México:
colegios sin profesores. La falsa panacea de la tecnología
Por Anne Vigna*
El debilitamiento del Estado mexicano
tiene su correlato en el ámbito de la educación en la apuesta por la
“telescuela”, que procura reemplazar maestros por televisores para reducir así
los costos de la enseñanza. Por otra parte, los resultados de esta experiencia
son desalentadores.
Termina la clase de
álgebra y, como cada quince minutos, resuena un jingle rimbombante que anuncia
lo que todos los alumnos esperan: la tanda publicitaria. El primer spot muestra
a un grupo de familias paradas frente a una hilera de casas. “¡Este gobierno
construyó tres millones de casas para los más pobres!”, proclama con orgullo la
voz en off. Después, otra secuencia, digna de una película de alto presupuesto:
un grupo de delincuentes de aspecto atemorizante golpea a un hombre encadenado.
La voz continúa: “La protección de los derechos humanos es una prioridad del
gobierno federal”. Para los niños del pueblo de Amatlán de Quetzalcóatl -a dos
horas al sur del Distrito Federal- acaba de comenzar un nuevo día de clases.
Estamos en el corazón del Estado de Morelos, donde,
hace exactamente un siglo, durante la revolución de 1910, los campesinos
liderados por Emiliano Zapata exigían una educación gratuita y de calidad.
Aquí, como en muchos otros pueblos mexicanos, las clases se dictan a través de
un televisor conectado a un satélite, de ahí el nombre de “telesecundaria”. Con su antena parabólica en el techo, la telesecundaria se ve de lejos.
Adentro, las paredes blancas de las dos aulas están
casi desnudas. Un mapa de México ondula al lado de un pequeño pizarrón para el cual
la tiza no parece ser más que un vago recuerdo. En el medio de la sala, resuena
la televisión que, cada quince minutos, emite una clase diferente (seguida de
su tanda publicitaria). Los dieciocho alumnos, de tres niveles, están
encuadrados por dos profesores. ¿Cuál es la función de estos últimos? “Hacer la
transición” cuando el televisor deja de funcionar, “cosa que pasa todos los
días”, se lamenta Ricardo Ventura, director y profesor del nivel intermedio [N. de la R.: nivel equivalente al séptimo grado de
la escuela primaria en Argentina].
Y, en efecto, después de cuarenta minutos de transmisión, la señal satelital se
desvanece: la escuela ha terminado por hoy.
Ya desde su primera visita, al observador le nacen
algunas dudas. El primer nivel ha seguido una materia, pero los alumnos no
parecen apasionarse por las muecas de la presentadora que, desde su estudio de
la capital, pretende enseñarles geografía. Mientras tanto, los alumnos del
tercer nivel [el primer año del secundario en Argentina], instalados en la
misma aula, duermen o mordisquean su lapicera. Antes de la transmisión de su
materia, tienen que esperar a que pasen los del primer y segundo nivel. Ni un
solo libro, ni el más mínimo ejercicio para aprovechar los minutos que se
prolongan. Algunos echan un vistazo a la pantalla: “Las clases del año pasado”,
comenta una. Sí, ¡pero sin sonido!, el cual se bajó para que los del primer
nivel trabajaran.
Una mirada a la pantalla le indica al docente que
la lección del segundo nivel acaba de terminar y que va a poder ocuparse de los
más grandes.
Prepara los libros de historia, pero la joven
presentadora anuncia, con música y juegos de luces, que es el momento “tan
esperado” de las matemáticas. “Nos envían el programa por internet, pero no
pude revisar mi correo”, se disculpa el docente. Esta vez, los alumnos
trabajarán apenas tres minutos: la recepción se interrumpe y todos salen al
recreo. ¿El profesor va a dar la clase sin la televisión? No, la dará otro día
de la semana. “Es mucho mejor tener un soporte visual para enseñar.”
En las escuelas tradicionales, ocho profesores
distintos se reparten las diferentes materias. En la telesecundaria, hay una
sola persona. En teoría, los horarios son los mismos (de 8 a 13 horas),
pero el día de nuestra visita, los problemas de conexión demoraron la hora del
comienzo de clases a las 10 de la mañana. Y, en tres horas, los alumnos no
avanzaron mucho: algunos dibujaron, otros escucharon música con sus celulares,
mientras que un pequeño grupo limpió la escuela. Los dos profesores repiten que
las lecciones se volverán a transmitir al día siguiente y que, entonces, podrán
repasar todo. Pero al día siguiente la recepción satelital no funcionó y los
profesores improvisaron un paseo antes de mandar a todos a sus casas.
