No tengo boca y debo gritar
Harlan Ellison
El cuerpo
de Gorrister colgaba, flácido,
en el ambiente rosado; sin apoyo
alguno, suspendido bien alto por encima de nuestras cabezas, en la
cámara de la computadora, sin balancearse en la brisa fría y oleosa que soplaba
eternamente a lo largo de la caverna principal.
El cuerpo colgaba cabeza abajo,
unido a la parte inferior de un retén
por la planta de su pie derecho. Se le
había extraído toda la sangre por una incisión que se había practicado en su garganta, de oreja a oreja. No había rastros de sangre
en la pulida superficie del piso de metal.
Cuando Gorrister se unió a nuestro grupo y se
miró a sí mismo, ya era demasiado tarde para
que nos diéramos cuenta
de que una vez más, AM nos habla
engañado, había hecho su
broma, su diversión de máquina.
Tres de nosotros vomitamos, apartando
la vista unos de otros en un reflejo tan arcaico como la náusea que lo
había provocado.
Gorrister se puso pálido como la nieve. Fue
casi como si hubiera visto un ídolo de vudú y se sintiera temeroso por el
futuro. "¡Dios mío!", murmuró, y se alejó. Tres de nosotros lo
seguimos durante un rato y lo hallamos sentado con la cabeza entre las manos.
Ellen se arrodilló junto a él y acarició su cabello. No se movió, pero su voz
nos llegó dará a través del telón de sus manos:
- ¿Por qué no nos mata de una buena vez?
¡Señor! no sé cuánto tiempo voy a ser capaz de soportarlo.
Era nuestro centesimonoveno año en la
computadora. Gorrister decía lo que todos sentíamos.
Nimdok (éste era el nombre que la
computadora le había forzado a usar,
porque se entretenía con los sonidos
extraños) fue víctima de alucinaciones
que le hicieron creer que había alimentos enlatados en la caverna,
Gorrister y yo teníamos muchas dudas.
- Es otra engañifa - les dije -. Lo mismo que
cuando nos hizo creer que realmente existía aquel maldito elefante congelado.
¿Recuerdan? Benny casi se volvió loco aquella vez. Vamos a esforzarnos para
recorrer todo ese camino y cuando lleguemos van a estar podridos o algo por el
estilo. No, no vayamos. Va a tener que darnos algo forzosamente, porque si no
nos vamos a morir.
Benny se estremeció. Hacía tres días que no
comíamos. La última vez fueron gusanos, espesos, correosos como cuerdas.
Nimdok ya no estaba seguro. Si había una
posibilidad, cada vez se le antojaba más lejana. De todas maneras, allí no se
podría estar peor que aquí. Tal vez haría más frío, pero eso ya no
importaba demasiado. Calor,
frío, lluvia, lava
hirviente o nubes
de langostas; ya nada
importaba: la máquina se masturbaba
y teníamos que aguantar o morir.
Ellen dijo algo que fue decisivo:
- Tengo que encontrar algo, Ted. Tal vez allí
haya unas peras o unas manzanas. Por favor Ted, probemos.
Cedí con facilidad. Ya nada importaba. Sin
embargo, Ellen me quedó agradecida. Me aceptó dos veces fuera de turno. Esto
tampoco importaba. Oíamos cómo la máquina se reía juguetonamente mientras lo hacíamos. Fuerte, con risas que
venían desde lejos y nos rodeaban. Ya nunca llegaba al clímax, así que para qué
molestarse.
Cuando partimos era jueves. La máquina
siempre nos tenía al tanto de la fecha. El paso del tiempo era muy importante;
no para nosotros, sin duda, sino para ella. Jueves. Gracias.
Nimdok y Gorrister llevaron a Ellen alzada
durante un largo trecho, entrelazando
las manos que formaban un asiento. Benny y yo caminábamos adelante y
atrás, para que si algo sucedía, nos pasara a nosotros y no la perjudicara a
Ellen. ¡Qué idea ridícula la de no ser perjudicado! En fin, todo era lo mismo.
Las cavernas de hielo se hallaban a una
distancia de unos 160 km. y al segundo día, cuando estábamos
tendidos bajo el sol quemante que
habla materializado, nos
envió maná. Con gusto a orina hervida, naturalmente, pero lo comimos.
Al tercer día pasamos por un valle de
obsolescencia, lleno de esqueletos de unidades de computadoras que se
enmohecían desde hacía mucho tiempo.
AM era tan despiadada consigo misma como con
nosotros. Era una característica de su personalidad: el perfeccionismo. Ya fuera el deshacerse de elementos
improductivos de su propio mundo interno, o el perfeccionamiento de métodos
para torturarnos, AM era tan cuidadosa como los que la habían inventado,
quienes desde largo tiempo estaban convertidos en polvo, y había tornado
realidad todos sus deseos de eficiencia.
Podíamos ver una luz que se filtraba hacia
abajo desde arriba, así que teníamos que estar muy cerca de la superficie. Pero
no tratamos de arrastrarnos para
averiguar. No había virtualmente nada
arriba; desde hacía más de cien años allí no existía cosa alguna que pudiera
tener la más mínima importancia.
