La noche del campesino por Alfredo Molano Bravo El Espectador.com
La historia de los campesinos ha
sido la historia de su constitución y su reconstitución como clase con economía
y cultura propias, y su permanente asedio destructivo por parte de
terratenientes y empresarios.
España echó en sus
barcos todo desempleado pendenciero que allá incomodaba para traerlo a matar
indios y a comer indias.
Del empeño salieron nuevos cruzados -pero de sangre- que crearon los primeros núcleos
de campesinos libres (medio artesanos también). La República liquidó resguardos
y aumentó con indios libres de tierra -desposeídos- el mestizaje. Sobrevivieron
donde las guerras civiles los dejaron a la deriva.
Todos a una tumbaron
selvas, tierras sin caminos o tierras secas. Las guerras les enseñaron la
geografía y el uso de las armas. Cuando el tabaco, el añil y el café se
volvieron rentables, los empresarios y los terratenientes se volcaron a
usufructuar las tierras que los campesinos habían hecho o hacían.
Fue el tiempo de las
peleas por los baldíos y contra las formas serviles de “asociación” con los
patronos: los años 20 y 30. En la décadas siguientes fueron perseguidos con
saña criminal para quitarles, a nombre del orden, las tierras de los valles del
Cauca, del Magdalena, del Sinú. O empujarlos a machete de las tierras cafeteras
de cordillera ganadas a las concesiones territoriales.
La reacción fue
también violenta y las guerrillas pulularon. Entonces el establecimiento -como
lo llamó Lleras Camargo- inventó a Rojas Pinilla y adoptó por orden de EE.UU.
la reforma agraria. Se ajustaron así los primeros 300.000 muertos. Ni lo uno ni
lo otro ni lo otro detuvieron las oleadas de campesinos tras las tierras
baldías de los piedemontes de oriente ni la ocupación a las faldas de las
sierras y serranías del norte -Nevada, Perijá, San Lucas-, ni la invasión de
haciendas en la costa.
A esas zonas
alejadas, pero también codiciadas, huían para poder trabajar como hombres y
mujeres libres, como colonos. Allí, a su brega dura y muda, llegaron un día la
marihuana y al otro día la coca y los horizontes se hicieron claros: todo lo
pedido y negado por siglos fue obtenido de la noche a la mañana. Con la coca se
tenía todo: precios buenos, créditos baratos, autoridades asequibles. Y con la
plata que dejaba la coca se rehizo la guerra: fue la munición de todo fusil -oficial,
paraoficial o insurrecto-. Comenzó la nueva cuenta de muertos: 500.000 nuevos
cadáveres. Los ríos se convirtieron en cementerios; las cabezas, en balones de
fútbol. El dinero y la sangre inundaron el país. Tiempos de huida, de
engarruñamiento, de soledad. Años de seguridad para matar y comer del muerto.
Ahora, hoy, mientras
en La Habana con una mano se trata de acabar con la muerte a las buenas, en las
oficinas del alto gobierno en Bogotá se trata de acabar con los campesinos a
las malas: desapareciéndolos de toda papelería oficial, ofreciéndoles las
lentejas de las Alianzas Productivas a cambio de las zonas donde podrían
defender su existencia como cultura y como economía, y recuperar su voz y hacer
valer su voto.
Los grandes
empresarios no quieren campesinos libres sino trabajadores rurales de sus
fazendas agroindustriales, siervos sin tierra, aparceros sueltos en manos de
capataces. El formidable movimiento agrario que se prepara no es otra cosa que
un nuevo intento por atravesarse al plan de la desaparición forzada de una
clase que hoy por hoy alimenta el país. El arreglo de La Habana no se puede
gemeliar con el desmantelamiento de un campesinado que ha sobrevivido a todas
las guerras.
Punto
seguido. El
viernes se instaló el decimoprimer congreso de la Federación Sindical Unitaria
Agropecuaria, con un mercado campesino, en la Plaza de Bolívar de Bogotá. Los
mercados campesinos -verdes, de hecho- tienen lugar en numerosos barrios de las
grandes ciudades, incluidas Medellín, Cali, Neiva, y en más de 100 cabeceras
municipales. Son la herramienta complementaria a las Zonas de Reserva Campesina
y la gran arma para enfrentar los TLC, las medidas de la Organización Mundial
del Comercio -siempre gravosas- y la especulación de las Centrales Mayoristas.
Naciones Unidas y la FAO los respaldan ampliamente.
http://www.elespectador.com/opinion/noche-del-campesino
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