La
novela del escritor ruso inspiró títulos como ‘1984’ o ‘Un mundo feliz’ y
alertó sobre el peligro de la hipervigilancia a través del algoritmo
Ernesto Calabuig
Cien años antes de que el filósofo Byung-Chul Han nos hablara de los riesgos de la sociedad de la transparencia y de que las plataformas televisivas ofrezcan distopías, el ruso Yevgueni Zamiatin (1884-1937) ya había escrito este texto fundacional, Nosotros, del que beberían el Huxley de Un mundo feliz y el Orwell de 1984, aunque este último negara haberlo leído antes de escribir su novela. Pocas obras tan visionarias como esta del ingeniero-escritor Zamiatin, que señala los riesgos de una sociedad que renuncie a la libertad individual en aras de garantizar una supuesta felicidad común.
Nosotros fue, para Ursula K.
Le Guin, “el mejor libro de ciencia ficción jamás escrito”. Zamiatin padeció la
persecución zarista y más tarde la leninista. Se quedó a las puertas de ser
exterminado por Stalin, gracias a que decidió exiliarse en París. Por supuesto,
aunque la obra de 1923 (ambientada en el siglo XXVI) se tradujo a multitud de
idiomas, no pudo ver la luz en la URSS hasta 1988. Tal era su carga
antitotalitaria y su denuncia, tejida con una hermosa historia de amor en un
“Estado Unido” de edificios de cristal bajo la lógica estricta de su gobernante
(“El Benefactor”).
Los ciudadanos son,
directamente, números (en el caso del protagonista, D-503), un matemático que
cumple las normas a rajatabla y con alegría mientras diseña una nave (la
Integral) con la que piensan extender e imponer su idea de gobierno y de
“felicidad matemáticamente infalible” por el universo (“nuestro deber es
obligarles a ser felices, pero antes que las armas probaremos la palabra”).
Los ciudadanos (un nosotros sin posibilidad de un “yo pienso”) escuchan con orgullo el frío himno nacional, pasean en fila de a cuatro y solo bajan las cortinas para mantener sexo los días permitidos, previa solicitud de un talón rosado.
A los que salen de la norma se
les liquida, literalmente, reduciéndolos a líquido con una máquina de
descomposición atómica. Una mujer, disidente, I-330, que cultiva en secreto los
viejos ideales (literarios, musicales…) del ser humano, hace que se tambalee la
vida y las certezas del protagonista, que todo dé un tremendo giro radical, tan
trágico como necesario. En esta sociedad futura, regulada con estrictos
horarios, la música se produce en una fábrica y a la vieja inspiración creativa
se la considera “una forma desconocida de epilepsia”.
Hoy en día estamos
acostumbrados al Gran Hermano que todo lo ve y controla, pero como señala
Margaret Atwood en uno de los tres prólogos del libro, debería preocuparnos
algo más ser ya “carne de algoritmo”. Otra de las grandes críticas de la novela
va dirigida a quien concibe el arte como servicio, oda o ensalzamiento del
Estado, así como los peligros de la hipervigilancia y la denuncia de todos
contra todos y el horror de no poder ser “uno” sino “uno de...”.
Zamiatin, ‘el visionario,
señala los riesgos de una sociedad que renuncie a la libertad individual’.
Escribe Zamiatin: “El resto
del tiempo lo pasamos entre nuestras paredes transparentes, como tejidas de
aire resplandeciente. Vivimos siempre a la vista de todos, en un eterno baño de
luz. No tenemos nada que ocultar a los otros. Además, esto facilita el duro y
noble trabajo de los Guardianes. Si no, ¡quién sabe qué podría pasar!”.
Nosotros es un largo informe/advertencia que el protagonista dirige al lector desde el siglo XXVI de una forma paradójica: “Creo –comprenderán– que escribir para mí es más difícil que para cualquier otro escritor a lo largo de toda la historia de la humanidad: unos escribían para sus contemporáneos, otros para la posteridad, pero nadie ha escrito nunca para sus antepasados”. Plantea, en boca de la mujer que lo trastorna, una sencilla pregunta fundamental que nos apela: “¿y si en realidad no...?” obedeciéramos las reglas, delatásemos al diferente, etc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario