Los pocos seres
humanos que sobrevivan al primer espanto, y que hubieran tenido la oportunidad de
un refugio seguro después del aciago
día de la catástrofe magna, sólo habrán salvado la vida para morir después por
el horror de sus recuerdos. La Creación habrá terminado. En el caos final donde
las noches son eternas y el único vestigio de lo que fue la vida serán las
cucarachas.
Un minuto después de la última explosión, más de la
mitad de los seres humanos habrá muerto, el polvo y el humo de los continentes
en llamas derrotarán a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a
reinar en el mundo. Un invierno de lluvias anaranjadas y huracanes helados
invertirá el tiempo de los océanos y volteará el curso de los ríos, cuyos peces
habrán muerto de sed en las aguas ardientes, y cuyos pájaros no encontrarán el
cielo. Las nieves perpetuas cubrirán el desierto del Sahara, la vasta Amazonía
desaparecerá de la faz del planeta destruido por el granizo, y la era del rock
y de los corazones transplantados estará de regreso a su infancia glacial. Esto
no es un mal plagio del delirio de Juan en su destierro de Patmos, sino la visión anticipada de un
desastre cósmico que puede suceder en este mismo instante: la explosión
-dirigida o accidental- de sólo una parte mínima del arsenal nuclear que duerme con un ojo y vela con el otro en
las santabárbaras de las grandes potencias.
En 1986, existían en el mundo más de 50.000 ojivas nucleares emplazadas. En
términos caseros, esto quiere decir que cada ser humano, sin excluir a los
niños, está sentado en un barril con unas cuatro toneladas de dinamita, cuya
explosión total puede eliminar 12 veces todo rastro de vida en la Tierra. La potencia de aniquilación
de esta amenaza colosal, que pende sobre nuestras cabezas como un cataclismo de Damocles, plantea
la posibilidad teórica de inutilizar cuatro planetas más que los que giran
alrededor del Sol, y de influir en el equilibrio del Sistema Solar.
Ninguna ciencia, ningún arte, ninguna industria se ha doblado a sí misma tantas
veces como la industria nuclear desde su origen, ni ninguna otra creación del
ingenio humano ha tenido nunca tanto poder de determinación sobre el destino
del mundo.
El único consuelo de estas simplificaciones
terroríficas -si de algo nos sirven-, es comprobar que la preservación de la
vida humana en la Tierra sigue siendo todavía más barata que la peste nuclear.
Pues con el sólo hecho de existir, el tremendo Apocalipsis cautivo en los silos
de muerte de los países más ricos está malbaratando las posibilidades de una
vida mejor para todos.
En la asistencia infantil, por ejemplo, la UNICEF calculó en 1981 un
programa para resolver los problemas esenciales de los 500 millones de niños
más pobres del mundo, incluidas sus madres. Comprendía la asistencia sanitaria
de base, la educación elemental, la mejora de las condiciones higiénicas, del
abastecimiento de agua potable y de la alimentación. Todo esto parecía un sueño
imposible de 100.000 millones de dólares. Sin embargo, ese es apenas el costo
de 100 bombarderos estratégicos B-1B, y de menos de 7.000 cohetes Crucero, en
cuya producción ha de invertir el gobierno de los EU 21.200 millones de dólares.
En la salud, por ejemplo: con el costo de 10 portaviones nucleares Nimitz, de
los 15 que fabricó EU antes del año 2000, podría realizarse un programa preventivo que
protegiera en esos mismos 14 años a más de 1.000 millones de personas contra el
paludismo, y evitara la muerte -sólo en África- de más de 14 millones de niños.
En la alimentación, por ejemplo: según cálculos de la FAO, unos 565 millones de personas con hambre. Su promedio
calórico indispensable habría costado menos de 149 cohetes MX, de los 223 que
serán emplazados en Europa Occidental.
Con 27 de ellos podría comprarse los equipos agrícolas
necesarios para que los países pobres adquieran la suficiencia alimentaría en
los próximos cuatro años. Ese programa, además, no alcanzaría a costar ni la
novena parte del presupuesto militar soviético de 1982.
En la educación, por ejemplo: con sólo dos submarinos atómicos tridente, de
los 25 que planea fabricar el gobierno de los Estados Unidos, o con
una cantidad similar de los submarinos Typhoon (construidos en la antigua Unión
Soviética), podría intentarse por fin la fantasía de la alfabetización mundial.
