"...a fines del siglo XVIII, la burguesía, con las nuevas exigencias de la sociedad industrial, con una mayor subdivisión de la propiedad, ya no puede tolerar las ilegalidades populares. Busca nuevos métodos de coacción del individuo, de control, de encuadramiento y de vigilancia".
El
título suena pretencioso, lo sé. Pero la razón de ello es precisamente su
propia excusa. Desde el siglo XIX, el pensamiento occidental jamás ha cesado en
la tarea de criticar el papel de la razón -o de la ausencia de razón- en las
estructuras políticas. Resulta, por lo tanto, perfectamente inadecuado acometer
una vez más un proyecto tan amplio. La propia multitud de tentativas anteriores
garantiza, sin embargo, que toda nueva empresa alcanzará el mismo éxito que las
anteriores, y en cualquier caso la misma fortuna.
Heme
aquí, entonces, en el aprieto propio del que no tiene más que esbozos y esbozos
inacabables que proponer. Hace ya tiempo que la filosofía renunció tanto a
intentar compensar la impotencia de la razón científica, como a completar su
edificio.
Una
de las tareas de la Ilustración consistió en multiplicar los poderes políticos
de la razón. Pero muy pronto los hombres del siglo XIX se preguntaron si la
razón no estaría adquiriendo demasiado poder en nuestras sociedades. Empezaron
a preocuparse de la relación que adivinaban confusamente entre una sociedad
proclive a la racionalización y ciertos peligros que amenazaban al individuo y
a sus libertades, a la especie y a su supervivencia.
Con
otras palabras, desde Kant el papel de la filosofía ha sido el de impedir que
la razón sobrepase los límites de lo que está dado en la experiencia; pero
desde esta época -es decir, con el desarrollo de los Estados modernos y la
organización política de la sociedad -el papel de la filosofía también ha sido
el de vigilar los abusos del poder de la racionalidad política, lo cual le
confiere una esperanza de vida bastante prometedora.
Nadie
ignora hechos tan banales. Pero el que sean banales no significa que no
existan. En presencia de hechos banales nos toca descubrir -o intentar descubrir-
los problemas específicos y quizás originales que conllevan.
El
lazo entre la racionalización y el abuso de poder es evidente. Tampoco es
necesario esperar a la burocracia o a los campos de concentración para
reconocer la existencia de semejantes relaciones. Pero el problema, entonces,
consiste en saber qué hacer con un dato tan evidente.
¿Debemos
juzgar a la razón?
A
mi modo de ver nada sería más estéril. En primer lugar, porque este ámbito nada
tiene que ver con la culpabilidad o la inocencia. A continuación, porque es
absurdo invocar «la razón» como entidad contraría a la no razón. Y por último
porque semejante proceso nos induciría a engaño al obligarnos a adoptar el
papel arbitrario y aburrido del racionalista o del irracionalista.
¿Nos
dedicaremos acaso a investigar esta especie de racionalismo que parece específico
de nuestra cultura moderna y que tiene su origen en la Ilustración? Esta fue,
me parece, la solución que escogieron algunos miembros de la escuela de Fráncfort.
Mi propósito no consiste en entablar una discusión con sus obras, que son de lo
más importante y valioso. Yo sugeriría, por mi parte, otra manera de estudiar
las relaciones entre racionalidad y poder:
1.
Pudiera resultar prudente no considerar como un todo la racionalización de la
sociedad o de la cultura, sino analizar este proceso en diferentes campos,
fundado cada uno de ellos en una experiencia fundamental: locura, enfermedad,
muerte, crimen, sexualidad, etc.
2.
Considero que la palabra «racionalización» es peligrosa. El problema principal,
cuando la gente intenta racionalizar algo, no consiste en buscar si se adapta o
no a los principios de la racionalidad, sino en descubrir cuál es el tipo de
racionalidad que utiliza.
3.
A pesar de que la Ilustración haya sido una fase muy importante de nuestra
historia y del desarrollo de la tecnología política, pienso que debemos
referirnos a procesos mucho más alejados si queremos comprender cómo nos hemos
dejado atrapar en nuestra propia historia.
Tal
fue la «línea de conducta» de mi trabajo anterior: analizar las relaciones
entre experiencias como la locura, la muerte, el crimen, la sexualidad y
diversas tecnologías del poder. Actualmente trabajo sobre el problema de la
individualidad, o más bien debería decir sobre la identidad referida al
problema del «poder individualizante».
Publicado en el libro "Tecnologías del yo".
Paidós, Barcelona, 1990.
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