Cada vez más telesecundarias
Desde
hace al menos dos décadas, este modelo, creado en 1968 en México, fue adoptado
en casi todos los países de América Latina. “En un principio, esta fórmula se
pensó como algo provisorio, hasta que se construyeran nuevas escuelas. Pero
terminó instalándose. A tal punto que, hoy, un alumno de cada cinco está
inscripto en una telesecundaria”, explica Etelvina Sandoval, doctora en
Pedagogía de la U. Pedagógica Nacional (UPN). Cuando el Partido de Acción Nacional (PAN, derecha liberal)
llegó al poder, la cantidad de telesecundarias explotó: aumentó un 117% bajo la
presidencia de Vicente Fox (2000-2006) y luego se duplicó tras la elección de
Felipe Calderón, en 2006. En la actualidad, el 20% de los alumnos del sector
público (a saber, 1,3 millones de niños) estudian frente a un televisor, en
especial en los medios rurales y las periferias de las ciudades.
Aunque
las telesecundarias obtienen los peores resultados en el examen Enlace, una
evaluación nacional que se realiza todos los años en todas las escuelas
públicas y privadas del país, hay muy pocos estudios que detallen las
dificultades con las que se encuentran los alumnos en dichos exámenes. Según el
estudio realizado en 2000 por la investigadora Annette Santos, del Instituto
Nacional para la Evaluación de la Educación, en 59 telesecundarias -de
diferentes medios sociales- (1), la mayoría de los alumnos apenas alcanza
un nivel de comprensión básico de lengua y matemáticas, y los resultados son
muy inferiores a los de las escuelas tradicionales y técnicas. “La
telesecundaria reproduce de manera flagrante las desigualdades sociales: los
alumnos más pobres obtienen los peores resultados”, observa la investigadora.
Para peor, las zonas más desfavorecidas tienen una mayor cantidad de
“telesecundarias unitarias”, es decir, con un solo profesor para los distintos
niveles. El Ministerio de Educación reconoce sin vueltas que esos
establecimientos carecen de medios: en el último diagnóstico elaborado por el
Ministerio, en 2003, 5.180 de ellos -es decir, aproximadamente el 30%- no
disponían de televisores y 2.000 no tenían electricidad... (2).
Esas carencias continúan hoy en día, pero el Ministerio asegura que pronto quedarán en el pasado: “El presidente Calderón creó el programa ‘Habilidades Digitales para Todos’, que permitirá que, en el futuro, todas las telesecundarias estén conectadas a internet”, promete María Edith Bernáldez, funcionaria de la cartera de Educación. No obstante, es imposible saber el presupuesto que se asignará a este nuevo programa, así como su cronograma de implementación. El mandato de Felipe Calderón, sin embargo, finaliza en diciembre de 2012. Pero para Cristóbal Cobo Romani, investigador del Instituto de Internet de la U. de Oxford, que realizó varios estudios sobre las nuevas tecnologías en la educación en México, “es totalmente utópico afirmar que las telesecundarias podrán disponer tan rápidamente de internet. México seguirá teniendo problemas de conexión durante mucho tiempo más. En Europa, aún tenemos problemas en los medios rurales, mientras que la conectividad llega a más del 65% del territorio”.
Profundizar las desigualdades
Es
que resolver los problemas estructurales costaría caro. Ahora bien, entre 2001
y 2008, el porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB) dedicado a la educación pasó del 5,3% al 5% (3). En cambio, desde 2006 -a título
comparativo- el presupuesto de la policía se multiplicó por seis. En un estudio
sobre la situación de la escuela en México realizado en 2010, la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) observa que el gasto por alumno se sitúa muy por
debajo del promedio de sus países miembros: 2.111 dólares para la primaria,
contra el triple, en promedio (6.741 dólares), en los países de la OCDE
(4). En la secundaria, nivel que incluye a
las telesecundarias, la proporción es de 1 a 4: 1.814 dólares por alumno en
México, contra 7.598 en promedio en los países de la OCDE.
Por otra parte, la organización critica la contribución que se pide a los
padres en el sistema público. En Amtlán, reconoce el director, “son los padres
los que pagan todo, desde el papel higiénico hasta la factura de luz. No
tenemos otra opción: no tenemos ningún presupuesto de funcionamiento”.
