Distribución de la riqueza en Colombia
Dos Artículos.
Los
índices de distribución de la riqueza
en Colombia
Semana.com
Los índices de distribución
de la riqueza en Colombia son cada vez más preocupantes. Las últimas cifras son
las siguientes: en relación con la propiedad de la tierra, 2.300 personas
tienen el 53,5 por ciento (43.928.305 hectáreas) de la tierra aprovechable del
país.
En el sector financiero, la
concentración de la riqueza es igual, pues 2.681 clientes tienen el 58,6 por
ciento (185 billones de pesos) de todos los depósitos bancarios del país. Los
otros 44,6 millones de cuentahabientes tienen solo el 2,4 por ciento de todos
los depósitos (7,6 billones de pesos).
A propósito Thomas Piketty y las verdades de la economía colombiana
las2orillas Por: Sebastián De Los Ríos.
febrero 18, 2016
Hace unas
semanas el economista francés Thomas Piketty autor de “El Capital en el siglo
XXI” visitó nuestro país. Nos vino a decir lo que es evidente: Colombia es uno
de los países con mayor concentración de la riqueza del hemisferio (si no el
más desigual del mundo) y su sistema tributario es regresivo [1] e inequitativo. Al respecto, afirma: “El país
necesita más transparencia. Eso quiere decir acceso a los datos para que la
gente los conozca. El sistema tributario de Colombia no es muy progresivo según
los estándares internacionales”
Independientemente
del lugar que ocupemos en el ranking de países más desiguales del mundo y de la
dimensión del problema, el asunto es que el escenario antes descrito no es ajeno a Colombia sino que es una manifestación de la mecánica estructural de una
economía de mercado globalizada que se presenta en mayor o menor medida en
todos los países del mundo.
Es precisamente esa mecánica estructural detrás del mismo funcionamiento del capitalismo
la que se aventura Piketty a explicar en su ópera prima. Su argumento en términos estrictamente económicos y el que constituye su gran aporte al debate teórico es: la tasa de rendimiento del
capital (r) es mayor que la tasa de crecimiento económico (g) en el largo
plazo.
El
rendimiento del capital son los intereses y los dividendos que derivan su valor a partir de la dinámica especulativa inherente a los mercados financieros, por el contrario el crecimiento económico es el
valor de mercado de los bienes y servicios en el sector real de
la economía.
En ese sentido,
el rendimiento financiero de los
grandes capitales (muchos de ellos “improductivos” como las grandes herencias) estaría creciendo a una mayor velocidad de lo que actualmente se fabrica
(literalmente) o en su defecto se presta como un servicio por parte de un ser
humano (dejando de lado el debate sobre la inteligencia artificial.)
Nadie
puede negar la existencia de un bien tangible de un servicio prestado. Ya el valor monetario propiamente, lo “pone” el mercado con su mano
invisible. Contrario a un valor que es “virtual” y se construye en un sistema
financiero que se sostiene de nuestra fe ciega en el dinero.
“En el largo
plazo, todos estaremos muertos” dijo el mítico economista Keynes (o al menos
así dice la leyenda). Plantear que este fenómeno se da en el “largo plazo”
implicaría afirmar que se constituye en un atributo inherente al funcionamiento del capitalismo y la economía de mercado, como si fuera parte del diseño mismo del sistema.
El problema es que como resultado del hecho que una tasa crezca más rápido
que la otra, en términos prácticos quiere decir que la riqueza se está concentrando progresiva e inevitablemente en cada
vez menos manos agravando la ya profunda crisis económica, social y ambiental a
la que nos enfrentamos.
Piketty
plantea que esta dinámica de concentración de la riqueza se acentúa con la
aplicación de esquemas impositivos de naturaleza regresiva por parte del Estado
facilitando los procesos de acumulación de los más acaudalados mediante
reducciones de impuestos y diversas gabelas tributarias.