Solamente la ampollada superficie de lo que durante
tanto tiempo habla
sido el hogar de millones
de seres. Ahora solamente existíamos nosotros cinco, aquí
abajo, solos con AM.
Oía que Ellen decía desesperadamente:
- ¡No, Benny! No vayas. ¡Sigamos adelante!
¡No, Benny, por favor!
Y entonces me di cuenta de que hacía ya
algunos minutos que oía a Benny decir:
- Voy a escaparme... Voy a escaparme -
repitiéndolo una y otra vez.
Su cara,
de aspecto simiesco, se hallaba
marcada por una expresión de tristeza
y deleite beatífico, todo al mismo tiempo. Las cicatrices de las
lesiones por radiación que AM le había causado durante el "festival",
se hallaban encogidas formando una masa de depresiones rosadas
y blancas, y
sus facciones parecían
actuar independientemente unas de
otras.
Tal vez Benny era el más afortunado de
nosotros: se había vuelto completamente loco desde hacía muchos años.
Pero si bien podíamos decirle a AM todas las
horribles cosas que se nos ocurrían, si bien podíamos pensar los más atroces
insultos dirigidos a los depósitos de memoria o a las placas corroídas, a los
circuitos fundidos y a las destrozadas burbujas de control, la máquina
toleraría que intentáramos escapar. Benny se escurrió cuando traté de
detenerlo. Se trepó a un cubo de memoria de los pequeños, que estaba volcado
hacia un lado y lleno de elementos en descomposición. Allí se detuvo por un
momento, y su aspecto era el de un chimpancé, tal como AM había deseado.
Luego saltó y se tomó de un fragmento de
metal corroído y agujereado; subió hasta su parte más alta, colocando las manos
tal como lo haría un animal, y se trepó hasta un borde saliente a unos veinte pies
de distancia de donde estábamos.
- Oh, Ted,
Nimdok, por favor, ayúdenlo, deténganlo antes que... - dijo Ellen.
Las lágrimas bañaron sus ojos. Movió las manos sin saber qué hacer.
Era demasiado tarde. Ninguno de nosotros queríamos estar
junto a él cuando sucediera lo que
pensábamos que iba a suceder. Además, nosotros nos dábamos cuenta muy bien de
lo que ocurría. Cuando AM alteró a Benny, durante el periodo de su locura, no
fue solamente su cara la que cambió para que se pareciera a un mono gigantesco.
También habla cambiado otras partes, más íntimas. ¡A ella sí que le gustaba
esto! Se entregaba a nosotros por cumplido, pero cuando era con él la cosa,
entonces sí que le gustaba. ¡Oh, Ellen, la del pedestal, Ellen, prístina y
pura! ¡Oh, Ellen la impoluta! ¡Buena porquería!
Gorrister la abofeteó. Ellen se acurrucó en
el suelo, todavía mirando al pobre Benny y llorando. Llorar era su gran
defensa. Nos habíamos acostumbrado a su
llanto hacía ya setenta y cinco años. Gorrister le dio un puntapié.
Entonces comenzó a oírse el sonido. Era luz y
sonido. Mitad sonido y mitad luz; algo que comenzó a hacer brillar los ojos de
Benny y a pulsar con creciente intensidad y con sonoridades no bien definidas,
que se fueron convirtiendo en ensordecedoras y luminosas a medida
que la luz-sonido
aumentaba. Debe haber
sido doloroso, aumentando
el sufrimiento con la mayor magnitud de la luz y del sonido, porque
Benny comenzó a gemir como un animal
herido. Al principio
suavemente, cuando la
luz era todavía
no
muy definida y el sonido poco
audible, pero luego sus quejidos aumentaron, y se vio que sus hombros se movían
y su espalda se agitaba, como si tratara de escapar. Sus manos se cruzaron
sobre su pecho como las de un chimpancé. Su cabeza se inclinó hacia un lado. La
carita triste de mono se cubrió de angustia. Luego comenzó a aullar, a medida
que el sonido que surgía de sus ojos crecía en intensidad. Cada vez más fuerte.
Me llevé las manos a los lados de la cabeza para tratar de ahogar el ruido,
pero de nada sirvió. Atravesaba
todo obstáculo y me hacía temblar de dolor como si me clavaran un cuchillo en
un nervio.
Súbitamente, se vio que Benny era enderezado.
Se puso en pie de un salto, como una marioneta.
La luz surgía ahora de sus ojos, pulsante, en dos grandes rayos. El
sonido siguió aumentando en una escala incomprensible, y luego Benny cayó,
golpeando fuertemente en el piso. Allí
quedó moviéndose espasmódicamente mientras
la luz lo rodeaba y formaba espirales que se
alejaban.
Entonces la luz volvió a dirigirse al
interior de la cabeza, pareciendo que la golpeaba; el sonido describió
espirales que convergían hacia él, y Benny quedó en el suelo, gimiendo en tal
forma que inspiraba piedad.
