Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud son los maestros de la sospecha, fundadores de un discurso transformador, según la expresión de Paul Ricoeur que, aunque derivada de una compleja hermenéutica, ha pasado a conocerse de tal manera desde su publicación, que es un referente, desde la filosofía hasta la crítica de cine.
En ese uso simplificado, se relaciona a los tres pensadores del siglo XIX con la crítica al racionalismo dominante en el pensamiento y en general toda la civilización occidental (sobre todo tras la Ilustración; por cuanto ven la razón como una simple justificación de pulsiones más profundas: el materialismo económico (Marx), la voluntad de poder (Nietzsche) o el inconsciente dinámico, expresado en el deseo sexual, la frustración y la agresividad (Freud).
"Afirma Ricoeur que Descartes puso en duda que las cosas fuesen tal y como aparecen, pero no dudó de que la conciencia fuese tal y como se aparece a sí misma. Por el contrario, los tres maestros de la sospecha: Marx, Freud y Nietzsche, aunque desde diferentes presupuestos, consideraron que la conciencia en su conjunto es una conciencia falsa. Así, según Marx, la conciencia se falsea o se enmascara por intereses económicos, en Freud por la represión del inconsciente y en Nietzsche por el resentimiento del débil. Sin embargo, lo que hay que destacar de estos maestros no es ese aspecto destructivo de las ilusiones éticas, políticas o de las percepciones de la conciencia, sino una forma de interpretar el sentido.
Lo que quiere Marx es alcanzar la liberación por una praxis que haya desenmascarado a la ideología burguesa. Nietzsche pretende la restauración de la fuerza del hombre por la superación del resentimiento y de la compasión. Freud busca una curación por la conciencia y la aceptación del principio de realidad.
Los tres tienen en común la denuncia de las ilusiones y de la falsa percepción de la realidad, pero también la búsqueda de utopías. Los tres realizan una labor arqueológica de búsqueda de los principios ocultos de la actividad consciente, si bien, simultáneamente, construyen una teleología, un reino de fines. Ricoeur, como ellos, acepta el lado ascético de la reflexión, su papel de aguafiestas ante determinadas percepciones de la realidad. Pero tras el necesario purgatorio de la crítica marxista, freudiana y nietzscheana, viene la recuperación del sentido, el restablecimiento de una ingenuidad purificada y fuerte." El Cicerone. En memoria de Paul Ricoeur.
Modernidad a la luz de los maestros de la sospecha
Pablo
Roisentul
El siglo XIX es
el elegido para los maestros de la sospecha, sospechas basadas en que en nombre
de la razón, imperante, se había desatado una justificación de la dominación
del hombre por el hombre y la supresión de los impulsos instintivos en pos de
una civilización (capitalista, feudal, democrática, o despótica).
La
Universalidad encarnada en la lógica de lo Uno y el concepto de verdad, habían constituido
en las épocas anteriores a estos maestros, verdaderas ontologías, doctrinas del
ser que decían "que era el ser". Por supuesto que esta
ontología no hacía sino adecuar a la sociedad, en sus distintas
manifestaciones, y suprimir las diferencias tildando de locos, marginales,
bárbaros, salvajes, esclavos, etc., a todo aquel que no se subsumiera a ellas.
Ya
la filosofía de Platón se había propuesto el objetivo de construir un discurso
que sea capaz de juzgar a todos los demás discursos y por consiguiente a todas
las demás conductas, fundando a la Filosofía como el primer discurso de
dominación.
Estos
maestros acudieron a la historia para sospechar de ella, para desnaturalizar lo
naturalizado en un proceso de borramiento de subjetividades que consistió en
tomar un recorte histórico y dar cuenta, artificialmente, de un origen perdido
e inventado.
La
filosofía le preparó el terreno a Cristo y la aparición del cristianismo sirvió
como elemento de colonización por excelencia, portador de un saber tan
hegemónico como la ambición filosófica que nos permitirá pensar tanto al
capitalismo como al poder.
