En India vivió y reinó un rey llamado Iadava, dueño de la provincia de Taligana. Es mencionado por historiadores hindúes, como uno de los monarcas más generosos y ricos de su tiempo.
La guerra, con su cortejo inimitable de calamidades, amargó mucho la vida del rey Iadava, cambiando el ocio y el placer de que gozaba la realeza, en las más inquietantes tribulaciones. Fiel al deber que le imponía la corona, de velar por la tranquilidad de sus súbditos, se vio el hombre bueno y generoso obligado a empuñar la espada para repeler, al frente de un pequeño ejército, un insólito y brutal ataque del aventurero Varangul, que se decía príncipe de Calian.
El choque violento de los dos rivales sembró de muertos los campos de Dacsina y tiñó de sangre las aguas sagradas del río Shandú. El rey Iadava tenía, singular aptitud militar; sereno, elaboró un plan de batalla para impedir la invasión, y tan hábil y afortunado fue al ejecutarlo, que logró vencer y aniquilar por completo a los malintencionados perturbadores de la paz de su reino.
El triunfo sobre los fanáticos de Varangul le costó, desgraciadamente, grandes sacrifi-cios; muchos jóvenes pagaron con su vida la seguridad de un trono para prestigio de una dinastía; y entre los muertos, con el pecho atravesado por certera flecha, quedó en el campo de batalla el príncipe Adjamir, hijo del rey Iadava, quien patrióticamente se sacrificó en el momento culminante de la lucha, para salvar la posición que dio a los suyos la victoria final.
comenzaba otra vez, como si sintiese placer en revivir los momentos de angustia y ansiedad pasados. En la hora temprana de la mañana, en que los brahmanes llegaban al palacio para la lectura de los Vedas[3], ya se veía al rey trazando en la arena los planos de una batalla que se reproducía indefinidamente.
¡Desgraciado monarca! –murmuraban los sacerdotes, apenados-. Procede como un “sudra” (esclavo) a quien Dios privó del uso de la razón. ¡Sólo la diosa Dhanoutara, poderosa y clemente, podrá salvarlo! Y los brahmanes elevaban oraciones, quemaban raíces aromáticas, implorando a la diosa clemente y poderosa, eterna patrona de los enfermos, que amparase al soberano de Taligana.
Un día, finalmente, fue informado el rey de que un joven brahmán –pobre y modesto- solicitaba una audiencia que venía pidiendo desde hacía algún tiempo. Como estuviese en ese momento en buena disposición de ánimo, ordenó el rey que llevaran al desconocido a su presencia.
Conducido a la gran sala del trono, fue interpelado el brahmán, como lo exigía la costumbre, por uno de los visires del rey.
- ¿Quién eres, de dónde vienes y que deseas del rey?
- Mi nombre es Lahur Sessa, y vengo de la aldea de Manir, que está a treinta días de marcha de esta bella ciudad. Al recinto en que vivía llegó la noticia de que nuestro bondadoso rey arrastraba los días, en medio de profunda tristeza, amargado por la ausencia del hijo que le robaba la guerra. Gran mal será para el país, me dije, si nuestro querido soberano se encierra dentro de su propio dolor. Pensé, pues, en inventar un juego que pudiera distraerlo y abrir en su corazón las puertas a nuevas alegrías. Es ese insignificante obsequio que deseo, en este momento, ofrecer a nuestro rey Iadava.
El soberano hindú era excesivamente curioso. Cuando le informaron del objeto de que el joven brahmán era portador, no pudo contener el deseo de verlo y apreciarlo sin demora. Lo que Sessa traía al rey Iadava consistía en un gran tablero cuadrado, dividido en 64 cuadraditos iguales; sobre ese tablero se colocaban dos colecciones de piezas, que se distinguían unas de otras por el color, blancas y negras, siguiendo simétricamente subor-dinadas a reglas que permitían de varios modos su movimiento. Sessa explicó con paciencia al rey, a los visires y cortesanos, en qué consistía el juego, enseñándoles las reglas esenciales:
- Cada uno de los jugadores dispone de ocho piezas llamadas peones; representan la infantería que avanza sobre el enemigo para dispersarlo. Luego vienen las piezas mayores y más poderosas las torres; la caballería, indispensable en el combate, aparece, igualmente, en el juego, simbolizada por dos piezas que pueden saltar como dos corceles, sobre las otras; y para intensificar el ataque, se incluyen – representando a los guerreros nobles y de prestigio –los dos visires del rey, los alfiles.
