Diario de Ana Frank
fragmento
2 de junio de 1942
Espero poder confiártelo
todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que seas para mí un
gran apoyo.
28 de setiembre de 1942 (Añadido)
Hasta ahora has sido
para mí un gran apoyo, y también Kitty, a quien escribo regularmente. Esta
manera de escribir en mi diario me agrada mucho más y ahora me cuesta esperar
cada vez a que llegue el momento para sentarme a escribir en ti.
¡Estoy tan contenta de
haberte traído conmigo!
Domingo, 14 de junio de
1942
Lo mejor será que
empiece desde el momento en que te recibí, o sea, cuando te vi en la mesa de
los regalos de cumpleaños (porque también presencié el momento de la compra,
pero eso no cuenta).
El viernes 12 de junio,
a las seis de la mañana ya me había despertado, lo que se entiende, ya que era
mi cumpleaños. Pero a las seis todavía no me dejan levantarme, de modo que tuve
que contener mi curiosidad hasta las siete menos cuarto.
Entonces ya no pude más:
me levanté y me fui al comedor, donde Moortje[1],
el gato, me recibió haciéndome carantoñas.
Poco después de las
siete fui a saludar a papá y mamá y luego al salón, a desenvolver los regalos,
lo primero que vi fuiste tú, y quizá hayas sido uno de mis regalos más bonitos.
Luego un ramo de rosas y dos ramas de peonías. Papá y mamá me regalaron una
blusa azul, un juego de mesa, una botella de zumo de uva que a mi entender sabe
un poco a vino (¿acaso el vino no se hace con uvas?), un rompecabezas, un tarro
de crema, un billete de 2,50 florines y un vale para comprarme dos libros.
Luego me regalaron otro
libro, La cámara oscura, de Hildebrand (pero como Margot ya lo tiene he ido a
cambiarlo), una bandeja de galletas caseras (hechas por mí misma, porque
últimamente se me da muy bien eso de hacer galletas), muchos dulces y una tarta
de fresas hecha por mamá. También una carta de la abuela, que ha llegado justo
a tiempo; pero eso, naturalmente, ha sido casualidad.
Entonces pasó a buscarme
Hanneli y nos fuimos al colegio. En el recreo convidé a galletas a los profesores
y a los alumnos, y luego tuvimos que volver a clase. Llegué a casa a las cinco,
pues había ido a gimnasia (aunque no me dejan participar porque se me dislocan
fácilmente los brazos y las piernas) y como juego de cumpleaños elegí el
voleibol para que jugaran mis compañeras. Al llegar a casa ya me estaba
esperando Sanne Lederman. A Ilse Wagner, Hanneli Goslar y Jacqueline van
Maarsen las traje conmigo de la clase de gimnasia, porque son compañeras mías
del colegio. Hanneli y Sanne eran antes mis mejores amigas, y cuando nos veían
juntas, siempre nos decían: «Ahí van Anne, Hanne y Sanne.» A Jacqueline van
Maarsen la conocí hace poco en el liceo judío y es ahora mi mejor amiga. use es
la mejor amiga de Hanneli, y Sanne va a otro colegio, donde tiene sus amigas.
El club me ha regalado
un libro precioso, Sagas y leyendas neerlandesas, pero por equivocación me han
regalado el segundo tomo, y por eso he cambiado otros dos libros por el primer
tomo. La tía Helene me ha traído otro rompecabezas, la tía Stephanie un broche
muy mono y la tía Leny un libro muy divertido, Las vacaciones de Daisy en la
montaña. Esta mañana, cuando me estaba bañando, pensé en lo bonito que sería
tener un perro como Rin-tintín. Yo también lo llamaría Rin-tin-tín, y en el
colegio siempre lo dejaría con el conserje, o cuando hiciera buen tiempo, en el
garaje para las bicicletas.
Lunes, 15 de junio de
1942
El domingo por la tarde
festejamos mi cumpleaños. Rin-tin-tín gustó mucho a mis compañeros. Me
regalaron dos broches, una señal para libros y dos libros. Ahora quisiera
contar algunas cosas sobre las clases y el colegio, comenzando por los
alumnos.
