Basaron sus teorías en la especulación sobre el principio material de la naturaleza. Entre ellos:
Tales de Mileto, Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras, Heráclito, Parménides, Empédocles, Anaxágoras, Leucipo y Demócrito.
El nombre de presocráticos hace referencia a todos aquellos pensadores que ejercieron su labor filosófica antes de Sócrates. No obstante, esta cronología es bastante artificial, ya que muchos de estos hombres fueron contemporáneos e incluso sobrevivieron a Sócrates. Sin embargo, lo interesante de estos pensadores griegos, que no se denominaban a sí mismos filósofos (a excepción de Pitágoras) y que eran considerados magos, sabios, médicos, físicos, etc., estriba en que con ellos se inaugura la filosofía como paradigma racional autónomo y original, es decir, ocupan ese punto de bifurcación en el que se abrió paso un nuevo camino, el logos, la razón, que terminó desalojando la religión, el rito, el mito.
Es frecuente leer que los presocráticos suponen el paso del mito al logos. Tal interpretación, no está exenta de prejuicios y malentendidos, provenientes de una cierta manera de observar este fenómeno, manera heredada de la tradición positivista, que entendió la historia humana como un proceso lineal y ascendente de progreso en cuyo despliegue, el advenimiento y desarrollo de la razón positiva, científica y neutral implicaba un menoscabo, paulatino retroceso del pensamiento mítico y religioso.
La interpretación del nacimiento de la filosofía (y de los filósofos presocráticos) como el «paso del mito al logos», el tránsito de una sin-razón a una razón plena. Para Nietzsche es precisamente la razón teórica que inauguran los presocráticos la que supone un giro decisivamente perverso y falsificador de la cultura. La historia de la filosofía es la historia de una decadencia, de un resentimiento.
Ahora bien, la escisión entre lo profano: razón, filosofía, ciencia, y lo sagrado: creencia, mito, religión, no es tan evidente. El arte adivinatorio ha utilizado siempre mensajes divinos que debían ser astutamente interpretados. La pitonisa era una hermeneuta y su mántica (éxtasis, delirio, locura sagrada) degeneró en una razón dialéctica o discursiva que hundía sus raíces en el asombro, en el enigma. Y el primer enigma que sorprende al hombre es la physis, la naturaleza, torrente de todo brotar y surgir que ha de ser interpretado y conocido para ser dominado.
El conocimiento, como la mántica, implica una anticipación, una previsión de futuro que sólo se puede dar si se conocen las reglas, los principios que rigen (mandan) el aparente caos del acontecer. La pregunta por el principio de todas las cosas, por el arjé de la physis, caracteriza a los filósofos presocráticos que respondieron a ella de muy diversas maneras.
Una primera respuesta la encontramos en Tales de Mileto, para el cual el principio o arjé era el agua, afirmación que se fundamentaba en la observación de que todo cuerpo, alimento o germen poseía la cualidad de lo húmedo, siendo el agua su principio rector.
Lo importante de dicha afirmación no estriba en la elección del principio, sino en la afirmación de la necesidad de la existencia de éste para explicar la multiplicidad empírica y en que la arjé se formula fuera de todo contenido religioso.
Si Tales de Mileto es el primer filósofo, la filosofía surge como una explicación de lo real, de la physis, como generalización de la ley universal de todo acontecer. El segundo presocrático del que se tiene noticia fue Anaximandro, autor del más antiguo texto filosófico conocido, que dice así: «De donde las cosas tienen origen, hacia allí tiene lugar también su perecer, según la necesidad; pues dan justicia y pago unas a otras de la injusticia según el orden del tiempo».
La naturaleza se concibe como retribución, como justicia (diké) cuya ley es la necesidad. Toda la multiplicidad (determinada) de seres surge de un principio que ya no es un «elemento físico», sino un pre-elemento indefinido e indeterminado: el ápeiron (de péras, límite, determinación).
El ápeiron es la génesis y principio de los seres, por lo que ello mismo evade y rehúye toda determinación. La arjé de toda determinación no puede ser ella misma determinación alguna, y de ella brota el conflicto de la generación de los seres, como una segregación de parejas de contrarios que han de ser «devueltos» (según justicia) a lo indeterminado siguiendo la ley de la necesidad. Lo interesante del pensamiento de Anaximandro es la negación de toda evidencia empírica. El ápeiron es un principio abstracto, hipotético, que contradice toda experiencia sensible.