La
iglesia como estructura clásica de poder en el cristianismo se apropió de este
etnocentrismo para esparcirlo en aras de una modernidad que, a través del
comercio, comenzaba a gestarse en Europa.
En
la entrada a la modernidad, tomó el nombre de Contrato, en donde se produce un
renacimiento de los conceptos griegos con relación a la democracia y al
racionalismo y tal como hizo Platón, se hace una lectura arbitraria de la
historia, tomando un lugar de enunciación que deja por fuera tanto el período
anterior a Platón como el medioevo.
Reconoce
un vínculo de filiación con la Grecia clásica y rechaza el lazo con la edad
media aunque Freud diría que al negarlo no hace más que afirmar su
presencia.
Cristianismo
en la Edad Media, contrato en la moderna, filosofía en la era de Platón. La
idea que se expandió por el mundo y por la historia es la de un discurso
unívoco, verdadero, en cada etapa, que reniega del anterior e inventa un origen
a partir de sí tomando una postura arbitraria por completo y haciendo creer que
occidente tiene el predominio de la reflexión y de la sabiduría, se busca
aniquilar todo discurso que quede por fuera de éste.
Todos pretendieron ofrecer un
discurso como el único posible encerrando a la historia en un callejón sin salida
ya que bajo la consigna del progreso, se crea un tirano tan feroz como el que
se intenta abolir. ¿Padre de la horda?
Todo lo que dicen vale, porque
lo dicen; presentificando, su palabra, lo incastrable del Otro creando un discurso incriticable. Discurso de dominio que
intenta borrar la diferencia que cruza al Otro, eliminando toda posible
subjetividad. En este marco los maestros de la sospecha... sospecharon. Y lo
hicieron porque notaron que había un inconsciente (Freud), una voluntad de
poder (Nietzsche) y una clase social explotadora (Marx).
Articulación: La modernidad a
luz de los maestros de la sospecha
Todos los hombres y mujeres
del mundo comparten hoy una forma de experiencia vital -experiencia del espacio
y el tiempo, del ser y de los otros, de las posibilidades y los peligros de la
vida-: la modernidad. Ser modernos es encontrarnos en un medio ambiente que nos
promete aventura, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros
mismos y del mundo y que al mismo tiempo amenaza con destruir todo lo que
tenemos, lo que sabemos, lo que somos.
Los ambientes y las
experiencias modernas cruzan todas las fronteras de la geografía y la
etnicidad, de las clases y la nacionalidad, de la religión y la ideología: en
este sentido, puede decirse que la modernidad une a toda la humanidad. No
obstante, esta unión es paradójica, es una unión de la desunión: nos arroja a
un remolino de desintegración y renovación perpetuas, de conflicto y
contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es ser parte de un
universo en el que, como dijo Marx: "todo lo que es sólido se evapora
en el aire".
Quienes están en el centro del
remolino tienen el derecho de sentir que son los primeros y quizá los únicos,
que pasan por él, este sentimiento produjo numerosos mitos nostálgicos sobre el
pre-moderno Paraíso Perdido. Sin embargo, incontables personas lo padecen desde
hace unos quinientos años. Y pese a que es probable que muchas experimentaran
la modernidad como una amenaza radical a su historia y sus tradiciones, ella,
en el curso de cinco siglos, desarrolló una historia y una tradición propia.
