jueves, mayo 28, 2015


Le Corbusier



                




                     Por Camilo Sánchez * Bogotá     2015/05/22

París, invierno de 1948. Llevaba no más de tres meses en el taller de Le Corbusier, cuando el joven bogotano Germán Samper se ofreció para organizar la biblioteca de uno de los impulsores de la arquitectura moderna. “Mañana lo espero en mi casa”, le dijo el creador suizo. Las estanterías estaban hechas un desastre y la tarea le tomó un mes. Entre la amplia colección de libros de arte, se topó con una variedad de textos dedicada al diseño de artefactos modernos. De carros y de trasatlánticos que pululaban en la imaginación del maestro, quien solía equiparar a estos últimos con edificios que cruzaban los mares mientras transportaban gente que dormía y almorzaba y hacía fiestas antes de atracar en el siguiente puerto.

Germán Samper tiene 91 años y se podría decir que es una obra en sí mismo. En su casa en el norte de la ciudad, arropada por el verde de la vegetación que hace sombra sobre la entrada empinada, desanda la historia del plan de renovación urbana para Bogotá comisionado a Le Corbusier en marzo de 1949 por una suma de 73.000 dólares de entonces. La obra nunca se ejecutó. Pero dejó sembradas las semillas para la transformación de una ciudad que pasaba apenas del medio millón de habitantes y cuyo único orgullo era contar con más iglesias por persona que París. 

“El proyecto era realizable en la teoría -dice Samper-, pero no en la práctica. Existen distintos factores que lo hacían inviable. Primero, la ley de propiedad horizontal no estaba aún reglamentada. Y el proyecto contemplaba desarrollar edificios altos.También me parece interesante resaltar que Le Corbusier fue contratado por un alcalde entusiasta como Fernando Mazuera Villegas, pero entregó los planos finales a un alcalde militar, con otras miras de lo que debía ser la ciudad. A fin de cuentas el proyecto planteaba una renovación profunda. Y las renovaciones son muy complejas y largas a distintos niveles: político, económico, legal, entre otros”.

La primera reunión importante para el diseño de la capital se celebró en agosto de 1949 en Cap-Martin, lugar de recreo espiritual para Le Corbusier en el mediterráneo francés, adonde llegaron el encargado de planeación de la capital colombiana, Herbert Ritter Echeverri, y dos proyectistas con experiencia en ciudades latinoamericanas: Josep Lluís Sert y Paul Lester Wiener, que ya habían trabajado en Medellín y Tumaco. Se decidió que Le Corbusier se encargaría de una fase previa bautizada Plan Director y Sert y Wiener de un Plan Regulador que ejecutaría el proyecto. En Bogotá se abrió una oficina con arquitectos locales que apoyaron al equipo en París con fotografías aéreas, mapas, estudios y un acerbo importante de información. Con ese material Germán Samper, Rogelio Salmona y Reinaldo Valencia se pusieron en la tarea de dibujar los planos, en el atelier del 35 rue de Sèvres. Le Corbusier, además, viajó cinco veces a la capital en distintos periplos que sumaron un total de 77 días en el altiplano.

Germán Samper recuerda ese taller, donde trabajó durante cinco años, como un sitio adusto. Se trataba del segundo piso de un antiguo convento hoy desaparecido. A lo largo de un corredor de 40 metros por tres de ancho estaban apostadas las mesas de dibujo, sobre el costado derecho, con un extenso ventanal en frente rematado al fondo por un gran panel pintado por Le Corbusier. No había sala de juntas ni tenía calefacción. Ni tampoco un recibidor con fotografías de los proyectos, ni maquetas exhibidas para despertar el interés de los clientes. Para Samper la energía se centraba en la creación. Era un taller de experimentación donde primaba el hecho de explorar caminos y soluciones diferentes más allá de contar con las últimas tecnologías para el oficio. “La oficina de Le Corbusuier medía 2,6 por 2,6 metros. Tenía las medidas del Modulor, un elemento que inventó para lograr armonía en las dimensiones de los espacios. En ese lugar tenía una mesita pequeña, una escultura y nada más. Y en ese espacio atendía”. 

Mientras los arquitectos bogotanos trabajaban bajo la tutela del maestro en París, en Bogotá sucedían hechos que influirían en el futuro del proyecto: la destrucción de inmuebles en el centro y el desplazamiento de campesinos tras el 9 de abril de 1948. Cinco años más tarde subió al poder el dictador Rojas Pinilla. El militar puso como alcalde al coronel Julio Cervantes, quien finalmente descartó el plan. Para el arquitecto e historiador Carlos Niño la crónica ilustra parte del caos actual: “No se hace el plan Director y Wiener y Sert quedan a cargo. Le hacen algunas modificaciones a los planos, como eliminar los bloques de vivienda y respetar las manzanas, y se lo entregan al alcalde Cervantes quien lo recibe con una mano y con la otra lo arroja bajo la mesa. La dictadura comienza a hacer lo que quiere. Se llevan los ministerios para el Centro Administrativo Nacional, que era absurdo para Le Corbusier. Finalmente no se hace ni un plan ni el otro y queda un híbrido desastroso que llega hasta hoy”.

