claro. Al menos dejar por ahora que las cosas se
enfríen...
Beto se puso de pie imprevistamente y se alejó hacia
el baño. Roque aprovechó la volada, en alas de la sofocación que todavía
sentía.
-Aldo -
le dijo-. No seas hijo de puta. Date cuenta que este tipo está hecho
mierda. La mina acaba de pegarle una patada en el orto y a vos lo único que se
te ocurre es hacer chistes. Chistes pelotudos para colmo.
-Sí. Sí, perdona -admitió el Aldo-. Pero, me la dejan
picando. Y además, cuando lo vi tan caído quise levantarle el ánimo...
-¿Qué "levantarle el ánimo", querido? Tenés
que tener más sentido de la oportunidad...
-¿No leíste...?
-El otro está hecho percha y vos jodiendo.
-¿No leíste "La risa remedio infalible"?
¿Te acordás, en el "Selecciones"?
-Cortala, viejo.
Betito había vuelto a sentarse. Al parecer se había
lavado la cara.
-Esta noche me voy a ir al boliche del Pitu -
anunció.
-Ojo con los copetines, Beto -Roque le puso una mano
sobre el brazo, procurando no resaltar demasiado paternal.
-Dejá.
Dejá -desestimó
Beto-. Me coloco con un par de whiskis, algún champú. Así
por lo menos esta noche me puedo dormir. Anoche no pegué un ojo.
-¿Seguís con el negocio de las muñecas? -pregunto,
críptico, Aldo. Roque lo miró para fulminarlo- Perdón, perdón... -se excusó
Aldo.
-No. Si yo no soy de chuparme... -calmó Beto.
-Si pega ojos... -Aldo procuró explicar ante la
mirada llameante de Roque- hará muñecas... digo yo. Está bien. Ya pasó. Ya
paso.
-Mira que si tenés que manejar -optó por continuar
Roque-. ¿Cuándo se van con el Belga?
-Mañana. Mañana temprano. Pero que maneje él. Yo
apoliyo. Además, el Belga no te da el volante ni que se cague...
Roque advirtió que Aldo estaba tentado de decir
algo. Pero luego juzgó prudente callar.
A la mañana siguiente, sábado, Roque aterrizó casi
cerca del mediodía en El Cairo. Otra vez, antes de entrar, le mangueó el diario
a Sandro, dispuesto a leerlo mientras tomaba el desayuno. Fue cuando lo
encontró a Willy que pasaba, con su pibe, rumbo a calle Córdoba. Willi le contó
que, la noche anterior, en lo del Pitu, el Beto se había levantado un pedo
descomunal, como para quince personas. Que se lo habían tenido que llevar entre
cuatro.
Que había bailado hasta la madrugada. Que había
reído e incluso llorado, en algunas de las cimas de su extravío. Que cuando
él, Willi, se fue, Beto estaba parado arriba de una mesa, cantando una canción
melancólica en francés.
Roque dijo "Mirá vos'", meneó la cabeza,
despidió a Willi que continuaba su camino y se metió en el boliche. Y allí, en
la Mesa de los Galanes, sentado a la cabecera, igual que la tarde anterior,
estaba el Beto. No bien lo vio entrar, levantó un brazo en alto en un saludo
triunfal. Roque temió que siguiera en pedo. Pero se lo veía impecable, como
siempre. Como recién bañado. Algo pálido tal vez, pero hasta perfumado. Cuando
Roque se sentó a su lado, Beto le pegó una palmada ampulosa en el hombro y no
quitó la mano de allí.
-¿Qué hacés Beto? -se rió Roque- ¿No te ibas a Roca
con el Belga?
-Roque... -anunció Beto-. Triunfo. Triunfo total...
-¿Qué es eso? ¿De qué carajo me hablás?
-Anoche...
-Ya me dijeron. Te agarraste un pedo de novela. Ya
sé todo ¿Qué pasó? ¿Te enganchaste a la Sonia en lo del Pitu? ¿O estaba la
otra, la grandota?
Beto negó con la cabeza, los ojos cerrados, la sonrisa
ancha.
-Nada de eso. Nada de eso, mi viejo, ahora estoy en
otra...
-¿Que pasó?
-Me arreglé con Martita.
Roque se quedó mudo mirándolo:
-No jodas -dijo al fin
Recién entonces Beto quitó su mano del hombro del
amigo
-Así es, mi viejo. La Marta me perdonó. Creo que el
pedo que me alcé en lo del Pitu me animó a ir a hablarle. Fui, puse la cara,
traté de recomponer más o menos el asunto. Explicarle no, porque... ¿qué mierda
le iba a explicar? Perú le dije lo que yo sentía por ella, como me había
sentido después de que ella me largó de culo.
En fin. Todo eso...
-Arriaste alguna bandera, supongo. Alguna concesión
hiciste…
-Todas Roque. Si es por amar, arrié todas las
banderas. Negocié algo. Con lo poco que tenia para negociar, negocié...
-Dormir todas las noches ahí -enumeró Roque-. No
desaparecer a la primera de cambio...
-Usted lo ha dicho. Usted lo ha dicho..
-Pero... bien, Beto. Bien, no se puede tener todo.
-Bien... La verdad, estoy contento. Me había golpeado
mucho el asunto...
Como obedeciendo a un conjuro ineludible, no llegó a
la mesa en ese momento ni Ricardo, ni el Sobo, ni el Turco, sino, una vez más,
el Aldo
-¿Puedo? -consultó, cauto, antes de sentarse. Roque
le señaló la silla con el mentón, permitiendo.
-¿Qué hacés Aldo? -le dijo Beto. Luego, sin esperar
respuesta, siguió con Roque.
- ¿Tenés una tarjeta?
- ¿Una tarjeta?
-Para el teléfono.
Roque empezó a buscar en los bolsillos internos del saco.
- ¿Qué hacés, boludo?-preguntó en tanto, risueño, Beto
al Aldo-. Hace mucho que no aportás por acá. Ya te estaba extrañando.
- ¿Mucho...? --atinó a decir el Aldo, pero ya Roque le extendía una tarjeta
al Beto.
-¿La vas, a llamar a Marta? -preguntó Roque mientras
Beto se paraba.
- Eso se llama marcar tarjeta -se atrevió Aldo, en un hilo de voz
- No, querido-- contestó Beto a Roque- La voy a llamar a esta minade la que
hablábamos anoche. A la Sonia.
Roque lo miró, un tanto desconcertado.
-Ahora estoy bien-- agregó Beto-. Estoy tranquilo.
Estoy de ánimo. No iba a salir con la Sonia si me da pelota, estando
destrozado.
Se fue hacia el teléfono. Antes de llegar giró y le
gritó al Aldo. Señalándole a Roque.
- Contale un chiste, Aldo. Entretenelo mientras yo
vuelvo.
Roque extendió los dos brazos sobre la mesa.
- Contame un chiste, Aldo -- pidió al fin.
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