Sus ojos eran dos pozos de jalea purulenta. AM
lo había cegado. Gorrister, Nimdok y yo mismo desviamos la mirada. Pero no sin haber advertido que
Ellen mostraba alivio luego de su intensa preocupación.
Acampamos
en una caverna sumida en luz verdosa. AM nos proveyó de hojarasca, que
quemamos para hacer un fuego, débil y lamentable, al lado del cual nos sentamos
formando corro y contando historias, para impedir que Benny llorara en su noche
permanente.
- ¿Qué significa AM?
Gorrister le contestó. Habíamos explicado lo
mismo mil veces anteriormente, pero todavía
era una novedad para Benny. - Al
principio fueron las siglas de Allied Mastercomputer
y luego las de Adaptive ManipWator, luego fue adquiriendo la posibilidad de
autodeterminarse, y entonces se la llamó Aggressive Menace y finalmente, cuando
ya fue demasiado tarde como para controlarla, se llamó a sí misma AM, tal vez
queriendo significar que era... que pensaba... cogito ergo sum: "pienso
luego existo".
Benny babeó un poco, y luego emitió una
risita tonta.
- Existia la AM China, la AM Rusa, la AM
Yanki y... interrumpió. Benny golpeaba el piso con el puño, con su puño grande
y fuerte. No estaba contento, pues Gorrister no había empezado desde el principio. Entonces
Gorrister empezó otra vez.
Comenzó la guerra fría, y ésta se
transformó en la
tercera guerra mundial.
Esta tercera guerra
fue muy compleja y
grande, por lo
que se necesitaron
las computadoras para
cubrir las necesidades.
Abandonando los primeros intentos comenzaron a construir la AM. Existía la AM
China, la AM Rusa y la AM Yanki y todo fue bien hasta que comenzaron a cubrir
el planeta agregando un elemento tras otro. Pero un día AM despertó al
conocimiento de sí misma, comenzó a autodeterminarse, uniéndose entre sí todas sus partes, fue
llenando de a poco sus conocimientos sobre las formas de matar, y mató a todos
los habitantes del mundo salvo a nosotros cinco. Luego AM nos trajo aquí.
Benny sonreía ahora tristemente. También
babeaba, y Ellen le limpió la saliva con la falda. Gorrister trataba de contar
la historia cada vez en forma más abreviada, pero había poco que decir más allá
de los hechos escuetos. Ninguno de nosotros sabíamos por qué AM había salvado a
cinco personas, por qué nos habla elegido a nosotros, o por qué se pasaba todo
el tiempo atormentándonos; ni siquiera sabíamos por qué nos había hecho
virtualmente inmortales.
En la oscuridad sentimos
el zumbido de una de las series de computadoras. A un kilómetro de donde nos hallábamos, otra
serie pareció que comenzaba a zumbar a tono con la primera, luego uno por uno,
todos los elementos comenzaron a zumbar armónicamente y pareció que un ruido
especial recorría el interior de las máquinas.
El sonido creció, y las luces brillaban en
los paneles de las consolas como un
relámpago en un día caluroso. El sonido creció en espiral hasta que parecía
oírse a un millón de insectos metálicos zumbando, enfurecidos y amenazadores.
- ¿Qué pasa? - gritó Ellen. Había terror en
su voz. A pesar de todo lo pasado, aun no se había acostumbrado.
- ¡Parece que viene mal esta vez! - dijo
Nimdok.
- Tal vez hable - aventuró Gorrister.
- ¡Salgamos corriendo de aquí! - dije
súbitamente, poniéndome de pie.
- No, Ted, mejor es que te sientes... tal vez
haya puesto pozos en nuestro camino, o algo así. No podemos ver, está demasiado
oscuro - dijo Gorrister con resignación.
Entonces oímos... no sé... no sé...
Algo se movía hacia nosotros en la oscuridad.
Enorme, bamboleante, peludo, húmedo, y se dirigía hacia nosotros. No podíamos
verlo, pero tuvimos la impresión
de su gran tamaño que venía
hacia donde estábamos.
Un gran peso se nos acercaba,
desde la oscuridad, y era más que nada la sensación de presión, del aire
comprimido dentro de un espacio pequeño, que expandía las paredes invisibles de
una esfera. Benny comenzó a lloriquear. El labio inferior de Nimdok empezó a
temblar, mientras él lo mordía para tratar de disimular. Ellen se deslizó por
el piso de metal para acurrucarse al lado de Gorrister. Se distinguía el olor
de piel apelotonado y húmeda. El olor de madera chamuscada. El olor del
terciopelo polvoriento. El olor de orquídeas en descomposición. El olor de la
leche agria. El olor del azufre, del aceite recalentado, de la manteca rancia, de la grasa, del polvo
de tiza, de cueros cabelludos humanos.
AM nos estaba enloqueciendo, nos estaba
provocando. Se sintió el olor de...
