La psiquiatra y El psicoanalista Por: Hernán D. Caro* Berlín
http://www.revistaarcadia.com/impresa/especial/articulo/cuando-lector-no-tiene-otra-opcion-seguir-devorando-paginas/31574
Una cuestión de vida o muerte
A muchos nos gusta leer novelas de suspenso. ¿Por qué? ¿Qué tiene este género literario? ¿Cuáles son sus mecanismos narrativos? Una reflexión a propósito de la visita a la Feria del Libro de los escritores John Katzenbach y Wulf Dorn.
http://www.revistaarcadia.com/impresa/especial/articulo/cuando-lector-no-tiene-otra-opcion-seguir-devorando-paginas/31574
El género del suspenso ha muerto. Palabras más,
palabras menos, esto escribía en 1962 Ian Fleming, creador del inmortal James
Bond, en un ensayo breve y formidable titulado “Cómo escribir un thriller”. Si a Fleming, desde ultratumba, o a
cualquier otra persona se le ocurriera repetir hoy, 50 años después, aquel
juicio terminante, a nadie la cabría la menor duda de que se trata del juicio
de un loco. Y no solo a causa del éxito inmenso de las películas de Bond. Un
vistazo a las listas de los libros más vendidos en todo el planeta muestra que,
junto a las historias de pálidos vampiros enamorados, hombres lobo melancólicos
y amas de casa que sueñan con ser estrellas porno, las novelas de suspenso
ocupan un puesto envidiable. Ken Follett, John Grisham, Dan Brown, Jo Nesbø son
solo algunos de los autores mundialmente conocidos cuyas obras venden sin
dificultad miles de copias en pocas semanas. El género de suspenso está más vivo
que nunca.
Dos representantes recientes del género están de
visita en Bogotá en el marco de la 26a Feria Internacional del
Libro: el estadounidense John Katzenbach y el alemán Wulf Dorn. Katzenbach se
ha convertido en un bestseller gracias a novelas como Al calor del verano
(1982), La guerra de Hart (1999) y, ante todo, El psicoanalista (2002).
Y La psiquiatra de Dorn ha vendido, desde su publicación en el 2009
hasta hoy, más de trescientos mil copias en varios idiomas. Nada mal para una
ópera prima. Otras obras suyas, como El superviviente (2010), van por el
mismo camino.
¿A qué se debe el éxito de este género? Según
Fleming, existe una única receta para que una novela de suspenso se convierta
en un bestseller: debe obligar a su lector a pasar la página. Y Wikipedia
explica que el secreto del thriller es que “mantiene a la audiencia alerta y al
borde del asiento”. Explicaciones estas que describen bien el efecto de las
obras, pero, por supuesto, no explican absolutamente nada. Entonces, ¿cómo
funciona el género? ¿Cuáles son sus mecanismos narrativos? La psiquiatra de
Dorn y El psicoanalista de Katzenbach, en muchos sentidos novelas
representativas del género de suspenso, ofrecen algunas claves para responder
esas preguntas.
Una historia sencilla
En primer lugar, el argumento central de ambos
libros (ambos de casi quinientas páginas) es tan sencillo que se puede resumir
en pocas palabras. El psicoanalista cuenta la historia del doctor
Frederick Starks, viudo, solitario, un hombre “devoto a la regularidad”, que
semana tras semana recibe la visita de pacientes similares con conflictos
similares. El día de su cumpleaños número cincuenta y tres, Starks recibe una
carta anónima en que se le advierte que debe pagar con su vida por un error que
ha cometido en su pasado como psicoanalista. Starks, quien ignora la naturaleza
del error que motiva la carta, tiene dos semanas para identificar a su autor.
Si no lo logra, deberá suicidarse o ser testigo de cómo cincuenta y tres de sus
parientes van sufriendo, uno a uno, torturas indecibles. Así empieza un juego
de acertijos y pistas falsas que, al final, habrá cambiado por completo la vida
de Starks.