El remolino
de la vida moderna se alimenta de muchas fuentes: los grandes descubrimientos
en las ciencias físicas, que cambian nuestras imágenes del universo y nuestro
lugar en él; la industrialización de la producción, que transforma el
conocimiento científico en tecnología, crea nuevos medios humanos y destruye
los viejos, acelera el ritmo de la vida, genera nuevas formas de poder jurídico
y lucha de clases; inmensos trastornos demográficos, que separan a millones de
personas de sus ancestrales hábitats, arrojándolas violentamente por el mundo
en busca de nuevas vidas; el importante crecimiento urbano y con frecuencia
cataclísmico: con sistemas de comunicación masivos, dinámicos en su desarrollo,
que envuelven y unen a las sociedades y las gentes más diversas; los estados
nacionales cada vez más poderosos, que se estructuran y operan burocráticamente
y se esfuerzan constantemente por extender sus dominios; movimientos sociales
masivos de la gente y de los pueblos, que desafían a sus gobernantes políticos y
económicos, intentando ganar algún control sobre sus vidas; y finalmente, un
mercado mundial capitalista siempre en desarrollo y drásticamente variable, que
reúne a toda esa gente en instituciones que, como organismos de control, fallan
en su devenir y acción y nublan aún más los panoramas de desarrollo.
Estos
procesos sociales se agrupan bajo el concepto de modernización y buscan hacer
del hombre tanto sujetos como objetos de esta, incluirlos en una dinámica que
les permite cambiar un mundo que los está cambiando a ellos y creer que el
cambio es suyo.
En el S.
XIX las visiones y los valores se unieron en el modernismo. Y hoy nos
enfrentamos a una dialéctica entre ambos (modernización y modernismo).
Nos encontramos dentro de una
época moderna que, fragmentada, perdió el contacto con las raíces de su propia
modernidad.
Se vive en constante
contradicción. Todo es absurdo pero nada escandaliza porque todos están
acostumbrados a todo. Es un mundo en el que lo bueno, lo malo, lo hermoso, lo
feo, la verdad, la virtud, sólo tienen una existencia local y limitada.
Toda esta multitud de objetos
que pasan frente a los ojos, marean. Entre todas las cosas que sorprenden, no
hay ninguna que llegue al corazón; sin embargo, todas juntas perturban los
sentimientos, hacen olvidar lo que cada uno es. Para sentir la complejidad y
riqueza del modernismo del siglo XIX y de las unidades que le infunden su
diversidad, hay que escuchar brevemente a sus voces más importantes: Nietzsche,
a quien se lo considera por lo general como una fuente importante del
modernismo de nuestra época, a Marx, a quien rara vez se lo asocia con alguna
especie de modernismo y a Freud que hunde sus textos sociales en una feroz
crítica al malestar moderno.
Este es Marx, hablando un
extraño y poderoso inglés en Londres, 1856. "Las llamadas revoluciones
de 1848 no fueron sino pobres incidentes -comienza-, pequeñas fracturas
y fisuras en la costra seca de la sociedad europea. Pero denunciaron el abismo.
Debajo de la aparente superficie sólida, traicionaron octanos de materia
líquida, que sólo necesitaban expandirse para fragmentar continentes de roca
dura".
Las clases gobernantes de la
década reaccionaria de 1850 dicen al mundo que todo es sólido otra vez; pero no
queda muy claro si ellos lo creen así. De hecho, dice Marx: "la
atmósfera en la que vivimos pesa sobre nosotros con una fuerza de
Prosigue Marx: "Hay un
gran hecho, característico de nuestro siglo XIX, que ningún partido se atreve a
negar". El hecho básico de la vida moderna, como lo experimenta Marx,
es que la base de la vida es radicalmente contradictoria: "Por un lado,
en la vida industrial y científica se ha iniciado una variedad de fuerzas que
ninguna época de la historia humana sospechó. Por el otro, hay síntomas de
decadencia que rebasan con mucho los horrores de los últimos tiempos del
Imperio Romano. En nuestros días, todo parece estar impregnado de su contrario.
A la maquinaria que tiene el maravilloso poder de acortar y fructificar la
labor humana la mantenemos hambrienta y con exceso de trabajo. Las novedosas
fuentes de riqueza se convierten en fuentes de deseo mediante un extraño
hechizo. Las victorias del arte parecen comprarse con la pérdida del carácter.
