Kraftwerk, los cuatro tipos que sin cantar ni bailar ni tocar en
directo han sido más influyentes que los Beatles.
El grupo electrónico alemán inicia este lunes
una nueva gira que los traerá por cinco ciudades españolas para recordar a las
nuevas generaciones que hasta el Motomami Tour no sería posible sin lo que
ellos hicieron hace casi 50 años.
DAVID
SAAVEDRA
Cuando el
año pasado arrancó la gira de Motomami, de Rosalía, mucha gente se echó las
manos a la cabeza diciendo que aquello no era un concierto en directo, ya que
no se veía en el escenario a ningún músico tocando nada. Cuando Daft Punk
aparecieron ocultando su identidad bajo unos cascos y sin saber qué hacían
exactamente en sus conciertos, más de uno se aventuró a pensar que bajo esos
disfraces de robot podría estar cualquiera, simplemente haciendo el paripé, y
que, como una franquicia del tipo Cirque du Soleil, podría haber giras
simultáneas de Daft Punk en diferentes lugares del mundo al mismo tiempo y el
espectador no encontraría diferencia entre unas y otras.
El
concepto, la idea, era más importante que los músicos que estuvieran detrás.
Cuando se comenzaron a generalizar los conciertos de música electrónica en los
que solo se ve una mesa, un ordenador portátil y una persona mirándolo y
manipulándolo con cara de concentración, con más aspecto de oficinista que de
estrella del pop, gran parte del público predijo un fraude al no tener nunca la
certeza de si aquella persona estaba haciendo algo musical o estaba revisando
su correo electrónico.
Pero, a
quien haya visto alguna vez un concierto de Kraftwerk, nada de esto le
resultará extraño. Todo ya estaba inventado o anticipado desde los años setenta
del siglo pasado por unos visionarios procedentes de Dusseldorf (Alemania) que
rompieron todos los esquemas preconcebidos y allanaron el camino para que
centenares, miles, tal vez millones de artistas posteriores, lo tuvieran más
fácil. Si hay un consenso en la música popular que apunta a que The Beatles ha
sido el grupo más influyente de la historia, esa idea solo ha sido refutada por
quienes piensan que Kraftwerk, con más de 50 años en activo, poseen una importancia
superior. Los de Liverpool innovaron sobre algo que ya se estaba haciendo,
mientras que los de Dusseldorf rompieron con todo lo que existía antes y
crearon algo completamente nuevo.
Una
prueba: circula en Youtube un vídeo datado en 1970 en el que los dos miembros
fundadores de la banda alemana, Ralf Hütter y Florian Schneider (fallecido en
2020), emiten unos desconcertantes ruidos con una batería que suena como una
caja de ritmos y una especie de guitarra-teclado con efectos indefinibles
mientras que el atónito público observa o aplaude preguntándose, probablemente,
qué demonios era eso, incluso sin tener claro si molaba o no. Era solo el
comienzo.
Cuando salieron de gira fuera de Alemania por primera vez, en 1975, Kraftwerk ya era un cuarteto —completado por Karl Bartos y Wolfgang Flür— que utilizaba solamente instrumentos electrónicos, mientras que las voces eran procesadas por un sintetizador denominado Vocoder.
Pocos lo comprendieron en su momento, como demuestran algunas de las crónicas que se publicaron de sus conciertos. Un ejemplo: en 1976, el periodista británico Barry Miles, tras verlos en la sala Roundhouse de Londres, tituló así su crítica para la revista Melody Maker: “Vuestros padres lucharon en la guerra para salvaros de esto”.
Pero otras mentes más abiertas les rindieron pleitesía automáticamente. Fue el caso de David Bowie, quien, además, contribuyó a popularizar a la banda. “Bowie solía decirle a todo el mundo que éramos su grupo favorito y, a mediados de los setenta, la prensa de rock se aferraba a cada palabra que salía de su boca”, declaró Ralf Hütter a la revista Mojo. El autor de Ziggy Stardust descubrió la música electrónica gracias a Autobahn (1974), el cuarto álbum de Kraftwerk, y siempre reconoció que el influjo de ellos fue un acicate para emprender su etapa berlinesa. Hütter y Scheneider le devolvieron el favor rindiéndole homenaje en la letra de Trans-Europe Express (1977), que decía “de estación en estación y de regreso a Dusseldorf, nos reunimos con Iggy Pop y David Bowie”.
