El roscograma de la corrupción y el clientelismo en Colombia
visto por Daniel Coronell
“Se trata de una gran colonoscopia de
la política”, dice Samper Pizano en el prólogo
del libro “Recordar es morir” que muestra el entramado de sus columnas.
“Recordar
es morir”, así se tituló una columna publicada en 2007 por Daniel Coronell
sobre la trágica suerte de varios testigos que se habían atrevido a declarar
contra el general Rito Alejo del Río. Y así mismo se titula el nuevo libro en
el que reconocido periodista y columnista cuenta el detrás de cámaras de sus
investigaciones periodísticas. Las historias detrás de sus más importantes
columnas publicadas en la revista Semana.
Coronell
escribe solo una vez a la semana. Y con eso le basta para revelar las
documentadas denuncias que marca en la agenda informativa. ¿Cómo lo logra?
¿Cómo se tejen esas investigaciones? ¿Cómo decide un tema y lo concreta? Estas
son algunas de las preguntas que responde el libro publicado por la editorial
Aguilar, y con prólogo de Daniel Samper Pizano, quien señala que más que un
recuento de columnas, el texto entero expone un gigantesco roscograma de
corrupción y clientelismo: “una gran colonoscopia de la política colombiana”.
Este es el
preámbulo escrito por Daniel Samper Pizano:
De un solo golpe Por: Daniel Samper Pizano
Cierto día
de 2007, una discreta florista callejera se instaló en inmediaciones de la
residencia bogotana de Daniel Coronell, uno de los periodistas más conocidos
del país por sus telenoticieros ágiles, informados y vigilantes. Contra lo que
podría suponerse, la florista no estaba interesada en ofrecer azucenas y
claveles a los peatones, sino en averiguar la vida de Coronell y espiar sus
actividades. Era una agente secreta del das, el ya desaparecido y tenebroso
departamento de seguridad que, impulsado por la Presidencia de la República, se
dedicó entre 2002 y 2010 a perseguir, calumniar, amenazar e incluso asesinar a
quienes entraban a la lista negra del primer mandatario, Álvaro Uribe Vélez.
Coronell,
bogotano de 51 años, trabajador incansable, hombre discreto casado con la
conocida y premiada periodista María Cristina Uribe y padre de Raquel y Rafael,
en los años siguientes fue víctima, lo mismo que su familia, de chuzadas
telefónicas, amenazas y un acoso permanente que los obligaron a dos exilios.
Uno por emergencia y otro por prudencia, que aún se prolonga. Sin embargo,
desde el exterior y durante el tiempo que permaneció en Colombia, su columna en
Semana se convirtió en la más leída del país por su valentía y por la solidez
de sus denuncias. Y Daniel, me atrevo a pensar, en el periodista que más
admiramos sus colegas.
Recordar
es morir recoge, en forma temática y con interesantes introducciones, 102
columnas publicadas entre el 19 de mayo de 2007 y el 28 de noviembre de 2015.
Posiblemente muchos seguidores de Coronell conocieron en su momento buena parte
de esos artículos. Pero se trata de experiencias diferentes. Una cosa es leer
cada ocho días una página que revela atropellos y corruptelas y otra es el
acceso a esas denuncias ofrecidas en orden cronológico, y agrupadas por
escándalos. El impacto ya no llega en incómodas cuotas semanales, sino como un
solo golpe contundente que quita la respiración.
Su lectura
resulta indispensable para intentar armar el “rompecabezas que es la Colombia
contemporánea”, como señala el subtítulo del tomo con pleno acierto. Me parece,
en cambio, que el título está errado. Este libro es mucho más que una
recopilación de recuerdos o memorias. En realidad, se trata de varios libros en
uno. Es un libro de historia actual; es un tratado de periodismo; es una
exploración social sobre la corrupción y también un esbozo sicológico sobre el
poder.
Siendo
todo lo anterior junto, no constituye, sin embargo, el texto de un sociólogo,
un politólogo ni un sicólogo, sino de un periodista que reflexiona sobre su
oficio y procura ejercer de la manera más profesional posible la función
fiscalizadora que es derecho y deber de la prensa.
El agudo
sentido reporteril de Coronell está presente en cada renglón, pero en especial
cuando ofrece detalles y pinceladas de los personajes que desfilan por sus
páginas. Menciona, por ejemplo, que cuando buscó para una entrevista en su
cuartel de reclusión al coronel Alfonso Plazas Vega, procesado por la toma del
Palacio de Justicia, lo encontró orando en la capilla. Y describe así a cierto
fotógrafo tropical: venía “vestido de amarillo pollito y con una cámara al
cuello”.
Recordar
es morir tiene las ventajas de un libro escrito por un buen periodista. Lo que
en manos de un jurisperito, un militar o un antropólogo habría sido un
ladrillazo contra el lector, Coronell lo presenta en forma clara,
contextualizada y amena. Los acusados tienen su turno, los hechos son precisos
y no le falta humor al autor para describir ciertas situaciones, ni ironía para
calificarlas.