Precisamente,
lo que hizo Piketty con su obra fue descifrar la mecánica (al menos la
económica) detrás de su argumento. Haciendo gala de una rigurosidad analítica
impecable y un uso magistral de la economía matemática, describe el funcionamiento
basado en complejos tratamientos de datos históricos que se convierten en el
arsenal de evidencia para a la postre, concluir con una verdad de Perogrullo:
la distribución de la riqueza en el mundo es inequitativa y a no ser que se
reforme el capitalismo, las bases mismas de la democracia se verán amenazadas.
Más allá de la elocuencia o no que pueda tener mí interpretación del
argumento de Piketty, lo interesante fue la
naturaleza de las reacciones tanto a favor como en contra de lo que plantea en su libro, pues en ambos casos se centran sobre la forma.
En el primer caso, este autor ya tiene un nivel de
“rockstar”. Desde la academia se han dedicado a analizar, interpretar,
reconceptualizar, emular y adular su trabajo. Ríos de tinta han corrido abordando
las cuestiones de su libro, descifrando e interpretando la lógica argumentativa
así como el enfoque metodológico utilizado por el autor para llegar a sus
conclusiones. Asimismo, se han celebrado innumerables homenajes, se han
entregado premios y llevado a cabo celebraciones para exaltar los “hallazgos”
de Piketty.
En el
segundo caso, sus detractores generalmente enfocan sus esfuerzos para
desestimar sus conclusiones partiendo de argumentos como que los datos no son
fiables, que su tratamiento no fue el adecuado. Es decir que se centran sobre
el cómo y no tanto sobre el qué en términos de la
inminencia de la inequidad como atributo de nuestro sistema económico.
Independientemente
de la validez de los argumentos tanto a favor como en contra, sus admiradores
persisten en la reinterpretación del trabajo de Piketty, sumando al
conocimiento sobre las teorías plasmadas en su obra.
Sus detractores si bien se centran en lo procedimental y su proceso epistemológico para esgrimir sus críticas, es claro que nunca se
atreverían a negar la concentración de la riqueza.
En ese
sentido, considero que el valor de su obra no solo reside en la maestría con la
que “descifra” la mecánica de la concentración de la riqueza sino el haber
trasladado el debate sobre la inequidad, desde las conferencias de Naciones Unidas, las percepciones de los ciudadanos
de a pie, los reclamos de los economistas “heterodoxos”, las campañas de
sensibilización de las ONG´s así como de las guaridas de los mamertos
antiglobalistas y teóricos de la conspiración, a las mesas del mismo establishment académico y político neoliberal en
los países desarrollados.
Esto fue
posible en la medida en que Piketty logra construir una propuesta teórica para
demostrar “científicamente” la existencia de la inequidad y la mecánica detrás
de su funcionamiento interno. ¿Será que hasta que no se demuestre lo más
“científicamente” posible la existencia de una cuestión tan evidente y vergonzosa como la inequidad no vamos a hacer nada al
respecto? Y eso que obviando los miles de trabajos académicos que se han
publicado sobre el tema.
Para ilustrar este punto es útil mencionar lo que ocurre con el cambio
climático. Están los que afirman su existencia amparados en vastos arsenales de
investigaciones y están los que lo niegan acogiéndose a las conclusiones de
diversos estudios igualmente válidos.
Lo
interesante es que aún persiste el debate sobre estas cuestiones, cuando
(independientemente de cómo se quiera denominar el fenómeno) el clima global muestra contundentes señales de su afectación por el
obrar del hombre. Cuando se siguen dando estos debates bizantinos y casi que
tautológicos, si se quiere salir del impasse, necesariamente se debe apelar a
una ambigua y mancillada formula que no obstante, sigue siendo la clave de
todo avance trascendental que haya podido tener nuestra humanidad agobiada y doliente: la Voluntad Política (no
científica).
