martes, mayo 02, 2023

‘Los clásicos nos ayudan a vivir’

 Dice el filósofo italiano Nuccio Ordine.



La obra de Ordine (Calabria, Italia, 1958) ha sido traducida a 24 idiomas en 33 países.

El filósofo italiano, uno de los invitados a la Filbo, presenta su obra 'Los hombres no son islas'.


Dulce María Ramos *

Nuccio Ordine nació en Calabria. Y en sus calles y, sobre todo, en las palabras de una sola persona nació su amor por el conocimiento y la docencia, todo gracias a una maestra que convirtió su casa en una escuela y le mostró las páginas de su lectura más entrañable de niño: 'Corazón', un clásico italiano escrito por Edmundo de Amicis. De ahí que su filosofía de vida haya sido que un buen profesor puede transformar vidas.

Ordine es el docente que ha acompañado por más de tres décadas a muchos estudiantes en las aulas universitarias, que les ha leído ese pasaje emblemático de 'El Principito' conversando con el zorro, los versos de Ítaca del poeta griego Constatino Cavafis y la carta de Albert Camus a su profesor, “cuando un estudiante te dice que has cambiado su vida, es la recompensa más bella que puede recibir un profesor. Hace más de veinte años leo a mis alumnos la carta de Camus, me emociono, lloro. Para mí, la verdadera alegría es enseñar”.

Este filósofo y docente, que recuerda al personaje del profesor John Keating, interpretado por Robin Williams en la película 'La sociedad de los poetas muertos', no solo es rebelde en el espacio académico, también ha revolucionando los paradigmas de la industria editorial con libros que hablan sobre la importancia del conocimiento humanístico y el ocio, desestimados ante el privilegio que da el dinero y la obsesión de ser todo el tiempo productivos.

Quizás su presencia asombra ante la casi extinción de los intelectuales que han sido desplazados por los influencers tal y como lo vaticinó Mario Vargas Llosa en 'La civilización del espectáculo'.

Desde su casa en Italia, Ordine conversó con EL TIEMPO, antes de viajar a Bogotá, para presentar en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, que hoy “abre sus páginas” en Corferias, su obra más reciente: 'Los hombres no son islas'. El intelectual aprovecha para hablar sobre el impacto y la influencia de la lectura de los clásicos y su repercusión en los temas que hoy preocupan a la sociedad.

Tanto en esta nueva obra como en otras precedentes como La utilidad de lo inútil y Clásicos para la vida, Ordine defiende la importancia de leer y estudiar a los clásicos.

En este mundo tan volátil y superficial, ¿no siente que esta es una guerra perdida?

Cada libro es un desafío. Leer un clásico no es útil para aprobar un examen o conseguir un título. Los clásicos son útiles para comprender la vida, para comprendernos a nosotros mismos. Sencillamente, los clásicos nos ayudan a vivir. El camino que escogí va a contracorriente: enseño valores que son contrarios a los valores dominantes, pero no se lucha solo para ganar, se lucha para defender aquello en lo que creemos y a menudo, como nos enseñó don Quijote, hay gloriosas derrotas que con el paso del tiempo pueden traducirse en pequeñas victorias.

Existe preocupación por la inteligencia artificial, en especial en las áreas humanísticas y de creación: literatura, música, arte. ¿La tecnología podrá reemplazarnos?

Las máquinas tienen un enorme potencial de cálculo y una velocidad extraordinaria. Las máquinas aprenden acumulando datos; sin embargo: ¿podemos llamar inteligentes a máquinas incapaces de construir una representación del mundo o de tener la capacidad de ser creativas? Una máquina puede ganar un juego de ajedrez donde las reglas son fijas y están bien definidas, pero cuando se enfrentan a situaciones donde reina la incertidumbre, como la mayoría de las situaciones humanas, la potencia de cálculo no servirá para predecir, por ejemplo, cuánto durará un matrimonio o una amistad. En relación a la creatividad, ¿serán los algoritmos capaces de crear como Mozart, Shakespeare o Picasso? Yo tengo muchas dudas. Una cosa es emplear la tecnología, y otra, ser empleado de ella. No podemos ser esclavos de la tecnología.

Más allá de esta preocupación, estamos viviendo también un momento de la “cultura de la cancelación”...

Para mí, la cancelación es una forma de censura. Hay una élite que, por motivos religiosos o políticos, decide qué debe leerse. Pienso en la Inquisición, durante el Renacimiento, que prohibía los libros considerados heréticos, al igual que los regímenes totalitarios que prohíben la lectura de libros sobre la homosexualidad. Esa manera de censurar es muy peligrosa porque mata la libertad del pensamiento crítico en la sociedad.

Y siguiendo con este tema, ¿hasta qué punto se puede separar la vida de la obra de un artista?

A veces la vida de un autor no coincide con su pensamiento. Por ejemplo, Giordano Bruno tuvo la capacidad de hacer coincidir su vida con su obra. Para Bruno, la filosofía es una manera de vivir, pero en cambio Picasso fue un hombre con muchas contradicciones. Esto no tiene nada que ver con la calidad de su obra, son cosas diferentes. También está el caso de Céline, que era un antisemita y dijo cosas que no se pueden compartir, pero escribió obras muy importantes sobre la guerra. Yo puedo condenar a un artista por su comportamiento, pero puedo aceptarlo como creador.

Otro dilema que enfrenta la cultura es la reescritura de los clásicos, como está pasando con Rohal Dahl. ¿Hasta qué punto un libro puede ser ‘corregido’ con la mirada de la sociedad actual?