Al mismo tiempo que los amos dominan la naturaleza, el hombre parece estar
encadenado a otros hombres o a su propia infamia.
Inclusive la luz pura de la
ciencia parece incapaz de brillar en otra parte que no sea en el oscuro fondo
de la ignorancia. Pareciera que la finalidad de nuestros inventos y progresos es dar vida intelectual a
las fuerzas materiales y reducir la vida humana a una fuerza material".
Marx hablaba de deseo a la luz
de la desigualdad, reconociendo de todas formas, que éste hace síntoma en una
sociedad que revela sus fisuras, dejando una clase sin representación y
quedando el trabajador alienado a la maquinaria capitalista.
En Freud, la religión actual
del hombre común es una transformación delirante de la realidad, está compuesta
de ilusiones, es decir, de realizaciones imaginarias de deseos que proporcionan
un alivio psíquico al individuo. A nivel colectivo la religión sería la
neurosis obsesiva de la colectividad humana, un rasgo de infantilismo, que debe
ser contrarrestado por una educación para la realidad, que lleve a la
colectividad hacia la primacía del intelecto.
En la neurosis religiosa se
produce un fenómeno que Freud estudia junto a la psicología de las masas: el de
la pérdida de la individualidad del sujeto sumido en la multitud, bajo el
hechizo hipnótico de un caudillo, con quien mantiene una relación libidinal de
enamoramiento e identificación.
Nietzsche, era más efusivo al
hablar sobre éste: "¡Quién no busca el deseo! Es más sediento, cordial,
hambriento, terrible, siniestro que todo dolor, se quiere a él, se muerde en
él, en él lucha el anillo de la voluntad, quiere amor, quiere odio, es rico en
demasía, regala, despilfarra, ruega que alguien lo tome, da las gracias a quien
lo hace, le gusta ser odiado... tan rico es el deseo, que está sediento de
dolor, de infierno, de odio, de mundo".
Estas miserias y misterios
llenan de desesperación a muchos modernos. Algunos se liberan de las artes
modernas con el fin de eliminar los conflictos modernos; otros intentarán
equilibrar el progreso de la industria con una regresión neofeudal o
neoabsolutista en la política.
Sin embargo, Marx proclama una
fe paradigmáticamente modernista: "Por nuestra parte, no confundimos el
espíritu astuto que marca todavía todas estas contradicciones. Sabemos que para
trabajar bien... las nuevas fuerzas de la sociedad quieren ser dominadas por
nuevos hombres y eso es lo que son los trabajadores. Son una invención de los
tiempos modernos tanto como la maquinaria misma." Marx nos advierte a
pensar en la creación de un nuevo hombre... ¿El superhombre de Nietzsche?
Aunque el enfoque es
diferente, creo que se podrían acercar. Mucho se ha dicho sobre este
superhombre caracterizado y enaltecido como el hombre ario, aquel quizá, propio
del nazismo. Creo que Nietzsche, sin embargo, hubiera considerado a Hitler como
un deformador de su pensamiento.
En su concepción, Nietzsche
manifiesta la idea del guerrero y de la fuerza analogando a este hombre con el
espíritu del León pero lo hace en tanto hombre descubridor de una fuerza capaz
de crear valores, un guerrero porque es un hombre libre, que no reconoce un
principio superior al cual deba someterse y fundamentalmente, con fuerza para
la recuperación del sentido de la tierra y del cuerpo.
Frase, esta última, que nos
acerca más a la idea de hombre nuevo de Marx, transformador, fuerte, con
convicción y sentido propio de su cuerpo y de la tierra.
Con Freud podríamos encontrar
el punto de unión entre ambos pensadores en un hombre que no haga masa, ya que
desde él podríamos decir que el superhombre de Nietzsche y el nuevo hombre de
Marx se caracterizaban como figuras de la cura de una sociedad o como el más
allá de la enfermedad y por lo tanto de la moralidad.
