domingo, septiembre 18, 2016

BETO
   R.  Fontanarrosa 

Roque llegó más temprano que de costumbre. Incluso le mangueó el diario a Sandro antes de entrar, para darle una ojeada a las noticias, de las cuales solo había leído los titulares, por la mañana. Sin embargo, cuando se encaminó hacia la mesa ya lo vio, allí, a Beto solo, cabizbajo quizás, reconcen­trado, con un pocillo de café vacío, frente suyo.

-¿Qué hacés? -dijo Roque, sentándose en la cabecera y abandonando el diario para mejor oca­sión, sobre una silla vacía.

-Bien... -contestó, mustio, Beto- bah...! Qué sé yo.

Roque dejó pasar esta última consideración, aunque creyó percibir que la voz de su amigo estaba uno o dos tonos por debajo de lo normal. Optó por verificar -las manos en los bolsillos, levemente recostado sobre el respaldo de la silla- quiénes estaban y quiénes no estaban a esa hora relativa­mente temprana en el boliche.

-¿Bien? -reiteró la pregunta, como para decir algo, como para anunciar que, ahora sí, se hallaba presto para el diálogo. O quizás para chequear el estado de ánimo del Betito, sobre el cual le había quedado esa sombra de sospecha.

-Bien -suspiró Beto- Bah... -agregó luego- Bien para la mierda.

-¿Qué pasó?

Beto miró un momento hacia el techo y frunció la cara. Pareció animarse.

-Nada... Problemas... Algún quilombo que uno tiene...

-Pero... ¿qué?... -arriesgó Roque, temeroso de invadir propiedades ajenas-

¿Te pasó algo?... ¿O algo que se pueda contar, al menos?

Beto se rió, o bien dejó escapar aire, dando la idea de que se había reído.

-Deja -dijo- Qué sé yo... Vos viste como son las cosas...

Roque entendió que, pese al "dejá" un tanto imperativo, el resto de la frase mantenía abierta una puerta como para ingresar a la requisitoria.

-¿Tu viejo? ¿Seguís con el problema de tu viejo?

-¿Mi viejo? ¡No! Mi viejo está fenómeno.

-Pero... Había tenido algún problema, me habí­as dicho que estuvo jodido en un momento...

Tan concentrados estaban ambos en el escarceo previo a la conversación, que no advirtieron, hasta que prácticamente estuvo junto a ellos, la llegada de Aldo.

i¿Que talco? -inquirió Aldo, sentándose, y con una entonación cantarina. Sin duda, no había detecta­do el clima un tanto severo que campeaba en la mesa, lo meduloso y ligeramente tenso de la charla entre Roque y Beto. Pero, sin embargo, estaba en su derecho. Nunca, en ''La mesa de los galanes", se trataban temas importantes o personales. Para eso estaban las otras mesas, periféricas, para que las dos o más personas que quisieran dirimir conflictos o negocios de orden privado se trasladaran a ellas, sin alterar la grata vaguedad de la tertulia, ni introducir un motivo de ten­sión o profundidad metafísica en la sabia pelotudez de las discusiones cotidianas. De todos modos, Aldo, pese a la mínima seriedad de su saludo, se abismó de inme­diato en sus cavilaciones y, toqueteándose obsesiva­mente el bigote, se quedó mirando hacia el ventanal que da a calle Santa Fe. Roque y el Beto apenas si lo saludaron. El Beto explicaba, ya, el asunto de su viejo.

-Estuvo jodido -había dicho- Casi parte el Mario. Venía pidiendo pista. Pero ahora anda fenó­meno. -El otro día fue a ver a Córdoba y todo. No...El viejo, diez puntos.

-Ah...

Roque se quedó en silencio. Ahora sí, parecía que Beto había dado por cerrado el diálogo, casi antes de comenzarlo. Estuvo a punto de dirigirse a Aldo, pre­guntarle algo, como para arrancarlo de su ensoña­ción de mirada perdida y del continuo alisarse del bigote, bajo la nariz. Entonces el Betito habló.

