La corrupción en Colombia.
Cecilia López Montaño
La corrupción es el costoso y doloroso síntoma de un país que perdió
el norte después de un sangriento conflicto.
Muchos
no salimos del asombro ante una aberrante realidad: si no hubiera sido por un
juez norteamericano, al menos un exviceministro y un exsenador de la República
se habrían quedado con 11,5 millones de dólares, y nadie se habría dado cuenta.
Se puso de moda el tema de la corrupción porque este desproporcionado escándalo
se suma a otros que, acumulados, demuestran el costo que tendremos que asumir
los colombianos. Todos los precandidatos presidenciales del 2018 han señalado
la corrupción como el eje de su campaña. Pero antes de que esta sociedad caiga
en la trivialización del tema, es hora de entender que se trata de mucho más
que penalizar las grandes habilidades para apropiarse de los recursos del
Estado.
Lo
primero que sorprende, y que demuestra un problema muy profundo de este país,
es que quienes rodean a los nuevos multimillonarios ilícitos sean los primeros
sorprendidos. Es imposible que semejante crecimiento en riqueza pase
desapercibido por aquellos que conviven con el ladrón. Como decía mi madre (q.
e. p. d.), hay dos cosas que no se pueden ocultar: el dinero y el amor. Oh
sorpresa, entonces, cuando el cónyuge, el hijo, el yerno y sus íntimos amigos
se enfrentan a que han vivido o se han relacionado con un hampón. Eso no se lo
cree nadie, porque es imposible ocultar grandes inversiones, aumentos inmensos
en el patrimonio y derroche de dinero. Y los testaferros también se hacen los
locos.
Esta
situación demuestra una pérdida inmensa de valores y la desaparición de las
mínimas reglas de comportamiento. Es decir, una crisis de ética y moral en la
sociedad de unas proporciones gigantescas. A esto se agrega que en este país
las cabezas de estos inmensos desfalcos pertenecen al estrato seis y que además
se formaron en los mejores colegios y universidades. ¿Qué está pasando con
nuestro sistema educativo, no solo el público, que, digan lo que digan, sigue
siendo de mala calidad, con muy pocas excepciones? Pero la educación privada, a
donde va la clase media, y la supercostosa, a la cual asisten los que terminan teniendo
acceso al verdadero poder económico, político y social de este país, están en
una crisis peor. ¿Qué tipo de dirigentes estamos formando: aquellos que creen
que tienen libertad de hacer lo que les venga en gana? Y los ministros de
Educación se siguen improvisando, sin medir las consecuencias que esto está
teniendo en la formación de una clase media que asiste a unos colegios
mediocres y unas universidades que están demostrando la poca importancia que
les dan a la ética profesional y a la moral de sus estudiantes.
Además,
qué diablos está pasando en la familia, desarticulada, con padres ausentes, con
madres solas; y el Gobierno, mirando para otro lado. Sí, la paz es la mejor
noticia, y su construcción es la oportunidad para repensar esta absurda y corrupta
sociedad que tenemos. Donde el 90 por ciento de los empresarios aceptan pagar
coimas para obtener contratos y los ladrones saben que la plata todo lo paga,
inclusive sus penas.
Señores
precandidatos: la corrupción es el costoso y doloroso síntoma de un país que
perdió el norte después de un sangriento conflicto, de convivir con los vicios
de la narcocultura. Por favor, no usen la corrupción como un mensaje vacío para
conseguir votos. Miren la podredumbre que está saliendo a la luz y no se
limiten a vender un tema “que se puso de moda”, y que finalmente se acabe el
día que los elijan.
El o la
que llegue a la presidencia en el 2018 no solo tiene el inmenso compromiso de
construir un país en paz, sino una sociedad decente. La campaña presidencial no
puede ser la ratificación de ese país corrupto que tenemos, de ese perverso
ejercicio de la política, como si aquí no hubiera pasado nada.
CECILIA LÓPEZ MONTAÑO
cecilia@cecilialopez.com
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/la-corrupcion-en-colombia-cecilia-lopez-montano-columnista-el-tiempo/16798570
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