Para mí, reescribir los clásicos es una locura. Cada época ha tenido la capacidad de leer a los clásicos a la luz de sus propios intereses, no puedo cambiar el texto según la sensibilidad de la época. Por ejemplo, la profesora Azar Nafisi hizo el ejercicio de releer Lolita, de Nabokov, con jóvenes de Irán, para que comprendieran la brutalidad ideológica a la que estaban sometidas, que permitía el matrimonio a los trece años. Entonces, yo puedo transformar el mensaje negativo de un clásico en algo positivo.

El consumo del ocio está cambiando: Netflix, Spotify, TikTok. A los niños y jóvenes de hoy les cuesta mucho más concentrarse y prefieren vivir aislados detrás de las pantallas de sus celulares. ¿Cómo logra que se interesen por la lectura de los clásicos?

En Japón surgió un fenómeno llamado Hikikomori que se ha extendido a otras latitudes, es muy preocupante. Los jóvenes se encierran en su habitación y han elegido el mundo virtual como su espacio, cultivando esta peligrosa forma de soledad. La idea de estar conectado veinticuatro horas con todo el mundo no significa que tengamos relaciones humanas verdaderas o auténticas. La escuela y la universidad tienen que hacer un trabajo muy importante, tienen que desintoxicar a los jóvenes. De ahí que leer una buena página de un clásico o un poema en un aula de clases tal vez pueda conmover a los alumnos. Si tocas el corazón de los jóvenes, ellos te seguirán. La educación no debe ser la reproducción pasiva de los valores dominantes; al contrario, debe ser un lugar crítico para que los jóvenes tengan un modelo alternativo.

Cuando lo entrevisté en plena pandemia, usted decía: “Para construir un mundo justo y equilibrado tenemos que atesorar las cosas que hemos comprendido en estos tiempos de pandemia”. 

¿Cómo salimos de este extraño momento?

La pandemia fue un laboratorio para comprender que las leyes del neoliberalismo destruyeron los dos pilares fundamentales de la dignidad humana: el derecho a la salud y el derecho al conocimiento. Destruir la sanidad y la instrucción pública es atentar contra el futuro de la humanidad. Por eso no podemos seguir eligiendo gobiernos conservadores que apoyan la instrucción y la salud privada, este sistema promueve que los ricos sean más ricos y los pobres, más pobres. Ahora, qué será de la humanidad después de todo lo que hemos vivido en la pandemia es algo que no puedo responder.

Usted siempre ha defendido elegir la disciplina que uno ame y ha sido crítico con la cultura mercantilista de la educación; pero muchos profesionales de las áreas humanísticas no pueden vivir de su profesión...

Hacer creer a los jóvenes que tienen que estudiar para aprender una profesión es limitar la potencia enorme de la instrucción. La instrucción tiene que formar ciudadanos cultos, no soldados que piensan lo mismo: hacer dinero. La cultura sirve para que yo sea un hombre o una mujer mejor, significa que cuando se elige una disciplina en función de hacer dinero, y no porque amas hacerlo, es bajar el nivel ético de la sociedad.

Un profesor puede cambiar la vida de un alumno, lamentablemente no son valorados por la sociedad, sus salarios son bajos y a veces viven en condiciones precarias...

El dinero vale más que el conocimiento, hemos tenido políticos ignorantes y presidentes ignorantes de Estados muy poderosos. Hace cuarenta años, en mi pueblo, un profesor tenía una dignidad social y económica muy importante, era respetado. Hoy, la dignidad humana se mide por la cantidad de dinero que tengo en el banco. A pesar de todo, en estos momentos en algún lugar remoto o aislado de cualquier lugar sucede un milagro: hay un profesor cambiando la vida de un estudiante. Se piensa que la inversión en la escuela y la universidad moderna es en computadoras y conectividad, cuando en realidad es invertir en buenos profesores. La docencia no es una profesión, es una vocación y debe recibir un trato digno. Un país que no comprenda esto no tiene futuro.

La 'Ilíada' nos enseñó lo inútil y la tragedia que puede ser una guerra, ya hace un año del conflicto en Ucrania. ¿Por qué cree usted que la paz siempre está en peligro?

Los clásicos no pueden evitar las guerras, pueden enseñar a los seres humanos los mecanismos que la determinan. Un mundo dominado por el imperialismo y la industria armamentística, que es muy poderosa, no favorece los procesos de paz en Ucrania o en otros lugares donde hay otras guerras. Edgar Morin escribió un ensayo sobre el tema, dice que, en la guerra, aunque la división del bien y el mal es clara, el bien también contiene el mal en su interior, es una forma de decir que las guerras son siempre peligrosas, nunca hay vencedores.

En pocas palabras, ¿por qué es importante aprender a vivir ‘la utilidad de lo inútil’?

Hoy en día, leer un libro, escuchar música, admirar un cuadro o ver a una mariposa volar significa perder el tiempo. ¿Por qué significa perder tiempo? Porque el tiempo para la sociedad está asociado con ganar dinero. El conocimiento, las relaciones humanas y nuestro vínculo con la vida necesitan lentitud; por eso lo inútil de estas actividades significa ganar tiempo para nosotros, para los demás, para la naturaleza y para la humanidad. Hay que darle importancia a este modelo de vida y parar esta locura de la producción continua.

Dulce María Ramos *

ESPECIAL PARA EL TIEMPO

@dulcemramosr

* Periodista cultural hispanovenezolana

https://www.eltiempo.com/cultura/musica-y-libros/nuccio-ordine-los-clasicos-nos-ayudan-a-vivir-760073





 

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