Betty Bloemendaal tiene
aspecto de pobretona, y creo que de veras lo es, vive en la Jan Klasenstraat,
una calle al oeste de la ciudad, que ninguno de nosotros sabe dónde queda. En
el colegio es muy buena alumna, pero sólo porque es muy aplicada, pues su
inteligencia va dejando que desear. Es una chica bastante tranquila.
A Jacqueline van Maarsen
la consideran mi mejor amiga, pero nunca he tenido una verdadera amiga. Al
principio pensé que Jacque lo sería, pero me ha decepcionado bastante.
D. Q.[2]
es una chica muy nerviosa que siempre se olvida de las cosas y a la que en el
colegio dan un castigo tras otro. Es muy buena chica, sobre todo con G. Z.
E. S. es una chica que
habla tanto que termina por cansarte. Cuando te pregunta algo, siempre se pone
a tocarte el pelo o los botones. Dicen que no le caigo nada bien, pero mucho no
me importa, ya que ella a mí tampoco me parece demasiado simpática.
Henny Mets es una chica
alegre y divertida, pero habla muy alto y cuando juega en la calle se nota que
todavía es una niña. Es una lástima que tenga una amiga, llamada Beppy, que
influye negativamente en ella, ya que ésta es una marrana y una grosera.
J. R., a quien podríamos
dedicar capítulos enteros, es una chica presumida, cuchicheadora, desagradable,
que le gusta hacerse la mayor; siempre anda con tapujos y es una hipócrita. Se
ha ganado a Jacqueline, lo que es una lástima. Llora
por cualquier cosa, es quisquillosa y sobre todo muy melindrosa.
Siempre quiere que le den la razón. Es muy rica y tiene el armario lleno de
vestidos preciosos, pero que la hacen muy mayor. La tonta se cree que es muy
guapa, pero es todo lo contrario. Ella y yo no nos soportamos para nada.
Ilse Wagner es una niña
alegre y divertida, pero es una quisquilla y por eso a veces
un poco latosa. use me aprecia mucho. Es muy guapa, pero
holgazana.
Hanneli Goslar o Lies,
como la llamamos en el colegio, es una chica un poco curiosa. Por lo general es
tímida, pero en su casa es de lo más fresca. Todo lo que le cuentas se lo
cuenta a su madre. Pero tiene opiniones muy definidas y sobre todo últimamente
le tengo mucho aprecio.
Nannie van Praag-Sigaar
es una niña graciosa, bajita e inteligente. Me cae simpática. Es bastante
guapa. No hay mucho que comentar sobre ella.
Eefje de Jong es muy
maja. Sólo tiene doce años, pero ya es toda una damisela. Me trata siempre como
a un bebé. También es muy servicial, y por eso me cae muy bien.
G. Z. es la más guapa
del curso. Tiene una cara preciosa, pero para las cosas del colegio es bastante
cortita. Creo que tendrá que repetir curso, pero eso, naturalmente, nunca se lo
he dicho.
Para gran sorpresa mía,
G. Z. no ha tenido que repetir curso. Y la última de las doce chicas de la
clase soy yo, que soy compañera de pupitre de G. Z.
Sobre los chicos hay
mucho, aunque a la vez poco que contar. Maurice Coster es uno de mis muchos
admiradores, pero es un chico bastante pesado.
Sallie Springer es un
chico terriblemente grosero y corre el rumor de que ha copulado. Sin embargo
me cae simpático, porque es muy divertido.
Emiel Bonewit es el
admirador de G. Z., pero ella a él no le hace demasiado caso. Es un chico
bastante aburrido.
Rob Cohen también ha
estado enamorado de mí, pero ahora ya no lo soporto. Es hipócrita, mentiroso,
llorón, latoso, está loco y se da unos humos tremendos.
Max van der Velde es
hijo de unos granjeros de Medemblik, pero es un buen tipo, como diría Margot.
