Historia de
Grecia Antigua
Origen de la Civilización Griega
Origen de la Civilización Griega
La Civilización Griega
Los egeos, como ya se ha visto, desarrollaron en el Mediterráneo oriental la primera gran civilización histórica europea. Los griegos, en la península helénica y en las islas y costas que antes poblaron aquéllos con sus gentes y sus obras, la segunda. Los protagonistas de esta nueva hazaña cultural no sólo heredaron de los egeos el ámbito geográfico para su vida histórica, sino también no pocos de sus muchos saberes, técnicas y obras. Pero, en este caso, los herederos así beneficiados no se limitaron a vivir de lo recibido; lo incrementaron de modo notable y alcanzaron, en todos los órdenes de la vida y el quehacer humanos, logros que sus antepasados no llegaron siquiera a vislumbrar.
En la historia de los griegos
advenidos al viejo ámbito de la civilización egea, pueden distinguirse, por lo
menos, cuatro períodos característicos. El primero se extendería desde los
orígenes hasta fines del siglo IX a. C., tiempos de formación y
consolidación en el nuevo hogar conquistado. El segundo, caracterizado por un
vigoroso proceso de expansión colonial, abarcaría desde fines del siglo IX a. C. hasta las postrimerías del VII; el tercero, entre los años 600 y 400
a. C., marca una época de plenitud en el desarrollo de las instituciones
sociales, políticas y económicas helénicas, e incluso de culminación en no
pocos aspectos de las creaciones artísticas y literarias.
Por último, a partir del año
400, comienza la decadencia política de Grecia; en la segunda mitad del siglo
IV a. C., las ciudades-Estado helénicas pierden su independencia ante el
imperialismo macedónico que acaudilla Alejandro Magno, y dos centurias más
tarde son absorbidas por la expansión imperial de Roma. La investigación
científica y filosófica, la literatura y otros aspectos culturales helénicos no
decayeron al mismo tiempo que se desquiciaban y caían las instituciones y
formas políticas tradicionales.
El
Origen de la Civilización Griega
Cuando las primeras estirpes indoeuropeas de habla griega
llegaron a la Hélade, hacia el último tercio del tercer milenio a. C., encontraron las pequeñas llanuras fértiles del Este de la península ocupadas
por agricultores de cultura neolítica que, dedicados al cultivo de la tierra y
a la cría de algunas especies domésticas, sobre todo de cabras, residían allí
desde el cuarto milenio a. C.
Respecto al probable origen
de esos pueblos, la total independencia que su patrimonio cultural manifiesta
con relación al Neolítico cretense, así como la falta de yacimientos similares
en las islas del mar Egeo y en las costas del Adriático, señalan que habían
entrado por el Norte y que estaban, por lo tanto, vinculados al Neolítico
europeo.
Pelasgos y Carios. Las
tradiciones helénicas recuerdan a los hombres neolíticos con la denominación de
pelasgos, e incluso en ciertas regiones, como el Ática y la Arcadia, quizá para
fundamentar un pretendido autoctonismo, se los consideraba antepasados de los
griegos, atribuyéndoseles también el haber civilizado parte de Italia.
Además, la arqueología
moderna ha señalado, en Tesalia meridional, la existencia de comunidades no ya
neolíticas, sino eneolíticas. Se trata, sin lugar a dudas, de aquellos pueblos
a los que las tradiciones helénicas denominaron carios y lélegos, llegados
seguramente por vía marítima desde las costas de Asia Menor, pues su patrimonio
lingüístico cultural es de claro origen anatólico.
Asimismo, un poco más al
Norte, en Tesalia septentrional, se han encontrado recientemente yacimientos
arqueológicos, también eneolíticos, pero pertenecientes a hombres que por
múltiples aspectos de su cultura, no pueden identificarse con los pobladores
eneolíticos de Tesalia meridional. Dichos yacimientos -cuya antigüedad puede
datar de los comienzos del primer tercio del tercer milenio a. C. -
constituirían, según hoy se piensa, el testimonio de una especie de avanzada de
los pueblos indoeuropeos.
Quienes construyeron esas
tumbas y fabricaron tal cerámica serían, pues, los legítimos antepasados de los
griegos y no aquellos a los que la tradición llamó pelasgos, carios y lélegos,
pertenecientes a grupos lingüístico-culturales muy distantes del indoeuropeo.
Los Aqueos. A través de
estas poblaciones, englobadas con la denominación de prehelénicas, comenzaron a
abrirse paso los primeros invasores indoeuropeos históricamente identíficables,
los aqueos. Acabaron estableciéndose en lugares fáciles de defender, y allí
construyeron sus castillos fortificados y sus tumbas reales.
Tales reductos les
sirvieron, al propio tiempo, para vigilar a los pobladores de las tierras
circundantes, de cuyo trabajo supieron hacer una fuente estable de recursos,
sea exigiéndoles tributos en especies, o bien obligándoles a cultivar sus
tierras y apacentar sus rebaños. A cambio tal vez les ofrecieran la protección
de las murallas exteriores de los palacios, en caso de peligro.