En términos de Nietzsche, este hombre es aquel que puede armonizar sus instintos naturales, es la encarnación de la voluntad de poder, de la voluntad de vida, y puede soportar la verdad más desnuda y dura, la del eterno retorno, según la cual, todo regresará y lo hará en el mismo orden, siguiendo la misma implacable sucesión, de tal modo que el eterno reloj de arena de la vida será volteado sin cesar.
Flexibilidad y devenir del
tiempo que Dalí pintaría en uno de sus cuadros y Freud situaría en la constante
irrupción metonímica en donde las repeticiones se suceden.
Los escritos de Marx son
famosos por sus finales. Pero si lo vemos como a un modernista, notaremos el
movimiento dialéctico que subyace y anima su pensamiento, un movimiento abierto
que fluye contra la corriente de sus propios conceptos y deseos. Así, en el
Manifiesto comunista vemos que el dinamismo revolucionario que ha de derribar a
la burguesía moderna surge de los impulsos y necesidades más profundos de la
propia burguesía: "La burguesía no puede existir sin revolucionar
constantemente las herramientas de producción, y con ellas las relaciones de
producción, y después todas las relaciones de la sociedad... Una alteración
constante de la producción, el desorden ininterrumpido de todas las relaciones
sociales, la agitación e incertidumbre permanentes, distinguen a la época
burguesa de las anteriores."
Esta es probablemente la
visión definitiva del medio ambiente moderno, el que desde la época de Marx
hasta nuestros días engendró una sorprendente plenitud de movimientos
modernistas. La visión se desarrolla: "Todas las relaciones fijas,
estancadas, con su antigua y venerable sucesión de prejuicios y opiniones, se
desechan, y todas las recién formadas pierden actualidad antes de cosificarse.
Todo lo que es sólido se evapora en el aire, todo lo que es sagrado se profana,
y los hombres, al final, tienen que enfrentarse a las condiciones reales de sus
vidas y las relaciones con sus semejantes." Así, el movimiento
dialéctico de la modernidad se vuelve, irónicamente, en contra de su primer
promotor, la burguesía. Pero no se detiene ahí: al final, todos los movimientos
modernos están encerrados en este ambiente incluyendo el de Marx.
Supongamos, como lo hace Marx,
que las formas burguesas se descomponen y que en el poder se agita un
movimiento comunista: ¿Qué evitará que esta nueva forma social comparta el
destino de su predecesor y se evapore en el aire moderno? Marx comprendió la
cuestión y sugirió algunas respuestas. Una de las virtudes distintivas del
modernismo es que sus preguntas quedan en el aire mucho tiempo después de que
las mismas preguntas y sus respuestas abandonan la escena. Característica que
también notó Freud en la modernidad y que lo hicieron sostenerse en constante
investigación.
La evaporación como característica
de la liviandad conceptual en la modernidad vs. una serie de preguntas que aun
no siendo aceptadas por la sociedad de la época, quedaban flotando en el aire,
sin evaporarse.
Nietzsche también expresó la
misma metáfora pero refiriéndose al instinto y proponiendo un precedente del
que Freud se valdrá luego (aunque reconozca no haber seguido a Nietzsche para
la formulación de su teoría): la sublimación.
Dice Nietzsche: "La conducta no-egoísta y la contemplación
desinteresada, son llamadas sublimación, en las que el elemento fundamental
aparece casi volatilizado y sólo revela su presencia por la observación más
fina. Entonces la sublimación se presentará como un proceso ético, esencial que
consiste en ocultar sutilmente los instintos."
Evidentemente el sentido del
término va a ser diferente en ambos autores ya que prosigue: "A partir
de este principio toda la crítica de la moralidad radica en un análisis de las
tácticas de sublimación cuyo fin es volver a obtener el instinto. Esto equivale
a invertir el proceso de sublimación, reobteniendo el sólido a partir del
vapor" Nietzsche no hace más que deshacer los procedimientos de
sublimación.
