Le Corbusier
Por Camilo Sánchez *
Bogotá 2015/05/22
París, invierno de 1948. Llevaba
no más de tres meses en el taller de Le Corbusier, cuando el joven bogotano
Germán Samper se ofreció para organizar la biblioteca de uno de los impulsores
de la arquitectura moderna. “Mañana lo espero en mi casa”, le dijo el creador
suizo. Las estanterías estaban hechas un desastre y la tarea le tomó un mes.
Entre la amplia colección de libros de arte, se topó con una variedad de textos
dedicada al diseño de artefactos modernos. De carros y de trasatlánticos que
pululaban en la imaginación del maestro, quien solía equiparar a estos últimos
con edificios que cruzaban los mares mientras transportaban gente que dormía y
almorzaba y hacía fiestas antes de atracar en el siguiente puerto.
Germán Samper tiene 91 años y se podría decir que es una obra en sí
mismo. En su casa en el norte de la ciudad, arropada por el verde de la
vegetación que hace sombra sobre la entrada empinada, desanda la historia del
plan de renovación urbana para Bogotá comisionado a Le Corbusier en marzo de 1949
por una suma de 73.000 dólares de entonces. La obra nunca se ejecutó. Pero dejó
sembradas las semillas para la transformación de una ciudad que pasaba apenas
del medio millón de habitantes y cuyo único orgullo era contar con más iglesias
por persona que París.
“El proyecto
era realizable en la teoría -dice Samper-, pero no en la práctica. Existen
distintos factores que lo hacían inviable. Primero, la ley de propiedad
horizontal no estaba aún reglamentada. Y el proyecto contemplaba desarrollar
edificios altos.También me parece interesante resaltar que Le Corbusier fue
contratado por un alcalde entusiasta como Fernando Mazuera Villegas, pero
entregó los planos finales a un alcalde militar, con otras miras de lo que
debía ser la ciudad. A fin de cuentas el proyecto planteaba una
renovación profunda. Y las renovaciones son muy complejas y largas a distintos
niveles: político, económico, legal, entre otros”.
La primera reunión importante para
el diseño de la capital se celebró en agosto de 1949 en Cap-Martin, lugar de
recreo espiritual para Le Corbusier en el mediterráneo francés, adonde llegaron
el encargado de planeación de la capital colombiana, Herbert Ritter Echeverri,
y dos proyectistas con experiencia en ciudades latinoamericanas: Josep Lluís
Sert y Paul Lester Wiener, que ya habían trabajado en Medellín y Tumaco. Se
decidió que Le Corbusier se encargaría de una fase previa bautizada Plan
Director y Sert y Wiener de un Plan Regulador que ejecutaría el proyecto. En
Bogotá se abrió una oficina con arquitectos locales que apoyaron al equipo en
París con fotografías aéreas, mapas, estudios y un acerbo importante de
información. Con ese material Germán Samper, Rogelio Salmona y Reinaldo
Valencia se pusieron en la tarea de dibujar los planos, en el atelier del 35
rue de Sèvres. Le Corbusier, además, viajó cinco veces a la capital en
distintos periplos que sumaron un total de 77 días en el altiplano.
Germán Samper recuerda ese taller, donde trabajó durante cinco años,
como un sitio adusto. Se trataba del segundo piso de un antiguo convento hoy
desaparecido. A lo largo de un corredor de 40 metros por tres de ancho estaban
apostadas las mesas de dibujo, sobre el costado derecho, con un extenso
ventanal en frente rematado al fondo por un gran panel pintado por Le Corbusier.
No había sala de juntas ni tenía calefacción. Ni tampoco un recibidor con
fotografías de los proyectos, ni maquetas exhibidas para despertar el interés
de los clientes. Para Samper la energía se centraba en la creación. Era
un taller de experimentación donde primaba el hecho de explorar caminos y
soluciones diferentes más allá de contar con las últimas tecnologías para el
oficio. “La oficina de Le Corbusuier medía 2,6 por 2,6 metros. Tenía
las medidas del Modulor, un elemento que inventó para lograr armonía en las
dimensiones de los espacios. En ese lugar tenía una mesita pequeña, una
escultura y nada más. Y en ese espacio atendía”.
Mientras los arquitectos bogotanos
trabajaban bajo la tutela del maestro en París, en Bogotá sucedían hechos que
influirían en el futuro del proyecto: la destrucción de inmuebles en el centro
y el desplazamiento de campesinos tras el 9 de abril de 1948. Cinco años más
tarde subió al poder el dictador Rojas Pinilla. El militar puso como alcalde al
coronel Julio Cervantes, quien finalmente descartó el plan. Para el arquitecto
e historiador Carlos Niño la crónica ilustra parte del caos actual: “No se hace
el plan Director y Wiener y Sert quedan a cargo. Le hacen algunas
modificaciones a los planos, como eliminar los bloques de vivienda y respetar
las manzanas, y se lo entregan al alcalde Cervantes quien lo recibe con una
mano y con la otra lo arroja bajo la mesa. La dictadura comienza a hacer lo que
quiere. Se llevan los ministerios para el Centro Administrativo Nacional, que era
absurdo para Le Corbusier. Finalmente no se hace ni un plan ni el otro y queda
un híbrido desastroso que llega hasta hoy”.