La doctora Ellen Roth, protagonista de la novela de
Dorn, trabaja a conciencia desde hace cuatro años en una clínica psiquiátrica,
pero, según la dibuja el autor, está agotada. Un día su novio, colega en la
clínica, parte a un viaje que lo mantendrá desconectado del mundo durante
varios días y le pide a Ellen revisar un “caso
interesante”: una nueva paciente, golpeada y aterrorizada, quien asegura
que “el hombre del saco” la busca para hacerla desaparecer. Ellen la visita, le
promete que cuidará de ella, pero al día siguiente la mujer desaparece. Para
empeorar las cosas, nadie en la clínica supo alguna vez de su existencia, así
que Ellen se encuentra sola frente al enigma. Durante su búsqueda, Ellen, y
junto con ella el lector, descubren cuán íntima y horriblemente conectadas
están la vida de la doctora y la desaparición de la mujer.
Preguntas, placer y pánico
La sencillez de la historia es un rasgo
característico. Pero hay otro elemento esencial que pone en movimiento la
historia: el misterio y la necesidad de resolverlo. A inicios del siglo xvIII,
el filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz escribió que el principio de razón suficiente, que explica por qué las cosas son de esta y
no de otra manera, es una regla básica del pensamiento. Algunas décadas
después, Immanuel Kant fue más allá y declaró que el principio es de hecho una estructura inherente a la mente, a través
de la cual organizamos la información que nos dan los sentidos. La actividad
intelectual humana por excelencia sería, así, resolver problemas,
preguntarse “¿por qué?”. El thriller está construido sobre esa tendencia
fundamental, y ella a su vez explica que la lectura de novelas de suspenso sea
para muchos una verdadera adicción. ¿Por qué debe morir Starks? ¿Por qué ha
desaparecido la mujer de la clínica? Y del mismo modo en otros mil casos: ¿qué
se esconde tras la persecución a Roger O. Thornhill (Cary Grant en Intriga
internacional de Hitchcock)? ¿Y tras la muerte de la esposa de Richard
Kimble (Harrison Ford en El fugitivo)? ¿Y de qué se trata exactamente la
trama en la que termina involucrado Nicholas van Orton (Michael Douglas en El
juego)?
Parte de la atracción del thriller proviene del exceso de preguntas.
Pues por una inquietud central, cada historia de suspenso contiene otras cien
secundarias. En El psicoanalista, una mujer que se presenta como aliada
del autor de la carta aparece para “ayudar” a Starks. ¿Quién es esta mujer y
cuáles son sus verdaderas intenciones? Más tarde, el mentor del doctor, en
apariencia su único amigo fiel, desaparece de repente. ¿Qué ha sucedido? En La
psiquiatra, Ellen Roth cree reconocer en su mejor amigo al funesto “hombre
del saco”. ¿Cómo es esto posible? Y claro: ¿por qué se ha largado el novio
justo ahora? Preguntas sobre preguntas, los autores del género de suspenso se
alimentan de nuestro deseo de saber por qué las cosas son como son, o como
aparentan ser? En esto el género es similar a la novela policial clásica, tal
como fue imaginada por Edgar Allan Poe o Arthur Conan Doyle. Sin embargo, a
pesar de las semejanzas obvias, existe una diferencia importante. El misterio
de la novela de suspenso posee un peso y un gancho emocional muchas veces
ausentes en los enigmas policíacos clásicos. Tanto en La psiquiatra como en El
psicoanalista, las preguntas comprometen personalmente al protagonista. Ellen
Roth se convierte en responsable directa del destino de la mujer desaparecida
y, a medida que avanza la novela, del suyo propio. Por su parte, si Starks no
identifica al autor de la carta, o bien tendrá que morir por mano propia, o
bien sus parientes sufrirán castigos horrendos. Y de nuevo: el fugitivo Richard
Kimble es acusado de haber asesinado a su esposa, la policía lo quiere vivo o
muerto. O para no ir más lejos, ¿no sucedía algo similar en la estupenda serie
de televisión colombiana La mujer del
presidente, donde Carlos Alberto Buendía (Robinson Díaz) es acusado de
matar a la esposa de su jefe? Si quieren salir del embrollo sanos y salvos,
estos hombres tienen que resolver la intriga. Pero en el caso de la novela
policial, la resolución del misterio es más un reto a la inteligencia del
detective que una cuestión personal de vida o muerte. Para el Auguste Dupin de Poe, para Sherlock
Holmes o para el Hércules Poirot de
Agatha Christie solucionar el enigma es un ejercicio mental, y su motivación es
más el placer, o incluso la vanidad racional, que el puro y simple pánico.
