Tomás Abraham: “El pueblo querrá
comer, disfrutar, fiesta, pero saber no quiere”
El filósofo argentino acaba de
publicar “Diario de un abuelo salvaje”. En diálogo con Infobae Leamos, habló de
los cambios que hubo a partir de la pandemia, de la vejez, de la “ternura
fascista”, de la cancelación y de las redes sociales. “Ya no tengo ganas de
pelear por pelear”, dice
Por Belén Marinone
Tomás Abraham vivió la Noche de los Bastones Largos y el Mayo Francés en el 68. Es filósofo, sociólogo, y ha publicado más de 25 títulos, entre ellos La guerra del amor, Historia de una biblioteca, La máscara Foucault, La matanza negada (autobiografía de mis padres), El deseo de revolución y Aburrimiento y entusiasmo (y otras cuestiones filosóficas) -que se puede adquirir de forma exclusiva en Bajalibros-. Pero la pandemia lo dejó “consternado”. El mundo se sacudió y su vida personal (una angioplastía, triple bypass y una operación a corazón abierto), también. Y del registro diario de esos años en que la vida se volvió intensa, entre el encierro y los cambios, nació su nuevo libro, Diario de un abuelo salvaje.
Editado por El Ateneo, en este
“libro mestizo, trans, entre autobiografía y ensayo de ideas”, tal como él
mismo define, Abraham recreó una memoria filosófica, un recorrido entre la
incertidumbre, el horror y las reflexiones sobre la vejez, la familia, el amor,
el poder, el tiempo, los recuerdos y el “tiempo suspendido” de la internación.
En las casi 300 páginas de Diario de una abuelo salvaje, el intelectual da cuenta de los cambios a partir de la pandemia: deja de estudiar, extraña, llora, también es feliz. Y escribe con un registro distinto. “Me pasé la vida peleando, con fricciones, rispideces y no tengo ganas de estar como un francotirador”, dice Abraham a Infobae Leamos y sigue: “En este momento mi deseo es poder aportar algo”.
El filósofo también dirá en
este diálogo que vivimos en una sociedad hipocondríaca, que durante la pandemia
los adultos mayores eran tratados como idiotas y discapacitados, que hay una
meritocracia existencial, que tratar de “abuelitos” y mandarlos a cocinar era
una “ternura fascista”―tema que también exploró en el capítulo “Operación
Ternura” de su libro Historias de la Argentina deseada―, que está en contra de
los que acuñaron el término “infectadura”, que hay un desprecio por la
libertad, y también sobre las redes sociales, el clima electoral y la
democracia en crisis. Dijo mucho más, pero vamos por partes.
Abraham recibe a este medio en su oficina ubicada entre Palermo y Chacarita para conversar sobre Diario de un abuelo salvaje, sus escritos en primera persona, entre lo íntimo y lo público, que van desde junio de 2020 hasta febrero de 2023. En el título anida la referencia a Escritos de un salvaje, de Paul Gauguin, pero pronto cuenta que “abuelo salvaje” surge de la forma en que los periodistas y políticos denominaban a los adultos mayores y que el otro término tiene que ver con un “no jodan, estamos acá”.
En el ambiente principal hay, lógicamente, una biblioteca con cientos de libros. En otros, también. Sobre la mesa ratona destaca el posavasos de Maradona y, si bajamos la vista un poco más, están los discos de Leonard Cohen y Luis Miguel con los que lograba relajarse y meditar durante la pandemia.
“Camila Sosa Villada, la mejor
prosa concebible en lengua castellana”
En el libro Abraham cuenta que está cansado, que deja de estudiar (¿y ahora, qué hace un profesor sin estudiar?), que llora y valora hacerlo acompañado por quien ama, que extraña los abrazos de sus nietos, organiza la Pascua judía por Zoom y que toma conciencia de la fragilidad.
En Diario de un abuelo salvaje aparecen, inevitablemente, Michel Foucault ―a quien conoció en París y considera su “maestro”―, Jean Paul Sartre, Platón, Hegel, George Canguilhem, Paul Veyne, Walter Benjamin, Martin Heidegger, Gilles Deleuze, Friedrich Nietzsche entre otros. Entre Mario Levrero, Gustave Flaubert y Joseph Roth en su camino de lecturas, quien más lo conmovió fue Camila Sosa Villada con Las malas. “La mejor prosa concebible en lengua castellana”, dice y sigue: “Fue el único libro que provocó en mí alguna alteración, un cuestionamiento y me hizo pensar contra mí mismo”. Del caos de la pandemia, del no saber, surge el pensamiento y la escritura de Tomás Abraham.