Perplejo
ante encrucijadas absurdas, Coronell confiesa que a veces no sabe si reír o
llorar.
De todos
modos, ni el humor ni la amenidad despojan al columnista de lo que en la
profesión se llama “el instinto por la yugular”, y a todo lo ancho y lo largo
el libro da la impresión de haber sido escrito “sin temores ni favores”.
Adentrarme
en este prólogo en los temas investigados y los destapes conseguidos
equivaldría a repetir su contenido. Menciono apenas la nefasta vitrina de
escándalos: el Palacio de Justicia, la compra de la reelección de Uribe, las
chuzadas del das, los subsidios para ricos de Agro Ingreso Seguro, SaludCoop,
el inefable magistrado Jorge Pretelt…
Vale la
pena apuntar que un trabajo de Daniel y sus colegas al revisar y comparar
videos de la tragedia del Palacio de Justicia les permitió saber que el
magistrado Carlos Urán había salido vivo del infierno y asesinado después.
Muchos hallazgos sorprenden y la gran mayoría indignan. No todos salpican a
Uribe. También aparece, por ejemplo, la vergonzosa defensa que hizo Colombia a
través de un “perito mercenario” ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos,
lo que hace al gobierno de Juan Manuel Santos cómplice de esconder suciedades
debajo del tapete.
En las
páginas de este volumen uno oye crujir la maquinaria del poder y ve el baile de
presiones contra la Justicia: políticos, militares, juristas, “abogángsters”
(como los denominó Carlos Monsiváis), gobiernos extranjeros (en especial el de
Estados Unidos), medios de comunicación…
Quiero
subrayar esto último porque Recordar es morir no solo se destaca como excelente
tratado de periodismo (“La labor del periodismo es buscar la verdad, no hacer
justicia”) y de investigación (“El periodismo investigativo es, en esencia, un
trabajo de equipo”); además, al hacer un repaso a las debilidades del sistema
político y social, exhibe la irresponsabilidad de la prensa. Coronell la
critica por sus silencios, por sus alcahueterías, por su incapacidad de mirar
(me remito a la nota “No se han dado cuenta”) y por sus incongruencias.
Denuncia a los “periodistas dedicados a lavar la cara de los funcionarios
envueltos en escándalos”. Y revela, por ejemplo, que, en tiempos en que el
embajador de Colombia en Italia, Sabas Pretelt, tenía problemas con la
Justicia, el jefe de prensa de la embajada, pagado por el Gobierno, era también
corresponsal de El Tiempo, RCN Radio y Canal RCN. ¿Qué independencia podía
esperarse de él?
La imagen
telescópica que ofrece el trabajo de Coronell es la de un gigantesco roscograma
alimentado por la corrupción y el clientelismo.
El elenco
de personajes principales que protagonizan el libro es siniestro, angustioso,
deprimente, triste. Algunos de ellos, como el procurador Alejandro Ordóñez,
sectario y clientelista, no parecen de estos tiempos sino de la Edad Media. El
más temible es Álvaro Uribe, líder conectado con un sinfín de escándalos, actos
de persecución y corruptelas de consecuencias históricas que en cualquier país
realmente democrático estaría preso en una penitenciaría, sedado en una casa de
reposo o hundido en un avergonzado silencio. En Colombia, no; aquí es un prócer
buscapleitos a quien la ley no roza.
Entretanto,
el mosaico de personajes secundarios ofrece muchos pintorescos; otros,
ingenuos; algunos más unos que inspiran miedo y no pocos esperpénticos, como
cierto colombiano antisemita y católico pre-preconciliar que mantiene una organización
pronazi donde alaba a Hitler y a sus discípulos tropicales.
Actúan en
el escenario de Recordar es morir muchos individuos que ofenden la ley, la
Justicia, el decoro administrativo y hasta la ortografía, como la sentencia
condenatoria de Yidis Medina (otra figura que parece tomada de una película de
Almodóvar), suscrita por un juez a quien no le alcanzó bachillerato, por lo que
escribe “agrozo modo” en vez de grosso modo y “espedida”, en vez de “expedida”.
Uno de los
“valores” que -espero y confío- salen maltrechos de estas páginas es la noción
de patria que nos venden quienes pelechan a la sombra del tricolor. El doctor
Samuel Johnson dijo sabiamente en el siglo xviii que “el patriotismo es el
último refugio del sinvergüenza”. Imposible discrepar de él cuando uno se
entera de los crímenes que se cometen aquí y ahora con el pretexto de “hacer
patria”.
Muchos
reprocharán a Coronell que se ocupe de la podredumbre nacional y no de “tantas
cosas buenas y bonitas que tiene nuestro lindo país”.
No es esa
su misión. La suya consiste en destapar los abusos, única manera de poder
corregirlos, así como el médico, para recobrar la salud del paciente, debe
diagnosticar primero la enfermedad. Por eso insisto en que este no es un libro
de recuerdos. Es una gran colonoscopia de la política colombiana.
http://www.las2orillas.co/el-roscograma-de-la-corrupcion-y-el-clientelismo-en-colombia-visto-por-daniel-coronell/
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