-Marta -dijo- El quilombo es con Marta.

-¿Qué pasó? -exageró alarmarse Roque. Incluso Aldo abandonó su actitud contemplativa, girando la cabeza hacia Beto, estudiándolo.

-Roja -sintetizó Beto.

-¿Tarjeta roja?
Beto asintió con la cabeza. -Me sacó la roja.

-¿Y había habido amarillas antes?

-¡Uh! -Beto gesticuló sin alegría-. ¡Sabes cuántas había habido!
Roque se mantuvo un instante callado. Era noto­rio que su amigo estaba jodido de veras. Incluso Aldo miraba, ahora, fijamente el cuello de la camisa de Beto, como si hubiese descubierto allí un mensaje-indescifrable.

-Bueno... -tanteó Roque- Pero... Vos viste como son las mujeres. Estos quilombos, en las pare­jas, son comunes. Vos me dijiste que dos por tres tenían un bolonqui parecido...

-Sí. Pero éste no. Éste es definitivo. Terminal... En fin... -se reincorporó de golpe Beto, pegando una palmada en la mesa como tratando de darse ánimo-. Ya está... Qué se le va a hacer... Desde ano­che soy un desocupado más... Habrá que empezar una vida nueva...

Roque se encogió de hombros. Esta vez, sí, la cosa parecía cerrarse por voluntad del propio intere­sado.

-Es así -dijo- Estas cosas son así...

-Es que yo venía haciendo muchas cagadas, Roque -Beto retomó, de repente, el tono austero y coloquial, cruzándose de brazos sobre la mesa- Muchas cagadas...

-¿Cómo qué... por ejemplo?

-Borrarme, desaparecer, no pintar ni ahí por varios días... Boludeces ¿viste?

-Pero... ¿ustedes estaban viviendo juntos?

-Y... -calculó Beto- Digamos que sí. Prácticamente sí. Hace ya casi siete meses que yo me había instalado en la casa de Marta.

-¡Siete meses! -se asombró Roque.

-Si no más, si no más...

-Ahí la cosa cambia...

-Ahí la cosa cambia porque, cuando vos empezás a salir y, por ahí, cada tanto, te quedás a apoliyar en lo de la mina, bueno, más o menos, uno no entabla un compromiso de verse siempre. O de que­darse a apoliyar todas las noches...

-Ahí la cagaste, Burt Lancaster.

-Porque uno es un boludo, un boludo de cuarta. Y comete ese error. Primero te quedás a apoliyar una noche y después te pirás. Vos mismo te ponés el límite. "Bueno, me quedo esta noche, pero después me piro, cosa de que esta mina no se piense de que uno viene al pie todos los días". Pero...

-Pero.

-La de siempre. Vos decís "Me voy a quedar una noche por semana", pongamos. O dos, siendo gene­rosos. Pero... ¿qué pasa? Vos te dejás las otras fechas libres con toda la mala intención de engancharte una minita de vez en cuando. Y alternar.

-Y alternar.
-Pero la única verdad es la realidad, decía el General. Y la realidad es que, la mayoría de las veces, la mayoría de los días, no hay minita, ni enganche, ni las pelotas. Y terminás a la noche vol­viendo solo a tu departamento -que para colmo es una cagada de departamento- comprándote un cuarto de pollo en la rotisería...

-Si no te salvan las salchichas de Viena... - acotó Roque.

-Si no te salvan las salchichas de Viena, viendo televisión blanco y negro solo como un boludo... Y entonces te vas a lo de tu mina. Vas una noche, vas a la noche siguiente...

-Y ya se crea el compromiso...

-Tácito. No hablado. Pero compromiso al fin. Lo que pasa es que uno se hace el boludo y cree, por ahí, que zafa. Y desaparece. Te haces el gil, no decís nada, y no aportas por dos o tres días...

-Que fue lo que hiciste vos.

-Aunque en este caso sí, hubo una mina. Una loca, una reventada, pero, ¿viste?... Uno se enfiesta y... La cuestión que aterricé anoche, ya viéndome venir la maroma y... ¡La cara que tenía la Marta! ....