—En el libro dice que son tiempos de filosofía, que hay como una necesidad de pensar. ¿Por qué? ¿En qué?
—Creo que eso me lo dije a mí mismo. Estaba en una situación de cambio, de incertidumbre. Personalmente y colectivamente son épocas en que hay puntos suspensivos y eso no significa gran cosa tampoco. El tema del pensamiento tiene que ver con no saber, porque cuando aparece algo que el hombre no puede incorporar porque no tiene antecedentes, porque no lo puede asimilar, piensa. Han pasado dos cosas, una a nivel personal y otra a nivel mundial. A nivel personal, mi operación de corazón, y a nivel mundial la pandemia. Y los dos me dejaron consternados. Sentí vulnerabilidad y el mundo en el que uno entra, cuando lo internan, es el del tiempo suspendido.
―¿Cómo está ahora?
―Estoy muy bien. Para alguien que no es negligente con su salud, porque yo me hacía mis chequeos, tenía mi médico y todo estaba bien, fue difícil. Era alguien que hacía deporte, que tenía un relojito. ¿Y esto qué? ¿Cómo me cuido?, ¿Qué cambios de vida tengo que hacer?¿Otra vida? ¿En dónde se compra? ¿Qué góndola? ¿Qué hice mal? Los médicos te dicen que hiciste las cosas mal.
―En un pasaje del libro menciona cuando Foucault analiza la filosofía de los estoicos romanos, cuya cultura creía que había una disciplina que ayudaba a vivir y a morir. ¿Por qué buscamos constantemente recetas y fórmulas para vivir?
―Vivimos en una sociedad de
dietología absoluta y una sociedad hipocondríaca, siempre está fuera de índice.
Te dicen que la harina hace mal o la yema del huevo te aumenta el colesterol o
te dicen lo contrario. Por lo tanto, estamos bajo prescripción permanentemente.
Los dietólogos son tan numerosos como los psicoanalistas. Ahora, parece que en
Argentina y en el mundo la pandemia ya pasó.
―Nosotros la hacemos pasar, porque hay una voluntad de vivir y porque hay una voluntad de vivir hay de olvidar, que es bastante parecido. El famoso tema de la memoria es un tema muy plástico, flexible. Como decía Nietzsche, es una división activa que nosotros necesitamos para incorporar la novedad porque si no estaríamos a pleno pasado. El tema de la pandemia es que no sabemos qué pasó. El pueblo no quiere saber de qué se trata. Querrá comer, disfrutar, la fiesta, lo que quiera pero saber no quiere. Así que no esclarezcas, no ilumines, porque no hay receptividad. La ignorancia es algo muy sutil, no es simplemente una ausencia de conocimiento. La ignorancia puede ser una voluntad de no saber. Es decir, ¿no hablamos más del tema? Fue muy intenso y ahora hacemos como si no hubiera pasado nada.
―Uno de los grandes temas del libro es la vejez y cómo los adultos mayores eran considerados “abuelitos”, “nonos”, ¿hay gerontofobia?
―Hay un desprecio por la
vejez. En general a los viejos los mandan al fondo a la derecha. No es nuevo,
no tiene que ver con la pandemia pero al haber un tema de mortandad, se planteó
este problema de si hay dos camas y tres personas, un anciano y dos jóvenes,
¿qué hacemos con el anciano? Una meritocracia existencial. Yo estaba triste y
no tuve en ningún momento, ya que estamos, una animosidad por las medidas
oficiales, gubernamentales. Estuve muy en contra de todos lo que hablaban de
“infectadura”. Yo no vivía una dictadura de la salud. Este asunto de que nos
trataron de nonos, de abuelitos, de abuelitas, esta ternura fascista, te hace
discapacitado, inferior e instaura una jerarquía, en este caso biológica. Son
betas del fascismo y nosotros, los viejos, éramos inferiores, merecíamos menos
vivir. Y además lo disfrazaban con esta ternura.
―¿Qué observó durante esa etapa?
―Aparecían estas especies de “Foucaultitos”, que decían que nos estaban manipulando, aprovechando para vigilarnos, para disciplinar y someter a la población a una observación permanente y controlarla, aprovechaban la salud para instalar un poder omnímodo. Y yo digo, ¿cuántos años tiene, 12 años? Hay una infantilización en la sociedad. Un día me crucé con uno de los que hablaba de la “infectadura”. Yo con barbijo, había medidas de distanciamiento y él estaba tomando un café, le digo que podríamos estar mejor y me contesta: “Después de Auschwitz...”. Que la medida sean los campos de exterminio es una locura. Me pareció que el encierro fue usado en forma oportunista. Los chicos, por ejemplo, estuvieron demasiado tiempo aislados.