Me oí a
mí mismo gritar, y las
articulaciones de las mandíbulas me dolían
horriblemente. Me eché a correr sobre el piso, sobre ese piso de frío metal con las interminables líneas de remaches, luego caí y
seguí gateando, mientras el olor me amordazaba, llenando mi cabeza con un
dolor inaguantable que me rechazaba
horrorizado. Huí como una cucaracha, adentrándome en la oscuridad, mientras ese
algo espantoso se movía detrás de mí. Los otros quedaron
atrás, y se acercaron a la luz incierta, riendo... el coro
histérico de sus risas enloquecidas se elevaba en la oscuridad como si fuera
humo espeso, de muchos colores. Huí rápidamente y me escondí.
¿Cuántas horas pasaron? ¿O cuántos días o aun
años? Nadie me lo dijo. Ellen me regañó por mi "malhumor" y Nimdok
trató de persuadirme de que la risa se debía sólo a un reflejo.
Pero yo sabía que no significaba el alivio
que siente un soldado cuando la bala hiere al camarada que está a su lado. Yo
sabía que no era un reflejo. Indudablemente,
estaban contra mí, y AM podía percibir esta enemistad, y me hacía las cosas más difíciles de soportar por ese motivo. Habíamos sido
mantenidos vivos, rejuvenecidos, hablamos permanecido constantemente en la edad
que teníamos cuando AM nos trajo aquí abajo, y me odiaban porque yo era el más
joven y el que había sido menos alterado por AM.
De esto estaba seguro. ¡Dios mío, qué seguro
estaba!
Esos sinvergüenzas y la basura de Ellen. Benny había sido un brillante teórico,
un profesor de la universidad, y ahora era poco más que un ser
semihumano, semisimiesco. Había
sido buen mozo;
pero la máquina
estropeó su aspecto. Había sido lúcido; la máquina lo
había enloquecido. Había sido alegre, y la máquina le había agrandado sus
genitales hasta que parecieran los de un caballo. AM realmente se habla esmerado
con Benny. Gorrister solía preocuparse. Era un razonador, se oponía en forma
consciente; era un pacifista, un planificador, un hombre activo, un ser con
perspectiva de futuro.
AM lo había transformado en un indiferente,
que a cada paso se encogía de hombros. Lo había matado en parte al no
permitirle participar. AM lo habla robado. Nimdok solía adentrarse solo en la
oscuridad, y quedarse allí largo tiempo. No sé lo que hacia. AM nunca nos lo
hizo saber. Pero fuera lo que fuese, Nimdok volvía siempre pálido, como si se
hubiera quedado sin sangre en las venas, temblando y angustiado. AM lo habla
herido profundamente, si bien nosotros no sabíamos en qué forma. Y Ellen. ¡Esa
basura! AM no la habla modificado demasiado, simplemente hizo que se agravaran
sus vicios.
Siempre hablaba de la pureza, de la dulzura,
siempre nos repetía sus ideales del amor verdadero, todas las mentiras. Quería
hacernos creer que había sido casi una virgen cuando AM la trajo aquí
con nosotros. ¡Era
una porquería esta
dama! ¡Esta Ellen!
Debía de estar encantada, con cuatro hombres todos
para ella. No, AM le había dado placer, a pesar de que se quejaba diciendo que
no era nada lindo lo que le había tocado en suerte.
Yo era el único que todavía estaba en una,
pieza, y sano. AM no había estado hurgueteando en mi mente. Solamente tenía que
sufrir lo que nos preparaba para atormentarnos. Todas las desilusiones, todos
los tormentos y las pesadillas. Pero los otros cuatro, esa
ralea, estaban bien de acuerdo y en contra de mí. Si no hubiera tenido que
estar defendiéndome de ellos, que estar siempre alerta y vigilante, tal vez
hubiera sido más fácil defenderme de AM.
Entonces llegué al límite de mi resistencia y
comencé a llorar.
¡Oh, Jesús, dulce Jesús; si alguna vez
existió Jesús o si en realidad existe Dios! Por favor, por favor, déjanos salir
de aquí o haznos morir. Porque en ese momento pensé que comprendía todo, y que
por lo tanto podía verbalizarlo: AM pensaba mantenernos en sus entrañas por
siempre jamás, retorciendo nuestras mentes y cuerpos, torturándonos para toda
la eternidad. La máquina nos odiaba como ninguna otra criatura había odiado
antes.
Y estábamos indefensos. Además, se tornó
insoportablemente claro que si existía
un dulce Jesús, si se podía creer en un dios, ese dios era AM.
El huracán nos golpeó con la fuerza de un
glaciar que descendiera rugiendo hacia el mar. Era una presencia palpable. Los
vientos, desatados, nos azotaban, empujándonos hacia el sitio de donde
partiéramos, al interior de los corredores tortuosos franqueados por
computadoras, que se hallaban sumidas en
la oscuridad. Ellen gritó al ser levantada en vilo y al sentirse impulsada
hacia una serie de máquinas, pareciéndonos que iba a golpear con la cara, sin
poderse proteger. Se sentían los grititos de las máquinas, estridentes como los de los murciélagos en pleno vuelo. Sin embargo, no llegó a caer. El viento, aullando, la
mantuvo en el aire, la llevó hacia uno y otro lado, cada vez más hacia atrás y
abajo de donde estábamos, y se perdió de vista al ser arrastrada más allá de
una vuelta de un corredor. La última mirada a su cara nos reveló la congestión
causada por el miedo, mientras mantenía los ojos cerrados.