Herman Koopman también
es un grosero, igual que Jopie de Beer, que es un donjuán y un mujeriego.
Leo Blom
es el amigo del alma
de Jopie de Beer pero se le contagia su grosería.
Albert de Mesquita es un
chico que ha venido del colegio Montessori y que se ha saltado un curso. Es muy
inteligente.
Leo Slager ha venido del
mismo colegio pero no es tan inteligente.
Ru Stoppelmon es un
chico bajito y gracioso de Almelo, que ha comenzado el curso más tarde.
C. N. hace todo lo que
está prohibido.
Jacques Kocernoot está
sentado detrás de nosotras con Pam y nos hace morir de risa (a G. y a mí).
Harry Schaap es el chico
más decente de la clase, y es bastante simpático.
Werner Joseph ídem de
ídem, pero por culpa de los tiempos que corren es algo callado, por lo que parece
un chico un tanto aburrido.
Sam Salomon parece uno
de esos pillos arrabaleros, un granuja. (¡Otro admirador!)
Appie Riem es bastante
ortodoxo, pero otro mequetrefe.
Ahora debo terminar. La
próxima vez tendré muchas cosas que escribir en ti, es decir, que contarte.
¡Adiós! ¡Estoy contenta de tenerte!
Sábado, 20 de junio de 1942
Para alguien como yo es
una sensación muy extraña escribir un diario. No sólo porque nunca he escrito,
sino porque me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna otra
persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años. Pero
eso en realidad da igual, tengo ganas de escribir y mucho más aún de
desahogarme y sacarme de una vez unas cuantas espinas. «El papel es más
paciente que los hombres.» Me acordé de esta frase uno de esos días medio
melancólicos en que estaba sentada con la cabeza apoyada entre las manos,
aburrida y desganada, sin saber si salir o quedarme en casa, y finalmente me
puse a cavilar sin moverme de donde estaba. Sí, es cierto, el papel es
paciente, pero como no tengo intención de enseñarle nunca a nadie este cuaderno
de tapas duras llamado pomposamente «diario», a no ser que alguna vez en mi
vida tenga un amigo o una amiga que se convierta en el amigo o la amiga «del
alma», lo más probable es que a nadie le interese.
He llegado al punto
donde nace toda esta idea de escribir un diario: no tengo ninguna amiga.
Para ser más clara
tendré que añadir una explicación, porque nadie entenderá cómo una chica de
trece años puede estar sola en el mundo. Es que tampoco es tan así: tengo unos
padres muy buenos y una hermana de dieciséis, y tengo como treinta amigas en
total, entre buenas y menos buenas. Tengo un montón de admiradores que tratan
de que nuestras miradas se crucen o que, cuando no hay otra posibilidad,
intentan mirarme durante la clase a través de un espejito roto. Tengo a mis
parientes, a mis tías, que son muy buenas, y un buen hogar. Al parecer no me
falta nada, salvo la amiga del alma. Con las chicas que conozco lo único que
puedo hacer es divertirme y pasarlo bien. Nunca hablamos de otras cosas que no
sean las cotidianas, nunca llegamos a hablar de cosas íntimas. Y ahí está
justamente el quid de la cuestión. Tal vez la falta de confidencialidad sea
culpa mía, el asunto es que las cosas son como son y lamentablemente no se
pueden cambiar. De ahí este diario.
Para realzar todavía más
en mi fantasía la idea de la amiga tan anhelada, no quisiera apuntar en este
diario los hechos sin más, como hace todo el mundo, sino que
haré que el propio diario sea
esa amiga, y esa amiga se llamará Kitty.
¡Mi historia! (¡Cómo
podría ser tan tonta de olvidármela!)
Como nadie entendería
nada de lo que fuera a contarle a Kitty si lo hiciera así, sin ninguna
introducción, tendré que relatar brevemente la historia de mi vida, por poco
que me plazca hacerlo.
