Las personas tóxicas
Son personas que tienen un alto
sentido de egocentrismo, egolatría y frustración; su felicidad está en contagiar
sus emociones negativas, nada les sirve, se quejan de todo y de todos. Tienen
disculpas con flojos argumentos para justificar su ineptitud, pereza,
negligencia e irresponsabilidad. Jamás se equivocan, por lo que no admiten
razonamiento alguno, pues siempre tienen la razón, además de considerarse cuasi
perfectos, y son los eternos incomprendidos.
Poco les satisface en la vida, son
desagradecidos e ingratos, por lo que creen merecerlo todo. Así que no valoran
el esfuerzo de sus padres y menos de quienes inciden y aportan de alguna
manera, circunstancial-mente a su existencia.
Son víctimas del supuesto
ensañamiento de la cruel sociedad en la cual les toca convivir
y donde todo les sale mal porque están perversamente salados.
No llegan a tiempo nunca a ninguna
parte, además de incumplir con sus responsabilidades y compromisos.
Irrespetuosos, temerarios, exigentes con los demás pero muy mediocres consigo
mismos, de pocos esfuerzos y nulos sacrificios.
Despreciativos con el saber, egoístas con sus sentimientos, víctimas de horribles
injusticias de los demás.
Su soberbia, irreverencia y
obstinación no tienen límites.
La pregunta que uno se plantea
siempre, después de pasar un rato con estas personas tóxicas o víricas es:
“¿Qué necesidad tengo de estar oyendo esto?”.
Este tipo de personas, llegan y
contagian su frustración, su mal humor, su tristeza, miedo, envidia y otras emociones negativas. Es como un virus: llega, se
extiende y hace sentir mal.
La persona tóxica mantiene viva su
envidia, su falta de consideración, su egoísmo y estupidez, además de la falta
de tacto. Estas personas tóxicas, son dañinas y malévolas, y dejan de memoria
una enorme y dolorosa cicatriz.
Los tóxicos le echan la culpa de todo
lo que les sucede a los que tienen alrededor, por lo que no se hacen
responsables de sus actos, porque son los demás o las circunstancias los que
tienen la culpa de su situación.
Se sienten maltratados por la vida y
abandonados de la suerte, y hacen sentir mal a quien no les presta la atención
de la que se creen merecedores.
No son capaces de estar atentos a sus
necesidades, tampoco logran mantener relaciones bidireccionales, en las que
entreguen tanto como reciben.
Son aprovechados y toman de otros lo
que necesitan para satisfacer sus necesidades y caprichos, pero no retornan en
la misma medida; y cuando logran satisfacer sus necesidades, desechan al otro
sin más, como si fuera un objeto, que se utiliza y luego se desecha.
Se creen abusados, inocentes, perseguidos, impotentes, maltratados, ingenuos e impolutos.
Su vida es demasiado gris, aburrida y frustrada.
No expresan palabras de reconocimiento ni de agradecimiento hacia los demás,
ni valoran la dedicación, los esfuerzos y el sacrificio que se hace por ellos.
Tampoco reconocen sus errores.
Están resentidos con la vida, con sus
padres, familiares, profesores, compañeros y amigos, y arrecian con
críticas poco objetivas hacia ellos.
Han sido incapaces de gestionar su
vida y justifican su incompetencia con la disculpa de que no han contado con
suficiente suerte para desenvolverse en ella.
Todo lo interpretan de forma
negativa, y a todo el mundo le ven solo malas intenciones.
Como su negligencia no les permite
solucionar sus problemas, les gusta que los demás se los resuelvan y
solucionen, disfrutando ser el centro de atención.
Es una persona manipuladora, malintencionada, falaz, murmuradora y pendenciera.
Le encanta y disfruta enfrentando a
las personas, crear ponzoña y división.
Es de los que siempre le dan la vuelta a la tortilla para poder tener razón en su actuar.
El tóxico niega las cualidades,
valores y fortalezas de los demás, y si alguien consigue sus logros, metas u
objetivos, es incapaz de reconocer que se debe a sus méritos personales, que es
fruto del esfuerzo y sacrificio, ya que es solo pura suerte.
Tal vez usted se ha visto alguna vez
en esta situación, en la que después de mantener una conversación con alguien
tóxico, se ha sentido desolado, contempla el mundo con tristeza y con menos
entusiasmo que antes de empezar la conversación, o ha pensado: “este joven no
la ha pasado bien, nada le sirve, casi siempre tiene una disculpa cuando se
trata de sus responsabilidades, y se queja siempre de todo y aporta poco”.
Y en situaciones extremas, ha
escuchado el teléfono, ha visto el nombre de la llamada entrante y ha dejado de
atenderlo porque sabe que esa persona, de alguna manera, le va a complicar la
vida: le va a contar un nuevo problema o seguirá hablando de su monotema, por
lo general: su “desgracia”.
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