Al arquitecto suizo el proyecto le
atraía especialmente porque era la oportunidad de ejecutar los principios de
urbanismo que condensó en un libro titulado La ville radieuse. Un
texto en el que rompía con el formalismo académico y pugnaba por una planeación
urbana moderna. Un primer bosquejo de esa “villa radiante” fue el Plan Voisin
para París (1925), en el que Le Corbusier quería demoler parte del patrimonio
histórico de la capital gala para airear las viejas estructuras adonde entraba
poca luz y faltaban espacios verdes. Para el caso bogotano también planificaba
arrasar una zona del centro histórico, levantar nuevos bloques de edificios que
alojaran los ministerios y la casa presidencial, organizar y actualizar las
vías y zonificar la ciudad bajo cuatro funciones: habitar, trabajar, recrear y
una que consistía en circular por las anteriores.
El arquitecto Carlos Niño considera que el plan era equivocado porque al
acabar con las calles pequeñas (rues corridor) dejaba un panorama
desangelado compuesto por bloques sueltos de edificios para 1.600 habitantes,
entre enormes parques y avenidas. Rogelio Salmona pensaba algo parecido, a
pesar de haber trabajado en los diseños. En una entrevista de 1981 para Le
Monde, reducía el plan a “una idea prefabricada de la ciudad: iba a ser un
sitio exclusivamente para el Gobierno y la universidad. En esa idea jamás
podría haberse hecho un lugar donde la gente tuviera un trabajo distinto al
burocrático. Le puso límites a la ciudad y propuso una serie de soluciones
espaciales: unidades de habitación, como la de Marsella, a lo largo de las
montañas. Conociendo Bogotá, uno se preguntaba qué significado tenía eso (…)”.
De cualquier forma, las ideas del
proyectista suizo-francés abrieron el debate sobre el urbanismo del futuro. Una
discusión que aún llega hasta nuestros días. Para María Cecilia O’Byrne,
docente de la Universidad de los Andes, el proyecto bogotano dejó cimientos
importantes como la recuperación de los cerros orientales, que hasta entonces
estaban pelados. Fue Le Corbusier quien propuso reforestar las montañas e
incluirlas dentro de una ley de reserva. Así mismo, Carlos Niño lamenta que no
se haya materializado la idea de aprovechar las escorrentías que bajan desde
los cerros hasta el río Bogotá, el gran centro de recreación dominical en ese
entonces, para construir unos parques lineales que Le Corbusier había
propuesto. Germán Samper añade que aún hoy los arquitectos no le han puesto
atención a todos esos “cuerpos de agua que van bajando desde las montañas”. El
río Arzobispo, el río Fucha, el río Tunjuelito se convertían en amplios parques
metropolitanos. Algo parecido a lo que ha quedado en algún tramo del Parque del
Virrey, en el norte de la ciudad.
El Plan Piloto dejó, por otra
parte, las bases para la ley de Patrimonio. Le Corbusier escogió con cuidado
los edificios que debían conservarse por su valor histórico y arquitectónico.
“Cuando hicimos en 2010 la exposición Le Corbusier en Bogotá (1947-1951),
junto a otras tres universidades -afirma María Cecilia O’Byrne- hicimos un
plano con los inmuebles que se habían tumbado en el centro desde 1950 hasta
hoy. El resultado da un área prácticamente igual o mayor a la que proponía Le
Corbusier. Y dentro de su plan, conservaba lo que ha quedado: la Catedral
Primada, San Ignacio, la plaza de toros, la Biblioteca Nacional, el Panóptico,
la Casa de la Moneda, el Camarín del Carmen y una cantidad de iglesias. Es
decir, lo más importante”.
En el mismo sentido el arquitecto Fernando Arias, investigador de la
Universidad Nacional, afirma que la idea de construir nuevos edificios para la
casa de gobierno y los ministerios, uno de los puntos que más dudas generaron
en las esferas del poder, tenía sentido. Eran viejas casonas o cuarteles
heredados de la colonia, que no estaban bien adecuados o en ruinas tras el 9 de
abril. “El Ministerio de Guerra formaba parte de un convento donde hoy está la
iglesia de San Diego. El Ministerio de Justicia había quedado destrozado tras
los disturbios de El Bogotazo. Es decir, la actualización, que después se hizo,
sí se necesitaba porque eran edificios que carecían incluso de representación”.
Charles Édouard Jeanneret-Gris,
conocido como Le Corbusier, murió hace medio siglo, a los 78 años, en las
costas del Mediterráneo. En diversas notas sueltas dejó constancia de
que la ciudad del futuro no era Nueva York. Debía ser Bogotá. También
dejó entrever que la especulación inmobiliaria estuvo detrás del fracaso del
Plan Director. Los dueños de la tierra vieron una amenaza y comenzaron a
construir en desorden. “La propuesta de Le Corbusier, en el fondo, buscaba
quitar el mercado de tierras a los terratenientes urbanos -afirma Arias-,
fundamentalmente familias conservadoras cercanas al poder que desconfiaron de
una propuesta que proponía distribuir el territorio de manera más equilibrada”.
El maestro suizo-francés sentenció: “Bogotá seguirá pateando en su mediocre
destino”.
Para Germán Samper, en todo caso, el plan fue útil para la ciudad. Lo
dice con una sonrisa tranquila, a pesar de que hoy haya sido rescatado nada más
que como una muestra de exposición. Y rememora entre documentos de aquellos
tiempos de París, no solo las enseñanzas de su maestro, sino además una amistad
que le dio la posibilidad de conocer distintas facetas de un creador etiquetado
como egocéntrico y soñador. Un señor casi calvo de gafas redondas, corbatín y
trajes oscuros, hijo de un relojero suizo, y quien le regaló como recompensa
por haber ordenado su biblioteca las pruebas de imprenta de una librito que en
español se tituló La ciudad radiante.
http://www.revistaarcadia.com/impresa/arquitectura/articulo/arquitecto-frances-le-corbusier-colombia/42562
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