―En uno de los pasajes también cuenta sobre el escritor colombiano Fernando Vallejo, el primero que le menciona la palabra cancelación. Recién hacía referencia a Auschwitz, los campos de exterminio, y está instalada la idea de que vivimos en una época fascista. ¿Qué opina?
―No hay época fascista, salvo en la década del 30. Es una época en donde la democracia representativa está en crisis y que seguirá en crisis. Y que quizás su modalidad es esa. No vivimos una época como cuando el fascismo era una alternativa de gobernabilidad como con Hitler, Mussolini, Salazar, Franco. Los jóvenes de ahora no conocen lo que es una dictadura y eso tuvo un costo, que fueron las Malvinas. No conocen la censura. Con la cancelación están jugando con hacer callar la boca, hacer desaparecer del horizonte a quien no adscribe a un cierto tipo de posición ideológica o la que fuere. Contra eso hay que luchar, porque tuvo un costo. Y la democracia es frágil.
―¿Qué implica?
―Juegan con la libertad y hay muchos que por no saber desprecian lo que significa la convivencia en democracia. Por una especie de autointoxicación ideológica, empujan y dicen que los diputados son una mierda, la Corte Suprema es una mierda, la Justicia está paga, que lo único que importa es el poder. Tampoco importa si roban mientras sea uno de los míos. El desprecio por la libertad, por la posibilidad de expresión viene de la izquierda y de la derecha, usando términos anacrónicos pero que sirven para orientar. Y se lucha advirtiendo el peligro, manifestándolo, no teniendo miedo a ser minoría. Porque no es el miedo de los tiempos de la dictadura que es a que te maten, el costo sería estar un poco solo, que no te saluden, que te cancelen.
―¿Es un caldo cultivo para el fanatismo?
―Es fanatismo. Lo que nosotros
llamamos casi con coquetería “la grieta”…; estamos haciendo una especie de
elegancia con eso. Opinar en este momento es recibir una rúbrica: no importa lo
que decís, importa a quién pertenecés. O sea, la cuestión de la identidad, que
siempre tiene algo de fascista. Los que mejor saben de identidad, los que te
pueden dar una clase, son los racistas.
―En un pasaje del libro ubica al lector en las vísperas de las PASO y estos días cerraron las listas para esa misma instancia. En ese momento lo caracterizaba como “una atmósfera forzada y oportunista de superación y futuro bienestar”. Y menciona la muerte y los cientos de cuerpos. En la actualidad podríamos reemplazar eso por la inflación y la pobreza. ¿Cómo es la atmósfera que vivimos hoy?
―La atmósfera general es de preocupación y de cierto temor. ¿A qué? A la violencia, descontrol, falta de trabajo, que la inflación siga, gane quien gane. Temores a que no haya en la oferta electoral alguien que dé esperanzas. Se vota en rechazo y eso genera un clima. Mi posición política es privada y no quiero contribuir con el clima negativo. Si no contribuyo me callo. Si no tengo algo para aportar me callo, porque en este país van a vivir los que me siguen, las nuevas generaciones, y mi familia también, entonces que sea el mejor país posible.
―En el libro menciona a las redes sociales y dice que son un gesto ridículo para ser mirado. ¿Por qué? ¿Modifican la subjetividad?
―Necesitamos la mirada del otro siempre, pero las redes tienen la particularidad de que exigen permanentemente el cambio. Hay distintos modos de creerte inmortal: uno es escribir libros -la inmortalidad del estante-, amar, porque uno no se enamora por un rato, y las redes tienen algo del llenado por miedo a desaparecer. Las redes cambian los hábitos de vida y la forma de pensar.
Quién es Tomás Abraham
♦ Nació en Timișoara,
Rumania, en 1946. Es ciudadano argentino.
♦ Es filósofo, profesor
universitario y escritor.
♦ Escribió libros como La
matanza negada (autobiografía de mis padres), El deseo de revolución, Los
senderos de Fucault, Shakespeare, el antifilósofo, La lechuza y el caracol y
Platón en el callejón.
♦ Es profesor honoris
causa de la Universidad Nacional de Salta y doctor honoris causa de la
Universidad Tibiscus (Timisoara, Rumania). Además, es fundador del Colegio
Argentino de Filosofía (CAF) y en 2004 fue distinguido con el Premio Konex al
Ensayo Filosófico.
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