Pareciese
como si el problema fuese que aun los “policymakers” y las élites, a pesar de
la abrumadora presencia de la concentración de la riqueza, tienen la esperanza que aparezca un mesías economista que produzca el mecanismo
revolucionario, la tasa mágica, la ecuación milagrosa, el modelo institucional
redentor, de manera que podamos seguir manejando la
economía de la misma forma y poder barrer bajo la alfombra algunos pequeños
detalles como la pobreza, el hambre, la enfermedad, la violencia, la
destrucción ambiental que son en realidad los que no dejan que el capitalismo
cumpla con su promesa de bienestar para todos. Es decir,
seguir haciendo exactamente lo mismo, pero sin los incomodos efectos
secundarios.
De
resultar aquel genio que proponga la fórmula mágica (usualmente a esos les dan el Nobel de Economía) que permita evadir la responsabilidad de cambiar y ocultar el
evidente colapso social, vamos a estar más cerca de la distopía que nosotros
mismos hemos creado con la intención y el pensamiento. En todo caso, la evasión
como la negación están al orden del día en nuestra sociedad y parece que al
hecho de poder ejercerlas le damos un valor casi sagrado. Esta titánica tarea
(la de ocultar el sol con un dedo), me hace recordar la misión que aún tiene el
mitológico personaje Sísifo [2].
Lo
anterior implicaría entonces que esta inequidad característica de nuestro
sistema económico y social no es “accidental”, no es una “falla” natural del
sistema, de alguna u otra manera existe una intención ejercida por ciertos
actores de la sociedad para mantener el statu quo.
Tal como
lo afirma Piketty en la entrevista ofrecida al diario Portafolio “si
hay un grupo en la cima de la pirámide que está escapándose de la regla común,
entonces creo que nuestro sistema político y nuestro contrato social están en
riesgo.” e insinúa frente a la adopción de sistemas tributarios más progresivos “que las élites no quieren que
esto pase y algunas veces tratan de vender la idea de que eso sería malo para
los pobres, pero la propuesta se debe poner a escrutinio público al menos.”
Pensaría entonces que el “debate” debe también abordar las
cuestiones de fondo y que de alguna forma el trabajo de Piketty más
que una contribución a la teoría económica es un llamado a la acción.
Me
permito hacer está afirmación basado en esta declaración del autor frente a lo
que el opina podría hacerse para reducir la inequidad: “la manera más
importante para reducir la inequidad no es un sistema tributario sino la
educación”…“Esto es lo que hago en el libro: proveer información histórica para que la gente sepa de estos asuntos que nos han acompañado de muchos años
atrás.”
¿Acaso necesitamos más “evidencia”
(producto del método experimental positivista) y rigor científico para
reconocer y actuar sobre la existencia de la concentración de la riqueza y la
inequidad?
A mí al menos, me basta con salir a la calle y mirar alrededor….
[1] Esto implica en el primer caso que una mayor proporción de la riqueza
está en manos de unos pocos y en el segundo, que a medida que se van teniendo
mayores ingresos se van captando menos impuestos, (por ejemplo un aumento del
IVA es un claro ejemplo de esta lógica regresiva pues afecta a las personas de
menores ingresos), contrario a lo que se denomina un sistema tributario
progresivo en donde las tasas impositivas aumentan en la medida que aumenta el ingreso. (Pensaría
que esta última modalidad tiene más sentido en estos tiempos.)
[2] Sísifo es uno de los personajes más interesantes de la mitología griega. Vencedor de la Muerte, amante incondicional de la
vida, Sísifo engañó a los dioses para escapar de los Infiernos y por ello fue
condenado por Zeus a un castigo cruel por toda la eternidad: debía subir a
fuerza de brazos una gran piedra hasta una cumbre del inframundo. Pero cada vez
que el desdichado llegaba a la cima, la roca se le escapaba de las manos y
rodaba por la ladera hasta abajo. No le quedaba otro remedio que descender y
recomenzar su esfuerzo, sabiendo que nunca sería coronado por el éxito. http://www.fluvium.org/textos/etica/eti777.htm
http://www.las2orillas.co/a-proposito-thomas-piketty-y-las-verdades-de-la-economia-colombiana/
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