La era en que una severa Ángela Merkel imponía políticas de
austeridad a sus vecinos europeos está llegando a su fin, pero por la causa
menos pensada.
Resulta ser
que la tasa de natalidad alemana ha tocado fondo y ahora es la más baja del
mundo, lo cual hace prever que para el año 2020 su fuerza laboral será aún
menor que la de Japón, el país industrializado con menor mano de obra propia.
Un
estudio del Instituto de Economía Mundial de Hamburgo (HWWI) reveló que en
Alemania el número promedio de nacimientos por cada 1.000 habitantes se redujo
a 8,2 en los cinco años que transcurrieron entre 2008 y 2013. Esa cifra fue de
8,4 en Japón.
"Ningún
otro país industrial se está deteriorando a esta velocidad a pesar de la fuerte
afluencia de trabajadores migrantes jóvenes. Alemania no puede seguir siendo un
centro de negocios dinámico en el largo plazo sin un fuerte mercado
laboral", advirtió el instituto.
Los líderes alemanes saben que las
perspectivas no son nada halagüeñas y que los días del papel hegemónico de
Berlín -dictando políticas económicas ante las crisis de España y Grecia, por
citar dos ejemplos- empiezan a estar contados.
La
propia canciller Ángela Merkel advirtió en un discurso en Davos a principios de
este año que Alemania perderá seis millones de trabajadores netos a lo largo de
los próximos 15 años, en una reducción gradual de su fuerza laboral durante el
resto de esta década, antes de que comience el desplome.
Pesimismo alemán
Aunque los alemanes tienen fama de
resolver con eficiencia los problemas, poco pueden hacer ante este: se espera
que la población se reduzca de 81 millones a 67 en 2060, cuando sectores pobres
de la antigua Alemania Oriental entren en las llamadas "espirales de declive". De hecho, el panorama que se avecina parece apocalíptico: tiendas,
consultorios médicos, y hasta el transporte público empezarían a cerrar en esas
zonas, causando a la vez una emigración mayor de alemanes y redondeando un
círculo vicioso.
Incluso
pequeños pueblos en Sajonia, Brandeburgo y Pomerania han comenzado a contemplar
planes para un cierre paulatino y definitivo, algo que habría sido impensable
hasta hace unos años.
El impacto
fiscal del envejecimiento poblacional tiene dos fases, como apunta la
revista The Economist. En la primera, con el aumento de
la natalidad tras las Segunda Guerra Mundial los presupuestos públicos
disfrutaron de una ventaja al incrementarse, paralelamente, los ingresos
fiscales. En la segunda, a medida que los llamados baby-boomers comienzan a
jubilarse hay menos gente para pagar impuestos, mientras que el número
creciente de jubilados incrementa el gasto relacionado con las pensiones
públicas, y el cuidado de la salud, costeado principalmente por el estado, se
encarece.
Una de las
recomendaciones del HWWI para que Alemania pueda paliar el problema de su
menguante fuerza laboral es abrir las puertas a la inmigración de obreros
calificados.
Actualmente
hay 10 millones de extranjeros en el país. En el 2014, Berlín recibió 200,000
pedidos de asilo y recibió unos 800,000 inmigrantes, lo que representó un
incremento neto del 17% de la inmigración.
La propia
Merkel ha dicho recientemente que Alemania es un país de inmigrantes que tiene
los brazos abiertos a los extranjeros, pero no todos los políticos de su país
están de acuerdo. El partido populista de derecha AFD sigue ganando terreno en
las regiones más pobres como Bremen, y su agenda es cada vez más antinmigrante.
De modo
que está por ver aún cómo el gigante europeo hace frente a una verdadera bomba
de tiempo.
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