Por otra parte, la construcción de las escuelas y la calificación de los
maestros que harán falta al Tercer Mundo para atender las demandas adicionales
de la educación en los 10 años por venir, podrían pagarse con el costo de 245
cohetes Tridente II, y aún quedarían sobrando 419 cohetes para el mismo
incremento de la educación en los 15 años siguientes.
Puede decirse, por último, que la cancelación de la deuda
externa de todo el Tercer
Mundo, y su recuperación económica durante 10 años, costaría poco más
de la sexta parte de los gastos militares del mundo en ese mismo tiempo.
Con todo, frente a este despilfarro económico descomunal, es todavía más
inquietante y doloroso el despilfarro humano: la industria de la guerra
mantiene en cautiverio al más grande contingente de sabios jamás reunido para
empresa alguna en la historia de la humanidad. Gente nuestra, cuyo sitio
natural no es allá sino aquí, en esta mesa, y cuya liberación es indispensable
para que nos ayuden a crear, en el ámbito de la educación y la justicia, lo único que puede salvarnos de la barbarie: una
cultura de la paz.
A pesar de estas certidumbres dramáticas, la carrera de
las armas no se concede un instante de tregua. Ahora, mientras almorzamos, se
construyó una nueva ojiva nuclear. Mañana, cuando despertemos, habrá nueve más
en los guadarneses de muerte del hemisferio de los ricos. Con lo que costará
una sola alcanzaría -aunque sólo fuera por un domingo de otoño- para perfumar
de sándalo las cataratas del Niágara.
Un gran novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna
vez si la Tierra no será el infierno de otros planetas. Tal vez sea mucho
menos: una aldea sin memoria, dejada de la mano de sus dioses en el último
suburbio de la gran patria universal. Pero la sospecha creciente de que es el
único sitio del Sistema Solar donde se ha dado la prodigiosa aventura de la
vida, nos arrastra sin piedad a una conclusión descorazonadora: la carrera de las armas va en sentido contrario de
la inteligencia.
Y no sólo de la inteligencia humana, sino de la
inteligencia misma de la naturaleza, cuya finalidad escapa inclusive a la
clarividencia de la poesía. Desde la aparición de la vida visible en la Tierra
debieron transcurrir 380 millones de años para que una mariposa aprendiera a
volar, otros 180 millones de años para fabricar una rosa sin otro compromiso
que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos a
diferencia del bisabuelo pitecántropo, fueran capaces de cantar mejor que los
pájaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en la
edad de oro de la ciencia, haber concebido el modo de que un proceso milenario
tan dispendioso y colosal, pueda regresar a la nada de donde vino por el arte
simple de oprimir un botón. Para tratar de impedir que eso ocurra estamos aquí,
sumando nuestras voces a las innumerables que claman por un mundo sin armas y
una paz con justicia. Pero aún si ocurre -y más aún si ocurre-, no será del
todo inútil que estemos aquí.
Dentro de millones de millones de milenios después de
la explosión, una salamandra triunfal que habrá vuelto a recorrer la escala
completa de las especies, será quizás coronada como la mujer más hermosa de la
nueva creación.
De nosotros depende, hombres y mujeres de ciencia, de
las artes y las letras, de la inteligencia y la paz, de todos nosotros depende que
los invitados a esa coronación quimérica
no vayan a su fiesta con nuestros mismos terrores de hoy.
Con toda modestia, pero también con toda la
determinación del espíritu, propongo que hagamos ahora y aquí el compromiso de
concebir y fabricar un arca de la memoria, capaz de sobrevivir al diluvio atómico.
Una botella de náufragos siderales arrojada a
los océanos del tiempo, para que la nueva humanidad de entonces sepa por
nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí existió la vida,
que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que
también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad. Y
que sepa y haga saber para todos los tiempos quiénes fueron los culpables de
nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que
esta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y
por qué intereses tan mezquinos
la borraron del Universo.
Leer y
Analizar detenidamente.
Responder con argumentos y coherencia.
Letra legible
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- Seleccione y copie los nombres de las armas y equipos militares citados.
- Seleccione y copie los nombres de las zonas geográficas y ciudades citadas.
[1] Los Términos
Específicos son aquellos que le dan
una connotación, un sentido y una especificidad directa al texto o escrito; de
acuerdo a la intencionalidad del autor. Su importancia radica en que su significado
es esencial en el texto. .
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