Ninguno de nosotros llegó a poder asirla. Nos
teníamos que aferrar, con enormes dificultades,
a cualquier saliente
que halláramos. Benny
estaba encajado entre dos
gabinetes, Nimdok trataba desesperadamente de no soltar el saliente de un riel
cuarenta metros por encima de nosotros. Gorrister había quedado cabeza abajo
dentro de un nicho formado por dos grandes máquinas con diales trasparentes,
cuyas luces oscilaban entre líneas rojas y amarillas, cuyo significado no
podíamos ni siquiera concebir.
Al tratar de aferrarme a la plataforma me había despellejado la yema de los dedos. Sentía que temblaba y
me estremecía mientras el viento me sacudía, me golpeaba y me aturdía con su
rugido, haciendo que tuviera que aferrarme a las múltiples salientes. Mi mente
era una fofa colección de partes de un cerebro que rechinaba y resonaba en un
inquieto frenesí.
El viento parecía el grito alucinante de un
enorme pájaro demente, emitido mientras batía sus inmensas alas.
Y luego fuimos levantados
en vilo y arrastrados fuera de
allí, llevados otra vez por donde
habíamos venido, doblando una esquina, entrando en una oscura calleja en la
cual nunca habíamos estado antes, llena
de vidrios rotos y de cables que se pudrían y de metal que se enmohecía, lejos,
más lejos de lo que jamás habíamos llegado...
Yo me desplazaba mucho más atrás que Ellen, y de tanto en
tanto podía divisarla golpeando en las paredes metálicas, mientras todos
gritábamos en el helado y
ensordecedor huracán que parecía que
jamás iba a dejar de soplar, hasta
que cesó bruscamente y caímos al
suelo. Habíamos estado en el aire durante un tiempo larguísimo. Me parecía que
habían sido semanas. Caímos al suelo golpeándonos y me pareció que me volvía
rojo y gris y negro y me oí a mí mismo quejándome. No me había muerto.
AM entró en mi mente. La exploró con suavidad
aquí y allá deteniéndose con interés en todas
las cicatrices que me había causado en ciento nueve años.
Examinó todos los entrecruzamientos, las sinapsis reconectadas
y las lesiones de los tejidos que fueron
incluidas con su regalo de inmortalidad.
Pareció sonreírse frente al hueco que se
hallaba en el centro de mi cerebro y a los débiles y algodonados murmullos de las cosas que farfullaban en el
fondo, sin sentido pero sin pausa. AM dijo finalmente, gracias a un pilar de
acero inoxidable que sostenía letras de neón:
Odio. Déjenme decirles todo lo que he llegado a odiarlos desde que comencé a vivir mi complejo se
halla ocupado por 387.400 millones de circuitos impresos en finísimas capas. Si
la palabra odio se hallara grabada en cada nano-angstrom de esos cientos de
millones de millas no igualaría a la billonésima parte del odio que siento por los seres
humanos en este microinstante por ti. Odio.
Odio.
AM dijo esto con el mismo horror frío de una
navaja que se deslizara cortando mi ojo. AM lo dijo con el burbujeo espeso
de flema que llenara mis pulmones
y me ahogara desde mi propio interior. AM lo dijo con el grito de niñitos que
fueran aplastados por una apisonadora
calentada al rojo. AM me hirió en
toda forma posible, y pensó en nuevas maneras de hacerlo, a gusto, desde el
interior de mi mente.
Todo para que comprendiera completamente la
razón por la cual nos había hecho esto a los cinco; la razón por la cual nos
había salvado para sí mismo.
Le habíamos dado una conciencia. Sin advertirlo, naturalmente.
Pero de todas formas se la habíamos dado. Y finalmente estaba atrapada. Le
habíamos permitido que pensara, pero no le expresamos qué debía hacer con ese
don.
En un rapto de furia, de loco frenesí, nos
había matado a casi todos, y sin embargo seguía atrapada. No podía divagar, no podía sorprenderse, no podía pertenecer. Sólo podía ser. Y
entonces, con el desprecio insano con que todas las máquinas consideran a las
criaturas débiles y suaves que las han fabricado, había buscado su venganza. En
su paranoia había decidido guardarnos a nosotros cinco para un castigo eterno y
personal, que nunca alcanzaría a
disminuir su odio... que solamente lograría que recordara y se divirtiera,
siempre eficiente en su odio al ser
humano. Siempre inmortal
y atrapada, sujeta
ahora a imaginar
tormentos para nosotros gracias a
los ilimitados milagros que se hallaban a su disposición.