Otra pieza, dotada de amplios movimientos, eficiente y poderosa, será llamada la reina. Completa la colección una pieza que aislada poco vale, pero que amparada por las otras se torna muy fuerte: es el rey.
El rey Iadava, interesado por las reglas del nuevo juego, no se cansaba de interrogar al inventor:
- ¿Y por qué la reina es más fuerte y poderosa que el mismo rey?
- Es más poderosa, porque la reina representa el espíritu patriótico del pueblo en el juego.
El poder mayor con que cuenta el rey reside, precisamente, en la exaltación cívica de sus súbditos. ¿Cómo podría el rey resistir los ataques de sus adversarios, si no contase con el espíritu de abnegación y sacrificio de aquellos que lo rodean y velan por la integridad de la patria?
En pocas horas el monarca aprendió las reglas del juego, consiguiendo derrotar a sus visires en partidas que se desenvolvían impecablemente sobre el tablero.
Sessa, de vez en cuando, intervenía respetuoso, para aclarar una duda o sugerir un nuevo plan de ataque o de defensa.
En determinado momento el rey hizo notar, con gran sorpresa que la posición de las piezas, por las combinaciones resultantes de diversos lances, parecía reproducir exactamente la batalla de Dacsina: Observad –dijo el inteligente brahmán- que para conseguir la victoria es imprescindible el sacrificio de este visir. E indicó precisamente la pieza que el rey Iadava, en el desarrollo del juego, pusiera gran empeño en defender y conservar.
El juicioso Sessa demostraba, de ese modo, que el sacrificio de un príncipe es a veces impuesto como una fatalidad, para que de él resulten la paz y la libertad de un pueblo.
Al oír tales palabras, exclamó el rey Iadava, sin ocultar su entusiasmo:
- No creí nunca, que el ingenio humano pudiera producir maravillas como este juego, tan interesante al par que instructivo. Moviendo esas simples piezas, aprendí que un rey nada vale sin el auxilio y la dedicación constante de sus súbditos, y que, a veces, el sacrificio de un simple peón vale más, para la victoria, que la pérdida de una poderosa pieza.
Y, dirigiéndose al joven brahmán le dijo:- Quiero recompensarle, por este maravilloso obsequio, que tanto me sirvió para aliviar viejas angustias. Pide, pues, lo que desees, para que yo pueda demostrar, una vez más, que soy agradecido con aquellos que son dignos de una recompensa.
Las palabras con que el rey traducía su agradecimiento dejaron indiferente a Sessa. Su fisonomía serena no traducía la menor emoción ni la más insignificante muestra de alegría o sorpresa. Los visires miraban atónitos y asombrados su apatía ante un ofrecimiento tan magnánimo.
- Rey todopoderoso –recriminó el joven con suavidad y altivez. No deseo, por el presente que os traje, otra recompensa que la satisfacción de haber proporcionado un pasatiempo agradable para aligerar el peso de las horas alargadas por agobiadora melancolía. Estoy, sobradamente recompensado, y toda otra paga sería excesiva.
Sonrió, desdeñosamente, el bondadoso soberano al oír aquella respuesta, que reflejaba un desinterés tan raro entre los hindúes. Y, no creyendo en la sinceridad de las palabras de Sessa, insistió:
- Me causa asombro tanto desamor y desdén por las cosas materiales, joven. La modestia, cuando es excesiva, es como el viento que apaga la antorcha, dejando al viandante en las tinieblas de una noche interminable. Para que el hombre pueda vencer los múltiples obstáculos que le depara la vida, precisa tener el espíritu sujeto a una ambición que lo impulse hacia un ideal cualquiera. Exijo, por tanto, que escojas si demora, una recompensa digna de tu valioso regalo. ¿Quieres una bolsa llena de oro? ¿Deseas un arca llena de joyas? ¿Pensaste en poseer un palacio? ¿Aspiras a la administración de una provincia? Aguardo tu respuesta, ya que mi palabra está ligada a una promesa.
- No admitir vuestro ofrecimiento después de vuestras últimas palabras -respondió Sessa-, más que descortesía sería desobediencia al rey.
Voy, pues, a aceptar, una recompensa que corresponda a vuestra generosidad; no deseo, sin embargo, ni oro, ni tierras, ni palacios. Deseo mi recompensa en granos de trigo.
- ¿Granos de trigo? – Exclamó el rey, sin ocultar la sorpresa que le causara semejante propuesta-. ¿Cómo podré pagarle con tan insignificante moneda?