Freud dice no haber tomado a
Nietzsche en su obra, pero sí nos adentramos a aquel romanticismo que aspiraba
a hacer consciente lo inconsciente y que estaba representado por Novalis, junto
a la perspicacia psicológica de Goethe, podemos dar cuenta que constituyen el
primer eslabón de un pensamiento del instinto que va radicalizándose
progresivamente a lo largo de su historia.
Todo el Romanticismo está
orientado hacia una ampliación del mundo de la conciencia; y la vía que se
propone hacer consciente lo inconsciente, es la vía del análisis. El
psicoanálisis, como desenmascaramiento, se remonta a una tradición, a la
corriente romántica de la que surge la moderna escuela irracionalista y la
contemporánea hermenéutica de la sospecha. En esta cadena o disposición anímica
del pensar occidental a Goethe le sucede Schopenhauer, es decir, le sucede una
filosofía de los instintos ávida de redención. Su idea de que a nadie engañamos
y halagamos con mañas tan sutiles como a nosotros mismos, contiene
implícitamente, capítulos enteros del psicoanálisis.
El sombrío reino de la
voluntad de Schopenhauer es una prefiguración de lo que Freud llama lo
inconsciente o el ello; de igual modo que, por otra parte, el intelecto de
Schopenhauer prefigura el yo (o el consciente) de Freud. Schopenhauer,
constituye un íntimo punto de contacto con el mundo psicoanalítico al declarar,
que del mismo modo que somos los artífices de nuestros sueños, lo somos también
de todo aquello que nos sucede, porque detrás de ello se halla la voluntad.
Nietzsche significa un paso
adelante en este camino que se ha venido a llamar filosofía de la sospecha y
especialmente en la capacidad en la que él es, de modo más explícito que en
ninguna otra cosa, discípulo y superador de Schopenhauer, es decir, como
psicólogo. En cuanto psicólogo de la voluntad Schopenhauer es el padre de toda
la ciencia moderna del alma. De él parte, a través del radicalismo psicológico
de Nietzsche, una línea directa que llega hasta Freud a través del método
psicoanalítico.
El hombre es una parte de la
cultura que se rige por una máxima hedonista, -dirá Nietzsche en consonancia
con Freud- la evitación del dolor y la consecución del placer. Y por otra
parte, Nietzsche muestra su afinidad con el procedimiento psicoanalítico
posterior, al revelar el origen del pudor en todos sus aspectos y especialmente
del pudor en las relaciones sexuales, en la pervivencia de un "tabú"
primitivo que subsiste bajo el manto de la cultura.
También en Aurora, Nietzsche
prefigura toda la investigación psicoanalítica entorno a la cultura al declarar
en el fragmento titulado "los olvidadizos" que "En las
explosiones de la pasión y en los delirios del ensueño y de la locura el hombre
reconoce su historia primitiva y la de la humanidad;... Su memoria se retrotrae
a un pasado muy lejano, mientras que su estado civilizado se ha desarrollado,
por el contrario, a partir del olvido de estas experiencias primitivas"...
Afirmaciones en las que se
pone de manifiesto que ya Nietzsche comprende la necesidad de una
interpretación analítica que arroje luz sobre el hombre y la cultura.
Reflexiones en las que ya entiende el olvido en sentido freudiano como un
mecanismo de defensa del ego, y como devenir inconsciente, es decir, permanecer
en una región de la mente inexplorable por la conciencia pero determinante para
ella. Es evidente que nos encontramos ante una serie de pensadores de un mismo
signo, que por diversos caminos, han ido desvelando el mundo del más allá de la
conciencia y se han enfrentado sucesivamente a los prejuicios del más acá de la
conciencia.