Nunca nos permitiría escapar. Éramos sus
esclavos. Nosotros constituíamos su única ocupación en el eterno tiempo por venir. Siempre
estaríamos con ella, con su enorme configuración, con el inmenso mundo todo-mente
nada-alma en que se había convertido. Ella era la madre Tierra y nosotros
éramos el
fruto de esa Tierra, y si bien nos
había tragado, no nos podría digerir
jamás. No podíamos morir. Lo
habíamos intentado. Hablamos tratado de suicidarnos, oh sí, uno o dos de nosotros lo habíamos
intentado. Pero AM nos lo había impedido. Creo que en realidad fuimos nosotros
mismos los que así lo deseamos.
No pregunten por qué. Yo no lo hice. No menos
de un millón de veces por día, por lo menos.
Tal vez podríamos
llegar a deslizar
una muerte sin
que se diera
cuenta. Inmortales sí, pero no indestructibles. Me di cuenta de esto cuando AM se retiró de mi mente y me permitió la
exquisita desesperación de recuperar
la conciencia sintiendo todavía que las palabras del
letrero de neón me llenaban la totalidad de la sustancia gris del cerebro.
Se retiró murmurando: "al diablo
contigo".
Pero luego agregó alegremente: "allí es
donde están, ¿no es así?"
El huracán había sido, indudable y
precisamente, causado por un gran pájaro demente, que agitaba sus inmensas
alas.
Habíamos estado viajando durante casi un mes,
y AM abrió caminos que nos llevaron directamente bajo el polo Norte, donde nos
torturó con las pesadillas de la horrible criatura destinada a
atormentarnos. ¿Qué materiales había utilizado para crear una bestia así?
¿De dónde había obtenido el concepto? ¿Sería
de sus conocimientos sobre todo lo que había existido en este planeta, que
ahora infestaba y regía?
Había surgido de la mitología nórdica. Esta
horrible águila, este devorador de
carroña, este roc, este Huergelmir. La criatura del viento. El huracán encarnado.
Gigantesco. Las palabras para describirlo serían: monstruoso, grotesco, colosal, ciclópeo, atroz, indescriptible.
Allí estaba, en un saliente sobre
nosotros: el pájaro de los vientos que
latía con su propia respiración irregular, su cuello de serpiente se arqueaba
dirigiéndose a los lugares sombríos situados por debajo del polo Norte,
sosteniendo una cabeza tan grande como una mansión estilo Tudor, con un pico
que se abría lentamente, como las fauces del más enorme cocodrilo que pudiera
concebirse, sensualmente; bolsas de arrugada piel semi-ocultaban sus ojos malvados, muy azules y que parecían
moverse con rapidez líquida; sus destellos eran fríos como un glaciar. Se movió
una vez más y levantó sus enormes alas coloreadas por el sudor en un movimiento
que fue como una convulsión. Luego quedó inmóvil y se durmió. Espolines.
Pico agudo. Uñas.
Hojas cortantes. Se durmió.
AM apareció ante nosotros bajo el aspecto de
una zarza ardiente y nos comunicó que si queríamos comer podíamos matar al pájaro de los
huracanes. No había comido desde hacía mucho tiempo, pero a pesar de ello
Gorrister se limitó a encogerse de hombros. Benny comenzó a temblar y a babear.
Ellen lo abrazó.
- Ted, tengo hambre - dijo -. Le sonreí.
Estaba tratando de infundirle algo de seguridad, pero todo esto era tan falso
como la bravata de Nimdok.
- ¡Danos armas! - Pidió.
La zarza
ardiente desapareció y en su lugar
vimos dos simples
juegos de arcos y flechas y una pistola de juguete que
disparaba agua, sobre una fría plataforma. Levanté uno de los arcos. No servía
para nada.
Nimdok tragó ruidosamente. Nos volvimos y
comenzamos a desandar el largo camino de
vuelta. El pájaro
de los huracanes
nos había arrastrado
tan largo trecho
que no podíamos casi
concebirlo. La mayor parte
del tiempo habíamos estado
inconscientes. Pero no habíamos
comido nada. Un mes yendo hacia
el pájaro. Sin comida. ¿Cuánto tardaríamos
en llegar a las cavernas de hielo,
en las que se hallaban las
prometidas provisiones enlatadas?
Ninguno
se preocupó por
esto. No íbamos
a morir. Se
nos darían desperdicios
y porquerías para que nos alimentáramos, algo, en fin. O tal vez no se
nos diera nada. AM mantendría vivos nuestros cuerpos de alguna forma, con
indecible dolor y agonía.
El pájaro seguía durmiendo, sin que nos
importara cuánto tiempo se mantendría así. Cuando AM se cansara de la
situación, desaparecería. Pero toda esa cantidad de carne. Esa tierna carne.
Mientras caminábamos escuchamos la risa
lunática una mujer obesa, atronando y rodeándonos, resonando en las cámaras de
la computadora que llevaban a un infinito de corredores.
No era la risa de Ellen. Ella no era gorda y
no había oído su risa en ciento nueve años. De hecho, no había oído... caminábamos... tenía mucha
hambre...
Nos movíamos lentamente. Muy a menudo uno de
nosotros sufría un desmayo y los demás teníamos que aguardar. Un día decidió
provocar un temblor de tierra mientras nos obligaba a permanecer en el mismo
sitio, haciendo que gruesos clavos sujetaran la suela de nuestros zapatos.