La explosión punk y, sobre todo, la del post-punk, cambiaron el clima cultural y lo hicieron más receptivo para acoger a los de Düsseldorf. Desde entonces, su influencia no ha dejado de crecer.
De
concepto visionario a pieza de museo
“El
cambio de paradigma que representó su música es similar al que puede propiciar
la Inteligencia Artificial en estos momentos”, afirma Luis Lles, crítico
musical y ex director del Festival Periferias de Huesca. “Sacar la
experimentación electrónica del terreno inhóspito de la música clásica
contemporánea en el que se encontraba para llevarla al territorio del pop fue
revolucionario y derribó muchos esquemas. Todo ello por no hablar de la
mastodóntica influencia que Kraftwerk ha tenido en todo lo que ha venido
después: el synth pop, los nuevos románticos, el electro, el house el techno y
cualquier corriente electrónica surgida a partir de los ochenta. Y a ello hay
que añadir la fascinación creada por su imagen conceptual: el hombre-máquina,
el mutante hombre-robot, el hombre biónico; de alguna forma, una concepción
visionaria muy adelantada a su época”.
Realmente la época que marca el canon kraftwerkiano, el que atesora su mayor influjo, se puede comprimir en siete años: los transcurridos entre el citado Autobahn, Radio-Activity (1975), Trans-Europe Express (1977), The Man-Machine (1978) y Computer World (1981). Su caudal creativo en el estudio (otro mito, el de su base de operaciones, denominada Kling Klang, y cuya localización siempre han mantenido en secreto) era impresionante, pero la banda se mostraba mucho más reacia a tocar en directo. Un factor clave eran las dificultades tecnológicas con las que se encontraban para hacerlo. En su gira de 1981 —que pasó por el Palau Blaugrana de Barcelona, su primera vez en España— tuvieron que llevar su estudio pieza por pieza para poder reproducir su sonido.
Luego grabarían dos álbumes más, que evidenciaban una decadencia compositiva: Electric Café en 1986, y Tour de France Soundtracks en 2003. En realidad, obtuvo mucha más relevancia su primer álbum en directo: Minimum-Maximum, que se publicó en 2005 con aclamación de la crítica especializada. Y también marcaba un cambio importante en la filosofía del grupo: “En los años setenta, Kraftwerk era el hombre manejando la máquina, y no una pieza de museo”, declaraba recientemente Hütter, quien siempre ha definido a su proyecto como un concepto multimedia y no un mero grupo de música.
En los últimos 20 años, Kraftwerk no ha dejado de tocar en directo por todo el mundo, sin publicar material nuevo. Celebran su legado pero, al tiempo, lo reinventan ligeramente con las nuevas tecnologías, incluido el concepto 3D que llevan desde hace unos años. El público no es muy consciente de lo que hacen en directo pero, según ellos, hay cierta manipulación manual y siempre se transforman un poco las canciones sobre la marcha, aunque el mayor trabajo está verdaderamente en los visuales. Su formación actual la lidera Hütter a la voz y sintetizadores (el único superviviente desde los inicios del grupo, con 76 años) junto a Henning Schmitz, que se encarga de los teclados y efectos sonoros, y dos técnicos de vídeo en directo: Falk Grieffenhagen y Georg Bongartz.
Lo de la pieza de museo, por cierto, no es un eufemismo. En 2004, Kraftwerk tocaron al completo sus ocho últimos álbumes, desde Autobahn en adelante, uno cada noche y en orden cronológico, en la Tate Modern de Londres. En 2012 hicieron lo propio en el MoMA de Nueva York y, en 2019, en el Guggenheim de Bilbao. Eso lo han ido alternando con su show en 3D, que reproduce, básicamente, el mismo repertorio de Minimum-Maximum, y que desarrollan en festivales y grandes recintos.
[…]
No hay comentarios:
Publicar un comentario