Una cuestión de vida o muerte
Ser protagonistas del misterio transforma radicalmente la vida de la psiquiatra
y del psicoanalista. El lío en que terminan envueltos contra su voluntad rompe
con el orden del mundo al que estaban acostumbrados. Y no es accidental que en
ambas novelas los protagonistas estén dedicados al arte de comprender la mente
y las emociones humanas, y que a lo largo de la historia descubran que quizá
estas no son tan comprensibles como creían. En cambio, para el detective
profesional el enigma forma parte del mundo. Descifrar misterios es, bueno, a
lo que se dedica en la vida.
Guardadas las proporciones, la diferencia se podría ilustrar recordando la
distinción que Sigmund Freud propone entre el efecto que producen los cuentos
de hadas y las historias de fantasmas en su ensayo “Lo siniestro” (1919). En
los primeros, los protagonistas parten del supuesto de que existen seres
sobrenaturales. Así, en ellos las ocurrencias extrañas no causan terror. Las
historias de fantasmas, por el contrario, ocurren en un mundo “ilustrado”, en
el que lo sobrenatural supuestamente no existe. Su efecto es siniestro porque
los fantasmas chocan brutalmente con la creencia de sus protagonistas en la
sanidad del mundo. En cierto modo, Dupin, Holmes o Poirot habitan sin gran
dramatismo un mundo en que lo extraño es cotidiano, es decir, en que lo extraño
no lo es en realidad. Por su parte, Starks, Roth, Kimble (y Carlos Alberto
Buendía) despiertan un día cualquiera en un escenario de fantasmas que no
corresponde a su visión del mundo, y sus historias son espeluznantes,
perturbadoras y emocionantes porque están llenas de figuras cuya mera
posibilidad los protagonistas habrían negado horas antes. Una vez comprende que
su mundo entero ha cambiado, el protagonista del thriller no tiene otra
opción que jugar el juego. O como escribe Katzenbach en un punto de El
psicoanalista, Starks “entonces comprendió que, muy probablemente, en los
días siguientes tendría que actuar en muchas formas contra su propia
naturaleza”. En ese punto, claro está, el lector también ya lo ha seguido al
mundo de lo siniestro y no tiene otra opción que seguir pasando páginas como un
obseso. ¿Pues no sentimos todos al menos un poco de atracción perversa frente a
las historias de fantasmas?
El viaje del héroe
El hecho de que en el thriller la visión de la vida del protagonista sea
puesta en duda por la naturaleza tremenda del misterio al que se enfrenta,
implica un elemento adicional que distingue al género del de la novela de
detectives clásica. En todos los casos nombrados, el protagonista recorre un
camino que lo lleva desde el desconcierto o el terror iniciales hasta el
descubrimiento final de aspectos de su propio ser que antes desconocía
(aspectos que también pueden ser terribles, como bien verá el lector de La
psiquiatra). Se trata, en cierta forma, de un proceso de crecimiento, de
reconocimiento de la propia identidad y, en muchos casos, de consecución de una
recompensa colosal. Eso explica también el tipo de conexión emocional que
produce el thriller: el lector está dispuesto a acompañar al
protagonista en su travesía por el mundo de fantasmas y, en cierto modo, la
recorre él mismo.