El discurso de Betito se ensombreció. Por un momento pareció que no iba a seguir. Luego conti­nuó, en un tono aun más bajo y pausado.

-Se ve que me había estado esperando, pobre, levantada... Eran como las tres de la matina... Se había tomado un par de Lexotanil... Le quise explicar...

Le quise armar un verso... Pero... ¿sabes qué? Me mandó a la recalcada concha de mi madre.

Se hizo un silencio. Ahí irrumpió Aldo, muy serio, casi respetuoso.

-¿No será que te ama y no sabe expresarlo?
Roque lo miró fijo, crucificándolo. No eran momentos para jodas.

-Y bueno -volvió a suspirar Beto, como si no hubiese escuchado a Aldo-. Así es la cosa...

-Por ahí se recompone Beto -procuró alentar­lo Roque-. Deja pasar unos días y...

-No, no... Esta vez va en serio... Vos te das cuenta cuando la cosa va en serio...

El Negro Moreyra pasó junto a la mesa v dejó un par de cortados. Aldo le pidió un mate. Había vuelto a desentenderse del asunto.

-Y bueno, viejo... -se animo Roque-. Enfocale; desde otro punto de vista. Borrón y cuenta nueva. Ahora vas a tener todo el tiempo del mundo para las otras minas ¿No hacía tiempo que vos andabas dán­dole vueltas a osa otra, la flaca... Ésa que...

-¿Cuál?-se interesó Beto.

-Esa que me decías que estaba buenísima... la amiga de Lucy... la que enseña pintura...

-Ah... La Sonia. Pero no es amiga de Lucy. Es amiga de Malena.

-Esa ¿No era que querías salir con esa? Bueno, ahí tenés...

Beto inclinó la cabeza, compungido.

-¿No me decías que no tenías tiempo para hacer una mano con ella? -insistió Roque- ¿Qué era una mina con la que había quo ponerse de novio y esas cosas?

-Sí -acordó Beto, su tono de voz cada vez más inaudible-. No es de las que te vas a encamar un par de horas al mediodía, o a hacerte un siestero. A ésa la tenés que llevar a cenar. Y a algún lugar no demasiado escondido. Y algún regalito también... En fin, todos los chiches. No es la Chunchuna.

-Pero está buenísima, me decías.

Beto torció la cabeza, mordiéndose una uña, sí. Musitó.

-Y bueno -reafirmó Roque, contento de haber­le encontrado a su amigo una hipótesis de conflicto.

Se quedaron en silencio, revolviendo morosamen­te los cortados Moreyra llegó con el mate para Aldo.

-Acá, al amigo -le encomendó Aldo, serio-. Después traele una "lágrima".

Roque volvió a mirarlo, admonitorio. Pero Aldo le esquivó la mirada y tornó a su ensimismamiento contemplativo

-¿Por qué no te abocás a eso? -la siguió Roque, para agregar, poco original- A rey muerto, rey puesto.

Beto pegaba con la cucharita en el fondo del pocillo como si fuese un pequeño mortero.

-¿Sabes qué pasa? ¿Sabes qué pasa? -dijo des­pués- Parece mentira, pero... Estoy hecho mierda. Hecho mierda estoy.

Y era cierto. Roque nunca lo había visto así. Debía estar muy seriamente hecho mierda para verse movido a reconocerlo, él, tan orgulloso. Y, ade­más, decirlo frente al Aldo, con quien, si bien había cierto conocimiento, no había una amistad ni una confianza profunda.
-Pasa eso... -articuló Roque, solemne- Uno nunca sabe cuánto puede llegar a dolerle...

-Es lo que siempre decía la gata Flora- terció, de nuevo, escueto. Aldo, ajeno a la densidad del momento. Roque sintió una sofocación a la altura del cuello. Beto, no obstante, parecía no haber registra­do la desafortunada intervención.