Para Anaxímenes, la arjé o principio creador de todas las cosas es el aire, que por condensación y enrarecimiento, en ciclos infinitamente repetidos, origina todos los seres y sus diferencias cualitativas. Aire es también el alma (psiché), soplo o aliento divino similar al aire que nos rodea.
Heráclito de Éfeso fue el último de los presocráticos que vivió en Jonia. Familiarizado con los cultos mistéricos (Deméter), su escritura es premeditadamente enigmática, de igual manera que el logos mántico lo es, motivo por el cual se le dio el sobrenombre de «el Oscuro». Afirmó que el origen de todas las cosas es la guerra, la lucha y oposición de contrarios de la que surge la armonía, según una inexorable ley que remite a una unidad oculta: el logos, el fuego eterno que «se enciende según medida y se apaga según medida». Todas las cosas están sujetas a un devenir perpetuo donde todo fluye y nada permanece, y donde el nacer o perecer de un ser implica necesariamente el nacer o perecer de su contrario. La naturaleza es conflicto, lucha de presencias y ocultamientos: «Nos bañamos y no nos bañamos en el mismo río; somos y no somos».
A la
figura de Heráclito se le suele contraponerla de Parménides de Elea, el cual
niega todo devenir como pura apariencia de ser. El mundo fenoménico, del
cambio, es un engaño de los sentidos, mera apariencia. Todo pensar se encuentra
siempre en la encrucijada de dos caminos: el primero es el camino del uno, «que
es y que no es no-ser». El segundo es el del «que no es y que no-ser es
necesario». Es decir, la diosa le muestra los dos caminos, pero éstos no
manifiestan lo que hay, sino que establecen la legitimidad que nos permitirá
decir y pensar el ser de lo que es: el ser es eterno, infinito, continuo, único
e inmóvil. El conocimiento del ser se opone a la doxa, opinión, las cosas
sensibles que son pura apariencia de ser, el camino equivocado.
Pitágoras de Samos, huyendo de la tiranía de Polícrates, se instaló en Crotona, donde fundó una comunidad de discípulos unidos por un estilo de vida y una normatividad comunes, una especie de asociación religiosa que perseguía la purificación (katarsis) del alma de las pasiones del cuerpo y su «salvación» a través de ciertas prácticas ascéticas que no debían ser reveladas a nadie ajeno a la comunidad. Pitágoras consideró que el alma era inmortal, «del linaje de los dioses», cuya unión con el cuerpo significaba un hundimiento, una «prueba» que ésta debía sufrir antes de su definitiva liberación (o hundimiento) de los ciclos de las reencarnaciones.
Muy importante fue su doctrina del número, según la cual, éste es concebido como arjé o principio de todo lo presente y de todo lo pensable. Pero el numero ha de entenderse cualitativamente y como determinación ontológica, no cuantitativamente.
Dentro de esta doctrina, los pitagóricos le concedieron especial importancia al tetraktys, es decir, a la serie numérica 1 +2 +3 +4, cuya suma es igual a 10 (década), igual que son diez los principios de los opuestos e incluso los cuerpos celestes: nueve visibles y una ariti-Tierra añadida (Antikton). El movimiento de los planetas y las estrellas produce una música celestial (armonía de las esferas) inaudible a los hombres pues es el silencio que acoge y en el que tiene lugar todo sonido.
Entre
los últimos presocráticos debemos mencionar a Jenófanes de Colofón, que
defendió la tesis de un solo Dios «el mayor entre los dioses y los hombres, en
nada semejante a los mortales, ni en la figura ni en el pensamiento». De su
poema De la naturaleza de las cosas, sólo se conservan algunos versos.
También
habría que mencionar a Empédocles de Agrigento, mago, profeta y adivino que
estableció la teoría de los cuatro elementos (fuego, aire, tierra y agua) como
principios genéticos y rectores del cosmos, elementos que se combinan como
resultado de un equilibrio entre el amor (atracción) y el odio (repulsión).
Demócrito de Abdera y Leucipo, desarrollaron la teoría del atomismo, según el cual el mundo está compuesto (arjé) exclusivamente de átomos en movimiento en un espacio vacío, explicación que ha venido a denominarse mecanicismo y que será desarrollada en siglos posteriores por pensadores como Descartes o Thomas Hobbes.
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