En la década de 1880,
encontraremos en Nietzsche, prejuicios; alianzas y esperanzas diferentes aunque
con una voz y un sentimiento similares hacia la vida moderna. Para él como para
Marx, las corrientes de la historia moderna eran irónicas y dialécticas: de
este modo los ideales cristianos de la integridad del alma y la voluntad de
verdad reventaron al cristianismo. El resultado fue lo que Nietzsche llamó "la
muerte de Dios" y "la llegada del nihilismo". La
humanidad moderna se encontró en medio de una gran ausencia, un vacío de
valores y, sin embargo, al mismo tiempo con una abundancia de posibilidades.
En Más allá del bien y del mal
(1882) encontramos, como en Marx, un mundo en el que todo está impregnado de su
contrario: "En estos puntos cruciales de la historia, se encuentran
yuxtapuestos y confundidos entre sí una especie de ritmo magnífico, múltiple en
rivalidad con el desarrollo, y una destrucción y autodestrucción enormes,
debidas a egoísmos violentamente opuestos entre sí, que estallan, luchan por el
sol y la luz, incapaces de encontrar cualquier tipo de limitación, de control,
de consideración dentro de la moral que tienen a su disposición... Nada sin
motivos, ya no más fórmulas comunes, una nueva alianza de malas
interpretaciones y falta de respeto mutuos; decadencia, vicios y los deseos más
supremos burdamente unidos entre sí, el genio de la raza fluyendo sobre el bien
y el mal; una simultaneidad fatal de primavera y otoño...
Una vez más está el peligro
madre de la moral -un gran peligro- pero que se desplaza hacia el individuo,
hacia lo más cercano y lo más querido, hacia la calle, hacia nuestros propios
hijos, nuestro corazón, nuestros rincones interiores más secretos del deseo y
la voluntad."
En tiempos como éstos, el
individuo se atreve a individualizarse. Por otro lado, ese individuo necesita
desesperadamente de sus propias leyes, de habilidad y astucia para conservarse,
exaltarse, despertar y liberarse. Las posibilidades son grandiosas y aciagas a
un tiempo. Nuestros instintos pueden dirigirse ahora en cualquier dirección,
nosotros mismos somos una especie de caos. La idea que tiene el hombre moderno
de sí mismo y de su historia significa realmente un instinto para todo, un
gusto y una lengua para todo.
Desde esta perspectiva se
abren muchos caminos, ¿Cómo harán los hombres y mujeres modernos para encontrar
los recursos adecuados con los cuales enfrentarse, a su "todo"?
Nietzsche observa que ya hay bastantes pusilánimes cuya solución al caos de la
vida moderna es dejar de vivir: "para ellos, ser mediocres es la única
moral que tiene sentido".
Nietzsche toma postura hacia
los peligros de la modernidad, los acoge con entusiasmo: "Nosotros los
modernos, nosotros los semibárbaros.
Estamos en medio de la gloria
sólo cuando estamos más cerca del peligro. El único estímulo que nos agrada es
lo infinito, lo inconmensurable". Tal como Freud y Marx, una gran preocupación por el destino. Sin
embargo, Nietzsche no quiere vivir permanentemente rodeado de ese peligro.
Tiene tanta fe en una nueva clase de hombres como Marx -"El hombre del
mañana y pasado mañana"- quien, oponiéndose a su presente, tendrá el
coraje y la imaginación para crear nuevos valores que el hombre y la mujer
modernos necesitan para guiar su paso por los peligrosos infinitos en que viven.
En todas partes hay graves peligros que pueden atacar en cualquier momento,
pero ni siquiera las heridas más profundas pueden detener el flujo y reflujo de
su energía.
Marx, Freud y Nietzsche
entendían también los modos en que la tecnología moderna y la organización
social determinaban el destino del hombre. Pero todos pensaban que los
individuos modernos tenían la capacidad suficiente para entender su destino y
luchar contra él. Por tanto, incluso en medio de un presente desdichado, podían
imaginar un futuro promisorio.
https://www.elsigma.com/colaboraciones/modernidad-a-la-luz-de-los-maestros-de-la-sospecha/883
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