Mi padre, el más bueno
de todos los padres que he conocido en mi vida, no se casó hasta los treinta y
seis años con mi madre, que tenía veinticinco. Mi hermana Margot nació en 1926
en Alemania, en Francfort del Meno. El 1 z de junio de 1929 le seguí yo. Viví
en Francfort hasta los cuatro años. Como somos judíos «de pura cepa», mi padre
se vino a Holanda en 1933, donde fue nombrado director de Opekta, una compañía
holandesa de preparación de mermeladas. Mi madre, Edith Holländer, también vino
a Holanda en septiembre, y Margot y yo fuimos a Aquisgrán, donde vivía mi
abuela. Margot vino a Holanda en diciembre y yo en febrero, cuando me pusieron
encima de la mesa como regalo de cumpleaños para Margot.
Pronto empecé a ir al
jardín de infancia del colegio Montessori, y allí estuve hasta cumplir los seis
años. Luego pasé al primer curso de la escuela primaria. En sexto tuve a la
señora Kuperus, la directora. Nos emocionamos mucho al despedirnos a fin de curso
y lloramos las dos, porque yo había sido admitida en el liceo judío, al que
también iba Margot.
Nuestras vidas
transcurrían con cierta agitación, ya que el resto de la familia que se había
quedado en Alemania seguía siendo víctima de las medidas antijudías decretadas
por Hitler. Tras los pogromos de 1938, mis dos tíos maternos huyeron y
llegaron sanos y salvos a Norteamérica; mi pobre abuela, que ya tenía setenta y
tres años, se vino a vivir con nosotros.
Después de mayo de 1940,
los buenos tiempos quedaron definitivamente atrás: primero la guerra, luego la
capitulación, la invasión alemana, y así comenzaron las desgracias para
nosotros los judíos.
Las medidas antijudías
se sucedieron rápidamente y se nos privó de muchas libertades. Los judíos deben
llevar una estrella de David; deben entregar sus bicicletas; no les está
permitido viajar en tranvía; no les está permitido viajar en coche, tampoco en
coches particulares; los judíos sólo pueden hacer la compra desde las tres
hasta las cinco de la tarde; sólo pueden ir a una peluquería judía; no pueden
salir a la calle desde las ocho de la noche hasta las seis de la madrugada; no
les está permitida la entrada en los teatros, cines y otros lugares de
esparcimiento público; no les está permitida la entrada en las piscinas ni en
las pistas de tenis, de hockey ni de ningún otro deporte; no les está permitido
practicar remo; no les está permitido practicar ningún deporte en público; no
les está permitido estar sentados en sus jardines después de las ocho de la
noche, tampoco en los jardines de sus amigos; los judíos no pueden entrar en
casa de cristianos; tienen que ir a colegios judíos, y otras cosas por el
estilo. Así transcurrían nuestros días: que si esto no lo podíamos hacer, que
si lo otro tampoco. Jacques siempre me dice: «Ya no me atrevo a hacer nada,
porque tengo miedo de que esté prohibido.»
En el verano de 1941, la
abuela enfermó gravemente. Hubo que operarla y mi cumpleaños apenas lo
festejamos. El del verano de 1940 tampoco, porque hacía poco que había acabado
la guerra en Holanda. La abuela murió en enero de 1942. Nadie sabe lo mucho que
pienso en ella, y cuánto la sigo queriendo. Este cumpleaños de 1942 lo hemos
festejado para compensar los anteriores, y también tuvimos encendida la vela
de la abuela.
Nosotros cuatro todavía
estamos bien, y así hemos llegado al día de hoy, 20 de junio de 1942, fecha en
que estreno mi diario con toda solemnidad.
Sábado, 20 de junio de 1942
¡Querida Kitty!
Empiezo ya mismo. En
casa está todo tranquilo. Papá y mamá han salido y Margot ha ido a jugar al
ping-pong con unos chicos en casa de su amiga Trees. Yo también juego mucho al
pingpong últimamente, tanto que incluso hemos fundado un club con otras cuatro
chicas, llamado «La Osa Menor menos dos». Un nombre algo curioso, que se basa
en una equivocación.