El panorama de un número
relativamente pequeño de indoeuropeos que vivían del trabajo de la gran
población preexistente justificaría la supervivencia de instituciones,
técnicas, tradiciones, cultos -especialmente agrarios-, nombres de lugares,
etc., que no son indoeuropeos ni cretenses, sino prehelénicos como también
explicaría, entre otros factores, el cambio físico existente entre los héroes
de Hornero y los griegos históricos.
Pero ello no es suficiente
para explicar el comienzo de la brillante civilización que los aqueos llegaron
a poner de manifiesto hacia el año 1400 a. de J. C. en las grandes
construcciones palaciegas de Micenas y Tirinto.
De Creta, con la que los
aqueos se pusieron en contacto mediante varias expediciones bélicas,
provinieron aportes fundamentales que integrarían el patrimonio cultural
micénico, por obra de los mismos aqueos, o a través de los cientos de esclavos,
artesanos, técnicos y artistas procedentes de la gran isla mediterránea.
No hay que pensar por ello
que los aqueos fueron meros repetidores de lo hecho por los minoicos; por el
contrario, en todos los órdenes, más o menos marcadamente, quedó impreso el
sello de su vigorosa personalidad, del espíritu guerrero e individualista, tan
característico de los indoeuropeos. Ello se advierte sobre todo en la
estructura político-social que impusieron en sus dominios. Jamás llegaron a
constituir un gran reino unificado, sino una serie de pequeños reinos o
principados independientes, dirigidos por reyes que vivían rodeados por sus
compañeros de armas, los secuaces, quienes constituían una especie de
aristocracia de sangre. En ellos recayeron seguramente el ejercicio de la administración,
y en especial las funciones militares.
Si, eventualmente, estos
pequeños reinos llegaron a unirse para realizar guerras como la de Troya (hacia
los siglos XIV-XIII), lo efectuaron así en esos casos porque ninguno se sentía
con fuerzas para llevar a buen término una tarea vital como la de abrir el
acceso a los estrechos del mar de Mármara.
Los aqueos, una vez dueños
del Egeo, se transformaron lentamente, de conquistadores o piratas, en
comerciantes, e incluso en industriales, pues en torno de sus palacios se
comenzó a industrializar los productos agrícola-ganaderos. Así, se tejió lana,
se fabricaron ánforas para envasar la miel y el vino, y, además, se
multiplicaron paulatinamente los talleres de donde salían armas de bronce,
joyas de oro y plata, etcétera.
Buena parte de esa riqueza
fue empleada en construcciones, tanto privadas como públicas, aspecto en el que
los aqueos se mostraron realmente originales. Sus tumbas de pozo, y
posteriormente sus tumbas de cámara y de cúpula, demuestran que, si en materia
religiosa habían adoptado parcialmente los cultos agrarios prehelénicos y
ciertas divinidades cretenses, en cambio mantendrían una estricta originalidad
en el culto a los muertos, como en lo que respecta a construcciones civiles, ya
que estabilizaron definitivamente el megarón, del que más tarde habría de
derivar la planta del templo griego.
Otro tanto ocurrió con la
pintura, pues, aunque los artistas que pintaron los frescos en los palacios
micénicos fueran cretenses, o discípulos fieles a la técnica de sus maestros,
los aqueos les impusieron su gusto por temas en los que predominaban el valor,
la fuerza y la destreza en el manejo de las armas. En dicho aspecto se pone de
manifiesto el mismo espíritu que los impulsó a construir las grandes murallas
ciclópeas, cuyas ruinas habrían de admirar los griegos de la época clásica.
Los Dorios. Las
inscripciones micénicas confirman las medidas defensivas que entre los años
1200 y 1100 a. C. se adoptaron en los reinos aqueos, algunos de los
cuales organizaron un complejo sistema de guarniciones y vigilancia, basado en
los secuaces del príncipe, a disposición de los cuales se hallaban los carros
de guerra.
Pero todas estas
precauciones y la desesperada resistencia atestiguada por las murallas
arrasadas y los edificios destruidos por el incendio que siguió al saqueo,
fueron inútiles ante la inexorable presión de nuevos invasores, también
indoeuro-peos, pero provistos de armas de hierro: los dorios. Éstos se fueron
abriendo un camino de destrucción y muerte a través de la Argólida, Laconia y
Mesenia, pasando luego a Creta, Rodas, Cos y Cnido, mientras que,
posterio-rmente, otros grupos se instalaron en Locrida, Fócida, Etolia y
Acarnania.
Aquellos aqueos que no
sucumbieron en defensa de sus reinos o que no lograron resistir en regiones de
fácil defensa, emigraron a las costas de Asia Menor, donde fueron muy bien
recibidos, e iniciaron allí el proceso de engrandecimiento de una de las
regiones más fecundas, desde el punto de vista cultural, del mundo griego: Jonia.
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