Ellen y Nimdok fueron atrapados en una grieta, que se abrió rápida como un
relámpago en las plataformas que formaban el piso. Desaparecieron. Cuando el
terremoto cesó, continuamos nuestro camino, Benny, Gorrister y yo. Ellen y
Nimdok nos fueron devueltos más tarde esa noche, que repentinamente se tornó en
día cuando una legión celeste los trajo
hasta nosotros, mientras un coro angelical cantaba "Desciende
Moisés". Los arcángeles describieron
varios vuelos circulares y luego dejaron caer los cuerpos maltrechos de nuestros
compañeros. Nos mantuvimos a la espera y luego de un rato Ellen y Nimdok se
hallaron detrás de nosotros. No estaban demasiado mal.
Pero
ahora Ellen caminaba renqueando. AM le había dejado esta
incapacidad.
El viaje a las cavernas, en pos de la comida
enlatada, era muy largo. Ellen no hacia más que hablar de cerezas y de cócteles
hawaianos de fruta. Yo trataba de no pensar en esas cosas. El hambre se había
corporizado, tal como para nosotros había sucedido con AM. Estaba vivo en mi
vientre, así como AM estaba viva en el vientre de la tierra. AM quería que no
se nos escapara la semejanza. Por lo tanto, intensificó nuestra hambre. No
encuentro forma para describir los sufrimientos que nos provocaba la falta de
alimentos desde hacía tantos meses. Sin embargo, nos, seguía manteniendo vivos.
Nuestros estómagos eran calderas de ácido burbujeante y
espumoso, que lanzaban punzadas
atroces. Era el dolor de las úlceras terminales, del cáncer terminal. Era un
dolor sin límites... Y pasamos por la caverna de las ratas. Y pasamos por el
sendero de las aguas hirvientes. Y pasamos por la tierra de los ciegos. Y
pasamos por la ciénaga de las angustias. Y pasamos por el valle de las
lágrimas. Y finalmente llegamos a las cavernas de hielo.
Millas
y millas de extensión sin
horizonte, en donde
el hielo se había
formado en relámpagos azules y
plateados, lugar habitado por novas del hielo. Había estalactitas que caían
desde lo alto, espesas y gloriosas como diamantes, formadas a partir de una
masa blanda como gelatina que luego se solidificaba en eternas y graciosas
formas de pulida y aguda perfección.
Vimos entonces la provisión
de alimentos enlatados, y procuramos
correr hacia allí. Caímos en la nieve, nos levantamos y tratamos de
seguir adelante, mientras Benny nos empujaba para llegar primero a las latas.
Las acarició, las mordió inútilmente, sin poder abrirlas. AM nos había
proporcionado ninguna herramienta con hacerlo.
Benny tomó una lata grande de guayaba y
comenzó a golpearla contra un trozo de hielo. Éste se deshizo en pedazos que se
desparramaron, pero la lata apenas si se abolló, mientras oíamos
la risa de la
mujer gorda que
sonaba sobre nuestras cabezas y se reproducía por el eco hacia abajo,
abajo, abajo de la tundra. Benny se volvió loco de rabia. Comenzó a tirar las
latas hacia uno y otro lado, mientras nosotros escarbábamos frenéticamente en la nieve y el hielo, tratando de hallar
una forma de poner fin a la interminable agonía de la frustración. No había
manera de lograrlo.
Luego, vimos que Benny babeaba una vez más, y
se abalanzó sobre Gorrister... En ese instante, sentí una terrible calma.
Rodeado por las blancas extensiones, por el hambre, rodeado
por todo menos por la muerte, comprendí
que ésta era el único modo de escapar. AM nos había mantenido vivos,
pero existía una forma de vencerla. No sería una victoria completa, pero al
menos significaría la paz. Estaba dispuesto a conformarme con esto.
Benny estaba mordiendo y comiendo la carne de
la cara de Gorrister. Éste, tumbado sobre un costado, manoteaba en la nieve,
mientras Benny, con sus poderosas piernas de mono rodeaba
la cintura de Gorrister, sujetando
la cabeza de su víctima con manos
poderosas como una morsa. Su boca desgarraba la piel tierna de la mejilla de
Gorrister. Gorrister gritaba tan violentamente que comenzaron a caer las estalactitas de la altura, hundiéndose
bien erguidas en la nieve que las recibía. Puntas de lanza, cientos de ellas,
hundiéndose en la nieve. Vi que la cabeza de Benny se movía rápidamente hacia
atrás, al ceder la resistencia de algo que arrancaba con los dientes. De ellos
colgaba un trozo de carne blanca tinto en sangre.
La cara de Ellen lucía negra en la blanca
nieve, dominó en polvo de tiza. Nimdok sin expresión, solamente con sus ojos
muy, muy abiertos. Gorrister estaba casi desmayado. Benny era poco más que un animal. Sabía
que AM lo iba a dejar jugar. Gorrister no moriría, pero Benny podría
llenar su estómago. Me volví ligeramente hacia la derecha y tomé una gran punta
de lanza de hielo.