-Cuánto puede llegar a dolerte -ayudó Roque, intentando demostrarle al Aldo con su reiteración que había estado mal-. Antes de la separación, de­cís vos... Antes de cualquier separación...

-Es un desgarramiento... -acordó Beto.

-Mira Checoeslovaquia -apuntó Aldo.

-Yo pensaba... -dada su situación extrema Beto no temía al ridículo- Mirá las cosas que a uno se le ocurren. O las comparaciones boludas que ha­ce. Yo me acordaba que, una vez, en la casa de mi vieja, en el fondo, había una planta, un... qué sé yo... un arbusto. Grande, es una planta que da una florcita blanca, muy linda... pero que se había hecho enorme... Y, la verdad, es que daba esas florcitas...

-Corona de novia... -dijo Roque.

-No le hables de novia... -masculló Aldo, mi­rando hacía otra parte.

-Sería eso. Pero daba esas florcitas solamente durante una semana al año.

Ahí sí, ahí se ponía lin­dísima, quedaba blanca, blanca. Pero, el resto del tiempo, no servía para una mierda, era una cagada. Y estaba justo justo en medio del jardín. Y un día mi vieja dijo "Saquémosla, saquemos esta porquería porque nos quita mucho espacio". Sinceramente, cuando la plantaron nadie se imaginó que iba a cre­cer tanto. La cuestión es que la sacamos. Vino un ve­cino amigo que era medio jardinero y la sacó a la mierda ¡Y no sabés el espacio enorme que quedó va­cío! Fue increíble. Yo nunca hubiese podido imagi­nar, o calcular, que iba a quedar tanto espacio vacío. El jardincito parecía enorme...

Roque lo miró con atención, esperando la metá­fora.

-Y eso es lo que pasa con estas relaciones, es­tas relaciones afectivas -cumplimentó Beto- Vos, por ahí, en algún momento, considerando que hacés algunas travesuras, tenés en claro que puede llegar el momento en que te peguen un voleo en el culo. Y tratás de adivinar cómo te vas a sentir cuando eso ocurra...

-Cómo te vas a sentar. Cómo te vas a sentar - dijo Aldo. Roque se echó hacia atrás, como si le hu­biesen palmeado la frente. Y aprovechó que Beto es­taba aún con la cabeza gacha, para hacerle un gesto al Aldo, solicitándole -con las palmas de las manos hacia arriba- comprensión, y quizás piedad, para el amigo vencido Aldo, esta vez sí, aprobó un par de veces, veloz, con la cabeza, admitiendo que se había extralimitado. Roque sabía que Aldo era un humo­rista compulsivo, que muy difícilmente lograba re­primirse.

-...pero es imposible dimensionarlo -Beto me­neaba  sin embargo su cabeza, como si no hubiese oí­do la acotación extemporánea-. Imposible. Te que­dás sin un punto de referencia importante.

-Totalmente -asintió Roque-. Son experien­cias intransferibles. Como si uno quisiera llegar a calcular cuánto puede llegar a dolerle pegarse un martillazo en los dedos... -advirtió en un pantallazo que Aldo estaba por decir algo. Pero lo vio contener­se, tal vez, ante su mirada-. Alguien puede venir y decirte "Te voy a pegar un martillazo en los dedos" pero nadie puede transmitirte cuánto puede llegar a dolerte...

-No... No... -pareció decir para sí mismo Be­to-. Por ahora me voy a olvidar lo de Sonia o cual­quier cosa de ese tipo...

-Ah, si es un tipo ya es más grave... -tiró co­mo un flechazo el Aldo.

-Me parece que lo que voy a hacer... -siguió Beto-  ... es tomármelas unos días a otra parte. Hoy a la mañana me encontré con el Belga y me dijo que se iba para General Roca. Es menos de una semana. Me voy a la mierda y me limpio el bocho. Me alejo un poco... ¿viste?
Roque dudó.

-Va en el auto. Allá tiene donde parar -siguió Beto.

-Sí -intercaló Aldo-. Más vale que pare por­que después ya está el Estrecho de Magallanes.