- Nada más simple –aclaró Sessa-. Dadme un grano de trigo por la primera casilla del tablero, dos por la segunda, cuatro por la tercera, ocho por la cuarta y así duplicando sucesivamente hasta la sexagésima cuarta y última casilla del tablero. Ruego a vos, rey generoso, que de acuerdo con vuestra magnífica oferta, ordenéis el pago en granos de trigo, y así como te indiqué.
No sólo el rey, sino los visires y venerables brahmanes, se rieron estrepitosamente al oír la extraña solicitud del joven. La falta de ambición que se traducía en aquel pedido era, en verdad, como para causar asombro aun al que menos apego tuviese a las cosas materiales de la vida. ¡El joven brahmán, que pudo obtener del rey un palacio o una provincia, se conformaba con granos de trigo!
- Insensato –exclamó el rey-. ¿Dónde aprendiste tan grande indiferencia por la fortuna? La recompensa que me pides es ridícula. Bien sabes que en un puñado de trigo hay un número enorme de granos. Debes darte cuenta de que con dos o tres medidas de trigo te pagaré holgadamente, conforme tu pedido, por las 64 casillas del tablero. Has elegido una recompensa que no alcanzaría ni para distraer algunos días el hambre del último “paria” de mi reino.
En fin, ya que mi palabra fue empeñada, ordenaré que el pago se haga de inmediato conforme a tu deseo. Mandó llamar el rey a los algebristas más hábiles de la Corte y les ordenó que calculasen la porción de trigo que Sessa pretendía.
Los sabios matemáticos, al cabo de algunas horas de profundos estudios, volvieron al salón para hacer conocer al rey el resultado completo de sus cálculos.
El rey les pregunta, interrumpiendo el juego: ¿Con cuántos granos de trigo podré cumplir, finalmente, con la promesa hecha al joven Sessa?
- Rey magnánimo –declaró el más sabio de ellos: calculamos el número de granos de trigo que constituirá la recompensa elegida por Sessa, y obtuvimos un número cuya magnitud es inconcebible para la imaginación humana. Hallamos enseguida, y con la mayor exactitud, a cuánto correspondería ese número total de granos, y llegamos a la siguiente conclusión: la cantidad de trigo que debe entregarse a Sessa equivale a una montaña que teniendo por base la ciudad de Taligana, fuese 100 veces más alta que el Himalaya. La India entera, sembrados todos sus campos, y destruidas todas sus ciudades, no produciría en un siglo la cantidad de trigo que, por vuestra promesa, debe entregarse al joven Sessa.
¿Cómo describir aquí la sorpresa y el asombro que esas palabras causaron al rey Iadava y a sus dignos visires? El soberano hindú se veía, por primera vez, en la imposibilidad de cumplir una promesa.
Lahur Sessa, como buen súbdito, no quiso dejar afligido a su soberano. Después de declarar públicamente que se desdecía del pedido que formulara, se dirigió respetuosamente al monarca y prosiguió:
- los hombres más precavidos, eluden no solo la apariencia engañosa de los números sino también la falsa modestia de los ambiciosos. Infeliz de aquel que toma sobre sus hombros los compromisos de honor por una deuda cuya magnitud no puede valorar por sus propios medios.
Más previsor es el que mucho pondera y poco promete. Y tras ligera pausa, continuó:
- Aprendemos menos con las lecciones de los brahmanes que con la experiencia directa de la vida y de sus lecciones diarias, siempre desdeñadas. El hombre que más vive, más sujeto está a las inquietudes morales, aunque no quiera.
Hállese ora triste, ora alegre; hoy vehemente, mañana indiferente; ya activo, ya indolente; la compostura, la corrección, alternará con la liviandad.
Sólo el verdadero sabio, instruido en las reglas espirituales, se eleva por encima de esas vicisitudes, pasando por sobre todas esas alternativas. Esas inesperadas y sabias palabras quedaron profundamente grabadas en el espíritu del rey.
Olvidando la montaña de trigo que el rey prometiera al joven brahmán, lo nombró su primer ministro.
Y así Lahur Sessa, distrayendo al rey con ingeniosas e interesantes partidas de ajedrez y orientándolo con sabios y prudentes consejos, prestó los más valiosos servicios a su pueblo y a su país, para mayor seguridad del trono y mayor gloria de su patria.
Comprensión Lectora
Responder las Siguientes Preguntas:
1. ¿Por qué se destacaba el rey Iadava?
2. ¿Qué enseñanza deja esta historia?
3. Escriba un comentario sobre esta historia.
4. Según esta historia ¿el ajedrez es más que un juego?
5. ¿Cree que son necesarios el esfuerzo, la lucha y el sacrificio para lograr los objetivos que se propone conseguir una persona en la vida?
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