Todo sucedió en un instante.
Llevé
con fuerza el
arma hacia adelante,
moviendo la mano
cerca de mi
muslo derecho. Benny recibió la herida en el lado derecho, debajo de las
costillas, y la punta llegó hasta su estómago, quebrándose dentro de su cuerpo.
Cayó hacia adelante y no se movió más. Gorrister, se hallaba tendido de
espaldas. Tomé otra punta de hielo y lo herí, siempre moviéndome, atravesándole
la garganta. Sus ojos se cerraron cuando sintió que el frío lo penetraba. Ellen
debe haberse dado cuenta de lo que yo quería hacer, incluso a pesar del
terrible miedo que comenzó a sentir. Corrió hacia Nimdok llevando en la mano un
trozo corto y agudo de hielo. Cuando él gritó, la fuerza del salto de Ellen al
introducirle el hielo en la boca y garganta, hicieron el resto. Su cabeza dio
un brusco salto, como si la hubieran clavado a la costra de nieve del piso.
Todo sucedió en un instante.
Pareció entonces que el momento dé silenciosa
expectativa que siguió a esta escena hubiera durado una eternidad. Casi podía
sentir la sorpresa de AM. Se le había privado de sus juguetes. Tres de ellos
habían muerto, sin posibilidad de volverlos a la vida. Podía mantenernos vivos
gracias a su fuerza y a su talento, pero no era Dios. No podía lograr que
volvieran a vivir.
Ellen me miró. Sus facciones de ébano se
destacaban en la nieve que nos rodeaba. En su actitud había una mezcla de miedo
y súplica, en la forma en que comprendí que estaba lista y esperaba. Yo sabía
que sólo tenía el tiempo de un latido del corazón antes de que AM nos
detuviera.
Al ser golpeada se inclinó hacia mí,
sangrando por la boca. No pude leer en
su expresión, el dolor había sido
demasiado intenso, había contorsionado su cara.
Pero podría haber querido decir: gracias. Por favor, que así sea.
Han pasado algunos siglos, tal vez. No lo sé.
AM se divirtió durante un largo tiempo acelerando y retardando mi noción del
paso de los años. Diré entonces la palabra ahora. Ahora. Me llevó diez meses
decir ahora. No sé. Me parece que han pasado varios cientos de años.
Estaba furiosa. No me dejó enterrarlos. No
importa. De todas formas no había manera de cavar en las plataformas que forman
el piso. Secó la nieve. Hizo que fuera de noche. Rugió y provocó la aparición
de las langostas. De nada sirvió; siguieron muertos. La había vencido. Estaba
furiosa. Yo había pensado
que AM me odiaba antes. No sabía
cuán equivocado estaba.
Aquello no era ni siquiera una sombra del
odio que extrajo de cada uno de sus circuitos impresos. Se aseguró de que
sufriera eternamente y de que no me pudiera suicidar.
Dejó
intacta mi mente.
Puedo
soñar, puedo asombrarme, puedo lamentar. Los recuerdo a los cuatro. Desearía...
Bueno, ya no importa. Sé que los salvé. Sé
que los salvé de sufrir lo que sufro ahora, pero sin embargo, no puedo olvidar su muerte. La cara de Ellen.
No fue nada fácil. A veces deseo olvidar. Pero ya nada importa.
AM me ha alterado para quedarse tranquila, según creo.
No quiere arriesgarse a
que yo pueda correr hacia una de las computadoras y
destrozarme el cráneo. O que pudiera contener el aliento hasta desmayarme. O degollarme con una lámina de
metal enmohecido. Puedo verme en alguna superficie pulida, de modo que
trataré de describir mi aspecto.
Soy una gran masa gelatinosa. Redondeada, con suaves curvas, sin
boca, con agujeros pulsátiles
llenos de vapor donde antes se hallaban mis ojos. En el lugar en que tenía los
brazos, veo unos apéndices cortos y de aspecto gomoso. Unos bultos sin forma
indican la posición aproximada de lo que fueron mis piernas. Cuando me muevo
dejo un rastro húmedo. Sobre
la superficie de mi cuerpo veo
deslizarse unos parches de enfermizo,
perverso color gris, tal como si surgiera una luz desde adentro.
Desde
afuera supongo que
mi torpe aspecto,
mi pobre trasladar,
ha de dar una sensación de algo que jamás pudo
haber sido humano. De un ser cuya apariencia es una tan ridícula caricatura de lo humano que resulta aún
más obscena por su muy vago parecido.
Desde adentro, soledad. Aquí. Viviendo bajo
la tierra, bajo el mar, dentro de las
entrañas de AM
a quien creamos
porque nuestras horas
se perdían tristemente, pensando tal vez sin darnos
cuenta, que él sabría hacerlo
mejor. Por lo menos ellos cuatro ya están a salvo.
AM estará cada vez más furioso al recordarlo.
Esto me hace en cierto modo feliz. Y sin embargo... AM ha vencido,
simplemente... se ha vengado...
No tengo boca. Y debo gritar.
fin
11
No hay comentarios:
Publicar un comentario