Este camino fue llamado por Joseph Campbell en su libro clásico El héroe de
las mil caras: psicoanálisis del mito (1949) la aventura o “el viaje del
héroe”, y lo identifica como una estructura básica en los mitos de las más
diferentes culturas. En pocas palabras, el viaje se trata de lo siguiente: el
héroe inicia su camino en el mundo normal, pero pronto recibe un llamado a
penetrar un mundo desconocido y, ante todo, extraño y amenazante. Si acepta el
llamado (como hemos visto, el protagonista del thriller está obligado a
hacerlo), deberá enfrentar pruebas riesgosas que habrá de superar solo o con
asistencia externa. Si las supera (si sobrevive) el héroe recibirá un elixir,
un saber extraordinario, un don, una “gran bendición” en fin, que le permitirá
emprender el camino de regreso. La “gran bendición” y el recorrido mismo han
cambiado la vida del héroe.
Desde el mito del Minotauro y el Laberinto hasta El señor de los anillos
de Tolkien, las grandes narraciones de la historia están basadas en esta
estructura mítica. El thriller, por lo general también. Y justamente
porque describe un camino tortuoso al final del cual se encuentra una
recompensa, es tan exitoso y ata psicológicamente al lector: de algún modo su
estructura corresponde a lo que muchos imaginan que es, o debería ser, la vida
misma.
Existe una última característica que contribuye al poder de atracción del
género de suspenso. El detective clásico es un genio excéntrico. No así en el
thriller, donde los protagonistas son bastante normales: más o menos aburridos
(Frederick Starks), algo agobiados con su día a día (Ellen Roth), un tanto
execrables (Nicholas van Orton) o sencillamente ordinarios (Carlos Alberto
Buendía). Esta normalidad, esta falta de características insólitas, ha sido
descrita por Umberto Eco como una de las estrategias más eficaces de la cultura
de masas y una de las causas de su capacidad de hacernos “sentir bien”. Desde
los presentadores de televisión hasta los pobres héroes cotidianos del
thriller, la cultura de masas da al espectador, al lector, la posibilidad de
identificarse. El infeliz que despierta una mañana frente a un reto que no sabe
cómo resolver podría ser cualquiera de nosotros.
Ian Fleming escribe que una de las razones por las cuales el thriller
está condenado a desaparecer es que los “escritores se avergüenzan de inventar
héroes que son blancos, villanos que son negros y heroínas que son de un
delicado tono rosa”. Ahora bien, si Fleming pudiera dar un vistazo a muchas de
las novelas de suspenso actuales, se daría cuenta de que las cosas han
cambiado. Sus héroes no son ya James Bond. En cierto modo, el género de suspenso
ha recorrido un camino similar al de las series de televisión estadounidenses,
donde ahora “los buenos” pueden no serlo tanto y “los malos” son muchas veces
más simpáticos que los primeros. Y es precisamente su normalidad (Eco, para
bien o para mal, la llama “mediocritas”) la que ha convertido a los
protagonistas del thriller en personajes ambivalentes, con pasiones bajas,
errores y dilemas terrenales. En un pasaje de El psicoanalista, el
doctor Starks enfrenta con un revólver al hombre que ha destruido su vida.
¿Apretará el gatillo? En La psiquiatra, la desprendida Ellen Roth
resulta ser una insospechada caja de sorpresas. Y el lector, al borde de su
asiento, no tiene otra opción más que seguir devorando las páginas. Así las
cosas, el suspenso parece tener buenas perspectivas de supervivencia.
http://www.revistaarcadia.com/impresa/especial/articulo/cuando-lector-no-tiene-otra-opcion-seguir-devorando-paginas/31574
No hay comentarios:
Publicar un comentario