Al arquitecto suizo el proyecto le atraía especialmente porque era la oportunidad de ejecutar los principios de urbanismo que condensó en un libro titulado La ville radieuse. Un texto en el que rompía con el formalismo académico y pugnaba por una planeación urbana moderna. Un primer bosquejo de esa “villa radiante” fue el Plan Voisin para París (1925), en el que Le Corbusier quería demoler parte del patrimonio histórico de la capital gala para airear las viejas estructuras adonde entraba poca luz y faltaban espacios verdes. Para el caso bogotano también planificaba arrasar una zona del centro histórico, levantar nuevos bloques de edificios que alojaran los ministerios y la casa presidencial, organizar y actualizar las vías y zonificar la ciudad bajo cuatro funciones: habitar, trabajar, recrear y una que consistía en circular por las anteriores.

El arquitecto Carlos Niño considera que el plan era equivocado porque al acabar con las calles pequeñas (rues corridor) dejaba un panorama desangelado compuesto por bloques sueltos de edificios para 1.600 habitantes, entre enormes parques y avenidas. Rogelio Salmona pensaba algo parecido, a pesar de haber trabajado en los diseños. En una entrevista de 1981 para Le Monde, reducía el plan a “una idea prefabricada de la ciudad: iba a ser un sitio exclusivamente para el Gobierno y la universidad. En esa idea jamás podría haberse hecho un lugar donde la gente tuviera un trabajo distinto al burocrático. Le puso límites a la ciudad y propuso una serie de soluciones espaciales: unidades de habitación, como la de Marsella, a lo largo de las montañas. Conociendo Bogotá, uno se preguntaba qué significado tenía eso (…)”. 

De cualquier forma, las ideas del proyectista suizo-francés abrieron el debate sobre el urbanismo del futuro. Una discusión que aún llega hasta nuestros días. Para María Cecilia O’Byrne, docente de la Universidad de los Andes, el proyecto bogotano dejó cimientos importantes como la recuperación de los cerros orientales, que hasta entonces estaban pelados. Fue Le Corbusier quien propuso reforestar las montañas e incluirlas dentro de una ley de reserva. Así mismo, Carlos Niño lamenta que no se haya materializado la idea de aprovechar las escorrentías que bajan desde los cerros hasta el río Bogotá, el gran centro de recreación dominical en ese entonces, para construir unos parques lineales que Le Corbusier había propuesto. Germán Samper añade que aún hoy los arquitectos no le han puesto atención a todos esos “cuerpos de agua que van bajando desde las montañas”. El río Arzobispo, el río Fucha, el río Tunjuelito se convertían en amplios parques metropolitanos. Algo parecido a lo que ha quedado en algún tramo del Parque del Virrey, en el norte de la ciudad.

El Plan Piloto dejó, por otra parte, las bases para la ley de Patrimonio. Le Corbusier escogió con cuidado los edificios que debían conservarse por su valor histórico y arquitectónico. “Cuando hicimos en 2010 la exposición Le Corbusier en Bogotá (1947-1951), junto a otras tres universidades -afirma María Cecilia O’Byrne- hicimos un plano con los inmuebles que se habían tumbado en el centro desde 1950 hasta hoy. El resultado da un área prácticamente igual o mayor a la que proponía Le Corbusier. Y dentro de su plan, conservaba lo que ha quedado: la Catedral Primada, San Ignacio, la plaza de toros, la Biblioteca Nacional, el Panóptico, la Casa de la Moneda, el Camarín del Carmen y una cantidad de iglesias. Es decir, lo más importante”.

En el mismo sentido el arquitecto Fernando Arias, investigador de la Universidad Nacional, afirma que la idea de construir nuevos edificios para la casa de gobierno y los ministerios, uno de los puntos que más dudas generaron en las esferas del poder, tenía sentido. Eran viejas casonas o cuarteles heredados de la colonia, que no estaban bien adecuados o en ruinas tras el 9 de abril. “El Ministerio de Guerra formaba parte de un convento donde hoy está la iglesia de San Diego. El Ministerio de Justicia había quedado destrozado tras los disturbios de El Bogotazo. Es decir, la actualización, que después se hizo, sí se necesitaba porque eran edificios que carecían incluso de representación”. 

Charles Édouard Jeanneret-Gris, conocido como Le Corbusier, murió hace medio siglo, a los 78 años, en las costas del Mediterráneo. En diversas notas sueltas dejó constancia de que la ciudad del futuro no era Nueva York. Debía ser Bogotá. También dejó entrever que la especulación inmobiliaria estuvo detrás del fracaso del Plan Director. Los dueños de la tierra vieron una amenaza y comenzaron a construir en desorden. “La propuesta de Le Corbusier, en el fondo, buscaba quitar el mercado de tierras a los terratenientes urbanos -afirma Arias-, fundamentalmente familias conservadoras cercanas al poder que desconfiaron de una propuesta que proponía distribuir el territorio de manera más equilibrada”. El maestro suizo-francés sentenció: “Bogotá seguirá pateando en su mediocre destino”.

Para Germán Samper, en todo caso, el plan fue útil para la ciudad. Lo dice con una sonrisa tranquila, a pesar de que hoy haya sido rescatado nada más que como una muestra de exposición. Y rememora entre documentos de aquellos tiempos de París, no solo las enseñanzas de su maestro, sino además una amistad que le dio la posibilidad de conocer distintas facetas de un creador etiquetado como egocéntrico y soñador. Un señor casi calvo de gafas redondas, corbatín y trajes oscuros, hijo de un relojero suizo, y quien le regaló como recompensa por haber ordenado su biblioteca las pruebas de imprenta de una librito que en español se tituló La ciudad radiante.



http://www.revistaarcadia.com/impresa/arquitectura/articulo/arquitecto-frances-le-corbusier-colombia/42562

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