jueves, mayo 14, 2015



Las personas tóxicas

Son personas que tienen un alto sentido de egocentrismo, egolatría y frustración; su felicidad está en contagiar sus emociones negativas, nada les sirve, se quejan de todo y de todos. Tienen disculpas con flojos argumentos para justificar su ineptitud, pereza, negligencia e irresponsabilidad. Jamás se equivocan, por lo que no admiten razonamiento alguno, pues siempre tienen la razón, además de considerarse cuasi perfectos, y son los eternos incomprendidos.

Poco les satisface en la vida, son desagradecidos e ingratos, por lo que creen merecerlo todo. Así que no valoran el esfuerzo de sus padres y menos de quienes inciden y aportan de alguna manera, circunstancial-mente a su existencia.

Son víctimas del supuesto ensañamiento de la cruel sociedad en la cual les toca convivir y donde todo les sale mal porque están perversamente salados.

No llegan a tiempo nunca a ninguna parte, además de  incumplir con sus responsabilidades y compromisos.

Irrespetuosos, temerarios, exigentes con los demás pero muy mediocres consigo mismos, de pocos esfuerzos y nulos sacrificios.

Despreciativos con el saber, egoístas con sus sentimientos, víctimas de horribles injusticias de los demás.

Su soberbia, irreverencia y obstinación no tienen límites.

La pregunta que uno se plantea siempre, después de pasar un rato con estas personas tóxicas o víricas es: “¿Qué necesidad tengo de estar oyendo esto?”.

Este tipo de personas, llegan y contagian su frustración, su mal humor, su tristeza, miedo, envidia y otras emociones negativas. Es como un virus: llega, se extiende y hace sentir mal.

La persona tóxica mantiene viva su envidia, su falta de consideración, su egoísmo y estupidez, además de la falta de tacto. Estas personas tóxicas, son dañinas y malévolas, y dejan de memoria una enorme y dolorosa cicatriz.

Los tóxicos le echan la culpa de todo lo que les sucede a los que tienen alrededor, por lo que no se hacen responsables de sus actos, porque son los demás o las circunstancias los que tienen la culpa de su situación.

Se sienten maltratados por la vida y abandonados de la suerte, y hacen sentir mal a quien no les presta la atención de la que se creen merecedores. 

No son capaces de estar atentos a sus necesidades, tampoco logran mantener relaciones bidireccionales, en las que entreguen tanto como reciben.

Son aprovechados y toman de otros lo que necesitan para satisfacer sus necesidades y caprichos, pero no retornan en la misma medida; y cuando logran satisfacer sus necesidades, desechan al otro sin más, como si fuera un objeto, que se utiliza y luego se desecha.

Se creen abusados, inocentes, perseguidos, impotentes, maltratados, ingenuos e impolutos.
Su vida es demasiado gris, aburrida y frustrada.  
No expresan palabras de reconocimiento ni de agradecimiento hacia los demás, ni valoran la dedicación, los esfuerzos y el sacrificio que se hace por ellos. Tampoco reconocen sus errores.

Están resentidos con la vida, con sus padres, familiares, profesores, compañeros y amigos, y arrecian con críticas poco objetivas hacia ellos. 

Han sido incapaces de gestionar su vida y justifican su incompetencia con la disculpa de que no han contado con suficiente suerte para desenvolverse en ella.

Todo lo interpretan de forma negativa, y a todo el mundo le ven solo malas intenciones.

Como su negligencia no les permite solucionar sus problemas, les gusta que los demás se los resuelvan y solucionen, disfrutando ser el centro de atención.

Es una persona manipuladora, malintencionada, falaz, murmuradora y pendenciera. 
Le encanta y disfruta enfrentando a las personas, crear ponzoña y división.   

Es de los que siempre le dan la vuelta a la tortilla para poder tener razón en su actuar.

El tóxico niega las cualidades, valores y fortalezas de los demás, y si alguien consigue sus logros, metas u objetivos, es incapaz de reconocer que se debe a sus méritos personales, que es fruto del esfuerzo y sacrificio, ya que es solo pura suerte.

Tal vez usted se ha visto alguna vez en esta situación, en la que después de mantener una conversación con alguien tóxico, se ha sentido desolado, contempla el mundo con tristeza y con menos entusiasmo que antes de empezar la conversación, o ha pensado: “este joven no la ha pasado bien, nada le sirve, casi siempre tiene una disculpa cuando se trata de sus responsabilidades, y se queja siempre de todo y aporta poco”.

Y en situaciones extremas, ha escuchado el teléfono, ha visto el nombre de la llamada entrante y ha dejado de atenderlo porque sabe que esa persona, de alguna manera, le va a complicar la vida: le va a contar un nuevo problema o seguirá hablando de su monotema, por lo general: su “desgracia”.

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