Si bien la administración de Calderón tomó algunas iniciativas en el ámbito de la educación, su principal medida estuvo dirigida a las familias que inscriben a sus hijos en el sector privado, a saber, 2,3 millones de alumnos (contra 23,1 millones escolarizados en el sector público). El 15 de febrero de 2011, el presidente anunció que, a partir de ese momento, las cuotas mensuales podrían deducirse de los impuestos, una vieja reivindicación de la Iglesia católica. “Es un regalo para la clase media, pero es una nueva catástrofe para el país, donde las desigualdades sociales van a aumentar aún más”, considera el docente universitario Octavio Rodríguez Araujo.
En cuanto al resto, las iniciativas del gobierno, reunidas bajo el nombre de “Alianza Nacional para la Calidad de la Educación”, imitan el programa estadounidense “No Child Left Behind” (“Que ningún niño se quede atrás”), criticado por la antigua viceministra Diane Ravitch, que sin embargo fue una de sus instigadoras (5). ¿Cuál es la idea? Recompensar con un “bono” financiero a las escuelas y los profesores que obtengan las mejores calificaciones en el examen Enlace. “En suma, consiste en profundizar aún más las desigualdades que ya existen: las escuelas primarias y las telesecundarias de los sectores pobres tendrán todavía menos medios, ya que recurrentemente obtienen los peores resultados en este examen”, explica Sandoval.
Para las autoridades, los responsables de la situación actual son los profesores. A la inversa, los especialistas de la educación denuncian una negación de los problemas que ellos tienen que enfrentar. “No se puede poner a todos en la misma bolsa. En el terreno, encontramos casos muy diferentes y, muy a menudo, profesores extremadamente dedicados”, afirma Romani.
Tal es el caso de la telesecundaria José Vasconcelos, en la ciudad de Nezahualcóyotl, “Neza”, como le dicen, “la testaruda”. El establecimiento refleja la pobreza flagrante de esta ciudad de un millón de habitantes, a sólo doce estaciones de metro de distancia del centro histórico del Distrito Federal: techos que amenazan con derrumbarse, paredes decrépitas, vidrios rotos, etc. Un espacio minúsculo se utiliza para recibir a un centenar de alumnos y el patio acaba de ser reducido una vez más para construir un comedor prefabricado realizado “gracias a los padres que vinieron a darnos una mano”, explica José Figueroa, el director. Hace 43 años, nos cuenta, recién salido de la escuela normal, lo convocaron a una reunión para crear las primeras telesecundarias. “En Neza, no teníamos muchos medios en esa época, pero al menos los programas, elaborados por docentes de la U. Pedagógica Nacional, eran muy buenos”, recuerda. Hoy, los ocho profesores de la escuela no usan casi nunca el televisor. Dan clase como en un colegio tradicional: “Por supuesto, esto exige preparación; pero los alumnos no aprenden nada con la televisión. Esos programas son una verdadera vergüenza. Tienen más efectos especiales que pedagogía”.
Como en todas las telesecundarias, las clases sólo duran medio día. Entonces, para mejorar el nivel de los alumnos, los profesores organizan actividades extra-curriculares. Como no tienen ningún presupuesto, decidieron paliar la ausencia del Estado con el voluntariado. Recurriendo a la poesía o al teatro, se esmeran en hacer que los niños permanezcan más tiempo en la escuela. De ese modo, el establecimiento obtiene buenos resultados en el examen Enlace.
Mientras tanto, la prioridad del gobierno sigue siendo la tecnología. Se vuelve loco por lo que describe como “moderno”, “innovador” y “barato”. Mientras que el Estado cierra por doquier las escuelas de formación para los docentes, el Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa (ILCE), un organismo privado que vende programas para las telesecundarias, se dispone a proponer un método digital que supuestamente mejoraría sus competencias: “Concebimos contenidos educativos que el profesor podrá recibir a través de su celular o su iPad. También tratamos de ver cómo difundir ese material vía Facebook y Twitter; en este momento, ése es el tema de nuestros intercambios con el Ministerio”, nos informa su directora, Patricia Cabrera. Una solución tecnológica para remediar las carencias del sistema educativo mexicano: ¿acaso esa experiencia no se ha intentado ya?
1. Annette Santos, “Oportunidades educativas en telesecundaria y factores que las condicionan”, Revista Latinoamericana de Estudios Educativos, Centro de Estudios Educativos, México, 2001.
2. “Situación actual de la telesecundaria en México”, Subsecretaría de Educación Básica, 2003.
3. Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (CEPAL), diciembre de 2010.
4. “Mejorar las escuelas: estrategias para la acción en México”, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), París, 2010.
5. Véase Diane Ravitch, “Giro radical de una ex vicesecretaria estadounidense”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, octubre de 2010.
* Periodista. Traducción: Julia Bucci
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