-Es un viaje de la gran puta- marcó Roque. Beto se encogió de hombros-. Y mira... yo no sé... Es tu decisión, después de todo... Pero, uno se va con el problema. No lo dejas acá. Uno va con uno y no hay remedio. Te digo porque acá, bueno, al menos tenés los amigos, una oreja para que te escuche...

-Háblele más fuerte que es sordo -recreó Aldo el final del viejo chiste.

-No sé, Beto, siempre la ciudad un poco te defiende.

-Ya sé, Roque, ya sé. No te creas que es la pri­mera vez que me pasa un quilombo como éste...

-Te digo, porque yo me rajé a Porto Alegre cuando aquel despelote con Georgina, y a los dos días ya me quería volver. Andaba llorando por los rincones.

Mira si ibas a Porto Triste -otra vez Aldo.
-Ya sé, Roque, ya sé. Pero acordate que yo voy con el Belga. No voy solo. Por lo menos cambio de aire. Y no es tan fácil que me agarre la tentación de cazar el teléfono y....

-Claro, llamarla a Marta...

-Claro. Al menos dejar por ahora que las cosas se enfríen...
Beto se puso de pie imprevistamente y se alejó hacia el baño. Roque aprovechó la volada, en alas de la sofocación que todavía sentía.

-Aldo - le dijo-. No seas hijo de puta. Date cuenta que este tipo está hecho mierda. La mina acaba de pegarle una patada en el orto y a vos lo único que se te ocurre es hacer chistes. Chistes pelo­tudos para colmo.

-Sí. Sí, perdona -admitió el Aldo-. Pero, me la dejan picando. Y además, cuando lo vi tan caído quise levantarle el ánimo...

-¿Qué "levantarle el ánimo", querido? Tenés que tener más sentido de la oportunidad...

-¿No leíste...?

-El otro está hecho percha y vos jodiendo.

-¿No leíste "La risa remedio infalible"? ¿Te acordás, en el "Selecciones"?

-Cortala, viejo.

Betito había vuelto a sentarse. Al parecer se había lavado la cara.

-Esta noche me voy a ir al boliche del Pitu - anunció.

-Ojo con los copetines, Beto -Roque le puso una mano sobre el brazo, procurando no resaltar demasiado paternal.

-Dejá. Dejá -desestimó Beto-. Me coloco con un par de whiskis, algún champú. Así por lo menos esta noche me puedo dormir. Anoche no pegué un ojo.

-¿Seguís con el negocio de las muñecas? -pre­gunto, críptico, Aldo. Roque lo miró para fulminar­lo- Perdón, perdón... -se excusó Aldo.

-No. Si yo no soy de chuparme... -calmó Beto.

-Si pega ojos... -Aldo procuró explicar ante la mirada llameante de Roque- hará muñecas... digo yo. Está bien. Ya pasó. Ya paso.

-Mira que si tenés que manejar -optó por continuar Roque-. ¿Cuándo se van con el Belga?

-Mañana. Mañana temprano. Pero que maneje él. Yo apoliyo. Además, el Belga no te da el volante ni que se cague...

Roque advirtió que Aldo estaba tentado de decir algo. Pero luego juzgó prudente callar.

A la mañana siguiente, sábado, Roque aterrizó casi cerca del mediodía en El Cairo. Otra vez, antes de entrar, le mangueó el diario a Sandro, dispuesto a leerlo mientras tomaba el desayuno. Fue cuando lo encontró a Willy que pasaba, con su pibe, rumbo a calle Córdoba. Willi le contó que, la noche anterior, en lo del Pitu, el Beto se había levantado un pedo descomunal, como para quince personas. Que se lo habían tenido que llevar entre cuatro.

Que había bailado hasta la madrugada. Que había reído e incluso llorado, en algunas de las cimas de su extra­vío. Que cuando él, Willi, se fue, Beto estaba parado arriba de una mesa, cantando una canción melancó­lica en francés.

