martes, febrero 07, 2017

Nosotros Alimentamos al Mundo




  Una denuncia del negocio de la globalización de los alimentos. 

Una película sobre la comida y la globalización, sobre pescadores y agricultores, camioneros y ejecutivos corporativos, sobre la circulación de productos y del dinero, sobre la escasez rodeada de la abundancia. Con sus imágenes inolvidables, la película nos informa sobre la producción de nuestra comida y nos dice por qué tenemos algo que ver con el hambre en el mundo.



- Todos los días, la cantidad de pan que no venden en Viena y devuelven para tirar sería suficiente para el suministro de Graz, la segunda ciudad más grande de Austria.

- Unas 350.000 hectáreas de tierra agrícola, sobre todo en Sudamérica, están dedicadas al cultivo de soja para alimentar al ganado de Austria, mientras el 25% de la población local pasa hambre.

- Cada europeo come al año diez kilos de verduras artificialmente irrigadas en invernaderos en el sur de España, provocando con esto escasez de agua.









En Nosotros alimentamos al mundo, el cineasta austríaco Erwin Wagenhofer explora los orígenes de nuestra comida. La idea original parte de ver de otro modo el mercado más famoso de Viena, el Naschmarkt, para echar un vistazo detrás de las cortinas. ¿De dónde viene todo eso, de dónde vienen los tomates y los demás productos? Pues de España, y que un producto tan sencillo como un tomate tuviera que viajar tres mil kilómetros antes de llegar a su destino sirvió de historia principal, pero en realidad todo el documental es un viaje por Francia, España, Rumanía, Suiza, Brasil y luego de vuelta a Austria.

El guía en la película es una entrevista con Jean Ziegler, Ponente Especial de Naciones Unidas sobre  el Derecho a la Alimentación.

También entrevistan a pescadores, agricultores, biólogos y al director de producción de Pioneer, la empresa de semillas más grande del mundo, igual que a Peter Brabeck, director general de Nestlé International, la empresa de alimentación más grande del planeta. Nosotros alimentamos al mundo tiene el mérito de haber captado imágenes increíbles sobre el proceso productivo de los alimentos. El director explica a qué atribuye este logro: “El motivo es mi enfoque. Nunca aparezco con la cámara primero; al contrario, muchas veces voy cuatro o cinco veces solo. Lo llamo construir confianza. Y no ridiculizo a esta gente. Eso se ve en la película. 




Estoy muy orgulloso de ello. No me río de nadie, ni siquiera de Brabeck, el jefe de Nestlé. Me reúní con Brabeck igual que me reuniría con cualquier agricultor aquí en Austria, y la gente es consciente de ello. Por eso la gente dice que sí. De todas formas, nunca nos interesaba lo ilegal, ¡eso es muy importante!, sino cómo son las cosas bajo las condiciones normales y legales. No hay nada en esta película que se salga de la estructura legal, es todo transparente. No hay trampas en la película, eso nunca me interesaba, es decir, envían las patatas de Munich a Trieste y allí les ponen un sello y las mandan a Regensburg donde las empaquetan, y luego las transportan a Budapest para hacer patatas fritas... eso no me interesa.

Todo sistema legal tiene trampas. Igual que los primeros capitalistas, la gente siempre quiere intentar ganar dinero fácil; luego los jueces se dan cuenta, corrigen el fallo y se acabó. A mí me interesan más las cosas a largo plazo.

Lo de España lleva así desde los años 60, como nos dijo nuestro guía Lieven Bruneel. Cosas así se organizan y crecen y se vuelven más complejas y ahora tienen la escasez de agua y otros problemas. Nosotros queríamos saber cómo se hace el trabajo desde el principio. ¿Por qué van tantos africanos a trabajar allí?”. Al final, esta película no es sólo para la reflexión, sino para pasar a la acción. Como dice Jean Ziegler: “En la sociedad civil somos todos consumidores, vamos a los supermercados, tenemos que comer, cada uno de nosotros tiene que ir de compras y ahí podemos decidir. Eso sí que es poder. No querer tomates en Navidad, no querer fresas en Navidad, no querer que esos productos tengan que viajar tres mil kilómetros sólo para llegar hasta nosotros. No querer que nuestros animales se coman toda la selva brasileña y sudamericana. Nosotros, ¿quién si no?”.

Ingeniería genética en la agricultura

"Tenemos que acostumbrarnos a la idea de que ya no queda ninguna comida que no esté manipulada genéticamente". Karl Otrok, Director de Producción, Pioneer Rumanía

Austria es un país que se considera libre de la ingeniería genética. Hasta ahora, ningún organismo transgénico ha sido puesto en circulación y los supermercados austríacos tienen poquísimos productos que contengan elementos genéticamente modificados. Sin embargo, la ingeniería genética ha entrado en la agricultura austríaca por la puerta trasera a través de los piensos para los animales.

La producción doméstica de piensos no es suficiente para cubrir las necesidades de proteína de la industria de ganado austríaca. Austria importa unas 550.000 toneladas de soja al año, de las que, según Greenpeace, un 60% está modificada genéticamente. 

Aunque la ley ha exigido que estos piensos sean etiquetados como GM desde 2004, no hay ninguna obligación de etiquetar productos secundarios como carne, huevos o leche que provienen de animales que han comido estos piensos. Pocas pruebas se han llevado a cabo para establecer el efecto que esto pueda tener sobre los organismos animales o humanos. Lo que sí es evidente es que el cultivo a gran escala de soja genéticamente modificada en países como Argentina, está teniendo consecuencias enormemente negativas. La práctica de fumigar los cultivos ha subido drásticamente, los bosques están disminuyendo y la situación alimenticia de los habitantes se ha deteriorado dramáticamente. En todo el mundo hay más de 60 millones de hectáreas en las que se están cultivando plantas genéticamente modificadas.

El 99% en Canadá, Argentina, China y EEUU.

Principalmente son cultivos de soja (58%), maíz (23%), algodón (12%) y colza (7%).
Dentro de la UE está creciendo un movimiento de consumidores, incluyendo agricultores, que están en contra de la entrada en circulación de organismos transgénicos y alimentos GM. La reacción de la UE ha sido anunciar una moratoria -a pesar de la fuerte oposición de la Organización Mundial de Comercio- sobre la importación de semillas genéticamente modificadas, en vigencia hasta 2004. Desde entonces, las leyes de la UE han exigido que toda la comida que contiene algo GM sea etiquetada. Y desde entonces, la ingeniería genética se ha infiltrado cada vez más en la agricultura de Europa Central y Europa del Este, especialmente en estados recién admitidos como Bulgaria, Rumanía y Croacia.

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