Buscábamos un nombre
original, y como las socias somos cinco pensamos en las estrellas, en la Osa
Menor. Creíamos que estaba formada por cinco estrellas, pero nos equivocamos:
tiene siete, al igual que la Osa Mayor. De ahí lo de «menos dos». En casa de
use Wagner tienen un juego de ping-pong, y la gran mesa del comedor de los
Wagner está siempre a nuestra disposición. Como a las cinco jugadoras de
ping-pong nos gusta mucho el helado, sobre todo en verano, y jugando al
ping-pong nos acaloramos mucho, nuestras partidas suelen terminar en una
visita a alguna de las heladerías más próximas abiertas a los judíos, como Oase
o Delphi. No nos molestamos en llevar nuestros monederos, porque Oase está
generalmente tan concurrido que entre los presentes siempre hay algún señor
dadivoso perteneciente a nuestro amplio círculo de amistades, o algún
admirador, que nos ofrece más helado del que podríamos tomar en toda una
semana.
Supongo que te extrañará
un poco que a mi edad te esté hablando de admiradores. Lamentablemente, aunque
en algunos casos no tanto, en nuestro colegio parece ser un mal ineludible. Tan
pronto como un chico me pregunta si me puede acompañar a casa en bicicleta y
entablamos una conversación, nueve de cada diez veces puedes estar segura de
que el muchacho en cuestión tiene la maldita costumbre de apasionarse y no
quitarme los ojos de encima. Después de algún tiempo, el enamoramiento se les
va pasando, sobre todo porque yo no hago mucho caso de sus miradas fogosas y
sigo pedaleando alegremente. Cuando a veces la cosa se pasa de castaño oscuro,
sacudo un poco la bici, se me cae la cartera, el joven se siente obligado a
detenerse para recogerla, y cuando me la entrega yo ya he cambiado
completamente de tema. Éstos no son sino los más inofensivos; también los hay
que te tiran besos o que intentan cogerte del brazo, pero conmigo lo tienen
difícil: freno y me niego a seguir aceptando su compañía, o me hago la ofendida
y les digo sin rodeos que se vayan a su casa.
Basta por hoy. Ya hemos
sentado las bases de nuestra amistad. ¡Hasta mañana!
Tu Ana
Domingo, 21 de junio de 1942
Querida Kitty:
Toda la clase tiembla.
El motivo, claro, es la reunión de profesores que se avecina. Media clase se
pasa el día apostando a que si aprueban o no el curso. G. Z. y yo nos morimos
de risa por culpa de nuestros compañeros de atrás, C. N. y Jacques Kocernoot,
que ya han puesto en juego todo el capital que tenían para las vacaciones.
«¡Que tú apruebas!», «¡que no!», «¡que sí!», y así todo el santo día, pero ni
las miradas suplicantes de G. pidiendo silencio, ni las broncas que yo les
suelto, logran que aquellos dos se calmen.
Calculo que la cuarta
parte de mis compañeros de clase deberán repetir curso, por lo zoquetes que
son, pero como los profesores son gente muy caprichosa, quién sabe si ahora, a
modo de excepción, no les da por repartir buenas notas.
En cuanto a mis amigas y
a mí misma no me hago problemas, creo que todo saldrá bien. Sólo las
matemáticas me preocupan un poco. En fin, habrá que esperar. Mientras tanto,
nos damos ánimos mutuamente.
Con todos mis profesores
y profesoras me entiendo bastante bien. Son nueve en total: siete hombres y dos
mujeres. El profesor Keesing, el viejo de matemáticas, estuvo un tiempo muy
enfadado conmigo porque hablaba demasiado. Me previno y me previno, hasta que
un día me castigó. Me mandó hacer una redacción; tema: «La parlanchina». ¡La
parlanchina! ¿Qué se podría escribir sobre ese tema? Ya lo vería más adelante.
Lo apunté en mi agenda, guardé la agenda en la cartera y traté de
tranquilizarme.
Por la noche, cuando ya
había acabado con todas las demás tareas, descubrí que todavía me quedaba la
redacción. Con la pluma en la boca, me puse a pensar en lo que podía escribir.
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