La carta de
1952 donde lo explica
En 1952 envió una misiva a un
amigo personal con su opinión sobre los platillos volantes que por aquella
época empezaron a entrar de lleno en la cultura de Estados Unidos
Por E. Zamorano
"Quiero conocer qué piensa Dios; el resto no son más que detalles". Esta es una de las muchas frases famosas que se le atribuyen al genio Albert Einstein, inventor de la teoría de la relatividad especial. Sus pretensiones no eran nada humildes, no: quería desentrañar las grandes preguntas que atañen al cosmos, nuestro lugar en el universo y los mecanismos que rigen la física cuántica. Desde tiempos inmemoriales, el ser humano se ha preguntado si realmente estamos solos en el universo, lo cual encaja bastante bien con los planteamientos teológicos que han hecho las distintas civilizaciones a lo largo de la historia y que han desembocado en distintos tipos de religiones.
Al fin y al cabo, el lugar que ocupa Dios en el mundo, al menos en las
creencias cristianas, vienen a ser los cielos, por lo que en cierto modo estas
ansias de Einstein entroncan con las grandes preguntas sobre el espacio:
¿Somos realmente la única forma de vida consciente e inteligente en todo
el universo?
¿Nuestra existencia se debe al azar o algún tipo de fuerza cósmica
desconocida?
Hay mucha rumorología sobre el supuesto interés de Albert Einstein por
hallar vida extraterrestre. Él se obsesionó con los mecanismos que rigen
nuestro mundo, como la gravedad y su relación con el espacio y el tiempo, no
tanto por las hipotéticas formas de vida que pueda haber más allá. Sin embargo,
sí que se conoce una carta dirigida a un buen amigo suyo que le pidió que
expresara su opinión. Era el comienzo de la década de los años 50 en Estados
Unidos, el interés popular por la ufología estaba despegando, sobre todo a raíz
de varios casos extraños reportados con rotativos de gran tirada que abrían sus
páginas con titulares que ahora mismo se pueden encontrar en las revistas
especializadas sobre casos ovni. La propia revista LIFE abrió su edición de
abril de 1952 con un titular bastante directo: "¿Tenemos visitantes
espaciales?".
videntemente, eran otros tiempos, y si algo definía a la perfección la
personalidad del físico era la curiosidad, como él reconoció en varias
ocasiones. Por tanto, y como buen científico, no le asustaba ningún tipo de
pregunta, sino más bien al contrario. Para cuando empezó a ponerse de moda la
ufología en Estados Unidos, le estimulaba tanto el tema que no dudó en
trasladar su opinión a un buen amigo suyo, el reverendo Louis Gardner.
"¿Crees que los platillos vienen del espacio, de Marte o de Venus?",
preguntó. "¿O crees que los ovnis son algún tipo de experimento de
tecnología militar creados por la Fuerza Aérea o bien los amigos de Estados
Unidos?".
La curiosidad de Einstein
En ese momento de su carrera, Einstein era uno de los científicos más
afamados del mundo, habiendo publicado ya su teoría de la relatividad general y
obtenido el Premio Nobel de Física. Era toda una personalidad pública, apoyando
la causa antirracista e instando a Roosevelt a proseguir en la carrera nuclear
con el Proyecto Manhattan, algo de lo que más tarde se arrepentiría a sabiendas
de sus consecuencias. Ello no fue óbice para que respondiera, concretamente el
23 de julio de 1952: "Esas personas han visto algo. Qué es, eso no lo sé,
y tampoco tengo curiosidad. Atentamente, Albert Einstein". Una misiva con
la que Gardner posaría orgulloso, años más tarde.
La respuesta fue, por tanto, algo decepcionante, ya que
"curiosidad" era la virtud de la que más presumía el cerebrito. Lo
curioso es que ese mismo mes la Fuerza Área recibió un récord de más de 500
informes sobre objetos voladores no identificados, como informa un artículo de
Mental Floss que se hace eco de la historia. No es que se pensara que hubiera una
causa extraterrestre detrás de estos sucesos, en aquellos momentos las
versiones oficiales apuntaban a meteoritos o al clima. Cinco años atrás, hay
otra historia no demostrada que asocia a Einstein con supuestos visitantes de
otros planetas.
"Einstein no se inmutó en absoluto al ver la evidencia real (del
platillo).
Platillos volantes en la noche americana
No registré en mis notas los comentarios iniciales que hizo, pero dijo
algo así como que no le sorprendió que vinieran a la Tierra, y que le daba
esperanzas para que pudiéramos aprender más sobre el universo. El contacto,
dijo, debería ser beneficioso para ambos mundos". Estas son las
declaraciones de Shirley Wright, asistenta personal de Einstein, quien
supuestamente acompañó al físico a la base militar de Roswell, en Nuevo México,
la cual tiene un largo historial ufológico.
Era 1947, pero no fue hasta 1993 cuando Wright decidió sacar la historia
a la luz. "Tenía forma de disco cóncavo, su tamaño equivalía a una cuarta
parte del hangar donde estábamos", aseguró. "El cuerpo de la nave era
de un material muy reflectante, pero cuando te acercabas a él, era bastante
opaco". Cuando el físico y su asistenta se acercaron, más pudieron
descubrir en su interior cinco cadáveres de metro y medio "vestidos con
trajes ajustados" que, según oyó, "no tenían ombligos ni
genitales". Después, supuestamente les llevaron a otra estancia donde
había un ser moribundo, gimoteando de dolor.
Como es evidente, esta historia resuena a pura invención. Aunque no deja
de resultar intrigante que la que quizás fuera la mente más brillante de todos
los tiempos pudiera tener acceso a los extraterrestres y le prohibieran hablar
de ello. De ahí que respondiera de esa forma tan seca a su amigo, el reverendo
Gardner, cinco años más tarde. Lo que sí que es cierto es que, a pesar de tener
una inteligencia infinitamente superior a la media, nunca pudo vislumbrar los
pensamientos de Dios, ni mucho menos resolver el gran puzle que resulta una
vida consciente como la nuestra en mitad de un silencioso cosmos o, en último
término, evitar a la muerte.
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