Roque dijo "Mirá vos'", meneó la cabeza, despidió a Willi que continuaba su camino y se metió en el boliche. Y allí, en la Mesa de los Galanes, sentado a la cabecera, igual que la tarde anterior, estaba el Beto. No bien lo vio entrar, levan­tó un brazo en alto en un saludo triunfal. Roque temió que siguiera en pedo. Pero se lo veía impeca­ble, como siempre. Como recién bañado. Algo pálido tal vez, pero hasta perfumado. Cuando Roque se sentó a su lado, Beto le pegó una palmada ampulosa en el hombro y no quitó la mano de allí.

-¿Qué hacés Beto? -se rió Roque- ¿No te ibas a Roca con el Belga?

-Roque... -anunció Beto-. Triunfo. Triunfo total...

-¿Qué es eso? ¿De qué carajo me hablás?

-Anoche...

-Ya me dijeron. Te agarraste un pedo de nove­la. Ya sé todo ¿Qué pasó? ¿Te enganchaste a la Sonia en lo del Pitu? ¿O estaba la otra, la grandota?

Beto negó con la cabeza, los ojos cerrados, la son­risa ancha.

-Nada de eso. Nada de eso, mi viejo, ahora estoy en otra...

-¿Que pasó?

-Me arreglé con Martita.

Roque se quedó mudo mirándolo:
-No jodas -dijo al fin

Recién entonces Beto quitó su mano del hombro del amigo

-Así es, mi viejo. La Marta me perdonó. Creo que el pedo que me alcé en lo del Pitu me animó a ir a hablarle. Fui, puse la cara, traté de recomponer más o menos el asunto. Explicarle no, porque... ¿qué mierda le iba a explicar? Perú le dije lo que yo sen­tía por ella, como me había sentido después de que ella me largó de culo.   En fin. Todo eso...

-Arriaste alguna bandera, supongo. Alguna concesión hiciste…

-Todas Roque. Si es por amar, arrié todas las banderas. Negocié algo. Con lo poco que tenia para negociar, negocié...

-Dormir todas las noches ahí -enumeró Roque-. No desaparecer a la primera de cambio...

-Usted lo ha dicho. Usted lo ha dicho..

-Pero... bien, Beto. Bien, no se puede tener todo.

-Bien... La verdad, estoy contento. Me había golpeado mucho el asunto...
Como obedeciendo a un conjuro ineludible, no llegó a la mesa en ese momento ni Ricardo, ni el Sobo, ni el Turco, sino, una vez más, el Aldo

-¿Puedo? -consultó, cauto, antes de sentarse. Roque le señaló la silla con el mentón, permitiendo.

-¿Qué hacés Aldo? -le dijo Beto. Luego, sin esperar respuesta, siguió con Roque.

- ¿Tenés una tarjeta?

- ¿Una tarjeta?

-Para el teléfono.

Roque empezó a buscar en los bolsillos internos del saco.

- ¿Qué hacés, boludo?-preguntó en tanto, risueño, Beto al Aldo-. Hace mucho que no aportás por acá. Ya te estaba extrañando.

- ¿Mucho...? --atinó a decir el  Aldo, pero ya Roque le extendía una tarjeta al Beto.

-¿La vas, a llamar a Marta? -preguntó Roque mientras Beto se paraba.

- Eso se llama marcar tarjeta   -se atrevió Aldo, en un hilo de voz

- No, querido-- contestó Beto a Roque-  La voy a llamar a esta minade la que hablábamos anoche. A la Sonia.

Roque lo miró, un tanto desconcertado.

-Ahora estoy bien-- agregó Beto-. Estoy tran­quilo. Estoy de ánimo. No iba a salir con la Sonia si me da pelota, estando destrozado.
Se fue hacia el teléfono. Antes de llegar giró y le gritó al Aldo. Señalándole a Roque.

- Contale un chiste, Aldo. Entretenelo mientras yo vuelvo.

Roque extendió los dos brazos sobre la mesa.

- Contame un chiste, Aldo -- pidió al fin.


No hay comentarios:

Publicar un comentario